"Lo que verdaderamente es importante es que los hombres de hoy seamos capaces de ensanchar nuestro repertorio de comportamientos posibles; que empecemos a superar los recelos que nos produce el tránsito a una masculinidad más y más definida por nosotros mismos; que veamos ese tránsito no ya como una pérdida, sino como una ganancia, y que lo contemplemos como un modo de poner en funcionamiento todos los recursos internos que aún no hemos explotado.”
(Donald Bell, 1987).
En la década de 1970, en los Estados Unidos, los hombres empezaron a reunirse y a formar grupos de autoconciencia masculinos de modo parecido a como hicieron las mujeres para reflexionar acerca de los papeles o roles tradicionales que se les han asignado durante siglos. En Gran Bretaña destacaron especialmente dos grupos: Men for Men (que se reunía en Spectrum, Londres) y el grupo Achilles Heel, que publicó en 1978 una revista de política sexual con el mismo nombre en la que los hombres declararon sentirse víctimas de las limitaciones regidas por una masculinidad convencional.(1)
En estos grupos se reunían varones de distintas clases sociales y de diferentes orígenes que practicaban distintas formas de sexualidad. Fue una experiencia que todos los autores recuerdan como difícil y llena de frustración, según Rivera Garreta (2005), principalmente por la dificultad que encontraban para intimar entre sí, para expresarse, para confiar unos en otros y compartir sus experiencias, pese a que estaban deseosos de hacerlo. Algunos de ellos tenían sentimientos de temor y rabia ante los cambios que estaban experimentando las mujeres, que dejaron de estar atadas económica o legalmente a los hombres gracias a la lucha feminista que se estaba desarrollando en Occidente.
Al principio las relaciones de los hombres con el feminismo fueron de carácter ambivalente, porque en parte se sentían víctimas de la lucha de las mujeres por alcanzar la independencia y por cambiar sus roles sociales, y temían sus logros personales y políticos. Sin embargo, pronto aprendieron a asumir esa inseguridad y esa ambigüedad y a tratarla como un fenómeno normal en el seno de una época cambiante. Entendieron que en lugar de negar tales emociones, debían tomar conciencia de ellas y del modo en cómo los estaba afectando. Debían explorar y afrontar esos sentimientos contradictorios:
“Nuestras sensaciones de inseguridad y resentimiento no nos convierten en seres sexistas o antifeministas. En realidad, probablemente sean índices de lo contrario, de que somos individuos que tratan de afrontar los cambios que tienen lugar en sus vidas. (…) Es probable que los hombres, en su intento por descubrir un nuevo concepto de la masculinidad, hayan de recorren un camino tan largo y áspero como el que recorrieron las mujeres. Las definiciones tradicionales y las exigencias de comportamiento no se desvanecen en el aire así como así, y nuestros sentimientos ambiguos y contradictorios seguirán formando parte de nuestras vidas, a veces en franco retroceso, a veces de modo más imperioso”. (Donald Bell, 1987).
Los hombres necesitaban reflexionar acerca de la masculinidad, el poder, la sexualidad, la paternidad, la violencia, las relaciones sexuales y sentimentales, y más tarde, el Sida. Se rebelaron contra la educación patriarcal que habían recibido (severa, pragmática, racionalista), y que les había convertido en adultos con dificultad para expresar emociones o compartirlas. Se rebelaron asimismo contra el padre ausente y la madre hiperpresente, que no les educaron para que fueran autónomos, sino dependientes de las mujeres en todos los asuntos domésticos y prácticos de la vida cotidiana. También asumieron la importancia de trabar relaciones solidarias y más expresivas con otros hombres, de reforzar las relaciones íntimas entre ellos y ser capaces de compartir emociones, sentimientos e inquietudes sin miedo a sentirse poco hombres o sin miedo a ser tachados de “afeminados”.
La propuesta de Sleider, según Rivera Garreta, fue recuperar el sentido de la emotividad masculina, “porque entienden que sólo recuperando las emociones personales concretas puede un hombre implicarse en las relaciones, partiendo de sí”. Sleider propuso una reinvención de la paternidad, para crearla libre de estereotipos y de instancias de poder y dominio, orientándola con el amor, porque “el hombre es también necesario en el proceso de la procreación humana, y porque es una riqueza, tanto para el hijo como para la hija, la relación significativa con su padre a lo largo de toda la vida”.
También manifestaron su deseo de separar sexualidad y poder: “Saca el poder de tu cama y diviértete” fue un lema recurrente de la época. El deseo de tener relaciones igualitarias con las mujeres, y de despojar de dominio y poder sus relaciones con sus hijos e hijas fue, según Milagros Rivera Garretas, fundamental porque supuso un cambio cualitativo en el orden simbólico y cultural.
