Título: Amor romántico y Masculinidades: Hombres que ya no hacen sufrir por amor
Título: Amor romántico y Masculinidades: Hombres que ya no hacen sufrir por amor
El único cambio posible en tu vida es el que haces tú misma. No viene de fuera, no surge por arte de magia: es fruto de las decisiones que tomas, y de tu capacidad para ser honesta, para ser responsable y para comprometerte contigo misma.
Vivimos en una sociedad dominada por el pensamiento mágico, que nos hace creer que hay seres sobrenaturales que viven en otras dimensiones y nos ayudan. A esos seres les rezamos, les pedimos que sean buenos, que nos salven de situaciones difíciles y nos solucionen los problemas.
También hay personas de carne y hueso que nos hacen creer que nos pueden cambiar la vida usando la magia, y que nosotras lo único que tenemos que hacer es tener fe, y hacer rituales hermosos para propiciar los cambios que necesitamos.
Sin embargo, no es una cuestión de suerte ni de magia: los únicos cambios posibles son los que hacemos nosotras mismas tomando decisiones.
La receta que funciona es:
HONESTIDAD
RESPONSABILIDAD
COMPROMISO
Solo cuando estamos realmente comprometidas con nuestro bienestar y nuestro Autocuidado es cuando podemos generar cambios en nosotras mismas, y esos cambios propician que también los demás cambien a nuestro alrededor.
Los cambios individuales generan cambios sociales, por ejemplo cuando luchamos por aumentar los salarios de toda la población. Saliendo a la calle a protestar es cuando podemos mejorar las vidas de todos y todas.
La gente va buscando salvaciones individuales, pero en realidad lo que necesitamos es la salvación colectiva.
Y aquí radica la verdadera magia, cuando en vez de sentarnos a esperar, nos juntamos y nos organizamos, y nos ponemos a trabajar para que nos vaya mejor a todas.
Todos los cambios precisan de voluntad, esfuerzo y disciplina: no podemos quedarnos sentadas esperando milagros. Hay que ponerle energía y ser valiente: tomar decisiones es el inicio de todas las transformaciones, tanto individuales como colectivas.
Coral Herrera Gómez
¿Por qué te sientes a veces tan mal?
¿Qué puedes hacer para sentirte mejor?
Todos y todas nos lo preguntamos en algún momento: no nos sentimos bien, pero no nos ha sucedido nada malo, ni parece que tengamos motivos para estar mal. Nuestra vida no se ha visto sacudida por ninguna desgracia, pero tú por dentro no te sientes bien del todo, no sabes muy bien por qué. Hay días mejores y peores, y no sabes de dónde vienen esos malestares.
Aquí te cuento qué es lo que te está haciendo sentir mal, porque aunque creas que lo tuyo es un asunto personal, en realidad es un asunto colectivo. Y las soluciones son colectivas.
Estos malestares los compartimos con todos y a todas, vivimos en una sociedad enferma y violenta:
- Te sientes mal porque la comida que comes está envenenada: las frutas y las verduras están llenas de veneno: pesticidas y agroquímicos que entran en tu organismo y alteran tu microbiota. La carne que comes proviene de animales que viven encerrados en jaulas y sufren tortura desde que nacen hasta que mueren. Son alimentados con veneno, e hinchados a hormonas, y su vida es un auténtico infierno. Además, muchas personas son adictas al azúcar y/o a la comida basura, que nos genera alteraciones en la producción de insulina, y destrozan nuestra salud. Nuestro estado de ánimo y nuestra salud mental están en gran parte determinados por nuestro intestino: somos lo que comemos.
- Te sientes mal porque el aire que respiras está contaminado, por eso hay tanta gente en las grandes ciudades que se desespera por salir a la naturaleza a respirar aire puro. Según estudios recientes, el aire contaminado constituye una amenaza significativa no solo para la salud física (mayor riesgo o exacerbación de una variedad de enfermedades, incluidas las infecciosas, alérgicas, metabólicas, neoplásicas, respiratorias y cardiovasculares), sino también para la salud mental.
- Te sientes mal porque el ritmo de vida que nos impone el capitalismo es insostenible: vamos con prisa a todo, no llegamos a todo, y la vida se te está pasando demasiado rápido. Pasas la mayor parte del día corriendo de un lado a otro, sin tiempo para respirar, con la sensación de que no haces bien tu trabajo, que no eres buena madre, ni buena hija, ni buena en nada. Por eso tenemos angustia y sufrimos ansiedad permanente, y por eso nos empastillamos para poder relajarnos y para poder activarnos. El estrés nos enferma, tanto física como emocional y mentalmente: los altos niveles de cortisol nos envejecen prematuramente y nos acortan la vida.
