7 de diciembre de 2012

Los mitos románticos en las bodas reales: el amor de los príncipes de Asturias





LOS MITOS ROMÁNTICOS EN LAS BODAS REALES

Las bodas reales son la encarnación más bella del mito romántico, engrandecido por los lujos de las monarquías. En estas bodas es donde podemos ver endiosados todos los estereotipos y roles de género mejor que en ningún otro evento social, porque las rendiciones y las dependencias mutuas se engalanan con los adornos del romanticismo. 

Las bodas reales son la encarnación de Disney, de las películas de Hollywood, de las telenovelas latinoamericanas: son bodas de príncipes azules y princesas rosas "reales", pero a la vez divinas. La performance medieval que se representa nos sitúa en espacios mágicos, en escenarios grandiosos como catedrales, cochazos de lujo, palacios monumentales, vestidos majestuosos de princesa virgen, uniformes de príncipe azul, y derroche de belleza por todos lados. 





La boda real no sólo es un teatro, o un escaparate de poder, o un espacio donde establecer alianzas políticas o económicas, o un símbolo de la nación. Es también una apuesta decidida por exaltar la heterosexualidad, la juventud, la diferencia que les complementa, su capacidad reproductiva, su poder económico y político.  Se mitifica este modelo amoroso para que todos queramos casarnos y ser princesas o príncipes por un día en nuestras vidas. 

Para que todo siga como está es preciso que admiremos a las altas esferas en las que se mueven los hilos del poder. Esas esferas ya no se casan por cuestiones estratégicas o políticas, sino por amor. Eso los hace más humanos. Don Felipe avisó durante años varias veces: "solo me casaré por amor". A Letizia le calzó perfectamente el zapatito de cristal, y todos  entendimos que cualquiera puede convertirse en princesa de la noche a la mañana. 

Como hoy los reyes y las reinas nos salen muy caros y nadie los ha elegido, el poder legitima a  las monarquías mediante cuentos felices de amor entre príncipes y plebeyas, sangres azules y rojas. Nos seducen con la idea de que la vida da golpes de suerte (ser la elegida de un hombre que te trate como a una reina y te retire del ingrato mundo laboral) y nos ofrecen fantasía para distraernos de otros asuntos más tristes (no llego a fin de mes, no tengo trabajo, no sé como voy a pagar el teléfono, no puedo ir al médico porque no tengo papeles, van a echar de su casa a la anciana que vive sola enfrente de mí, mi hija no puede pagarse la universidad y yo tampoco puedo pagársela  no puedo denunciar a mi jefe porque cuesta dinero, ¿cómo voy a hacer para pagar la hipoteca este mes).

El bombardeo mediático de las bodas reales logra que por unos días nos olvidemos de la corrupción, las cifras del paro, el fin de la sanidad o de la educación pública, y las preocupaciones personales. Cuando Felipe o Guilermo se casa, medio se paraliza el planeta. En todos lados se habla del mismo tema y muy pocos se libran de verlo, porque copa las portadas, los programas televisivos, las emisiones radiofónicas, los titulares de prensa. Millones de personas siguen las bodas reales por televisión, internet o revistas: gente humilde y gente rica, famosos, periodistas, bohemios, transexuales, monjas cristianas y jóvenes, marujas, musulmanes en el bar, intelectuales, alcaldesas, científicos, punkis, presxs, enfermos, vigilantes de seguridad, adolescentes pijas, campesinos, gays, curas, comunistas, grupos de amigos y familias enteras que ese día se reúnen en torno al aparato televisivo para comentar, criticar, admirar, indignarse o disfrutar de los modelitos, la música, el happy end
Se trata de soñar un rato a través del derroche, de la idealización de símbolos, ritos, y mitos que nos encandilan como el buen teatro. 

Y es que demás de su dimensión política y económica, las bodas son narraciones mitificadas. En la literatura son el final más grandioso y apoteósico posible de las narraciones de aventuras amorosas, ya sea en formato digital, novelas, óperas, cuentos, obras de teatro, series de televisión o películas. 