Los hombres de los grupos de autoconciencia masculina dieron el paso político gigantesco de tratar de dejar de considerar el poder como un valor, para acabar entendiéndolo como un obstáculo en su objetivo de redescubrir la masculinidad. Desde entonces los hombres están expresando su deseo de liberarse de las estructuras de opresión de igual modo que las mujeres (2). Cuando se han sentado a hablar, han descubierto que ellos también han sido víctimas de las rígidas estructuras patriarcales que entienden la masculinidad desde un punto de vista único, hegemónico y tradicional.
En la cúspide de esta jerarquía de masculinidades, se encuentra el hombre blanco, occidental, heterosexual, joven, viril, valiente, forzudo, de emociones contenidas y cabeza de una familia numerosa donde su autoridad es incuestionable. ¿Y qué ocurre con los hombres ancianos, con los hombres enfermos, los hombres homosexuales, los hombres de otras razas, los hombres pobres?
La masculinidad tradicional y patriarcal impone la idea de que un hombre no llora, que los hombres no deben expresar sus emociones, ni dejar ver su sensibilidad, ni por supuesto, parecerse en nada a las mujeres. Además, los primeros estudios sobre la masculinidad inciden en la idea de que la virilidad hegemónica se impone sobre otras concepciones culturales de la masculinidad, sobre otras formas de entenderla. El machismo reclama al hombre que demuestre permanentemente su condición viril; si le retan, habrá de pelearse, si le cuestionan su autoridad en el marco familiar, deberá dejar claro "quién manda", si le ofenden, habrá de reparar su honor…
El macho tradicional no se relaciona en espacios de mujeres, sino de hombres (vida social, vida laboral, deportes…), por lo tanto, siempre teme a la mujer como lo diferente, lo misterioso, lo incomprensible. Y como la ternura, el amor, la generosidad, la entrega, el cuidado, la expresión de los afectos siempre han sido considerados femeninos, los hombres antipatriarcales reivindican su derecho a deshacerse de esos imperativos culturales que les dicen cómo tienen que ser, cómo tienen que actuar, lo que no deben ser y cómo tienen que relacionarse con el otro sexo. Estos hombres quieren proponer nuevas formas de masculinidad, quieren tener relaciones igualitarias con el sexo femenino, reivindican su derecho a disfrutar de su paternidad, quieren relacionarse con otros hombres y mujeres sobre la base de la confianza y la amistad profundas, quieren cambiar todos los roles que les fueron asignados nada más nacer sólo por pertenecer a un género predeterminado socialmente.
En el seno de estos grupos los hombres reflexionan sobre sí mismos, sobre la creación cultural de los roles impuestos, y debate acerca de cómo transformarlos, reinventarlos, para echar abajo la eterna guerra entre sexos. Los hombres igualitarios quieren incrementar su capacidad de comunicarse para poder estar cerca de sus parejas, para poder involucrarse en la vida en común, compartir tareas domésticas y cuidado y educación de los hijos. Los hombres antipatriarcales, quieren, en fin, un mundo más igualitario, justo y libre para todos. Desean la emancipación de las mujeres porque sienten que, con la de ellas se incrementará la suya. Se trata de liberarse de los roles y las etiquetas, y descrubrir nuevas formas de relación basadas en la libertad y la igualdad
“Los hombres nos hemos acostumbrado a confiar en las mujeres para darnos un masaje al Ego. Nos hemos vuelto hacia ellas, por lo general, desde una posición de fuerza, lo cual, por irónico que resulte, nos ha empujado a sentirnos en estrecha dependencia de las mujeres, al menos en lo tocante a la confirmación de nuestra autoestima. Ahora, por el contrario, tal vez haya llegado el momento de compartir nuestros sentimientos desde unos presupuestos de completa igualdad. Ello nos posibilitará, a manera de contrapartida, el modo de no enseñorearnos de nuestra tendencia a la dominación masculina sobre nuestra compañera, de no confiar en ellas para renovar nuestra evanescente autoestima” (Donald H. Bell, 1987)
Uno de los temas que más se trabajan en el seno de estos grupos de reflexión cuya militancia como movimiento tiene lugar sobre todo en el terreno de la cotidianidad y de la interacción social, es el espinoso y duro asunto del reparto de las tareas domésticas. Es un área especialmente delicada porque es el lugar donde se libran batallas a diario; muchas mujeres, de hecho, acusan a los hombres profeministas y proigualitarios de que se les da muy bien la teoría, pero son ellas las que siguen limpiando los retretes.
