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9 de diciembre de 2019

Criando a un niño sin violencia

Mi hijo aún no sabe qué es un enemigo, ni qué es una pistola, no sabe pelear contra otros seres humanos, no siente placer jugando a herir o asesinar a otros niños, ni quiere salvar a las niñas. Me siento muy orgullosa de estar criando un varón no violento, pero no sé cuanto tiempo será así. Me encantaría juntarle con niñas y niños que no estén expuestos en sus casas a la violencia que les inoculan a través de las pantallas, pero la gran mayoría de los niños de su edad ya andan jugando a la guerra. 

Sé que es difícil porque en todas las películas y dibujos animados se glorifica al macho violento, al mutilado emocional que ni siente ni padece, pero creo que no es imposible. Me da la sensación de que cada vez somos más mamás las que queremos educar a los niños varones en otros valores. Siento que somos cada vez más las que estamos intentando ofrecerles otros héroes y heroínas que no usen la violencia para resolver los conflictos o para conseguir lo que necesitan. 

No es fácil porque es ir a contracorriente, pero yo creo que esto de criar niños no violentos es todo un acto de rebeldía política contra un sistema que necesita tantos machos mutilados y princesas desvalidas 

#MaternidadesFeministas #MasculinidadesNoViolentas #InfanciasLibresDeViolencia #OtrosJuegosSonPosibles

31 de agosto de 2019

La violencia de los niños: cómo la aprenden, y cómo la ejercen contra los demás y contra sí mismos.





La violencia de los niños: cómo la aprenden, cómo la interiorizan, cómo la ejercen
contra los demás y contra sí mismos.




Conferencia impartida en el II Congreso Mundial de Infancia Sin Violencia en la Universidad de Buenos Aires organizado por Aralma los días 21, 22 y 23 de
Agosto 2019 en Argentina.




Resumen de la Conferencia:




A los niños les contamos historias que se desarrollan en torno a la aniquilación de los enemigos. En casi todas las películas infantiles hay enemigos que quieren matar al protagonista, la misión del héroe es exterminarlos. El asunto es que en la vida real, los niños creen que los enemigos son ellos mismos, y por eso acosan al niño gordo, a la niña con gafas, al niño trans, a la niña torpe, al niño inmigrante, a la niña con pelo afro. Entonces hay que explicarles quienes son sus enemigos en la realidad, las personas que más daño les hacen: las personas que abusan sexualmente de ellas, las que provocan pobreza y hambrunas, las que envenenan el agua que beben, las que les quitan su
derecho a la educación y la sanidad, las que quieren hacer quitarles su tiempo cuando
se hagan mayores, las que expanden el odio contra grupos humanos por su color de piel, su clase social, su religión o su orientación sexual. Los enemigos reales son aquellos
que quieren convertirles en trabajadores y consumidores que van a lo suyo y no se solidarizan con los demás. Son los que roban bebés y trafican con niños y niñas, los que hacen negocios alquilando mujeres para que vendan a sus bebés, son los que esclavizan
a los niños y niñas en minas, fábricas de textil y calzado, y prostíbulos. Son los que les destrozan la infancia para utilizarlos como soldados en las guerras, los que bombardean ciudades sin remordimiento, los que obligan a desplazarse a miles de personas huyendo de la guerra y buscando un país seguro para vivir, los que están apropiándose del agua potable para hacer negocio, los que comercian y consumen pornografía infantil, los que los separan de sus padres en las fronteras para torturarlos, los que les matan en las cárceles para menores extranjeros. Estos son los enemigos de los niños y niñas, y
tienen derecho a saber cómo tratamos los adultos a la infancia, y de quienes tienen
que protegerse.




Conferencia completa:





Título:

La violencia de los niños: cómo la aprenden, cómo la interiorizan, cómo la ejercen contra

 los demás y contra sí mismos.

Autora:

Coral Herrera Gómez. Doctora en Humanidades y Comunicación Coordinadora del

Laboratorio del Amor

Palabras clave:

violencia infantil, malos tratos, gestión de las emociones, cultura patriarcal, machismo,

misoginia, cuidados, amor, feminismo, relatos, ficciones, imaginario colectivo

Texto:

Los niños y las niñas no sólo son víctimas de la violencia: también aprenden a ejercerla
contra los demás, y contra sí mismos. Las vías de aprendizaje son dos: por un lado, la socialización en la familia, en la comunidad a la que pertenecen, y la institución en la que son educados. Por otro lado, aprenden a ser violentos con las películas y las series de televisión, los cuentos que les contamos, las canciones que escuchan, los videojuegos, los chistes y los refranes.

