Los primeros homo sapiens no mataban a las mujeres, porque no existía el patriarcado ni la propiedad privada. Las primeras sociedades humanas eran tribales:, vivian en grupos pequeños, eran nómadas y se alimentaban de los vegetales que recolectaban y los animales que cazaban. Los seres humanos vivían muy pocos años, y eran una especie muy frágil y vulnerable: dependían de la solidaridad y el apoyo mutuo. Trabajan en equipo, todos los miembros del grupo eran importantes, y cada cual aportaba según sus capacidades y habilidades. Cuidaban a sus crías porque eran esenciales para la supervivencia de la gran familia que formaban: si las niñas y los niños morían, no había nuevas generaciones y el clan desaparecía. Las mujeres y los hombres adultos también eran importantes porque eran los que más energía tenían para cazar y recolectar, y para defender al grupo de los animales. Las personas mayores también eran indispensables porque tenían acumulado el conocimiento de todas las generaciones precedentes: sabían curar enfermedades, atender partos, enterrar a los que se iban. Sabían cómo hacer fuego, dónde encontrar agua, verduras y vegetales, insectos y plantas medicinales. Conocían las técnicas de caza, sabían trabajar la arcilla, la piedra y la madera para tallar instrumentos y herramientas, y eran los que transmitían las canciones y los relatos de generación en generación.
Eran también los que sabían leer las estrellas y conocían los rituales para celebrar eventos importantes, como los nacimientos y las muertes o los cambios de estación. Los y las ancianas eran los que tenían la memoria histórica y los que sabían cómo comunicarse con las diosas. Y es que las deidades de la prehistoria eran femeninas, porque las primeras culturas humanas adoraban la abundancia, la fertilidad y la capacidad para gestar nuevas vidas.
En nuestros primeros tiempos no existían las parejas tal y como las conocemos hoy en día. No sabemos mucho de sus relaciones sexuales y afectivas porque no conocían la escritura, solo tenemos huesos, dientes, vasijas, objetos, ropa y algunas herramientas. Pero si sabemos que vivian juntos, que caminaban sin dejar a nadie atrás, que cuidaban a las personas con enfermedades o discapacidades, o accidentadas, y que dependían unos de otros para sobrevivir.
Sabemos que todos aportaban su granito de arena: unos cazaban, otros confeccionaban ropa, otros hacían cestos y para almacenar comida, otros limpiaban las cuevas, otros atendían a las personas enfermas, otros se encargaban de la dimensión espiritual de la comunidad, otros se encargaban de la defensa del grupo frente a los depredadores y a las catástrofes naturales.
Cada cual según su edad y sus conocimientos, todos y todas eran importantes. Las estructuras eran comunitarias: algunos se organizaban en horizontal, y en otros había lideresas y líderes que se encargaban de coordinar el trabajo, de mediar en los conflictos, hacer cumplir las normas de cada grupo, y de las relaciones con otras comunidades humanas. Estos liderazgos solían ser grupales, por ejemplo las personas de más edad de los grupos. Aún hoy muchas comunidades tienen su Consejo de Ancianos y Ancianas.
El patriarcado comenzó cuando dejamos de ser nómadas, inventamos la agricultura y empezamos a domesticar a los animales para poder comerlos. Fue en ese momento cuando inventamos la propiedad privada: esta tierra es mía, esta tierra es tuya. Cada cual trabaja su tierra y se queda con la producción. Con el excedente de los alimentos animales y vegetales, comenzó la acumulación y el acaparamiento. Surgieron los primeros “ricos”, que no solo tenían más riqueza que el resto , sino también más poder. Los que se quedaron sin tierra tuvieron que empezar a trabajar para ellos.
No existían aún las monedas, así que los terratenientes les daban una pequeña parte de lo que producían ellos mismos, y se quedaban con la mayor parte de la cosecha, para intercambiarla por otras cosas con otros productores.
Los terratenientes empezaron a transmitir su patrimonio a los hijos e hijas, y se dieron cuenta de que la única manera de que sus riquezas fuesen a parar a los hijos biológicos era encerrando a las mujeres en el hogar, y haciendo que trabajaran para ellos como si fueran empleadas, pero sin tener que pagarles.
Fue hace 8 mil años cuando los hombres empezaron a explotar la tierra para obtener de ella el máximo rendimiento, y cuando empezaron a explotar a animales y a otros humanos para el trabajo en el campo. Las mujeres empezaron a ser confinadas en las casas y empezaron a sufrir explotación laboral, doméstica, sexual, y reproductiva. Tenían que parir a los herederos de sus esposos, encargarse de la comida, la limpieza, la crianza, y el cuidado de la familia al completo. Además, tenían que trabajar también en el campo y con las ovejas, cabras, vacas, caballos, burros, gallinas, gansos, cerdos, etc Solo los ricos y sus esposas podían liberarse del trabajo en el campo.