El asunto del reparto de las tareas es una cuestión que trasciende el género porque las disputas en el campo de lo doméstico se dan también en hogares formados por mujeres o por hombres exclusivamente; el equilibrio igualitario siempre es difícil de alcanzar en cualquier tipo de convivencia comunitaria, y se sitúa a menudo en una permanente renegociación de las tareas asignadas a cada persona.
El asunto del reparto de las tareas es una cuestión que trasciende el género porque las disputas en el campo de lo doméstico se dan también en hogares formados por mujeres o por hombres exclusivamente; el equilibrio igualitario siempre es difícil de alcanzar en cualquier tipo de convivencia comunitaria, y se sitúa a menudo en una permanente renegociación de las tareas asignadas a cada persona.
Pero cuando se trata de una pareja heterosexual o de una pareja homosexual que practica un reparto rígido y tradicional de los roles de género, la lucha trasciende la mera convivencia para dar paso a la eterna lucha entre los géneros. Limpiar retretes no es agradable para nadie, y como señala Pierre Bourdieu (1998), los hombres han estado instalados desde siempre en una clase social más alta que las mujeres, como si unos fueran de la nobleza y las otras del pueblo llano, y como si cada uno tuviese unas obligaciones particulares o unas aptitudes especiales según el género al que pertenecen.
Cuando las mujeres reclaman la igualdad no lo hacen tan sólo en el ámbito político o económico, sino también en el sentimental y sobre todo en el doméstico, que es en la actualidad el campo de batalla de las parejas posmodernas. Los hombres tratan de concienciarse de que su papel en el hogar no es el del señor que tiene una criada, ni tampoco que su rol sea “ayudar” a las mujeres, porque ambos miembros de la pareja traen hoy a casa el sueldo. Ellos aspiran a compartir igualitariamente las tareas, y se muestran dispuestos a aprender a coser y planchar, pero también exigen a las mujeres que se impliquen en las tareas de reparación, mantenimiento, bricolaje o jardinería, tareas domésticas que siempre han sido atribuidas al hombre y que también son duras.
Ante la sobrecarga de trabajo de la mujer posmoderna por su doble y hasta triple jornada laboral, dentro y fuera de casa, a algunos hombres no les representa contradicción alguna defender su propia “exención del trabajo doméstico” y al mismo tiempo aceptar la igualdad de los derechos de la mujer, según Ulrick Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim (2001). Sin embargo, muchos otros hombres han entendido que no pueden ya desentenderse de las cuestiones principales para sobrevivir, como son la nutrición, la higiene, las tareas de limpieza, etc. en el seno del hogar, y la crianza y educación de los hijos. Principalmente porque la mujer se siente sobreexplotada y porque, a la par, aumentan progresivamente los hogares monoparentales encabezados por hombres solteros, separados o divorciados.
De algún modo los hombres se sienten menos dependientes de las mujeres cuando aprenden y se encargan de estas tareas, porque les proporcionan autonomía para poder vivir solos si no tienen pareja, y les permiten asimismo convivir con mujeres u otros hombres mediante pactos de convivencia igualitarios, basados en la apetencia de estar juntos, y no en la necesidad y la dependencia mutua como hasta ahora. En este sentido, autores como Ulrick Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim han estudiado el “síndrome del ama de casa” que están experimentando los nuevos padres y los amos de casa, y cuyos principales efectos son la sensación de la invisibilidad de su labor, la ausencia de reconocimiento social y la falta de autoestima. Es entonces cuando los hombres revisan su opinión sobre el trabajo y reconocen la importancia del empleo remunerado para la autoafirmación, la independencia económica y la necesidad de las relaciones sociales, tanto para ellos como para sus parejas.
Autores como Donald Bell (1987) vaticinaron que los hombres y las mujeres “se sentirán probablemente obligados a mantener una estructura de trabajo dual tanto por razones económicas cuanto por lograr una sensación de éxito mutuo”. Es decir, para que ambos miembros de la pareja se sientan en igualdad de condiciones, la gran lucha del siglo XXI será la conciliación de la vida laboral con la vida personal, amorosa y familiar para ambos géneros, no sólo para las mujeres. Ellos también demandan ahora tiempo para disfrutar de su vida y de su familia; pero la estructura patriarcal aún condena a los primeros hombres que comienzan a disfrutar de bajas paternales para atender a su compañera y su bebé.
Para lograr esta igualdad y esta conciliación son necesarias soluciones en el área doméstica (pactos negociables de tareas), y en el área laboral, (como los trabajos a tiempo parcial para ambos integrantes de la pareja, horarios de trabajo más flexibles, posibilidad de realizar el trabajo desde casa, ampliación de la baja laboral por paternidad, etc.). En la actualidad, se han experimentado muchas de estas innovaciones en algunos países europeos, en sociedades que muestran históricamente un mayor compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres.