- Te sientes mal porque no puedes disfrutar de la vida: apenas tienes tiempo para dormir, para disfrutar de tus pasiones, para disfrutar de tu gente querida. No podemos con tres jornadas laborales en un solo día. Nos engañaron a todas diciéndonos que era posible conciliar la vida personal, familiar y laboral: es un mito muy lindo que no se sostiene, porque pasamos la mayor parte del día trabajando, dentro y fuera de casa, más el tiempo que dedicamos al transporte. La falta de tiempo libre para descansar y para disfrutar también nos enferma: cuanto más carga de trabajo tenemos, más estrés y más frustración sientes. Hagas lo que hagas, tu bandeja está siempre llena de correos, y tu pila llena de platos y sartenes para fregar. Es un pozo sin fondo: las tareas no acaban nunca, y en cuanto tachas las que has hecho, tu agenda se vuelve a llenar. No hay forma de pararlo.
- Te sientes mal por las adicciones: ¿quién no tiene una adicción? Hoy en día es muy difícil encontrar personas que no sean adictas a sus teléfonos. Pasamos una cantidad de horas frente a las pantallas brutal. Pero además, también somos adictos y adictas al azúcar, y a todo el veneno que llevan los alimentos ultraprocesados y las bebidas. Adictos a ir de compras, al alcohol, a los tranquilizantes y a los somníferos, al tabaco, la cocaína y otras drogas. Adictos al odio (especialmente en redes sociales), y adictos la violencia: no solo los adultos sufren de esta adicción, también muchos niños pequeños. La gran mayoría de los adictos al porno son varones, adultos y menores incapaces de tener relaciones sexuales sin humillar a mujeres, incapaces de tener una erección haciendo el amor. Todos somos adictos a algo, especialmente a aquellas cosas que usamos para distraernos, para ontener placer instantáneo, para evadirnos de nuestra realidad, para animarnos o para tranquilizarnos. Cuanto mayor es la adicción, mayor es la dependencia y la tiranía: no resulta nada fácil estar constantemente reprimiendo las ganas y midiendo las dosis, por eso siempre buscamos motivos para usar nuestras drogas, medicamentos, pantallas, comida... si no tuvieramos este nivel de ansiedad, de tristeza, de frustración, probablemente nos sentiríamos mucho más libres.
- Te sientes mal por la angustia que te genera el consumismo: a diario te bombardean por todos lados ofreciendote cosas que no necesitas. El mercado nos seduce con productos y servicios constantemente, y nos hacen creer que vamos a ser más felices consumiendo, pero lo cierto es que como apenas tenemos dinero, tenemos que estar todo el tiempo diciendo que no a todo, y reprimiendo el deseo de adquirir objetos. En cuanto logras comprarte algo que deseas, el mercado te ofrece cien cosas más: el consumismo te genera tanta insatisfacción porque se renueva constantemente, y no es posible adquirir todo lo que deseas. Así que tienes que negarte a ti misma a diario la posibilidad de gastar dinero, porque a duras penas llegas a fin de mes. No eres tú sola: así vivimos el 99% de la población, atadas a ingresos precarios y bombardeadas a diario con anuncios por todas las vías posibles.
- Te sientes mal porque cuando te conviertes en adulta, tienes que ponerte una máscara y una coraza, y disimular para que los demás no vean cómo eres realmente. Medimos mucho la información que le damos a los demás, nos protegemos para que nadie vea nuestro interior, nos avergonzamos a veces de cómo somos, y tratamos de dar una imagen exitosa en nuestras redes sociales para que la gente se crea que somos felices y que nos va muy bien. Hay muy pocos espacios en los que puedes quitarte la armadura y ser realmente tú misma, espacios seguros en los que no tienes miedo a que te hagan daño, espacios en los que te sientes libre para hablar, para expresarte, para decirlo que piensas, lo que sientes, lo que quieres, lo que deseas. Pero no tienes mucho tiempo para disfrutar de esos pocos espacios, ¿verdad?