La violencia está normalizada hasta tal punto que somos incapaces de percibir el daño
que hace a los  niños y a las niñas estar expuestos a la violencia desde su más tierna
infancia: a diario ven  escenas de peleas, luchas, guerras, asesinatos, violaciones, y nos
creemos que estar expuesto a tanta violencia no les afecta al cerebro ni a las emociones,
y que no les hacen daño.

Intentamos eliminar el azúcar y los alimentos ultraprocesados, pero no nos preocupamos
por los contenidos audiovisuales que consumen y por los valores que adquieren viendo
películas machistas y violentas. Les enseñamos a ser educados, a pedir por favor y a dar las gracias, a comer correctamente en la mesa, a sacar buenas notas, pero no les enseñamos a ser buenas personas.







Les dejamos solos frente a la pantalla para que se insensibilicen con la violencia, y luego no entendemos por qué se divierten tanto haciendo sufrir a los demás. No les explicamos por qué los dueños de los medios mitifican al macho violento, ni por qué no nos ofrecen otros modelos de masculinidad. No saben por qué estos hombres poderosos quieren que ellos también sean violentos, ni para qué.

No les estamos ofreciendo herramientas para relacionarse con el mundo desde el amor y los cuidados: los niños sólo están aprendiendo a aniquilar a sus enemigos, y ni siquiera saben quiénes son su mayor amenaza: no desde luego sus compañeros de juegos.

Los niños varones son los que aprenden a ejercer la violencia física contra los otros niños,
contra las niñas, contra los animales y contra los adultos de su entorno. A las niñas se les
enseña a  aguantar o soportar esa violencia, y además las engañamos para que crean que la
violencia que recibirán de su pareja es una prueba de amor.


¿Cómo se les enseña a los niños a ser violentos? Los relatos más importantes de nuestra
cultura están basados en el monomito del héroe que abandona su hogar para correr una serie de aventuras que le harán enfrentarse a sus propios miedos y les convertirá en hombres adultos.

Este monomito es la base de la historia de Jesucristo y de casi todos los héroes de nuestra
cultura para poder hacerse hombres de verdad, los niños tienen que separarse física y
emocionalmente de sus madres y del entorno de cuido, que es generalmente un mundo de
mujeres formado por sus abuelas, tías, primas, hermanas y vecinas de la comunidad. El
mensaje que nos lanzan en estas historias de superación y transformación es que el varón
sólo puede florecer si logra romper el cordón umbilical que le une a este mundo de afecto, cuidados y ternura, y si logra desconectar de sus propias emociones para endurecerse y convertirse en máquinas de matar.

El héroe es generalmente siempre un niño asustado que logra vencer a sus propios
monstruos cada vez que se enfrenta a los enemigos que encuentra en el camino. Tiene
una misión que cumplir, algo  que es más importante que su propia vida: salvar al
mundo de una amenaza, restituir el orden, legitimar a un rey frente a otro rey. El niño
tendrá que convertirse en un guerrero justiciero que ni siente ni padece: casi todos los héroes y superhéroes de nuestra cultura luchan sin tener que cuidarse a sí mismos, sin velar por su propia seguridad: son gente sacrificada y sufridora a la que no le importa arriesgar su propia vida con tal de pasar a la posteridad y despertarla envidia y la admiración de los demás.

Son héroes mutilados emocionalmente, soldados que obedecen al patriarcado sin

cuestionarlo, leales a las leyes de la selva, en la que sólo sobreviven los más fuertes.

Los niños construyen su identidad masculina imitando a estos héroes, a los que admiran por su fuerza, su valentía y su agresividad. Bajo esta identidad masculina
subyace la idea de que cuanto más sufra y más se sacrifique, mayor será la recompensa:
convertirse en un hombre poderoso, temido y obedecido por los demás. Por eso le gusta
sufrir y hacer sufrir: cuanto mayor sea la tortura, más macho se sentirá.

Todos aprenden pronto que la violencia legítima es la que ejercen los “buenos”, y la
violencia que hay que combatir es la de los “malos”. Los guionistas, los narradores y
productores culturales les ofrecen un modelo de masculinidad basado en la idea de que la
violencia es natural en los hombres, y es además necesaria para acabar con el “mal”.

A través de los relatos, los niños entienden que la violencia es la única manera para
resolver conflictos y para obtener lo que desean, lo que quieren o lo que necesitan,
porque sus héroes resuelven así, y no tienen herramientas para hacer frente a sus
problemas. Creen que el pez grande tiene derecho a comerse al chico, y con los cuentos
que les contamos, más lo que ven en la vida real, aprenden rápido cómo funciona la pirámide social del patriarcado: los hombres jóvenes, blancos, fuertes, heterosexuales y ricos están arriba, y abajo están todos los demás.