El final feliz siempre nos alegra el alma, es como un espectáculo de fuegos artificiales que acaba siempre en lo más alto. Las bodas son el símbolo del triunfo del amor, y además cumplen una función de mito colectivo y de meta social. Para las mujeres es un sueño encontrar al hombre ideal que las ame para siempre: por eso a muchas las educan para ser buenas esposas de varones ricos y poderosos. 

Cuanto más teatrales y lujosas, más nos atraen las bodas reales. Pero tienen que ser por amor. Si no, no es posible desatar un fervor como la que desató la boda de los Príncipes de Gales. Tiene no solo que haber amor, sino mostrarse, contenido. No ha de ser ni excesivo ni frío, ni lujurioso ni inexistente. Ha de ser como todo en la monarquía: equilibrado, coherente, consolidado. Y luego en casa, que se las apañen como puedan: que se atrevan a ser felices o que no puedan, eso es lo de menos. 

Lo más importante de este tipo de ceremonias multitudinarias es que no solo nos venden romanticismo como droga para escapar a otros mundos más felices, sino que también poseen una función ejemplarizante, porque ofrece modelos a seguir totalmente patriarcales. 

Pensemos en las dulces Grace Kelly, en la bella y sensible Lady Di, en la discreta Sofía y en la paciente Fabiola. La única que es dura como una roca es la auténtica reina, Isabel II, mujer patriarcal y ultraconservadora en su forma de ejercer el poder.  Las demás son lindas reinas consortes, y ese es el sueño de todo varón: una mujer enamorada, entregada, sacrificada, incondicional, maternal, generosa y dulce. Sin deseos propios, sin aspiraciones más allá del amor. 

Los príncipes azules son como Felipe o como Philip, el hijo de Grace, o Guillermo, el hijo de Diana. La fealdad de Carlos es una excepción. Los príncipes azules tienen los ojos azules, son atléticos, aprenden idiomas, van  a misa, son disciplinados, aprenden las artes de la guerra, saben de diplomacia, y son muy deseados entre las mujeres porque son amorosos, fieles, sinceros, educados, divertidos, protectores. 

Otros mitos románticos que se cumplen en la representación simbólica de la boda real son el mito de la pureza y la eternidad del amor, el mito la media naranja, el mito de la exclusividad la fidelidad, y sobre todo, el, mito del matrimonio por amor y el mito del príncipe azul o la princesa rosa

El famoso y repetido final: “Y fueron felices, y comieron perdices”, presenta la boda como el fin de una historia de obstáculos, y el inicio de otro relato que no nos van a contar, pero que nos muestra un futuro feliz y luminoso. En el caso de los cuentos populares como La Bella DurmienteLa Cenicienta, o Blancanieves, la boda marca el acto de salvación de la princesa por parte de su amado, que la posee simbólicamente para protegerla de todos los males. 

El Príncipe azul le ofrece amor para siempre, protección y estabilidad. Le ofrece el trono a través del matrimonio, le ofrece ser la madre de sus hijos. La sociedad deja pocas alternativas a las princesas: puede elegir entre la autoridad del padre y la del marido: no hay una vía posible de soledad o autonomía. Al menos no en los cuentos. Bueno, y en la realidad las princesas no se divorcian. Excepto la monarquía inglesa que es muy dada a separarse. 

El tema de los mitos románticos es que perpetúan la idea de que las mujeres somos seres completos cuando "pertenecemos" a alguien. El papá te entrega en el altar al novio. Es un traspaso entre hombres: la hija es "cedida" y siempre será propiedad de un hombre: o su padre o su marido. Y si faltan los dos, su tío o su hermano. Una mujer no es mayor de edad nunca y no es mujer de verdad hasta que se enamora y se casa. Entonces pasan a ser "señoras". Por eso las Infantas le piden la venia al Rey, arrodillándose para pedirle permiso para decir: "Si quiero". Sin su consentimiento, ese cuento feliz no sería posible. Ahí Juancar es un poco como un dios que dispone a su antojo.

