14 de septiembre de 2022

Masculinidad, amor romántico y relaciones de pareja




Masculinidad, amor romántico y relaciones de pareja 

Coral Herrera Gómez, doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual. 


Este capítulo forma parte del libro: Hombres, Masculinidad (es) e Igualdad , coordinado por Bakea Alonso e Isabel Tajahuerce, de la Editorial Aranzadi.

En él colaboran también Beatriz Ranea Triviño, Octavio Salazar , Jordi Cascales, Krizia Nardini, Miguel Lázaro, Beatriz Gimeno, Virginia Carrera Garrosa, Edurne Nieves Aranguren Vigo, Anastasia Téllez, y Magdalena Suarez.

En este capítulo vamos a tratar de responder a la pregunta: ¿es posible construir relaciones sanas e igualitarias, basadas en la libertad, el respeto, el apoyo mutuo, la solidaridad, el disfrute y los cuidados?, ¿es posible que los seres humanos podamos llegar algún día a acabar con el sufrimiento romántico y la violencia machista?, ¿cómo transformar el amor y aprender a querernos bien?. ¿qué cambios necesitamos para poder disfrutar del sexo y del amor en pareja?, ¿qué cambios necesitan hacer los hombres para poder construir relaciones igualitarias, libres de abuso y explotación?


Educación para el amor y los cuidados 

La primera cuestión para abordar el tema es entender por qué nos resulta tan difícil querernos, y cuales son las diferencias de la educación sentimental que recibimos hombres y mujeres, y la relación que tenemos con el amor romántico. 

Los hombres reciben una educación emocional diferente a la de las mujeres. La única emoción que pueden permitirse mostrar es la ira y la rabia. Todo lo demás está prohibido para ellos , excepto en el campo de juego cuando meten un gol. Fuera de él, cuando los hombres se atreven a expresar otras emociones, reciben las burlas y los comentarios humillantes de todos los hombres a su alrededor: un hombre debe ser duro, ocultar y reprimir sus emociones, y rechazar todo aquello que tenga que ver con las mujeres. 

El amor es cosa de mujeres. La ternura, el cariño, la sensibilidad, los cuidados, las muestras de afecto son cosas de mujeres. Todo lo que sostiene a esta sociedad: los cuidados, el amor, la solidaridad, las muestras de afecto y de cariño, tiene muy poco valor porque se consideran cuestiones femeninas. Todo lo que tiene que ver con nosotras carece de importancia y de valor: lo que de verdad importa en nuestra sociedad es la capacidad de acumular poder y riquezas,para destruir, dominar y someter, para aniquilar y para utilizar a los demás en beneficio propio. 

Son los valores del capitalismo unidos a los del patriarcado: a las niñas les hacemos creer que han venido al mundo a cuidar a los demás, y que las necesidades de los hombres son prioritarias, y  superiores a las necesidades propias. Desde pequeñitas, las niñas somos engañadas con la idea de que hemos venido al mundo a complacer, a amar y a servir a los hombres. 

Desde su más tierna infancia, el patriarcado educa a los varones para que valoren y defiendan su libertad, y a nosotras nos educan para que pongamos el amor romántico en el centro de nuestras vidas. A ellos les hacen creer que siempre habrá una mujer cuidándolos: primero mamá, luego la esposa. Y a nosotras, nos hacen creer que nacimos para cuidar a nuestros padres, hermanos, maridos e hijos. El papel de ellos es recibir cuidados, el nuestro, darlos. 

Pese a que hemos avanzado mucho en estas últimas décadas, las niñas siguen recibiendo mensajes contradictorios. Por una lado les pedimos que estudien y trabajen, y tengan su propio proyecto de vida, pero por otro seguimos contándoles los mismos cuentos de siempre para que sean adictas a las historias románticas y para que desarrollen una fe ciega en el paraíso del amor. El mito  romántico sigue teniendo un impacto descomunal en la construcción de la identidad femenina, y todas las niñas que no se someten a los mandatos de género son castigadas socialmente. 

¿Cómo castigamos a las desobedientes? Con comentarios cargados de reproches, y preguntas cargadas de mandatos: ¿cuando te echas novio?, ahora que tienes novio, ¿cuando te casas?, ahora que te has casado, ¿cuando tienes hijos?, ahora que tienes un hijo, ¿para cuando la parejita?. La presión social para que las niñas se casen y formen una familia feliz sigue siendo tan fuerte como hace un siglo. También las críticas hacia las que no obedecen los mandatos de género son brutales: Una mujer cuya meta vital no sea el matrimonio ni la maternidad es señalada como rara, considerada una oveja negra, y una proyecto de persona fracasada, incluso en las familias más modernas y abiertas. 

Esta presión social que reciben las mujeres que no se amoldan al estereotipo y al rol tradicional del heteropatriarcado demuestra que aún nos queda muchísimo por hacer. La sociedad no soporta a las mujeres libres, a las desobedientes, ni a las que se desvían de la norma. Todas ellas reciben muestras de rechazo por parte de su comunidad, y presiones variadas hasta que salen de su etapa fértil. 

En cambio a los hombres no se les presiona. A los hombres se les seduce con la idea de que si se casan, podrán llevar una doble vida (con los privilegios del hombre casado y del hombre soltero a la vez), y podrán vivir como reyes, con una cuidadora fiel y entregada que asumirá sus responsabilidades y obligaciones en el hogar y en la crianza. 

Desde muy pequeños les enseñamos a clasificar a las mujeres en dos categorías: las buenas y las malas. Las buenas son las mujeres que cumplen con el estereotipo y el mito de la princesa. Una mujer que pone en el centro de su vida el amor romántico, y que dedica todo su tiempo, energía y recursos en esperar a ser elegida por el príncipe azul. Una vez que lo logre, encontrará las puertas del paraíso: un enorme palacio en el que tendrá que vivir sola esperando a que su amado regrese de vivir sus aventuras. 

Como Penélope esperó a Ulises durante 30 años. 

Las princesas son mujeres sumisas, discretas, dulces, alegres, bondadosas, empáticas, generosas y altruistas. Son mujeres que no existen: no tienen pasado sexual ni amoroso, nunca piensan en sí mismas, y siempre están dispuestas a sacrificarse por los demás: su marido, sus padres, sus hijos, y demás hombres de la familia. 

Las princesas no se quejan, no tienen deseos propios, no tienen proyectos de vida más allá de cuidar a su amado y su prole hasta el fin de sus días. Las princesas son elegantes, cuidan su imagen física, se mantienen en forma, tienen la piel clara y el cabello rubio, son mujeres especiales que destacan por encima de las demás. 

Las mujeres buenas son las adecuadas para asentar la cabeza y formar una familia, las malas en cambio son las mujeres de usar y tirar. Las mujeres libres que tienen deseo sexual y disfrutan del sexo sin miedo y sin culpa, son señaladas por el patriarcado como mujeres malvadas, interesadas, manipuladoras, perversas, degeneradas, locas, desobedientes, salvajes e irracionales. 

Así funcionan las etiquetas del patriarcado, que les dice a los hombres que las buenas son respetables, y las malas no merecen respeto. Unas pertenecen a un hombre, y las otras a todos porque no tienen dueño. 

Los hombres creen que hay muy pocas “mujeres buenas”, y por eso se lo piensan muy bien antes de vincularse y comprometerse emocionalmente . Desconfían de las mujeres porque en el imaginario colectivo del patriarcado, persiste el miedo y el odio a las mujeres indomables que no se dejan domesticar ni someter. 

A los niños no les educamos para que se relacionen con las mujeres como compañeras. Nosotras somos siempre “las otras”, y de alguna manera, cuanto más desconfían de nosotras, más difícil les resulta tratarnos como a iguales: en la “guerra del amor”, somos las “enemigas” de las que deben defenderse. 

El patriarcado nos muestra a las mujeres como seres caprichosos con estados de ánimo cambiantes.   Son muchos los personajes de ficción que declaran no entender en absoluto a las mujeres, o que hablan en sus tramas de lo raras que somos y lo difícil que resulta relacionarse con nosotras. Somos incomprensibles porque no nos escuchan.

El miedo al poder de las mujeres es lo que ha construido el sistema defensivo de la masculinidad hegemónica patriarcal. Ya lo decía Eduardo Galeano: “El machismo es el miedo de los hombres a las mujeres sin miedo”. Sobre este miedo a las mujeres libres se ha edificado todo el imaginario colectivo en torno a la feminidad: nos han hecho creer que las mujeres que obedecen los mandatos del patriarcado van al cielo, y todas las demás, vamos al infierno. 