Y claro, ninguno quiere estar abajo: su lucha ha de ser ir escalando en esta pirámide hasta
alcanzar la cima, sometiendo y aplastando a los demás. Las producciones audiovisuales les enseñan cómo embrutecerse y cómo acumular riquezas, poder y mujeres a través de esta lucha por ser los mejores: sólo los más fuertes, los más rápidos, los más inteligentes y astutos están llamados a coronar el éxito. Y es que arriba del todo es donde mejor se vive: a todos los demás se les contempla desde arriba hacia abajo, se les domina, se les utiliza, se les obliga a tratarlos con respeto y a obedecerlos.

A los niños no les enseñan a cooperar y a trabajar unidos para luchar contra las injusticias, para conseguir derechos para todos, o para hacer de este un mundo mejor: todos los mensajes de nuestra cultura patriarcal van en sentido contrario. La lógica que aprenden es la de la competitividad: si son disciplinados, si trabajan duro, si dominan su entorno, pueden llegar a ser los amos del mundo.

Si no logran ser presidentes, empresarios de éxito o futbolistas famosos, siempre podrán reinar en sus casas como reyes, y mandar sobre su esposa, hijas e hijos. Hasta el hombre más pobre del mundo puede ejercer de monarca absoluto en su propia casa, como si fuera un premio de consolación por no haber podido triunfar en un mundo en el que el éxito está reservado para unos pocos machos alfa.

A través de las películas y los videojuegos, no sólo aprenden a ser hombres, también
aprenden a relacionarse con las mujeres. En casi todas las producciones culturales, las
mujeres son estereotipadas como seres perversos de las que hay que defenderse. Primero

aprenden a despreciara las niñas: no hay mayor insulto en un kinder, una guardería o un
colegio que ser categorizado como una niña. A los niños les da un terror absoluto que sus
compañeros o sus padres les llamen “nena”, “nenaza”,“niña”, “niñata”.

Elisabeth Badinter nos contaba en su libro que la masculinidad se aprende en base a tres pilares fundamentales: “No soy una niña”, “no soy un bebé”, “no soy homosexual”. Así que aprenden a ser hombres desde el rechazo a todo lo femenino, el desprecio a los más débiles y la dominación. Sueñan con ser hombres ricos y famosos, y para eso tendrán que construir sus relaciones desde el abuso y la explotación hacia los demás: nadie se hace rico si no es contando con mano de obra gratis, o muy barata, y si no es acaparando los recursos de los demás.

Los hombres, sólo por nacer hombres, se merecen una mujer que les cuide. Primero es
mamá, y después la novia que llegará a ser esposa: nunca les enseñamos a cuidarse a sí
mismos, porque los héroes están siempre poniendo su vida en riesgo, comen mal, duermen mal, sufren heridas y tienen el cuerpo lleno de dolores y cicatrices que demuestran que son tipos duros capaces de aguantar el sufrimiento como si fuera algo consustancial a la masculinidad heroica.

Otra de las cosas que aprenden los niños viendo dibujos animados es que la venganza
es totalmente legítima: si un hombre pretende hacerte daño, puedes matarlo. Si una
mujer te destroza el corazón o te engaña, tienes derecho a matarla. Es la filosofía del
ojo por ojo, diente por diente: si una mujer no se pliega a tus deseos, si te rechaza o
te abandona, tienes derecho a destrozarle la vida porque de ti no se ríe de nadie, y a
ti no te abandona nadie si no es perdiendo la vida. Este es el mensaje principal que
transmiten muchos cuentos infantiles y que permanece dentro de ellos toda su vida: uno
puede vengarse cuando sufre o cuando se pone en entredicho su honor o su prestigio, sin
importar las consecuencias.

Los niños son educados para que también usen la violencia contra sí mismos,
poniéndose constantemente en riesgo y generando conductas autodestructivas que
pueden llevarles a la muerte en su adolescencia y adultez. Se les obliga a demostrar
constantemente su hombría a través de su habilidad para autolesionarse, automutilarse, y
ponerse en peligro a sí mismos ya sus acompañantes. Por eso conducen borrachos, hacen
carreras de coches en la carretera, se tiran a una piscina desde el balcón de un hotel, se suben a gran altura para hacerse un selfie, consumen alcohol y drogas hasta caer desmayados, provocan peleas para que alguien les agreda, juegan a asfixiarse, y se enfrentan a la policía para demostrar su valentía.

El héroe que los niños admiran esconde su fragilidad y su vulnerabilidad, y se avergüenza de su debilidad, de su torpeza o de su falta de habilidades para ser un macho alfa. Cambian los nombres y los rostros, pero el modelo heroico es siempre el mismo: hombres que no le tienen miedo a nada, hombres que consiguen lo que quieren caiga
quien caiga, hombres ambiciosos que generan riqueza y dominan territorios enteros para poner a millones de personas a su servicio.