Las mujeres y el ganado pasaron a ser objetos, bienes, propiedades de los hombres. Entre ellos se intercambiaban a las mujeres: los padres, vendían a sus hijas a cambio de otros bienes u otros animales, y a través de los casamientos las familias empezaron a unir tierras y patrimonio. Comenzó la herencia, y con ella la desigualdad y la explotación.
Lo explica muy bien Gerda Lerder en su obra, y también podéis leer a Joseph Campbell que nos explica cómo se dio el cambio cultural.
Los hombres empezaron a masculinizar a las deidades: las comunidades humanas dejaron de adorar a la fertilidad, para empezar a adorar la capacidad de dar muerte. Se sustituyó la adoración por la vida a la adoración de la fuerza y la violencia.
Para someter a las mujeres primero tuvieron que aprender a verlas como seres inferiores, a odiarlas y a tratarlas como enemigas. Desde entonces hasta ahora, ese odio no ha desaparecido, y ha mutilado emocionalmente a millones de hombres que sufrieron la contradicción de odiar al grupo humano al que pertenecían sus madres.
Esta herida primaria del macho obligado a separarse de su madre para convertirse en un macho adulto y autónomo sigue abierta hoy en día. No hemos logrado resolver el tema de la autonomía, ni tampoco el trauma de los hombres que para vivir como reyes, se ven obligados a renunciar al amor, y son educados en el odio contra sus propias madres, hermanas, primas, vecinas y compañeras sexuales y sentimentales.
Los hombres empezaron a matarnos cuando las mujeres empezamos a desobedecer, cuando empezamos a hacer frente a las normas injustas, cuando nos resistimos a los mandatos del género, cuando nos impusieron las leyes del patriarcado y empezó la resistencia.
Los hombres empezaron a matarnos cuando las mujeres quisimos romper las relaciones con ellos, e intentamos escapar del abuso y la explotación. Éramos sus propiedades privadas y para los grandes machos era impensable que ejerciéramos nuestros derechos y nuestra libertad, porque éramos parte de su patrimonio, del mismo modo que los animales y las tierras.
Los machos no se contentaron con explotarnos a nosotras y a los demás seres vivos, sino que también empezaron a explotarse entre ellos. Los ricos se aprovecharon de los pobres, y cuando empezaron las guerras por el acaparamiento de territorios, empezaron a tener presos y a hacerlos esclavos.
En el patriarcado todos sufrimos y ejercemos abuso, explotación y violencia sobre los demás. Excepto los que están arriba del todo, que viven como dioses porque tienen todo el poder. Y creen que por su posición dentro de la jerarquía, pueden usar y abusar de los demás.
¿Cual es la compensación que les ofreció el patriarcado a los hombres trabajadores? La posibilidad de hacer lo mismo que los ricos en sus propios hogares. Desde entonces, los hombres viven como reyes en sus casas, aunque fuera de ellas tengan que servir a otros hombres.
Pueden estar muy sometidos en el campo o en la fábrica, pero luego llegan a casa y pueden comportarse como su patrón. Tienen a una mujer, hijas e hijos a su servicio. Y se creen dueños de sus vidas.
Las leyes del patriarcado permitían a los hombres patriarcales golpear, violar y matar a sus compañeras desobedientes. Y por eso hoy en día lo siguen haciendo aunque no sea legal. Están convencidos de que es su derecho. No solo odian a sus compañeras rebeldes, nos odian a todas.
El patriarcado, entonces, no es un orden natural, no es eterno, y se puede derribar, como cualquier otro sistema político, económico y social. Si tenemos en cuenta que la especie homo tiene 2,5 millones de años de antigüedad y el Homo Sapiens tiene 200 mil años, es fácil darse cuenta de que 8 mil años no son nada.
La lucha contra el patriarcado es tan antigua como el patriarcado. Las mujeres llevamos ocho mil años haciendo pedagogía, resistiendo y luchando contra el machismo y la misoginia. Y sabemos que el patriarcado no solo tiene una fecha de inicio, también tiene una fecha final.
Las mujeres feministas creemos y queremos un mundo mejor para todos y todas, y no pararemos hasta derribar el patriarcado. Nos queremos vivas.
Coral Herrera Gómez