¿Por qué tanto miedo a la libertad y al poder de las mujeres? Porque a los hombres les educamos para que luchen por ascender en la jerarquía social, y para que se dominen unos a otros. Es un sistema muy competitivo en el cual ninguno de ellos debe dejarse dominar por las mujeres, pero sí por los demás hombres: cada uno de ellos tienen a otros por encima y por debajo, y van alternando sus posiciones de poder según con quién se relacionan. Por eso se someten al superior en el ejército, en la empresa, en los cuerpos de seguridad del Estado, en las instituciones, en sus sindicatos, partidos políticos y asociaciones, pero todos tienen el premio de consolación: sea cual sea su grado de superioridad, en su casa mandan ellos. 



Impacto de los privilegios masculinos en las relaciones sentimentales 

Ni en las sociedades más democráticas los hombres han dejado de ejercer de reyes de sus hogares: la mayor parte de ellos tienen una o varias sirvientas a su disposición. Hasta el hombre más pobre del planeta tiene una para él solo, gratis, las 24 horas del día, los 365 días de la semana. Su única obligación consiste en traer un salario a casa. Salario que a veces se gastan nada más salir de la fábrica o del campo de trabajo en fiestas, juegos, burdeles, apuestas y juergas varias. 

En los países más avanzados, los hombres están renunciando a algunos de sus privilegios y están “ayudando” en las tareas domésticas, de crianza y de cuidados. Sin embargo, las cifras sobre el uso del tiempo libre nos permiten entender que ellos siguen gozando del doble de tiempo libre que las mujeres. 

Según el Informe sobre el desarrollo mundial 2012 del Banco Mundial, en nuestro planeta las mujeres emplean 5,10 horas a los cuidados del hogar y las personas de su familia, y los hombres una media de 2 horas al día. En los países menos avanzados, las mujeres dedican, según el Informe de Oxfam, unas 14 horas al día a las labores de cuidados esenciales, y en total todo el tiempo que dedicamos las mujeres a trabajar gratis tiene un valor de 11 billones de dólares. 

¿Qué implican estas cifras? Que los hombres, en casi todos los países del mundo, tienen más tiempo para cuidarse, hacer ejercicio físico, dedicarse a sus pasiones, disfrutar de su gente querida, tener amantes y amigas, prepararse unas oposiciones, consolidar o adquirir nuevos idiomas, hacer masters o doctorados, o invertir en su carrera profesional.  

Y mientras, las mujeres, vivimos con una doble jornada laboral que daña nuestra salud mental, emocional y física: la sobrecarga de trabajo dentro y fuera de casa nos mantiene agotadas, pero también presas. Nos prometieron que el trabajo remunerado nos haría libres, pero la realidad es que como los hombres nunca se incorporaron masivamente al trabajo de cuidados, nosotras nos vimos atrapadas en dos trabajos, y condenadas a la precariedad. En España se estima que el 52 por ciento de las mujeres al frente de una familia monoparental se encuentran excluidas del mercado laboral o trabajan en condiciones de precariedad, ya que el cuidado de los hijos y la falta de medidas de conciliación les impide optar a empleos con mayores jornadas e ingresos, según datos del Informe “Más solas que nunca” de la ONG “Save the children” en 2020. 

¿Es posible, en estas condiciones, que las relaciones heterosexuales puedan llegar a ser igualitarias?  Obviamente, no. 

Para asegurar la autonomía económica de las mujeres, habría que transformar el sistema entero para garantizar el derecho a tener ingresos de todas las mujeres. No es posible construir una relación sana desde la dependencia.

Pero además, los cambios políticos tendrían que hacerse también en todos y cada uno de los hogares.  

En principio el problema parece fácil de resolver: se trataría de que los hombres renunciasen privilegio de tener una asistenta personal que hiciese de criada, y se implicasen en las tareas de cuidados (de sí mismos, de sus familiares, de su hogar, y del planeta).



La monogamia femenina y la honestidad masculina 

Sin embargo, resulta más complicado que los hombres renuncien al privilegio que les permite tener una doble vida: una como respetable padre de familia, y otra como juvenil soltero de oro. Uno de los mitos fundamentales del amor romántico es la monogamia, un sistema de exclusividad sexual pensado sólo para nosotras. La doble moral disculpa a los hombres y culpa a las mujeres de las infidelidades masculinas: nosotras somos las que no vigilamos a nuestros maridos, o las que tentamos a los hombres para robarles los maridos a las otras. Según la doble moral del patriarcado, ellos son simplemente animales con un apetito sexual inconmensurable que les convierte en víctimas de nuestros caprichos. 

La doble moral condena a las mujeres adúlteras al ostracismo o a la muerte: incluso en los países en los que ya no es legal asesinar a tu esposa infiel, muchas mujeres siguen muriendo a manos de sus esposos sólo por el hecho de ser sospechosa de adulterio. Sin embargo, el castigo para las “canitas al aire” de los hombres, sigue siendo leve: duermen tres días en el sofá de su casa y después son perdonados y pueden regresar al lecho conyugal. 

Los hombres siempre han gozado de una vida sexual y amorosa diversa, gratis o de pago. A la vista están los aparcamientos de los burdeles que hay en todos los pueblos, carreteras y barrios de ciudades de España, repletos de vehículos de hombres casados que rompen con las normas de la monogamia mientras sus mujeres esperan haciendo la cena en casa. 

La construcción de la masculinidad hegemónica se basa fundamentalmente en la deshonestidad: los hombres no podrían vivir sus dobles vidas si fuesen sinceros con sus compañeras, y con el resto de su entorno familiar y afectivo. Ser honesto y disfrutar de sus privilegios es completamente imposible: los hombres se ven forzados a firmar un contrato monogámico para asegurarse de que sus esposas van a ser leales y fieles al compromiso. Pero esto no implica que ellos tengan que serlo también. 

Porque en nuestro imaginario colectivo, los hombres de verdad son hombres con capacidad para dominar su entorno (o el mundo), para conquistar mujeres, y para sembrar el mundo de hijos. Estas son las tres leyes principales de la masculinidad patriarcal, junto con la ley de la libertad: casados o solteros, los hombres nacen y mueren libres. 

¿Cómo lograr que los hombres desobedezcan estas leyes, y desmonten estas estructuras de relación con las mujeres? Es complicado, porque los cambios generalmente se producen como consecuencia de una necesidad, ¿y qué necesidad tienen los hombres de cambiar, si les va bien tal y como estamos?

Los hombres tienen a su disposición millones de mujeres hermosas dispuestas a amar, y a darlo todo con tal de tener pareja. En todos los países del mundo, las mujeres han sido educadas para ser adictas al amor, para buscar a su príncipe azul, para entregarse por completo y sufrir por amor. Muchas mujeres sufren una baja autoestima y una gran dependencia emocional, y muchas creen que son mitades incompletas que necesitan a un hombre en sus vidas para ser felices. 

Son muchos años consumiendo canciones románticas, novelas, cuentos, películas, series, cómics, revistas, y productos que perpetúan el mito del amor romántico, los estereotipos y roles de género, y muchos años de terapia los que se precisan para recuperarse de la estafa romántica. 

Casi todas las niñas, gracias a los dibujos animados y los juguetes de la infancia, sueñan con ser salvadas y mantenidas por un príncipe azul, y se ven a sí mismas como futuras princesas. Cuando se dan cuenta de que en realidad son sirvientas a disposición de un hombre, entonces el mito cae por sí solo. Algunas se rebelan, y otras se hunden: la decepción y la frustración requieren de mucho trabajo personal, y en ocasiones, de apoyo terapéutico. 

Cuando las mujeres podamos liberarnos del mito y aprendamos a cuidarnos, entonces quizás los hombres se vean obligados a cambiar su forma de relacionarse. Si logramos trabajar nuestra autonomía emocional y económica, y elevar nuestros niveles de autoestima, entonces no estaremos dispuestas a vivir el engaño de la monogamia, ni a cuidar de por vida a un rey. 

El feminismo lleva muchos años luchando por la liberación de las mujeres, pero nuestra cultura patriarcal sigue educando a nuestros niños y niñas para que aprendan a ser hombres y mujeres tradicionales, y para que aprendan a relacionarse entre ellos con las mismas estructuras que sus abuelos y abuelas. 

Es necesaria entonces una revolución amorosa, tanto educativa como cultural, que nos permita transformar nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos. 



La revolución amorosa, paso a paso

La base del patriarcado es el trabajo gratis de las mujeres, y su explotación emocional, sexual, laboral, reproductiva y doméstica. 

Sin el amor y los cuidados de las mujeres, nuestro sistema no podría funcionar. Así que uno de los primeros pasos para acabar con el patriarcado consistiría en cambiar nuestro modelo productivo para poner en el centro los cuidados, de manera que fueran una responsabilidad social compartida por todos los miembros de la sociedad. 

Podríamos empezar con las instituciones educativas para que pusieran los cuidados en el centro: uno de los pilares de la educación sería enseñar a los niños y a las niñas a cuidarse a sí mismas, a cuidar a los demás, a cuidar sus hogares y los espacios en los que estudian, trabajan y se divierten, a cuidar la naturaleza,  los demás seres vivos y el planeta. 

