24 de abril de 2016

Quererse bien: Autoamor y autoestima





La guerra contra mi, la guerra contra todas
Quererse bien a una misma es un acto de desobediencia civil, y una forma de resistencia política ante la guerra que el capitalismo y el patriarcado sostienen contra nosotras.
La guerra contra las mujeres está basada en dos objetivos estratégicos: uno, que todas batallemos contra una misma, dos, que luchemos también contra las demás. El primer objetivo se logra minando nuestra autoestima para convencernos de que somos imperfectas, feas, viejas, gordas, o peludas. El segundo, se logra fomentando la competitividad entre las mujeres, haciéndonos creer que nosotras somos nuestras peores enemigas, que lo normal es compararnos y competir por la atención de los hombres, y que somos malas personas que no sabemos comportarnos cuando estamos juntas. Por eso es tan frecuente escuchar cosas como: "no hay nada peor que trabajar con mujeres, son todas unas chismosas", "las mujeres se tratan fatal entre ellas". Y es cierto: esta guerra es real, y cotidiana, y está basada en el lema: "divide y vencerás".
La industria de la belleza nos lanza bombardeos a diario, y por todas las vías posibles: cuñas publicitarias de radio, reportajes en revistas "femeninas", anuncios en vallas publicitarias, programas de televisión, anuncios en redes sociales... en todos ellos nos animan a auto torturarnos voluntariamente bajo la amenaza de que sin belleza no valemos nada, y que estando feas nadie nos va a querer.
 Los medios de comunicación tratan de convencernos de que nos faltan muchas cosas que pueden comprarse con dinero, y de que tenemos muchos problemas que pueden arreglarse si una realmente lo desea y se esfuerza lo suficiente. Por eso nos animan a luchar contra los kilos, las arrugas, los pelos, las imperfecciones ofreciéndonos diversas soluciones para ganar la batalla contra nosotras mismas. Y por eso nos arrancamos los pelos, pasamos hambre, compramos medicinas milagrosas y productos mágicos, sudamos en el gimnasio, y nos sometemos a todo tipo de tratamientos de belleza y cirugías invasivas.
Como cualquier religión, la tiranía de la belleza nos asegura que el dolor, el gasto y el sacrificio merecen la pena: "para ser bella hay que sufrir". El sufrimiento te lleva al paraíso, que es aquel lugar en el que seremos admiradas por los hombres y envidiadas por las mujeres. El premio es el amor de un hombre que caerá rendido ante nuestros encantos, un Salvador que al elegirnos nos hará sentir especiales, un varón exitoso que pagará nuestras operaciones y tratamientos para que sigamos bellas hasta la eternidad.
El infierno es la soledad: la amenaza constante es que nadie te va a querer si no luchas contra la fealdad, contra la edad y la grasa. La publicidad de la industria de la belleza fabrica las inseguridades, los complejos y los miedos que interiorizamos sin darnos cuenta (el miedo a envejecer, el miedo a quedarte sola, el miedo al fracaso personal y profesional, el miedo a la invisibilidad social...). A los publicistas no les falta razón: en el capitalismo patriarcal las mujeres guapas, jóvenes, y delgadas tienen muchas más posibilidades de encontrar un buen trabajo (especialmente si es de cara al público), y ganar más dinero que las demás.
Además, las más bellas son las que consiguen emparejarse con los hombres más exitosos del planeta: futbolistas millonarios, actores famosos, empresarios y políticos situados en a cúspide del poder y la riqueza. No importa si ellos son gordos, viejos y feos: lo que importa es que tienen recursos de sobra para mantenerte, y eso es lo que les hace deseables: si te eligen para acompañarlos, te contagias de su poder y su fama, y dejas de ser pobre y desconocida. Como las princesas Disney cuando son elegidas por el príncipe azul.
Desde pequeñas nos inculcan el deseo de ser especiales y diferentes al resto para que no se nos ocurra sentirnos iguales a las demás (para que jamás nos veamos como hermanas, ni como compañeras, y estemos siempre en guerra ). Por eso las protagonistas de los cuentos están siempre solas, sin amigas, y muy necesitadas de amor y protección: son tan débiles que ni se salvan a sí mismas, ni se ayudan entre ellas.
El objetivo final de esta guerra contra una misma y contra las demás, es tenernos solas y aisladas, y muy entretenidas con nuestra salvación personal. Cuanto más divididas estamos y más nos comparamos entre nosotras, más débiles y vulnerables somos. Cuanto más insatisfechas y frustradas estamos, más consumimos (productos de belleza, medicamentos, gimnasios, clínicas, peluquerías, centros de adelgazamiento, psicólogos, coachers, etc).
Cuanto más centradas estamos en nuestros problemas, y cuanto más nos deprimimos, más recursos invertimos en terapias con profesionales cuya principal tarea es subirnos la autoestima y hacernos creer que somos las mejores, que los demás no nos comprenden, que los que se equivocan son los demás. Nos irresponsabilizamos de nuestros actos creyendo que nosotras somos las buenas, y los demás son los malos. Nos dicen que todo está dentro de nosotras, y que para alcanzar la perfección sólo tenemos que tener fe en nosotras mismas, y en nuestra capacidad para transformarnos (como el cuento del patito feo que llega a ser cisne, o el cuento de la muchacha pobre que llega a princesa).

