31 de mayo de 2010

Mujeres que se aman






Desde el principio de los tiempos las mujeres nos hemos amado entre nosotras; es un hecho que en nuestra cultura machista ha silenciado, invisibilizado y también castigado.  Son cientos de millones las mujeres lesbianas que han sido aisladas de su comunidad, insultadas, humilladas, torturadas, violadas, encarceladas o asesinadas solo por su orientación sexual y afectiva. 

Son muchas las que han tenido, y tienen aún que ocultar su lesbianismo para proteger su vida en países donde la homosexualidad se considera un pecado, una aberración, una enfermedad o un atentado contra la moral. La mayor parte de las religiones monoteístas son heterosexuales, sus dioses son heterosexuales, rechazan el placer, reniegan del cuerpo, dirigien la sexualidad hacia la reproducción como fin último y verdadero. Y ello ha condicionado enormemente la libertad y el bienestar de las mujeres que se aman durante siglos y siglos. 

Pero además, cualquier mujer que no se adapta a los cánones tradicionales de la feminidad (sumisión, fragilidad), es etiquetada como lesbiana, de modo que cualquier mujer empoderada, con iniciativa, que ejerce su derecho al libre albedrío y que rompe con las cadenas de su sujeción se considera que no solo es contestataria con el patriarcado, sino que se rebela ante los hombres, los rechaza e imita a la vez (hacen gala de su fuerza, su valentía, su inteligencia, características consideradas masculinas). 

 En el siglo XXI, en determinadas islas de posmodernidad y progresía, el lesbianismo comienza a despatologizarse, gracias principalmente a la lucha feminista y LGBTQ. La homosexualidad comienza a normalizarse, gracias a las leyes que permiten los matrimonios entre personas del mismo género, y a las campañas de sensibilización que convierten la homofobia en un miedo/odio políticamente incorrecto. 

Por eso mismo el movimiento queer rechaza esa normalización, lo que denominan la heterosexualización de la homosexualidad. Un@s desean la integración social y reproducen los roles, las costumbres de la cultura patriarcal heterosexual, y otr@s rompen con las tradiciones para promover la diversidad, el desvío de la norma, para que la diferencia se asuma como un factor de riqueza, y no de marginación.

Estos cambios sociales han permitido también que se vaya eliminando poco a poco el estereotipo de la mujer lesbiana como odiadora de hombres, mujer amargada, mujer masculinizada, mujer frustrada. Cuando la gente oye la palabra "lesbiana" piensan en mujeres feas, peludas, obesas y antipáticas que visten ropa de hombre. 

Lo bueno es que hoy se aprecia una variedad y una riqueza que dan al traste con el estereotipo, como es el caso de las mujeres famosas que salen del armario: pero también son muchas las que reivindican el derecho a no depilarse, a ser fea, a ser obesa, y a no mostrarse simpáticas cuando no nos apetece. 

No solo a nivel político y social, sino también en el área de la estética y la visibilidad, cada vez son más las mujeres empoderadas, famosas por su trabajo como actriz, como presentadoras de televisión, cantantes, deportistas, escritoras, etc. que comienzan a mostrarse en público con su pareja. Y eso es positivo, creo, porque desmorona la imagen de la mujer monstruosa, la idea de que el lesbianismo es anormal, y la patologización de las sexualidades diversas. 





Si vas por la calle mirando con ojos heteros ves la realidad de manera diferente a como la ves con una mirada más amplia. Con la mirada hetero ves a los obreros piropeando a una mujer, ves carteles publicitarios de mujeres heteros reclamando el deseo masculino desde las marquesinas de autobús, ves parejas heteros besándose o peleándose, ves familias heteros comiendo en un bar. Si amplías la mirada comienzas a ver a un montón de personas que no están constreñidas por su masculinidad o feminidad y que lucen una ambigüedad que no nos permite clasificarlas en uno u otro bando.  Ves mujeres que van dadas de la mano, hombres que se miran al cruzarse y se vuelven para sonreírse con complicidad, parejas de tríos, familias diversas, y el deseo circulando libre por el espacio imaginario. 




Llevo tiempo preguntándome si la invisibilidad de la homosexualidad femenina  ha permitido a las mujeres mayor libertad de movimientos para amarse y establecer una convivencia de pareja, porque en bastantes épocas y muchos lugares el orden masculino no se ha preocupado en exceso por las relaciones amorosas entre mujeres. En parte gracias a esta invisibilización, hay autoras que afirman que las lesbianas han sufrido una menor represión que la homosexualidad masculina, más castigada por la homofobia del patriarcado.

