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28 de junio de 2009

El placer del sufrimiento





Llevo mucho tiempo pensando en el placer del sufrimiento. A primera vista pueden parecer dos términos contrapuestos, pero piensen en la cantidad de gente que disfruta pasándolo mal. Una característica esencial de la cultura occidental cristiana es el gusto por la sangre, el dolor, el sacrificio, el martirio. .. toda la simbología cristiana está plagada de espinas, lágrimas, cruces, llagas, sangre... y los nazarenos en semana santa, que se fustigan con deleite ante la admiración y el respeto del público en las procesiones. 

De esta cultura cristiana, además, viene nuestro gran sentimiento de culpa 
(por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa).










A los humanos, no sé por qué, nos gusta sufrir y hacer sufrir. No he visto ningún animal que acorrale a otro animal mientras los suyos jalean para que lo mate después de marearle con tanta vuelta. Los animales no torturan, no disfrutan viendo a otros matar o maltratar. 

Nosotros somos, en ese sentido, una especie sanguinaria y malévola.






En otro nivel están los sadomasoquistas, que sienten el dolor como placer asociado al erotismo. El sadomasquismo es una cuestión de grados, obviamente. Unos lo llevan en silencio, como las almorranas, y otros se meten en club de sados y masos: no se imaginan la cantidad de gente que se coloca en el papel de amo o esclavo, gente a la que le encanta jugar a dominar o someterse, humillar o sentirse humillados, azotar o ser azotados. A mí me parece un juego muy divertido, siempre pienso que es más sano practicar el sadomasoquismo en la cama que fuera de ella (veasé parejas que se maltratan mutuamente en público y en privado).




Conozco mucha gente a la que le gusta sentirse triste porque así parece una persona sensible, desgraciada, y especial.  Son muchos y muchas los que creen que el mundo está contra ellos, y en general a todos nos gusta quejarnos, porque es gratis y nos desahoga mucho. 

En las reuniones sociales no es frecuente que la gente entone discursos sobre lo feliz que es con lo poco que tiene. A todo el mundo le falta algo: el amor de su vida, un familiar fallecido, una casa más grande, un trabajo mejor... sufrimos de insatisfacción permanente y nos cuesta detenernos a pensar en todo lo que tenemos, en la riqueza de nuestras relaciones afectivas, en las herramientas que hemos adquirido con el paso de los años, en el techo que nos cobija de la intemperie a las noches, en la ducha de agua caliente que nos anima por la mañana, en la comida que tenemos en la nevera, en la sonrisa que nos saluda en las mañanas... Damos el interruptor de la luz pensando que lo natural es que se encienda la bombilla, sin detenernos a pensar en lo afortunados que somos por poder disfrutar algo de lo que nuestros bisabuelos no podían disfrutar, sencillamente porque no existía la luz eléctrica en las casas.




La tristeza se puso de moda en el siglo XIX, y en el XX empezamos a exaltar a todos los suicidas que dejan cadáveres bonitos, gente excesivamente sensible incapaz de adaptarse al mundo cruel que graban unos discos estupendos y luego mueren, como es el caso de Jimi Hendrix o Janis Joplin.  

La autodestrucción y la insatisfacción es algo que heredamos del Romanticismo y que nos hace perder mucho tiempo de vida porque nos hace infelices, nos aísla, nos roba las energías. Cuando tenemos techo y comida asegurada, los humanos tenemos la manía de lanzarnos a ahondar en la angustia existencial, el miedo al vacío, la falta de sentido del mundo posmoderno, el miedo a la muerte, el porqué de la vida...






Nos gusta estar depres, melancólicos, tristes, decepcionados, derrotados... es como una actitud permanente ante la vida. Unos porque aman la poesía del victimismo, otros porque así se sienten protagonistas absolutos de un drama folletinesco. Unos lo utilizan para provocarse crisis, otros para crear: narradores y artistas cantan al dolor, la confusión, la sensación de pérdida, el miedo a la soledad. Los cantantes siempre cantan canciones de desamor. Prueba de ello es que apenas hay canciones de amor de verdad, de alegría y entusiasmo. Todas los reclamos son muy parecidos: "¿por qué te vas?, no me dejes, no te vayas de mi lado, no me abandones, ¿porqué me has dejado?, no entiendo lo que pasó, ingrata, ingrato, tengo el corazón partío, sin ti no soy nada", etc.

Nuestras sociedades gustan de catarsis emocionales colectivas, por eso el éxito del fútbol. La gente en televisión siempre sale llorando, exclamando, presos de euforia, arrebatados de emoción, o invadidos por la ira. A muchos les gusta ver cómo se reencuentran las personas después de años de dolor, y las audiencias se decantan por programas en los que se humilla y degrada a los concursantes "por su bien", "para que aprendan", como en Operación Triunfo.





Lo más sorprendente es cómo la gente se presta a estas cosas. Me cuesta entender por qué los concursantes lloran de felicidad cuando son aceptados en OT, o cómo pueden desear ser juzgados y humillados en público de ese modo, y como bajan la cabeza en señal de sumisión y culpabilidad ante el jurado. Operación Triunfo y muchos realities-concurso como Gran Hermano llevan un rollo super sadomasoquista; sus métodos pedagógicos están basados en disciplinas militares basadas en la resistencia al dolor o en la capacidad para someterse a los maestros. El aprendizaje de baile, canto o interpretación no deberían darse en un clima hostil y competitivo; de tanta presión es difícil que surja arte. Es cierto que el dolor puede ser muy creativo; pero no un dolor gratuito, artificial, que no viene a cuento.



Nuestras relaciones amorosas también están determinadas por este gusto por el sufrimiento. A menudo deseamos a personas que no nos desean solo porque no las tenemos, porque no se dejan dominar. Es cuando la gente valora más al amado o la amada: cuando no están, cuando no son objetivos alcanzables  (ejemplo: personas casadas, personas que viven lejos, personas que se mueren, o personas que nos abandonan). Despreciamos a los que nos aman y anhelemos los favores de los que no nos estiman. Son desafíos contra uno mismo que acarrean mucho dolor y que suponen un despilfarro emocional y psíquico. Toda esa energía entregada a la causa amorosa nos beneficiaría mucho más, creo yo, si la invirtiésemos en cuestiones más prácticas, más reales. 

Luego están los que se quieren y no saben vivir sin pelearse, sobre todo por lo gratas y emocionantes que resultan las reconciliaciones. Gente que cree que para poder hacer el amor salvajemente primero hay que tener una bronca descomunal y después dejarse llevar por las dulzuras de las reconciliaciones... es todo buscar intensidad, al precio que sea, para poder alimentar la pasión. 




A la gente le gusta tatuarse en zonas delicadas, o agujerearse el cuerpo, llevar zapatos de tacón aunque duelan, corsés, fajas, sujetadores, cinturones... algunas personas gustan de pasar por quirófanos, abrasarse la piel, injertarse cosas raras, o machacarse con el hambre para poder adelgazar. 