- Te sientes mal porque no eres normal, por mucho que lo intentes. Todos y todas tenemos que adaptarnos a lo que la sociedad espera de nosotras y nosotros, y además de obedecer los mandatos sociales, tenemos que obedecer también los mandatos de género. Todos y todas simulamos ser personas “normales”, aunque es un concepto abstracto que nadie cumple al cien por cien porque todos tenemos rarezas, manías, obsesiones, todos nos salimos de la norma en algún momento de nuestras vidas. Todo en ellas está regido por normas no escritas: nuestra forma de vestir, de hablar, de caminar, nuestro comportamiento en espacios públicos, también en nuestros espacios familiares e íntimos. Tienes que simular que “eres como todo el mundo” y haces lo que hace todo el mundo para no parecer rara, loca, desviada.
- Te sientes mal porque todos los mitos caen, uno tras otro, y te sientes engañada y estafada. Nuestra sociedad se construye con ilusiones colectivas que nos mantienen trabajando para otros a cambio de un salario precario, y nos mantienen atados a un estilo de vida que no es tan bonito como te contaron. Cuanto más te ilusionas, más te decepcionas, y aunque te resignes, tu corazón y tu mente siguen soñando con la salvación. Una salvación que tiene que ser colectiva, pero a tu alrededor todo el mundo está en la rueda, girando sin avanzar, anestesiada y cabreada: la gente sigue porque todos tenemos miedo a pararnos y a pensar. Y estamos esclavizados a la necesidad de generar ingresos, mientras vemos cómo los políticos gastan nuestro dinero en mantener a banqueros, empresarios, obispos, soldados y hombres que viven como auténticos reyes. Un dinero que tendría que ir a parar a la construcción de escuelas, universidades, centros de salud, hospitales, trenes, y protección del medioambiente: es frustrante ver como lo despilfarran en comprar armas que no necesitamos para nada.
- Te sientes mal porque te han hecho creer que si te esfuerzas mucho y tienes suerte, puedes triunfar en la vida. Y no es cierto: las personas que triunfan, en su mayoría, son las que tienen herencia patrimonial o financiera, contactos y apellidos. Nos venden la idea del emprendedor que se hizo a sí mismo desde la nada, pero son muy pocos los que logran salir adelante. Hoy todo el mundo quiere ser famoso y millonario, pero el capitalismo feroz solo permite llegar a la cima a unos cuantos: todos los demás nos quedamos donde estamos, luchando por sobrevivir. Nos hacen creer que si no logramos destacar por encima de los demás, no valemos nada, por eso tu autoestima está por los suelos: cuanto más te crees el cuento de que es posible salir de la pobreza y la precariedad, más fracasada te sientes. Pero no, no es que no te hayas esforzado lo suficiente, es que no hay sitio para todos ahí arriba, y si eres mujer, menos todavía.
- Te sientes mal porque te hicieron creer que encontrar al príncipe azul es la puerta de entrada al paraíso, y no lo has encontrado. O lo has encontrado y nada es como te contaron: el amor romántico te generó unas expectativas tan altas, que la realidad se te antoja demasiado dura. Porque el mito del matrimonio feliz que funda una familia feliz es una estafa: la mayoría de las mujeres trabajan de sirvientas de sus maridos e hijos, y viven en una constante batalla para no ser explotadas. Sin embargo, para muchas es imposible que los miembros de la familia se impliquen en las tareas de cuidados, prefieren vivir como reyes. No hay nada más frustrante que sentir que tus seres queridos abusan de ti y te roban el tiempo libre, y encima ni te reconocen el esfuerzo que haces. Porque da igual cuanto te esfuerces: las labores de cuidados no se valoran nada. Y no hay nada peor que darte cuenta de que no son recíprocos: a ti no te cuida nadie.
- Te sientes mal porque siempre te estás comparando con las demás personas, y no hay nada más frustrante en el mundo que vivir en constante competición por ser la más lista, la más guapa, la más joven, la más veloz, la más fuerte, la mejor en todo. ¿Por qué? Porque siempre que te compares vas a ver mujeres más jóvenes, más guapas, más inteligentes, más sexys, más encantadoras, más ricas, más cultas y sabias, y con más títulos y experiencia que tú. Es lindo sentir admiración por las mujeres que te rodean, pero cuando lo que sientes es envidia, entonces es cuando todo se estropea: es un sentimiento muy feo que nos lleva a portarnos mal con las demás. Competir contigo misma también es agotador: intentar superarte constantemente a ti misma, y vivir con tantas exigencias encima, es super frustrante. Porque claro, siempre podrías ser mejor, siempre podrías brillar más, siempre podrías darte por completo, pero mira una cosa: la vida es muy corta y si vives todo el tiempo rivalizando, y comparandote con los demás, no te da tiempo a disfrutar. Para poder disfrutar hay que estar en calma y en paz con una misma y con el mundo que te rodea, sin más afán que sufrir lo menos posible, y vivir lo más a gusto posible.