¿Cómo educar a los hombres para que aprendan a relacionarse desde la igualdad y puedan construir relaciones libres de explotación y violencia? Proporcionándoles herramientas para aprender las artes de la comunicación no violenta, para gestionar sus emociones, para desarrollar la empatía y la ternura, para resolver conflictos sin violencia, para controlar su ego y subir su autoestima, para aprender a tratarnos bien incluso cuando dejamos de querernos. 

Es decir, el cambio educativo supondría abandonar la filosofía competitiva del “sálvese quién pueda” y de “el pez grande se come al chico”, para abrazar la filosofía de los cuidados, basada en la igualdad, el apoyo mutuo, la empatía y la solidaridad. 

Además, tendríamos que tener también las herramientas para aprender a usar nuestro poder de manera que no haga daño a nadie, es decir, usar nuestro poder no sólo para el beneficio propio, sino orientado al Bien Común. 

Hombres y mujeres podríamos adquirir las habilidades necesarias para entrenar en el arte de la autocrítica amorosa, que nos permitirían entender qué es el patriarcado, cómo lo sufrimos y cómo lo ejercemos, y nos permitiría también trabajar juntos para liberarnos de la estructura opresiva y de las jerarquías que utilizamos para explotarnos los unos a los otros. 

El cambio educativo tendría que venir de la mano con el cambio cultural. Ahora mismo los héroes de nuestra cultura son hombres malvados que acaparan los recursos, y que explotan y hacen sufrir a miles de personas para poder acumular dinero y riquezas sin parar. La mayor parte de los héroes masculinos son asesinos, lo mismo los héroes para adultos que para niños. Son robots sin sentimientos y sin escrúpulos que aniquilan a sus enemigos y coleccionan mujeres como si fueran trofeos. So, en su mayoría, tipos traumados por algo que les pasó en su infancia, pero también egocéntricos, narcisistas, mentirosos, ambiciosos, mutilados emocionales que les hacen creer a los niños que para ser feliz hay que tener el poder. Son el ejemplo a seguir para todos los niños, y les muestran que el más violento es el que más poder acapara. Son héroes que jamás piensan en construir, sólo destruyen, jamás piensan en el Bien Común, sólo en el suyo propio.  

Los héroes son narcos, mafiosos, empresarios poderosos, militares, guerreros, policías, detectives. Nunca se elige como héroes a hombres que estén luchando por salvar el planeta de la contaminación y la destrucción, ni a hombres que se entregan en cuerpo y alma a luchar por los derechos de los seres vivos, los bosques, los animales o los derechos humanos. Los héroes son siempre mala gente: muy atractivos físicamente, pero sin ética ni principios. 

El cambio en las masculinidades está en manos de los productores de cultura y entretenimiento, que siguen obsesionados con reproducir los estereotipos y los mitos patriarcales a través de las princesas y los matones.

 ¿Cómo hacer para que empiecen a ofrecernos otros modelos de masculinidades no violentas y no dominantes, otros modelos de feminidad, otras tramas narrativas y otros finales felices? 

La única manera de hacerlo es a través de la educación. El cambio educativo no sólo transformaría nuestra cultura, también nuestras emociones, sentimientos y formas de relacionarnos. Si la base fundamental del amor de pareja fueran los cuidados mutuos, podríamos acabar con la explotación, el sufrimiento y la violencia romántica. 

Para liberar el amor del machismo y de toda su carga patriarcal, deberíamos poder desmontar la idea de que el amor y los cuidados son cosa de mujeres. Para que los niños y los adultos varones se atrevan a desobedecer el patriarcado,  tienen que entender el mundo en que vivimos: en las escuelas, institutos y universidades nos hablan mucho de capitalismo, pero apenas nos explican qué es el patriarcado. 

El sistema educativo debería poder explicar por qué ha pasado tantos años ocultando y silenciando a las mujeres, y por qué fueron expulsadas de todos los libros de texto. También debería ofrecer herramientas para entender por qué los medios de comunicación y las industrias culturales siguen cosificando o invisibilizando a las mujeres, y por qué siguen insistiendo en inocularnos los valores del patriarcado a través de los mitos. 

Es preciso explicar también los intereses económicos de todos los actores implicados en la perpetuación del patriarcado, y la manera en que nos aprovechamos todos y todas del trabajo esclavo o gratuito de las mujeres en el mundo. 

Una vez que tomemos conciencia, entonces podremos hacer el trabajo individual que necesitamos para llevar a cabo el cambio social. Como lo personal es político, hay que empezar desde uno mismo/a, y creo que una de las claves para contribuir a estos cambios es que podamos reconocer al policía patriarcal que habita dentro de cada una de nosotras y nosotros. El patriarcado interior no sólo nos oprime y nos somete, también lo utilizamos para oprimir y someter a los demás. 

Cuando podamos identificar esos valores patriarcales con los que nos han educado, entonces podremos empezar a liberarnos por dentro, y a despatriarcalizarlo todo: la masculinidad, el sexo, el amor, las relaciones que construimos, y nuestra forma de organizarnos. 

Despatriarcalizar la Ciencia, la Religión, la Comunicación, el Arte, la Justicia, las leyes, la economía, es tan importante como despatriarcalizar nuestras emociones y nuestras relaciones: todo lo que es personal es político, y viceversa.  

Si para cambiar el mundo necesitamos empezar el proceso de transformación en nosotros y nosotras mismas, entonces es fundamental que proporcionemos a los varones las herramientas que necesitan para tomar conciencia y para hacer autocrítica amorosa. 

Quizás en ese momento, los hombres puedan empezar a cuestionar la forma en que se relacionan con las mujeres de su vida, y puedan por fin empezar a renunciar a sus privilegios para poder tratar bien a sus madres, hermanas, vecinas, amigas, amantes, compañeras de trabajo y de estudios, y compañeras de vida. 

Es desde la empatía como los varones pueden tomar la decisión de quitarse la corona para relacionarse en igualdad, y para aprender a amar a las mujeres de su vida desde el respeto, la ternura y el compañerismo. 

La clave para el cambio está en transversalizar los valores del feminismo en la educación, el arte, la cultura, la comunicación, y en poner el centro los cuidados. Si enseñamos a las nuevas generaciones a cuidarse a sí mismos, los chicos no necesitarán una criada que les cuide. Si les enseñamos a relacionarse con las mujeres desde los cuidados mutuos, será más fácil para ellos relacionarse desde el buen trato y el respeto. Si les enseñamos a cuidar su hogar y su planeta, es posible que estemos a tiempo de salvarnos de la autodestrucción. 

Es fundamental, en este punto, entender que necesitamos nuevos héroes, hombres o seres fantásticos que sean capaces de utilizar sus habilidades emocionales y su inteligencia para resolver sus problemas, cumplir con sus misiones, o conseguir lo que quieren, lo que necesitan y desean. Así que debemos pedirle a los productores culturales que apuesten por otros relatos, otros modelos a seguir, otros finales felices. 

Sin los hombres, este cambio podría durar siglos. Necesitamos, pues, mucha coeducación y mucha sensibilización para poder involucrar a todos los varones en esta transformación de nuestra sociedad: los cambios personales son políticos, y lo romántico también es político. 

Para poder querernos bien, tenemos que desmontar la idea de que el amor es una guerra, y todos los mitos románticos que nos hacen creer que amar es sufrir, sacrificarse, renunciar, someterse y entregarse a un hombre. Es una labor ingente la que nos queda por hacer: desmitificar el amor romántico y transformar las masculinidades será una de las tareas principales de la revolución amorosa. 


Coral Herrera Gómez 



Puedes adquirir el libro y el ebook aquí. 

Mis libros para la Revolución Amorosa.


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Prólogo del libro: Hombres que ya no hacen sufrir por amor






7 de septiembre de 2022

Mi hijo empieza el cole




Gael empieza el cole público el lunes, y llevo todo el verano trabajandome y trabajando con él un montón de cosas. Me da mucho miedo la violencia en las aulas, tanto la que puede ejercer mi hijo cómo la que puede sufrir en ellas. Yo sufrí el bullying "normal" en la escuela porque era bajita e infantil, y luego porque me desarrollé la última y no tenía apenas tetas. 


Yo ejercí bullying también con la única compañera del aula que sufría discapacidad intelectual. Nunca nos enseñaron a tratarla bien ni a cuidarla. También se lo hice pasar mal a profesoras, porque nunca me enseñaron a cuidar a mis maestras y maestros. Ni a mí misma. No me enseñaron a cuidar mis palabras ni a cuidar mis emociones para que no hiciesen daño a nadie. 


Todo esto lo he aprendido den estos últimos años, cuando me he puesto a trabajar la autocrítica amorosa para ser mejor persona, cuando aprendí a ver el mundo desde la ética amorosa y la filosofía de los cuidados. 