La super mujer y otros mitos patriarcales
La mayor parte de nosotras hemos sido educadas para ser las mejores en todo, por eso nuestros niveles de auto-exigencia son tan altos. No nos conformamos con estar sanas y tener un buen aspecto físico: además queremos ser las mejores estudiantes en el colegio y en la Universidad, ganar todos los concursos deportivos, de belleza o de inteligencia, tener las mejores calificaciones y destacar por encima de las demás en todas las áreas posibles.

Queremos conseguir un buen trabajo y escalar puestos dentro del mismo, queremos ser buenas amantes, novias y esposas, queremos ser las mejores hijas, las mejores madres, las mejores nietas, las mejores hermanas, las mejores amigas de nuestras amigas, por eso cuando fallamos nos sentimos culpables. Especialmente cuando creemos que las demás si pueden y nosotras no.
El mito de la super woman es tremendamente dañino porque nos hace creer que es posible hacerlo todo: trabajar 8 horas o más como una leona, ir al gimnasio y darlo todo, dedicar tiempo a tus hijxs y ayudarles a hacer las tareas, hacer lavadoras, planchar y cocinar la cena y la comida del día siguiente, pasear al perro y llevarlo al veterinario, hacerle terapia a tu amiga que está pasando un mal momento, visitar a tu madre y comprobar que está todo bien, ir a clases de inglés, visitar al dentista, hacer el amor con tu pareja aunque estés rota de cansancio, y todo ello sin perder el buen humor y la alegría de vivir.
La super mujer es un mito porque no es cierto que podamos con todo, y tampoco es cierto que nos alcancen las horas del día. De ahí que nos frustremos tanto: nunca cumplimos cien por cien  con los mandatos de género ni con nuestras propias expectativas sobre lo que nos gustaría ser o deberíamos ser, porque es materialmente imposible. Nunca damos la talla por mucho que tratemos de impresionar a los demás, lo que nos genera aún más frustración e impotencia. Estas imperfecciones nos hacen sentir culpables (no me esfuerzo lo suficiente), nos llevan a sentir envidia de las demás (cómo harán ellas para ser tan divinas), nos hacen sentir poca cosa, nos provocan una constante ansiedad, y nos deprimen profundamente.
Así nos quiere el patriarcado capitalista: tristes, pequeñitas, solas, en guerra con el mundo y contra nosotras mismas. ¿Por qué nos necesitan así?, porque una mujer centrada en lo suyo (en sus necesidades, en sus miserias, en sus frustraciones, en sus sueños), es más obediente y dócil que una mujer empoderada, alegre, combativa y unida a otras mujeres. Una mujer que compite por "ser la mejor" es más patriarcal que una mujer que dedica su tiempo y sus energías a luchar por "un mundo mejor para todas". Una mujer que no se somete a los mandatos de género es una mujer peligrosa porque revoluciona la sociedad entera. Por todo ello, es fundamental que paremos la guerra y nos rebelemos contra un sistema que nos quiere hundidas, deprimidas y entretenidas en la búsqueda de soluciones individuales.

