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12 de mayo de 2018

Mujeres que ya no sufren por amor: Coral Herrera



Cada vez que una de nosotras deja a un hombre que no la quiere, es un triunfo para el feminismo. Cada paso que damos para liberarnos del romanticismo patriarcal es un logro a la vez individual y colectivo. Cada vez que una mujer deja una relación en la que no es feliz, en la que no es correspondida, o en la que no es bien tratada, nos liberamos un poco todas. Estamos dando pasos gigantescos cada vez que decidimos que estamos mejor sin pareja que con ella, porque antes las mujeres no podíamos divorciarnos y teníamos que "aguantar". Ahora ya no estamos para sufrir, para sacrificarnos, para renunciar, para someternos al rol que nos han impuesto: ahora somos más autónomas, más libres y más felices, tenemos nuestras redes de afecto, y queremos disfrutar del sexo, del amor y de la vida con gente valiente y comprometida. Somos un peligro para el patriarcado, somos la resistencia, somos las "Mujeres que ya no sufren por amor". 

#MujeresQueYaNoSufrenPorAmor





Prólogo del Libro 


Las mujeres que ya no sufrimos por amor somos pocas aún, pero somos cada vez más. No nos hemos liberado del dolor ni hemos encontrado la fórmula para ser felices en el amor, pero nos llamamos así porque ya no nos sentimos condenadas a sufrir por amor: sabemos que lo romántico es político, y que otras formas de relacionarnos, de organizarnos y de querernos son posibles.

Las mujeres que ya no sufrimos por amor estamos haciendo la revolución amorosa desde los feminismos: estamos poniendo sobre la mesa la importancia de reinventar el amor romántico para sufrir menos, y disfrutar más del amor. Las redes sociales y afectivas, las emociones y los cuidados están en el centro de nuestro pensamiento, nuestros debates y nuestras luchas.

Las feministas hemos logrado muchos cambios a nivel legislativo y político, y estamos despatriarcalizando todo: la ciencia, la educación, las religiones, la medicina, la filosofía, el periodismo y la comunicación, el cine, el teatro, la democracia, los deportes, las instituciones, la familia… pero nos queda mucho trabajo por hacer en el nivel sexual, emocional y sentimental.

Aunque hace décadas que luchamos por alcanzar la autonomía económica, hasta hace poco se había hecho muy poco por la autonomía emocional, y cada una tenía que buscar las herramientas individualmente para poder trabajar la dependencia sentimental y despatriarcalizar sus emociones. Hoy, sin embargo, estamos trabajando colectivamente fabricando esas herramientas para la revolución de los afectos.

Nuestra forma de amar es patriarcal porque aprendemos a amar bajo las normas, las creencias, los modelos, las costumbres, los mitos, las tradiciones, la moral y la ética de la cultura a la que pertenecemos. Cada cultura construye su estructura emocional y sus patrones de relación desde una ideología concreta, por eso nuestra forma de amar en Occidente es patriarcal y capitalista.

Las niñas y los niños recibimos mensajes opuestos y aprendemos a amar de forma diferente, así que, cuando nos encontramos en la adultez, resulta imposible quererse bien. Los niños aprenden a valorar y defender su libertad y su autonomía; las niñas aprenden a renunciar a ellas como prueba de su amor cuando encuentran pareja. Las niñas aprenden a situar el amor en el centro de sus vidas, mientras que los niños aprenden que el amor y los afectos son “cosas de chicas”. Las niñas creen que para amar hay que sufrir, pasarlo mal, aguantar y esperar al milagro romántico; los niños, en cambio, no renuncian ni se sacrifican por amor. Las niñas aprenden a ser dulces princesas; los niños, a ser violentos guerreros. Ellas creen que su misión es dar a luz a la vida; la misión de ellos es matar al enemigo. Mientras ellas se hipersensibilizan y dibujan corazones por todos lados, ellos se mutilan emocionalmente para no sufrir y se preparan para ganar todas las batallas.

Así las cosas, no es de extrañar que cuando nos juntamos para amarnos el encuentro sea un desastre. En estas condiciones es imposible construir una relación basada en el respeto mutuo, el buen trato y la igualdad. Es imposible gozar del amor en una estructura de relación basada en la dominación y la sumisión, y en las luchas de poder que nos quitan gran parte de nuestro tiempo y energía: las guerras románticas que sostenemos nos impiden disfrutar del amor y de la vida.

Aprendemos a amar desde nuestra experiencia personal con la familia y el entorno más cercano, pero también con los relatos que mitifican el amor e idealizan unos modelos determinados de masculinidad y feminidad. Mitificar el amor sirve para que las mujeres, movidas por la pasión amorosa, interioricemos los valores del patriarcado, obedezcamos los mandatos de género y cumplamos con nuestros roles de mujer tradicional, moderna y posmoderna a la vez.

