La guerra contra mi, la guerra contra todas
Quererse bien a una misma es un acto de desobediencia civil, y una forma de resistencia política ante la guerra que el capitalismo y el patriarcado sostienen contra nosotras.
La guerra contra las mujeres está basada en dos objetivos estratégicos: uno, que todas batallemos contra una misma, dos, que luchemos también contra las demás. El primer objetivo se logra minando nuestra autoestima para convencernos de que somos imperfectas, feas, viejas, gordas, o peludas. El segundo, se logra fomentando la competitividad entre las mujeres, haciéndonos creer que nosotras somos nuestras peores enemigas, que lo normal es compararnos y competir por la atención de los hombres, y que somos malas personas que no sabemos comportarnos cuando estamos juntas. Por eso es tan frecuente escuchar cosas como: "no hay nada peor que trabajar con mujeres, son todas unas chismosas", "las mujeres se tratan fatal entre ellas". Y es cierto: esta guerra es real, y cotidiana, y está basada en el lema: "divide y vencerás".
La industria de la belleza nos lanza bombardeos a diario, y por todas las vías posibles: cuñas publicitarias de radio, reportajes en revistas "femeninas", anuncios en vallas publicitarias, programas de televisión, anuncios en redes sociales... en todos ellos nos animan a auto torturarnos voluntariamente bajo la amenaza de que sin belleza no valemos nada, y que estando feas nadie nos va a querer.
Los medios de comunicación tratan de convencernos de que nos faltan muchas cosas que pueden comprarse con dinero, y de que tenemos muchos problemas que pueden arreglarse si una realmente lo desea y se esfuerza lo suficiente. Por eso nos animan a luchar contra los kilos, las arrugas, los pelos, las imperfecciones ofreciéndonos diversas soluciones para ganar la batalla contra nosotras mismas. Y por eso nos arrancamos los pelos, pasamos hambre, compramos medicinas milagrosas y productos mágicos, sudamos en el gimnasio, y nos sometemos a todo tipo de tratamientos de belleza y cirugías invasivas.
Como cualquier religión, la tiranía de la belleza nos asegura que el dolor, el gasto y el sacrificio merecen la pena: "para ser bella hay que sufrir". El sufrimiento te lleva al paraíso, que es aquel lugar en el que seremos admiradas por los hombres y envidiadas por las mujeres. El premio es el amor de un hombre que caerá rendido ante nuestros encantos, un Salvador que al elegirnos nos hará sentir especiales, un varón exitoso que pagará nuestras operaciones y tratamientos para que sigamos bellas hasta la eternidad.
El infierno es la soledad: la amenaza constante es que nadie te va a querer si no luchas contra la fealdad, contra la edad y la grasa. La publicidad de la industria de la belleza fabrica las inseguridades, los complejos y los miedos que interiorizamos sin darnos cuenta (el miedo a envejecer, el miedo a quedarte sola, el miedo al fracaso personal y profesional, el miedo a la invisibilidad social...). A los publicistas no les falta razón: en el capitalismo patriarcal las mujeres guapas, jóvenes, y delgadas tienen muchas más posibilidades de encontrar un buen trabajo (especialmente si es de cara al público), y ganar más dinero que las demás.
Además, las más bellas son las que consiguen emparejarse con los hombres más exitosos del planeta: futbolistas millonarios, actores famosos, empresarios y políticos situados en a cúspide del poder y la riqueza. No importa si ellos son gordos, viejos y feos: lo que importa es que tienen recursos de sobra para mantenerte, y eso es lo que les hace deseables: si te eligen para acompañarlos, te contagias de su poder y su fama, y dejas de ser pobre y desconocida. Como las princesas Disney cuando son elegidas por el príncipe azul.
Desde pequeñas nos inculcan el deseo de ser especiales y diferentes al resto para que no se nos ocurra sentirnos iguales a las demás (para que jamás nos veamos como hermanas, ni como compañeras, y estemos siempre en guerra ). Por eso las protagonistas de los cuentos están siempre solas, sin amigas, y muy necesitadas de amor y protección: son tan débiles que ni se salvan a sí mismas, ni se ayudan entre ellas.
El objetivo final de esta guerra contra una misma y contra las demás, es tenernos solas y aisladas, y muy entretenidas con nuestra salvación personal. Cuanto más divididas estamos y más nos comparamos entre nosotras, más débiles y vulnerables somos. Cuanto más insatisfechas y frustradas estamos, más consumimos (productos de belleza, medicamentos, gimnasios, clínicas, peluquerías, centros de adelgazamiento, psicólogos, coachers, etc).
Cuanto más centradas estamos en nuestros problemas, y cuanto más nos deprimimos, más recursos invertimos en terapias con profesionales cuya principal tarea es subirnos la autoestima y hacernos creer que somos las mejores, que los demás no nos comprenden, que los que se equivocan son los demás. Nos irresponsabilizamos de nuestros actos creyendo que nosotras somos las buenas, y los demás son los malos. Nos dicen que todo está dentro de nosotras, y que para alcanzar la perfección sólo tenemos que tener fe en nosotras mismas, y en nuestra capacidad para transformarnos (como el cuento del patito feo que llega a ser cisne, o el cuento de la muchacha pobre que llega a princesa).
La super mujer y otros mitos patriarcales
La mayor parte de nosotras hemos sido educadas para ser las mejores en todo, por eso nuestros niveles de auto-exigencia son tan altos. No nos conformamos con estar sanas y tener un buen aspecto físico: además queremos ser las mejores estudiantes en el colegio y en la Universidad, ganar todos los concursos deportivos, de belleza o de inteligencia, tener las mejores calificaciones y destacar por encima de las demás en todas las áreas posibles.