La masculinidad patriarcal no es solidaria, sino competitiva: los hombres necesitan los aplausos, la admiración y la envidia de los demás, por eso en las películas infantiles
los héroes son personas, incapaces de mostrar afecto, generalmente tensos y estresados,
y casi todos con muchos traumas encima. Cuando entran en combate lo hacen llenos de
odio, de furia, y de rabia, emociones que les genera mucha adrenalina y les ayuda a matar a sus enemigos.

Los niños ponen en práctica lo que aprenden a través del juego libre: por eso en los patios
de los colegios y en los parques los niños forman bandos en los que juegan a aplastar a los otros, a machacarlos, torturarlos y matarlos. Por eso excluyen a las niñas del juego: no hay nada que les de más miedo que les gane una niña con habilidades físicas superiores, no hay mayor humillación para un niño que quiere ser macho.

Las niñas son las espectadoras, son un trofeo de caza, y una recompensa a sus esfuerzos para la guerra. Durante la historia, las niñas son torpes y caminan por la selva en tacones, se asustan por todo, gritan como hienas cuando ven una araña, y meten la pata constantemente para poner al héroe más difícil su misión, y para realzar la hombría de su acompañante. Cuanto más estúpidas parecen ellas, más inteligentes parecen los protagonistas de las ficciones que consumen los niños. Cuanto más débiles y más desprotegidas parecen ellas, más importantes y necesarios parecen ellos. Es por esto que  las heroínas de los relatos son siempre retratadas como seres inferiores: para que ellos  parezcan más grandes, más veloces, más fuertes y más listos.

Las niñas no suelen aparecer nunca en las ficciones como sujeto, sino como objeto. Un objeto que pasará a ser propiedad privada del protagonista si logra enamorarla.

Y es que los niños aprenden pronto que la única forma de tener a una mujer a tus pies sin
obligarla, es a través del amor. Por eso en la adolescencia van al amor como si fueran a la
guerra: pierde el que se  enamora, gana el que no se enamora y logra enamorar a una o a
varias mujeres.

Los niños y las niñas se juntan en la adolescencia para ligar y tener sexo, pero a ellas
les enseñan a buscar al príncipe azul, y a ellos a acumular conquistas para mostrar su hombría.

Por eso a ellos les gustan las pelis de acción y a ellas las películas románticas y las de princesas.

Todo lo que ven en las películas, lo ven también en casa. Sus padres son los reyes del hogar, los que mandan, los que tienen la autoridad, y los que traen el dinero a casa. Las mamás son las que trabajan doble jornada laboral: además de traer dinero a casa, se encargan de todo lo demás.

Lo hacen “por amor” al hombre y a la familia, lo hacen porque les toca, lo hacen porque son mujeres y les gusta cuidar a los demás.

A las niñas también se las enseña a competir entre ellas, por eso las princesas están siempre solas y jamás forman alianzas con otras mujeres para liberarse de la esclavitud o la explotación, del encierro o del aburrimiento. También aprenden a ser sufridoras y sacrificadas, a aguantar y a soportar, a ceder y a tragar, a renunciar a sí mismas, y a vivir esperando eternamente la llegada del héroe, aunque sea durante décadas como es el caso de Penélope en la Odisea, o de la Bella Durmiente en Disney.

Las mujeres aprenden a vivir en sueños, suspirando por la llegada del amor que transforme sus vidas, imaginando y recreándose en el milagro romántico, ese que va a salvarlas y va a solucionar todos sus problemas. Las princesas no aspiran a ser compañeras, sino a ser siervas de su amado, a curar las heridas del guerrero, a ser leales a su media naranja.

Y esto no sólo lo ven en las películas, sino también en la vida real: ven mujeres que
renuncian a sus sueños al juntarse a un marido, ven mujeres que soportan toda la carga
sin quejarse, ven mujeres que son castigadas cuando se rebelan a los mandatos de género
y a su condición de objeto. Todos los días en el mundo, los hombres violan y matan a
mujeres libres que desobedecen las reglas del patriarcado.

Por eso en casa se las educa para que sean sumisas, complacientes, serviciales, entregadas, abnegadas y encantadoras. Y no sólo en casa, también en la escuela se nos enseña cuál es nuestro lugar en la pirámide social, y cuál debe ser nuestra forma de ser mujeres.

