3 de mayo de 2011

El amor romántico desde una perspectiva científica. ¿Por qué y para qué estudiar el amor?



Cuando llegó el momento de decirle a mi director de tesis, Gérard Imbert, el tema sobre el que quería investigar, pasé dos semanas sin atreverme a hablar con él y preparando mi discurso para convencerlo. Él mismo me dijo, "piensa bien el tema porque tu vida va a girar en torno a él durante años; así que lo mejor es que sea algo que te apasione".

Yo ya sabía lo que me apasionaba, pero no sabía como planteárselo. Desde niña me han fascinado las relaciones amorosas humanas, y cuando comencé a experimentar todos los síntomas del romanticismo, en la adolescencia, mi interés por el tema aumentó. Siempre me gustó mirar a los adultos, oírles hablar, escuchar historias de  vida, y analizar mis propios sentimientos y reacciones.

Con las amigas y amigos pasé años hablando sobre el amor, sus mitos y la forma en cómo nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestro comportamiento, están determinados por las emociones, y cómo esas emociones, a su vez, están determinadas por mandatos sociales y modelos culturales, debidamente idealizados.

Mi idea era estudiar el amor desde un enfoque multidisciplinar, porque buscando en las bibliotecas me encontraba con libros sobre el amor desde una perspectiva literaria, o antropológica, o biológica, o histórica, pero no encontraba un libro que uniese todas esas perspectivas, y pensé en escribirlo yo, añadiéndole por supuesto el enfoque de género.

No me costó mucho convencer a Gerárd porque él es un hombre de horizontes abiertos,  aventurero, que le gusta desentrañar las profundidades de las emociones humanas y  analizar cómo se plasman en el cine y en los productos culturales de masas. Para mí fue súper importante su apoyo porque no quería estudiar otra cosa que este tema, dado que mi curiosidad se remonta a los principios de mi infancia, dado que necesitaba también comprender lo que nos pasa cuando nos enamoramos, saber de dónde viene esa forma de amar, y sobre todo, saber por qué amamos de esta manera y no de otra.




mi tesis doctoral, de 850 páginas


Entonces me puse a analizar ese proceso, y el modo en cómo se construye socioculturalmente el amor; pero también cómo esta construcción influye significativamente en las estructuras económicas y políticas de la sociedad occidental.

Sin embargo, mi trabajo de investigación no hubiera sido posible si, a lo largo del siglo XX, no se hubiese dado el gran debate epistemológico que destronó al cientifismo empirista y gracias al cual surgieron investigaciones que demostraron la hipervirilidad de la Ciencia occidental, y su sesgo androcéntrico. Los principales protagonistas de este debate fueron los pensadores de la Teoría Crítica liderada por la Escuela de Frankfurt en los años 30, el Postestructuralismo, la Sociología del Conocimiento y la Teoría Feminista, que sacaron a la luz teorías y científicos (sobre todo científicas) marginados por la Ciencia, cuestionándose así numerosas verdades dadas por supuestas. 

Esta tarea deconstructiva demostró que lo que se consideraba Ciencia Universal era sencillamente una actividad ejercida por hombres blancos, occidentales, y en su mayor parte de clase media. También se puso de relieve el hecho de que la mayor parte de sus investigaciones estaban impregnadas de intereses ideológicos, económicos, sociales y políticos. Se quiso derribar, así, el mito del cientifismo como verdad universal y el mito del científico como un robot objetivo sin emociones, sin condicionamientos culturales, sin intereses personales. Fue entonces cuando se reveló la dimensión hipermasculina de la Ciencia, que había marginado durante siglos a la mujer como sujeto y como objeto de estudio científico.

Gracias a este debate y a este proceso deconstruccionista, la Ciencia vio cuestionada profundamente la pretensión de validez universal y de neutralidad de la que había hecho gala  desde el siglo XVII. Las principales consecuencias de este debate fueron la ampliación de los límites del conocimiento y el surgimiento de nuevas áreas de investigación científica. Este hecho posibilita, en la actualidad, adentrarse en espacios del conocimiento que no han sido considerados, hasta hoy, dignos de ser estudiados, como es el caso del amor romántico. Gracias a la lucha feminista contra el sistema patriarcal, además, he podido ir a la Universidad; si hubiese nacido en otra época no podría haber estudiado si quiera; ni este tema, ni cualquier otro.


Hoy se acepta comúnmente que todos estamos influidos por la cultura en la que nos hemos criado, por el género al que se nos adscribió al nacer, por la educación que recibimos y las instituciones sociales, la religión, nuestro estatus social y económico, además de nuestras propias aspiraciones personales y  experiencias vitales, que conforman nuestra identidad. Por ello, ningún científico, institución científica o investigación empirista puede hoy declararse objetivo o neutral. De hecho, se considera más honesto que los y las profesionales de la Ciencia admitan en sus investigaciones el punto del que parten, y tengan en cuenta a la hora de elaborar sus teorías e hipótesis la perspectiva personal desde la que ejercen la actividad del conocimiento, para así diferenciar sus propios condicionamientos culturales y personales del objeto de estudio. Es decir, admitir la inevitable subjetividad que impregna cualquier actividad humana en el área del conocimiento científico, dejando atrás mitologías científicas antes nunca cuestionadas.