 Auto-estima y  auto-reconocimiento
En la búsqueda de la perfección y la felicidad, ahora se ha puesto de moda trabajarse la autoestima, o sea, quererse mucho a una misma sin dejar de guerrear contra las demás. Quererse bien es fundamental, pero no es posible si no sabemos querer bien a las demás personas.
Para aprender a valorarnos y para reconciliarnos con nosotras mismas tenemos que dejar de repetirnos una y otra vez: "Soy la mejor, yo puedo hacerlo". Nos sentiríamos mucho más libres si pudiésemos eliminar las jerarquías y las comparaciones con las demás mujeres: "Ninguna de nosotras es la mejor, somos todas estupendas".
 Y es que no podremos aprender a practicar el auto-amor, si estamos en guerra con los demás.Quererse bien a una misma es querer también bien a los demás, porque el amor no puede reducirse a una sola persona, y porque el amor es en realidad una forma de relacionarnos con el mundo entero. Por eso cuando nos tratamos mal a nosotras mismas, es más difícil tratar bien a las demás personas, y viceversa: si odiamos a los demás, es más fácil desarrollar sentimientos negativos hacia una misma.
Para querernos bien, necesitamos ser nuestras mejores amigas, y tratarnos con el mismo amor con el que las tratamos a ellas. Sin embargo, nos cuesta mucho darnos cariño porque nos han enseñado que todo (el orgullo, el reconocimiento, los halagos) vienen de fuera: desde pequeñas nos enseñan a buscar la aprobación en los demás, especialmente en los hombres.
Las mujeres perdemos mucho tiempo y energías en resultar atractivas y encantadoras porque no sabemos valorarnos a nosotras mismas: el valor personal nos es siempre dado por otros. Nos enseñan que somos valiosas si tenemos la capacidad para generar admiración, orgullo, envidia y sentimientos de inferioridad en los demás. En la publicidad explotan al máximo esta necesidad de admiración, por eso es tan frecuente que en los anuncios haya gente mirando con envidia a la dueña de esa cabellera larga y hermosa que usa tal o cual champú, o al dueño del auto deportivo al que todo el mundo vuelve a ver como si fuese una divinidad del Olimpo.
Si no logramos el reconocimiento de los demás, las que nos sentimos inferiores somos nosotras: la autoestima se nos baja cuando, por ejemplo en una fiesta, es otra persona el centro de todas las miradas. Cuanto más dependemos del reconocimiento externo, más vulnerables somos. No nos enseñan a obtener el reconocimiento de una misma, y mucho menos a decirlo en voz alta delante de los demás: se me da bien esto, soy buena en lo otro, qué bien he hecho el examen, qué bien se me da aprender idiomas, qué rica me queda la paella, qué bien me he portado hoy, qué generosa estoy siendo, qué valiente fui aquel día...
Cualquier auto-alabanza es inmediatamente señalada como falta de humildad por parte de quien la emite, de manera que hay que esperar siempre a que alguien más nos felicite para poder sentirnos satisfechas, o para poder sentirnos orgullosas de nosotras mismas. El Ego y la autoestima son cosas diferentes, pero las confundimos a menudo. Las alabanzas de los demás pueden hincharnos el Ego, pero no necesariamente nos lleva a querernos más a nosotras mismas. El Ego es el que nos mueve a competir con otras mujeres, a compararnos y a exigirnos la victoria, y a castigarnos a nosotras mismas cuando no logramos ser las mejores.