 Las verdaderas princesas son educadas para que sepan cual es su lugar con respecto a su padre o a su marido. Y por eso se las educa para que sean dulces, sonrientes, para que caminen unos pasos detrás del Rey, para que no protesten y cumplan con sus obligaciones como consorte y como madres de futuros reyes o reinas. a cambio de todo esto, van a tener amor eterno y armonioso, el sueño ideal. Las mujeres parece que nacemos para amar y ser amadas. 

En el caso de la boda real española de los Príncipes de Asturias, Felipe rechazó la autoridad de los padres y advirtió que elegiría él, que no quería primas europeas. Cuando la encontró nos la presentó y nos dijo: "es ella a la que yo quiero". En la rueda de prensa que ofrecieron en el palacio de la Zarzuela para anunciar su compromiso, incidieron mucho en su profundo amor y en la libertad de elección de la que ambos han gozado. Su amor es "tan fuerte" que pasa por encima de las jerarquías: "Me da mucha alegría manifestar lo enamorado que estoy de Letizia, la mujer con la que quiero compartir mi vida, que reúne todos los requisitos para asumir las responsabilidades de Princesa de Asturias y próxima Reina de España".

Sus insistentes declaraciones de amor antes del enlace lograron convencer a todo el mundo de que no se trataba de una estrategia política, sino de un amor real, en su doble acepción del término.

Otro mito romántico que encontramos en la boda real de Felipe y Letizia es el mito del Príncipe Azul: Felipe representa este papel a la perfección, porque es un hombre atractivo, sano, alto, con estudios, con idiomas, bien educado, y heredero de un trono. Más no se puede tener. Letizia por su parte, representa el mito de la Cenicienta, es decir, la mujer que asciende en los estamentos sociales por amor. Como en el cuento, la Cenicienta es una mujer de origen humilde elegidalibremente por su príncipe. De entre las millones de plebeyas que existen, Letizia fue la única, la favorita, la mujer que accede a la nobleza y a la Corte por amor. Por otro lado, Letizia no es víctima de la pobreza y en su historia no hay madrastras; es una trabajadora con éxito y a la vez un producto mediático cercano a la sociedad.


 Hace veinte años, en la época de la Paleotelevisión, la princesa de Asturias hubiese sido una heredera al trono de cualquier monarquía europea, o al menos una mujer emparentada con la aristocracia nobiliaria (es por ello que se prefería a Tatiana de Lichenstein como candidata a esposa del heredero en lugar de Isabel Sartorius). En la Post-televisión, la futura reina de España nace en Rivas Vaciamadrid, es una mujer trabajadora, de padres divorciados, que estudió en la Universidad pública y que estuvo, noche tras noche durante algunos meses, cenando con la mayor parte de los españoles mientras presentaba los informativos de TVE 1, hecho que no es casual. Sirvió para que todos nosotros nos familiarizasemos con la futura reina de España.

Y es que para la audiencia, es más fácil proyectarse en Letizia Ortiz que en una princesa europea de sangre real; ella no sólo viene del pueblo, de un pueblo de la periferia madrileña, sino que además fue y es una estrella televisiva, un fenómeno mediático que ha logrado la aceptación mayoritaria no del pueblo español, sino de la audiencia española. Nuestra Cenicienta, además de llegar a lo más alto, logra sortear el desempleo que sufre la gran mayoría de la población treintañera española, de modo que con su matrimonio ha logrado evitar los ERES y la precariedad del empleo (si no se hubiese casado con Felipe, se hubiera quedado sin trabajo tras el cierre de la CNN en España).



LAS BODAS REALES ESPAÑOLAS

Los príncipes y princesas de hoy necesitan algo que legitime su reinado. Es una cuestión de imagen: ellos dan prestigio a las instituciones, y los medios de comunicación engrandecen sus gestas heroicas, ayudando a perpetuar las dinastías. Don Juan Carlos tuvo su dragón contra el que luchar: el 23F, cuya hazaña fue, supuestamente, salvar la democracia.  Pero Felipe no tiene dragón aún. No se ha hecho necesario, como su padre. No ha tenido que "salvarnos" de un enemigo, no se va enfrentar a la dictadura de los bancos. Entonces nos le van a vender como el nuero que toda mamá querría tener. Un tipo "valiente" que se casa "por amor", un buen padre de familia, un buen soldado, un buen diplomático. Un buen Borbón,

Para las bodas reales de las Infantas, la Corona española eligió Sevilla y Barcelona, ciudades situadas al Norte y al Sur de España; simbolizando la buena salud del Estado de las autonomías. La boda de Elena con Jaime de Marichalar fue más española en el sentido tradicional del término, debido a la ciudad y el folklore andaluz, y toda una serie de símbolos de españolidad que inundaron la boda. 