Es en la escuela, alrededor de los 6 o 7 años, cuando nos damos cuenta de que somos
seres inferiores:  los genios de la música, la ciencia, el deporte son todos hombres. Los
grandes personajes de la Historia: políticos, reyes, papas y obispos, hombres de negocios,
exploradores, faraones, zares y emperadores, son hombres. Las mujeres están borradas de
los libros de texto: no aparecemos por ningún lado. Y las pocas que aparecen son mujeres
patriarcales que imitan a los hombres, como Cleopatra o Isabel la Católica.

A las niñas se nos permite llorar, y a los niños se les prohíbe llorar. A ellos les permiten
expresar su rabia y a nosotras no: las niñas no pueden enfadarse, no pueden expresar su
enojo, y generalmente a única vía para dar rienda suelta a la rabia que tenemos es volverla
contra nosotras mismas.

A través de la cultura audiovisual, las mujeres aprendemos a odiar nuestros cuerpos
y nuestra apariencia física, por eso nos torturamos con operaciones de cirugía estética,
con dietas espantosas, con sesiones de gimnasio interminables, con tratamientos de belleza caros y dolorosos. Odiamos nuestras imperfecciones, nuestra grasa, nuestras arrugas, nuestras canas, nuestros excesos o carencias: nos enseñan a compararnos entre nosotras, a considerarnos enemigas y rivales, y a odiar al género femenino.

La tortura no es sólo física: las niñas aprenden desde muy pronto a tratarse mal
a sí mismas, a sentirse inferiores, a depender del reconocimiento de los hombres

y del afecto de los hombres. Los problemas de autoestima vienen desde la más
tierna infancia: nosotras somos las guapas, ellos son los inteligentes, los bondadosos,
los fuertes, los valientes. Nosotras somos lo contrario a ellos, pero sólo conseguiremos
que nos den afecto si nos mantenemos guapas y si aparentamos ser sumisas.

Esta es la razón por la que los niños juegan a someter y asesinar, y las niñas juegan
a cuidar: en las películas se endiosa a los hombres por su capacidad para matar, y a las
mujeres por su capacidad para dar vida, y para cuidar bebés. Y así es como los niños
aprenden a ser hombres y a relacionarse con las mujeres: nunca desde la cooperación,
siempre desde la estructura de la dominación y la sumisión que subyace a todos los
relatos de nuestra cultura patriarcal.

Los macho alfa de carne y hueso son como sus héroes de ficción: hombres que ejercen la violencia para hacer el bien, hombres con poder para dominar su entorno. Presidentes
de gobierno, presidentes de las empresas más exitosas del mundo, futbolistas millonarios,
mafiosos y narcos. Lo que ellos ven en televisión son hombres que hacen leyes, y hombres que se las saltan para acumular poder, riquezas y mujeres. Algunos caen presos, pero otros viven la vida a todo lujo tomando decisiones que afectan a millones de personas.

Para el macho patriarcal, todo vale en la carrera para acaparar recursos, aunque ello
suponga tener que hacer sufrir a mucha gente, aunque implique la destrucción de un
bosque o del planeta entero. Su egoísmo, avaricia,  soberbia y codicia no tiene fin:
así son los héroes de nuestros niños, hombres sin capacidad para  la empatía, hombres
despiadados de sangre fría y corazón helado incapaces de sentir amor por la Humanidad.
No les importan los medios para lograr sus fines.



Los niños no son educados para cuidar a los demás, sino para que les cuiden. Por eso
no saben relacionarse con las niñas de igual a igual: no las consideran compañeras. Son
siempre seres a los que puedes utilizar para satisfacer tus deseos sexuales, o para aumentar tu prestigio de macho, pero no son jamás compañeras. Más bien, son el enemigo a batir: los hombres que se enamoran de las mujeres están en una situación de total fragilidad, y ningún hombre quiere ser manipulado por una mujer poderosa.

Los niños tienen miedo al poder y la libertad de las niñas, por eso necesitan
dominarlas. Todas son las enemigas, excepto la mamá y unas pocas mujeres de la familia:
de las demás no te puedes fiar. Nuestra cultura misógina expande el odio hacia las mujeres a través de los anuncios y las ficciones: son seres despreciables y malvados que pueden arrancarte el corazón y chuparte la sangre, vaciarte el bolsillo y dejarte en la calle.

Por eso muchos sueñan con encontrar algún día a su princesa: una mujer sumisa, sin deseos propios, devota y leal, discreta y obediente que les ame para siempre, les
perdone los pecados, les frenen en sus locuras, les consientan todos los caprichos, les

enseñen el buen camino, les castiguen cuando se portan mal, que sean comprensivas y
quieran sacarles del pozo en el que a veces se hunden, y que les cuiden cuando
enfermen y envejezcan. Necesitan una especie de doble de mamá que les ame
incondicionalmente, hagan lo que hagan, y que no les abandone jamás. Necesitan
sentirse especiales e importantes: quieren ser imprescindibles, y quieren reinar en su
hogar. Y muchos se frustran porque no encuentran a esta mujer de ficción que sepa
esperar y aguantar.