- Te sientes mal porque sabes que para aguantar y resistir necesitas hacer ejercicio, comer bien, mantenerte en forma, dormir las horas que necesitas, pero por muy comprometida que estés con tu autocuidado, no logras disciplinarte a ti misma porque no tienes apenas tiempo para hacerlo, así que te sientes culpable porque los demás no te cuidan, pero tú tampoco te cuidas a ti misma. Porque la cuestión es, ¿cuando te cuidas si no tienes tiempo?
- Te sientes tan mal porque siendo mujer tienes que estar siempre alerta ante el acoso y las agresiones, tanto en las calles, como en el transporte público, como en los espacios comunes: las mujeres sufrimos violencia en el seno de nuestra propia familia, en nuestros centros de estudio y de trabajo, en los espacios de ocio y tiempo libre. Vivir siempre a la defensiva es agotador, pero lo cierto es que solo podemos relajarnos en espacios seguros en los que sabemos que nadie nos va a hacer daño. Y no abundan esos espacios seguros.
- Te sientes tan mal porque lo que hacen las mujeres no es tan importante como lo que hacen los hombres, por eso tenemos que esforzarnos el doble que ellos, y por eso muchos se apropian de nuestras ideas, de nuestras creaciones, y nuestro trabajo. Sabes que es injusto, pero lo asumes como algo “normal” porque siempre ha sido así, especialmente en las profesiones más masculinizadas, y sabes también que es difícil sobrevivir en entornos competitivos en los que las mujeres luchan entre ellas para sobrevivir. Por eso buscas espacios horizontales en los que las mujeres cooperan y se prestan apoyo mutuo, pero no es fácil encontrarlos.
- Te sientes tan mal porque se te cayó el mito de la familia feliz, y porque no hay condiciones para maternar y para la crianza: la gran mayoría de las mujeres no podemos cuidar a nuestros hijos e hijas, y nos vemos obligadas a dejarlos con personas desconocidas cuando tienen pocas semanas de vida. Apenas tenemos tiempo para disfrutar con ellos: también les imponemos un ritmo de vida brutal, y les drogamos con pastillas, azúcar y pantallas para tenerlos calmados y que no protesten. Mientras, tú tienes que trabajar como si fueras una mujer sin hijos, no importa cuántos tengas: tienes que ser productiva aunque no hayas dormido en toda la noche vigilando la fiebre de tu bebé, tienes que darle tu energía al dueño de tu empresa, y para tus crías solo hay migajas: tienen que conformarse con una madre estresada y agotada. Cuanto más cansancio sufres, más mala madre te sientes.
- Te sientes mal porque tus relaciones con la familia son dolorosas y conflictivas, y apenas tenéis herramientas para poder comunicaros y para resolver los problemas sin haceros daño. También las relaciones en tu centro de trabajo son difíciles porque están atravesadas por las luchas de poder, y lo mismo sucede en los colectivos a los que perteneces: cuánto más competitivo es el entorno, más inhumano y hostil es. Vivimos en un mundo en el que a la gente le cuesta mucho pensar en el Bien Común: la mayoría de las personas van a lo suyo y construyen relaciones basadas en el interés y el egoísmo, por eso pasas gran parte de tu vida poniendo límites al abuso de los demás, y teniendo que aceptar los límites que te ponen a ti. Al final estás todo el día batallando, y es agotador: sabes que necesitas herramientas para cuidar tus emociones y tus relaciones, pero no sabes dónde obtenerlas.