La de Cristina de Borbón, en cambio, fue una boda más europea, luminosa y moderna. El flamante novio,  Iñaki Urdangarín, era un joven deportista y reconocido profesional del balonmano. Fue una bodaintegradora porque se celebró en Barcelona, lugar de residencia de la Infanta, y porque el cónyuge no pertenece a la nobleza castellana, sino que es vasco y pertenece a una familia de clase medio-alta. La conjunción de símbolos españoles, catalanes y vascos en la boda fue perfecta y representó el ideal de una España unida, pero respetuosa con el folclore, el idioma y las costumbres locales de cada región.



Después de estas bodas, el siguiente paso fue confeccionar un plan para legitimar el futuro reinado del Príncipe de Asturias. Curiosamente, la elegida por Don Felipe iba a ser una mujer de orígenes asturianos (una verdadera princesa de Asturias) y perteneciente a una familia de periodistas. En Letizia confluyen dos fenómenos importantes: es una estrella mediática, y es una mujer posmoderna que lo deja todo por amor. Letizia acerca la Monarquía española al pueblo español porque es una de nosotros; una vez convertida enPrincesa de Asturias, Gerona y de Viana, Duquesa de Montblanc, Condesa de Cervera, y señora de Balaguer, se declara dispuesta a trabajar para nosotros, al servicio de la representación diplomática y empresarial española.

Con respecto al Príncipe, la estrategia mediática de la Corona ha sido presentarle como un hombre preparado, con idiomas y una “profunda vocación de servicio a España”. La imagen de Su Alteza Real es la de un hombre trabajador, moderno, “sensible” ante los problemas que azotan al mundo y las desigualdades sociales. Su boda con una mujer periodista es un modo de transmitir o construir la sensación de que Don Felipe es un hombre cercano al pueblo, porque antes de conocerla declaró su decidida pretensión a casarse por amor. Es decir, rompió con las estrictas leyes monárquicas que antes sólo permitían a los herederos casarse con personas de sangre azul, demostrando así sus deseos de amar, su modernidad y su condición de hombre nuevo que siente amor y quiere una compañera.

través de su dimensión emocional, la televisión oculta e invisibiliza la dimensión política y económica de los matrimonios reales. Con la boda de Letizia y Felipe, por ejemplo, se logra legitimar la función del Príncipe heredero, que por fin "asienta la cabeza" y se declara dispuesto a asumir responsabilidades paulatinamente, para ir asegurando al país que está haciendo grandes esfuerzos por ser un gran Papá. De las infantitas y de toda España. 

Aunque Letizia está divorciada y no tiene sangre real, se respeta la decisión del Príncipe y se cumplen los sueños de muchas plebeyas. El día de la boda me di un paseíto para ver el ambiente en el Palacio Real. Fue sorprendente comprobar que casi todo el público eran inmigrantes latinos que ondeaban felices su banderita española y que aguantaron la lluvia estoicamente. No había grandes masas ni fervor popular. La gente prefirió verlo desde casa.

Si hoy tienen sentido las monarquías es porque nos ofrecen vidas de ensueño y oscuridades, victorias y derrotas, alegrías y penas, escándalos sucesivos e infiernos de sangre azul. A la gente le gusta disfrutar con los finales felices representado en directo por personas de carne y hueso, por eso las bodas reales son un medio propagandístico perfecto para las monarquías.