El trabajo de documentación no fue tarea fácil, dado que no existe mucha bibliografía científica debido a la marginación de las emociones como objeto de estudio. Para Carlos García Yela (2002), es muy significativa la gran diferencia existente en cuanto a volumen de investigación entre el amor y otros temas “que quizá sean menos relevantes en la vida del hombre, como por ejemplo, el reflejo salivar condicionado”.

La Antropología ha estudiado temas como la familia, el parentesco, el matrimonio, el comportamiento sexual, los ritos vinculadores, el apego, el beso y las conductas altruistas, pero no específicamente el amor romántico, considerado generalmente como una peculiaridad exclusiva de las civilizaciones occidentales.

 La Sociología se ha centrado en el análisis del matrimonio (y la satisfacción en el mismo) como unidad básica de la estructura social y sólo en contadas ocasiones ha concedido suficiente atención a la importancia estructural del amor y las creencias románticas en nuestra sociedad.

En el campo de la Historia, destacan las obras de algunos historiadores sobre el matrimonio (Westermarck, 1926) y la pasión (De Rougemont, 1939).

En el campo de las ciencias sociales, el interés por las emociones también se ha visto incrementado a medida que avanzaba el siglo XX.

Ortega y Gasset (1941) se quejaba de que el tema del amor no fuese objeto de investigación científica o filosófica: 

“Si un médico habla sobre la digestión, las gentes escuchan con modestia y curiosidad. Pero si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con desdén, mejor dicho, no le oyen, no llega a enterarse de lo que enuncia, porque todos se creen doctores en la materia. En pocas cosas aparece tan de manifiesto la estupidez habitual de las gentes. ¡Como si el amor no fuera, a la postre, un tema teórico del mismo linaje que los demás, y por tanto, hermético para quien no se acerque a él con agudos instrumentos intelectuales!”.

 Leo Buscaglia, también opina que es ridículo que el Eros, una fuerza de la vida tan poderosa, sea ignorada, no investigada y condenada por los científicos sociales, “que en cambio, sí se ocupan mucho de esa otra fuerza llamada sexo, cuando originariamente y en rigor etimológico se trata del mismo fenómeno”.

Defendiendo la idea de que el amor es un gran tema a tratar por todas las áreas científicas, Carlos Yela afirma que es frecuente entre los intelectuales la queja sobre la enorme distancia  existente entre el progreso tecnológico y el progreso de las relaciones humanas: “el estudio riguroso, sistemático y empírico del amor podría ser una vía que contribuyera a salvar esa abismal y lamentable diferencia”. 

La Psicología Social comienza a tratar el tema en 1964. Secord y Backman incorporan en su manual de la disciplina un capítulo sobre atracción interpersonal donde se incluían unas breves consideraciones sobre el amor. Un año más tarde, Aronson y Linder (1965) divulgan su clásica “ley” sobre la atracción interpersonal. Poco después, Bloom (1967) publicará un artículo sobre el concepto de amor y las tipologías amorosas, todo ello en revistas propias de la Psicología Social. A mediados de los años 70, el análisis científico del amor se va paulatinamente desmarcando del área de la atracción interpersonal, al tiempo que surge una verdadera explosión y auge de las investigaciones: centenares de artículos, decenas de volúmenes monográficos y manuales, cursos, seminarios, congresos, etc., e incluso alguna revista especializada, como el Journal of Social and Personal Relationships, donde buena parte de los artículos publicados se centran en el amor o en temas muy afines.


En los años 90 el tema se convirtió, según Yela García (2002), en un punto de referencia obligado de la Psicología Social. La publicación de monografías sobre el tema continúa aumentando cada año, muchos de ellos de orientación psicodinámica (Gabbard, 1996), otros muchos desde la Psicología Feminista.

En España, hasta los años 80, la producción intelectual sobre el amor ha sido bastante limitada. En los años 70 Josep Vicent Marqués edita un número especial en El Viejo Topo sobre el amor (extra número 17), con colaboraciones de Paolo Fabretti o Christian Delacampagne, en el que se habla del amor sobre todo como un instrumento de control social que sirve para perpetuar el patriarcado y la familia tradicional nuclear.

En 1982, la Revista de Occidente publica un número monográfico sobre el amor. En 1986, sucede lo mismo con los Cuadernos de Historia 16. En los 90 se publican artículos firmados por profesores universitarios (ej: Ochoa y Vázquez, 1991; Sangrador, 1993; Serrano y Carreño, 1993, Yela García, 1996) así como algunos libros en mayor o menor medida dedicados a, o relacionados con el tema (Guasch, 1991; Ortiz, 1991). Además, se realizan seminarios, conferencias, cursos de doctorado, simposios, congresos y alguna tesis doctoral (Carreño, 1991; Yela García, 1995; Martínez Iñigo, 1997).



Recientemente, han surgido algunas obras en el ámbito de la divulgación científica, en áreas como la Biología, la Etnología, o la Antropología (Helen Fisher, Eduardo Punset, David Buss, Eibl-Eibesfeldt, Desmond Morris, Barash y Lipton…). Sin embargo, sólo ahora, en los primeros años del siglo XXI, se ha empezado a tratar el tema desde una perspectiva social (Ulrich Beck, Zigmunt Bauman, Pascal Bruckner, Erich Fromm, Anthony Giddens, entre otros).

 La mayor parte de los grandes teóricos occidentales ha escrito libros acerca de los sentimientos y las pasiones, pero han sido siempre considerados obras menores, poco menos que anécdotas dentro de la sesuda literatura científica y filosófica de estos grandes autores (Ortega y Gasset, Roland Barthes, Francesco Alberoni, entre otros).

