La idea era que la casa nos embrutecía, nos aislaba y nos hacía dependientes de los hombres, así que nuestras madres feministas reclamaron su espacio en el mercado laboral para ser mujeres autónomas y libres. Se suponía que trabajar nos realizaba y nos empoderaba, pero hoy nosotras, las hijas feministas, nos encontramos con que trabajando seguimos siendo dependientes de nuestras parejas, que además de ser precarias estamos agotadas con la doble jornada laboral, que muchas renuncian a la maternidad o a la crianza, y que la conciliación es una fantasía.
Es imposible criar y trabajar a la vez si no contamos con una red de cuido (compañero-a, madre, hermanas, primas, vecinas y amigas), o si no explotamos a otras mujeres más pobres y necesitadas que nosotras. Los hombres siguen teniendo muchísimo más tiempo libre, y esto es una realidad tan dura y tan evidente como la brecha salarial, la desigualdad de oportunidades, el acoso sexual laboral, el trabajo gratis que hacemos a diario, el techo de cristal, la pobreza con rostro de mujer soltera y con hijes.
Realmente salir a trabajar miles de horas por 700 euros con no sé cuantos títulos en un curro de mierda, o pasar meses de tu vida buscando un hueco para evitar la exclusión me resulta mucho más embrutecedor que las tareas domésticas y la crianza. Lo digo porque lo estoy viviendo en persona: he batallado en el mercado laboral de varios países, sigo en la precariedad, elegí la maternidad al final de mi etapa reproductiva y estoy maternando a tiempo completo, sin ayuda de mi familia, sin nana ni guarderías. Y no me siento esclava por estar practicando la crianza con apego y la lactancia a demanda (ya van 14 meses), sino que me siento afortunada de poder disfrutar de esta etapa de mi vida y de no tener que renunciar como tantas madres que no tienen otra opción. A ratos es muy duro, por la energía que requiere, y por mil cosas más, pero lo estoy disfrutando mucho. Soy privilegiada porque además trabajo en lo que me gusta: escribir. Y aunque tengo menos tiempo para trabajar y menos ingresos, me he dado cuenta de que mi profesión no lo es todo en la vida, que puedo parar un poco, que me gusta cuidar y que me cuiden, que me gusta enseñar y aprender, que es una etapa bien linda la que estoy viviendo.
A mí la maternidad me permite poner en práctica mi feminismo, hacer autocrítica amorosa, aterrizar la teoría a la realidad, trabajarme los patriarcados que me habitan, y ser mejor persona, porque maternar requiere mucha generosidad, empatía, paciencia y solidaridad. Gracias al feminismo estoy trabajandomelo para educar a un niño que pueda llegar a ser un hombre libre de patriarcados, o al menos con herramientas para trabajarselos. Creo que esta forma de educar y acompañar a un ser humano en la construcción de su identidad es una contribución a la lucha feminista por la igualdad, la diversidad y los derechos igual de importante que mis libros, mis artículos, mis conferencias o mi Escuela del Amor.
Y bueno, pienso que las maternidades libres y elegidas son maravillosas, hoy en día es un privilegio poder disfrutar de educación sexual, acceso a anticonceptivos, y al aborto. Pocas mujeres en el mundo tienen sus derechos sexuales plenamente garantizados, y muchas son madres sin querer serlo. Los jueces, los médicos, los obispos y los políticos legislan sobre nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, y creo que en esto todas las feministas estamos de acuerdo en que tenemos que defender con uñas y dientes nuestros derechos.
Independientemente de si damos o no damos teta, si maternamos así o asá, si nos sumamos a una moda de crianza o a la contraria: lo importante es que podamos elegir y decidir, y que ninguna mujer se sienta atacada por querer ser madre o no querer ser madre, ni cuestionada en su forma de criar y educar. Porque resulta que no podemos elegir, no la mayoría de las mujeres de este planeta. Así que hay que trabajar para crear las condiciones que nos permitan no tener hijos si no queremos, y poder disfrutar de la crianza si queremos, y dedicarle el tiempo y las energías que queramos.
Para mi lo realmente subversivo es la revolución amorosa que pone en el centro de la lucha feminista los cuidados y los afectos. Y todavía más subversivo es poder abrazar la diversidad en todas las formas de maternar, de paterna y de cuidar, sin juzgar a las demás por el tipo de crianza que han elegido, sin batallar para imponer a las demás nuestra propia y particular visión de lo que está bien y lo que está mal, lo que es normal y anormal, lo que es o no natural.
En el feminismo estamos debatiendo eternamente si la maternidad es un sistema de opresión patriarcal o si las maternidades pueden ser feministas y subversivas. Unas defienden la idea de que
lo que nos libera es el acceso al mercado de trabajo, pero resulta que entonces alguien tiene que cuidarnos a los bebés, y a los familiares enfermos o con dependencia. Y ese alguien suele ser la mujer de la familia que se sacrifica por todo el mundo, que no necesita tener tiempo libre, que no tiene dinero propio, que no tiene vacaciones ni cotiza a la seguirdad social, o sea, las abuelas.
Cuando no hay abuelas, o cuando nuestras madres también trabajan y tienen su vida propia, entonces acudimos a las nanas o las niñeras, generalmente mujeres migrantes más pobres que nosotras que no pueden cuidar de sus hijas e hijos porque tienen que generar ingresos para mantener a una familia enorme.
Entonces, ¿liberarse unas para oprimir a otras?, ¿es eso subversivo?
Y de las que entran en el mercado laboral: ¿cuantas se dedican a lo que les gusta y les apasiona?, ¿cuantas pueden compatibilizar su carrera con su familia y su vida personal?, ¿cuantas tienen salarios dignos que les permite pagar guarderías?. Pues pocas, muy pocas.
¿Y hombres que puedan conciliar en sus trabajos, y que quieran implicarse en la crianza? Muy pocos, poquísimos.
También me hago otras preguntas: ¿cómo llevan los bebés lo de ver a sus mamás y papás dos horas al día?, ¿cómo es estar con gente que te cuida a cambio de dinero pero no construye un vínculo afectivo contigo?, ¿qué sucede cuando se construye un vínculo entre cuidadora y bebé, y los padres los separan?
Luego están las que defienden la idea de que las mujeres tenemos derecho a involucrarnos plenamente en los cuidados de los bebés, que disfrutamos mucho de esa etapa en nuestras vidas, que nos olvidamos del mercado laboral para poder ofrecer a nuestros hijos e hijas muchas horas de cuidado, aprendizaje, mimos y diversión.
Pero para ello no se trata de hacernos dependientes de nuestros compañeros ni pedirles que ejerzan su rol tradicional de proveedores de recursos, sino más bien crear las condiciones para que ellos también puedan criar si quieren, porque no nos engañemos: la crianza es cosa de tribus, no de una mamá sola.
La solución sería entonces formar redes de crianza y crear una renta básica que nos proporcionase un salario normal que nos permitiese elegir si queremos o no ser madres, y cuánto tiempo queremos dedicarle a la (p)maternidad y los cuidados, al menos en los primeros años de vida de los nuevos seres humanos que traemos al mundo.
En los feminismos necesitamos hablar mucho de maternidades y cuidados, y para eso tenemos que debatir y trabajar en equipo, y no excluir a nadie en el debate: las revoluciones sólo florecen cuando la gente está unida por una causa. Y nosotras tenemos muchas causas en común, siendo todas tan diferentes y diversas como somos. Así que vamos a seguir haciendo un feminismo muy grande en el que quepamos todas sin excepción.
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