Están también los que salen a la calle con ganas de que les peguen una paliza. Es ese tipo de gente que siempre está montándola en un bar, molestando a alguien o provocando para que se les preste atención. A veces es mejor pasar un rato discutiendo y llevarse dos hostias a casa, que volver sin haber interaccionado con nadie. A esta gente que le gusta meterse en líos y demostrar su bravura sabiendo que le van machacar no la entiendo. Pero somos así. 

Nos gusta el drama, nos gusta sufrir, nos gustan las películas que nos hacen llorar, nos gusta que nos compadezcan, nos gusta sentir emociones fuertes aunque duelan.... y perdemos de vista que la vida es muy corta, que solo tenemos una para vivirla, que si no disfrutamos ahora, ¿cuándo?. El sufrimiento es una parte inevitable de la vida, pero no debemos aferrarnos a él como estructura vital sobre la que construir nuestro día a día. 

Hay que tratar de buscar soluciones cuando tenemos problemas. y mejor si son soluciones colectivas que individuales... porque sólo pre-ocupándonos y ocupándonos de lo que nos pasa a todos podremos hallar soluciones conjuntas, podremos encontrar modos de expandir la alegría de vivir y formas de compartir para poder sentir que no estamos solos/as con nuestras desgracias. 



Coral Herrera Gómez


Otros artículos de la autora:


Soluciones para afrontar la soledad



Sexualidades alternativas: el BDSM




Amores Sin Sexo



LA INSATISFACCIÓN PERMANENTE




16 de junio de 2009

CULTURA DE MASAS Y TELEVISIÓN

La foto la hice en Aluche, en las canchas de baloncesto me encontré esta pancarta.


Este artículo lo escribí para la Tesina que lleva por título: 

"TELEVISIÓN Y ESPECTÁCULO. CRÓNICAS MARCIANAS COMO NUEVO MODELO DE ENTRETENIMIENTO", Universidad Carlos III de Madrid, 2004.

“La televisión está transformando nuestra cultura en un vasto anfiteatro al servicio del espectáculo”. Neil Postman, sociólogo y analista crítico de los medios estadounidense.

“Se estima que los españoles pagamos entre 3.3 y 6.6 pesetas por ver una hora de televisión. ¿En qué lugar se puede entretener una persona, una familia al completo por menos de 20-25 pesetas al día?”. Ricardo Vaca Berdayés, periodista español.

Los mass media son en la actualidad el vehículo que transmite en tiempo real a todo el planeta no sólo información, sino también productos culturales y artísticos, consumidos bajo la fórmula del entretenimiento y el espectáculo. En la actualidad, la cultura se ha convertido en una mercancía como otra cualquiera.

Además de vendernos cosas que no necesitamos, la ideología subyacente a los productos mediáticos transmite y promueve unos valores consumistas e individualistas, y con ello, el bloqueo de cambios estructurales, cuyo resultado es la regresión del progreso cultural, económico, político y tecnológico de la sociedad.

Lo paradójico es que algunos medios como la televisión incomunican a la gente, pues sus mensajes y contenidos no proceden de la masa que los consume, sino de una minoría muy concreta y poderosa. Lo lógico en una cultura de masas sería el intercambio igualitario de ideas y la profusión de manifestaciones artísticas proveniente de todas las clases socioeconómicas, de todos los niveles culturales, de todos los países del planeta. Pero la producción cultural y mediática se concentra en unas pocas empresas que constituyen auténticos gigantes mediáticos, como Walt Disney Company, News Corp, Vivendi Universal, AOL Time Warner, Bertelsmann, RTL, Reuters, AT&T Corporation, Sony, Liberty Media Corporation Vivendi Universal, Viacom Inc, Microsoft, Telefónica, France Telecom.

El poder real se encuentra ahora entre las manos de estos conglomerados porque tienen más poder económico que la mayoría de los gobiernos, y porque retransmiten los espectáculos que ellos mismos financian, patrocinan u organizan: No sólo invierten en producciones televisivas, sino también en producciones musicales, editoriales, revistas, radios, películas de cine, centros de ocio, parques temáticos, construcción inmobiliaria, telefonía, etc. Todo un sinfin de productos culturales hegemónicos acallan otras voces, otras músicas, otras culturas, otras cosmovisiones, en definitiva.

Y no porque exista una censura visible, sino porque el mercado y la producción en masa están en manos de pocas industrias, estadounidenses en su mayoría, y esto afecta, por tanto, a la diversidad, a la pluralidad y a la libertad de expresión. Porque además en la posmodernidad el proceso de creación y evolución de la cultura ya no está creado por el pueblo, sino por una minoría, y este únicamente posee tradiciones que aún perviven como es el caso del Carnaval, pero posee dificultades para crear nuevos espacios de encuentro social para crear y relacionarse.

Un dato que corrobora esta apreciación, es el hecho de que sólo en nuestro país encienden cada día la televisión 30 millones de personas (Vaca Berdayes, 1997). Nuevas tecnologías como Internet estén permitiendo que circule la información, el entretenimiento, el arte y los conocimientos de manera horizontal, en una gran red con acceso desde cualquier punto del planeta. A pesar de ello, la televisión sigue siendo el medio más generalizado y común para obtener información y entretenerse.
Según Marc Augé (1998), la gran novedad de la cultura posmoderna (que se repite en sus contenidos) reside en su forma discursiva, en la espectacularización y la ficcionalización de la realidad. Este es el principal cambio que ha experimentado nuestra cultura, pues antiguamente el mundo de la fantasía se distinguía claramente de la realidad:La fantasía no es un “correctivo de la realidad”; la fantasía no juega con la realidad, sino que se evade de ella”. 

En nuestro presente, sin embargo, Augé cree que “la condición de la ficción y el lugar del autor están actualmente muy alterados: la ficción lo invade todo y el autor desaparece”,
Este afán de evasión y de entretenimiento están cada vez más presentes en los productos culturales, artísticos y comunicacionales instaurando un discurso espectacular permanente, pero también han transmutado profundamente los estilos y filosofías de vida de la población occidental. Las causas son, principalmente, el aumento de la soledad y la angustia (Fromm, 1947), el empobrecimiento de las relaciones personales en una sociedad cada vez más individualizada e individualista. Además, la despolitización y el desencanto de la población, el alejamiento de la política y la economía hacia macroestructuras, la insensibilización ante el bombardeo de imágenes que recibimos.

En este sentido, Gerbner, Morgan y Signorelli creen que la exposición a la televisión provoca el “síndrome del mundo mezquino”, es decir, tiende a cultivar la imagen de un mundo peligroso lleno de desalmados, y aportan el concepto de aculturación para definir hasta qué punto las imágenes televisivas dominan las fuentes de información del espectador. La aculturación implica un conjunto de actitudes y de resistencia al cambio, y significa para la mayoría de espectadores un establecimiento progresivo de orientaciones predominantes, con lo que la televisión reitera, confirma y alimenta sus propios valores y perspectivas. Pasquali afirma, por su parte, que "la ideología que nos transmiten esos medios, de carácter “ultraindividualista” que arranca históricamente de la reacción de la periferia europea contra las presiones religiosas y culturales de las metrópolis latinas del Renacimiento y cuyo primer teórico de talla es Hobbes". De ella es heredera, dice este autor, la pretensión de destruir toda doctrina de la simpatía como vínculo espontáneo y perfectible entre hombres y toda fe en su esencia social.


