La masculinidad es una construcción que varía según las zonas
geográficas, las etapas históricas, la organización sociopolítica y económica
de cada cultura. Hoy quería hablaros de dos culturas pacíficas e igualitarias, la
tahitiana y la semai, donde la identidad masculina no está tan marcadamente
construida en oposición a las mujeres. No son las únicas culturas no
patriarcales, pero David Gilmore, antropólogo que ha estudiado en su obra los
diferentes tipos de masculinidad, admite que no son muy numerosas en nuestro
planeta.
VIRILIDADES NO HEGEMÓNICAS: TAHITÍ Y LOS SEMAI DE MALASIA
El primer contacto con Tahití se remonta al siglo XVIII, con la
expedición capitaneada por Cook. Desde las primeras visitas de los europeos, la
cultura tahitiana ha despertado la curiosidad occidental, sobre todo a causa de
su informal tratamiento de los roles sexuales. La mayoría de los visitantes se fijó
en la extraña ausencia de diferenciación sexual en los papeles que
desempeñaban en la isla. Por ejemplo, el marinero John Forster (1778) observó
que las mujeres tahitianas gozaban de una condición notablemente alta y que se
les permitía hacer todo lo que hacían los hombres. Había jefas con verdadero
poder político, algunas mujeres dominaban a sus maridos; todas las mujeres
podían participar en los deportes; incluso las había que practicaban la lucha
con adversarios masculinos. En general las mujeres iban y venían a su antojo,
conversando “libremente con cualquiera, sin restricciones”, cosa que extrañaba
a los occidentales.
Según el estudio llevado a cabo por Levy (1973), las diferencias entre los
sexos en Tahití no están muy marcadas, sino que son más bien borrosas o
difusas.
“Los varones no son más agresivos que las mujeres, ni las mujeres más
tiernas o maternales que los hombres. Además de tener personalidades similares,
los hombres y las mujeres también desempeñan papeles tan parecidos que resultan
casi indistinguibles. Ambos hacen más o menos las mismas tareas y no hay ningún
trabajo u ocupación reservados a un solo sexo por dictado cultural. Los hombres
cocinan de forma habitual. Además, no se insiste en demostrar la virilidad, ni
se exige que los hombres se diferencien de algún modo de las mujeres y los
niños. No se ejerce ninguna presión sobre los muchachos para que corran riesgos
ni se prueben a sí mismos, ni se les obliga a ser diferentes de su madre o
hermanas. La virilidad no supone pues ninguna categoría importante, ni
simbólica ni de comportamiento”.
En la cultura de Tahití, los varones no temen actuar de un modo que
los occidentales considerarían afeminado. Por ejemplo, durante las danzas, los
hombres adultos bailan juntos en estrecho contacto corporal, y la mayoría de
los varones va a visitar a menudo al homosexual del poblado (el mahu). El mahu del
poblado es un transexual que ha elegido ser mujer
honoraria. Es una figura parecida al berdache
de los indios americanos, o el wanith
de los omaníes musulmanes. Al mahu se
le tiene un gran respeto; viven como las mujeres, baila y canta con ellas,
tiene voz afeminada y entretiene a los hombres y los muchachos ofreciéndoles
sodomía y felaciones. La mayoría de los hombres tahitianos se relaciona
abiertamente con el mahu sin que eso les cause ningún problema, y
además, suelen asumir el papel pasivo en las relaciones con el mahu.
Los hombres tahitianos contestaban a las preguntas de Levy diciendo
que no hay diferencias generales entre el hombre y la mujer en cuanto a
carácter, pensamiento, características morales o dificultades en la vida. El
afeminamiento, según Levy, se acepta como un tipo corriente y general de la
personalidad masculina. Los muy machos se consideran extraños y
desagradables. Se espera de los hombres
no sólo que sean pasivos y complacientes, sino que ignoren los agravios. No hay
concepto del honor masculino que defender ni venganza que llevar a cabo.
Incluso cuando se les provoca, es raro que lleguen a las manos. Turnbull (1812)
afirmó al estudiarlos: “Su carácter es
extremadamente pacífico… nunca ví a un tahitiano fuera de sí durante toda mi
estancia”. Está prohibido entre ellos agredir y tomarse
la revancha, aunque se sientan estafados.
Otras características de esta ideología de la virilidad son:
-
El idioma tahitiano no expresa
gramaticalmente el género. Los pronombres no indican el sexo del sujeto ni del
objeto, y el género no desempeña ningún otro papel en la gramática. Casi todos
los nombres propios tradicionales se dan tanto a las mujeres como a los
varones.
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Los tahitianos no hacen ningún esfuerzo para proteger a las mujeres
ni para repeler a los intrusos extranjeros. De hecho, lo cierto es todo lo
contrario, para gran escándalo y deleite de los observadores occidentales.
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Los tahitianos no cazan, ni hay ocupaciones excesivamente peligrosas
o agotadoras que se consideren masculinas. Hay pesca abundante de agua dulce y
la tierra es muy fértil (todo el mundo tiene lo suficiente o lo arrienda por
una suma muy pequeña), tienen animales domésticos y no existen la
pobreza extrema ni los conflictos económicos.