"ME CASO POR AMOR"


En la boda de los Príncipes de Asturias, tanto Letizia como Felipe declararon que se casaban para hacer frente a las obligaciones de su condición como herederos al trono, y que eran conscientes de la tremenda responsabilidad que asumían al unirse en santo matrimonio. Admitían haberlo meditado mucho, pero también su decisión estaba basada en el profundo amor que sentía el uno por el otro. En el acto de pedida de mano, Don Felipe afirma que el matrimonio que va a contraer significa, sobre todo, la continuidad de la Monarquía:

Permite dar la posibilidad de un eslabón más en la cadena de la dinastía que nos engarza con la historia. Aparte, me permite incorporar un valor, un activo, a mi trabajo y a la función representativa y al trabajo por el bien de los intereses generales de los españoles. Y, personalmente, un tremendo apoyo. Sus cualidades y su valía van a ser fundamentales y van a dar grandes frutos».

Los comentaristas y en general los periodistas y expertos en la Casa Real destacaron a lo largo de los días en que se cubrió el evento la importancia política de esta unión para la continuidad dinástica. El mensaje era: “gracias a esta boda habrá descendencia, y por lo tanto continuidad”. La legitimidad de la Corona, por tanto, pasa a depender de la capacidad reproductiva de Letizia, en cuyo seno recae la responsabilidad de la sucesión al trono español. Por supuesto, no se invocan otras razones para la continuidad de la monarquía excepto estas, de modo que el mensaje quedó muy claro para la audiencia: la boda simbolizaba el poder mediático monárquico, y su poder político.



A través de su boda no sólo legitiman su amor, sino que este amor legitima a su vez la Monarquía, la Iglesia que la bendice, el Estado español y el Ejército al que representa. Visto así puede parecer difícil unir tantas instituciones juntas, pero en realidad es muy fácil: "el amor lo es todo". Y está bendecido por los poderes políticos, económicos y religiosos. Es un discurso redondo, desde un punto de vista técnico: sencillo, sincero, romántico y realista, engrandecido y normalizado a la vez. 

Amor e institución se asocian indisolublemente en el discurso de Felipe cuando expresa la ilusión por servir a España y por el inicio de una nueva etapa en su vida como “hombre casado”.  Concilia vida personal y profesional como nadie; ama a España y a Letizia, y ambos hacen una pareja ideal.

 Cuando ella está nerviosa, él la protege con la mirada, como un padre omnipotente y como un compañero cariñoso a la vez. Los Príncipes se muestran tiernos como amantes y como compañeros; y los medios han contribuido a la entronización de esta pareja como arquetipo ideal de relación amorosa. Desde que nacieron Leonor y Sofía, los cuatro posan como una  familia feliz: las dos niñas, rubias, guapas, sonrientes, llenas de vida, y con el futuro resuelto representan el estereotipo de princesitas felices que viven en un palacio con sus abuelitos los Reyes.


LO DIVINO Y LO HUMANO: LO SUYO ES PURO TEATRO



La monarquía se fundamenta esencialmente en la idea de la existencia de un centro con alguna conexión especial con lo divino, con alguna instancia que transciende el ámbito de lo mundano. Para Shils y Young, 1956, lo peculiar de la institución monárquica en los regímenes parlamentarios es su constante equilibrio entre lo divino-tradicional y lo legal-democrático. Por esto, para Martínez et al (2008), las ceremonias retransmitidas por televisión a públicos masivos son una forma simbólica esencial para la perpetuación de la monarquía, pues permiten a la Realeza aparecer divina y mundana, distante y cercana a un tiempo.

En su estudio sobre la investidura del Príncipe de Gales, Blumler et al. (1971) analizaron las diferentes percepciones públicas del rol de la Reina Isabel y pusieron de manifiesto cómo la gente desearía que la monarca fuese “al mismo tiempo sublime y común, extraordinaria y normal, solemne e informal, misteriosa y accesible, regia y democrática” (Blumler et al., 1971).