Cuarenta años después, todo sigue igual. Hay colegios e institutos en los que el alumnado recibe un par de talleres sobre cuidados, buenos tratos y educación emocional, pero aún no forma parte del currículo escolar, aunque debería ser una asignatura obligatoria. 


Gael es un niño amoroso, espontáneo, sociable, risueño, buena gente, pasa el día cantando y conserva intacta su inocencia. Me da miedo que los niños violentos le obliguen a reprimirse, y le contaminen con sus valores machistas, racistas, clasistas, etc Lo que hago es llevar mi mente a otro lado, pensar que mi hijo también puede ser una buena influencia para otros niños y niñas, que él no solo se puede contagiar, sino que también puede contagiar a los demás. 


El otro día un niño le enseñó entusiasmado una metralleta y Gael fue directo a por otro juguete, porque (aún) no sabe divertirse matando. El niño se quedó sorprendido de que Gael no prestara atención a su arma con luces y sonido, y pensé, mira qué bien, alguien que le rompe los esquemas.


Sigo en redes a varias personas que son activistas de los derechos de la infancia y que están luchando contra la violencia en las escuelas, y el panorama es preocupante.


Pienso en mi propia experiencia, y no me ayuda a tranquilizarme.  Una de las cosas que aprendí en mi primer día de escuela, es que no hay nada peor que ser un chivato: si sufres violencia tienes que aguantarte porque está prohibido denunciar a los niños violentos, tienes que defenderte sola. Y si no puedes, te toca sufrir en silencio, pero jamás pedir ayuda a profesores/as, o a tus progenitores. 


Es un mecanismo super potente para defender a agresores, y perpetuar su impunidad. Para nuestra sociedad patriarcal, es mucho peor un niño chivato que un niño violento. 


No quiero asustar a Gael para que no se crea que va a estar en un espacio lleno de violencia, de bromas crueles, de comentarios despreciativos, de burlas despiadas, de empujones e insultos. 


Pero sí que intento que entienda lo importante que es respetar a los demás, y cuidar y defender a las personas más vulnerables, todas aquellas que no cumplen con los estándares de la normalidad porque son gordas, por su idioma, por su color de piel, por su pluma, por su discapacidad o su malformación, por su forma de vestir, por su enfermedad, por sus gafas, su aparato de dientes, o por su clase social. 


Le hablo de igualdad, de libertad, de compañerismo y cuidados, y mientras pienso, ojalá nadie te borre la sonrisa ni te calle la boca, ojalá seas un rebelde de los estereotipos y mandatos de género, ojalá no te rompan por dentro y pierdas tu alegría de vivir.


Tengo miedo al acoso y al suicidio infantil, pero pienso que tengo que trabajar este miedo y que puedo involucrarme en la comunidad escolar y aportar con mi visión pacifista y no violenta, con mis conocimientos y mis habilidades, para abrir los ojos a la gente y que tomen conciencia de lo importante que es enseñar al alumnado a cuidarse, a cuidar a los y las compañeras, a cuidar al profesorado, cuidar sus palabras y emociones, y cuidar los espacios que habitan. 


Y me consuela pensar que como yo, hay muchas madres, padres, profesoras y gente de la comunidad educativa que también está concienciada sobre los malos tratos y la violencia, que no estoy sola, y solo se trata de juntarnos y crear comunidad. 


Trato de pensar en el lunes con ilusión, empieza una nueva etapa en nuestras vidas...


¿Puedes firmar esta petición para la creación de una ley para que tengamos unas escuelas libres de violencia?

6 de septiembre de 2022

Cómo liberarte del deseo de venganza cuando te separas

 



Hay gente que emplea mucha energía, mucho tiempo y recursos en intentar destrozar la vida de su ex pareja, o en poner dificultades y obstáculos para que la vida de su ex sea una tortura. 

Hay gente a la que le dura el rencor unos cuantos meses, gente a la que le dura años, y gente que se pasa toda la vida en guerra contra su ex. 

Las personas educadas en el patriarcado tienen más dificultad para desearle bienestar y felicidad a su pareja cuando ya no quiere seguir con ellas, y mucha mas necesidad de vengarse porque para ellos el amor es una guerra, y quieren ganar a toda costa. 

Por eso hay gente que se enzarza en la custodia de sus hijos e hijas, aunque jamás los haya cuidado, solo por hacer daño a su anterior pareja. También hay gente que se queda con las propiedades, negocios y ahorros, y deja deudas terribles para hipotecar de por vida a sus ex. 

En el caso de las mujeres, sucede que nos pasamos años soñando con un hombre maravilloso que nos cuide, que nos haga felices, que sea leal y honesto, que cuide a nuestros hijos e hijas, que sepa cuidarse a sí mismo, y sepa cuidar su hogar y asumir sus responsabilidades como un adulto. 

La enorme frustración que nos genera comprobar que el príncipe azul es un mito, y que ellos siguen su vida tan tranquilamente después de tener hijos, verles disfrutando de sus escapadas con otras mujeres, vernos a nosotras como criadas de ellos, pidiendo permisos para poder conciliar las tres jornadas laborales, y ver que ellos viven como reyes mientras nosotras estamos agotadas, nos puede llevar al odio total. Sobre todo cuando el marido se harta de broncas, se desentiende del todo con otra familia, se echa una novia más joven, y se marcha con ella a fundar otra nueva. 

Las infidelidades masculinas y el machismo en tareas de cuidados son las dos principales causas de divorcio, y la prueba de que el amor romántico es una estafa total, y global. El rencor que nos genera sentirnos engañadas, utilizadas y abandonadas nos lleva de cabeza a muchas a la necesidad de vengarnos de alguna manera: si el amor es una guerra, nosotras somos siempre las perdedoras.  

En el caso de los hombres, ellos se sienten también estafados porque les hicieron creer que nosotras tenemos que estar a su servicio, que sólo ellos tienen derecho a divorciarse, y que las mujeres son objetos de su propiedad y les debemos obediencia. Estos hombres son los que no toleran que las mujeres hagan uso de su libertad y sus derechos fundamentales. 

Los más obsesivos, machistas y misóginos violan y matan a sus compañeras cuando ellas desobedecen, cuando sospechan que están intentando huir, o a sus ex compañeras cuando rehacen su vida y tienen nueva pareja. Al menos 137 hombres se vengan cada día de sus novias y esposas, quitándoles la vida. Algunos matan a los hijos e hijas y dejan viva a la madre, solo por hacer daño a su ex.

Sin embargo, la mayoría de la gente que anda cegada con su necesidad de vengarse, no comete delitos. Simplemente se dedica a hacer daño y a vengarse en pequeñas dosis, en la cotidianidad del día a día, intentando estar presentes en la vida y en la mente de su ex. 

Otras personas convierten al ex en el centro de sus vidas, se convierte en una obsesión, y hacen todo lo posible para que sus divorcios no acaben nunca, ni siquiera cuando las criaturas en común alcanzan la mayoría de edad. 

Para esta gente es muy difícil tener parejas nuevas porque no logran romper del todo en su interior con la ex o con el ex. Viven esclavizados a su figura, y al trauma del divorcio. 

Casi todos ellos disfrutan sintiendo que tienen mucho poder sobre su ex, y a la vez usan el victimismo para justificar su afán de venganza: "me hizo daño, me las pagará", " si no es feliz conmigo, no será feliz con nadie", "no se va a librar de mí tan fácilmente", "me destrozó la vida, que lo pague para siempre"


¿Cómo liberarnos del deseo de venganza? 

Lo primero es aceptar la separación. Separarse no es seguir peleando cada cual en su casa, sino dejar de pelear. 

Cuando tomamos conciencia de que las luchas de poder son agotadoras, nos chupan la energía, y no suelen servir para nada, es más fácil aceptar la separación.  

¿Qué más cosas hay que aceptar para no meterse en guerras?

- Si quieres seguir teniendo un vínculo con tu ex, no hace falta hacerle daño, puedes tener una relación buena si quieres seguir interactuando y estando en su vida. 

- Por muy mal que nos portemos, los ex y las ex no volverán con nosotros, no se arrepentirán, y no pedirán perdón, y de hecho cuanto peor nos portemos, más se alegrarán de haberse divorciado. 

- A tí no te va a ir mejor, ni te vas a sentir mejor porque a tu ex le vaya fatal, le deje su nueva pareja, enferme, le ocurra algo grave, o se quede sin trabajo. Si tenéis hijos en común, además, lo mejor es que a tu ex le vaya bien, no lo dudes. 

- Vengarte no satisface para nada tus ansias de venganza. No se sacia en una sola vez. Es adictiva, y engancha. La única manera de manejarlas es controlarlas para que no te dominen, y dejar que pierdan intensidad dentro de tí. 

- El problema de la necesidad de vengarse es que provoca en la otra persona el mismo deseo de venganza, y es cuando nos vemos atrapados en una guerra sin fin, en el concurso de a ver quién es más violento y quién hace más daño.