Adrienne Rich (1993) defiende la tesis contraria y afirma que la represión de la  homosexualidad femenina ha sido mayor que la ejercida sobre la masculina. Según Rich, son muchas las mujeres que han tratado de vivir su sexualidad y sus sentimientos al margen de las normas heteros que condenan lo homo como desviación y aberración,  a menudo con la creencia de que eran las “únicas” que lo habían hecho: “Lo han intentado, a pesar de que pocas mujeres se hallaban en posición económica de resistirse por completo al matrimonio y pese a que los ataques contra las mujeres no casadas se extendieron de la calumnia y la burla al genocidio deliberado, incluida la quema y tortura de millones de viudas y solteronas durante la caza de brujas en los siglos XV; XVI y XVII en Europa”.

Siguiendo el estudio histórico de Aldarte, podemos ver cómo la prohibición de la homosexualidad varía según las épocas y las zonas geográficas. En algunas sociedades no se distingue entre estos dos polos opuestos (homo/hetero), porque su sexualidad es más rica y diversa,  y en otras se apedrea hasta la muerte a todos los que viven su sexualidad alejados del orden patriarcal. En la Antigüedad griega la homosexualidad masculina se consideraba la más alta expresión del amor. Las mujeres vivían recluidas en los ámbitos cerrados y no participaban de la vida política y social porque no eran ciudadanas, sino personas de segunda clase, por encima de los esclavos.  Ello probablemente les permitió relacionarse en el ámbito privados y el mundo doméstico sin la injerencia de los hombres, que se relacionaban entre sí también con la mayor naturalidad. En el Imperio Romano el poder no se preocupa por la vida sexual de sus ciudadanos; la sexualidad es algo privado, salvo en los casos en los que se altera el orden social. En el siglo IV a JC., el historiador Plutarco entre otros, ha dejado constancia de la existencia de baños públicos diseñados para mujeres homosexuales femeninas, todas ellas perfectamente casadas, que eran satisfechas sexualmente por las esclavas felatoras mientras tomaban los baños, una institución muy reconocida en Roma. Se han documentado en este período bodas entre personas del mismo sexo, reguladas de igual modo que las bodas heterosexuales.


Las principales fuentes históricas para reconstruir la historia del lesbianismo en Occidente en esta época son los archivos eclesiásticos (sermones, homilías, encíclicas, concilios, catecismos...), y jurídicos (procesos judiciales, denuncias, sentencias...). Entre los cientos de casos de homosexualidad juzgados por tribunales laicos y eclesiásticos en la Edad Media y en los inicios de la modernidad, no se encuentra casi ninguno concerniente a relaciones sexuales entre mujeres. En el mundo secular, no religioso, existen referencias ocasionales a la sexualidad lesbiana; sin embargo, así como las leyes civiles contra la homosexualidad masculina son muy explícitas, no ocurre lo mismo con el lesbianismo. Casi ninguno de los actos juzgados en Europa entre los siglos XV y XVI corresponden a mujeres: cuatro juicios en Francia, dos en Alemania, uno en Suiza, uno en Holanda y dos en Italia; pero en cambio hay miles de casos de varones. El lesbianismo era un caso por lo general silenciado, pero muy común, sobre todo en el mundo religioso; algunos dirigentes eclesiásticos se esforzaron por frenar la homosexualidad femenina en las comunidades monásticas.

Las monjas normalmente eran hijas de familias de clase media y patricias, generalmente sin ninguna vocación religiosa, que eran recluidas en los conventos porque, aparte del matrimonio, el noviciado era el único camino en la vida al que podían optar. San Agustín advertía a su hermana monja diciéndole: “El amor que sentís entre vosotras debe ser espiritual y no carnal”. 

Carlomagno, en el siglo VIII, prohíbe a las monjas que compongan canciones de amor, sin embargo a lo largo de toda la Edad Media se popularizan en Europa los “Lais de Maria de Francia”. Los Concilios de París (1212) y Ruán (1214), prohibieron a las monjas dormir juntas y exigieron que una lámpara ardiese toda la noche en los dormitorios, para evitar la tentación. Las reglas monásticas prohibieron a las monjas entrar en las celdas de las otras y estaban obligadas a no cerrar con llave, de la misma forma les instaban a evitar especiales lazos de amistad en el interior del convento. En un periodo de diez siglos sólo se logran reunir una docena de alusiones al lesbianismo dispersas en sermones populares, poemas y manuales penitenciarios. 


En siglos posteriores, XVI, XVII y XVIII, las relaciones sexuales entre monjas es un tema recurrente en la literatura de la época, sobre todo en los países protestantes y círculos católicos. Hay novelas cortas y poemas que reflejan las relaciones sexuales entre monjas dentro de los conventos.

