17 de agosto de 2015

La masculinidad patriarcal y la violencia de género



El 90% de los hombres son asesinados por hombres, el 95% de las mujeres, también. De cada 3 mujeres en el mundo, 1 sufre o ha sufrido violencia por parte de un hombre. Los feminicidios son consencuencia de la cultura patriarcal en la que vivimos, aquí unas claves para entender cómo educamos a los hombres en la cultura del machismo y la violencia, cómo podemos hacer para desaprender lo aprendido, y cómo adquirir herramientas para acabar con la desigualdad, y construir un mundo más pacífico e igualitario. 




¿Por qué matan los hombres a las mujeres?


Los hombres matan a las mujeres en todo el mundo porque han sido educados, y están siendo educados, para que resuelvan sus conflictos mediante la violencia, por eso la mayoría de ellos la usan a lo largo de toda su vida para obtener lo que desean, o para arreglar sus problemas. 

Los hombres matan a las mujeres porque creen que son dueños de sus compañeras, sus hijas e hijos, su casa, su coche y su perro. Se sienten muy superiores a ellos, y como propietarios, hacen lo que les da la gana con ellos. 

Los hombres matan a las mujeres porque han sido educados desde niños para ser los reyes absolutos de la familia, y los dictadores en su hogar. Los niños aprenden que los hombres de verdad son siempre respetados, obedecidos y adorados, y que solo por ser varones gozan del amor incondicional y perpetuo de los suyos, especialmente si dependen de sus recursos económicos. 


Los hombres matan a las mujeres porque en la televisión aparecemos representadas como objetos de posesión que pueden ser comprados y vendidos, que pueden ser violados y abusados, que suelen sentir placer obedeciendo y sometiéndose, y que están ahí para satisfacer los deseos de cualquier varón que tenga algo de dinero. Y como cualquier objeto, si no servimos o no obedecemos, pueden destrozarnos con impunidad, porque la prensa lo llamará "crímen pasional" y explicara "sus motivos" (como si hubiese motivos para justificar el asesinato de una persona). 


Los hombres matan a las mujeres porque la gran mayoría no sabe gestionar sus emociones y viven presos de su sufrimiento, sus miedos, su dolor, sus traumas, sus inseguridades, sus malos recuerdos, sus carencias afectivas y sus problemas más íntimos. Cuanto más miedo y dolor acumulan, más dramáticos se ponen. Cuanto más inseguros se sienten, más violentos son.



Los hombres matan a las mujeres porque son machistas: creen que en el mundo unas personas valen más que otras, y nada más nacer se les coloca en la cúspide de la jerarquía socioeconómica y se les regala una serie de privilegios: mejores salarios, los puestos políticos y empresariales más altos, la propiedad de todas las tierras del planeta son de ellos (más de un 80%). Ellos gobiernan en mayor medida que las mujeres, ellos son los dueños de los bancos, las empresas, y los medios de comunicación.... ellos tienen los bienes y los recursos, lo que les da poder sobre los demás, y especialmente, sobre las mujeres. Nosotras somos, para los machistas fundamentalistas, como los animales: un objeto que se vende, se compra, se alquila, se intercambia por ganado, se disfruta, se explota, se mutila y se maltrata. 



Los hombres matan a las mujeres porque nuestra cultura amorosa es patriarcal y está basada en el egoísmo, en el sufrimiento, en la desigualdad, en las relaciones verticales, en las luchas de poder. El capitalismo romántico nos hace egoístas, el romanticismo patriarcal perpetúa los mitos románticos y ensalza el dolor como vía para alcanzar el amor. El romanticismo patriarcal está basado en la doble moral sexual, en el placer del sufrimiento, en la dependencia emocional femenina, en la violencia de género, en el odio como forma de relación, en el esquema de dominación y sumisión, o la estructura del amo y el esclavo. Los hombres se han creído que las mujeres somos buenas o malas, y siguen teniéndole miedo a nuestra libertad y autonomía, a nuestra sexualidad y erotismo, porque no saben cómo relacionarse con nosotras de tú a tú. Han sido educados para sentirse adorados, respetados y necesitados, no para construir relaciones igualitarias. 