Coral Herrera Gómez


BIBLIOGRAFÍA
1) Abril, Gonzalo: “Teoría general de la información”, Cátedra, 1997.
2) Augé, M: “La guerra de los sueños. Ejercicios de etno-ficción”, Gedisa, Barcelona, 1998.
3) Bourdieu, Pierre: “Sobre la televisión”, Anagrama, Barcelona, 1997.
4) Bustamante, Enrique (coord.), “Hacia un nuevo sistema mundial de comunicación. Las industrias culturales en la era digital”, Gedisa, Serie Multimedia, Barcelona, 2003.
5) Debord, Guy: “La sociedad del espectáculo”, Gallimard, París, 1992.
6) Fromm, Erich: “El miedo a la libertad”. Ed.Paidós, 1947.
7) Postman, Neil: “Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”, Ediciones la Tempestad”, Barcelona, 1985.
8) V.V.A.A.: “Valores y medios de comunicación: de la innovación mediática a la creación cultural”. II Foro Universitario de Investigación en Comunicación. Comunicación 2000. Universidad Complutense.
9) Vaca Berdayes, Ricardo: “Quién manda en el mando”, Ed. Visor, 1997.

2 de marzo de 2009

Lo personal es político


Estas son mis botas nuevas caminando por ARCO.
Nos filmaban los pies al pasar y no pude resistirme a hacerme una foto.



Este fue un lema del movimiento de Mayo del 68. No sé por qué, cada vez que leía esta frase tenía que pararme a pensarla en profundidad. Llevo varias semanas pensando en ella de manera más insistente, porque hace pocos días en Granada comprendí su verdadero significado.

A mí leer los periódicos y ver la tele me deprime mogollón y me suele provocar rabia; no puedo evitar sentir odio hacia la gente más poderosa del planeta que fabrica armamento, que fabrica enfermedades para vender medicamentos, que gobierna y saquea pueblos, provincias, distritos, comunidades y países enteros. Odio al clero religioso, a los empresarios con sueldos indecentes que pagan míseros sueldos a las personas, a la gente que maltrata a los animales y a las personas, a los banqueros y los gobiernos que los ayudan. Mi lista de rabias es enorme, así que deciros que si aguanto esta lluvia de noticias sobre el mundo es por la otra gente; esas comunidades de vecinos que se organizan para protestar y pedir mejoras en transporte e infraestructuras, las asociaciones de madres y padres de alumn@s para luchar por los derechos de sus retoños, los colectivos de inmigrantes, los sindicatos horizontales de trabajador@s, los colectivos de estudiantes, el trabajo colectivo organizado feminista, las asociaciones de familiares de enfermos de Alzheimer, los colectivos gays y transexuales, el trabajo pacifista, los colectivos ecologistas, anticapitalistas y antifascistas, y en general todas las personas que se reunen para organizarse y exigir, protestar, mejorar, cambiar su entorno o las injusticias económicas y sociales del sistema.



Verlos en los telediarios, ver sus carteles pegados por la calle, leer sus comunicados... su visibilidad me hace sentir bien, porque eso demuestra que no estamos aborregados del todo aún. Que cuando la gente se organiza asambleariamente y concentra sus energías en un objetivo común, muchas veces lo consigue. Un ejemplo de ello es la lucha vecinal por la construcción de un hospital en Aluche; pero podría citar muchos éxitos más. Me admira mucho el curro que se pegan, el entusiasmo que la gente pone para sentir que cuenta algo en esta democracia en la que nosotros solo podemos elegir a la gente que luego en el poder hace lo que quiere y, generalmente, no cumple sus promesas electorales.

Los movimientos colectivos me hacen sentir, como sentí hace años, que otro mundo es posible; sé que el poder económico y político es un monstruo grande, pero la ciudadanía le pone los límites, porque hemos aprendido a usar el poder mediático para provocar reacciones en el poder político. Revolución no va a haber, pero al menos la gente sigue pensando y alzando la voz, y reuniendose para parar injusticias, o defender el medio ambiente, o para pedir la paz, o defender unas condiciones de trabajo dignas.

Sin embargo, de lo que yo quería hablar es del activismo político llevado al terreno de lo personal. Admiro mucho a la gente que funciona colectivamente en pequeños grupos para ofrecer ayuda económica, psicológica y emocional a sus miembros. Normalmente son comunidades unidas por lazos afectivos, bien sean de parentesco o no. Sucede por ejemplo con los inmigrantes: a menudo hacen fondos comunes de dinero que actúen de colchón para cuando alguien lo necesite. Todos pueden aportar, y todos pueden beneficiarse en momentos difíciles.


Otro ejemplo son las comunidades rurales indígenas en las todo el mundo aporta algo a la gran olla (verduras, huesos, trozos de pollo, de vaca, etc.) y se cocina para tod@s (esto es común en Guatemala). El que más tiene, más aporta. Y el que no tiene para comer, come. Es una forma de solidaridad comunal maravillosa que funciona mientras nadie quiera apropiarse de los bienes comunes para beneficiarse personalmente. Otros ejemplos en nuestra sociedad occidental son los grupos de gente que se reúnen para encontrar trabajo y ayudar a los demás a encontrarlo, o la gente que funciona por trueque. En este sistema, el fontanero puede pedir a cambio de arreglar una tubería clases de inglés para sus hijos, la profesora de inglés puede necesitar a un modista que le haga un traje, el modista un abogado que le asesore legalmente. El abogado puede necesitar sesiones de terapia con la psicóloga, y la psicóloga puede necesitar a un transportista que le haga una mudanza y que necesite una sesión de fisioterapia. La fisioterapeuta puede necesitar un informático que le arregle el ordenador y así sucesivamente.... en estos grupos la gente aporta sus conocimientos y el intercambio se produce con las horas que la gente dedica al grupo y las horas que recibe.

Hay grupos que van más allá, generalmente tienen pocos miembros pero una fuerte conciencia de que lo personal es político, es decir, que lo que le sucede a una persona del grupo importa a los demás. Es como nosotros con nuestros amigos y amigas: nos volcamos si nos necesitan tras una ruptura amorosa, nos prestamos dinero mutuamente, nos preocupamos por la salud de la gente, e incluso podemos hacer turnos para cuidar a un amigo o amiga, o familiar, que lo necesite. Hasta hace poco este tipo de solidaridad grupal solo se daba en el ámbito de la familia, y a menudo rodeado de un gran secretismo. Desde siempre las mujeres han cargado solas con los enfermos de la familia, los bebés, los discapacitados y las personas mayores, y a menudo han sacrificado su vida para entregarse a los demás. Esto no es justo, porque una persona no puede dejar de ser la que es para pasar a ser una enfermera permanente, una cuidadora sin vida propia. Por eso es tan interesante para mí la idea de crear grupos de apoyo, formados por allegados, amigos y familiares.