- Te sientes mal porque el futuro está cada vez más negro, y porque tienes miedo a la pobreza y a la exclusión social. Puedes perder tu trabajo y quedarte completamente indefensa ante una crisis económica, y tu gente querida está igual que tú. Somos muy vulnerables frente a las crisis que genera el capitalismo para crear mano de obra barata y desesperada. Y sabes que la salvación individual es casi imposible, pero sigues comprando lotería por si tú tuvieras suerte, aunque sabes que estás condenada de por vida a ser vulnerable y a trabajar como una bestia hasta que te jubiles (en el caso de que vivas en un país en el que haya pensión de jubilación)
- Te sientes mal porque tratas de ser leal a ti misma, pero es muy difícil. A veces te has traicionado y te has sentido horrible, porque no has podido actuar según tus principios y tus valores, o porque has tenido que hacer cosas que no querías hacer, en nombre de la empresa o institución en la que trabajas. en nombre del amor, en nombre de la familia, el sindicato o el partido político al que perteneces. Te sientes mal porque tu conciencia te dice una cosa, y la sociedad te pide que hagas otra, y no poder ser leal a ti misma te hace sentir una traidora. Porque a veces has tenido que callarte cuando no estabas de acuerdo, o has tenido que votar algo diferente a lo que tú querías, o te han obligado a mirar a otro lado mientras se estaba fraguando una injusticia. No es fácil ser coherente e íntegra en un mundo en el que todos se venden a sí mismos, y todos practican la hipocresía. Por miedo a las represalias del grupo o del poder, pero también por necesidad, porque no te ha quedado otro remedio. Si alguien a tu alrededor decide ser coherente con sus principios y actúa con lealtad hacia sí mismo/a, te sientes todavía peor, porque te hace ver con claridad que tú a veces te traicionas.
- Te sientes mal porque alguna vez creíste que era posible crear un mundo mejor para todos y todas, pero has perdido la esperanza y la fe en la Humanidad, y a veces la realidad te parece demasiado brutal, especialmente cuando ves noticias, pero también cuando alguien de tu entorno pretende hacerte daño, aprovecharse de ti, o destruirte para ocupar tu lugar. Vivimos bajo la ley del “sálvese quien pueda”, por eso te sientes tan atrapada en la jungla, y por eso a veces sueñas con un mundo más justo, más humano, más amable, y con una vida más fácil y más bonita. Pero no hay mucha gente a tu alrededor que sueñe como tú: la mayoría han perdido la esperanza, se han resignado, y no pueden siquiera imaginar un mundo mejor.
¿Cómo podríamos estar mejor?
Piensa en lo bien que te sientes cuando comes bien, cuando duermes bien, cuando descansas lo que necesitas. Cuando tienes tiempo para disfrutar de tus pasiones y tu gente querida, cuando estás rodeada de verde, al aire libre, mirando hacia el cielo o al mar, con la mirada perdida en el horizonte. Cuando encuentras gente como tú, cuando te juntas con más mujeres, cuando te sientes libre en espacios seguros y amorosos para conversar, para expresarte sin miedo y para ser tú misma. Cuando bailas, cuando cantas, cuando escuchas música o la tocas tú. Cuando haces cosas con tus manos.
¿Verdad que te sientes bien cuando eres útil, y cuando ayudas a que la vida de los demás sea mejor? Cuando te cuidas, cuando haces ejercicio y respiras aire puro, cuando desconectas de tus problemas, cuando te alejas de tu rutina de vida, cuando estás rodeada de naturaleza. Cuando estás tranquila y relajada, cuando tienes tiempo para estar a solas, cuando tienes tiempo para cuidar tus vínculos, cuando eres leal a ti misma, cuando desobedeces normas injustas, cuando abandonas las batallas y las luchas de poder que te están robando la paz interior.
Haz lo que te hace bien, lo que te da energía. Haz lo que te apetece, lo que te ayuda, lo que te da placer, lo que te sienta bien. Cuidarse por fuera y por dentro para estar bien es un acto político, porque el patriarcado nos quiere a todas aisladas, estresadas, empastilladas, anestesiadas, cabreadas, obedientes y amargadas.
Lucha para que tú y tu gente podáis comer alimentos sanos, beber agua limpia, respirar aire sin contaminar. Lucha para que las ciudades sean vivibles, para mantener los espacios verdes, para proteger la naturaleza, para redistribuir la riqueza, para que todas y todos podamos disfrutar de nuestros derechos fundamentales.
Para que todos y todas podamos sentirnos mejor, hay que defender el derecho a vivir bien. Necesitamos un mundo de paz, igualdad y justicia social: la felicidad y el bienestar no son problemas individuales, sino asuntos políticos, y por eso requieren soluciones colectivas.
