Si una persona se quita la vida cada 40 segundos en el planeta Tierra, es porque hay mucha gente sufriendo en un mundo organizado sobre la explotación de unos sobre otros. Este sistema no funciona: demasiada competitividad, exclusión, violencia, crueldad, egoísmo, injusticias y discriminación: caen tantos en el camino porque es imposible adaptarse a un mundo tan enfermo.
No tenemos herramientas para gestionar las emociones ni para resolver conflictos, no nos enseñan a cuidarnos ni a cuidar, no valoramos ni alimentamos las comunidades en las que vivimos, no nos tratamos bien, estamos cada vez más solos y solas. Para parar esta pandemia de sufrimiento mental y emocional, hay que acabar con la soledad, los malos tratos, la exclusión social, la pobreza y la precariedad, la colonización y el saqueo, las guerras y los discursos de odio.
Porque además del suicidio personal está el suicidio colectivo: estamos destruyendo nuestro clima y nuestro propio planeta. Nos estamos suicidado en masa. Hay que hacer un cambio y los niños y las niñas lo están pidiendo a gritos: quieren un mundo mejor. Sabemos cómo hacerlo, y sabemos por qué no lo hacemos. Hay que reflexionar sobre esto y tejer redes amorosas y de cuidados para que nadie se sienta excluida. Multiplicar las redes de apoyo y solidaridad para que nuestras vidas no sean tan duras.
Necesitamos un cambio enorme para parar la destrucción, aprender a convivir y a cuidarnos, y a cuidar el planeta. Y ponernos a construir entre todos y todas un mundo libre de violencia, de dolor y sufrimiento, un mundo en el que podamos queremos bien, y podamos disfrutar de la vida y del derecho a tener derechos. Y el derecho a tener un futuro. Se nos acaba el tiempo.