Ahora cada vez más estos grupos de apoyo están formados por grupos de personas que se quieren o que tienen afinidades ideológicas, musicales, artísticas o vitales. A mí me admira que la gente gestione políticamente cuestiones que siempre se han considerado individuales, como por ejemplo: depresiones, enfermedades graves, rupturas amorosas, y malas rachas en general. Es decir, que el grupo asuma que la persona que se encuentra mal se sienta apoyada en todos los niveles, no sólo en el económico. Así es más fácil sobrevivir en un mundo individualista, competitivo, desigual y a menudo cruel... de hecho nuestra superviviencia como especie se debe precisamente a esa solidaridad grupal. El humano solo no hubiera podido hacer frente al dolor psíquico de la existencia... y ahora hay mucha gente que enferma mental y emocionalmente debido a la pérdida de sentido de la vida, a la angustia existencial, al miedo.




En nuestra sociedad individualista las redes de apoyo y de solidaridad a menudo se pierden por el anonimato de la gran ciudad, y por el ocio dirigido y consumista. La cantidad de horas que tenemos que echar al trabajo, la soledad y el ritmo de vida trepidante nos deja poco tiempo para los demás. Es frecuente que la gente se una a la gente que le va bien, a los triunfadores. A la gente le gusta relacionarse bien (que se lo digan a jueces y políticos de ambos bandos), y estar próxima a la gente que tiene éxito social y profesional. De modo que las personas no competitivas a menudo se ven apartadas de los grupos sociales y se van aislando progresivamente. Esto sucede con l@s parad@s, l@s enferm@s mentales, l@s pres@s y ex-pres@s, delincuentes, las personas drogodependientes, ludópatas o alcohólicas, l@s ancian@s, etc. Tenemos un sistema social, político y económico brutal, despiadado e injusto, pero la gente que no logra adaptarse a él o que no tiene suerte en la vida se ve apartada y marginada. Que se apañen como puedan, se piensa. Se les mira a menudo como si fueran responsables de su situación, como si fuesen vagos o débiles para triunfar. Es aquí cuando lo individual acaba siendo colectivo; hasta algo tan íntimo como el amor romántico nos afecta social y colectivamente.

Yo me pregunto, ¿cómo se puede ser feliz o estar equilibrado en un mundo demenciado que se autodestruye lentamente?. ¿Cómo se le puede pedir a la gente que esté bien cuando todo va mal y sólo tienen suerte unos pocos?. Yo pienso en el teléfono de la Esperanza. Es horrible que exista un teléfono al que llama gente llorando con ganas de suicidarse y millones de problemas que no son sólo personales, sino también políticos. Se les presta atención psicológica, pero, ¿qué hay más terapéutico que un abrazo lleno de cariño o una charla en la que poder desahogarse con alguien y tomar perspectiva?. Si además de tener amigos íntimos tenemos grupos de personas cuyo objeto principal es la ayuda mutua, el consuelo, el trabajo colectivo por superar enfermedades, dependencias y retos, la vida se hace más fácil, sin duda alguna. Porque la soledad es la gran enfermedad del siglo XXI y si no nos solidarizamos unos con otros, si no tratamos de hacernos la vida más fácil y amable, la cotidianidad y la vida diaria pierden sentido.


Este post se lo dedico a Charles, porque es mi amigo,
porque protestó por mis vacaciones sin aparecer por el blog,
porque sé que me lee y que me sigue y eso me motiva mogollón.

A Ruth porque siempre que la veo se me multiplican por mil las preguntas;
con ella aprendo siempre cosas nuevas, y
me estimulo mucho intelectual y políticamente a su lado.

A Gema porque he comprendido muchas cosas reflexionando sobre esto,
porque hemos practicado mucho la terapia mutua y porque la quiero mucho.

26 de octubre de 2008

El mito de la normalidad



Esta semana he estado dando clases en Donosti sobre la comunicación con discapacitados psíquicos y físicos. He estado todos los días pensando y hablando sobre los ciegos, los sordociegos, los autistas, los paralíticos cerebrales, los minusválidos, y toda la gente que ve seriamente dañada su autonomía por una deficiencia psíquica, sensorial o física. Hay casi 4 millones de discaspacitados en nuestro país... un número de gente, pues, como para ser tenido en cuenta.


Lo que más me impacta es que ellos perciben la realidad de otro modo, diferente al nuestro, y por tanto, la entienden de otro modo. La mayor parte de los discapacitados se comunica con el mundo de otra manera diferente a la nuestra; por ejemplo, a través de la comunicación no verbal. Ellos obtienen información sobre el mundo y sobre nosotros a través de nuestra postura, nuestra expresión facial, nuestra energía, nuestra velocidad al hablar, el tono de voz, la forma de tocarles, la manera de andar... perciben señales que para nosotros son generalmente inconscientes. Para nosotros, es difíci de entender la importancia que tiene para ellos un gesto cariñoso, un abrazo, una sonrisa o unas palabras amables. El simple contacto físico para ellos puede ser tranquilizador y calmante; tambien es importante para ellos sentirse valorados, y sobre todo que se les escuche. Son un colectivo sin voz, y a menudo a nosotros, los normales, nos cuesta ponernos en su lugar, empatizar con sus problemas de comunicación y las barreras (arquitectónicas, económicas, sociales) que encuentran a cada paso.


Para los ciegos, por ejemplo, no es fácil vivir en un mundo basado en la percepción visual y las imágenes. Para los autistas, es difícil comunicarse con nosotros porque sus códigos son relativamente diferentes a los nuestros, porque el tiempo para ellos transcurre a otra velocidad, porque su mente trabaja de modo diferente al nuestro. Muchos son muy inteligentes, pero tienen una pantalla entre su mundo interior y el exterior, y nosotros no podemos acceder, de modo que tratamos de que ellos nos entiendan a nosotros. Es como si habláramos los normales por una frecuencia de radio y los raros por otra, sin llegar a encontrarnos en la misma onda.


Nuestra cultura establece las pautas de la normalidad y todo lo que no se ajuste a ella es considerado anormal, desviado, retrasado, y por tanto, lo margina. Los grupos de poder, a través de las ideologías, imponen el concepto de lo que es normal y lo que no se ajusta a los cánones de lo normal, es decir, lo extraño, lo raro, lo diferente. La normalidad está asociada a los criterios que rigen las mayorías El concepto de lo que es normal, sin embargo, es subjetivo, y varía de cultura en cultura. Hay sociedades, por ejemplo, donde se piensa que los discapacitados psíquicos son gente especial, e incluso se les venera por considerar que están más cerca de la divinidad. En las culturas patriarcales, en cambio, a las niñas y los niños raros, deformes o enfermos se los asesinaba sin contemplaciones: el infanticidio sigue siendo una práctica común en gran parte de este planeta. Los raros siempre se han visto marginados en la cultura de la fuerza bruta, y de alguna manera han sido asociados a la locura, la delincuencia, la drogadicción, la enfermedad y la indigencia. Tener un raro en la familia siempre ha sido un tabú, un motivo de vergüenza y muchos de ellos han permanecido de por vida entre cuatro paredes, escondidos a las miradas ajenas, sin posibilidad de aprender y de obtener estímulos externos al hogar.


