¿Como usamos las mujeres el poder? Una reflexión sobre la relación de las mujeres con el poder, y un ejercicio de autocrítica amorosa para que nuestra forma de ejercerlo no haga sufrir a nadie. Es desde los cuidados, la solidaridad y el compañerismo como podemos aprender a usar nuestro poder
No nos enseñan a usar nuestro poder. La mayor parte de las personas con más poder en la Tierra lo usan para beneficio propio, no para el Bien Común. Son inmensamente ricas y famosas, acaparan el dinero y las propiedades, explotan seres humanos sin misericordia, financian y provocan guerras, contaminan el agua, los suelos y el aire, destrozan el planeta sin escrúpulos, arrasan bosques, y se alían entre ellos para acumular todavía más poder, y más riqueza.
También hay personas que utilizan su poder para que los demás seres humanos vivan mejor: trabajan defendiendo los derechos humanos, la naturaleza y los animales, contribuyen al cuidado del planeta, ponen en marcha estrategias para mejorar la calidad de vida de las poblaciones humanas, financian o inventan técnicas y artefactos, medicinas y tratamientos, luchan por la paz y la igualdad, idean utopías posibles para construir un mundo mejor para todos y todas.
Más allá de los héores y heroínas, estamos los seres humanos corrientes, que tampoco sabemos usar bien nuestro poder, porque consciente o inconscientemente, hacemos daño a los demás o les perjudicamos con el objetivo de dominar nuestro entorno y vivir mejor.
¿Y las mujeres, como nos relacionamos con el poder?
Nosotras no somos propietarias de las grandes fortunas, de las tierras del planeta, de los medios de producción y comunicación. Las pocas mujeres ricas que existen, lo son porque han accedido a los recursos a través del matrimonio o de las herencias familiares.
Los grandes puestos de la empresa, los ejércitos, los cleros religiosos y la política siguen siendo de los hombres.
Nos han borrado de los libros de Historia, no se habla de nosotras en los libros de texto: cuando hemos tenido poder nos han invisibilizado en todas partes.
¿Dónde ejercemos nosotras, entonces, el poder? En el ámbito doméstico, principalmente, y en nuestras redes sociales y afectivas. Es en estos espacios en los que nosotras podemos utilizar nuestro poder para vivir mejor y para que los demás a nuestro alrededor vivan mejor, o para hacer sufrir a la gente que tenemos cerca.
Los encantos femeninos
En la cultura patriarcal nos enseñan a ejercer el poder a través de nuestros encantos y nuestro erotismo, por eso las mujeres nos sometemos a la tiranía de la belleza y gastamos toneladas de tiempo, de energía y de recursos en estar guapas, estar a la moda, y resultar atractivas para los hombres.
En un mundo que no nos pertenece, y en el que cobramos menos salario que los hombres y nos tratan peor que a ellos (sufrimos más la precariedad y el desempleo, nos siguen despidiendo por quedarnos embarazadas, etc), nos ofrecen la posibilidad de explotar nuestros encantos femeninos para conseguir marido, recursos, o posición social.
Además, nos ponen a competir y a rivalizar entre nosotras para seducir y enamorar a los hombres, de manera que usamos nuestro poder para hundir a las "enemigas" y a las posibles enemigas, creyendo que en esta guerra del amor, entre nosotras vale todo.
Y no, no vale todo.
No vale tratar mal a una ex de tu pareja, ni tratar de seducir a tu ex cuando ha rehecho su vida, ni ser cómplice de un hombre infiel que obliga a su pareja a vivir en monogamia mientras se divierte contigo. No está bien ver al marido de tu amiga en Tinder y no contarle nada, o dejar que otras mujeres vivan en la ignorancia cuando todo el mundo sabe que su marido la obliga a ser monógama y él no lo es.
Las mujeres necesitamos información para combatir el autoengaño y la estafa romántica, y para poder tomar decisiones que nos liberen de relaciones basadas en la mentira o la explotación.