¿Quiero vivir en guerra permanente? 

Prueba a hacerte esta pregunta: ¿quiero vivir esclavizado/a por el odio contra mi ex, o quiero vivir libre y hacer mi vida?

Es pararte a pensar en dónde quieres poner tu tiempo y energía, cuales son las batallas que quieres pelear, si te compensa, si esas batallas te quitan el tiempo y la energía que necesitas para salir adelante, y para disfrutar de la vida. 

Desde mi posición pacifista y en contra de la violencia, creo que en las guerras no hay ganadores y que  las únicas personas que no pierden en una guerra, son las que no participan en ellas. Es decir, que estando en guerra a veces vas a perder y otras a ganar, pero al final lo que pierdes en ellas es tu derecho a estar tranquila y a vivir en paz. 

Porque las guerras tienen un fuerte impacto en nuestra salud mental y física, en nuestro descanso y nuestro sueño, en nuestra sexualidad, en nuestras relaciones, y en nuestro bolsillo también. 

Aunque a veces creas que vas ganando, en realidad en una guerra no dejas de perder (horas de sueño, tiempo, alegría, energía, paz interior, etc) 


¿Y cómo se repara el daño? 

Si tu ex se ha portado muy mal contigo, el daño solo puede repararse si es capaz de hacer autocrítica amorosa, de analizar su comportamiento, de pedir perdón, de preguntarte cómo podría hacer para reparar el daño que te causó.

 Y si no sale de él mismo o de ella misma, no hay nada que se pueda hacer. Es decir, nada de lo que tú hagas le inclinará a sentirse arrepentido: tiene que ser algo que nazca en él o en ella, fruto de su diálogo con su propia conciencia.

A veces con el tiempo las personas somos capaces de analizarnos desde otra perspectiva y atrevernos a pedir perdón, otras no pueden hacerlo jamás.

Pero en el caso de agresores y maltratadores, recuerda siempre que el daño causado por la violencia no se repara jamás . Lo mejor es que no se acerque a tí de ninguna manera durante el resto de tu vida

Cuando hemos sufrido violencia y malos tratos durante la relación y en la separación, lo primero que tenemos que hacer no es vengarnos, sino ponernos a salvo y pedir ayuda para bloquear toda posibilidad de que el ex pueda volver a hacerte daño. 

En algunos países del mundo podemos acudir a los tribunales para que se haga justicia. En otros, las leyes protegen a los acosadores, los violadores y los femicidas, así que la única ayuda con la que podrías contar es con tus grupos familiares, grupos de mujeres, y gente querida para que te protejan y para que él no pueda comunicarse contigo nunca más.

Un maltratador no puede reparar de ninguna manera el daño que te causó. 

Lo único que puede hacer un tipo violento es no volver a acercarse a su víctima nunca más, y no volver a agredir a ninguna mujer.

Muchas mujeres me preguntan, pero si un hombre te ha maltratado, o si te abandona por otra, si te roba y te deja endeudada, ¿no es injusto que quede impune, que se vaya tan tranquilo, no sería lícito en este caso usar el "ojo por ojo, diente por diente"?

Es un tema muy polémico, porque hay gente que defiende la idea de que ante la violencia, uno debe tomarse la justicia por su mano y que es legítimo usar la violencia contra quien la ejerce primero. Y sin embargo, esto es lo que se hacía antes, cuando no existía un conjunto de normas y de leyes que nos permitieran convivir en paz y solucionar nuestros conflictos sin violencia. Se supone que hemos progresado y que existen mecanismos de reparación de daño, de castigo y de reinserción para aquellas personas que cometen delitos y hacen daño a otras personas. 

Si no fuese así, estaríamos permanentemente bañados en sangre: los ciclos de la venganza no tienen fin, y prueba de ello son las películas de mafiosos y narcos. Cuando un miembro de un clan mata al miembro de otro clan, empiezan los asesinatos en cadena hasta que no queda vivo nadie de los dos clanes. Pueden morir en la trama sesenta o cien personas, y solo se para cuando ya no hay nadie a quien poder matar. 

La única salida que yo veo para pedir justicia y reparación es la que toman las mujeres que toman conciencia de que son millones en todo el mundo, las que se juntan y se organizan para luchar juntas, las que exigen la erradicación de la violencia machista, de la explotación sexual, el acoso sexual en las calles y en los centros de estudio y de trabajo. Solas no podemos contra todo el sistema patriarcal, pero unidas estamos logrando cambiar las leyes y concienciar a la sociedad.

 

Libre se vive mejor

El deseo de vengarse, ¿quién no lo ha sentido alguna vez?

Es una emoción como otra cualquiera, y es normal cuando nos sentimos dolidos/as, pero la buena noticia es que es pasajera, como las demás emociones. 

Podemos sentir las peores emociones del mundo (envidia, celos, odio, ira, rabia, deseos de matar o de que se mueran nuestros enemigos, etc), pero no duran para siempre. No sirve de nada estallar nuestro dolor causando más dolor, no ayuda en nada multiplicar el sufrimiento y expandirlo a nuestros seres queridos.

 Y no es justo que tus emociones dañen a los demás. 

La única manera de liberarse es cuidar las emociones para que no nos arrasen, y no arrasen a los demás, hasta que bajen de intensidad y no nos dominen más. 

El ansia de vengarnos nos hace mucho daño a nosotros/as también, y de alguna manera nos encarcela al pasado, y nos esclaviza emocionalmente. El rencor, el dolor, el odio, no se van cuando nos vengamos, al revés, se incendian, están todo el tiempo en nuestro interior, y nos condicionan la vida de arriba a abajo. 

Lo sabemos porque cuando nos bajamos del ring de combate, abandonamos el campo de batalla, dejamos atrás el pasado y nos liberamos del deseo de vengarnos, empieza una nueva etapa en nuestras vidas. 

Cuando nos da igual cómo le vaya a nuestros ex, es cuando nos situamos en el presente con ilusión, comienzan los cambios en ti y a tu alrededor, y desaparece el rencor. 

Cuando centramos nuestra atención en nuestro propio proyecto de vida, en disfrutar, ser felices, mejorar nuestras vidas, es cuando nos implicamos más en la tarea de poder vivir mejor. 

Recuerda que tú no has venido a este mundo a sufrir, y que tienes derecho a vivir una Buena Vida. 

Este derecho nos pertenece a todas y a todos. 

Y sí, también a tu ex. 


Coral Herrera Gómez


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¿Qué necesitas para vivir una Buena Vida?





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4 de septiembre de 2022

Otras formas de enfadarse son posibles




Es posible que te sorprenda saber que no es necesario hacer daño a alguien cuando te enfadas. Pero así es: puedes arreglar tus problemas con los demás sin sufrir y sin hacerles sufrir. Todos podemos resolver los conflictos sin violencia, aunque muy pocas personas saben cómo hacerlo. 

Lo primero es tomar conciencia de que tus emociones no pueden hacer daño a nadie, y no puedes usarlas para justificar malos tratos. No importa si estás invadido por la cólera, la rabia, la tristeza, el dolor, la frustración, si estás nervioso o estresado: no tienes derecho a hacer daño a los demás. Ni a tu pareja, ni a tus seres queridos, ni a desconocidos: debes auto controlar tu ira para que no estalle contra los demás en forma de insultos, humillaciones, o agresiones físicas.

Una de las claves para saber si estás tratando mal a una persona, es el nivel de desprecio con el que le hablas cuando estás tenso, cabreado, preocupado, celoso o dolido. Probablemente crees que es lo "normal" porque lo hace todo el mundo, y crees que cuando te enfadas puedes decir lo que te apetezca, y como te apetezca. Crees que es una forma "natural" de desahogarse, y piensas que con pedir perdón, después podrás arreglarlo. 

Pero no.

Cuando alguien ejerce violencia psicológica o emocional contra tí, tu corazón queda dañado para siempre. Es como si arrugas un papel, haces una bola, y luego tratas de que quede liso como antes. Nunca volverá a su estado original.

Puedes expresar tu enojo o tu ira tranquilamente, sin herir y sin hacer sufrir a la otra persona. Es, de hecho la única manera de arreglar las cosas, hablando con calma y sin hacerse daño. Quizás para poder calmarte necesitas un par de horas, o un día entero: lo importante es que cuando hables con la otra persona para expresar tu malestar, tu miedo o tu rabia, puedas hacerlo de una forma asertiva, siendo firme y sincera, hablando de cómo te sientes y cuidando tus palabras para no tener que arrepentirte después. 

Todos y todas somos impulsivas, y todas nos tenemos que trabajar la asertividad. Además, hay que buscar soluciones al problema: machacando a la otra persona y juzgando su forma de ser, solo consigues que se ponga a la defensiva y entre al ataque. Las lluvias de reproches, las amenazas, los insultos, los comentarios sarcásticos, las burlas, las ironías y demás no sirven para arreglar el conflicto, solo para que la otra persona se defienda y ataque a su vez con las mismas armas que estás usando tú.