Brântome, el comentarista de las extravagancias sexuales de los cortesanos franceses a finales del siglo XVI, es el primer autor que inventa la palabra lesbiana en una recopilación de poemas amorosos entre mujeres al que tituló “Las lesbianas” haciendo clara referencia a Safo de Lesbos, una poetisa que vivió en esa isla y que escribía poemas de amor homoerótico. Según el estudio de Aldarte, al carecer de un vocabulario y unos conceptos precisos, se utilizó una larga lista de palabras para describir lo que las mujeres al parecer hacían: “masturbación mutua, contaminación, fornicación, vicio mutuo, coito, copulación... y en caso de llamarles de algún modo a quienes hacían estas terribles cosas se les llamaba  fricatrices,  esto es mujeres que se frotaban unas con otras, o tribadistas, el equivalente en griego de la misma acción”. 

En sus obras Brantome observa que: “últimamente las relaciones sexuales entre mujeres se han convertido en algo común tras la moda traída de Italia por una dama de alcurnia a quién no nombraré”. Aldarte afirma que probablemente se referiría a Catalina de Medici, reina de Francia, y al grupo de mujeres que seguía su ejemplo, conocido como el “Batallón volante “. Algunas de éstas eran jóvenes y/o viudas que preferían hacer el amor entre ellas a, según cuenta Brântome, “entregarse a los hombres y de esta forma quedar embarazadas y perder su honor”.

Conocidas en esta época son también Juana de Arco, (la doncella de Orleáns), la guipuzcoana Catalina de Erauso (llamada la monja alférez, aunque nunca llegó a tomar los hábitos) y la reina Cristina de Suecia, que abdicó en 1671 porque no quería casarse. Todas ellas se ocultaban tras prendas viriles y asumían roles masculinos; pueden considerarse mujeres que amaron a mujeres, aunque a pesar de ello parece que se mantuvieron vírgenes.

 El lesbianismo es equiparado en la legislación de la época con la masturbación, mientras que la homosexualidad masculina es considerada un delito más grave. De todas formas, la tendencia a considerar la sexualidad lesbiana como una ofensa menor no era unánime: en algunos estatutos legislativos franceses se castigaba con la pena de muerte.



A mediados del XIX es cuando la Medicina legal comienza a interesarse y a escribir sobre las sexualidades no ortodoxas bajo el nombre genérico de “atentados contra las costumbres”.  Los principales atentados son: la violación, el estrupo y el exhibicionismo: delitos de escándalo público, delitos contra la honestidad o contra el pudor. Es entonces cuando, como resultado de un largo proceso histórico de categorización, a la edad, el sexo, la clase y el estatus de las personas, se suma la orientación sexual como mecanismo de diferenciación social.  

A finales del siglo XIX, el sexólogo Havelock Ellis definía el lesbianismo de esta manera: “El carácter principal de una mujer invertida sexualmente es un cierto grado de masculinidad, los movimientos bruscos y enérgicos, la actitud y el andar, la mirada directa, las inflexiones de voz y, sobre todo, la manera de estar con un hombre, sin timidez ni audacia, son signos para un observador prevenido, de que ahí existe una anormalidad psíquica subyacente”.

 Lo más importante de esta definición es que estereotipa a la mujer lesbiana como masculina, para que las demás sepan que no es lo normal, y que amar a otras mujeres supone perder la feminidad (o lo que Ellis entendía por feminidad). Además, es la época en la que se trata al lesbianismo como enfermedad mental;  es frecuente que los estudios sobre homosexualidad femenina realizados a finales del siglo XIX se basen en las relaciones entre mujeres internadas en manicomios criminales. También se llega a definir el lesbianismo como uno de los fenómenos propios de las mujeres prostitutas; a ambas se les aplican los mismos sistemas de curación: lobotomía, electroshock, extirpación de genitales... (Aldarte, 2006)


Lo curioso es que a la mujer que no respondía a lo que se esperaba de su género, ni cumplía con sus roles de esposa, madre, cuidadora, era inmediatamente definida como lesbiana. Se definía a la lesbiana por el rol, la actividad que desempeñaba y no por el aspecto emocional, claro definidor de la lesbiana actual. Esta manera estereotipada de pensar a la lesbiana como mujer masculina  subyace todavía hoy en el discurso sexual de nuestras sociedades occidentales, aunque cada vez más bellezas femeninas supuestamente heterosexuales (actrices, modelos y artistas) declaren públicamente su homosexualidad.