Los hombres matan a las mujeres porque no soportan las derrotas. No saben gestionar una ruptura sentimental porque no les han enseñado que la gente puede seguir su camino libremente, que nadie nos pertenece, que todos somos libres para unirnos y separarnos. Los niños que son educados patriarcalmente en la competición más despiadada no tienen herramientas para relacionarse en condiciones de igualdad, necesitan sentirse ganadores, y por eso una ruptura sentimental se vive como un fracaso. No tienen herramientas para superar el duelo, no pueden hablarlo con nadie para no sentirse débiles o perdedores, no tienen a quién acudir cuando se sienten desesperados porque les importa más dar una imagen de ser alguien fuerte y poderoso. No pueden desahogarse, no saben pedir ayuda, y en la tele no dejan de enviarles el mensaje de que el uso de la violencia es legítima y normal cuando uno tiene que defenderse o defender sus propiedades.



Los hombres matan porque los héroes masculinos matan y están llenos de gloria. El dios de nuestra época es un dios guerrero, un macho mitificado por su fuerza y su violencia. En la publicidad, en los cómics, en las películas, en los videojuegos se rinde culto a todas horas a los guerreros asesinos, ya sean androides o caballeros medievales. Todos nuestros héroes consiguen sus objetivos a través de la violencia, por eso las películas se desarrollan entre balazos, bombazos, flechazos, navajazos, puñetazos, machetazos, y escenas de tortura y dolor. La mayor parte de las películas que emiten en cines y televisión tienen machos alfa, armas y sangre, gritos y violencia. En todos ellos el héroe exhibe su fuerza, su valentía, y su capacidad para aniquilar a quien se le ponga en el camino... los efectos especiales y la música de la ficción espectacular aumentan su poder de seducción sobre los espectadores y las espectadoras, que admiran la sensualidad de la violencia patriarcal y la poesía del sacrificio varonil.


15 de agosto de 2015

Los hombres y la violencia de género



El 90% de los hombres son asesinados por hombres, el 95% de las mujeres, también. De cada 3 mujeres en el mundo, 1 sufre o ha sufrido violencia por parte de un hombre. Los feminicidios son consencuencia de la cultura patriarcal en la que vivimos, aquí unas claves para entender cómo educamos a los hombres en la cultura del machismo y la violencia, cómo podemos hacer para desaprender lo aprendido, y cómo adquirir herramientas para construir un mundo más pacífico e igualitario. 


5 de agosto de 2015

Conferencia: La construcción sociocultural del amor romántico. Coral Herrera Gómez




Esta charla tuvo lugar en el Centro Cultural de España el 11 de junio de 2015 en Costa Rica.

La actividad fue organizada por The Goodbye Project, un proyecto de investigación teatral del grupo costarricense Teatro Abya Yala

En esta conferencia se habla del amor, las bienvenidas y las despedidas. Primero pueden ver el vídeo promocional realizado por AECID España, y después la conferencia completa en mi canal de youtube:


















1 de julio de 2015

Entrevista de RTVE para Documentos TV: "El machismo que no se ve"









El equipo de RTVE me entrevistó en Madrid y grabó mi charla en el Local de 3 peces, para el programa "Documentos TV".

Fue una experiencia divertida y disfruté un montón con Marisol Soto y Carolina. No sólo la directora y la realizadora eran mujeres: en producción estuvieron Uxía Buciños y Lola García, y en estilismo, figuración, vestuario y maquillaje Sonsy León, de Paletilla con Pinceles

Nos lo pasamos muy bien , estuvimos muy a gusto, y hablamos durante horas del amor, y los machismos que no se ven. 

