26 de octubre de 2017

Las mujeres machistas, el amor y el feminismo




Claro que hay mujeres machistas, vivimos en un mundo machista.  

Las mujeres machistas son la prueba evidente de que el machismo existe. Por eso un machista después de negarte la existencia del patriarcado, te señala sin darse cuenta que hay mujeres machistas para mostrarte que el patriarcado no es un problema exclusivo de los hombres. Y tienen razón: el machismo también es un problema que nos afecta a nosotras. Somos nosotras las principales víctimas de la brutalidad machista en forma de acoso, vigilancia y control, agresiones, maltrato psicólogico y emocional, abusos sexuales, violaciones en grupo, secuestros para el tráfico de esclavas sexuales, feminicidios. 


Existen las mujeres violentas, vivimos en un mundo basado en la violencia patriarcal. 


La culpa no es de las mujeres, aunque en los medios nos sigan machacando con la idea de que nos pasa lo que nos pasa por desobedientes, por provocadoras, por imprudentes, por locas. No somos las asesinas, somos las víctimas.


Esto no nos exime de la responsabilidad que tenemos todas las mujeres para terminar con la desigualdad y la violencia, para romper con los roles y los estereotipos de género, para desobedecer  los mandatos del patriarcado, para luchar por nuestros derechos humanos fundamentales y nuestras libertades, para educar niños y niñas en la diversidad y la igualdad, para protestar cada vez que asesinan a una de nosotras, para visibilizar a las mujeres importantes de nuestra cultura y nuestra Historia,para revisar nuestros privilegios y nuestros prejuicios, para hacer autocrítica sobre las opresiones que ejercemos sobre los demás, para aprender a querernos a nosotras mismas, para aprender a querer a las demás.  


En todas las épocas históricas ha habido mujeres desobedientes al patriarcado. Sin embargo, las feministas aún somos minoría, aunque seamos millones de personas. Y todas nosotras llevamos el patriarcado en los adentros, por eso estamos trabajando individual y colectivamente para liberarnos de todos sus mandatos. 


La buena noticia es que cada vez somos más, y más diversas: estamos transformando nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra cultura, nuestra sexualidad, nuestras emociones, nuestra formar de organizarnos y de relacionarnos con los demás. Y el cambio es imparable, aunque genere tantas resistencias en las mujeres y los hombres machistas. 


A continuación os ofrezco un breve análisis de por qué la mayoría de las mujeres en el planeta son patriarcales, cómo interiorizamos el patriarcado, cómo lo reproducimos y transmitimos, cómo ejercemos el poder, qué estrategias utilizamos para sobrevivir en un mundo de dominación masculina, cómo nos relacionamos entre nosotras y con los hombres, cómo amamos y cómo podemos liberarnos colectivamente del patriarcado.   






¿Cómo se hacen las mujeres patriarcales? 


Las mujeres no nacen, se hacen. Aprendemos a ser mujeres en la cultura en la que hemos nacido, y ya desde antes de salir del vientre materno, nuestra identidad está sujeta al género al que nos adscriben nada más nacer. Llegamos al mundo en un sistema de sanidad patriarcal que les dice a nuestras madres que ellas no saben parir, un sistema que no respeta los ritmos naturales de un parto y los acelera cuando se acercan los cambios de turno, un sistema que las trata como enfermas, no como parturientas. Un sistema que las medica y las obliga a parir en la postura que le viene bien al señor ginecólogo que no quiere agacharse ni arrodillarse en el suelo para facilitar la llegada de un bebé que empuja hacia abajo, en la dirección de la gravedad de la tierra. Muchas nacemos en medio de un proceso que en lugar de ser hermoso, se convierte en un infierno de violencia obstétrica, la primera violencia que recibimos muchos nada más de llegar al mundo. 


Nos crían y nos educan en el patriarcado. Los cuentos que nos cuentan son patriarcales, las heroínas y los héroes son patriarcales, también las tramas y los finales felices lo son. ¿Cómo no íbamos a ser patriarcales las mujeres también?