Estamos disfrutando de un salto tecnológico impresionante que nos permite contar relatos en múltiples formatos y soportes, pero el esquema narrativo de las historias sigue siendo el mismo: “Mientras él salva a la humanidad, ella espera a ser rescatada de la pobreza, de la explotación, de un encierro, de un hechizo, o de una vida aburrida. Cuando él termina su misión, va a buscarla y se la lleva a palacio, donde ambos vivirán felices y comerán perdices”.

Por culpa de estos cuentos, desde pequeñas nos convertimos en adictas a la droga del amor romántico, y así nos tienen entretenidas soñando con nuestra utopía romántica. Al patriarcado le conviene que permanezcamos encadenadas a esta ilusión, cada cual buscando la manera de ser rescatada por un príncipe azul. El milagro romántico nos aísla de las demás: para el patriarcado no hay nada más peligroso que las mujeres unidas, alegres y empoderadas trabajando en equipo en busca del bien común.

El romanticismo patriarcal es un mecanismo de control social para dominar a las mujeres bajo la promesa de la salvación y el paraíso amoroso en el que algún día seremos felices. La monogamia, por ejemplo, es un mito inventado exclusivamente para nosotras; ellos siempre han disfrutado de la diversidad sexual y amorosa y nos han prohibido que hagamos lo mismo. En el pasado, las leyes permitían a los hombres matar a sus esposas adúlteras. Hoy en día, la infidelidad femenina sigue siendo inaceptable, mientras se disculpan las “canitas al aire” de los hombres. Las mujeres seguimos sacrificándonos, renunciando, aguantando y sufriendo “por amor”, seguimos trabajando gratis en casa y en los cuidados “por amor”, seguimos soñando con la salvación personal a través del amor.

El patriarcado sigue vivo en nuestros corazones y goza de una excelente salud, por eso es tan importante hablar en términos políticos de nuestras emociones y relaciones. Desde mi perspectiva, el amor es un arma muy potente para revolucionar nuestro mundo y cambiarlo de abajo arriba. Podemos liberarlo de toda su carga patriarcal y expandirlo más allá de la pareja, hacia la comunidad. Podemos eliminar las jerarquías y luchas de poder entre nosotros, y construir nuestras relaciones con los demás desde la ternura, la empatía, la generosidad, la solidaridad y el compañerismo.

¿Os imagináis cómo sería el mundo si las mujeres, en lugar de despilfarrar nuestro tiempo en el amor romántico, lo dedicásemos a la lucha por una sociedad más libre e igualitaria? ¿Os imagináis a millones de mujeres trabajando unidas por la defensa de la naturaleza y los derechos humanos? Yo sueño con el día en que el amor rompa la barrera del dúo y pueda expandirse para cambiar toda nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos.

Ese día aún está muy lejos: las ideas evolucionan a toda prisa, y somos geniales a la hora de imaginar nuevos modelos amorosos y nuevas formas de relacionarnos, pero las emociones evolucionan lentamente a lo largo de las décadas, y no podemos cambiar en dos semanas nuestra forma de sentir. Son muchos siglos de patriarcado los que llevamos a cuestas, y no tenemos herramientas aún para gestionar nuestras emociones. Seguimos con la misma madurez emocional de los primeros Homo sapiens: sentimos las emociones más básicas (alegría, ira, tristeza, miedo) de manera similar. La mayor parte de la humanidad resuelve sus conflictos con violencia, porque no nos educan para hacer frente a los tsunamis emocionales que nos invaden cada vez que sufrimos y hacemos sufrir a los demás. En las escuelas no nos enseñan a querernos bien, y cuesta mucho trabajo aprender a relacionarse con amor con nosotras mismas, con nuestro entorno y con la gente a la que queremos.

Sin embargo, estamos… en ello. 


Foto cortesía de la librería Louise Michel Liburuak



Cada vez somos más mujeres pensando y debatiendo sobre nuestra forma de querernos y relacionarnos, cada vez somos más las que queremos liberar al amor del patriarcado, y las que reivindicamos nuestro derecho al bienestar, al placer y a la felicidad.

Las mujeres que ya no sufrimos por amor estamos analizando nuestra cultura amorosa para transformarla de arriba abajo, buscando otras formas de querernos, fabricando colectivamente herramientas para aprender a usar nuestro poder sin hacer daño a los demás, y para construir relaciones bonitas con los demás. Relaciones desinteresadas, relaciones basadas en el amor compañero, relaciones basadas en el placer, la ternura y la alegría de vivir.