Hay autores como Oscar Guasch (2000) que afirman que, a diferencia de lo acontecido con el feminismo, no existe aún ningún movimiento político sólido protagonizado por varones que consiga penetrar con sus propuestas todo el sistema social. Sin embargo, la importancia de este movimiento social radica en que también tiene un carácter político si consideramos que el lema de los 70 “lo personal es político” es cierto. En este sentido, sí creemos que el movimiento masculino está logrando un cambio significativo en las relaciones entre los géneros, y en las relaciones con sus hijos, sus hijas, sus amigos y demás redes sociales y familiares. Es decir, que sí han tenido un impacto relevante en la vida cotidiana de las personas, y éste aumenta gracias a la progresiva visibilización de estos grupos en los medios de comunicación de masas.
Hoy en día, además de en los países de origen, existen grupos de hombres en Canadá, Inglaterra, Australia y algunos países de Latinoamérica, como Chile, Nicaragua, Guatemala o México. Estos grupos de hombres han formado asociaciones y organizaciones sociales con una labor activa y con cada vez mayor presencia en los medios de comunicación. Todos ellos tienen una fuerte presencia en Internet, gracias a la cual les es posible conocerse, coordinarse, y organizar asambleas internacionales de grupos de hombres para intercambiar información y experiencias. Algunos de ellos son: Colectivo de Varones Antipatriarcales, NOMAS, Red Iberoamericana de Masculinidades, Foro sobre Masculinidades (El Salvador), Gendes (México), Colectivo Magenta (Perú), Hombres por la equidad (México), Colectivo de Varones de Valparaíso, Instituto Wem de Masculinidades (Costa Rica), Masculinidades y Género (Uruguay), Red Peruana de Masculinidades, National Organization of Men Against Sexism of USA, Kolectivo Poroto, Achilles Heel (U.K), XY (Australia), European Men Profeminist Network, EU-Men, Gender Trainers and Experts, Red Masculinidad FLACSO (Chile), Varones Argentina, Coriac, Intermis, Hombres con faldas; Collectif masculin contre le sexisme, Hommes contre le patriarcat, Coalition anti-masculiniste. Los grupos de hombres que trabajan principalmente contra la violencia machista son: The White Ribbon Campaign, Men Against Violence Webring, ASI NO, Hombrecitos contra la Violencia Machista .
En España los primeros grupos de hombres surgen en Valencia y Sevilla en 1985; en la actualidad, no sólo existen numerosos grupos de hombres en diferentes ciudades, sino que además existen grupos masculinos que trabajan por la abolición de la prostitución, por el fin de la violencia sexista, y por la igualdad de género. Entre los grupos más importantes a destacar se encuentran Red de Hombres por la Igualdad, Red de Hombres profeministas; AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género); Centro de Estudios sobre la condición masculina (Madrid); Gizonduz; Grupo de Hombres Gasteiz, Hombres por la igualdad (Jeréz), Hombres por el Bienestar y el desarrollo personal, Prometeo. (León), Foro Hombres Igualdad, Hombres de Canarias por la Igualdad, Hombres en búsqueda. (Barcelona), Asamblea de Hombres Madrid, STOP Machismo (Madrid), Kontracorriente de Vallekas, (Madrid), Grupo de Hombres de Granada, Grupo de Hombres de Sevilla, Fundacion F.H.I.V.I.S ( Fuengirola), Hombres Solidarios (Granada), Alcachofa (Cataluña), Sopa de Hombres (Barcelona), Hombres Abolicionistas.
"MÁS ALLÁ DE LAS ETIQUETAS. Feminismos, Masculinidades y Queer ". Txalaparta, 2011.
BIBLIOGRAFÍA
1) Badinter, Elisabeth: “XY La Identidad Masculina”, Alianza, Madrid, 1993.
2) Beck, Ulrich, y Beck-Gernsheim, Elisabeth: “El normal caos del amor. Las nuevas formas de relación amorosa”, Paidós, Barcelona, 2001.
3) Bell, Donald H: “Ser varón”. Tusquets, Barcelona, 1987.
4) Herrera Gomez, Coral: "Más allá de las etiquetas. Feminismos, Masculinidades y Queer", Txalaparta, 2011.
5) Gil Calvo, Enrique: “El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno”,
Temas de Hoy, Ensayo, Madrid, 1997.
5) Gil Calvo, Enrique: “El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno”,
Temas de Hoy, Ensayo, Madrid, 1997.
6) Guasch, Òscar: “La crisis de la heterosexualidad”, Ed. Laertes, Barcelona, 2000.
7) Rivera Garreta, María Milagros: “La diferencia sexual en la Historia”,
Universidad de Valencia, 2005.
Universidad de Valencia, 2005.