Ya en el siglo XX, la Sexología llevó a cabo una campaña en las escuelas y centros universitarios en los años veinte en Gran Bretaña, destinada a prevenir contra el lesbianismo a las mujeres y chicas más jóvenes, porque se entiende el lesbianismo como perverso, marginal y maldito. Muchas mujeres se refugiaron entonces en matrimonios heterosexuales o desarrollaron un gran desprecio y compasión por sí mismas al aceptar la etiqueta de invertidas.

En el imaginario popular el amor entre mujeres, más que nunca a lo largo de la Historia, empieza a asociarse con la enfermedad, la demencia y la tragedia. Cuando el lesbianismo se considera patológico muchas mujeres lesbianas se patologizan a sí mismas sufriendo una falta de identidad, entrando en conflicto con el propio ser femenino y asumiendo formas de relación y valores sexuales masculinos. En la literatura del siglo XX escrita por lesbianas o que narra historias con protagonistas lesbianas, es frecuente encontrarse con personajes torturados, infelices y que a menudo fantasean con el suicidio. 





A principios del siglo XXI, el mundo Occidental está experimentando un proceso de empoderamiento de las mujeres lesbianas que comenzó en los años 70 con la revolución sexual, la lucha feminista y el activismo gay. Son muchos  los colectivos de mujeres lesbianas que luchan por su visibilidad y contra la marginación social, económica y política que sufren. Los avances son tímidos aún, pero importantes; sin embargo lo curioso es como en la esfera mediática poco a poco aparecen mujeres que no ocultan sus preferencias sexuales, que se muestran afecto en público, que visibilizan el deseo femenino y lesbiano- Uno de los gestos más impactantes creo que fue el beso de Madonna a Britney, porque marca un antes y un después. 

Evidentemente fue un gesto provocador que no tiene mucho de transgresor porque sirve para vender más discos, pero colateralmente abre una dimensión de la realidad invisibilizada y muestra un gesto de ternura y de deseo femenino al margen de lo que dictan las normas sexuales de nuestra cultura homófoba. Las reacciones masculinas frente al deseo femenino son variadas: ver a dos mujeres hermosas besándose pueden provocar su rechazo  (supongo que por un sentimiento de exclusión), pero también son muchos los hombres que se excitan con el deseo femenino aunque ellos no participen. Es decir, no sólo lo toleran sino que les gusta. El rechazo absoluto se da en hombres y mujeres que se sienten indignados por los ataques al mundo heterosexual, perfectamente ordenado y definido y orientado a la reproducción.




Actrices de la Serie L World


Pero se pongan como se pongan los guardianes de la moral heterosexual, hoy el mundo es mucho más variado y al deseo, por mucho que le pongas etiquetas, muros y límites, no hay forma de eliminarlo, y menos en una época en la que la gente ya no quiere reprimirse. En el mundo posmoderno  actual la gente quiere probar cosas nuevas, romper con la represión, acceder al placer, y hacer con su cuerpo lo que le apetezca. Las mujeres occidentales estamos conquistando espacios públicos, adueñándonos de nuestros cuerpos, disfrutando más de la sexualidad, y afrontando nuevos desafíos. Por eso la propaganda heterosexual es cada vez menos convincente; cada vez es más complicado seguir convenciendo a las mujeres que lo normal es que nuestro deseo se centre en los hombres. 

Por eso creo que es importante que exista una solidaridad de género entre nosotras,  independientemente de que seamos heteros, homos o bisex. Me encantaría que se expandiese una conciencia de clase, que eliminásemos las relaciones de competitividad y rivalidad de las mujeres, que nos apoyásemos las unas a la las otras. Eduquemos a las nuevas generaciones para que no reproduzcan las tradiciones discriminatorias, para que asuman su sexualidad sin miedo ni vergüenza, para que la diversidad no sirva para etiquetar y discriminar, para que podamos disfrutar de las diferencias sin miedo. 




Coral Herrera Gómez. 






13 de mayo de 2010

Mi Artículo en U.N.A: Redes con Visión de Género

Me han publicado un artículo en U.N.A sobre el lenguaje sexista y estoy refeliz:

Hay que darle con el ratón a las flechitas para pasar las páginas, es como un librito digital.
El mio empieza en la página 58.

PUEDES LEERLO EN http://www.unaonline.net/





U.N.A. es un medio de comunicación con perspectiva de género, concebido como un modelo de intercambio horizontal. Es una revista online para mujeres, y su filosofía es promover la igualdad desde la diferencia, la solidaridad y la apertura a todas las opciones y talentos  que tenemos las mujeres en nuestros diversos roles.

El objetivo principal de UNA es crear redes de trabajo y promover un uso no sexista del lenguaje. Además, brinda servicios de comunicación para asociaciones de mujeres (como prensa, diseño o formación) y organiza eventos, en coordinación con otras personas e instituciones, como jornadas, networking o talleres.