Nos educan de manera diferente frente al amor, por eso no es fácil quererse bien
cuando legamos a la juventud y a la adultez y nos juntamos en pareja. El odio
contra las mujeres está latente en nuestras relaciones: los niños lo interiorizan
cuando les contamos que existen las mujeres buenas y las mujeres malas, a las
primeras se las respeta, y a las demás no.

A las niñas nos enseñan en la escuela que cuando un niño nos acosa, nos golpea,
nos humilla y nos maltrata es porque se ha enamorado de nosotras. Nos
compadecemos del bruto que no sabe controlar sus emociones y que necesita
dominarnos para aplacar su complejo de inferioridad y sus miedos. Nos
compadecemos del maltratador porque vemos ahí al niño asustado que necesita
cariño y atenciones, que ha sido mutilado en su infancia, que no tiene herramientas
para gestionar sus emociones. Y por eso aprendemos desde niñas a soportar malos
tratos: nos hacen creer que es una bofetada en un ataque de celos es una prueba de
amor.

Quien bien te quiere te hará llorar, nos dicen. Los que más se pelean son los que
más se desean, nos cuentan. Y por último nos hacen creer que el amor y el odio
son lo mismo, aunque en realidad son emociones completamente contrapuestas.

Nos hacen creer que somos culpables de la violencia que recibimos, porque algo
habremos hecho mal, porque hemos desobedecido, porque le hemos hecho enfadar, o
porque hemos cometido algún error.

Las niñas aprendemos a portarnos mal con las demás niñas desde muy pequeñas
a través de las relaciones de rivalidad y competición. Pero sobre todo, aprendemos
a tratarnos mal a nosotras mismas porque crecemos con la autoestima por el suelo.

Nuestro mayor miedo es que nadie nos quiera, nadie nos proteja, nadie nos cuide, por eso
nuestro sueño es ser amadas y elegidas para ser la esposa de un hombre con éxito. Y por
eso nos resignamos a tener relaciones en las que no somos felices: creemos que no nos
merecemos más porque no nos enseñan a querernos bien a nosotras mismas, ni a
cuidarnos a nosotras mismas.

Estos son los mensajes que nos lanzan los medios de comunicación y las industrias
culturales para que aprendamos a ser hombres y mujeres, y para que aprendamos
a relacionarnos entre nosotros  desde esta cultura de la dominación y la sumisión.

Con estos mensajes en forma de mitos interiorizamos la violencia y la
reproducimos: en nuestros juegos de la infancia primero, y en nuestras vidas
adultas después.

Por eso es tan importante exigirle a los productores y creadores culturales un cambio
en la ideología que transmiten en los relatos, en la información y en el entretenimiento
que nos ofrecen. Ellos son los principales transmisores de los valores capitalistas y
patriarcales, los que perpetúan  a través de estereotipos y de mitos todos los principios
basados en la dominación masculina, los  responsables de que en nuestro imaginario
colectivo la violencia sea la principal forma de relacionarnos entre nosotros.

Los creadores son los que ensalzan la masculinidad más violenta y cruel al
mitificarnos a hombres sin sentimientos, sin ética, y sin escrúpulos. Ellos nos ofrecen
modelos de personas y de relaciones, y nos hacen creer que la violencia es legítima y
necesaria si la emplean “los buenos”. Mientras, en las escuelas se nos niega la
educación emocional que necesitamos para aprender a tratarnos bien, a querernos desde
la solidaridad y el compañerismo, a relacionarnos sin miedos y sin necesidad de
dominarnos los unos a los otros.

No nos enseñan a gestionar nuestras emociones, a despedirnos de nuestros seres
queridos, a conseguir lo que necesitamos o a resolver los conflictos sin utilizar la
violencia. A los niños les insisten en que tienen que aprender a defenderse cuando les
atacan, pero  no les enseñan a no atacar a los demás. A las niñas les enseñan a evitar
ser violadas, pero no enseñan a los niños a no violar. A los padres y a las madres les
preocupa que sus hijos sufran bullying, pero no se preocupan por si son ellos los que
ejercen acoso y violentan a sus compañeros o compañeras.

Creo que es esencial ofrecer educación emocional a los niños y a las niñas, y
educación feminista, ecologista, y pacifista, pero también necesitamos con urgencia
herramientas que nos permitan explicarle a los niños por qué sus héroes son así y qué
mensajes les están lanzando los señores creadores, por qué y para qué lo hacen, cómo
nos influyen a nosotros, y cómo va el mundo gracias a esta forma de pensar.