Aquí les dejo el documental, es excelente, no se lo pierdan:



26 de junio de 2015

Otras formas de quererse son posibles




El amor es una construcción (cultural, social, política), y por eso, lo mismo que se construye, se puede deconstruir, reformar, eliminar, reconstruir, y transformar. El amor es una energía que mueve el mundo, y cambia con las épocas históricas y las culturas que se expanden a lo ancho del planeta, de modo que cambia, muta y se transforma como cualquier otra construcción humana. Otras formas de relacionarnos son posibles: ya es hora de que asumamos el reto colectivamente, con alegría y desparpajo, que liberemos al amor del patriarcado y del capitalismo, que inventemos otras formas de querernos, que reivindiquemos los afectos y los sentimientos como un espacio político, y que nos permitamos explorar otras formas de organizarnos.


Pese a que nos quieren hacer creer que el romanticismo es un asunto privado e individual, lo cierto es que el amor no es un virus ni una enfermedad a la que una ha de enfrentarse en solitario. No estamos condenados a padecer el hechizo del amor que nos roba el juicio y la sensatez, que nos quita horas de sueño, que nos hace infelices y desgraciados, que nos enloquece y nos enajena sin que podamos hacer nada por evitarlo. Se puede sufrir menos y disfrutar más del amor, es cuestión de ponerse manos a la obra.


Tenemos que desmontar el amor para volver a reinventarlo, y así transformar también nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos. Para acabar con este sistema jerárquico basado en la explotación de la naturaleza, los animales y las personas, y en la violencia de todos contra todos, necesitamos una transformación política, económica, social, afectiva, sexual, y cultural.


Necesitamos un cambio radical profundo en nuestras formas de relacionarnos con las personas, con los animales, con la naturaleza, con los pueblos y los países. Para lograrlo, necesitamos crear redes de solidaridad y ayuda mutua, acabar con la cultura del “sálvese quien pueda”, y trabajar colectivamente para mejorar las vidas de todos y todas.


Necesitamos derribar la desigualdad de género para poder construir relaciones basadas en la libertad, no en la necesidad y el interés egoísta de cada sexo. Tenemos que desaprender lo que significa ser mujer o ser hombre, para poder ser como queramos sin tener que someternos a las “normas de género” que nos imponen un estilo de vida, unos estereotipos y unos roles, y nos encierran en una identidad inmutable.


Despatriarcalizar el amor nos permitirá amarnos y querernos de tú a tú, sin jerarquías, sin dominación y sin violencia. Desmitificar todas nuestras historias de amor nos permitirá querernos los unos a los otros tal y como somos. Para poder desmontar el romanticismo patriarcal y capitalista, tenemos que ensanchar el concepto de amor a toda la comunidad, sin reducirlo a una única persona.


Tenemos que contarnos otros cuentos e inventar otros finales felices, mostrar la diversidad amorosa y sexual del mundo real, construir protagonismos colectivos y crear personajes capaces de salvarse a sí mismos, alejados de la masculinidad o la feminidad hegemónica.


Es necesario derribar las antiguas estructuras de dependencia e inventarnos otras formas de relacionarnos basadas en la solidaridad, la empatía, la libertad y la ternura social. Así podremos acabar con las guerras románticas, aprender a juntarnos y a separarnos con cariño, relacionarnos con amor con todo el mundo, y diversificar afectos.


Queriéndonos bien podremos acabar con las fobias y las enfermedades sociales como el machismo, la misoginia, el racismo, la xenofobia, la homofobia, o el clasismo. Con las guerras que hacemos contra los vecinos o los compañeros de trabajo, contra los raros y los diferentes… con más amor común, tendremos más herramientas para construir un mundo más pacífico y habitable.


Para aprender, organizarnos, celebrar, y transformar colectivamente el mundo que habitamos necesitamos mucho amor del bueno: es un asunto político que nos concierne a todos y todas, por eso es tan importante sacar el debate a las calles y a las plazas, a los congresos y las academias, a las asambleas y a los bares, a los medios de comunicación y a los espacios de discusión pública. Ya es hora de reivindicar el buen trato, el derecho al placer y al gozo, el respeto mutuo, las relaciones entre iguales, la expresión de nuestras emociones, la alegría de vivir y construir con más gente.