Estamos con la imaginación activada, buscando nuevas formas de relacionarnos con nosotras mismas y con los demás. Queremos un mundo mejor para todos y todas, un mundo sin violencia, y sin guerras. Nuestro objetivo común es parar la guerra contra las mujeres y entre las mujeres, y contra nosotras mismas: queremos aprender a querernos bien para poder amar a los demás de la misma manera.

La revolución amorosa es a la vez personal y colectiva: lo romántico es político, pero también es social, económico, sexual y cultural. Queremos que el amor deje de ser un instrumento de opresión para utilizarlo como motor de la revolución sexual, afectiva y de cuidados en la que estamos trabajando desde los feminismos.

Las mujeres que ya no sufrimos por amor nos estamos cuestionando todo: ¿cómo desmitificamos el amor?, ¿cómo vamos a trabajar los patriarcados que nos habitan?, ¿cómo acabamos con las relaciones de dominación y sumisión?, ¿cómo nos liberamos de las masculinidades patriarcales?, ¿cómo aprendemos a amar sin hacernos la guerra?, ¿cómo podemos construir relaciones placenteras, hermosas, respetuosas, e igualitarias?, ¿cómo aprendemos a resolver nuestros conflictos sin violencia?, ¿cómo tejemos redes de cuidado, de trabajo cooperativo, de solidaridad con la gente?, ¿cómo vamos a trabajar desde el feminismo para reapropiarnos del placer, para reinventar el amor, para liberar al deseo de la culpa y los miedos?

Estamos en un momento apasionante. Por fin el amor ha dejado de ser un asunto íntimo y privado para convertirse en un debate social y político. Ahora hablamos de amor en las redes sociales, en las asambleas, en los bares, en las tesis doctorales, en los blogs, en los congresos y en las fiestas populares.

Las mujeres que ya no sufrimos por amor aún lo pasamos mal, pero no nos sentimos solas. Todas queremos vencer al monstruo de la soledad que nos tiene muertas de miedo, queremos superar la dependencia emocional, y aprender a amar desde la libertad, no desde la necesidad.

Es mucho el trabajo que tenemos por delante: queremos construir un amor compañero en el que nos sintamos libres e iguales. Queremos relaciones basadas en el buen trato, en el placer compartido, en la honestidad y la ternura. Queremos cambiar nuestra relación con nosotras mismas, y entre nosotras. Y queremos acabar con el patriarcado, la desigualdad, la pobreza y la violencia. Se trata de reinventar el amor para que nos alcance a todos y a todas.

El amor es una herramienta maravillosa para la transformación individual y colectiva. Cuando el amor no se reduce a la pareja y llega al vecindario, al barrio, al pueblo, entonces es un motor para construir una sociedad libre de explotación, violencia, jerarquías y dependencias.

La revolución amorosa que estamos llevando a cabo las mujeres feministas pone en el centro la alegría de vivir, los afectos, los cuidados y el placer. Sabemos que otras formas de quererse y organizarse son posibles, y aquí estamos: unidas, creativas y combativas, reivindicando el disfrute y el placer. Somos las mujeres que ya no sufren por amor.


Coral Herrera Gómez: Mujeres que ya no sufren por amor: Transformando el mito románticoEditorial Libros de la Catarata, Madrid, 2018.







¿Cómo puedo conseguir el libro?














8 de mayo de 2018

¿Y tú, a qué estás esperando?


by Sean Joro, Hule

Esperamos que nos vuelvan a invitar a salir después de la noche de pasión,
esperamos que no sea la primera y también la última. 
Esperamos que nos contesten un wassap, una mensaje, un mail, una llamada, 
esperamos que nos den un toque de facebook, un corazoncito en instagram, un like en twitter...
Esperamos que nos salve del aburrimiento y del vacío existencial, 
que nos cure los miedos y nos haga felices, 
que sea tan bonito como nos lo contaron,

que nos quepa el zapatito y nos lleve a su palacio de cristal.
Esperamos el final feliz que nos merecemos,

esperamos que sea para siempre. 

Esperamos a que llegue a casa al final del día,
Esperamos que no nos mienta, 
esperamos a ver si cambia,

esperamos a ver si se cura, 
esperamos a ver si arregla sus problemas, 
esperamos a ver si se divorcia de su esposa de una vez por todas. 
Esperamos a ver si le llega la madurez como por arte de magia, 
esperamos a ver si asienta la cabeza (junto a nosotras), 
esperamos ser las elegidas para formar una familia, 
esperamos que no nos de plantón de nuevo. 
Esperamos a ver si paga la pensión alimenticia. 
Esperamos a ver si desaparece de nuestras vidas y nos deja en paz, 
esperamos al futuro a ver si allí volvemos a enamorarnos. 
Esperamos que la próxima vez podamos hacerlo mejor, 
Esperamos la llegada del nuevo príncipe azul,
Esperamos que nuestro amor lo conmueva, lo transforme, lo deleite. 
Esperamos que aprenda, que reflexione, que tome decisiones, que de el paso, que reaccione.  
Esperamos que algún día deje de tener miedo y sea valiente. 
Esperamos que la próxima vez no vuelva a ocurrir. 
Esperamos que algún día nos necesite, 
esperamos que algún día él se de cuenta de lo especiales que somos, 
que pase algo mágico y aprenda a amar, 
que venga a nosotras rendido de amor y ternura.
Esperamos ser importantes y necesarias, 
esperamos poder salvar a quien nos lo pida, 
esperamos el milagro que nos regale el amor verdadero.