28 de abril de 2010

Hombres por la Igualdad



"Lo que verdaderamente es importante es que los hombres de hoy seamos capaces de ensanchar nuestro repertorio de comportamientos posibles; que empecemos a superar los recelos que nos produce el tránsito a una masculinidad más y más definida por nosotros mismos; que veamos ese tránsito no ya como una pérdida, sino como una ganancia, y que lo contemplemos como un modo de poner en funcionamiento todos los recursos internos que aún no hemos explotado.”  
(Donald Bell, 1987).




En la década de 1970, en los Estados Unidos, los hombres empezaron a reunirse y a formar grupos de autoconciencia masculinos de modo parecido a como hicieron las mujeres para reflexionar acerca de los papeles o roles tradicionales que se les han asignado durante siglos. En Gran Bretaña destacaron especialmente dos  grupos: Men for Men (que se reunía en Spectrum, Londres) y el grupo Achilles Heel, que publicó en 1978 una revista de política sexual con el mismo nombre en la que los hombres declararon sentirse víctimas de las limitaciones regidas por una masculinidad convencional.(1)


En estos grupos se reunían varones de distintas clases sociales y de diferentes orígenes que practicaban distintas formas de sexualidad. Fue una experiencia que todos los autores recuerdan como difícil y llena de frustración, según Rivera Garreta (2005), principalmente por la dificultad que encontraban para intimar entre sí, para expresarse, para confiar unos en otros y compartir sus experiencias, pese a que estaban deseosos de hacerlo. Algunos de ellos tenían sentimientos de temor y rabia ante los cambios que estaban experimentando las mujeres, que dejaron de estar atadas económica o legalmente a los hombres gracias a la lucha feminista que se estaba desarrollando en Occidente.


Al principio las relaciones de los hombres con el feminismo fueron de carácter ambivalente, porque en parte se sentían víctimas de la lucha de las mujeres por alcanzar la independencia y por cambiar sus roles sociales, y temían sus  logros personales y políticos. Sin embargo, pronto aprendieron a asumir esa inseguridad y esa ambigüedad y a tratarla como un fenómeno normal en el seno de una época cambiante. Entendieron que en lugar de negar tales emociones, debían tomar conciencia de ellas y del modo en cómo los estaba afectando. Debían explorar y afrontar esos sentimientos contradictorios:  


Nuestras sensaciones de inseguridad y resentimiento no nos convierten en seres sexistas o antifeministas. En realidad, probablemente sean índices de lo contrario, de que somos individuos que tratan de afrontar los cambios que tienen lugar en sus vidas. (…) Es probable que los hombres, en su intento por descubrir un nuevo concepto de la masculinidad, hayan de recorren un camino tan largo y áspero como el que recorrieron las mujeres. Las definiciones tradicionales y las exigencias de comportamiento no se desvanecen en el aire así como así, y nuestros sentimientos ambiguos y contradictorios seguirán formando parte de nuestras vidas, a veces en franco retroceso, a veces de modo más imperioso”. (Donald Bell, 1987).






Los hombres necesitaban reflexionar acerca de la masculinidad, el poder, la sexualidad, la paternidad, la violencia, las relaciones sexuales y sentimentales, y más tarde, el Sida. Se rebelaron contra la educación patriarcal que habían recibido (severa, pragmática, racionalista), y que les había convertido en adultos con dificultad para expresar emociones o compartirlas. Se rebelaron asimismo contra el padre ausente y la madre hiperpresente, que no les educaron para que fueran autónomos, sino dependientes de las mujeres en todos los asuntos domésticos y prácticos de la vida cotidiana. También asumieron la importancia de trabar relaciones solidarias y más expresivas con otros hombres, de reforzar las relaciones íntimas entre ellos y ser capaces de compartir emociones, sentimientos e inquietudes sin miedo a sentirse poco hombres o sin miedo a ser tachados de “afeminados”.


La propuesta de Sleider, según Rivera Garreta, fue recuperar el sentido de la emotividad masculina, “porque entienden que sólo recuperando las emociones personales concretas puede un hombre implicarse en las relaciones, partiendo de sí”. Sleider propuso una reinvención de la paternidad, para crearla libre de estereotipos y de instancias de poder y dominio, orientándola con el amor, porque “el hombre es también necesario en el proceso de la procreación humana, y porque es una riqueza, tanto para el hijo como para la hija, la relación significativa con su padre a lo largo de toda la vida”.