Interiorizamos todos sus mandatos a través de los mitos, adoptamos los roles patriarcales en nuestro proceso de socialización, los reproducimos y los transmitimos a las siguientes generaciones. Todos los grupos dominados asumen la lógica de los que dominan, así que las mujeres dominadas también se mueven en jerarquías y ejercen el poder desde donde se encuentran. 

Afortunadamente, también se generan resistencias a esa lógica: llevamos la desobediencia y la capacidad de resistencia en la sangre. 

Las mujeres como grupo oprimido asumimos las jerarquías y también oprimimos a los que están por debajo nuestra. Estamos siempre en constante batalla, contra nosotras mismas, entre nosotras, y contra los hombres. Algunas mujeres se lo trabajan mucho para despatriarcalizarse, otras no saben si quiera qué significa la palabra "patriarcado", aunque la experimentan en sus carnes a diario. No tienen conciencia de vivir bajo un sistema político, económico, cultural, social, religioso, sexual, y emocional basado en la desigualdad, en la acumulación de poder, y en la violencia contra los más débiles. 


¿Cómo reproducimos la violencia las mujeres?  

Criticamos a las que se salen de la norma, nos portamos mal con nuestras parejas, maltratamos a los seres que consideramos "inferiores" a nosotras o que son más débiles que nosotras (empleadas y empleados a nuestro cargo, hijos e hijas, padres y madres, nueras y suegras, trabajadoras del hogar que contratamos para que limpien nuestra mierda, etc) Discriminamos a mujeres de otras nacionalidades, otras orientaciones sexuales, otras identidades de género, otras etnias, otras religiones. Abusamos de la necesidad de las trabajadoras y trabajadores pobres, conspiramos entre nosotras para hundir a una compañera feminista y desprestigiar su imagen. 


En todo el mundo, las mujeres colaboran con el patriarcado: hay mujeres que tratan mal a otras mujeres que van a dar a luz un bebé, hay madres que mutilan los genitales a sus hijas, o que permiten que sus maridos las violen. Hay mujeres que colaboran en la captación de niñas para la trata de esclavas sexuales, dirigen puticlubs, hay mujeres que se enriquecen explotando a otras mujeres. 

Las mujeres, además, interiorizamos la violencia patriarcal y la dirigimos contra nosotras: nos boicoteamos, nos empequeñecemos, nos sometemos, nos  hacemos daño a nosotras mismas, no nos respetamos, nos traicionamos a nosotras mismas, no nos cuidamos, no sabemos querernos bien. Nos castigamos a nosotras mismas con dietas monstruosas, cirugías innecesarias, tratamientos de belleza espantosos. Cuanto más sometidas estamos, más inseguras somos, más baja es nuestra autoestima, y más nos machacamos a nosotras mismas, por eso enfermamos mental, emocional y físicamente. 


¿Cómo machaca el patriarcado nuestra autoestima? 

Los medios nos recuerdan constantemente que nadie nos va a querer si no estamos guapas, delgadas, sexys, y disponibles para los hombres. Nos ofrecen modelos de belleza inalcanzables, y nos torturamos a nosotras mismas con ese miedo tremendo a que nadie nos quiera. Cuando decimos "nadie", nos referimos a la idea que fabricamos del hombre de nuestros sueños. En esa carrera por estar guapa y ser la mejor en todo, nos exigimos mucho a nosotras mismas, nos machacamos, nos forzamos, nos sacrificamos. 


Nos han metido dentro la idea de que tenemos que ser las mejores parejas, las mejores hijas, las mejores madres, las mejores profesionales, las mejores amigas, y no llegamos a todo. Y nos frustramos con este mito de la super  woman, porque es un modelo de mujer muy alejado de la realidad: nuestro tiempo y energías son muy limitados, y dedicamos demasiadas a intentar cumplir con la tiranía de la belleza y los mandatos del patriarcado.