Tenemos que repensar colectivamente el amor, liberarlo de las estructuras que lo constriñen, romper con las normas del romanticismo tradicional y la doble moral sexual, derribar el régimen heterosexual, acabar con la sacralidad del dúo, cuestionar todos nuestros tabúes.


El reto es apasionante, porque una vez analizado y desmontado el amor, tenemos que lanzarnos sin referencias ni fórmulas mágicas a construirlo de nuevo, a probar nuevas vías de relacionarnos sexual, afectiva y sentimentalmente, a crear otros romanticismos que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más.


Sí, otras formas de querernos son posibles… hay que lanzarse sin miedo, apostar por la revolución de los afectos y las emociones, construir nuestras propias utopías para querernos bien, más y mejor.


Coral Herrera Gómez

23 de junio de 2015

Lo Romántico es Político





Otras formas de quererse son posibles

Sálvame: la utopía romántica de la transformación personal.

El amor romántico es hoy una utopía emocional colectiva: en nuestro mundo posmoderno la gente busca la fusión (con la media naranja y con el Cosmos), la salvación, la transformación y la felicidad a través del amor de pareja. El romanticismo es también una especie de religión individualista, con sus paraísos hechos a medida y con sus múltiples infiernos, con sus rituales de unión y separación, con sus propios símbolos, mitos, héroes y heroínas, y con sus mártires del amor.

Como cualquier utopía, el romanticismo posmoderno es un espacio mágico cargado de promesas de cambio y transformación. El amor es un proceso revolucionario personal porque trastoca nuestras vidas enteras, y construye puntos de inflexión en nuestras biografías: nos revuelve las emociones, desbarata nuestros  horarios y costumbres, nos lleva a tomar decisiones importantes, nos sitúa en estados extraordinarios que alteran nuestra cotidianidad, y nos eleva el espíritu hacia la inmensidad del Universo, la eternidad, la pureza, la perfección y la felicidad.

En los cuentos que nos cuentan, la magia del amor nos cambia la vida: las chicas pobres se convierten en princesas, los adolescentes inmaduros se convierten en hombres adultos y valientes, las ranas se transforman en príncipes azules, los monstruos recuperan su Humanidad, las hadas te paralizan (te duermen, o te congelan), las brujas preparan brebajes para enloquecer a sus víctimas, los muertos resucitan, los pájaros hablan, los dragones vuelan, y el amor lo puede todo. 

El amor no sólo puede cambiarnos la vida a mejor, sino que también contiene una promesa de salvación. Las protagonistas de los cuentos se salvan de la explotación laboral o del encierro en la torre a través del amor, pero también en la vida real el amor nos salva: la periodista que por amor se transforma en Reina de España, o la plebeya que se transforma en Princesa de Gales. Ninguna de las dos tendrá que hacer frente, como sus compañeras de generación, a la precariedad femenina,  a los vaivenes del mercado laboral, a las crisis económicas y el desempleo.

Letizia y Kate fueron elegidas por un príncipe azul europeo, pero no son las únicas: también las novias de los futbolistas multimillonarios se salvan de la angustia económica cuando son elegidas por los héroes de la posmodernidad. Las mujeres que logran emparejarse con líderes que acumulan recursos y poder se salvan todas (siempre y cuando logren mantener la pareja), por eso no es de extrañar que haya tantas mujeres en el mundo que en lugar de trabajar por su autonomía económica prefieren esperar a ser elegidas por algún hombre que las mantenga de por vida.

11 de junio de 2015

Video Coral Herrera Junio 2015



Este vídeo dura solo dos minutitos, lo hicimos en el Centro Cultural de España en Costa Rica para promocionar mi charlita de esta tarde en San José, espero que les guste ;)

21 de mayo de 2015

Amar más, amar mejor.