También manifestaron su deseo de separar sexualidad y poder: Saca el poder de tu cama y diviértete fue un lema recurrente de la época. El deseo de tener relaciones igualitarias con las mujeres, y de despojar de dominio y poder sus relaciones con sus hijos e hijas fue, según Milagros Rivera Garretas, fundamental porque supuso un cambio cualitativo en el orden simbólico y cultural.

Los hombres de los grupos de autoconciencia masculina dieron el paso político gigantesco de tratar de dejar de considerar el poder como un valor, para acabar entendiéndolo como un obstáculo en su objetivo de redescubrir la masculinidad. Desde entonces los hombres están expresando su deseo de liberarse de las estructuras de opresión de igual modo que las mujeres (2).  Cuando se han sentado a hablar, han descubierto que ellos también han sido víctimas de las rígidas estructuras patriarcales que entienden la masculinidad desde un punto de vista único, hegemónico y tradicional.


En la cúspide de esta jerarquía de masculinidades, se encuentra el hombre blanco, occidental, heterosexual, joven, viril,  valiente, forzudo, de emociones contenidas y cabeza de una familia numerosa donde su autoridad es incuestionable. ¿Y qué ocurre con los hombres ancianos, con los hombres enfermos, los hombres homosexuales, los hombres de otras razas, los hombres pobres?


La masculinidad tradicional y patriarcal impone la idea de que un hombre no llora, que los hombres no deben expresar sus emociones, ni dejar ver su sensibilidad, ni por supuesto, parecerse en nada a las mujeres. Además, los primeros estudios sobre la masculinidad inciden en la idea de que la virilidad hegemónica se impone sobre otras concepciones culturales de la masculinidad, sobre otras formas de entenderla. El machismo reclama al hombre que demuestre permanentemente su condición viril; si le retan, habrá de pelearse, si le cuestionan su autoridad en el marco familiar, deberá dejar claro "quién manda", si le ofenden, habrá de reparar su honor…






El macho tradicional no se relaciona en espacios de mujeres, sino de hombres (vida social, vida laboral, deportes…), por lo tanto, siempre teme a la mujer como lo diferente, lo misterioso, lo incomprensible. Y como la ternura, el amor, la generosidad, la entrega, el cuidado, la expresión de los afectos siempre han sido considerados femeninos, los hombres antipatriarcales reivindican su derecho a deshacerse de esos imperativos culturales que les dicen cómo tienen que ser, cómo tienen que actuar, lo que no deben ser y cómo tienen que relacionarse con el otro sexo. Estos hombres quieren proponer nuevas formas de masculinidad, quieren tener relaciones igualitarias con el sexo femenino, reivindican su derecho a disfrutar de su paternidad, quieren relacionarse con otros hombres y mujeres sobre la base de la confianza y la amistad profundas, quieren cambiar todos los roles que les fueron asignados nada más nacer sólo por pertenecer a un género predeterminado socialmente.


En el seno de estos grupos los hombres reflexionan sobre sí mismos, sobre la creación cultural de los roles impuestos, y debate acerca de cómo transformarlos, reinventarlos, para echar abajo la eterna guerra entre sexos. Los hombres igualitarios quieren incrementar su capacidad de comunicarse para poder estar cerca de sus parejas, para poder involucrarse en la vida en común, compartir tareas domésticas y cuidado y educación de los hijos. Los hombres antipatriarcales, quieren, en fin, un mundo más igualitario, justo y libre para todos. Desean la emancipación de las mujeres porque sienten que, con la de ellas se incrementará la suya. Se trata de liberarse de los roles y las etiquetas, y descrubrir nuevas formas de relación basadas en la libertad y la igualdad

“Los hombres nos hemos acostumbrado a confiar en las mujeres para darnos un masaje al Ego. Nos hemos vuelto hacia ellas, por lo general, desde una posición de fuerza, lo cual, por irónico que resulte, nos ha empujado a sentirnos en estrecha dependencia de las mujeres, al menos en lo tocante a la confirmación de nuestra autoestima. Ahora, por el contrario, tal vez haya llegado el momento de compartir nuestros sentimientos desde unos presupuestos de completa igualdad. Ello nos posibilitará, a manera de contrapartida, el modo de no enseñorearnos de nuestra tendencia a la dominación masculina sobre nuestra compañera, de no confiar en ellas para renovar nuestra evanescente autoestima” (Donald H. Bell, 1987)

Uno de los temas que más se trabajan en el seno de estos grupos de reflexión cuya militancia como movimiento tiene lugar sobre todo en el terreno de la cotidianidad y de la interacción social, es el espinoso y duro asunto del reparto de las tareas domésticas. Es un área especialmente delicada porque es el lugar donde se libran batallas a diario; muchas mujeres, de hecho, acusan a los hombres profeministas y proigualitarios de que se les da muy bien la teoría, pero son ellas las que siguen limpiando los retretes. 