Nos hacemos daño a nosotras mismas, y también hacemos daño a los demás. Sólo con echar un vistazo a las cifras de maltrato infantil podemos hacernos una idea de la gravedad del problema: hay millones de madres en el mundo que nunca quisieron tener un bebé, que fueron violadas, que fueron obligadas a parir. Hay millones de madres que son niñas y que vieron sus vidas destrozadas al tener que asumir una inmensa responsabilidad que es solo para madres adultas. También hay un número significativo de madres que cedieron a las presiones sociales y familiares para que se reprodujeran sin tener muchas ganas y sin saber donde se metían: el patriarcado mitifica la maternidad para que nos creamos que tener hijas e hijos es lo mejor que puede pasarle a una mujer en la vida, para que nos pensemos que en la maternidad está el paraíso, la felicidad constante, el amor puro, verdadero y eterno. Y luego descubrimos que no es tan maravillosa como nos decían, y no sabemos cómo cumplir con los mandatos de género que nos piden una entrega total a nuestras crías y una perfección que raya en lo sublime, al estilo de la abnegada y sufridora Virgen María. 

El nivel de violencia masculina es infinitamente mayor: la masculinidad patriarcal viola y mata a diario, y no sólo a las mujeres, también a los hombres. Todos los días, en todos los rincones del planeta, las mujeres son acosadas en la calle, en el transporte público, en el trabajo y en la casa. Somos las principales víctimas de las agresiones sexuales y los malos tratos, somos asesinadas a diario por nuestras parejas y ex parejas. 

Esto es importante recalcarlo porque los hombres machistas a menudo ponen ambas formas de violencia (la ejercida por hombres y por mujeres) en el mismo nivel, como si el patriarcado fuera una guerra de sexos de gente que lucha en las mismas condiciones. Y no: el patriarcado está en guerra contra las mujeres, y la gente que lo sigue negando no lo hace por ignorancia, sino porque son machistas. 


¿Cómo ejercemos el poder las mujeres? 

Igual que los hombres, tenemos dos formas de ejercer el poder: con la dominación o la sumisión, y sostenemos luchas de poder con las personas que están por encima y por debajo de nosotras en la jerarquía. 


Cuando tomamos el poder político y económico, lo ejercemos generalmente igual que los hombres, bajo la misma estructura y las mismas leyes. El poder es siempre patriarcal si es jerárquico y está basado en la dominación de unos pocos sobre las mayorías. 


Sin embargo, son muy pocas las mujeres que dirigen países o conglomerados de países, empresas, bancos, partidos políticos, organismos internacionales o poderes judiciales. En la mayor parte del planeta estamos condenadas a la pobreza y a ocupar las escalas más bajas de la jerarquía social. En lugar de unirnos para buscar nuestros propios recursos, nos enseñan a buscar a alguien que nos busque esos recursos, y a competir entre nosotras para quedarnos al mejor proveedor (o al más guapo). 


Diseñamos nuestras propias estrategias para obtener lo que necesitamos para sobrevivir, generalmente sin utilizar la violencia física. Nos han educado desde pequeñitas a utilizar nuestros encantos y nuestras lágrimas para conseguir lo que queremos de los adultos, por eso a menudo nos funciona el victimismo como forma de manipular nuestro entorno. 

Los hombres acaparan las riquezas y el poder, así que nosotras aprendemos pronto a usar las armas que nos da el patriarcado para sobrevivir. Para muchísimas mujeres en el mundo, el matrimonio es la única vía para poder salir de la casa paterna, y para poder salir de la pobreza. El 80% de las tierras del planeta están en manos de los hombres, ellos cobran salarios más altos y sufren menos el desempleo que nosotras: la pobreza en el planeta Tierra tiene rostro de mujer, específicamente, de mujer con hijos e hijas. 

El patriarcado fabrica mujeres sumisas, discretas, obedientes, dulces y abnegadas, mujeres santas que se dan a los demás "por amor". Pero también fabrica mujeres malas: mujeres violentas, mentirosas, egoístas, crueles, envidiosas, autoritarias, sádicas, racistas, clasistas. 

Si, hay mujeres interesadas y aprovechadas que manipulan la realidad y a los demás para su propio beneficio. 