La Ciencia ha investigado y catalogado estas discapacidades y hoy en día los grupos de padres y familiares se han unido para formar asociaciones de discapacitados. En estas asociaciones han impulsado la visibilización de los raros en la sociedad, han impulsado campañas de concienciación para que la sociedad los acepte y se sensibilicen frente al problema. Han exigido que se respeten sus derechos, y mayores recursos sociales para la integración plena de estas personas en la sociedad. Sus objetivos suelen ser mejorar su calidad de vida, incidir en sus potencialidades, trabajar para lograr aumentar su autonomía, y, para que se sientan útiles y valoradas. Las familias necesitan asesoramiento psicológico, económico y legal, e información sobre las ayudas a las que pueden tener acceso. Se han creado centros de día, talleres ocupacionales, centros especiales de empleo, residencias de corta y de larga estancia, y actividades de ocio y tiempo libre para que los discapacitados se socialicen, aprendan a trabajar en equipo, vean su autoestima aumentada, para que sepan convivir con gente, para que mejoren su capacidad de comunicación, y sobre todo, para que se diviertan aprendiendo.


Los discapacitados, además, encuentran otras dificultades para adaptarse a nuestra sociedad porque en un mundo competitivo, ellos no son productivos. No tienen capacidad adquisitiva por sí mismos, de modo que no pueden consumir ni practicar el tipo de ocio que tiene la mayoría de la gente, que está basada en el consumo: ir al cine, cenar con amigos, visitar museos, ir al centro comercial, tomar el aperitivo, etc. Tampoco suelen ser muy agraciados físicamente, especialmente en el caso de las personas que presentan rigidez o malformaciones, de modo que no son mediáticos, ni deseables, ni tampoco tienen representación en los medios hoy en día. Su vida sexual y sentimental está muy limitada y en ocasiones es nula. No tienen acceso al placer y al cariño como nosotros; las limitaciones en este sentido vienen dadas por la dificultad para tener intimidad, por la dependencia de la familia, y por que en nuestra sociedad el sexo entre discapacitados es un tema tabú. A menudo se les medica para rebajar su libido porque no se reprimen como nosotros hacemos constantemente.


Su visibilidad social es escasa, su imagen se estereotipa en los medios de comunicación, y su capacidad para conocer gente y tener amigos está limitada por sus problemas de comunicación. También el miedo a lo diferente les aisla socialmente, porque muchos de nosotros no sabemos muy bien cómo comportarnos cuando entramos en interacción con ellos. Aunque lo mejor es comportarse con naturalidad, la falta de costumbre hace que la gente:
- grite a los ciegos
- obligue a los que van en silla de ruedas a levantar el cuello para poder mirarles a la cara
- les traten con compasión o paternalismo
- les hablen como si fueran tontos
- se impacienten con ellos porque tienen otro ritmo vital
- se les diga que sí a todo aunque no les hayamos entendido
- se les trata con brusquedad o como si fueran muebles.


Esto dificulta las relaciones igualitarias basadas en el respeto mutuo, y se debe probablemente a que el desconocimiento es la base de todos los prejuicios, y a lo alejados que están los mundos de los normales y de los diferentes. También se debe a nuestro desconocimiento de los códigos que utilizan para comunicarse: el sistema braille, la lengua de signos, el código morse, o las herramientas que usan (comunicadores, lectores de texto, etc.).


El esfuerzo del Estado y de los gobiernos locales debería ser mayor, quitándole a la Iglesia o al Ejército sus elevados presupuestos (por ejemplo). Hasta 1982, la ONU no reconoce los derechos de las personas discapacitadas. En nuestro país, el artículo 9.2. de la Constitución otorga a los poderes públicos la responsabilidad de “promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos/as los/as ciudadanos/as en su vida económica, política, cultural y social”.
El art. 49, establece que “los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos.”


Como siempre, los artículos de la bienamada Constitución española son solo buenos propósitos, no realidades. Pero bueno, quería aportar documentación interesante. Las leyes que obligan a las empresas con más de 50 trabajadores a tener un tanto por ciento de discapacitados empleados no se cumplen en este país, de modo que la marginación de este gran colectivo no es sólo social, sino también económica y política. No sólo eso: en un mundo creado por y para normales, la arquitectura y los edificios, el transporte y los servicios no ofrecen sino barreras continuamente. Las personas sin movilidad propia encuentran difícil desplazarse de un sitio a otro: solo ir al cine puede convertirse en una odisea. Es cierto que lentamente se van derribando barreras arquitectónicas y que se van adaptando los transportes y los edificios a estas personas; pero como todo cambio a mejor, sucede demasiado lentamente.


A parte de la Ley de Integración Social de los Minusválidos de 1982, creo que la Ley de Dependencia (sobre todo si alcanzase a todas las personas que necesitan ayuda) es positiva, porque de lo que se trata es de cuidar al cuidador. Los padres y familiares de personas con discapacidad necesitan ayuda profesional porque a menudo ellos también son víctimas de la marginación social que sufren sus hijos o familiares discapacitados. El esfuerzo, el tiempo y la energía que invierten en ellos son descomunales, y a menudo se sienten aislados, especialmente en el caso de las personas discapacitadas con problemas de conducta. Esta problemática afecta especialmente a las mujeres: son millones las que cuidan de ancianos, discapacitados o enfermos en sus hogares. Estas mujeres no tienen vacaciones, ni bajas por enfermedad, ni pueden tampoco trabajar o ser independientes económicamente. Sus redes sociales se ven drásticamente mermadas, y a menudo están entregadas a su tarea las 24 horas, sin tener tiempo ni espacio para ellas mismas. Esta esclavitud puede verse mermada si el resto de la familia la sustituye, si pueden tener días de descanso, si pueden dedicarse a ellas mismas y sus aficiones, sus amistades, el resto de la familia, etc.


Aún queda muchísimo por hacer, porque evidentemente son un colectivo muy numeroso de gente que ve muy limitadas sus opciones de poder llevar una vida normal; por eso a menudo se cierran en ghettos donde no se sienten minusvalorados y donde nadie les mira mal.


Piensa por ejemplo lo que sería pasar un día entero con sordos que hablan en lengua de signos... el raro serías tú, y probablemente te chocaría sentirte diferente y sin posibilidad de comunicarte con ellos. Peor aún te sentirías, claro, si se rieran de ti por tu incapacidad para hablar la lengua que ellos utilizan. Si tuvieras que ir al médico, al banco, o a realizar cualquier trámite con alguien que te tradujese, porque yendo solo no te entendería nadie.

A menudo nos cuesta ponernos en lugar de otras personas porque damos por supuesto que la capacidad de ver, de oler, de oír, de andar o de pensar es algo natural, que es lo normal. Por eso se mira a los discapacitados como víctimas, como gente a la que les falta algo, gente que despierta lástima. Por eso las secuelas, por ejemplo, de los accidentes de tráfico nos parecen una desgracia brutal, pero tratamos de no pensar en ello. Si empatizasemos más, seríamos capaces de darnos cuenta de lo importante que es para cualquier persona su autonomía, su libertad para moverse y decidir, su autoestima, sus habilidades sociales, su capacidad de aprender. Valoraríamos más nuestra salud y nuestra autonomía, y dejaríamos de quejarnos por cualquier tontería. De algún modo, lo que para nosotros es algo corriente, para ellos es un mundo. Nosotros podemos permitirnos el lujo de deprimirnos, pero ellos luchan a diario contra sus limitaciones personales y los obstáculos sociales.