Así que no solo hay que cuidar la expresión de las emociones y las palabras que usamos, también hay que poner atención al volumen y al tono de nuestra voz, y hay que tener asimismo la capacidad para hacer autocrítica amorosa y admitir la parte que nos toca, pedir perdón si es necesario, y encontrar la manera de reparar el daño que nos han hecho o que hemos hecho.

Esta es la única manera de que tus relaciones duren: los buenos tratos y los cuidados. Podemos cuidarnos y cuidar a los demás aun cuando nuestro dolor, nuestra ira y nuestra rabia sean muy intensas. 

Se trata de aprender a regularte a ti mismo/a, y de aprender a dialogar y a negociar con la otra persona. Como nuestras relaciones son tan conflictivas, puedes entrenar a diario.

Prueba a hacerlo cada vez que te pelees con alguien, 

pon atención a cómo te tratas a ti mismo/a,

aprende a medir tus niveles de desprecio, 

aprende a cuidar tus emociones para que no hagan daño, 

y a cuidar tus palabras con amor. 


Coral Herrera Gómez 

#AutocríticaAmorosa 

#comunicaciónnoviolenta 

#cuidatuspalabras

#entrenamientopersonal


Coral Herrera Gómez


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1 de septiembre de 2022

Otras formas de divertirse son posibles





La mayor parte de las violencias cotidianas las ejercemos y las sufrimos entre bromas y risas, y en entornos festivos.

Humillar, ridiculizar, burlarse de la gente para que los demás se rían de alguien en su cara o a sus espaldas, no es divertido. 

Es violencia. 

Cazar animales pequeños para torturarlos, o asistir a un espacio público a ver cómo torturan a animales grandes que no pueden escapar, no es divertido. 

Es violencia.

Criticar el aspecto de alguien, o señalarle por su forma de ser, de vestir, de caminar, de relacionarse, no es divertido, es violencia.

Aprovechar que alguien está siendo atacado en redes sociales para lanzarte tú a atacar también, aplaudir mientras alguien está siendo despedazado en público, ponerte a lanzar piedras para lapidarle, no es divertido. 

Es violencia.

Reírse de la discapacidad, las malformaciones, las enfermedades o la falta de habilidades de alguien para que los demás se rían también, no es divertido, 

es violencia.

Acosar a las personas que no cumplen con las normas sociales, que son raras o diferentes, que no son "normales" según tu punto de vista, no es divertido, 

es violencia.

Gastar bromas crueles, usar ironías y sarcasmos contra niños y niñas que no las entienden y no pueden defenderse, 

es violencia.

Meterse con personas de colectivos discriminados,  personas sin hogar, personas con problemas de salud mental, personas mayores, dependientes y/ o vulnerables, no es divertido. 

Es violencia.

¿Cómo saber cuándo ejerces violencia psicológica y emocional? Cuando causas daño a alguien, consciente o inconscientemente, y obtienes un beneficio. 

Por ejemplo, cuando quieres hacer reír a los demás haciendo daño a alguien para sentirte superior, para que te aplaudan, para que te respeten, para aumentar tu prestigio, o para parecer muy gracioso, estás ejerciendo violencia. 

Cuando tu víctima protesta y tú le tachas de exagerado/a, de amargado/a, de no tener sentido del humor, estás ejerciendo violencia. Y cuando justificas tu comportamiento usando la excusa de que es una broma, y que tu intención no es hacer daño, también estás haciendo daño. Porque ningunear o minimizar el sufrimiento de tu víctima mientras la machacas, es violencia. 

Lo sabes porque cuando te toca a tí, no te hace gracia, y no lo pasas bien. 

Y a veces, lo pasas realmente mal.

Recuerda que no necesitas hacer daño a nadie para divertirte y divertir a los demás, 

que el humor hay que ejercerlo de abajo a arriba, no al revés, 

y que si realmente quieres divertirte y hacer reír a la gente, puedes empezar por exponerte a ti mismo/a, e invitar a los demás a que se rían contigo, de tí. 


Tomemos conciencia: aunque forme parte de nuestra cultura y lo hagamos a diario, ni es normal, ni es inevitable. 

El maltrato no tiene gracia.

Que no se te olvide nunca que otras formas de divertirse son posibles. Y no tengas miedo de recordárselo a tu gente querida:


Coral Herrera Gómez 


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28 de agosto de 2022

Empezamos el curso en el Laboratorio del Amor

 



¿Qué incluye la entrada al Laboratorio del Amor

  • 2 Cursos:  Mujeres que trabajan con mujeres + Mujeres que se liberan
  • 3 meses en la Comunidad de Mujeres.
  • 3 encuentros en directo, uno cada mes.
  • 30 vídeos exclusivos de Coral Herrera
  • Foros, ejercicios y herramientas para trabajar a solas o acompañada.
  • Acceso a la Biblioteca del Amor y descarga gratis de todos los contenidos.
  • Diploma con el que podrás acreditar haber estudiado en el Laboratorio del Amor con Coral Herrera Gómez


Puedes inscribirte en mi web, usando Paypal, Bizum o transferencia bancaria. 



Aquí tienes toda la información: 

http://otrasformasdequererse.com/



27 de agosto de 2022

Tomar conciencia



La mayoría de la gente hacemos daño a los demás por ignorancia, por falta de sensibilidad y empatía, y la mayor parte de las veces, sin darnos cuenta. La prueba es que cuando tomamos conciencia de las violencias que sufrimos y ejercemos, la mayoría somos capaces de asumir nuestra responsabilidad, y cambiar nuestra forma de actuar y de relacionarnos. 

Es cierto que hay mucha gente que disfruta viendo sufrir a los demás, pero ningún ser humano nace violento: la violencia se aprende. 

Y lo mismo que se aprende, se puede desaprender. 


¿Cómo aprendemos a disfrutar del sufrimiento?

En nuestra cultura muchas de las fiestas populares torturan a los animales, y los adultos llevan a los niños y a las niñas a estos espectáculos para que se insensibilicen, y para que entiendan que si todo el mundo ríe y aplaude es porque el dolor de un ser vivo es algo divertido. 

Los niños y niñas nos escuchan contar chistes sobre gente con discapacidades, gente con enfermedades o malformaciones, gente que pertenece a colectivos marginados y discriminados, y así van entendiendo que al reírte de los más débiles, te distancias de ellos, y te colocas en un nivel superior. 

Para que ellos también puedan disfrutar haciendo sufrir, se les invita a cazar lagartijas, cangrejos, pececitos y a torturarlos en un cubo de agua durante horas. También se les permite tratar mal a gatos, perros y demás animales domésticos porque los adultos saben que así aprenden a usar su poder sobre los demás. Es una especie de entrenamiento, para que se sientan superiores a los animales más pequeños, y para que después los niños se diviertan haciendo sufrir a otros niños y niñas. 

La mayor parte de las violencias que sufrimos y ejercemos van acompañadas de risas

Por ejemplo, esos vídeos en los que salen bebés pegandose entre ellos o a ellos mismos acompañados de risas enlatadas para que a todos nos parezca muy gracioso ver como se hacen daño. 

Desde la más tierna infancia, ellos nos ven en grupo haciendo bromas hirientes y bromas crueles a las personas más vulnerables del grupo, y rápido ven que las personas que más daño hacen son las más respetadas.

También aprenden a justificar su violencia: cuando hacen sufrir a otros niños y se les va la mano, pueden excusarse con el argumento de que "era una broma" Así se puede señalar a la víctima que llora como una exagerada que no aguanta ni una. Una variante de esto es señalar a la víctima como culpable de las agresiones que recibe: "me miró mal y por eso tuve que romperle la nariz", "si no fuera tan maricón, nadie le pegaría", "llevaba la falda muy corta, iba provocando que la violaran"

Otra manera de enseñar a los niños a divertirse con el sufrimiento es sometiendoles a una exposición constante a la violencia a través de las pantallas. La mayor parte de los contenidos audiovisuales se dedican a glorificar y exaltar al macho violento sin emociones ni sentimientos, y a insensibilizar a la audiencia para que soporte todo tipo de violencias y aprenda a disfrutar con ellas. No hablamos solo de peleas, tiroteos, violaciones, guerras, sino de contenidos con violencia psicológica y emocional en el que uno o varios hombres se dedican a humillar, insultar, vejar y destrozar a otros hombres o mujeres.  

La violencia está tan "normalizada" que es casi invisible: por eso nos parece normal que haya once millones de españoles en la pobreza, que maten a las personas en las fronteras, que los políticos y sus familiares se hagan ricos con el dinero que ponemos entre todos... 

Nos parece normal que los políticos destrocen nuestro patrimonio común, que maltraten a sanitarios y docentes, que vendan nuestros hospitales, que cierren los servicios de urgencias. Nos parece normal que las mujeres pobres tengan que abrir sus orificios para que hombres desconocidos eyaculen en ellos, o que tengan que vender a sus bebes para poder alimentar a sus hijos mayores. 

