Absent Minded - Joe Webb |
En las relaciones
heterosexuales, a muchas mujeres nos cuesta darnos cuenta de que estamos en una
relación de violencia psicológica, emocional o física porque solemos conectar
con el niño asustado que todo maltratador lleva dentro. Nuestra capacidad para
sentir empatía y para cuidar es la que nos hace ser compasivas y comprensivas:
muchas de nosotras hemos interiorizado el mito de la Salvadora, y por eso
tenemos tanta paciencia y aguantamos en relaciones en las que no somos felices
y no somos correspondidas.
Algunas mujeres,
sin saberlo, ejercen un rol maternal con sus compañeros, y creen que podrán
salvar al amado de sus problemas a base de amor. Porque también hemos
interiorizado el mito de que el amor todo lo puede, que el amor nos salva de
nosotros mismos y de nuestros problemas, que el amor supera todos los
obstáculos cuando es verdadero y auténtico. Y con esa idea podemos quedarnos
meses y años esperando al milagro romántico que nos lleve al paraíso del amor: ese
cambio que se dará por arte de magia y logrará convertir al sapo verde en
príncipe azul.
Es una trampa a
veces mortal para muchas de nosotras, porque al compadecernos del hombre con
problemas, lo que hacemos es ponernos en riesgo a nosotras mismas. El amor no es suficiente para sostener una relación sin reciprocidad, ni
para salvar a nadie de sus adicciones, de sus traumas, de su discapacidad
emocional o de sus problemas con la violencia.
Las mujeres conectamos
a ese niño bondadoso, tierno, vulnerable que habita en todos los hombres
maltratadores y que pide amor a gritos. Como vemos a ese niño, nos damos cuenta de cómo su complejo de inferioridad se convierte
en complejo de superioridad, cómo tienen dificultades para identificar y
expresar sus emociones, cómo los traumas de su infancia les han destrozado por
dentro, y sentimos que en realidad lo que está pidiendo ese hombre inseguro es atención y
cariño. Sólo que, nos decimos para justificarle, lo que le pasa es que no sabe pedirlo bien: lo hace desde el enojo, y
esa rabia le hace violento. Y creemos que podemos curarle y enseñarle a expresar sus
emociones, a comunicarlas, a gestionarlas para que no le hagan daño a él y de
paso no nos haga daño a nosotras.
Pensamos que
nuestro amor ablandará su corazón y desintegrará el muro de acero que le hace
sufrir y nos hace sufrir tanto. Creemos que si aguantamos mucho al final obtendremos
nuestra recompensa: pero no es cierto. No hay recompensa. La Bestia no se
convierte en Príncipe Azul nunca. No se sale de la violencia si no es con
voluntad, trabajo, disciplina, y si no se pide ayuda profesional. Los problemas
de masculinidad requieren de mucho tiempo y energía, y la mayor parte de los
hombres no quiere trabajarse esos problemas porque no quiere enfrentarse a su
dolor y no quiere mostrar su fragilidad.
Así que sólo
podemos trabajar en nosotras, y girar el foco de atención hacia nosotras:
siendo más comprensivas, más amorosas con nosotras mismas, podremos dejar de
compadecernos de la persona que nos hace sufrir. Si aprendemos a querernos a
nosotras mismas, entonces conectaremos antes con nuestra niña interior, esa que
necesita ser cuidada y se merece ser feliz, que con el niño interior del hombre
con problemas.
Si logramos
sentir más empatía hacia nosotras mismas, seríamos más solidarias y nos cuidaríamos
mucho más: le daríamos prioridad a la niña que nos habita porque sabemos que
nadie más que nosotras somos responsables de su felicidad y su bienestar. Sabemos
que sólo nosotras podemos velar por su seguridad, así que hay que trabajar más
en nosotras, y cuidarnos mucho. Una de las claves del autocuidado es rodearte
de gente que te sabe querer bien, que te hace la vida más bonita, que se sitúa
como un compañero junto a ti. Ni por encima, ni por debajo: sólo puedes
relacionarte en horizontal, de tu a tú, con alguien que tenga el nivel
suficiente de salud mental como para quererte sin hacerte daño, y para cuidarte
sin machacarte a la vez.
Una vez que
priorizas a la niña, el niño no te da tanta lástima ni te despierta tanta
ternura, porque no quieres que nadie haga daño a esa personita linda que está
dentro de ti y que es frágil y requiere atención y cuidados. A esa niña no la
dejarías sola frente a la Bestia del cuento, porque no permitirías que nadie la
tratase mal.
Una vez que
tienes claro que te mereces un compañero que te cuide y al que cuidar, una
pareja que te haga la vida más fácil y más bonita, entonces eres capaz de
abandonar al niño que no quiso trabajárselo nunca para ser mejor persona, que
siempre encontró a alguien a quien culpabilizar de sus problemas, y con la que
desahogarse de sus miedos y frustraciones.
Porque cuando los
niños se van haciendo adultos, todos pueden elegir si desean perpetuar la
cadena de sufrimiento y malos tratos, o si desea trabajárselo para hacer más
feliz a sus seres queridos, y para vivir una vida llena de amor, sin lágrimas,
sin conflictos, sin peleas, sin malos ratos, sin chantajes, sin silencios, sin
castigos y sin violencia. La clave es darse cuenta de que todos podemos elegir
qué clase de persona queremos ser, y cómo queremos relacionarnos con los demás:
si no sentimos que no podemos trabajar con nuestras herramientas, entonces
podemos pedir ayuda profesional. Para trabajar los problemas hacen falta ganas,
motivación, capacidad para el autoconocimiento y la autocrítica. Sin ellas no hay cambio posible,
aunque te prometa una y mil veces que nunca más te va a hacer sufrir y que todo
va a cambiar de manera mágica un día, cuando menos te lo esperes.
Esperar no es una
opción: para desconectar del niñito asustado que hay en el interior de un
maltratador, hay que conectar con nuestra niña interior, y darle prioridad a
ella: se merece lo mejor, se merece mucho amor.
Recuerda: tu misión
es salvarla a ella de la violencia de él, no salvarle a él de sí mismo.
Post publicado originalmente en mi blog "Amor en construcción", en Mente Sana.