Auto-castigo y auto-boicot
El auto-castigo es la peor arma en la guerra contra nosotras mismas, pero la utilizamos a diario sin ningún tipo de pudor. La práctica del auto-boicot es de lo más corriente en nuestra cultura patriarcal: nos construimos muros y barreras al disfrute porque tenemos miedo a ser felices y estar bien, y porque nuestra cultura sublima el placer sadomasoquista del sufrimiento.
Una mujer que se auto-destruye es una mujer poética, como Virgina Woolf, como Janis Joplin, como Amy Winehouse. Ellas son ejemplos de mujeres hiper-sensibles que sucumben ante la dureza del entorno, que pese a tener enormes cualidades no creían en sí mismas, y no tenían herramientas para sobrevivir a un mundo tan competitivo como el que les tocó vivir. Nuestra cultura ensalza a este tipo de mujeres porque se las considera románticas y especiales: se matan ellas solitas, no hace falta que nadie las aniquile. Es la guerra contra las mujeres librada en el interior de cada una de nosotras. 
El auto-boicot entonces puede parecer bello a la par que sublime, pero en realidad no nos sirve para nada: la crítica destructiva contra nosotras mismas incrementa nuestro sufrimiento, nuestra dependencia, nuestra vulnerabilidad. La clave es que cuanto peor nos tratamos a nosotras mismas, peor nos sentimos y más tristes estamos (por eso necesitamos que llegue alguien a convencernos de lo maravillosas que somos). 
Nos insultamos, nos minusvaloramos, nos hablamos mal y nos empequeñecemos, y por eso necesitamos que alguien nos trate bien, nos quiera y nos salve de nosotras mismas. Es un círculo vicioso: cuanto más tristes estamos por nuestra inutilidad, nuestra estupidez, nuestra fealdad, etc, más necesitamos la atención y las alabanzas de los demás. Nosotras mismas nos fabricamos el sufrimiento, y nosotras buscamos a alguien que nos salve de nuestro infierno y nos de amor.
Por eso las mujeres utilizamos tanto el victimismo para obtener reconocimiento externo: nuestro Ego siempre rechaza las muestras de auto-amor, y prefiere recibir lo que necesita de otras personas. Por eso pagamos a alguien para que nos lleve la contraria y nos anime (tú eres especial, claro que puedes), por eso buscamos a alguien que nos ame de un modo total (y ese alguien nunca somos nosotras mismas)
 Cuánto has adelgazado, qué bien te sientan los pechos nuevos que te has puesto, qué bien te sienta esa falda, qué guapa estás con ese bronceado divino, qué bien te lucen esas joyas, qué pedazo de novio te has echado, qué gran trabajo has hecho este año en la oficina... nos es mucho más fácil creer a los demás que creernos a nosotras mismas.  Nos gusta despertar admiración y envidia en los demás porque así se construye el status y el prestigio: en base al reconocimiento externo.
El máximo reconocimiento viene siempre del príncipe azul: si El nos ama y nos elige entre todas las mujeres, es una prueba de que valemos mucho, de que somos especiales, o de que somos las mejores.
Si no nos ama, es porque no valemos lo suficiente (ante lo cual podemos hundirnos y resignarnos, o esforzarnos más para ser deseables y atractivas). Frente a estos absurdos pensamientos, urge destronar al príncipe azul y encontrar compañeros y compañeras con las que poder relacionarnos horizontal e igualitariamente.