En mi caso, lo que más me fascinaba del tema es como el amor de pareja siempre se ha tratado como un fenómeno afectivo que acontece en el interior de las personas, es decir, como un sentimiento individual y mágico difícil de explicar. Y sin embargo, son muchas las personas aquejadas de esta “enfermedad”, “intoxicación”, “borrachera”, o “dulce tormento”. El dinero que gastamos en terapeutas que nos ayuden a sobrellevar una ruptura amorosa, en abogados que tramiten una separación, en regalos cuando empezamos una relación, la cantidad de energía y tiempo que dedicamos al amor me hacía pensar que el amor es una construcción sociocultural, es decir, creada desde la cultura para conformar sociedades de gente que se une de dos en dos. y yo me preguntaba, y ¿por qué de dos en dos?, ¿y por qué han de ser de diferentes sexos?, ¿y por qué la mujer debe de ser de una manera y el hombre de otra?....


el libro sobre el amor, publicado en Febrero 2011.


Mi aparato teórico desde el cual enfocar este estudio está basado en mi admiración por la teoría del pensamiento complejo de Edgar Morín, que propone superar los dualismos con los que estamos acostumbrados a pensar. La vida no es blanco o negro, razón o emoción, hombres o mujeres, el bien o el mal, lo grande o lo pequeño. Leyendo sobre Einstein una aprende que todo es relativo según el punto de vista desde donde se mire, y que la realidad es mucho más rica que las etiquetas reduccionistas con las que tratamos de entender el mundo.

Me encantó leer a Sergio Manghi, que afirmaba que el estudio de las emociones humanas no se trata sólo de una tarea científica, sino también ético-política, “pues la persistencia, en nuestro tiempo, de hábitos perceptivos dualistas, que separan el corazón y la razón, el cuerpo y el espíritu, las emociones y la cognición, es una fuente permanente de sufrimientos, de prevaricaciones y de violencia”.

En el seno de este paradigma dualista que simplificaba el mundo en dos extremos opuestos, se consideró que el hombre representaba la Cultura (el raciocinio, la civilización, la Ciencia, la ley, el orden, la filosofía), y la mujer la Naturaleza (los sentimientos, lo irracional, lo salvaje, lo caótico, lo oscuro, lo incognoscible). Por eso los hombres, que  representan la civilización,  deben controlar la naturaleza, explotarla, domesticarla, utilizarla para sus necesidades. Y para eso se ha creado el romanticismo patriarcal, para que perpetúe esa desigualdad y ese control, y para que la gente se una en sistemas de mutua dependencia. 

Y es que el hecho de que las pasiones no hayan sido temas considerados dignos de estudio científico serio es un hecho íntimamente relacionado con la estructura patriarcal que ha subordinado a la mujer durante siglos. En esa actitud discriminadora y despreciativa hacia su figura se incluía todo lo que se consideraba femenino, como los sentimientos. Sólo en este siglo, la primacía de la mente y la razón sobre el cuerpo y las emociones ha dado paso al estudio de los sentimientos como parte constitutiva fundamental del ser humano.



Y gracias a ello, hoy me encuentro aquí escribiendo acerca del amor. Entiendo que es un tema que, por su complejidad y extensión, no se puede abarcar en su totalidad; pero sí que he pretendido demostrar que las emociones están mediadas culturalmente, y que están predeterminadas por la cultura en la que se incardinan (construidas a través del lenguaje, de los relatos, los símbolos, los mitos, los estereotipos, los ritos, y las creencias). El poder simbólico incide de forma poderosa, creo, no sólo en la nuestros sentimientos, sino también en la construcción de la realidad social, económica y política de las sociedades.

Dado que la cultura evoluciona a la par que los sistemas políticos y económicos, bien sosteniéndolos, bien transformándolos, considero que es necesario los productos ficcionales y las teorías filosóficas para entender cómo construimos la realidad, cómo la reificamos y cómo unas ideologías se imponen sobre otras (y a la vez coexisten).

El motivo por el que centré mi análisis sobre los mitos y las representaciones simbólicas del Amor es porque la mayor parte de nuestros productos culturales desde la Antigüedad hasta nuestros días se basan en las relaciones sexuales y amorosas entre los géneros: desde las cosmologías (como la griega, que se basa en las relaciones de amor y odio entre los dioses) hasta las series de ficción televisiva, pasando por la escultura, la pintura, la cerámica, la música, el baile, la narrativa oral, la poesía, los cuentos y leyendas, los folletines, las radio-novelas, las canciones, las novelas, las películas, la ópera, y todas las representaciones culturales que han tenido y tienen como tema central el amor y las pasiones.



Mi deseo era, mediante un proceso de crítica y deconstrucción, echar abajo ciertas ideas que se han dado por supuestas o como “naturales”: prejuicios, tabúes, mitos falsos y creencias subjetivas que han distorsionado el concepto de amor y que lo han devaluado durante siglos a la categoría de emoción irracional no susceptible de ser tratada e investigada.