Esperamos demasiado. 
Esperamos en vano. 
Esperamos para nada. 

¿Y tú, a qué estás esperando para liberarte de la espera?


29 de abril de 2018

No es amor, es violencia machista






Enamorarla sin enamorarte, 
fingir que te derrites para que se derrita en tus brazos
inflar su ego para que se sienta única y especial,
bajarle del cielo a los infiernos cuando a ti te apetezca, 
destrozar su autoestima para tenerla bajo tu poder,
tenerla a tus pies para hacer con ella lo que quieras, cuando quieras, 

no es amor, es violencia machista. 

Alternar una de cal y una de arena, 
la ternura con la indiferencia,  
los besos con las burlas, 
los mimos con el desprecio, 
los poemas con las palabras hirientes,
los piropos con las puñaladas en el alma,
  
no es amor, es machismo, es violencia. 

Responsabilizar a tu pareja de tu bienestar y tu felicidad, 
imponer tu modelo de pareja,
imponer tu criterio, tus decisiones y tus deseos, 
tomar decisiones que le afectan a ella sin contar con ella,
no escuchar a tu pareja, 
machacarla con tus complejos de inferioridad y superioridad, 

es violencia machista. 

Beneficiarte de su sufrimiento y de su miedo al abandono
desconfiar de ella todo el tiempo, 
montar broncas por nada, 
hacerle sentir culpable por todo,
hacerte la víctima y chantajear emocionalmente a tu pareja,
no es amor, es maltrato psicológico y emocional, 

es violencia machista. 

Hacer llorar a tu pareja, 
crear dramas para hundir su estado de ánimo,
aprovecharte de su necesidad de ser amada y de su dependencia emocional 
aprovecharte de sus necesidades económicas 
para tener el poder en tus manos

no es amor, es maltrato machista. 

Ridiculizar en público a tu pareja, 
Hablar mal de ella delante de los demás, 
Utilizar un tono de desprecio para hablar con ella,
Llamarle loca cuando protesta, 
enfadarte con ella para que sufra,
desaparecer unos días para castigarle,

no es amor, es violencia. 

Amenazar, insultar y humillar a tu pareja cuando estás enfadado,
cuando sientes miedo, 
cuando te sientes impotente, dolido, o frustrado,
cuando recibes malas noticias,
cuando estás borracho o drogado,

no es amor, 
es maltrato, 
y es violencia machista. 

Exigirle obediencia, 
relacionarte en una estructura de dominación y sumisión,
controlar y limitar sus redes sociales y afectivas, 
obligarle a ser monógama mientras tú no lo eres,
obligarle a tener relaciones sexuales cuando no le apetece, 

no es amor, es machismo, es violencia. 

Encerrar a tu pareja en la jaula del amor no es amor, 
es machismo, y es violencia. 

Vigilar y controlar a tu pareja,
limitar su libertad, 
disponer y organizar su tiempo libre,
querer ser el centro de su vida, 
aislarla de los demás,
violar su intimidad y su privacidad,
no es amor, 

es maltrato y violencia machista. 

Beneficiarte económicamente de tu pareja sin aportar nada, 
arruinar sus momentos felices montando alguna escena,
ocultar información y mentir constantemente a tu pareja,
intentar despertar sus celos para que sufra por ti,
disfrutar con su sufrimiento,
utilizarla y manipularla para sentirte poderoso, 
darle y quitarle tu amor cuando te convenga, 
aparecer y desaparecer por arte de magia,

No


es

amor, 

ES

VIOLENCIA 

MACHISTA


Coral Herrera Gómez



Artículos relacionados:






(h) amor 3: culpas y celos


 

(h)amor 3: celos y culpas, 

de la editorial Continta Me Tienes, 

he escrito un capítulo en este libro colectivo en el que participan autoras como Pamela Palenciano Jódar, Giazú Enciso Domínguez, Roy Galán, Miguel Vagalume, Nuria Alabao, Daniel Cardoso, Roma de las Heras y Ana G. Borreguero, y Patricia González. 