Si, hay mujeres asesinas, y hay mujeres torturadoras, y hubo muchas mujeres nazis, y hay muchas mujeres fascistas. 


El feminismo no niega que hay malas personas dentro del género femenino, ni niega la existencia del machismo en las mujeres. Pone el foco en la guerra contra las mujeres porque quiere acabar con la desigualdad, la violencia y la falta de derechos y libertades de las mujeres: de todas, de las malas y de las buenas. Y cuestionamos estos dos conceptos porque para el patriarcado, todas las mujeres desobedientes e insumisas a los mandatos de género son malas. 

Y así quiere el patriarcado que se nos vea a la mayoría: como malas. Tan malas, que hasta ejercemos violencia entre nosotras. No es que esté en nuestros genes, es que nos educan para que creamos que las demás son las enemigas, para que compitamos entre nosotras, para que nos despedacemos sin que los hombres tengan que encargarse todo el tiempo de esa tarea. Por eso hoy cualquiera va y te dice tan tranquilamente que las mujeres somos malvadas entre nosotras y que es un horror trabajar con mujeres. 

Sin embargo, la realidad es justo lo contrario: juntas somos muy poderosas. Sólo nos salvamos cuando nos juntamos entre nosotras para construir comunidades de apoyo mutuo, de sororidad, de compañerismo, solidaridad y cooperación, pero ya se encarga el patriarcado de mantenernos separadas, enfrentadas, y divididas.

El patriarcado nos quiere tristes, rabiosas, asustadas, cabreadas, amargadas, aisladas, y sobre todo, nos quiere deprimidas, centradas en nosotras mismas, entretenidas con nuestros problemas y nuestros sueños románticos. Si cada una de nosotras está en lo suyo, somos inofensivas: el peligro está cuando nos juntamos y somos felices. Porque nos empoderamos, nos transformamos, nos liberamos, y el patriarcado tiembla. 

Esta es la razón por la que el patriarcado necesita que estemos tristes y nos sintamos todo el tiempo vulnerables. Muchas mujeres viven permanentemente insatisfechas pensando que si no han "triunfado" es porque no valen lo suficiente, porque son viejas, gordas o feas. Uno de los mayores castigos que ejercemos sobre nosotras mismas es no aceptarnos tal y como somos, y no darnos el permiso para liberarnos de la culpa y ser felices.

Perdemos muchas energías buscando el reconocimiento de los hombres, la aprobación y admiración de los hombres. No nos responsabilizamos de nuestra felicidad: buscamos a alguien que asuma la tarea, porque nos cuesta confiar en nosotras mismas, nos cuesta reconocer nuestros logros, nos cuesta tratarnos con amor a nosotras mismas. 

No es casualidad que el 95% de las mujeres que conozco o con las que he trabajado en mi Escuela Otras formas de Quererse, en talleres presenciales y congresos, en jornadas y asambleas, tengamos la autoestima baja. No es casualidad: es que el patriarcado nos necesita dependientes, y para eso tenemos que estar en guerra contra nosotras mismas, muertas de miedo ante la soledad, el fracaso, y la falta de amor. Cuanto más baja tenemos la autoestima, más sumisas, más frágiles y más miedosas somos

Cuanto más inseguridades y complejos tenemos, más mezquinas somos. Es una especie de regla no escrita: cuanto peor es la relación con nosotras mismas, peor es la relación con todos los demás. Por eso hay mujeres que se portan tan mal con los hombres, con ellas mismas, y entre ellas: porque asumimos la lucha por el poder patriarcal del mismo modo que los hombres, y ejercemos la violencia sin apenas usar la fuerza física porque queremos ganar todas las batallas, porque necesitamos acumular poder y recursos, porque no sabemos generar espacios de autonomía y empoderamiento femenino, porque creemos que el amor es una guerra y estar en pareja consiste en batallar para evitar la dominación o para ejercerla. 