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En la sociedad tahitiana no
hay luchas ni guerras. La economía más que competitiva es cooperativa, pues las
familias se ayudan entre sí tanto en la pesca como en la recogida de las cosechas.
Se alegran con subsistir y no se esfuerzan por acumular bienes. Lo
auténticamente tahitiano es no trabajar con esfuerzo, lo que sorprende al
occidental que los ve como perezosos.
LOS SEMAI: Según David Gilmore (1994), es un pueblo muy parecido al
tahitiano en su falta de esquema respecto a los sexos. Son una etnia pacífica
que sufrió una serie de incursiones de pueblos malayos, más numerosos y de
tecnología más avanzada, y que por ello adoptó la política de huir en vez de
luchar (Dentan, 1979). Son uno de los pueblos más tímidos de la tierra; y
además están racialmente muy mezclados, producto de décadas de mestizaje casual
con los malayos, los chinos, y cualquiera que pasara por sus enclaves
selváticos.
Los semai creen que resistirse a las insinuaciones, sexuales u otras,
de otra persona, equivale a una agresión contra esa persona. Punan es la palabra semai que designa
cualquier gesto, por muy discreto que sea, que haga sentir rechazo o
frustración a otra persona. Esto podría
atraer sobre el poblado el castigo de los espíritus, que prohíben cualquier
comportamiento incorrecto.
Para evitar la catástrofe, los semai siempre acceden mansamente a las
peticiones y proposiciones. Del mismo modo, un hombre o una mujer no pueden
acosar indebidamente a otro para tener relaciones sexuales. Evidentemente, los
semai no sienten celos sexuales y el adulterio es endémico. De las relaciones
fuera del matrimonio dicen: “Sólo es un préstamo”.
Las prohibiciones de herir los sentimientos de los demás suelen
equilibrarse, por lo cual el comportamiento sexual en los poblados semai
resulta generalmente conciliatorio, ya que es guiado por normas de extrema
cortesía. Sin concepto de honor masculino o de derechos paternos que los
inspiren, los varones semai no hacen ningún esfuerzo para impedir esa mezcla.
Tampoco hay consecuencias negativas para los frutos de violaciones: todos los
niños ilegítimos nacidos así son amados y bien atendidos, ya que los semai no
pueden soportar que se desatienda a los niños.
La personalidad semai se asienta en una omnipresente imagen de sí
mismo estrictamente no violenta. Ellos afirman que nunca se enfadan, e incluso
alguien que esté evidentemente enojado lo negará categóricamente. Las
discusiones a gritos están prohibidas porque los gritos “asustan a la gente”.
Si alguien se siente contrariado por las acciones de otro, simplemente se aleja
o pone mala cara. Si una disputa no puede solucionarse sin resentimientos, uno
de los antagonistas dejará el poblado. Los semai no tienen competiciones
deportivas ni concursos en los que alguien pueda perder o incomodarse. Nadie
puede dar órdenes a otro, ya que ello “le frustraría”.
Los semai no hacen distinción entre un dominio público masculino y
otro privado femenino. No hacen ningún esfuerzo por recluir o proteger a las
mujeres, y el concepto occidental de intimidad les es desconocido. Por ejemplo,
negarse a que alguien entre en su casa se considera un acto de extrema
hostilidad. El concepto de “lo mío” no tiene ningún significado para ellos. Le
dan poca importancia a las posesiones materiales y al individualismo. Disponen de abundante tierra para cultivar y todos cooperan en el
trabajo. No existe la propiedad privada, ni de la tierra, ni de los bienes de
consumo. Si alguien no tiene tierra para cultivar, puede pedir un trozo a un
amigo o pariente: se le entrega con mucho gusto.
A los varones les gusta cazar con cerbatanas impregnadas de veneno, y
con trampas, y además sólo cazan animales pequeños. Si topan con algún peligro,
salen corriendo. Al parecer, las cerbatanas son un símbolo fálico de su
virilidad. La ecuación arma = pene, adoptada también por los bosquimanos y
otros pueblos pacíficos, parece universal en los pueblos cazadores.
Pero no hay culto a la masculinidad, como tampoco lo hay en la
cultura tahitiana. Los semai tienen animales domésticos, sobre todo gallinas,
pero no se atreven a matarlos cuando están criados, por lo cual los intercambian
o los venden a chinos o malayos. Saben que ellos los matarán pero prefieren no
pensar en ello. Pescan también, tanto hombres como mujeres.
Uno de los aspectos más interesantes de la población semai es que la
división sexual de las labores se hace en virtud de preferencias, y no de
obligaciones o de prohibiciones. Las
mujeres participan en los asuntos políticos en la misma medida que los hombres,
pero suele haber menos jefas de poblado. A los hombres se les permite ejercer
de parteros (ayudan a las mujeres en los partos). Es decir, no hay reglas rígidas. Todos y todas pueden elegir
hacer aquello para lo cual se sienten mejor dotados sin recibir crítica alguna.
Fuentes bibliográficas:
1)
Gilmore, David D.: “Hacerse hombre. Concepciones
culturales de la masculinidad”, Paidós Básica, Barcelona, 1994.
2) Conell, R.W: “The men and the boys”,
Polity Press, Cambrigde, 2000.
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