Podéis adquirirlo aquí, el envío es gratis en toda la península y Baleares (España):

http://contintametienes.com/producto/hamor-3-celos-y-culpas/


20 de abril de 2018

Pasos a seguir para triunfar en el amor


Joe Webb, artista


Para triunfar en el amor, las mujeres tenemos que dar dos pasos fundamentales en nuestras vidas que coinciden con nuestro paso de la niñez a la adolescencia, y el cambio a la vida de mujer adulta. Primero nos seducen con la idea de que estar sexys y siempre disponibles a la mirada y al deseo de los hombres nos hará poderosas y nos abrirá las puertas del paraíso romántico. Una vez que somos elegidas por el Macho Alfa, nuestro objetivo ha de ser todo lo contrario: convertirnos en buenas esposas y futuras madres de los hijos e hijas del Macho Alfa. 

Así que se nos invita a moderar el largo de nuestros escotes y nuestras faldas, dejamos el rojo pasión del pintalabios, y los selfies provocativos en las redes sociales. Ya no nos hace falta despertar el deseo de los machos, ahora hay que demostrarle al príncipe azul que somos su princesa. Estos son los dos únicos modelos de feminidad que nos ofrece el patriarcado: santas o putas. Los hombres de bien nunca se casan con putas, así que el único camino es demostrar que somos mujeres buenas, fieles y sumisas para que al menos uno se enamore de nosotras. 

Venus trasmutando en Hera: pasan los siglos y la cultura patriarcal nos sigue enviando los mismos mensajes para que sigamos obedeciendo los mandatos de género. Y para que nuestro objetivo en la vida sea ser reconocidas, deseadas y amadas por un hombre. Algunas permanecen siempre en la categoría de «mujeres para follar», gratis o pagando, y otras logran subir al trono del matrimonio y reinar desde su posición de madres-esposas. Esas son las que "triunfan".

Ya es hora de romper esta jerarquía que nos divide en dos grupos opuestos y nos coloca en diferentes categorías. Hay que desobedecer los mandatos de género y romper con estos estereotipos y roles que nos mantienen subordinadas a la dominación masculina y nos hacen creer que sin el amor de un hombre no somos nada.

#NiPrincesasNiPutas #OtrasFormasDeSerMujeresSonPosibles
#MujeresQueYaNoSufrenPorAmor





(h)amor 3: celos y culpas




Amor, celos y culpas: si mañana viernes 20 de Abril os apetece disfrutar de la Noche de los Libros en Madrid, se presenta uno en el que he participado yo con un capítulo, 

(h)amor 3: celos y culpas, 

de la editorial Continta Me Tienes, 

en compañía de autoras como Pamela Palenciano Jódar, Giazú Enciso Domínguez, Roy Galán, Miguel Vagalume, Nuria Alabao, Daniel Cardoso, Roma de las Heras y Ana G. Borreguero, y Patricia González. 

Sitio y hora: Museo La Neomudejar (c/Antonio Nebrija, s/n), Madrid, a las 21h. 

Podéis adquirirlo aquí, el envío es gratis en toda la península y Baleares (España):

http://contintametienes.com/producto/hamor-3-celos-y-culpas/


13 de abril de 2018

¿Seguro que ya no queremos ser princesas?





Grace Kelly, Diana de Gales, Letizia Ortiz, Kate Middleton, Megan Markhle... el amor no sólo les sacó del mercado laboral y les abrió las puertas de la fama, sino que además entraron por la puerta grande en la Historia. Ellas son el ejemplo de cómo la magia del amor te puede convertir en una princesa, de cómo te cambia la vida de arriba a abajo, de cómo te eleva a los cielos y te abre las puertas del paraíso.

Los modelos que luce Kate, la futura reina de Inglaterra, se agotan a las pocas horas de estrenar vestido. Sus peinados, su forma de caminar, su forma de hablar son imitados en todo el mundo. Su boda fue vista por miles de millones de personas: es una divinidad del siglo XXI, un modelo a seguir para todas nosotras. Es una mujer admirada porque conquistó al futuro rey de Inglaterra, y con sus encantos se situó en la cúspide del mundo. Salió de su anonimato y captó todo el foco mediático desde el primer segundo: es la mujer triunfadora que encontró a su príncipe azul y lo enamoró para siempre. Es la prueba de que el amor verdadero existe, y que es posible ser feliz en un palacio con una vida de lujo. Es una princesa moderna, una mujer de hoy en día, una excelente madre, una chica del pueblo que está a la altura de las circunstancias, y que cumple con las expectativas que todo el mundo tiene sobre cómo debe ser la mujer ideal.

El mito de la princesa es un mito muy potente que hemos interiorizado en nuestra más tierna infancia, y que resulta  muy difícil de desmontar a pesar de que la realidad nos muestra que son muy pocas las mujeres que lo logran. Levanta pasiones en la mayor parte de las mujeres de este planeta porque a todas nos gustaría sentirnos amadas de un modo total y absoluto, y a todas nos gustaría cambiar de vida y dejar a un lado las angustias económicas que pasamos para llegar a fin de mes. 