Como jugamos en desventaja en un mundo en el que los hombres dominan y poseen los recursos, diseñamos estrategias "femeninas" para ejercer nuestro poder: manipulación, chantaje emocional, amenazas, insultos, reproches, acusaciones, engaños. Utilizamos la violencia emocional y psicológica, damos donde más duele, buscamos la manera de adaptar la realidad a nuestras necesidades. Hacemos juego sucio para lograr nuestros objetivos, para ganar las luchas de poder en las que se mueve la humanidad entera a diario. Vivimos en un mundo jerárquico y muy competitivo en el que hay que luchar con uñas y dientes para conseguir los recursos mínimos para la supervivencia, y cada cual lo hace con sus armas y sus conocimientos. 

Las niñas asumen ya con seis años que pertenecen al género de los seres inferiores. Les va mejor a las que se someten a esta realidad que a las que se rebelan, pero el patriarcado igualmente se nos mete a todas dentro, y resulta muy difícil quitárselo de encima. Hay que hacer mucha terapia, mucha autocrítica, y mucho trabajo para analizar e identificar los mandatos que hemos asumido, romper con los roles que se nos han asignado, desmitificar las historias que dulcifican e idealizan la maternidad y el amor romántico. 

Muchas empezamos ya el camino gracias a los feminismos, pero aún somos minoría. 


El amor y las mujeres patriarcales

Las mujeres somos educadas en la cultura sadomasoquista que nos han inoculado desde pequeñas a través de la religión cristiana (con sus mensajes sobre el pecado, la culpa, el arrepentimiento, la redención, el sometimiento a la figura masculina endiosada) y a través de la cultura, que promueve también el placer del sufrimiento y la sumisión. Muchas mujeres viven sacrificadas pensando que luego tendrán su premio en el reino de los cielos, y así se les pasa la vida, esperando al milagro, esperando al príncipe azul (el novio o el hijo varón), creyendo que la felicidad está en que alguien las ame. 

En general, a todas nos han convencido de que las mujeres tenemos un don para amar incondicionalmente a un hombre, para entregarnos por completo a él, para olvidarnos de nuestras necesidades y nuestros sueños, para sacrificarnos por él, para renunciar a todo nuestro tiempo libre y nuestras redes afectivas y sociales, y hacerlo todo por amor, sin que nadie nos obligue. Nos engañaron con la idea de que todo sacrificio tiene su recompensa: "si te sometes al amor y cuidas a un hombre, él se dará cuenta de cuanto vales y cuánto te ama, y vivirás feliz y comerás perdiz. Nos dijeron: "si eres paciente con un hombre, si le esperas con ansias, si le das todo lo que necesitas, él te eligirá y te salvará. Te protegerá, te mantendrá, te amará para siempre, te cuidará como nadie, te será fiel, te acompañará toda la vida". 

Nos han dicho que nuestro sitio está en casa, trabajando gratis, cuidando a todo el mundo, sin vacaciones pagadas, sin derecho a ponerte enferma, sin derecho a la protesta, sin derecho a buscar los espacios y los tiempos propios. Nuestra entrega y encierro podrían parecer voluntarios, pero no lo son: lo hacemos porque es nuestro rol, es lo que se espera de nosotras. Apoyamos al marido para que ascienda en su carrera y posponemos indefinidamente nuestros propios proyectos porque a nosotras lo que nos hace felices realmente es amar, parir, cuidar, criar, educar, servir, y hacernos responsables del bienestar y la felicidad de los demás. 

Nosotras también amamos patriarcalmente: creemos que nuestro amado es "nuestro", nos atamos con candado al amado, controlamos y vigilamos al amado para que no ejerza su libertad, defendemos al proveedor único de los recursos de las garras de las mujeres malas que nos los quieren quitar. Sentimos unos celos terribles cuando nos engañan y cuando sospechamos que nos engañan, reaccionamos con violencia cuando el otro nos dice que no nos ama, nos conformamos con migajas de amor, perdemos nuestra autoestima cuando nos machacan, machamos la autoestima del otro, guerreamos para rebelarnos a la dominación, y también guerreamos para dominar. 