El asunto del reparto de las tareas es una cuestión que trasciende el género porque las disputas en el campo de lo doméstico se dan también en hogares formados por mujeres o por hombres exclusivamente; el equilibrio igualitario siempre es difícil de alcanzar en cualquier tipo de convivencia comunitaria, y se sitúa a menudo en una permanente renegociación de las tareas asignadas a cada persona.


Pero cuando se trata de una pareja heterosexual o de una pareja homosexual que practica un reparto rígido y tradicional de los roles de género, la lucha trasciende la mera convivencia para dar paso a la eterna lucha entre los géneros. Limpiar retretes no es agradable para nadie, y como señala Pierre Bourdieu (1998), los hombres han estado instalados desde siempre en una clase social más alta que las mujeres, como si unos fueran de la nobleza y las otras del pueblo llano, y como si cada uno tuviese unas obligaciones particulares o unas aptitudes especiales según el género al que pertenecen.

Cuando las mujeres reclaman la igualdad no lo hacen tan sólo en el ámbito político o económico, sino también en el sentimental y sobre todo en el doméstico, que es en la actualidad el campo de batalla de las parejas posmodernas. Los hombres tratan de concienciarse de que su papel en el hogar no es el del señor que tiene una criada, ni tampoco que su rol sea “ayudar” a las mujeres, porque ambos miembros de la pareja traen hoy a casa el sueldo. Ellos aspiran a compartir igualitariamente las tareas, y se muestran dispuestos a aprender a coser y planchar, pero también exigen a las mujeres que se impliquen en las tareas de reparación, mantenimiento, bricolaje o jardinería, tareas domésticas que siempre han sido atribuidas al hombre y que también son duras.




Ante la sobrecarga de trabajo de la mujer posmoderna por su doble y hasta triple jornada laboral, dentro y fuera de casa, a algunos hombres no les representa contradicción alguna defender su propia “exención del trabajo doméstico” y al mismo tiempo aceptar la igualdad de los derechos de la mujer, según Ulrick Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim (2001). Sin embargo, muchos otros hombres han entendido que no pueden ya desentenderse de las cuestiones principales para sobrevivir, como son la nutrición, la higiene, las tareas de limpieza, etc. en el seno del hogar, y la crianza y educación de los hijos. Principalmente porque la mujer se siente sobreexplotada y porque, a la par, aumentan progresivamente los hogares monoparentales encabezados por hombres solteros, separados o divorciados.


De algún modo los hombres se sienten menos dependientes de las mujeres cuando aprenden y se encargan de estas tareas, porque les proporcionan autonomía para poder vivir solos si no tienen pareja, y les permiten asimismo convivir con mujeres u otros hombres mediante pactos de convivencia igualitarios, basados en la apetencia de estar juntos, y no en la necesidad y la dependencia mutua como hasta ahora. En este sentido, autores como Ulrick Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim han estudiado el “síndrome del ama de casa” que están experimentando los nuevos padres y los amos de casa, y cuyos principales efectos son la sensación de la invisibilidad de su labor, la ausencia de reconocimiento social y la falta de autoestima. Es entonces cuando los hombres revisan su opinión sobre el trabajo y reconocen la importancia del empleo remunerado para la autoafirmación, la independencia económica y la necesidad de las relaciones sociales, tanto para ellos como para sus parejas.






Autores como Donald Bell (1987) vaticinaron que los hombres y las mujeres “se sentirán probablemente obligados a mantener una estructura de trabajo dual tanto por razones económicas cuanto por lograr una sensación de éxito mutuo”. Es decir, para que ambos miembros de la pareja se sientan en igualdad de condiciones, la gran lucha del siglo XXI será la conciliación de la vida laboral con la vida personal, amorosa y familiar para ambos géneros, no sólo para las mujeres. Ellos también demandan ahora tiempo para disfrutar de su vida y de su familia; pero la estructura patriarcal aún condena a los primeros hombres que comienzan a disfrutar de bajas paternales para atender a su  compañera y su bebé. 


Para lograr esta igualdad y esta conciliación son necesarias soluciones en el área doméstica (pactos negociables de tareas), y en el área laboral, (como los trabajos a tiempo parcial para ambos integrantes de la pareja, horarios de trabajo más flexibles, posibilidad de realizar el trabajo desde casa, ampliación de la baja laboral por paternidad, etc.). En la actualidad, se han experimentado muchas de estas innovaciones en algunos países europeos, en sociedades que muestran históricamente un mayor compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres. 