Las feministas nos identificamos con las brujas porque nos sentimos descendientes de todas las mujeres rebeldes que se unían para hacer hechizos y conjuros, para compartir saberes, para aprender juntas, para ayudarse mutuamente, y para celebrar fiestas salvajes hasta el amanecer. Mujeres sabias, empoderadas, valientes, desobedientes: nos sentimos herederas de las nietas de las brujas que no pudieron quemar.

Sin embargo, en todas nosotras también habita la princesa que sueña con el príncipe azul o con la otra princesa con la que reinará en el paraíso romántico. Nos lo trabajamos mucho para controlar el princesismo, pero es bien difícil porque en las princesas se condensan varios mitos muy potentes de nuestra cultura romántica: el mito del milagro romántico gracias al cual encontrarás a tu media naranja entre seis mil millones de personas. el mito del amor verdadero y la felicidad eterna, el mito del sapo que se convierte en príncipe azul y el mito del amor que te salva y te cambia la vida para siempre.

El amor romántico es una estafa que nos seduce para que las mujeres asumamos voluntariamente todos los estereotipos, roles, mitos y mandatos de género cuando nos emparejamos. Su mensaje subliminal va directo a nuestro Ego, que cuanto más inseguro es, más necesita sentirse importante, único, y especial. Alimentamos nuestros Egos con los aplausos de los demás, y con el placer que nos hace sentir despertar la admiración, el deseo y la envidia de los conocidos, y de los desconocidos. Nos encanta admirar a famosas y soñamos con llegar a serlo, aunque no es la envidia ni el deseo de los demás lo que necesitamos: lo verdaderamente importante para cualquier ser humano es ser aceptada, sentirse querida y obtener reconocimiento de  nuestra gente cercana: familia, amigos y amigas, compañeras de trabajo o de estudios, vecinas de la comunidad, y nuestra pareja.

Las mujeres no tenemos muchas oportunidades de aparecer en los medios de comunicación, excepto si somos guapas y jóvenes y nos dedicamos a cantar, a actuar, a modelar, o a posar. Tampoco en los libros de texto, excepto cuando nos casamos con dictadores, emperadores, príncipes o reyes. Como son muy pocas las mujeres que triunfan, el amor romántico nos ayuda un poco: podemos vestirnos de princesas el día de nuestra boda, podemos llegar a ser importantes para una sola persona, podemos ocupar el centro de su vida.

El mito del príncipe azul no sólo nos regala a un hombre perfecto (cariñoso, leal, honesto, guapo, rico, sensible, duro, bondadoso, valiente, culto, simpático, deportista, amoroso, divertido y fiel), también nos hace soñar con la posibilidad de ser amada de un modo total y absoluto por alguien que nos acepte tal y como somos, que nos quiera mucho y para siempre, que nos acompañe en el camino de la vida hasta que llegue la muerte, que sea capaz de sacrificarse y dejarlo todo por nosotras, que viva por y para nosotras, que nos tenga como a una reina.

Este mito de la princesa está en todos los relatos de ficción y en los de la realidad, nos seduce desde todos los frentes. Príncipes solteros de carne y hueso hay pocos, es cierto, pero también están los marqueses, los duques, los condes, y todos los primos de las extensas familias reales europeas. Además, hay unos cuantos multimillonarios: políticos, cantantes, actores, empresarios, futbolistas, toreros que si se fijan en ti pueden cambiarte la vida.

Millones de mujeres sienten fascinación por estas historias de salvación y transformación con finales felices. Es algo así como la ilusión de la lotería: un día aparecerá él en el horizonte con su caballo blanco para salvarme de mi propia realidad.

Los medios nos endiosan a las pocas mujeres que logran salvarse por amor, y que viven como reinas gracias a su belleza y sus encantos. Las gordas, las feas, las ancianas, las mujeres con discapacidades no están, no aparecen, no protagonizan películas ni salen en portadas, no están en la alfombra roja, y no las quiere nadie. Aprendemos muy pronto que en la vida y en el amor sólo triunfan las guapas, por eso nos sometemos a la tiranía de la belleza y obedecemos al patriarcado, que nos recuerda una y otra vez que para estar guapas hay que sufrir, y para ser amadas, también

El miedo a no ser aceptadas, a no ser queridas, a quedarnos solas, nos tiene aterrorizadas. Y el patriarcado se aprovecha de eso, haciéndonos creer además que la única forma de amor que existe es la pareja, y poniendo a todos los demás afectos de nuestras vidas en escalas inferiores, como si no necesitasemos a nadie más en nuestras vidas cuando nos enamoramos.