Ese es el único área en el que podemos triunfar, nos dice el patriarcado: el amor. La única forma de controlar a un hombre es enamorarlo, y luego mantenerse firme para que cumpla con sus obligaciones como esposo. Por eso las mujeres libramos batallas tremendas en el área del amor romántico, y aprendemos pronto que desde la sumisión también podemos dominar, y mucho: no hay nada como el chantaje emocional y el victimismo para que el otro haga lo que queremos o nos dé lo que necesitemos. 

Al igual que los hombres, no tenemos herramientas tampoco para gestionar nuestras emociones y construir relaciones igualitarias basadas en el respeto mutuo, el buen trato, y el compañerismo. Porque nos contaron que los hombres como son superiores, se encargarían de nuestro bienestar y nuestra felicidad, resolverían nuestros problemas, nos librarían de la explotación laboral, y nos pondrían criadas y criados para vivir felices en nuestro palacio. Nosotras a cambio ofrecemos lo único que tenemos: nuestro atractivo sexual, nuestra capacidad reproductora, y nuestra capacidad para amar y cuidar. 

Entonces con estas ideas que nos meten en la cabeza, es normal que la mayoría de las mujeres de este planeta (exceptuando a unas pocas) pasemos más tiempo buscando al príncipe azul, que trabajando por nuestra autonomía, nuestros derechos, nuestras libertades, nuestros proyectos. Es normal que utilicemos el sexo para lograr cosas, para obtener recursos, para dominar a los hombres. 

Nos lo dicen todas las princesas Disney que salieron de la pobreza directas al palacio: la mejor fuente de recursos es un hombre, dado que en el mercado laboral la gran mayoría de las mujeres viven en condiciones de esclavitud o de precariedad severa. Las fábricas, las plantaciones y las casas están llenas de mujeres trabajando por un salario obsceno: es normal que sueñen con que alguien las saque de ahí y les regale la tarjeta de crédito. Es normal que los hombres poderosos y ricos tengan muchas mujeres alrededor, porque ellos son los mayores acaparadores de recursos. El patriarcado no promueve nuestra autonomía, sino que nos hace creer que para lograr poder tenemos que dar sexo, y manipular a los hombres para dejar de pasar penalidades. 

Las mujeres asumimos esta forma de relacionarnos basada en la dominación y la sumisión y las luchas de poder, pero gracias al feminismo ahora somos capaces de fabricar herramientas para desaprender estas estructuras violentas y para salir de los armarios, para atrevernos a sentir y a vivir nuestra sexualidad más allá de la heteronorma. Estamos aprendiendo a relacionarnos desde el compañerismo, sin jerarquías, en estructuras horizontales en las que nos sintamos libres para irnos y quedarnos, libres para ser nosotras mismas, libres de miedos, de culpa, de masoquismo romántico: sabemos que hay otras formas de quererse, y estamos trabajando mucho para llevarlas de la teoría a la práctica. 


Conclusiones

Nuestro papel de víctimas no nos exime de la enorme responsabilidad que tenemos en la reproducción y transmisión del patriarcado, y esto es una enseñanza que yo aprendí en el feminismo: podemos desaprender todo lo que aprendimos, podemos trabajarnos todo lo que queramos, podemos despatriarcalizarnos. Podemos llegar a ser mejores personas, podemos mejorar nuestras relaciones con los demás, podemos transformarnos y transformar a la vez el mundo en el que vivimos. 

El cambio es individual (cada cual que se trabaje los patriarcados que nos habitan) y colectivo, por eso tenemos que hablar mucho del machismo, hacer autocrítica amorosa y feminista, y fabricar herramientas que nos permitan desalojar de nuestro interior todos los mandatos de género, las creencias, los prejuicios, los estereotipos, los roles, los mitos. 