No deberíamos ser cómplices de los machos que, para dominar a sus parejas, las hacen sentir inseguras y las manipulan tratando de despertar sus celos.
No deberíamos competir por el afecto de un macho poliamoroso que nos junta a todas en el mismo espacio para sentirse poderoso,
ni intentar hacerte amiga de una pareja sólo porque te gusta uno de los dos y quieres aprovechar la "amistad" para estar cerca de esa persona.
Usar el poder contra otras mujeres
También dentro de las relaciones familiares las mujeres nos tratamos mal y nos hacemos sufrir unas a otras. Un ejemplo de esta guerra es la que se da entre nueras y suegras en torno al amor del macho. Hay mujeres que tratan mal a la madre de su compañero, hay mujeres que tratan mal a la compañera de su hijo, tratando de separarlo emocionalmente de la otra a través de crueles estrategias de guerra que nos hacen sufrir durante años, o toda la vida.
Nos gusta cuando ganamos, nos da rabia cuando gana la otra: cuando te metes en luchas de poder infernales, es muy complicado salir de ellas, y sacan lo peor de ti. Puedes ser muy buena persona, pero cuando sientes mucha rabia, mucho dolor, odio, o envidia, es muy dificil portarte bien. Y lo peor, cuanto peor te portas con la otra persona, peor persona te sientes, y más dolorosa se vuelve la situación. Tenemos que salir de esas luchas de poder contra otras mujeres, porque la rabia nos acaba devorando y nos hace daño a nosotras mismas, y a toda la gente que está alrededor.
También competimos con nuestras propias amigas, con compañeras de trabajo, con vecinas, con compañeras de lucha, o con las amigas de nuestra pareja. Las mujeres hemos interiorizado la guerra mundial que existe contra nosotras, y la aplicamos contra nosotras mismas, y entre nosotras.
Podéis verlo en las redes sociales con las mujeres que para ganar seguidores y seguidoras, abren hilos para generar polémica y atraer a sus muros a las seguidoras de la mujer que están atacando. Las guerras en redes sociales siguen todas el mismo patrón: exponemos y señalamos a una compañera, la atacamos, las demás nos aplauden, vienen las defensoras de la atacada, y empieza el jaleo: se cruzan los insultos, las humillaciones, los sarcasmos, las puñaladas, las burlas, los castigos, y cuando una de las dos se queja, se le acusa de estar victimizandose, porque lo que la gente quiere ver en las redes es sangre.
Igual que en el circo romano hace dos mil años: a la gente le encantan las polémicas y disfruta repartiendo zascas, y viendo como alguna mujer reparte zascas a otra. Son como los vídeos de las mujeres peleando en el barro: provocan adicción. Y llega un momento en que la gente necesita más y más, por eso cada semana le toca sufrir un ataque a una mujer nueva, por eso tantas están abandonado las redes y están quedando silenciadas: es como si se murieran en la vida virtual.
Las técnicas para ejercer la violencia y la crueldad en redes son siempre las mismas: un tono horrible de desprecio y asco al hablar de la persona a la que vas a atacar, la generación de malentendidos, bulos, y fakes, el sacar de contexto las palabras de alguien para que parezcan lo contrario de lo que quiso decir, la humillación mediante la burla, el acoso constante para intimidar y silenciar a la persona atacada...
Esta ciberviolencia no se considera maltrato ni violencia: la hemos naturalizado como si las ciberguerras fueran algo natural, algo que forma parte intrínseca de estar en redes sociales. Es más: hay muchísima gente que se aburre si entra en redes sociales y no encuentra peleas ni linchamientos: hemos aprendido a disfrutar sufriendo y haciendo sufrir a los demás, y tenemos muchos argumentos para justificar nuestros ataques, pensando que las otras están equivocadas.
Nos juzgamos unas a otras, propagamos chismes, ridiculizamos a las mujeres que no nos caen bien... en lugar de ignorarlas, las atacamos, y nos dan enormes subidones de adrenalina cuando vamos ganando la batalla.
Nosotras siempre llevamos la razón, la culpa es de las otras.