Nos parece normal porque es el pan nuestro de cada día: es lo corriente, es lo común. Para los hombres alquilar mujeres es lo mas normal del mundo, no lo perciben como violencia porque no son sus madres ni sus hermanas ni sus hijas las que tienen que alquilar su cuerpo.  

¿Cómo se defiende la gente cuando les señalamos sus violencias? Generalmente con un ataque: al que protesta se le acusa de no tener sentido del humor o de ser "demasiado" sensible, como si la sensibilidad fuese un tremendo defecto. 

Los padres que tienen hijos varones se preocupan mucho cuando sus hijos son sensibles, cuando son bondadosos, cuando son buenas personas. La mayoría preferiría que sus hijos varones fuesen agresivos y violentos, y la excusa que te ponen es que quieren que sus hijos sepan defenderse de los niños violentos. 

No se les ocurre la posibilidad de dejar de criar niños violentos. Prefieren tener hijos agresores que hijos agredidos. Caen en la típica trampa de siempre: "le estoy enseñando a ser violento solo para que se defienda".


¿Cómo acabar con la violencia y el sufrimiento? 

¿Qué hacer para que todos y todas podamos tomar conciencia de las violencias que sufrimos y ejercemos?, ¿cómo dejar de disfrutar viendo a los demás sufrir? 

Creo que hace falta una toma de conciencia colectiva. El mundo está lleno de gente con gafas que ha desarrollado sus niveles de conciencia de una forma asombrosa. A mí me admira mucho esta gente, porque no es nada fácil vivir con tal grado de lucidez y de sensibilidad. 

Cuanta más lucidez, más fácil es deprimirse, como me pasa a mí a medida que voy tomando conciencia de las violencias que sufro y ejerzo. Y como sé que el cambio empieza por mí, busco la manera de trabajarme mis prejuicios, mis violencias, y la forma en que uso mi poder. 

La mayoría de la gente que ha tomado conciencia es generosa y optimista, y le pone todo el amor del mundo a señalar a los demás todo aquello que no vemos, o que no queremos ver. 

Lo hacen a diario en redes sociales y en las calles, en sus centros de trabajo, en su vecindario: trabajan por un mundo mejor, sueñan con un mundo sin sufrimiento y luchan por los derechos humanos de la infancia, de las mujeres, de los animales y las plantas, del planeta Tierra. 

Mucha de esta gente se deja la piel investigando, divulgando conocimientos, aportando datos, y haciendo circular la información: nos sacan de nuestra ignorancia y apelan a ese ser sensato, bondadoso y sensible que se esconde dentro de cada uno de nosotras y nosotros. 

Gracias a ellos y a ellas podemos sacudirnos de encima la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, y rebelarnos ante injusticias que antes no nos conmovían o que creíamos que eran inevitables.

Una vez que tomas conciencia de que hacer sufrir a una persona para ejercer tu poder o para divertirte es violencia, comprendes enseguida que no puedes victimizarte, que tienes que hacerte responsable, y que la revolución empieza en tí. El cambio inicia cuando comienzas a ponerle atención a tu forma de relacionarte con los demás, a entrenar la empatía y a hacer autocrítica amorosa.

Mucha gente se va insensibilizando con la edad y la sobresaturación de información ante el horror del mundo en el que vivimos. Mucha gente necesita sumergirse en otras realidades y escapar de ésta usando los relatos, las drogas, los deportes, las pantallas o la fiesta. Se vive mejor en la ignorancia, por eso hay tanta gente que va con la vida con una venda puesta. 

Sin embargo, algunas personas vamos al revés: cuanto más leemos, cuanto más aprendemos, cuanto más crecemos, mayores son nuestros niveles de sensibilidad, de conciencia y de compromiso.  


Nos quieren ciegos, nos ponemos gafas

A mí de pequeña me resultaba intolerable el nivel de maltrato contra los animales, no soportaba las peleas en el patio del colegio, no podía ver películas violentas, y lloraba pensando en el sufrimiento que está causando la autodestrucción colectiva. Yo ya llevaba las gafas ecologistas y animalistas puestas, y el mundo me dolía una barbaridad. 

De adolescente me refugié en mi mundo ideal porque no me gustaba la realidad, y me resistí todo lo que pude. Pero me faltaba visión: no era consciente de cómo yo usaba mi poder, ni del impacto que mis palabras y mis actos tienen en los demás, porque no sabía hacer autocrítica amorosa, y me faltaba humildad. Los malos eran siempre los demás. 

Cuando me puse en las gafas el filtro violeta del feminismo, tomar conciencia del nivel de violencia contra las mujeres y mi forma de maltratarme a mí misma me resultó muy doloroso. Después de varios años mi nivel de agudeza visual va aumentando: cada día tomo conciencia de nuevas violencias que antes veía "normales" y naturales, y que pensaba que no podían cambiarse.

Cuando me puse el filtro del amor romántico, entonces pude empezar a ver cómo se me había metido el patriarcado dentro, y empecé mi proceso de liberación personal, que me llevó a volcarme en ayudar a todas las mujeres a tomar conciencia de la estafa romántica, y a generar las herramientas que necesitamos para liberarnos todas juntas, individual y colectivamente. 

Cuando empecé a fabricar el filtro de la maternidad para mis gafas, me quedé horrorizada con la forma que tenemos de maltratar a la infancia, y comprendí que estas violencias con las que torturamos a los niños y las niñas son la raíz de todos nuestros problemas como especie. 

En el embarazo empecé a quedarme sorda y me puse audífonos, y el filtro de la discapacidad, y entonces me di cuenta de lo duro que es el mundo para millones de personas que sufren discapacidades. 

Si a esto le añades las gafas antirracistas, las de la diversidad, las de la edad, el antiespecismo, si te asomas a los libros y escuchas a las mujeres más sabias de nuestra cultura, si eres capaz de entender que lo personal es político, entonces no sólo aumenta tu lucidez, sino también tu rebeldía y tus ganas de trabajarte por dentro para, desde tu cambio personal, poder contribuir al cambio colectivo. 

Con ellas cada vez soy más consciente no solo de las violencias que sufro, también de las que ejerzo. Ahora he aprendido a hacer autocrítica y a entender las relaciones de poder, y sé que estas estructuras no son inmutables y que otras formas de tratarnos son posibles. 

Cuanto más tiempo pasa, mis gafas van aumentando su poder, más me duele el mundo y más me rebelo ante la idea de que no se puede hacer nada. Esta rebeldía para algunos es un signo de inmadurez, para otros un defecto que se soluciona siendo más egoísta, tratando de evadirte y escapar cuando puedas, y dejando que te invada la resignación y la indiferencia.  

Yo sé que viviría mejor sin estas gafas, pero he optado por la lucidez como una postura política que me lleva a la ternura radical. 

Es doloroso sentir con tanta intensidad el sufrimiento a mi alrededor, pero tengo la esperanza de que la gente se de cuenta de que la violencia no es inevitable, normal ni necesaria, y que todos y todas tenemos derecho a una buena vida, libre de explotación, sufrimiento y violencia.


Pasos para la toma de conciencia

1) El primer paso siempre es abrir los ojos y tomar conciencia: para mucha gente lavar un coche en un río, o arrojar colillas al mar es "normal", no lo sienten como un acto violento contra la naturaleza. 

Para muchos otros hacer a sus hijos adictos al azúcar y a las pantallas no es violencia, simplemente transmiten sus adicciones a la siguiente generación sin pensarlo. 

La mayoría de los hombres creen que acosar a las mujeres en la calle no es acoso, están convencidos de que nos encanta que tipos desconocidos nos den su opinión sobre nuestro aspecto físico cuando vamos solas. 

Millones de personas tienen encerrados a animales en pisos pequeños durante más de diez horas al día y no sienten eso como violencia. Tampoco encerrar a un pájaro en una jaula para toda la vida. Es una bestialidad, pero para mucha gente es algo "normal": son incapaces de ponerse en el lugar del pájaro.

 No percibimos como violencia dejar llorar a los bebés y no atenderlos, porque hay médicos que justifican esta barbarie y enseñan a las madres a ser violentas con sus propios bebés. 

La tipa que se ríe de la compañera de trabajo porque está gorda no se da cuenta de lo cruel que es cada vez que hace burla de su aspecto físico. No percibe su propia maldad, y los que le ríen las gracias tampoco se dan cuenta, porque entre risas la violencia no parece tan violenta. 