Hay autores como Oscar Guasch (2000) que afirman que, a diferencia de lo acontecido con el feminismo, no existe aún ningún movimiento político sólido protagonizado por varones que consiga penetrar con sus propuestas todo el sistema social. Sin embargo, la importancia de este movimiento social radica en que también tiene un carácter político si consideramos que el lema de los 70 “lo personal es político” es cierto. En este sentido, sí creemos que el movimiento masculino está logrando un cambio significativo en las relaciones entre los géneros, y en las relaciones con sus hijos, sus hijas, sus amigos y demás redes sociales y familiares. Es decir, que sí han tenido un impacto relevante en la vida cotidiana de las personas, y éste aumenta gracias a la progresiva visibilización de estos grupos en los medios de comunicación de masas. 




Hoy en día, además de en los países de origen, existen grupos de hombres en Canadá, Inglaterra, Australia y algunos países de Latinoamérica, como Chile, Nicaragua, Guatemala o México. Estos grupos de hombres han formado asociaciones y organizaciones sociales con una labor activa y con cada vez mayor presencia en los medios de comunicación. Todos ellos tienen una fuerte presencia en Internet, gracias a la cual les es posible conocerse, coordinarse, y organizar asambleas internacionales de grupos de hombres para intercambiar información y experiencias.  Algunos de ellos son: Colectivo de Varones Antipatriarcales, NOMAS, Red Iberoamericana de Masculinidades, Foro sobre Masculinidades (El Salvador), Gendes (México), Colectivo Magenta (Perú), Hombres por la equidad (México), Colectivo de Varones de Valparaíso, Instituto Wem de Masculinidades (Costa Rica), Masculinidades y Género (Uruguay), Red Peruana de Masculinidades, National Organization of Men Against Sexism of USA,  Kolectivo Poroto, Achilles Heel (U.K),  XY (Australia), European Men Profeminist Network, EU-Men, Gender Trainers and Experts, Red Masculinidad FLACSO (Chile), Varones Argentina, Coriac, Intermis, Hombres con faldas; Collectif masculin contre le sexisme, Hommes contre le patriarcat, Coalition anti-masculiniste. Los grupos de hombres que trabajan principalmente contra la violencia machista son: The White Ribbon CampaignMen Against Violence Webring, ASI NO, Hombrecitos contra la Violencia Machista




En España los primeros grupos de hombres surgen en Valencia y Sevilla en 1985; en la actualidad, no sólo existen numerosos grupos de hombres en diferentes ciudades, sino que además existen grupos masculinos que trabajan por la abolición de la prostitución, por el fin de la violencia sexista, y por la igualdad de género. Entre los grupos más importantes a destacar se encuentran Red de Hombres por la Igualdad,  Red de Hombres profeministas; AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género); Centro de Estudios sobre la condición masculina (Madrid); Gizonduz; Grupo de Hombres Gasteiz, Hombres por la igualdad (Jeréz), Hombres por el Bienestar y el desarrollo personal, Prometeo. (León), Foro Hombres Igualdad, Hombres de Canarias por la IgualdadHombres en búsqueda. (Barcelona), Asamblea de Hombres Madrid, STOP Machismo (Madrid), Kontracorriente de Vallekas, (Madrid), Grupo de Hombres de Granada, Grupo de Hombres de Sevilla, Fundacion F.H.I.V.I.S ( Fuengirola), Hombres Solidarios (Granada), Alcachofa (Cataluña), Sopa de Hombres (Barcelona), Hombres Abolicionistas.







Coral Herrera Gómez

Este artículo es una síntesis de un capítulo del libro 

"MÁS ALLÁ DE LAS ETIQUETAS. Feminismos, Masculinidades y Queer ". Txalaparta, 2011.












BIBLIOGRAFÍA



1)    Badinter, Elisabeth: “XY La Identidad Masculina”, Alianza, Madrid, 1993.
2)    Beck, Ulrich, y Beck-Gernsheim, Elisabeth: “El normal caos del amor. Las nuevas formas de relación amorosa”, Paidós, Barcelona, 2001.
3)    Bell, Donald H: “Ser varón”. Tusquets, Barcelona, 1987.
4)   Herrera Gomez, Coral: "Más allá de las etiquetas. Feminismos, Masculinidades y Queer", Txalaparta, 2011. 


5)    Gil Calvo, Enrique: “El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno”,      
         Temas de Hoy, Ensayo, Madrid, 1997.
6)    Guasch, Òscar: “La crisis de la heterosexualidad”, Ed. Laertes, Barcelona, 2000.
7)    Rivera Garreta, María Milagros: “La diferencia sexual en la Historia”,  
         Universidad de Valencia, 2005.


Coral Herrera Gómez Blog

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