Publicado en mi blog de la Revista Mente Sana:
El mercado del Amor es ese espacio en el que la gente se mueve cuando empieza la adolescencia, hasta la llegada de la madurez. Es un espacio en el que nos movemos seduciendo a los demás para elegir y ser elegidos, para conocer gente nueva, para probar el acople con los otros y las otras, y ver si se puede empezar una historia de amor.
De este espacio queda mucha gente excluida: los feos y las feas, los hombres viejos
y pobres, las mujeres ancianas, la gente con discapacidades y malformaciones, la gente con con enferemedades crónicas, los y las enfermas mentales, los y las disidentes del género, los pobres, los extranjeros, las mujeres en la prostitución, la gente rara, diferente, y no normativa.
En el mercado del amor triunfan los más guapos y las más guapas: en la cúspide del éxito sexual y amoroso se encuentran los personajes más sexys y famosos del planeta, casi todos blancos y jóvenes, atractivos y millonarios, con talento y energías. A todos ellos los amamos de lejos: actrices, actores, futbolistas, cantantes, modelos, directores de cine, personajes de televisión que inundan nuestras pantallas con su belleza y su felicidad.
A ellos los admiramos, los amamos, los envidiamos, y todos los demás nos parecen poca cosa a su lado. Nos gusta este modelo porque los medios nos seducen con hombres y mujeres con unas medidas corporales muy concretas, gente rica que ha triunfado, gente que tiene a su alcance todo lo que desee a golpe de tarjeta, gente por la que millones de personas suspiran en silencio.
Cuando nos relacionamos entre nosotros, buscamos ese modelo. Y claro, todas las personas de carne y hueso con las que nos relacionamos nos parecen imperfectos: demasiado bajo, demasiado alta, demasiado delgado, demasiado gorda, demasiada nariz, pocas tetas, poco culo, muchas caderas, demasiadas orejas, demasiados lunares y cicatrices, demasiadas arrugas y michelines, demasiados pelos, poca plata, poco éxito en la vida…
A nosotras también nos ocurre que nos cuesta mucho emparejarnos con personas que sufren las burlas de toda la sociedad por su tartamudez, por su obesidad, por su sordera, por su voz gangosa o su cojera, por miedo a sentir vergüenza en espacios públicos. El éxito de la gente se mide por las personas que logra seducir y enamorar, por eso los hombres muy poderosos siempre tienen a su lado mujeres guapas y jóvenes. Y por eso a todos se nos baja la autoestima si no tenemos éxito en el mercado del amor: todos queremos sentirnos deseables, pero no hay sitio para todos. El triunfo es sólo para los que cumplen con los estándares de la belleza patriarcal, para los que tienen éxito en la vida, para los que acumulan poder, recursos y mujeres, para los guapos y las guapas.
El Mercado del Amor es un espacio injusto y cruel porque unas pocas personas reciben todo el amor y el deseo, y las mayorías viven suspirando por esos pocos. Nos emparejamos con mucha torpeza los unos con los otros, presas del miedo a quedarnos solos, sin conocernos, sin saber cuidarnos y querernos bien. Chocamos en el espacio, pero no logramos la fusión con el otro para siempre. Vamos probando a ver qué tal, pensando que nuestra media naranja tiene que estar ahí en el mercado esperando a que le encontremos, y que cuando nos veamos nos reconoceremos mutuamente.
Es como si estuviéramos todos en un gran centro comercial viendo escaparates, deseando sólo a los modelos que nos proponen las tiendas, sin vernos entre nosotros, sin interactuar entre nosotros, buscando a alguien que no existe, sin ver lo que tenemos delante.
Las mujeres dedicamos mucho dinero y muchas energías a adaptarnos a los cánones de belleza patriarcal para poder entrar en el mercado del amor y encontrar a nuestra media naranja. El mensaje que nos mandan los medios deja una huella profunda en nuestra psique: “si no eres bella, nadie te amará”
Y bajo esta amenaza nos sometemos a cirugías que ponen en peligro nuestra salud y nuestras vidas, a dietas de tortura para adelgazar, a depilaciones dolorosas para estar más guapas, a sesiones de machaque en un gimnasio para perder grasa, a tratamientos de belleza carísimos cuyos efectos se evaporan con el tiempo, a estar siempre a la moda en ropa, calzado y accesorios, a cuidar nuestras uñas y cabellos con esmero, a invertir nuestros recursos y nuestro tiempo en estar guapas y resultar deseables.
Este despilfarro de medios y recursos lo abandonamos el día en el que se nos expulsa del mercado laboral por la edad, y nos damos cuenta de lo bien que se vive sin estar 0ometida a la tiranía de la belleza, de lo a gusto que se está sin tener miedo a la soledad, de lo tranquila que se está sin buscar a la media naranja. Es una especie de liberación; ya no tiene una que esforzarse en gustar, ya nuestra autoestima no depende del deseo sexual que sienten los demás por nosotras, ya no hace falta centrarse en los demás sino en una misma, en nuestro placer y nuestra felicidad.
¿Por qué esperar a que nos expulsen de ese mercado laboral para liberarnos?
Podemos hacerlo desde la adolescencia, para vivir libres de la tiranía de la belleza y de
este espejismo romántico que nos hace creer que nadie nos querrá si no obedecemos los mandatos de género que nos exigen estar siempre bellas. Podemos transformar este mercado del amor en un espacio libre de jerarquías y de patriarcado, libre de idealizaciones y mitos, un espacio en el que podamos querernos tal y como somos, y en el que podamos compartir placeres y amor libres, tal y como somos, libres de todos los miedos que no nos dejan disfrutar de nosotras mismas, de la gente y del amor.
Coral Herrera Gómez