El amor es un arte, afirmó Erich Fromm. Y como en todas las artes, podemos investigar, estudiar y practicar para poder disfrutarlo más.
Para conocer mejor nuestra cultura amorosa, y para conocernos a nosotras mismas, no hace falta pasar por varias relaciones desastrosas.
Aprendemos a golpes y a patadas, desde la más tierna infancia: nos gritan y nos castigan "para que aprendamos", nos pegan mientras afirman: "lo hago por tu bien".
No, lo haces porque no sabes manejar tus emociones y no tienes más herramientas pedagógicas. Hay otras formas de educar que no usan el sufrimiento y no dañan la salud mental y emocional, y estos métodos también están avalados por la Ciencia, que por fin ha derribado el mito de que "la letra con sangre entra". La tortura y el machaque psicológico solo dan placer al que la ejerce, y pueden servir para obligar a memorizar contenidos, pero no para asimilarlos ni comprenderlos.
Cuando vamos creciendo, nos repiten una y otra vez que para estar guapa hay que sufrir, para vivir un romance hay que sufrir, para sacarse una carrera hay que sufrir, para cumplir tus sueños hay que pasarlo mal.
No es cierto.
No es verdad que para aprender tienes que sufrir y pasarlo mal. No es cierto que para vivir mejor tienes que sacrificarte, dejar de vivir la vida, y destrozar tu salud mental y emocional.
Hoy la ciencia afirma que nuestro cerebro aprende más y mejor cuando algo nos interesa o nos apasiona. Los seres humanos aprendemos desde el goce, crecemos, maduramos y nos hacemos más sabias cuando disfrutamos adquiriendo nuevos conocimientos, cuando nos mueve la curiosidad y el placer de saber, de conocer, de experimentar.
No es necesario vivir un trauma para ser más consciente y para tener más herramientas para la supervivencia: también podemos investigar, leer, escuchar, debatir y entrenar en las artes del Buen Vivir. Y precisamente cuanto más sabes del amor, más te cuidas a tí, y más cuidas tus relaciones.
El sufrimiento no es necesario para ser mejores personas, ni para crecer, y la prueba está en los niños y las niñas, mirad cómo se convierten en genios y en expertos cuando algo les apasiona.
Lo de atravesar el valle de lágrimas para llegar al paraíso es un mito religioso.
Esforzarse no es sinónimo de sufrir, es una forma de trabajar que requiere de tí mucha energía y mucho tiempo, muchas ganas y mucha actitud.
Yo recuerdo que me esforcé mucho en la Universidad, pasé muchas horas leyendo y estudiando, pero no fue un infierno. Lo hice disfrutando, y si pudiera, me pasaría la vida haciéndolo.
Aprender el arte de amar es como aprender el arte de conducir. No es necesario chocar mil veces contra otros coches, ni estamparse cien veces en un muro.
Tú no coges un coche a lo loco porque no quieres matarte. Lo que haces es apuntarte a una autoescuela, estudiar las señales, entender el código del tráfico, y luego ensayar y entrenar con ayuda profesional hasta que estás lista para presentarte al examen. Sigues las normas de seguridad, respetas el límite de velocidad, te pones el cinturón. Y si haces muchos kilómetros, con la práctica te conviertes en una experta.
Este es el enfoque que aplico yo en mis clases, en mis cursos, en mis talleres y en mi Laboratorio del Amor: ahorrarnos todo el sufrimiento posible, y aprender desde el disfrute.
El arte de amar requiere de trabajo personal, es cuestión de tomar conciencia y entrenar: podemos aprender a querernos y a cuidarnos mucho antes de que nos rompan el corazón.
Podemos aprender a aceptar nuestro cuerpo y nuestra vida antes de desarrollar una enfermedad mental, emocional o física.
Podemos desarrollar habilidades para comunicarnos, para dialogar, para resolver nuestros conflictos sin violencia.
Podemos entrenar para aprender a negociar con la pareja y con todas nuestras relaciones, y a defendernos del abuso de los demás.
Podemos tomar conciencia de las violencias que sufrimos y ejercemos, podemos hacer autocrítica amorosa y empezar a trabajar en todo aquello que nos hace sufrir, y hace sufrir a los demás.
Podemos aprender a valorar lo que tenemos y a disfrutar de la vida sin necesidad de vernos al borde de la muerte.
Podemos ser mejores sin tener que bajar a los infiernos: se trata de tomar conciencia, de atreverse a iniciar el camino del autoconocimiento, de empezar a fabricar nuestras propias herramientas para intentar disfrutar de la vida. Se trata de aprender a cuidar la relación contigo misma, y cuidar tus relaciones con los demás seres vivos.
No es necesario que te rompan el corazón mil veces: puedes aprender disfrutando, ensayando, entrenando día a día con toda la gente de tu entorno, y haciendo frente a las situaciones siendo conscientes de las estructuras con las que nos relacionamos.
Y si lo hacemos en grupo, es mucho más fácil y más divertido que si lo hacemos solas. Rodeada de amor del bueno, se avanza y se aprende mucho más.
Coral Herrera Gómez
Si quieres aprender con nosotras,
¡vente al Laboratorio del Amor!
Si quieres leer sobre el tema, aquí tienes mi último libro:
100 preguntas sobre el amor
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