Coral Herrera Gómez
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Yo no lograba entender por qué cuando estaba cerca de mi droga, yo cambiaba y dejaba de ser yo. Y no solo eso: era capaz de engañarme y traicionarme a mí misma, y hacer cualquier estupidez con tal de conseguirla. Me resultaba alucinante verme a mí misma desdoblada: podía estar en la mañana pensando racionalmente y tomando decisiones sensatas y feministas, y luego en la noche hablando con él por teléfono como si nada, derretida de amor y riendole las gracias.
Si yo había decidido que no nos veríamos más, y él llamaba para decirme que necesitaba verme, entonces me olvidaba del acuerdo conmigo misma, y le decía que sí, que podía venir a verme. Y claro, eran polvazos intensos los que echabamos, porque yo siempre juraba que iba a ser el último. Y ya sabemos que los últimos polvos, cuando estás muy enamorada, son intensos, maravillosos, e inolvidables. ...
Ya puedes escuchar o leer el capítulo 8 de mi libro: Cómo dejé de sufrir por amor.
Cada semana publico dos nuevos capítulos en Patreon y en Ivoox para suscriptoras:
Cuanto más grande es el personaje de Coral Herrera Gómez, más pequeñita y vulnerable me siento yo. Cuanto más expuesta estoy públicamente, más miedo tengo a los linchamientos y a los haters.
Estoy en un momento muy importante en el que tengo que tomar una decisión, y me estoy haciendo estas preguntas: ¿quiero seguir o quiero parar?, ¿cómo me protejo del odio en redes sociales?, ¿qué necesito para estar bien?, ¿cómo hacer que mi ritmo de trabajo sea compatible con la vida y con la crianza?, ¿cómo rebajo mis niveles de estrés y cómo cuidarme mejor a mi misma?
Yo trabajo muchísimo, pero el nivel de mis ingresos no son proporcionales al aumento de mi fama. Nunca lo he logrado, a mí lo que se me da bien es escribir y comunicar, y la divulgación científica social, pero no se me da bien vender.
En estos momentos tengo que elegir entre seguir creciendo y formar un equipo de gente a mi alrededor que me ayude, o decrecer para que esto sea sostenible y ecológico. Creo que el planeta necesita parar, y quiero aplicarme a mi misma la filosofía del decrecimiento, o al menos intentarlo.
En mi diario os cuento como me estoy sintiendo y a qué conclusiones estoy llegando:
https://www.patreon.com/posts/decrecimiento-113909094
Yo estuve cuatro años esperando "a ver si él se daba cuenta".
Cuatro años de autoengaño.
Cuatro años esperando a que el Príncipe Azul regresara de sus batallas.
Cuatro años creyendo que estaba presa en la cárcel del amor, condenada a sufrir.
Hasta que la que" me di cuenta" fui yo.
Me di cuenta de que los muros no eran de humo sino de titanio, que las ventanas y las puertas estaban abiertas, que la vida estaba pasando muy deprisa, y que yo no la estaba disfrutando.
Me harté de esperar y de sufrir por amor y empecé mi camino hacia la liberación.
En el capítulo 7 de mi nuevo libro te cuento cómo empecé a trabajar en mí, ya puedes leerlo o escucharlo y leerlo en Patreon e Ivoox:
Quiero escucharlo por capítulos en Patreon
Quiero adquirir el audiolibro y escucharlo entero
Cuando era una adolescente, yo no tenía filtros. Me compartía con los demás con una generosidad brutal. Me abría en canal, me mostraba desnuda, hablaba de mis emociones, de mis sentimientos, de mis recuerdos y mis sueños con una inocencia y una transparencia brutal.
La gente llevaba sus máscaras de protección y yo me quitaba la mía con la esperanza de que los demás se quitasen la suya y pudiesemos conversar de tú a tú, pero no me funcionaba, y no entendía por qué. Yo me desnudaba y la mayoría seguían vestidos y acorazados, cada cual con su armadura.
Esto me hacía sentir diferente y especial, y sobre todo, me sentía muy valiente. Una mujer sin miedo al qué dirán, una mujer capaz de decir lo que piensa y lo que siente, y capaz de darse a los demás sin temor alguno, así me sentía yo. Generosa y alegre, me veía yo desde fuera. Hoy me miro y me veo a mí misma demasiado inocente, y demasiado ingenua.
Cuando me empecé a preguntar por qué los demás tenían tanto miedo a ser ellos y ellas mismas, me di cuenta de que la información es poder y que cuanta más información tienen los demás sobre ti, más vulnerable eres y más daño pueden hacerte. Poco a poco (muy poco a poco) me fui dando cuenta de que la gente solo se quitaba la coraza cuando estaban en espacios seguros con gente confiable y querida. Yo lo hacía en todos lados, me desnudaba en todas partes.