Las mujeres seguimos queriendo ser princesas de nuestro pequeño reino, y uno de los pocos espacios en el que tenemos poder es en el del sexo y el amor, por eso aspiramos a poder enamorar a un hombre, y si es rico y poderoso, mejor. Hay una industria enorme en torno a este sueño del ascenso social por amor: la industria del corazón invierte millones en alimentar este mito de princesas y príncipes que se casan por amor. Por eso nos deleitamos y morimos de envidia con esas fotos de las revistas llenas de amor, abundancia, armonía, lujo y felicidad.

Las princesas que triunfan gracias al amor acaban en un palacio o en una mansión con servicio doméstico. Se liberan del trabajo y de las tareas domésticas: su única misión es reproducirse, cuidar de su prole y ejercer de acompañante. Salen en todas las portadas, pero ninguna de ellas nos habla del precio que hay que pagar por estar ahí hasta que el sueño romántico se acaba.

Este sueño es una trampa para que todas nos sintamos especiales, y para que creamos que la magia del amor nos salvará también a nosotras de los trabajos precarios, de la pobreza, del vacío existencial, del aburrimiento, de la tristeza, la soledad y los miedos. Lo único que tenemos que hacer es ser tener fe y paciencia, ser discretas, mantenernos jóvenes y bellas, y esperar a solas la llegada del Príncipe Azul.

El mito del príncipe azul es también una estafa. Sólo existe en los cuentos y en las películas, y en nuestra imaginación. Tratamos de que los hombres encajen en nuestro modelo idealizado de masculinidad, y que asuman como propio nuestro modelo idealizado de amor en pareja, pero ni ellos calzan en este modelo, ni nosotras en el suyo.

Ellos sueñan con una princesa que no existe: quieren una mujer que sea moderna y tradicional, que se encargue de todo, que les cuiden y les amen con devoción, que nunca dejen de quererles, que sean fieles y honestas, que permanezcan un paso atrás de ellos, que no se quejen, que no sean dominantes, que sepan escuchar, que tengan carácter dulce y sumiso, que sean comprensivas y perdonen todas las traiciones, que aguanten todo lo que le eches encima sin protestar, que callen cuando tengan que callar, que cocinen rico y hagan todas las tareas con buen humor, que dejen de trabajar y abandonen el espacio público al casarse, que les guste el sexo pero sólo con ellos, que cuiden su línea y su belleza para agradarles, que no limiten su libertad, que cumplan con sus deseos y sus necesidades con alegría, que sean dependientes y no tengan vida propia ni pasiones propias, que renuncien a su libertad y a sus proyectos, que abandonen su mundo social y afectivo, que permanezcan en la casa felices, que den menos importancia a los demás afectos, que se dediquen por completo a dar amor.

No existen esas princesas.

Nosotras no somos esas princesas

Pero a veces fantaseamos con serlo. Las bodas reales son el ejemplo de cómo el mito de la plebeya que se convierte en princesa levanta pasiones en todas nosotras, también en las feministas. Son uno de los acontecimientos mediáticos más masivos del planeta, es el evento en el que todas las mujeres que lo deseen puedan proyectar su deseo de encontrar el amor, de ser alguien, de cambiar su vida. Las audiencias que alcanzan las retransmisiones de las bodas reales engloban a miles de millones de personas: todo un planeta pendiente de una mujer que ha conseguido cumplir su sueño de ser princesa, y aspirar al trono de reina, el máximo puesto que una mujer puede alcanzar en su vida según los cuentos Disney tradicionales. 

Ya que no seremos reinas, al menos que nuestro amor nos trate como a una princesa. Nos conformamos con un hombre nos quiera, nos cuide, nos proteja y nos acompañe, que nos cubra de mimos, de besos y de piropos, nos haga regalos y nos colme de atenciones. Un hombre que se desviva por nosotras, que se encargue de nosotras, que cumpla nuestros deseos, que asuma la responsabilidad sobre nuestro bienestar y nuestra felicidad.

Vivimos en un mundo que nos trata como a seres inferiores, pero nos ofrece la utopía amorosa igualitaria con la promesa de que el amor nos iguala a hombres y a mujeres. Gracias al amor de un hombre, ya no sufriremos tanto la pobreza, la marginación y la violencia, obtendremos más recursos, gozaremos de mayor respeto por parte de la sociedad, subiremos nuestro status, y dejaremos de pertenecer al bando de las perdedoras. Desde pequeñitas nos enseñan que todas las mujeres son malas, menos nosotras, que somos las buenas. Las demás son manipuladoras, perversas, interesadas, egoístas, malvadas. débiles. Por eso en algunos países es tan rara la amistad entre mujeres. Empleamos mucho tiempo y energía en competir entre nosotras por ser las más guapas, sexys, alegres y divinas. Y por eso, también, hacemos lo que haga falta para machacar a las que más brillan. Nos educan para que a las demás las sintamos como una amenaza y las tratemos como si fueran nuestras enemigas, no como compañeras ni como hermanas. 