Las bodas monárquicas son rituales con un fuerte componente teatral; es una performance cuidadosamente preparada por las casas reales. En el caso de los Príncipes de Asturias, el escenario fue la Catedral de la Almudena de Madrid, lujosamente decorada;  la coreografía fue perfecta y estuvo marcada por el protocolo. Los actores y actrices cumplieron cada uno su papel a la perfección y recitaron su texto (el príncipe, la princesa, los reyes, las familias monárquicas, los invitados, el arzobispo, los monaguillos, los pajes reales, las damas de honor, los soldados amigos del Príncipe, el público congregado en las inmediaciones, cuya función principal fue agitar banderitas y vivas a España). Por supuesto, pudimos difrutar de los narradores principales cuya voz en off coloreaba e ilustraba lo que estábamos viendo. Hubo no sólo un trabajo de iluminación, ambientación, atrezzo y vestuario prolífico en marcas y detalles, sino también música en directo (el coro y la orquesta), que fue un elemento muy importante en esta representación dramática porque engrandeció la arquitectura del templo y la ceremonia religiosa. 



Una vez fuera de la Catedral, la obra de teatro se convirtió en road movie, ya que las cámaras siguieron a los recién casados en su recorrido en coche por las calles de Madrid, y, paralelamente, siguieron el desplazamiento de los invitados de lujo hacia el lugar del banquete. La película acaba en el almuerzo; pese a que los espectadores de este espectáculo hubieran dado cualquier cosa por poder penetrar en ese espacio prohibido a las cámaras, y poder ver a la gente guapa comiendo y relacionándose entre ellos. 


En la boda hubo, por supuesto, repetición de las mejores jugadas a cámara lenta (la llegada del novio, la de la novia, el intercambio de alianzas, la venia otorgada por el Rey, la colosal patada de Froilán de Todos los Santos a su primo, etc.), como en un partido de fútbol, y posterior charla-debate o puesta en común de idea por parte de expertos en la materia, alcanzando entonces la post-boda la dimensión de los programas de cotilleo habituales, pero con mayor contención por tratarse de un tema serio. Se hicieron pocas críticas, pero se trató de crear un mínimo ambiente de polémica, para seguir atrayendo el interés de la audiencia, que pudo, igual que en una obra de teatro pero a distancia, opinar mandando SMS al programa.

Asimismo, podemos ver, en términos narrativos, la boda real como el final de una telenovela, pero rodada con la emoción del directo. La luna de miel fue una especie de continuación de esa telenovela. Desde entonces, hemos asistido a los viajes, los entierros, los partos, las ceremonias… de la pareja real: todo forma parte de una historia narrada en todos los soportes (audiovisuales, escritos, etc.) que se inició con el anuncio del compromiso y que aún no ha terminado, porque seguimos sus veraneos, la escolarización de la futura heredera, las operaciones de nariz de Letizia, etc. en tiempo real, casi a diario.


LA DIMENSIÓN MEDIÁTICA DEL ENLACE REAL

En las ceremonias de Estado la ilusión creada por el medio televisivo de que “uno puede asistir a la totalidad de un acontecimiento” (Dayan y Katz, 1985) se multiplica. El espectador/a lo sabe, y busca burlar las limitaciones que cada canal impone rastreando entre todos los disponibles. En todos los hogares observados en la investigación, los miembros de la audiencia siguieron simultáneamente la retransmisión de la Boda Real española por más de un canal, estableciendo en su mayoría TVE1 como “campamento base” y curioseando por el resto de las cadenas.

El visionado en los hogares se convierte en un momento festivo que modifica las tareas cotidianas y congrega a la familia y a invitados para celebrar el evento juntos. En el caso específico de las Bodas Reales, el rol de gestor principal del espacio de la celebración parece recaer en las mujeres (madres, hijas o amigas de la familia), del mismo modo que en las retransmisiones deportivas es ejercido por los hombres (Rothenbuhler, 1988). Esta tarea de gestión o regulación se orienta, en primer lugar, hacia la elección del lugar físico de la celebración dentro del hogar: el salón.