Para mí es obvio que el amor no es sólo una fuente de productos culturales en forma de novelas o canciones, sino también un dispositivo político. Las relaciones humanas atravesadas por el poder, y ello hace que sean complicadas, conflictivas, dolorosas y también, enormemente gratificantes. Los seres humanos necesitamos a los otros para sobrevivir, porque los afectos forman parte de nuestra nutrición y son el eje a partir del cual desarrollamos nuestra vida en sociedad. A través de nuestros seres queridos aprendemos a hablar, a pensar, a vivir en sociedad y a asumir las normas morales, sociales, culturales y políticas. Rodeados de afectos o con una falta total de ellos construimos nuestra identidad y nuestra biografía, y nos reproducimos, sacando adelante y educando a nuevos miembros de la sociedad.



 mi libro sobre la construcción de las identidades, 
los feminismos, las masculinidades y el queer


La mayor parte de nuestras vivencias y recuerdos están implicados en las tramas emocionales y sentimentales que construimos en la interacción con nuestros semejantes y nuestro entorno. Nuestra felicidad, nuestro bienestar psíquico y emocional, nuestros sueños y anhelos, nuestras esperanzas y nuestra energía se desarrollan en torno a nuestras relaciones afectivas. Ellas son las que nos provocan dolor, tristeza, confusión, desgarro; también nuestras frustraciones, decepciones, preocupaciones y obsesiones están en su mayor parte determinadas por nuestros afectos.

De algún modo, siempre me ha parecido fundamental analizar y tratar de entender por qué las relaciones humanas son tan maravillosas y a la vez tan dolorosas. Creo que es a nivel microsocial como es posible entender la dimensión macrosocial de nuestra cultura; por eso analizar las relaciones entre los humanos puede ayudarnos a entender por qué las grandes estructuras políticas y económicas son tan desiguales, injustas y crueles. La complejidad emocional del ser humano es inmensa, a menudo contradictoria y cambiante, y tiene mucho que ver con la ética individual y el sistema moral colectivo, y por supuesto, con las jerarquías de poder. También con los recuerdos y las vivencias, los intereses, las motivaciones, los valores, las creencias y los modelos amorosos que nos ofrecen las industrias culturales.



Creo que es necesario tratar de comprender el complejo mundo de las emociones principalmente porque entender y analizar nuestras formas de relacionarnos puede ayudarnos a mejorar nuestro mundo. Es posible que las guerras, los conflictos humanos, la violencia cotidiana que inundan las cabeceras de los telediarios disminuyesen si lográsemos entender los mecanismos sociales y afectivos con los que los humanos nos relacionamos entre nosotros, bajo el trasfondo de las luchas de poder y del miedo.



El miedo forma parte de nuestras relaciones y de nuestra forma de entender y movernos en el mundo. Es un poder psíquico, un producto mental y a la vez un mecanismo biológico de carácter instintivo. También los animales sienten miedo, y en ocasiones se revela como un mecanismo de supervivencia fundamental ante los depredadores. En el caso del homo sapiens, con su capacidad de imaginar, el miedo se convierte en un monstruo que empobrece su vida en sociedad, porque a menudo  establecemos estrategias defensivas y de ataque. Los humanos tenemos miedo a los desastres naturales, pero también miedo al dolor y a la muerte, a la incertidumbre con respecto al futuro, miedo a perder seres queridos. Miedo a la soledad y a la locura, pero sobre todo miedo al otro, a lo desconocido, lo extraño, lo que se escapa a nuestro entendimiento. Miedo al poder del otro, al color de su piel, su idioma, su cultura, su religión.

Este miedo afecta especialmente a las relaciones entre hombres y mujeres por el ancestral temor hacia el género femenino desarrollado en las culturas patriarcales. La mayor parte de las relaciones entre los hombres y las mujeres han estado siempre basadas en el miedo al poder del otro, a la dominación física y psicológica. En este sentido, los hombres siempre han entendido la seducción femenina como estrategia simbólica de dominación por la vía de la sutil persuasión.

El miedo también tiene una clara conexión con el apego: todos tenemos miedo a perder a nuestros seres queridos, a que no se nos necesite o no se nos quiera. Nos apegamos a los objetos, las propiedades y las personas como si fueran “nuestras”, y además quisiéramos que ellas y los sentimientos que nos unen sean eternos e indestructibles. El ser humano sufre por la contingencia y trata de encontrar su centro y su estabilidad psíquica en las personas a las que ama o quiere; pero también siente un profundo anhelo de libertad. Miedo y libertad se tensan contradictoriamente, porque no nos es fácil lograr alcanzar un equilibrio entre la estabilidad y la aventura, la seguridad y el misterio. Los seres humanos lo queremos todo a la vez, lo queremos todo para siempre, y nos cansamos de todo también. La realidad monótona y rutinaria nos frustra, de modo que nos embarcamos en aventuras corriendo riesgos: quizás debido a esta contradicción entre libertad y necesidad de afecto, mitos y realidades, el sufrimiento parece inherente a la condición humana.

 Sin embargo, también es característico en nosotros la empatía, el altruismo, la generosidad, la entrega, el sacrificio personal, la solidaridad y la red extensa de afectos que establecemos con el resto, y gracias a la cual la supervivencia de la especie ha sido posible. El amor entendido como un todo es una fuerza poderosa que nos atrae y nos une los unos a los otros, ya sea en forma de amor filial (amor a la familia), de amistad (amores elegidos libremente, relaciones de apoyo y cooperación mutua que tenemos con personas con las que sin embargo no tenemos una relación erótica) o de amor pasional (el que se da entre dos o más personas y tiene carácter erótico).