El problema, creo, es que dividimos la realidad en pares de opuestos, jerárquicamente. En un grupo está lo superior, la perfección, lo bueno, lo normal, el orden y la lógica. En el otro está lo inferior, la debilidad, la maldad, la desviación, el caos y la imperfección. Cuando logremos pensar en todos los matices entre los extremos y deconstruir el mito de la normalidad, podremos relacionarnos entre todos admitiendo las diferencias de raza, lengua, cultura, género, etnia, religión y capacidades. Entonces dejaremos de tener prejuicios y de marginar a las minorías, admitiendo que la sociedad está formada por multitud de minorías, y que el concepto de mayoría es relativo (por no decir inexistente). Entonces, sí, aprenderemos a ver el mundo como cuando jugábamos a ser ciegos y nos llevaban del brazo por la calle. Es fácil recordar el vértigo ante el espacio abierto, la inseguridad, el miedo al vacío, la desorientación y las ganas de quitarnos la venda y soltarnos del brazo, para ser libres e independientes de nuevo.


Coral Herrera Gómez

27 de marzo de 2008

EFECTOS IDE LOS MEDIOS DE (IN)COMUNICACIÓN


Este artículo lo escribí para la Tesina:

Herrera Gómez, Coral: "TELEVISIÓN Y ESPECTÁCULO. CRÓNICAS MARCIANAS COMO NUEVO MODELO DE ENTRETENIMIENTO", Universidad Carlos III de Madrid, 2004.
Efectos intangibles de los medios de (in)comunicación.


“Las derrotas de las utopías históricas construidas en los últimos siglos han representado también la derrota de la Comunicación como instrumento de emancipación.” Manuel Vázquez Montalbán



La perspectiva que hemos decidido adoptar aquí con respecto a la cultura es desde una concepción amplia y transdisciplinar que incluye no sólo los aspectos relacionados con la historia, las tradiciones, las costumbres, las manifestaciones artísticas y el imaginario colectivo, sino que también engloba la economía, la organización política y social, y la construcción social de la realidad. Y atendiendo especialmente a su dimensión económica, es pertinente analizar, como vimos en el primer apartado, quién crea y difunde masivamente esa cultura, y cómo incide en la realidad de la sociedad. Como afirma Grossberg (1983), “admitir que el conjunto de la cultura refleja la realidad y la reproduce confiriéndole un sentido, no nos exime de examinar los intereses particulares que se manifiestan en tal o cual reflejo”.
Utilizaremos en este sentido el concepto gramsciano de hegemonía, que señala “el rol preponderante de las clases dominantes en la producción de significaciones generalizadas y muestra la manera en que se construye un asentimiento “espontáneo” a la organización de las relaciones sociales”. Según Bernal (2002), cuando el trabajo en torno los procesos de convergencia e integración simbólica (… ) dependen de un grupo social más o menos sólidamente aliado, tenemos un estado relativo de hegemonía, que implica el reconocimiento, sea activo o pasivo, de la autoridad y legitimidad cultural de la propuesta simbólica que elabora un cierto grupo social para los demás.


Desde que Umberto Eco (1968) hacía notar la paradoja de esta cultura de masas actual que no se crea y expande en todas las direcciones, sino que es monodireccional y parte de arriba hacia abajo, se hace pertinente, pues, analizar qué comunican las industrias culturales y tecnológicas, cómo lo hacen, de qué modo afecta a la población en vida cotidiana, y hasta qué punto se sirven los poderes políticos y económicos de ellas para condicionar, influenciar y perpetuar el orden económico (capitalismo) y político (democracias) vigente.


Mucchielli (2002) define la influencia como un asunto de creación de 
significados: “Influir es hacer surgir por medio de manipulaciones contextuales ad hoc, un sentido que se impone a los interlocutores y los lleva a obrar en conformidad con él. La influencia es el fenómeno fundacional de la comunicación: la comunicación es influencia. Es la construcción en común, por parte de los actores, de una situación de referencia en la que los objetos cognitivos de la misma, a través de su puesta en relación, permiten desembocar en una acción conclusiva que se impone (...) existe una completa homogeneidad entre los fenómenos de propaganda, venta, persuasión, publicidad y seducción”.


Según Roiz (2002), persuadir significa “intentar modificar la conducta de las personas sin parecer forzarlas ni coaccionarlas (...), pero cualquier forma de persuasión tiene algo de coacción (...), presión que se fundamenta en la comunicación imperativa mediante el empleo de argumentos, verdaderos o falsos, por medio de técnicas de carácter lingüístico, semántico, psicológico y psicoanalítico para conseguir que determinados colectivos (como grupos profesionales, amas de casa., consumidores, ciudadanos públicos o audiencias) adopten ciertas creencias, actitudes, o conductas acordes con las instituciones, fines u objetivos de quienes emplean la persuasión”.

Desde una perspectiva sociosemiótica de la comunicación de masas, toda la sociedad en sus diferentes ámbitos gira alrededor de las redes o conjuntos de significados que, con intención persuasora, han codificado los emisores, generalmente institucionales. Según Mauro Wolf, “los medios (sin excluir otros agentes de socialización) proveen marcos cognitivos, contextos de percepción de la realidad social; su rol es significativo en el modelado de los saberes. La cultura mediática constituye un importante universo simbólico, que orienta los valores, las actitudes y los puntos de referencia sociales”. Es por ello por lo que, según González Requena (1999), existe un fuerte predominio en el discurso televisivo de las funciones expresiva, conativa, referencial y fática (la de contenido informativo más pobre; su código es el más simple).


Y tanto en los spots publicitarios como en los programas, se utilizan técnicas semánticas para otorgar sentidos, y se repiten incesantemente elementos del lenguaje y la elaboración de frases clave, como eslóganes o lemas. El rumor o los tópicos y clichés (a nivel general) o las valoraciones (positivas o negativas) sobre cualquier aspecto, por parte de grupos u organizaciones –sobre todo cuando existe persistencia y permanencia en los procesos –crean, en fin, significados que circulan por el espacio social. La vocación de los códigos, nos dice Roiz (2002), es traducir la realidad y controlar de la forma más eficaz posible su ámbito de aplicación (...) nos ofrecen sentimientos de protección e incluso de esperanza, que son falsos porque se nos imponen como mecanismos de control comunicativo y porque siempre estamos expuestos debido a la propia condición humana, a la inseguridad, y sobre todo, a la incertidumbre.



El hombre, codificando y descodificando los signos y los símbolos del entorno, no se siente sólo; adquiere conciencia de lo colectivo como algo necesario, es decir, social”. Como los códigos son sistemas, las reglas de combinación de elementos de un repertorio se combinan a su vez con otros códigos, formando significados del mundo, lo que algunos semiólogos denominan “sistemas ideológicos” (Eco, 1981)”. El ser humano procesa y trasforma sus experiencias por medio de símbolos que le servirán como modelos de juicio y actuación. Y en este proceso, el ser humano se institucionaliza e internaliza las normas y el funcionamiento de la sociedad a la que pertenece.