El día de la retransmisión de la boda, no hay otra propuesta familiar que la de ver la televisión, por lo que quien no quiere ver la ceremonia electrónica es apartado. Para Martínez y otros, lo característico de este “apartamiento simbólico/físico es que acontece sin conflicto, ya que incluso quienes no quieren ver la ceremonia electrónica reconocen la legitimidad indiscutible de la decisión de quienes tácitamente les apartan. A eso ayuda, obviamente, el hecho de que la retransmisión de la Boda del Príncipe de Asturias tuviese lugar un sábado por la mañana, una franja dedicada habitualmente a la programación infantil y en la que los adultos no suelen ver televisión”.


EL PODER CONCENTRADO


            Lo más emocionante de las bodas es (aparte del vestido de la novia, las miradas de amor con el novio, y la pompa teatral desplegada a su alrededor), la lista de invitados e invitadas a la ceremonia y posterior banquete. A las bodas reales acuden los miembros de las casas reales del planeta, y parte del estamento nobiliario: condes y condesas, marquesas, vizcondes, y demás. Acuden los empresarios con más poder del país, los deportistas más famosos, representantes del mundo de la cultura, del gobierno y la oposición, representantes de las Iglesia y del Ejército, ministros y ministras, presidentes/as de Estado.

Estos ilustres invitados e invitadas serán analizados y criticados por su vestimenta y elegancia o falta de ella; pero ningún comentarista televisivo hablará de cómo el poder económico legitima a la monarquía y viceversa; ni de como Iglesia, Ejército, empresas e ídolos famosos multimillonarios se unen para celebrar una unión en la que se cerrarán negocios, se estrecharán alianzas, se llegará a acuerdos políticos y económicos de gran envergadura, como sucedió en la boda de la hija de Aznar con Berlusconi y sus amigos.



Esa concentración de hombres y mujeres poderosas marca una distancia con el vulgo, que solo puede asistir como espectador, detrás de la barrera de seguridad. En las bodas reales es cuando queda claro que la élite social es inaccesible: para poder ser invitado/a tienes que pertenecer al mundo de la banca, de la nobleza, del ejército o de la Iglesia, o ser un empresario/deportista/artista de éxito. Los demás soñamos ese día con príncipes y princesas (que mantenemos con nuestros bolsillos) y al día siguiente madrugamos para ir al trabajo. 

Las bodas reales no son solo un producto mediático para entretener a las masas. Son un gran negocio para muchos (hoteles, prensa del corazón, productoras de televisión, agencias de fotografía, caterings, diseñadores, etc). Los medios invierten grandes sumas para poder desplegar su poderío tecnológico y engrandecer la ceremonia para deleite de las masas hambrientas de cuentos de amor. 

La monarquía inglesa supera en grandiosidad a la española: Kate y el Príncipe Guillermo, como Carlos y Diana se han convertido desde su boda en ídolos de masas y son objeto de admiración e imitación por parte de una población que se entretiene y se evade de sus miserias a través del cuento de hadas. En este mundo de telediarios espantosos, los medios nos venden fantasías, finales felices, detalles románticos, vestidos bonitos, gente exitosa, música grandiosa, discursos solemnes para entretenernos durante una semana entera. 

Las bodas reales venden sueños, y el romanticismo se usa como un arma de control social para perpetuar las diferencias entre hombres y mujeres, y para condenar el resto de las formas de amar, alternativas al modelo hegemónico. Además, la mitificación del amor de pareja nos mete en casitas de dos en dos, nos aísla de nuestro entorno social, nos ofrece paraísos individualizados que vacían las calles y llenan las arcas de los bancos gracias a las hipotecas.

Por eso todavía queda mucha gente que en lugar de salir a la calle se esfuerzan por crear niditos de amor bonitos, o se refugia en noticias frívolas que le distraigan. El gran éxito de audiencia de estas ceremonias de amor nos indican que necesitamos cuentos que nos calmen, que nos hagan soñar, que nos mantengan distraídos en burbujas de felicidad. Ellos son la encarnación del romanticismo perfecto, eterno, divino que nos venden en los relatos. Son semi humanos, semi dioses, y se casan por amor. 

El mejor anestesiante social, pues, la boda real. El modelo único de unión amorosa perfecto. Pueden vomitar si desean con las bolsitas reales.





bolsitas para vomitar con la imagen de los novios




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