El amor ha logrado que el ser humano cuide de sus semejantes más indefensos (ancianos, bebés, enfermos), y que la gente disfrute en la interacción con el resto. Las relaciones amorosas de pareja, además, son placenteras porque generan sentimientos positivos y porque es una fuerza creadora y constructiva que ilusiona a las personas y las anima a seguir viviendo, pese a la crueldad y precariedad a la que tiene que enfrentarse el ser humano a lo largo de su vida.

Además de estudiar las raíces del amor romántico en nuestra cultura occidental desde Grecia, pasando por el amor cortés del siglo XII y el Romanticismo del XIX, quise estudiar las relaciones amorosas en la actualidad, porque es la época histórica que me ha tocado vivir, y la que más me apasiona. En mi esfuerzo por entender por qué existe ese vacío social, por qué la gente ya no persigue metas colectivas, me centré en el análisis de lo que denominé la utopía emocional colectiva romántica de la Posmodernidad, porque entiendo que hoy el amor idealizado nos ofrece la salvación frente a la angustia existencial, el horror vacui, y la falta de sentido que impregna la realidad occidental.


El ser posmoderno es urbanita, se mueve en la sociedad del anonimato y sufre de angustia existencial, hambre de emociones y soledad. En este contexto posmoderno,  el romanticismo constituye una creación de sentido personalizado y colectivo, una promesa ideal de autorrealización, una meta para alcanzar otras metas, como la felicidad. Y es que la sociedad occidental ha perdido en gran parte su instinto de supervivencia para dar paso al de autodestrucción; de ahí la proliferación de las depresiones en el Primer Mundo, que visibilizan la angustia vital que sienten las personas una vez satisfechas sus necesidades básicas (alimento y un techo donde cobijarse). La sensación de alienación permanente que poseen los habitantes posmodernos se traduce en un anhelo de emociones placenteras e intensas que consumimos a través de los relatos. La necesidad de evasión y de entretenimiento se da en nuestra cultura en unas cantidades y dimensiones hasta hace poco desconocidas.

El amor romántico cubre estos anhelos del mismo modo que las drogas, la fiesta, o los deportes de riesgo, y además está conectado con lo sagrado: la totalidad, la fusión definitiva, el placer total, la eternidad (premisa fundamental de todo amor verdadero). Una de las ficciones más importantes que proyecta el amor idealizado es la del cese de ese doloroso sentimiento de soledad que nos acompaña a todos los seres humanos desde la caída de las grandes construcciones sociales como la religión o la clase social, y cualquier institución en la que antes nos podíamos sentir pertenecientes a una comunidad o grupo unido por cuestiones religiosas, económicas o políticas. Así, las representaciones simbólicas, con mitos como el de  la “media naranja” (de resonancias platónicas), nos anuncian el fin de la perpetua soledad a la que estamos condenados.

Estas utopías emocionales se acoplan al individualismo y al consumismo a la perfección, porque están basadas en la filosofía del sálvese quien pueda y el egoísmo a dúo, una expresión acuñada por H.D. Lawrence para explicar el estilo de vida basado en una forma de relación basada en la dependencia, la búsqueda de seguridad, la necesidad del otro, la renuncia a la interdependencia personal, la ausencia de libertad, celos, rutina, adscripción irreflexiva a las convenciones sociales, el enclaustramiento mutuo…

Este enclaustramiento en parejas propicia el conformismo, el viraje ideológico a posiciones conservadoras, la despolitización y el vaciamiento del espacio social, con notables consecuencias para las democracias occidentales y para la vida cotidiana de las personas. Con el triunfo del individualismo la democracia se encuentra en manos de los políticos, los empresarios y la Banca; la sociedad no es gestionada por una población adulta, sensibilizada, culta, comprometida y unida. Dejamos, irresponsablemente, en manos de unos pocos nuestro destino como especie, y por supuesto, coextensivamente, el del resto de los seres vivos de este planeta.



El individualismo como modo de vida ligado al consumismo conlleva también una potente sensación de soledad; es normal entonces que la gente quiera formar equipos, aunque sean solo de dos miembros, para hacer frente a un mundo cruel, jerárquico y desigual. En pareja la vida se hace más llevadera por la ayuda mutua que nos prestamos, pero no nos queremos ni imaginar cómo funcionaría un mundo en el que se practicase la solidaridad de grupos humanos frente a las grandes estructuras de poder, es decir, un mundo donde el amor fuese una praxis social cotidiana no centrada en un solo ser humano.

Evidentemente, a un sistema capitalista no le conviene una excesiva solidaridad entre las personas, ni facilitar la autorganización y autogestión de las comunidades; a causa de esta necesidad económica en televisión nunca se apela al amor de las personas por sus semejantes, por la totalidad humana, ni el amor hacia el propio planeta o el resto de sus habitantes. Más bien se le incita al consumismo que es una actividad solitaria o en pareja que ayuda al sostenimiento de la  economía capitalista.


Sólo se representan amores colectivos en televisión cuando se trata de un sentimiento social hacia  conceptos artificiales como “nación” o “patria”, o hacia algún objeto o persona determinada (como la religión cristiana o la musulmana, los partidos políticos y sus líderes, los grandes clubes de fútbol que aglutinan millones de seguidores, o las estrellas del rock o el cine). Por ello he creído importante exponer el reduccionismo interesado de la concepción del amor representada en las producciones culturales como algo que concierne exclusivamente a dos personas, o como mucho al núcleo familiar, excluyendo siempre al tercero, al otro, a los y las otras.