Es por ello que el Estado de la Paleotelevisión aspiraba a poseer un férreo control sobre sus contenidos mediáticos; porque la televisión es un mecanismo de control social básico. Angel Benito (1982) destaca que este control social por parte de los medios es un arma de doble filo porque son utilizados como resistencia al cambio y para impedir la renovación de las estructuras. Según Ross , la formas de control social son básicamente de dos tipos: coactivas (aquellas prácticas sociales e instituciones denominadas propiamente “de control” por cuanto se apoyan en la fuerza directa: el sistema jurídico, legal, y policial; las fuerzas armadas, de propaganda y contrapropaganda), y persuasivas (las prácticas de comunicación e información, tanto a nivel interpersonal como institucional y de difusión pública).

Tanto Ross como Durkheim y Comte, creen que el problema principal de la sociedad es el del orden social, es decir, el de las formas y mecanismos para preservarlo o reconducirlo, evitando el conflicto permanente individuo-grupo-cultura. Dentro de los contenidos de influencia, afirma Roiz (2002), los emisores suelen imponer sus criterios sobre el mundo y la sociedad e incitan o provocan reacciones a su favor: “una de las formas de dominación más importantes en la sociedad de la información y el conocimiento es la que emana de la propiedad y el control directo de las empresas de comunicación, consideradas como transmisoras de información, entretenimiento, publicidad y propaganda, así como canalizadoras de la opinión pública. Esta dominación económica y empresarial, en última instancia, es política, y desde luego también ideológica”.

Un ejemplo claro de este poder mediático es el Informe de Fundesco de 1994, en el que se contempla, entre otras cosas, que “el 84.2% de los directores de prensa señala haber recibido indicaciones tácitas o expresas de los anunciantes. El 50 % de las respuestas matiza esa vinculación como razón para la inversión publicitaria, y el 75% refiere como expresión negociadora del anunciante la amenaza de retirar la inversión” . En este sentido, Lolo Rico (1994) opina que “la programación televisiva no es más que un pretexto para intercalar la publicidad y está hecha, en consecuencia, a gusto y medida de los publicitarios (...) dichos programas no pueden presentar contenidos que contradigan o se opongan a la falsa realidad que presenta y propone la publicidad” .

Como también entiende Eco, uno de los mayores problemas de esta cultura de masas se encuentra en que los operadores culturales actuales no pertenecen al sector de la cultura, sino al sector financiero y económico; y obviamente sus fines son lucrativos, no culturales.

La nuestra no es, pues, una cultura en la que sus receptores son también emisores o donde exista un intercambio, una verdadera comunicación. La realidad es más bien que una minoría ofrece información, entretenimiento y que construye espacios simbólicos en un proceso de comunicación unidireccional. Habermas (1999) distingue claramente dos formas de comunicación: la acción comunicativa (que supone el intercambio y la interacción de informaciones) y la discursiva (a través de la cual se busca dotar de validez al sistema de valores a través de su justificación). El primer caso, obviamente, ilustra la base de la comunicación humana entre dos o más individuos que intercambian información y conocimientos, y el segundo caso ilustra el modo en que un grupo o varios grupos comunican algo a una gran mayoría.
González Requena (1999) va más allá incluso al afirmar que “hablar de medio de comunicación de masas se descubre, de una manera cada vez más evidente, como la coartada ideológica de un tipo de fenómeno espectacular en el que la comunicación es tendencialmente abolida. El consumo televisivo no es comunicativo, sino escópico; gira todo él en torno a un determinado deseo visual. En este consumo espectacular hay una ausencia de descodificación, no hay comunicación sino simulacro de comunicación”.



Mc Luhan (1967) entiende que este proceso de comunicación monodireccional se produce “desde el Norte al Sur y al Este creando efectos de dependencia económica y cultural, porque la información es mercancía e ideología a la vez”. El etnocentrismo occidental, además, margina no sólo información acerca de los países del Tercer Mundo, sino también sus productos culturales y artísticos, y ello conlleva un empobrecimiento de la psique humana, que está perdiendo su capacidad de abstracción y como consecuencia de ello su capacidad para comprender las cosas y afrontarlas racionalmente. Es decir, nuestra capacidad cognitiva se empobrece (Gubern, 2000), y se reduce a lo que nos ofrecen las televisiones: los mismos temas, los mismos personajes, los mismos escenarios, repetidos hasta la saturación.


En este contexto se establece lo que algunos autores, como Noam Chomsky (1992), denominan darwinismo cultural: “No sería demasiado extraño que la imagen del mundo que ellos nos presentan no fuera sino un reflejo de los puntos de vista o de los intereses propios de los vendedores, los compradores y el producto en cuestión (...) las grandes empresas que se anuncian en televisión raramente patrocinan programas que aborden serias críticas a las actividades empresariales, tales como el problema de la degradación medioambiental, las actividades del complejo militar industrial o el apoyo de estas empresas a las tiranías del Tercer Mundo y los beneficios que obtienen del mismo”.

Esta frontera cada vez más invisible entre publicidad y programación elimina o desplaza, por tanto, la función cultural de la televisión publicitaria, y por supuesto coloca a la masa bajo la etiqueta de consumidores, alejando así a la sociedad que consume televisión de la posibilidad de participar activamente en la creación de los símbolos, mitos, creencias e imaginario social. Y coloca a sus miembros en la filosofía que aboga por comprar todo lo que necesita, a consecuencia de la especialización progresiva del trabajo del mundo occidental. De este modo en la actualidad se instaura la cultura del derroche frente a la cultura del reciclaje, la cultura del idiota que sólo sabe de lo suyo y lo demás ha de adquirirlo, y siempre bajo la máxima de la novedad tecnológica o los imperativos de la moda, con productos al alcance de cualquiera que sin embargo no poseen una esperanza de vida duradera. Esto convierte a los miembros de la sociedad en seres cada vez más dependientes, menos creativos, menos participativos, y más aislados. Nunca se presentarán en los medios propuestas autogestionarias al margen del mercado y los estados, ni tampoco la posibilidad de funcionar conjuntamente con el resto de los miembros de la sociedad en proyectos que mejoren su calidad de vida.

Para hablar de la ideología subyacente a los centros de poder mediáticos, utilizaremos el concepto propuesto por Berger y Lukman (1997) según el cual la ideología corresponde a una definición particular de la realidad anexionada a un interés de poder concreto. Es decir, cuando una persona o grupo de personas quieren transmitir su cosmovisión o su modo de entender y construir la realidad a otro grupo de personas e intentan imponerlo, o, como lo expresa Roiz: “La televisión, y en buena medida, la radio y la prensa, se han convertido, a medida que han ido eliminando su inicial vocación informativa y cultural, en máquinas de trasladar las ideas de los poderosos a los ciudadanos, concebidos claramente como públicos, audiencias, incluso como masas”.