Auto-conocimiento y auto-crítica
La alternativa al castigo y el auto-boicot, es mucho amor del bueno, y la auto-crítica constructiva. Si trabajamos para conocernos bien, podremos identificar todas las virtudes y los defectos, las potencialidades y las debilidades, y las cosas que no nos gustan y que podríamos mejorar de nosotras mismas. No para alcanzar la perfección, sino para ser buenas personas, estar más a gusto, y hacerle la vida más fácil a la gente que nos rodea. Confundimos ser buenas personas con ser perfectas, por eso le damos más importancia a la apariencia o la imagen que ofrecemos, que a nuestra manera de relacionarnos con los demás.
 A las niñas les pedimos que sean encantadoras, pero no les animamos a que sean solidarias o generosas. Por eso todo el mundo corre al gimnasio para quitarse la grasa pero a nadie le molesta esas miserias personales que todo el mundo tiene que trabajarse. Según los mandatos de género, las mujeres han de esforzarse primeramente en ser atractivas y agradar a los hombres. Por eso no nos educan para ser personas solidarias, generosas, inteligentes, valientes, honestas, coherentes, sinceras, igualitarias, comprensivas, empáticas, sensibles, y no violentas.
La gente emplea muchas horas en desarrollar sus músculos, en rebajar la grasa o en cuidar su cabello, pero apenas hay gente cuyo objetivo en la vida sea trabajarse el egoísmo, el afán de dominar, la codicia, la insensibilidad ante el dolor ajeno, la envidia, la violencia, la capacidad para manipular o para mentir a los demás...
Muchas mujeres se avergüenzan por tener los pechos caídos o las caderas demasiado anchas, pero pocas se sienten mal cuando se han portado horriblemente con la persona que limpia la mierda en su casa, por ejemplo. Muchas quieren curarse la tristeza y el vacío existencial, pero pocas piden ayuda para curarse de todas esas enfermedades sociales que nos llevan a discriminar y a tratar con desprecio a las personas por ser de un país diferente, por tener otra orientación sexual, por profesar una religión diferente a la tuya....
En las películas, las únicas batallas que libran las mujeres son contra si mismas, y contra las demás (la violencia de las madrastras contra las hijastras, por ejemplo). Nunca aparecemos luchando por un mundo mejor, y apenas hay mujeres poderosas que construyen alianzas con otras mujeres para salir de su encierro en la torre o para salvar a la Humanidad. La violencia femenina siempre se dirige contra una misma: nos suicidamos, nos sacrificamos, nos obligamos a pasar hambre, nos auto-torturamos mediante los más variados métodos, y podemos llegar a ser terriblemente crueles y despiadadas con nosotras mismas (qué gorda me veo en el espejo, qué mal me sienta este vestido, qué mediocre soy, qué ignorante me siento, qué indisciplinada soy, qué vaga soy, qué tonta soy, qué mal me veo, nunca me van a querer, no me merezco que me amen...).
Es urgente, entonces, que las mujeres nos rebelemos ante la guerra contra nosotras mismas y las demás mujeres. Tenemos que independizarnos de esta necesidad de reconocimiento externo, y aprender a tratarnos a nosotras mismas con el mismo amor y el mismo cariño con el que tratamos a los demás.
Quererse bien a una misma es un acto transformador y revolucionario: el auto-amor nos permitirá desviar nuestro foco de atención desde el ombligo propio, al mundo que nos rodea. Emplear nuestro tiempo y nuestras energías en el bienestar personal y en el colectivo es mucho más placentero y gozoso que dedicarse a la autotortura o la autodestrucción: no le hagamos ese favor al capitalismo patriarcal.
Para disfrutar de la vida es esencial que podamos disfrutar de nosotras mismas, cuidarnos, mimarnos, dedicarnos tiempo y atenciones como lo hacemos con nuestros seres queridos. Para relacionarnos con amor con nuestros cuerpos y nuestras mentes, tenemos que parar la guerra contra las demás mujeres, y contra nosotras mismas. Cuidarnos y trabajar por nuestro bienestar es un acto político, porque así contribuimos a la lucha contra el patriarcado: es una batalla diaria, personal y colectiva, para empoderarnos individual y colectivamente.
Cuidarnos y querernos contribuye a que las demás también se quieran y se cuiden, y toda esta energía genera amor del bueno para todas nosotras… de ahí la importancia de querernos bien, de tratarnos con amor, de querernos mucho, y de expandir el amor desde dentro hacia fuera, y desde fuera hacia dentro…
Sigamos luchando, chicas, desde nuestros cuerpos, desde nuestro placer, desde nuestro gozo, desde nuestro derecho al bienestar y a la felicidad…

Coral Herrera Gómez







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