El amor romántico es un espejismo, una ilusión, una utopía: nos hace creer que la salvación está en buscarnos cada cual nuestro paraíso romántico, cuando la única manera de cambiar el mundo en el que vivimos es juntarnos para luchar por nuestros derechos y por un reparto más justo y equitativo de los recursos del planeta. 

El amor romántico es una gran mentira: nadie nos obliga, pero nos sometemos voluntariamente a hombres que no nos quieren bien pensando que quizás algún día nos quieran más, nos quieran mejor. Es una trampa para que cuidemos y amemos a hombres que no nos corresponden, que no nos tratan bien, que abusan de nuestra capacidad para sacrificarnos por amor. Es una trampa para que creamos que necesitamos a un hombre en nuestras vidas, aunque no sea cierto.

¿Cómo liberarnos de este deseo de ser princesas o de ser tratadas como princesas por nuestras parejas, entonces? A nivel personal, el trabajo consiste en cuidar nuestra autoestima y bajar los niveles de Ego para no depender tanto del reconocimiento de los demás, para no necesitar tantos aplausos y admiración, para no depender del amor de un hombre, para liberarnos de la envidia y del deseo de despertar la envidia de los demás. El objetivo de este trabajo sería poder relacionarse horizontal e igualitariamente con nuestras parejas, y con los demás. Abandonar las luchas de poder, el afán de dominación y de control, el deseo de ser superior a las demás, la necesidad constante de reconocimiento masculino.

En el Laboratorio del Amor nos trabajamos el mito de la princesa desde la autocrítica amorosa, haciéndonos preguntas y  cuestionándonos a nosotras mismas: ¿por qué necesito sentirme importante?, ¿cuanto dinero, energía y tiempo le dedico al amor (a buscarlo, a gozarlo, a alimentarlo o a sufrirlo)?, ¿cómo fortalecer mi autonomía y mi libertad?, ¿cómo asumir la responsabilidad que tengo sobre mi salud mental, emocional y física?, ¿cómo asumir la responsabilidad que tengo sobre mi felicidad?, ¿cómo salvarme a mi misma y de paso salvarnos todas juntas expandiendo el amor más allá de la pareja?, ¿de verdad soy tan diferente a las demás?, ¿de verdad soy tan especial y tan buena persona?, ¿en serio me merezco algo mejor que las demás, o nos lo merecemos todas?, ¿realmente necesito a alguien que me proteja?, ¿en qué me beneficia sentir la envidia de los demás?, ¿qué ocurre cuando dejo de ser amada?, ¿qué pasa cuando las cosas no funcionan en una relación y sigo empeñada en ser tratada como una princesa?, ¿seguro que el amor verdadero es perfecto y eterno?, ¿cuánto tiempo estoy dispuesta a permanecer a la espera del milagro del amor?, ¿tengo realmente ganas de buscar a un tipo que quizás no existe?

A nivel colectivo, se trata de desmontar el mito y proponer otros modelos de feminidad basados en la diversidad, tanto para la infancia como para las mujeres jóvenes y las adultas. Otras tramas, otras protagonistas, otros finales felices son posibles: ya hay mucha gente inventando otros cuentos y visibilizando a mujeres de carne y hueso que aportan a la construcción de un mundo mejor. La visibilización y creación de otros modelos de feminidad ayudarán mucho a que las nuevas generaciones tengan nuevas referencias y nuevas heroínas, a que desobedezcan los mandatos de género, y a que se liberen de los mitos del romanticismo.Nos hace falta mucho feminismo, mucha autocrítica, mucho amor del bueno para trabajar este y otros mitos a solas y en buenas compañías.

Yo siento que vamos avanzando: hasta Disney está tomando nota y está modernizando un poco a sus princesas. Sabemos que otros modelos de feminidad son posibles, y la realidad está llena de ellos. Las calles están llenas de mujeres diversas, mujeres luchadoras, inteligentes, comprometidas y solidarias. Mujeres que son un ejemplo para todas nosotras por su valentía, su bondad, su rebeldía, su honestidad, su generosidad, su autonomía, y su libertad. Mujeres que aportan cada día con su trabajo a la construcción de un mundo mejor. Son las mujeres que queremos ver en las películas, en las novelas, en los telediarios, en las series de televisión, en los periódicos, en los libros de texto: estas son las heroínas de las que querríamos aprender, las mujeres que querríamos llegar a ser.


Coral Herrera Gómez


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