Es urgente ofrecerles otras referencias y otros modelos de masculinidad y feminidad
que no estén sujetos a la norma patriarcal. Necesitamos otros héroes y heroínas, otros
relatos, otras tramas, otras formas de resolver los conflictos, otros finales felices.

Necesitamos sensibilizar a los escritores, dibujantes, diseñadores, guionistas y productores sobre la importancia de acabar con el sufrimiento, y de fomentar la cultura del disfrute, del respeto, del buen trato. Necesitamos que dejen de matar a las madres y que los niños aprendan que no tienen por qué rechazarlas ni aprender a vivir sin ellas: sólo necesitan herramientas para ser autónomos y para vivir el amor sin miedo.

Necesitamos un cambio radical que deje de presentar como negativos los valores tradicionalmente asociados a lo femenino: la ternura, la empatía, la solidaridad, los afectos y las redes de cuidados.

Un primer paso podría consistir en poner los cuidados en el centro de la política
y la economía, en el centro de los relatos, en el centro de las luchas para construir
un mundo mejor. Poner todo el tiempo los cuidados en el centro: para transformar el
mundo hay que aprender a cuidarnos a nosotras mismas y a los demás. Creo que es la
única manera de garantizar a los niños y las niñas infancias felices y libres de violencia
y sufrimiento: enseñándoles a cuidar la naturaleza, a los seres vivos, y a los seres
humanos que viven en este planeta.

Coral Herrera Gómez



Argentina, Agosto 2019

24 de junio de 2019

El Mejor Regalo del Mundo



El mejor regalo del mundo que podéis hacerle a la gente que queréis es tiempo. Es lo que más feliz puede hacerle a tus amigas, a tus hijas e hijos, a tu compañera o compañero, a tu familia y gente querida, y a tus mascotas. Tiempo de calidad, tiempo para cocinar y comer rico, para conversar largas horas, para jugar, para hacer cosas que os gustan a ambas, para demostraros cariño con abrazos y sonrisas, para contaros los secretos, para recordar tiempos pasados, para soñar el futuro, para aprender juntas cosas nuevas, para bailar y divertiros, para hacer excursiones y viajar, para escuchar música, para cuidaros mucho mutuamente, para demostraros el amor que os tenéis, para compartir esos silencios maravillosos en los que no hace falta decir nada.

#TiempoParaElAmor #ElMejorRegaloDelMundo



14 de agosto de 2018

ElDiaDeLaMadreYoQuiero




En el día de la Madre yo quiero: 

- que todas las maternidades sean libres y elegidas,

- que ninguna niña, adolescente o mujer adulta sea forzada a sufrir un embarazo, a tener un pato forzado, ni sea obligada a ser madre,

- tiempo, ingresos y apoyo de la comunidad para cuidar, criar y educar a nuestras crías,

- que se proteja a las madres, a los niños y las niñas de la violencia machista, 

- que todas tengamos garantizados nuestros derechos sexuales y reproductivos, 

-que nuestros niños y niñas tengan garantizados sus derechos humanos fundamentales y que tengan las condiciones para ser criados en entornos amorosos, y educados en las mejores condiciones,

- que no separen a las mamás de los recién nacidos en los hospitales. Es cruel, perjudicial e innecesario,

- que nos garanticen embarazos y partos respetados, con un personal sanitario sensibilizado y formado, queremos hospitales libres de violencia obstétrica y de crueldad, 

- que todas podamos disfrutar de nuestro derecho y el de los bebés a la lactancia materna. Que caigan todos los mitos, la desinformación, los prejuicios y la doble moral que nos censura, que todas las mujeres sean libres para decidir si quieren o no dar de mamar, y cuánto tiempo quieren hacerlo. 

- que todas las mujeres podamos vivir y criar en un mundo sin machismo, sin explotación, y sin violencia en el que las mujeres seamos libres y tengamos derecho a tener derechos. 

- que entre todas acabemos con la explotación reproductiva y la compraventa de bebés, que ninguna mujer pueda ser alquilada y utilizada por empresas, ni por "clientes". No somos mercancía, nuestros bebés tampoco,


- que tengamos tiempo libre y seamos cuidadas en los primeros años por nuestra red afectiva,

- que todas las madres tengamos unos ingresos dignos para poder criar a nuestros propios hijos e hijas si así lo deseamos,

- que toda la comunidad se involucre en los cuidados y la crianza de los bebés, los niños y las niñas, que la gente cercana disponga de un tiempo a la semana para cuidar a las madres y sus crías, a la gente enferma o discapacitada, a los adultos y adultas mayores de la red social y afectiva a la que pertenecemos.