Este es uno de los pilares del feminismo: la rebelión femenina contra el patriarcado que nos oprime desde dentro y desde fuera. Muchas estamos haciendo autocrítica para identificar y trabajar los patriarcados que nos habitan, llevamos muchos años de ventaja a los hombres. Estamos creando redes de sororidad y compañerismo, estamos debatiendo y leyendo en las redes, estamos escribiendo sobre el tema, estamos haciendo talleres, celebrando encuentros, haciendo documentales, reflexionando colectivamente sobre cómo podemos construir un mundo mejor para todos y para todas. 

Ponerse las gafas violetas es apasionante, porque sirve para entender la complejidad del sistema patriarcal y capitalista, pero es muy duro, porque de pronto ves machismo en todas partes, a todas horas, y resulta insoportable. Una de las peores cosas que ves es la indiferencia de la gente, y su ceguera.  


La gran mayoría no lo ve, ni le importa: sólo al 1.4% de la población española le preocupan los temas relacionados con la violencia machista, la discriminación laboral y salarial de las mujeres, la pobreza de las mujeres, la invisibilidad y la ausencia de mujeres en los medios, los techos de cristal, etc. Esto significa que para los medios no es un tema importante, ni quiere que lo sea para la población, por eso apenas habla del tema y cuando lo hace, perpetúa los mitos patriarcales, promueve los estereotipos de género, fomenta la violencia machista, desinforma deliberadamente, culpa a las víctimas y disculpa a sus violadores y asesinos. 


Si, hay mujeres periodistas muy machistas, y también mujeres incultas que no han leído absolutamente nada sobre temas de género y feminismo, y no piensan hacerlo jamás. Hay mujeres machistas en todas las profesiones, hay mujeres que legislan en contra de los derechos de las mujeres, hay mujeres que odian a todas las compañeras de género y se sienten muy superiores a ellas.


Sin embargo, nos hace mucho más daño la violencia de los hombres, porque nos mata a diario. Los hombres machistas en lugar de excusar su machismo señalando la existencia de  mujeres patriarcales, podrían empezar a trabajarse sus patriarcados a solas y en grupo, como hacemos nosotras. 


Ya hay unos cuantos hombres feministas desobedientes a la masculinidad hegemónica: están cuestionando sus privilegios, revisando su forma de ser y de estar en el mundo, haciendo autocrítica amorosa para despatriarcalizarse. Pero son minoría (mucho más minoritaria que la minoría de mujeres feministas), y para lograr un cambio social necesitamos que se incorporen masivamente a este proceso imparable en el que estamos intentando despatriarcalizarlo todo. 

El proceso de liberación es largo: son muchos siglos de patriarcado encima. Nos queda mucho trabajo por hacer, mucho que analizar, muchos mitos románticos que destruir. Tenemos grandes planes para cambiar el mundo: queremos liberar al amor y al sexo de su carga patriarcal, aprender a organizarnos económica y políticamente de otra forma, crear estructuras horizontales para eliminar las jerarquías, cambiar el concepto de poder y relacionarnos de otras maneras... 

Yo siento que los esfuerzos van dando sus frutos: algunas estamos logrando esa autonomía económica y emocional, nos estamos juntando para cooperar y compartir saberes, conocimientos y recursos. Nos estamos empoderando en grupos de mujeres, estamos luchando por nuestras libertades y nuestros derechos, estamos desobedeciendo, estamos construyendo, estamos explorando e inventando, estamos reivindicando nuestro derecho al placer. Estamos educando niñas y niños para que aprendan a desobedecer y a cuestionar el orden patriarcal, y para que puedan imaginar y aportar en la construcción de un mundo diferente. Estos cambios nos benefician a todas y a todos, aunque unos cuantos tengan que renunciar a sus privilegios para que los demás tengamos todos nuestros derechos garantizados.

Nuestro sueño es crear un mundo sin jerarquías, sin luchas de poder, sin acumulación de recursos, sin explotación de los más débiles, sin machismo y sin odio. Queremos garantizar la libertad y los derechos de todas las niñas y todas las mujeres. Queremos un mundo libre de dominación y violencia: este es el sueño por el que trabajo y trabajamos día a día desde los feminismos. La transformación es lenta, pero imparable.   



Coral Herrera Gómez



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