Y por ello os invito a sumergiros en los principales mitos del amor romántico para poder analizarlos, de-construirlos, desmontarlos. Poniendo al descubierto la distancia insalvable que hay entre la Realidad y las idealizaciones, podremos quizás construir relaciones más igualitarias, menos dolorosas y menos basadas en expectativas desmesuradas y condicionadas por lo que he denominado “el Romanticismo Patriarcal”, que está aún plagado de estereotipos y división de roles de género. Este amor patriarcal es, aún, un modelo plagado de promesas que en realidad sostienen una interdependencia entre los miembros de una pareja engalanado con los adornos románticos. 


El sistema amoroso occidental y su modelo de lo que debería ser que nos impiden construir relaciones basadas en la libertad antes que en la necesidad.

Y es que hay que dejar atrás el modelo patriarcal para poder abrir el campo amoroso y crear otras relaciones más ricas, complejas y libres, no sujetas a la heterosexualidad, la dualidad, la superioridad masculina, la monogamia femenina, la genitalidad o el adulterio. Aquí es donde toma cuerpo el lema sesentayochista: lo personal es político. Y es que es en las emociones donde se libra la gran batalla contra el patriarcado; una vez iniciada la lucha por la Igualdad política a través de las leyes y la economía, lo lógico es liberar al cuerpo, a las emociones y los sentimientos de estructuras rígidas y jerárquicas, y ponernos a inventar otras formas de amar…








(y al final, el resultado fue una tesis enorme de los que saqué dos libros;  encontré respuestas, pero me surgieron muchas más preguntas, más ganas de leer, experimentar, debatir, y seguir buscando)








Artículos relacionados: 

El Amor Romántico como utopía emocional de la posmodernidad


La construcción sociocultural del amor romántico






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28 de abril de 2011

El mito del matrimonio en las bodas reales: KATE Y GUILLERMO






Las bodas reales hoy en día cumplen dos funciones: una de tipo político, y otra de carácter mitológico. Sirven para demostrar que “los ricos también lloran”, que sienten, aman y sufren como el resto de los mortales; es un modo de acercarse al pueblo, y a la vez de seducirlo mediante el mito del “matrimonio por amor”, ya que antiguamente los príncipes y princesas se unían para perpetuar dinastías, unir territorios, formar imperios. Y el amor se daba siempre al margen del matrimonio; nadie pedía que los reyes y las reinas se amasen locamente y para siempre.  

Hoy las monarquías europeas tratan de demostrar a la población que son “modernas” porque se unen por amor, como la gran mayoría de la población occidental (al menos, es el principal motivo que se refleja en las encuestas sociológicas). Estas uniones románticas reales, en realidad, sirven para legitimar la perpetuación de las instituciones monárquicas, estructuras que quedaron obsoletas con la imposición de las democracias en casi toda la sociedad occidental.

Ya que la necesidad de la existencia de los reinados actuales es puesta en entredicho por amplios sectores de la sociedad, que protesta porque las familias reales consumen una cantidad de presupuesto público que podría emplearse en sanidad, educación o cultura, las casas reales necesitan seducir a las masas, y una de las mejores formas es a través de las bodas entre hombres y mujeres “modernos” y enamorados.



Esta imagen de “modernidad” comenzó con la boda de Diana de Gales y Carlos de Inglaterra, porque abrió la puerta a otras plebeyas europeas para ocupar tronos reales, y porque fue la primera que se mostró accesible a la prensa, a la que permitió penetrar en la intimidad de las alcobas palaciegas británicas.

Con la boda de Kate Middleton y el Príncipe Guillermo, se ha desatado, de nuevo, un circo mediático que comenzó con la boda de la actriz hollywoodiense Grace Kelly con el Príncipe Rainiero de Mónaco.



 El 19 de Abril de 1956 cerró su carrera cinematográfica con una de las bodas más espectaculares de la época, según Mariángel Alcázar (2002). La organización contó con la ayuda profesional y técnica de Hollywood. La novia fue maquillada y peinada por el equipo de caracterización de la Metro Goldwin Meyer, y su directora de moda fue la diseñadora del vestido. En la pareja confluían dos mundos distintos pero llenos de glamour y prestigio social: Hollywood y la realeza europea. Grace tuvo que renunciar a seguir trabajando, pero a cambio subió al olimpo de las princesas más populares y admiradas del mundo. Había sido educada para ser una princesa y casarse, y además era una mujer joven, sana y extremadamente atractiva: lo tenía todo para ser una verdadera princesa. La práctica totalidad de las casas reales europeas, según Alcázar (2002), rechazaron la invitación de Rainiero para mostrar su desacuerdo con que una mujer norteamericana y además, actriz, subiera al trono de Mónaco. Pero a cambio, la boda fue espectacular y los medios contribuyeron mucho a su lucimiento. 


Desde entonces, las aventuras y desventuras de esa familia real se han convertido en una constante en la prensa rosa internacional. La muerte de Grace Kelly en un accidente de coche intensificó y potenció ese mito, pues Carolina, Estefanía y Alberto quedaron huérfanos, y el Príncipe Rainiero triste y solo para siempre, pues no volvió a casarse.