David Morley , en este sentido, recalca que todo mensaje conlleva elementos directivos respecto de la clausura del sentido, y aunque es cierto que un mensaje no es un objeto dotado de una “significación real” y exclusiva, los mecanismos significantes que pone en juego promueven ciertas significaciones y suprimen otras, y así es como se imponen las significaciones preferenciales. Además, opina que “el poder de reinterpretación de los telespectadores está lejos de ser equivalente al poder discursivo inherente de las organizaciones mediáticas centralizadas. Son éstas las que definen lo que el espectador deberá interpretar. Poner unas y otras en un pie de igualdad resulta sencillamente absurdo”. Habermas (1999) entiende que es la función de las ideologías es "bloquear el diálogo, y eliminar responsabilidades por ambas partes”.

Si en los regímenes totalitarios que precedieron a los sistemas democráticos actuales se imponían las ideologías por la fuerza, es decir, existía una autoridad de la que emanaban todos los mensajes informativos, que controlaba todos los eventos, fiestas y manifestaciones culturales y artísticas, que vigilaba y castigaba opiniones, discursos e ideologías contrarias a la suya, hoy en día, las armas de los gobiernos actuales son intangibles y se difunden por cable, antenas, satélites, llegando al público en forma de mensajes que se dirigen no ya a la razón, sino hacia las emociones, y que promueven los valores propios del capitalismo y las democracias existentes. Como lo expresa Fromm (1947), “es como si a uno le tirotearan enemigos que no alcanza a ver. No hay nada ni nadie a quien atacar”. La autoridad que reina es anónima, por tanto, aunque la realidad es que el poder hoy lo detentan las empresas, los medios de comunicación y los políticos, y siendo, según Hartley (2000), “las audiencias televisivas las mayores comunidades colectivas que nuestra especie ha logrado alcanzar jamás”, es lógico que sean el lugar que los empresarios y los políticos más desean.

Porque, en última instancia, la influencia es un asunto de creación de significados y de sentidos sobre el mundo y el funcionamiento de las cosas; y el modo en como percibimos el mundo es fácilmente manipulable por la televisión, que suele ofrecernos un mundo amable, lleno de sonrisas, de posibilidades, de fantasías, cuya otra cara de la moneda (guerras, desigualdades e injusticias) pertenecen al destino fatal (“tiene que haber de todo en este mundo”). Y es en este sentido cuando la invasión del entretenimiento cobra mayor relevancia; se trata de amortiguar los duros golpes que nos proporcionan los telediarios y sumir al telespectador en una actividad escapista (ver la televisión, consumir) que le permita desentenderse de las desgracias ajenas y de las propias.

Con respecto al grado de manipulación de los medios y la capacidad de los telespectadores para desarrollar mecanismos de “defensa” y de juicio crítico, numerosos autores como Gubern (2000) afirman que nuestra capacidad para conocer, abstraer y reflexionar acerca de la información y de los contenidos mediáticos ficcionales o hiperreales se ha visto reducida y fragmentada especialmente debido a dos causas:
- El empobrecimiento de la experiencia directa, pues además de la soledad y el aislamiento del ciudadano actual a causa del individualismo, que conlleva un empobrecimiento de sus relaciones sociales y de su vida afectiva, éste dedica la mayor parte de su tiempo libre a consumir imágenes “fabricadas” que le permite asistir a eventos sociales como la misa dominical, el teatro, el fútbol, el cine, la música y el baile, entre otras cosas, sin moverse de casa.
- La reducción de otros puntos de vista y el empobrecimiento de las cosmovisiones. Según la teoría de la agenda setting, formulada por Mc Combos y Shaw en la década de los 90, los medios nos indican los asuntos sobre los que hay que pensar, es decir, imponen los temas de los que hay que hablar; inciden en los que ellos consideran más importantes, y al mismo tiempo se nos aporta una opinión ya mediada de los mismos.


Como ejemplo cabe destacar el tema actual del terrorismo, que es presentado como el problema del siglo XX y XXI, que a menudo sirve para ocultar o marginar otros muchos, como los derivados de la injusticia y las desigualdades propias del sistema capitalista y democrático: desigualdades, hambrunas, la pobreza, las guerras, las catástrofes medioambientales, etc. que desde luego afectan a la vida cotidiana de las personas en mayor grado que el terrorismo. Esta primacía del terrorismo en los medios y en las agendas políticas constituye la excusa perfecta de los gobiernos occidentales para aumentar el control social, recortar libertades en nombre de la seguridad, y aumentar el gasto en defensa, con el consiguiente beneficio de la industria armamentística. Asimismo, la teoría de la espiral del silencio, de Elisabeth Noelle Neumann, habla de la capacidad del medio televisivo de dar relevancia a unos temas y despreciar otros. La opinión pública se desplaza hacia aquel grupo que es considerado más fuerte, por estar más presente en el medio, mientras que los que opinan de forma diferente son considerados débiles.


1) Berger, Peter y Luckmann, Thomas: “La construcción social de la realidad”, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1997.
2) Bernal Rodríguez, Manuel. (coord.): “Cultura Popular y Medios de Comunicación”. Comunicación Social, Sevilla, 2002.
3) Casasús, Josep María: “Ideología y análisis de medios de comunicación”, Ed. CIMS. Libros de Comunicación Global, 1998.
4) Chomsky, Noam: “Ilusiones necesarias”, Libertarias-Prodhufi., 1992
5) Dayan, D. (comp) : “En busca del público”, Gedisa, Barcelona, 1997
6) Eco, Umberto: “Apocalípticos e integrados”, Ed. Lumen, 1968.
7) Fromm, Erich: “El miedo a la libertad”. Ed.Paidós, 1947.
8) González Requena, Jesús: “El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad”, Cátedra, Madrid, 1999.
9) Gubern, Román, “El eros electrónico”, Taurus, Madrid, 2000.
10) Habermas, Jurgen: “Problemas de legitimación del capitalismo tardío”, Cátedra, Madrid, 1999.
11) Hartley, John: “Los usos de la televisión”, Paidós Comunicación, 2000.
12) Imbert, Gérard: “El zoo visual. De la televisión espectacular a la televisión especular”, Gedisa, Barcelona, 2003Marshall, Mc Luhan: “La galaxia Gutenberg”, Planeta D-Agostini, 1985.
13) Martin-Barbero, J. y Rey, Germán: “Ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva”, Gedisa, Barcelona, 1999.
14) Marshall Mc Luhan, “ El medio es el masaje”, Paidós Studio, 1967.
15) Mucchielli, Alex: “El arte de influir. Análisis de las técnicas de manipulación”, Cátedra, 2002.
16) Reig, Ramón: “Medios de comunicación y poder en España. Prensa, radio, televisión y mundo editorial”. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1998.
17) Rico, Lolo: “Televisión fábrica de mentiras. La manipulación de nuestros hijos”. Editorial Espasa Calpe, 1994.
18) Roiz, Miguel: “La sociedad persuasora. Control cultural y comunicación de masas”, Paidós, Barcelona, 2002
19) Sartori, Giovanni: “Homo Videns. La sociedad teledirigida”. Colección Taurus, Editorial Santillana, Madrid, 1997.



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