Usamos las burlas, las humillaciones y las bromas crueles para hacer daño a los demás y a pesar de eso nos sentimos buenas personas, porque la mayoría no nos damos cuenta del sufrimiento que causamos (sí, es cierto que hay gente que sí se da cuenta y disfruta haciéndolo)

Lo mismo en las aulas que en las oficinas, lo mismo en casa que en la calle y en las redes, el mundo está lleno de guerras, luchas de poder, y violencia. Discriminamos, excluimos, y nos reímos de la gente por su altura, por su color de piel, por su aspecto físico, por su forma de hablar, por su discapacidades, por sus malformaciones y sus enfermedades, por su falta de habilidades, por su forma de vestir, y aunque sabemos que hacemos daño, muchas creemos que tenemos todo el derecho de atacar a las personas que nos caen mal o que no nos gustan. 

También creemos que tenemos derecho a hacer daño a las personas que admiramos cuando sentimos envidia. 

Y a las personas que queremos cuando estamos enfadados, estresados o de mal humor. 

Atacar a los demás para sentirnos poderosos nos parece lo más normal del mundo hasta que nos hacen daño a nosotros. 

2) El segundo paso es tomar conciencia no solo de la violencia que ejercemos sobre los demás, sino también la que ejercemos contra nosotras mismas. Nos maltratamos a diario cuando nos miramos en el espejo y nos decimos cosas horribles. Nos machacamos los cuerpos para disciplinarlos y someterlos, nos obligamos a pasar hambre, nos jugamos la vida en los quirófanos, nos arrojamos a las adicciones sin control, nos quedamos en relaciones donde no nos saben cuidar ni querer bien, nos obligamos a hacer sacrificios, nos reprimimos constantemente, nos torturamos a nosotras mismas creyendo que el sufrimiento es inevitable y que sirve para conseguir lo que necesitamos. 

Gracias al feminismo muchas mujeres estamos aprendiendo a querernos y a cuidarnos, y a cuidar nuestras relaciones con los demás: yo no puedo ser feliz rodeada de gente que sufre. 


3) El siguiente paso es que aprendamos a cuidar la naturaleza y nuestras relaciones con los demás habitantes del planeta, y comprometernos con la responsabilidad que tenemos de construir un mundo mejor. 

Cuidar de ti misma/o, cuidar de tus relaciones con otros seres vivos, cuidar los espacios que habitas, cuidar la naturaleza y el planeta: son las 3 cosas más importantes que aprendes cuando empiezas a tomar conciencia de que otro mundo es posible, y que tú puedes empezar por ti misma/o.  


Hay esperanza

Hay muchas cosas que están cambiando: hoy sabemos que el maltrato psicológico y emocional es violencia, y hay muchas cosas que antes eran "normales" que hoy ya no lo son. Por ejemplo, antes no lo hacíamos y ahora llamamos a la policía si vemos a un hombre pegando a una mujer en la calle, y tratamos de defenderla. 

Aún nos falta llegar al punto de ser capaces de defender a los niños que son golpeados por sus padres, pero estamos en ello: somos muchas las personas que estamos intentando que la gente entienda que los niños y las niñas son ciudadanas de pleno derecho, que no se puede golpear a ningún ser humano, tenga la edad que tenga, ni a los animales, aunque creas que te pertenecen a ti y por eso puedes hacer lo que te dé la gana con ellos. 

Llegará un día en el que los hombres no se atreverán a pegar a los niños y las niñas en público, ni en espacios donde puedan ser escuchados o vistos. 

Poco a poco vamos tomando conciencia colectivamente: antes se consideraba normal el trato degradante a las parturientas, hoy se tiene más cuidado porque hay miles de mujeres luchando contra la violencia obstétrica, y como consecuencia de ello hay más campañas de sensibilización para que las mamás exijamos nuestros derechos, y para que los profesionales los respeten. Gracias a esto están cambiando los protocolos en los hospitales, y pronto cambiarán las leyes para garantizar a todas las mujeres todos sus derechos durante el embarazo, el parto y el posparto. 

El cambio es muy lento, es cierto. La gente prefiere vivir de ilusiones, y no tiene herramientas para practicar la empatía. Los medios siguen culpando a las víctimas de la violencia que sufren, es muy obvio en el caso de las mujeres que sufren violaciones en sus hogares o en la calle. Los periodistas siguen perpetuando el patriarcado usando los estereotipos y los mitos, y tratando de que creamos que los femicidios son casos aislados, pero nosotras en redes sociales estamos señalando a los agresores, pidiendo justicia, y ayudando a la gente a tomar conciencia. 

La mayor parte de los comunicadores no tienen herramientas para tomar conciencia del machismo y la misoginia que llevan dentro, ni de la responsabilidad social que tienen en la construcción de un mundo mejor. Pero cuando reciben formación y campañas de sensibilización, la mayoría aprende a elaborar noticias correctamente. 

Lo mismo sucede con policías, jueces, personal sanitario y docente: cuando les damos formación comienzan a tomar conciencia de la desigualdad y la violencia estructural que ellos sufren y ejercen todo el tiempo. Y como consecuencia, cambian su comportamiento a mejor. 

Estoy convencida de que si dispusiéramos de herramientas para hacer autocrítica amorosa, podríamos darnos cuenta de cómo nos relacionamos con el mundo, y de cómo haciendo un cambio personal estamos contribuyendo al cambio colectivo. Porque es obvio que necesitamos transformar las estructuras, el sistema no funciona: en el planeta hay millones de personas sufriendo a diario violencias de todo tipo.

No poder comer es violencia, no poder ir al médico ni acceder a un tratamiento es violencia, no poder usar gafas o audífonos es violencia. Qu los bancos echen a la gente de sus casas después de recibir 60 mil millones del dinero de la gente es violencia. 

Es la violencia de un sistema que permite a los políticos gobernar contra nosotros y nosotras: usar el dinero que ponemos entre todos para darselo a los bancos, para comprar armas que no necesitamos o para enriquecer a los millonarios es violencia. Maltratar al personal sanitario es violencia, privatizar hospitales es violencia, recortar en el transporte público para que los pobres vayan apretados en los vagones es violencia. 

Vivimos en una guerra constante, para salir de ella solo hay que tomar conciencia de que todas y todos nos merecemos vivir una Buena Vida, libre de sufrimiento, explotación y violencia. 

Es cierto que aún hay seres humanos que no saben que los animales y las plantas sienten alegría, pena, y dolor, pero también es cierto que hay mucha gente tratando de que todos tomemos conciencia de que no son objetos y nosotros no somos los dueños, y que son seres autónomos que sufren por culpa nuestra. Somos los responsables de la extinción de miles de especies porque estamos destrozando sus hábitats. 

También es cierto que en las escuelas y en los medios nos enseñan a mutilar nuestra capacidad para la empatía, a competir entre nosotros, a relacionarnos desde la jerarquía, a aplastar a los demás para acumular poder, a abusar de la bondad de los demás para conseguir lo que queremos, y a no responsabilizarnos del daño que causamos en los demás cuando ejercemos nuestro poder de forma tiránica. 

Pero todo lo que se aprende, se puede desaprender. 

Y cuantos más docentes adquieran conciencia sobre lo importante que es poner fin a la violencia y situar los cuidados en el centro, más fácil será que la comunidad educativa entera tome conciencia y la filosofía de los cuidados forme parte del currículum educativo.


¿Qué hacemos mientras?

Seguir usando las redes para sensibilizar a los demás, seguir señalando las injusticias, enseñar a la gente a hacerse sus propias gafas para que vean la realidad, y proponer alternativas para construir un mundo sin sufrimiento y violencia. 

A mí me ayudó mucho descubrir que la comunicación y la pedagogía son dos son grandes herramientas para concienciar a los demás. También me ayudó buscar a gente despierta, concienciada y comprometida: dejé de sentirme tan rara y tan sola, aprendí a ver mejor, a identificar mis prejuicios, a ensanchar mi mente y mi corazón. Y ahora me dedico a ayudar a los demás a identificar las violencias que antes yo no veía, y a aportar con mis conocimientos para la erradicación del sufrimiento. 

Para demostrar que otro mundo es posible, que otras formas de relacionarse y de organizarse son posibles, que podemos cambiar las cosas, actúo con el ejemplo, que es la mejor vía de contagio social: si yo puedo cambiarme a mí misma y contribuir al cambio social, es más fácil que los demás sientan que también ellos pueden. 

Me da mucha fuerza asomarme a las redes para ver a toda la gente que está aportando su granito de arena en sus comunidades, en sus barrios y plazas, en los parlamentos, en las instituciones, en las aulas, en los medios, y en sus propias casas. 

Cuando me siento derrotada, les leo en sus muros y me animo pensando que el amor es una fuerza poderosa que puede vencer al odio, que la ternura es un acto político, que podemos acabar con el sufrimiento, que tenemos los medios, las habilidades y los conocimientos necesarios para que todas podamos vivir mejor, y que ellas lo están demostrando día a día. 

Quiero terminar dando las gracias a todas las personas que me ayudan cada día a quitarme la venda, a abrir los ojos y el corazón, a tomar conciencia, y a soñar con un mundo mejor. 

Coral Herrera Gómez


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