¿Qué ocurre cuando nunca hemos tenido poder y un día de pronto lo tenemos?
Cuando, por ejemplo, resultamos elegidas alcaldesas en nuestro pueblo, o somos ascendidas a jefas en nuestra empresa, o tenemos un cargo en un sindicato, una institución, o un colectivo, o cuando entramos en los cuerpos de seguridad del Estado, ¿cómo usamos el poder nosotras?.
De la misma manera que los hombres, porque nos han educado en el patriarcado, lo hemos interiorizado, lo llevamos dentro, lo sufrimos y lo ejercemos sobre los demás.
Todos tenemos por encima a gente que tiene más poder que nosotros, y también tenemos por debajo mucha gente que tiene menos poder, lo que implica que igual que nos explotan a nosotras, nosotras también podemos explotar a los demás.
Y lo hacemos, por eso hay mujeres empresarias que evaden impuestos, jefas abusonas, mujeres políticas que roban a los ciudadanos, mujeres policías que maltratan a los detenidos.
Vivimos en un mundo patriarcal: todos y todas somos patriarcado, porque hemos nacido en él y nuestra cultura entera está volcada en mitificar a la gente que acumula poder y somete al resto.
¿Y nosotras, las mujeres de a pie que no tenemos cargos, ni fama, ni dinero, como ejercemos nuestro poder?
Lo hacemos a través del dinero y la explotación de las mujeres más empobrecidas: ejercemos el poder patriarcal, por ejemplo cundo ganamos un salario precario y contratamos a una mujer que nos sustituya en la casa y los cuidados pagándole un salario de miseria.
O cuando compramos ropa barata y muy barata cosida en condiciones de esclavitud por mujeres y niñas en la pobreza.
O cuando alquilamos una mujer para comprarle su bebé, porque nosotras no podemos realizar nuestro gran sueño de ser madres.
Las mujeres imitamos a los hombres y ejercemos el poder de forma patriarcal porque la mayoría de las mujeres no conocemos otras formas de organizarnos que no sean jerárquicas. O las conocemos (¿quién no ha oído hablar de la cooperación, la solidaridad, el trabajo en equipo, las redes de apoyo mutuo, el altruismo?), pero vivimos en un mundo en el que el pez grande se come al chico, y para sobrevivir y llegar a algo en la vida nos han dicho que tenemos que pisotear a las demás.
En el entorno laboral, por ejemplo, las mujeres podemos maltratar a nuestras compañeras o a nuestras subordinadas, podemos apropiarnos de su trabajo, podemos hablar mal de ellas, tratar de hundir su prestigio, y difundir rumores falsos para que la despidan, o para que nos den su puesto a nosotras.
Es la alianza entre el capitalismo y el patriarcado: mujeres competitivas que se hacen daño entre ellas para obtener recursos y poder.
Lo hacemos también dentro de los colectivos a los que pertenecemos, y en los movimientos sociales en los que batallamos, con todas aquellas mujeres que no piensan como nosotras, o con mujeres que envidiamos y con quien competimos para alcanzar puestos de liderazgo.
A veces las detestamos, pero otras veces en realidad las admiramos y nos atraen poderosamente, sólo que nos han hecho creer que para brillar una, es necesario apagar el brillo de las demás.
Por eso practicamos con tanto entusiasmo la cultura de la cancelación, porque nos sentimos poderosas cuando queremos cerrarle la boca a las mujeres poderosas, que se callen, que desaparezcan, que mueran en el mundo virtual. Creemos que al cancelarlas a ellas, debilitamos a todas las que piensan como ellas, y les enseñamos lo que les puede pasar si se posicionan públicamente en cualquier tema. Es una advertencia para las del otro bando: si expones tus ideas, te hacemos desaparecer.
Lo llamamos empoderamiento femenino, pero en realidad es dominación patriarcal ejercida por mujeres.