Amar más, amar mejor 

El amor en la posmodernidad se ha convertido en una utopía emocional de corte individualista que nos ofrece paraísos personalizados, hechos a nuestra medida. Hoy, bajo el lema del “sálvese quien pueda”, cada cual busca la solución a sus problemas: el romanticismo posmoderno nos seduce con la idea de que el amor nos salvará. De la soledad, de la pobreza, de la rutina, del aburrimiento, de nosotros mismos...

20 de mayo de 2015

¿Cómo sufrir menos cuando mi relación termina?




No hay fórmulas mágicas para no sufrir ante la pérdida de un ser querido, o frente a la ruptura de una relación familiar, de amistad, o de pareja. Nos duele mucho separarnos de nuestros seres queridos, pero hay algunas cosas que podemos hacer para pasar el duelo de la mejor manera posible. 

Los duelos cuanto más cortos, mejor. Cada cual necesita su tiempo para aceptar la realidad, pero si vamos a tener que asumir una realidad que no nos gusta y que no podemos cambiar, mejor que sea pronto. No merece la pena pasar años de nuestras vidas sufriendo, porque nuestras vidas son muy cortas, y se viven mejor cuanto más afecto damos y recibimos, y cuanto más amor tenemos a nuestro alrededor. 

El amor no es eterno, ni dura para siempre. Es una realidad constatable y medible: según las estadísticas de divorcios, segundas y terceras nupcias, la gente se junta y se separa en todo el planeta. Y es que el amor, como todo en la vida, empieza, cambia, se extingue, muta, evoluciona, o se estanca. A veces dura una noche, otras veces meses, o años de nuestra vida: unas relaciones funcionan a las mil maravillas, otras mejoran con el tiempo, otras se deterioran, y otras, simplemente, no funcionan, o dejan de funcionar pasado un tiempo.
Sin embargo, y aunque lo tenemos muy claro en la teoría (el amor dura lo que dura), nos cuesta mucho separarnos de la gente a la que amamos. Nos duele el alma si nuestro amor no es correspondido, o cuando notamos que ya no sentimos amor por alguien y queremos seguir nuestro camino, o cuando nuestro amado o amada nos comunica que ya no quiere estar con nosotras.

19 de mayo de 2015

Menos guerras románticas y más amor, por favor






Ilustración: Señora Milton



Vivimos en un mundo en guerra permanente: guerras entre naciones, guerras domésticas, guerras sociales, guerras sentimentales. Guerras en la casa, en el trabajo, en la cama, en nuestra cabeza… la mayor parte de ellas las sostenemos a diario con seres queridos o cercanos: con vecinxs, compañerxs de trabajo, o con la familia (por ejemplo, cuando llegan las herencias). Con nuestros hijos adolescentes en edad de rebeldía, con tu abuelo que no se quiere tomar la medicina, con tu suegra o tu nuera, con la gente del trabajo o del sindicato, con nuestras madres, con nuestras parejas, con los funcionarios de la administración, con la policía, con los empleados de la compañía telefónica, con la vecina del quinto piso…

Las peores guerras son las románticas: en el romanticismo patriarcal construimos el amor en base al egoísmo y el interés propio, las luchas de poder, y la asociación de amor y sufrimiento. Nuestra cultura mitifica la violencia pasional y justifica el odio romántico,  una constante que aparece en muchos relatos como una prueba de amor. Prueba de ello es la famosa película “La Guerra de los Rose”, cuyos mensajes principales son: “los que más se pelean, más se desean”, “quien bien te quiere, te hará llorar”, y “del amor al odio hay un paso” (y por tanto no tiene nada de extraño estar un día en un extremo, y al día siguiente en el otro).

En el cine y las telenovelas, en general, las parejas y ex parejas se tratan fatal (con gritos, bofetones, lanzamiento de objetos,  acusaciones, amenazas, reproches, insultos, humillaciones variadas, comentarios despreciativos, chantajes, acusaciones fundadas e infundadas…), pero la mayor parte de sus peleas a muerte acaban en reconciliaciones gozosas con orgasmos gloriosos.


Coral Herrera Gómez Blog

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