La boda del Príncipe Carlos de Inglaterra con Lady Di fue todavía más impactante para la población mundial que la de Grace. El relato de esta historia no podría haberlo ideado ni el mejor guionista de telenovelas, porque contiene todos los elementos narrativos para ser una historia apasionante. Para mí, la historia de amor  empieza y acaba en Camilla Parker-Bowles, una mujer perteneciente a la aristocracia inglesa pero sin títulos nobiliarios con la que Carlos ha vivido un intenso y prolongado romance desde su juventud hasta la actualidad.


Conoció al  Príncipe Carlos con 23 años y, según cuenta la prensa rosa, ella le comentó al príncipe que el tatarabuelo de Carlos fue amante de su  bisabuela. A partir de ahí siguieron un romance que no interrumpieron pese a la boda de ella con Andrew Parker-Bowles, con el cual tuvo dos hijos.

Para casar al Príncipe Carlos, la Corona optó por una chica dulce, joven e ingenua llamada Diana. Anteriormente se había elegido a su hermana, pero Diana logró  “arrebatarle” a su hermana el pretendiente y logró ser ella la que alcanzase el mayor sueño de una mujer bien educada. Carlos se casó con una chica con aspecto de virgen; una muchacha sumisa y entregada que no chocaría con los intereses de la monarquía real británica. La boda, celebrada en 1981, fue un acontecimiento mediático de gran envergadura (al que acudió Camilla en calidad de invitada de honor) que logró consolidar la monarquía inglesa y sumir a la población en un encantamiento de carácter romántico que despertó grandes pasiones a lo largo de los años. 

Carlos nunca dejó de amar y de ver a Camilla, y Diana vio como su feliz cuento de princesa rosa se desmoronaba. En lugar de asumir su función como esposa real y hacer su vida por su lado, Diana se rebeló, protestó ante las cámaras, se confesó ante la opinión pública, lloró a mares y se convirtió en la víctima de la malvada Reina Isabel II y su hijo Carlos, hombre calculador y frío que no supo amar las virtudes de su princesa y tampoco supo hacerla feliz.



  
Y VIVIERON FELICES, Y COMIERON PERDICES... Y AL PUEBLO, AJO Y AGUA




La alianza del poder mediático con el poder monárquico ha generado multitud de bodas de ensueño que han sido seguidas a través de televisión por millones de personas en el mundo. La boda de Kate y Guillermo deja en un segundo plano la crisis nuclear de Fukuyima, la represión de las masas que luchan por sus derechos en los países árabes, o la terrible crisis económica que azota Europa. En esta semana apenas se habla de los recortes sociales que está sufriendo la población, de los dividendos millonarios que se están repartiendo los accionistas de las principales empresas multinacionales, de las rebeliones que están teniendo lugar al Sur de Europa y que están dejando miles de muertos . 

Esta boda es como un cuento que actúa de calmante frente al miedo y la preocupación por el desempleo que están sufriendo millones de familias en España, Grecia, Portugal e Italia, y el fenómeno social de la generación perdida de gente muy formada sin posibilidades de trabajar.

Durante una semana nos olvidaremos de como avanza el neoliberalismo y desaparecen nuestros derechos porque hay una pareja feliz que va a casarse con todo el lujo; ellos representan lo que todos querríamos: vivir sin trabajar, y no tener que preocuparnos por nuestro futuro ni el de nuestros hijos e hijas. Kate es plebeya, hermosa, joven, sana y aunque no tiene sangre azul en sus venas, es la elegida por el hijo del heredero de Inglaterra para ser, en el futuro, la Reina del imperio británico. Él es el Príncipe Azul que la eligió para ser su esposa.



Los medios están repitiendo una y otra vez que ella es una chica “normal” (sus padres antes trabajaban, hoy regentan un negocio familiar que les convirtió en millonarios) y que él estudió como un chico “cualquiera” que compartía piso con sus amigos y amigas. Pese a que se separaron temporalmente, hoy nos cuentan que “el amor lo puede todo” y que cuando es amor verdadero, la historia acaba en boda, es decir, con final feliz. Después de que todos los hijos de la Reina Isabel se hayan divorciado (Andrés, Ana, Carlos), la población mundial puede volver a tener fe en que, esta vez sí, Kate y William van a a ser felices, no van a dar motivos de escándalo, van a tener bebés que perpetúen la dinastía Windsor.


Su historia de amor demuestra que la Monarquía no es una institución desfasada o arraigada en la tradición más rígida; porque se les ha permitido casarse, porque se les fotografía yendo de compras, esquiando, saliendo de copas con sus amigos y amigas, navegando por el mar, graduandose en la Universidad, “como cualquier pareja joven”. Además, como son muy “normales”, ambos se implican en dar publicidad y fondo a las organizaciones de caridad que ponen parches a las desigualdades sociales y económicas, pero que no sirven para acabar con ellas.


Lo que no dicen los medios es que ellos tienen privilegios que los elevan por encima de la masa, que ha de conformarse con soñar, a través de ellos, vidas felices sin necesidades ni precariedad. Y es que si la existencia de las Monarquías actuales tiene sentido, es precisamente porque ofrecen espectáculo y estrellas mediáticas con las que el vulgo se entretiene al final de su jornada laboral. La audiencia se identifica con princesas y príncipes, proyecta sus sueños sobre ellos, y también disfruta con sus desgracias, porque así sienten, de algún modo, que además de ser ricos, famosos y envidiables, son personas que, como Lady Di, tienen la regla, cometen adulterios, sufren, se automutilan, lloran, engordan y adelgazan, enferman y mueren. La principal función de las monarquías a nivel simbólico sería, pues, ofrecer relatos de vida que permitan a sus súbditos soñar y entretenerse.





Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Otros artículos de la autora: 

24 de abril de 2011

El Amor de Coca Cola






Esta imagen vale más que mis palabras: para vivir en un mundo mejor basta con abrazarse con fuerza al amor de tu vida, porque es el camino para la felicidad. Esta imagen tan romántica no es nada inocente; nos dice: para ser felices basta con tener a alguien a tu lado, o entre tus brazos, para olvidarse de las desgracias mundiales. 


Coca Cola nos presenta el amor romántico como panacea a todos nuestros males y los de la humanidad. El amor correspondido como tabla de salvación, el romanticismo idealizado como refugio frente al mundo, como solución a la soledad, como paraíso en el que lograr la felicidad. 




Y es que el amor en sí no es más que un medio para alcanzar metas más altas, aunque también lo puedes disfrutar como un fin en sí, del mismo modo que la Coca Cola; sólo con beber el refresco ya experimentas "un mundo de sensaciones" en tu boca, pero que además te socializa, te da alegría, te permite olvidar las penas y recordar que "Todo va mejor con cocacola",y gracias a ella puedes experimentar la "Sensación de vivir", porque Coca Cola es "La chispa de la vida", y si te sientes triste, preocupada, o deseperado, puedes abrazar "El lado Coca Cola de la vida".








El amor romántico de Coca Cola es un amor heterosexual, entre dos jóvenes blancos, adultos de diferente sexo en edad reproductiva, siempre sanos, jóvenes y guapos, de clase media y occidentales. Ese es el modelo canónico que nos han vendido hasta la saciedad en las novelas, las películas, las series televisivas; y todas las demás formas de relacionarse erótica y sexualmente han sido invisibilizadas, o simplemente presentadas como desviaciones a la norma. 








Y es que el amor que rompe con la dualidad, con la heterosexualidad, con las diferencias de edad, de clase social, de idioma o religión, no vende. No vende porque los tríos y los cuartetos son aberraciones que se oponen a la pareja, porque una señora no puede enamorarse de su jardinero, porque dos mujeres no pueden unirse desafiando el institnto reproductivo, porque el amor entre ancianos es obsceno, porque el amor  entre dos hombres es vicio, porque el amor en grupo es lujuria, porque el amor entre gente con deficiencias psíquicas o trastornos mentales no es amor...






El amor de Coca Cola es un amor idealizado, siempre presentado como una fuente inagotable de armonía, paz conyugal, diversión y cariño a borbotones. Es una utopía posmoderna que nos hace olvidar que los seres humanos no somos perfectos, y por tanto las relaciones entre nosotros tampoco lo son; no se nos muestra entonces que el romanticismo patriarcal está basado en la dependencia mutua (dictada por la división de roles), la necesidad, las luchas de poder, el miedo a la soledad, el deseo de belleza y de juventud eterna, la mitificación de una estructura que genera más dolor, decepciones y frustración que otras relaciones afectivas menos idealizadas. 






El amor de Coca Cola nos enseña que para ser feliz no hay que unirse en redes de cooperación y solidaridad mutua, que no es necesario organizarse contra los abusos del poder ni contra la deshumanización del sistema capitalista, que no sirve de nada tratar de cooperar en la creación de un mundo sin guerras, sin destrozo medioambiental, sin jerarquías que discriminen... no, lo importante es TENER a alguien, unirse a otro yo solitario y hacer frente al mundo en parejas, unidos para siempre  en una burbuja de felicidad y armonía individualista.





Coca Cola nos invita a consumir y a olvidarnos de los problemas, y crea campañas inundadas de optimismo donde se nos dicen cosas como "por cada científico diseñando un arma nueva, hay un millón de mamás haciendo pasteles". 
Si, las mamás en casita cocinando, sin duda contribuye a crear un mundo más dulce y amable...






Y es que Coca Cola ha organizado el I Congreso de la Felicidad y ha creado el Instituto de la Felicidad, para tratar de animarnos dado el pesimismo generalizado que cunde ante las guerras, los desastres nucleares, las playas contaminadas, los bajos salarios, los millones de parados, los vertidos de crudo, el enriquecimiento de los ricos, el empobrecimiento de los pobres, la corrupción de los políticos, la falta de ética de las empresas y sus directivos, la contaminación del aire, la violencia machista, el maltrato infantil, las redes de tratas de personas.... 









Coca Cola nos propone que seamos optimistas, que nos amemos de dos en dos, y que nos reproduzcamos alejando la rabia, la preocupación, el dolor y la indignación por la crisis económica... con el optimismo lograremos alcanzar la felicidad (aunque solo sea la propia)






Y antes de terminar, recuerden que para ser feliz hay que beber este refresco y ante todo, tener pareja, si no échenle un vistazo a la web de la Felicidad Coca-Cola: 


http://www.institutodelafelicidad.com/feli/amor-y-sexo/el-amor-lo-m%C3%A1s-importante








Para no deprimirse, recordemos también que hay otras voces: vean un vídeo que parodia la campaña "125 razones para crear un mundo mejor". 







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Después del final feliz de la boda...





Coral Herrera Gómez Blog

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