Había un tema de ego ahí: la gente se quedaba boquiabierta con mi capacidad para ser yo misma en todos lados. No tenía miedo, no desconfiaba de la gente, y yo quería provocar. De alguna forma me parecía muy transgresor el poder hablar de mis cosas más íntimas en un mundo en el que todos se quedan en la superficie.
La gente cuando se encuentra por la calle habla del tiempo. Los grupos de amigos y amigas hablan de política nacional e internacional, y comentan las noticias. En los centros de trabajo se habla de cosas del trabajo. A mí me aburrían mucho las conversaciones superficiales, y me fascinaba encontrar gente capaz no solo de hablar de lo político, sino también de lo personal.
Hoy en día me sucede lo mismo, valoro muchísimo a la gente capaz de hablar de sí misma, de sus sentimientos, de sus experiencias, capaz de abrirte su corazón para que entres un ratito en él, y capaz de entrar en tu corazón para que te conozca como realmente eres.
Pero soy muy consciente hoy en día de lo difícil que es intimar con las personas. Como he viajado mucho, he notado que para muchas personas es más fácil abrirse con desconocidas que con la gente con la que se relaciona a diario. Y me siento muy afortunada cuando las mujeres con las que trabajo se desnudan y me regalan sus historias de vida.
Ahora he aprendido yo también a analizar con quién puedo y no puedo desnudarme, pero me ha costado bastante. Cuando me abrí las redes sociales en 2010, era muy espontánea e impulsiva, y publicaba todo lo que se me venía a la cabeza. Claro, era un tiempo en el que yo tenía 300 amigas, no tenía seguidoras, no era un personaje público, y apenas aparecían personas desconocidas a comentar en mi muro.
Al principio en las redes sociales se podía debatir, recuerdo que yo participaba en hilos sobre muchísimos temas y que aprendía mucho conversando con mujeres de todos los países hispanohablantes. Poco a poco el odio empezó a aparecer, y los algoritmos empezaron a visibilizar las publicaciones más polémicas. Empezaron los linchamientos públicos, los ataques organizados, y los influencers que se dieron cuenta de que solo podían aumentar su pòpularidad creando polémicas y escándalos, y atacando a otras figuras públicas.
Zuckerberg y los chicos de Silincon Valley se dieron cuenta de que el odio mueve muchísimo dinero, y que la única forma de engancharnos a todos y a todas en las redes era a través de las peleas. Las redes son como los circos romanos: la gente acude en masa cuando hay sangre, cuando hay alguien sufriendo, bien para disfrutar del dolor ajeno, bien para desahogarse haciendo daño a los demás.
Así que empecé a tener más cuidado, pero tardé un poco de tiempo en darme cuenta de lo peligroso que era hablar de mi vida personal, tanto en redes sociales como en la vida real. Cuando sufrí mi primer linchamiento lo pasé fatal y experimenté una gran crisis, y recuerdo que me despedí de mis redes sociales para siempre, y empecé a usarlas como escaparate para mostrar mi trabajo.
Desde entonces solo muestro al personaje de Coral Herrera Gómez para presumir de mis éxitos y así conseguir que me inviten a impartir charlas y conferencias, y vender libros.
Me autocensuro constantemente, es un ejercicio diario y agotador. Pienso mucho en lo que voy a decir y cómo, y siempre pienso en mis haters, en cómo pueden hacerme daño: llevo ya varios años amordazada, cuidando cada vez más de mi intimidad, protegiendome con mi coraza.
Sin embargo, en estos últimos años he creado dos espacios virtuales en los que puedo ser yo misma: la Comunidad de Mujeres del Laboratorio del Amor, un refugio seguro en el que todas podemos expresarnos con libertad, y en el que no tenemos miedo de que nos ataquen, porque nos guiamos por los valores y principios de la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados.
Ahora he abierto mi página en Patreon, y he empezado un diario personal para poder compartirme con mis suscriptoras, y me siento muy feliz pensando que en esta comunidad solo entran mujeres y hombres que apreciáis mi trabajo.
Si queréis seguir mi diario personal podéis
haceros suscriptoras de mi página en Patreon
o inscribiros en el Laboratorio del Amor.
Gracias y bienvenidas todas,
Coral Herrera Gómez