Perdemos demasiado tiempo y energía en esas batallas, y dejamos de lado lo verdaderamente importante: que hay millones de mujeres sufriendo los efectos de la pandemia, encerradas con sus maltratadores, sin trabajo y sin ayudas, sin ingresos de ningún tipo, algunas sin papeles. Mujeres explotadas en el campo, en los hospitales, en las residencias de mayores, en las casas de gente rica: se nos olvidan porque estamos enfrascadas en otras batallas que nos revuelven las emociones y nos enganchan poderosamente.
Y es que, ¿qué sentimos sabiendo que podemos destrozar la carrera de cualquier persona con un solo click? Desde casa, gozando del anonimato, unas denuncian a otras y se sienten como diosas: basta un segundo para ejercer tu poder y hundir a alguien que no te gusta. Los propietarios de las redes lo saben, por eso refuerzan el enfrentamiento y la polarización, y por eso dan más visibilidad a las publicaciones violentas, a las polémicas y a los linchamientos que al resto de las publicaciones.
¿Como usamos nuestro poder con la gente que nos quiere?
Al enamorarnos, algunas de nosotras le damos todo nuestro poder a un solo hombre. Se lo damos gratis, altruistamente, como si no lo necesitásemos para nada. Les damos poder aunque no nos quieran y no nos traten bien: creemos que en eso consiste el amor, en darle todo el poder a la otra persona para que nos ame de un modo total y absoluto.
Y sin embargo, las mujeres también ejercemos el poder desde la sumisión. Y muchas tenemos poder sobre nuestras parejas, sobre todo si son dependientes económica o emocionalmente. Hacemos cosas como salvarle la vida a hombres alcohólicos, ludópatas, toxicómanos o con problemas economicos para generar una deuda eterna, porque creemos que cuando se recuperen nos tendrán que amar para siempre.
Pero sobre todo, las mujeres tenemos poder sobre las personas y animales que dependen por completo de nosotras: familiares con discapacidades, enfermos o accidentados, mascotas, niños y niñas.
Cuanto más dependen de nosotras, más grande es nuestro poder, y muchas de nosotras no sabemos cómo hacer para que nuestro poder le haga bien a los demás. Porque no nos han enseñado, y vivimos en una cultura individualista, narcisista y egocéntrica.
Nos gusta sentirnos necesarias, importantes, imprescindibles, por eso hay mujeres que no enseñan a sus hijos varones a ser autónomos y a cuidarse a sí mismos, de manera que dependan siempre de ellas.
El poder de los hombres ha sido siempre desde la tiranía: yo os mantengo, así que me obedecéis todos. Desde su poder económico dominan, manipulan, controlan y explotan a sus mujeres, hijas e hijos, sirvientes y criadas: muchos hombres viven en sus casas como reyes, lo mismo en la sociedad feudal como en la actual. La democracia no ha entrado aún en millones de hogares.
¿Y las mujeres, cómo sometemos y explotamos a los demás?
Por un lado, es cierto que cuantos más derechos y privilegios tiene una mujer por su color de piel, clase social, idioma, orientación sexual, capacidades, etc., más poder tiene.
Pero también es cierto que todas las mujeres del mundo tienen su poder en el mundo de los afectos, las emociones y los sentimientos: es el único terreno en el que hemos podido triunfar y ganar batallas.
Un ejemplo está en las guerras entre madres e hijas, entre nueras y suegras, entre cuñadas. La familia feliz es un mito: sufrimos tanto en el entorno familiar porque los seres humanos buscamos la manera de controlar, dominar, explotar a los demás en beneficio propio. Son los valores del capitalismo, que te obligan a quitarle a los demás su riqueza para que tú puedas acumularla y acapararla.
Este es el origen de casi todas las luchas de poder: la necesidad de cumplir nuestros deseos y satisfacer nuestras necesidades sin tener en cuenta la dimensión ética de esos deseos y esas necesidades. No nos enseñan a pensar sobre cómo podríamos ejercer nuestro poder sin hacer el mal, y sin hacer sufrir a nadie.