- que todas las mamás podamos tener las condiciones económicas y los apoyos necesarios para poder disfrutar de la maternidad y la crianza de mis hijos e hijas, 


que respeten a las mujeres que no desean ser madres,

- más justicia social, más igualdad y más derechos para todas las mamás del mundo

 #MaternidadesLibresYElegidas#MaternidadesDeseadas #CostaRica


30 de julio de 2018

Capitalismo, Comunismo y Patriarcado explicado en un minuto





Capitalismo, Comunismo y Patriarcado explicado en un minuto: en la Universidad y en la escuela me explicaron el capitalismo y el comunismo sin hablarme del patriarcado, por eso no lograba entender bien el funcionamiento del mundo en el que vivo. Cuando sólo ves diferencias de clase no tienes una visión completa de la realidad. 

Me quedé alucinada cuando empecé a leer por mi cuenta y encontré la palabra clave para explicar nuestro sistema económico, y nuestra forma de organizarnos social y políticamente: lla explotación. El capitalismo es la explotación de los pobres por parte de uos pocos ricos, y el patriarcado es la explotación de las mujeres por parte de los hombres.

Me puse a leer sobre economía desde una perspectiva feminista, y me encontré a Silvia Federici explicando que lo que unos llaman amor, en realidad es trabajo gratuito. Descubrí que nuestro sistema económico se sostiene gracias al trabajo que hacen gratis de millones de personas en todo el planeta.

Esos millones de personas somos las mujeres, que dedicamos miles de horas de nuestra vida a organizar, planificar, administrar el hogar, cocinar, limpiar, ordenar, comprar alimentos, procesarlos, lavar, planchar, doblar y colocar ropa, cuidar a las mascotas, dar teta, cambiar pañales, vigilar fiebres, criar y educar a los hijos y las hijas, cuidar a los abuelos y abuelas, a los familiares enfermos o dependientes, a las mascotas, el ganado y el jardín, o el huerto. 

Otro pilar del patriarcado son las mujeres que reciben dinero por ello: son profesiones que se realizan en total precariedad o en condiciones de semi-esclavitud, porque aunque son las tareas más necesarias para el funcionamiento del mundo, son las menos valoradas.

Y por último, el tráfico de esclavas sexuales y reproductivas, uno de los grandes negocios de hombres en el planeta: la prostitución y el alquiler de mujeres para la compraventa de bebés (lo que llaman la gestación por sustitución).

No se puede entender el capitalismo si no se sabe que su base es la explotación femenina, laboral, sexual y reproductiva. Tampoco se puede entender el comunismo si no te explican que la clase obrera está dividida también en dos subclases en las que los hombres son la clase privilegiada y las mujeres la clase dominada. Ellos tienen las tierras, los medios de producción y los medios de comunicación, los recursos naturales, la tecnología, el poder financiero, judicial, legislativo y ejecutivo de las democracias.

Nosotras tenemos doble jornada laboral, fuera y dentro de casa, ellos no. A nosotras nos echan del trabajo por quedarnos embarazadas, a ellos no. Nosotras cobramos menos salario por el mismo trabajo que ellos. Nosotras sufrimos acoso sexual y violaciones en el trabajo o volviendo del trabajo, y ellos no. Nos afecta más el desempleo y la precariedad que a ellos, tenemos techo de cristal y ellos no. No nos sentamos a negociar en los convenios, no lideramos los sindicatos de trabajadores, y todo esto no les importa a los revolucionarios, que repiten una y otra vez que primero lo suyo y luego lo nuestro. Siguen pensando, y luchando, por la igualdad y los derechos humanos de los hombres, pero no los de las mujeres. 

Y no es por ignorancia: no hablar del patriarcado en los análisis de la realidad que se hacen en la prensa, en las asambleas populares, en los congresos académicos, en las aulas universitarias, en los libros de texto, los artículos científicos, las reuniones intelectuales y políticas, etc. es una forma de negar el patriarcado y de contribuir a perpetuarlo.

A muchos intelectuales les sobra patriarcado, pero no hablan de él porque lo personal es político, y les da miedo abrir su corazón y hacer autocrítica. Lo que ellos hacen es hablar de los demás, nunca de si mismos.

La gente que habla, piensa, escribe, y da clases sin tener perspectiva de género no abarca la complejidad de nuestras estructuras, no se miran a si mismos como clase privilegiada, no se deconstruyen ni proponen otras formas de organizarse económicamente que no supongan la explotación del trabajo o el cuerpo de las mujeres. 

Menos mal que existen las compañeras que hacen Economía feminista y nos explican todo lo que los profesores patriarcales y los líderes sindicales, políticos y de movimientos sociales no ven. Nosotras, con nuestras gafas violetas, cada vez lo vemos más claro: la revolución será feminista o no será


Coral Herrera Gómez Blog

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