Las mujeres hemos aprendido a dominar desde posiciones de sumisión y subordinación, primero como estrategia de supervivencia, y además por la necesidad de acumular poder para que no nos dominen los demás. O para que crean que nos dominan, pero en realidad no.
El mito del amor romántico nos ha engañado haciéndonos creer que si enamoramos al príncipe azul nos convertiremos en reinas de nuestro hogar, en emperatrices de nuestro pequeño mundo. Nos han hecho creer que podemos manejar a los hombres seduciéndoles y enamorándoles, por eso nos sentimos tan fracasadas cuando no logramos que se rindan a nuestros pies. Y en parte, por eso nos quedamos en relaciones en las que no nos quieren bien y no nos cuidan bien: porque nos empeñamos en que algún día la tortilla de la vuelta.
¿Y cuando da la vuelta la tortilla?
Generalmente las mujeres tienen que esperar treinta o cuarenta años, es decir, empezamos a tener poder sobre nuestras parejas cuando los hombres envejecen y empiezan a depender más y más de nosotras. Cuando enferman, cuando caen en depresión, cuando pierden su fuerza física, cuando pierden su puesto de trabajo, cuando se debilitan sus erecciones, cuando no pueden cumplir con su rol de proveedor principal... es entonces cuando los hombres empiezan a encerrarse en casa y a pedirles a sus esposas que se encierren con ellos para cuidarles y acompañarles.
¿Cómo podríamos hacer para aprender a usar nuestro poder?
Lo primero es tomar conciencia de cómo podríamos hacer para que nuestro poder no haga sufrir a los demás: ni a nuestras iguales, ni a la gente que es más vulnerable que nosotras.
Lo segundo, tomar conciencia de que la violencia verbal, psicológica y emocional es violencia, y tomar conciencia de cómo nos duele sufrirla, y cómo les duele a los demás.
En tercer lugar, pararte a pensar cómo llevar el feminismo a la práctica, qué estás aportando a tu comunidad en el día a día, cómo contribuyes al Bien Común, cómo ayudas a la gente, qué impacto tienen tus estrategias en los demás.
En cuarto lugar, tomar conciencia de que la felicidad es política: no puedes ser feliz si a tu alrededor la gente sufre. La felicidad tiene que ser para todos y todas, no sólo para ti.
Y por último, es urgente que entendamos que nuestras emociones no pueden hacer daño a nadie, que hay que acabar con el sufrimiento de la gente, cuidar nuestra salud mental y emocional, y ponernos a pensar cómo hacer construir relaciones basadas en el respeto, la sororidad, el apoyo mutuo, la solidaridad y el compañerismo. No es necesario que estemos de acuerdo en todo: basta con que aprendamos a comunicarnos y a relacionarnos desde la filosofía de los cuidados y la no violencia.
Los cuidados son la clave para aprender a usar tu poder: los cuidados hacia ti misma, los cuidados que recibes de los demás, y los cuidados que das a los demás. Desde esta filosofía, tu poder puede servirte a ti sin tener que perjudicar a los demás.
Basta con hacer un poco de autocrítica amorosa para tomar conciencia de como nuestros deseos, emociones, palabras y acciones impactan en la vida de los demás. Es el único camino para liberarnos del poder patriarcal que nos tiene en guerra permanente con el mundo, con nosotras mismas y con las demás mujeres: trabajarnos los patriarcados que nos habitan, y aprender a querernos bien.
Coral Herrera Gómez
Artículos relacionados:
Que tus emociones no hagan daño a nadie
Las mujeres con las que nos comparamos
Las mujeres machistas, el amor y el feminismo
La maltratadora que llevas dentro
Autocrítica amorosa para hacer la revolución y ser mejores personas
¿Para qué sirve la autocrítica amorosa?
Si quieres trabajar estos temas en compañía de otras mujeres, ¡vente al Laboratorio del Amor!
Un espacio virtual de aprendizaje, investigación y acompañamiento, ¡somos mujeres de todas las edades y todos los países!
Aquí tienes toda la información y el botón de inscripción:
Entra en el Laboratorio del Amor