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25 de diciembre de 2011

Otras masculinidades



La masculinidad es una construcción que varía según las zonas geográficas, las etapas históricas, la organización sociopolítica y económica de cada cultura. Hoy quería hablaros de dos culturas pacíficas e igualitarias, la tahitiana y la semai, donde la identidad masculina no está tan marcadamente construida en oposición a las mujeres. No son las únicas culturas no patriarcales, pero David Gilmore, antropólogo que ha estudiado en su obra los diferentes tipos de masculinidad, admite que no son muy numerosas en nuestro planeta.
 Sin embargo, pienso que su simple existencia demuestra que hay otras formas de ser hombres y mujeres, otros conceptos en torno a la virilidad que no están construidos sobre la base de oposiciones característica de nuestra forma de pensar occidental. Es decir, existen virilidades que no se construyen con el rechazo a la feminidad como trasfondo ideológico.


VIRILIDADES NO HEGEMÓNICAS: TAHITÍ Y LOS SEMAI DE MALASIA


El primer contacto con Tahití se remonta al siglo XVIII, con la expedición capitaneada por Cook. Desde las primeras visitas de los europeos, la cultura tahitiana ha despertado la curiosidad occidental, sobre todo a causa de su informal tratamiento de los roles sexuales. La mayoría de los visitantes se fijó en la extraña ausencia de diferenciación sexual en los papeles que desempeñaban en la isla. Por ejemplo, el marinero John Forster (1778) observó que las mujeres tahitianas gozaban de una condición notablemente alta y que se les permitía hacer todo lo que hacían los hombres. Había jefas con verdadero poder político, algunas mujeres dominaban a sus maridos; todas las mujeres podían participar en los deportes; incluso las había que practicaban la lucha con adversarios masculinos. En general las mujeres iban y venían a su antojo, conversando “libremente con cualquiera, sin restricciones”, cosa que extrañaba a los occidentales.

Según el estudio llevado a cabo por Levy (1973), las diferencias entre los sexos en Tahití no están muy marcadas, sino que son más bien borrosas o difusas.

“Los varones no son más agresivos que las mujeres, ni las mujeres más tiernas o maternales que los hombres. Además de tener personalidades similares, los hombres y las mujeres también desempeñan papeles tan parecidos que resultan casi indistinguibles. Ambos hacen más o menos las mismas tareas y no hay ningún trabajo u ocupación reservados a un solo sexo por dictado cultural. Los hombres cocinan de forma habitual. Además, no se insiste en demostrar la virilidad, ni se exige que los hombres se diferencien de algún modo de las mujeres y los niños. No se ejerce ninguna presión sobre los muchachos para que corran riesgos ni se prueben a sí mismos, ni se les obliga a ser diferentes de su madre o hermanas. La virilidad no supone pues ninguna categoría importante, ni simbólica ni de comportamiento”.

En la cultura de Tahití, los varones no temen actuar de un modo que los occidentales considerarían afeminado. Por ejemplo, durante las danzas, los hombres adultos bailan juntos en estrecho contacto corporal, y la mayoría de los varones va a visitar a menudo al homosexual del poblado (el mahu).  El mahu del poblado es un transexual que ha elegido ser mujer honoraria. Es una figura parecida al berdache de los indios americanos, o el wanith de los omaníes musulmanes. Al mahu se le tiene un gran respeto; viven como las mujeres, baila y canta con ellas, tiene voz afeminada y entretiene a los hombres y los muchachos ofreciéndoles sodomía y felaciones. La mayoría de los hombres tahitianos se relaciona abiertamente con el mahu  sin que eso les cause ningún problema, y además, suelen asumir el papel pasivo en las relaciones con el mahu.



Los hombres tahitianos contestaban a las preguntas de Levy diciendo que no hay diferencias generales entre el hombre y la mujer en cuanto a carácter, pensamiento, características morales o dificultades en la vida. El afeminamiento, según Levy, se acepta como un tipo corriente y general de la personalidad masculina. Los muy machos se consideran extraños y desagradables.  Se espera de los hombres no sólo que sean pasivos y complacientes, sino que ignoren los agravios. No hay concepto del honor masculino que defender ni venganza que llevar a cabo. Incluso cuando se les provoca, es raro que lleguen a las manos. Turnbull (1812) afirmó al estudiarlos: “Su carácter es extremadamente pacífico… nunca ví a un tahitiano fuera de sí durante toda mi estancia”. Está prohibido entre ellos agredir y tomarse la revancha, aunque se sientan estafados.

Otras características de esta ideología de la virilidad son:

-          El idioma tahitiano no expresa gramaticalmente el género. Los pronombres no indican el sexo del sujeto ni del objeto, y el género no desempeña ningún otro papel en la gramática. Casi todos los nombres propios tradicionales se dan tanto a las mujeres como a los varones.
-          Los tahitianos no hacen ningún esfuerzo para proteger a las mujeres ni para repeler a los intrusos extranjeros. De hecho, lo cierto es todo lo contrario, para gran escándalo y deleite de los observadores occidentales.
-          Los tahitianos no cazan, ni hay ocupaciones excesivamente peligrosas o agotadoras que se consideren masculinas. Hay pesca abundante de agua dulce y la tierra es muy fértil (todo el mundo tiene lo suficiente o lo arrienda por una suma muy pequeña), tienen animales domésticos y no existen la pobreza extrema ni los conflictos económicos.
-          En la sociedad tahitiana no hay luchas ni guerras. La economía más que competitiva es cooperativa, pues las familias se ayudan entre sí tanto en la pesca como en la recogida de las cosechas. Se alegran con subsistir y no se esfuerzan por acumular bienes. Lo auténticamente tahitiano es no trabajar con esfuerzo, lo que sorprende al occidental que los ve como perezosos.





LOS SEMAI: Según David Gilmore (1994), es un pueblo muy parecido al tahitiano en su falta de esquema respecto a los sexos. Son una etnia pacífica que sufrió una serie de incursiones de pueblos malayos, más numerosos y de tecnología más avanzada, y que por ello adoptó la política de huir en vez de luchar (Dentan, 1979). Son uno de los pueblos más tímidos de la tierra; y además están racialmente muy mezclados, producto de décadas de mestizaje casual con los malayos, los chinos, y cualquiera que pasara por sus enclaves selváticos.

Los semai creen que resistirse a las insinuaciones, sexuales u otras, de otra persona, equivale a una agresión contra esa persona. Punan es la palabra semai que designa cualquier gesto, por muy discreto que sea, que haga sentir rechazo o frustración a otra persona. Esto podría atraer sobre el poblado el castigo de los espíritus, que prohíben cualquier comportamiento incorrecto.

Para evitar la catástrofe, los semai siempre acceden mansamente a las peticiones y proposiciones. Del mismo modo, un hombre o una mujer no pueden acosar indebidamente a otro para tener relaciones sexuales. Evidentemente, los semai no sienten celos sexuales y el adulterio es endémico. De las relaciones fuera del matrimonio dicen: “Sólo es un préstamo”.


Las prohibiciones de herir los sentimientos de los demás suelen equilibrarse, por lo cual el comportamiento sexual en los poblados semai resulta generalmente conciliatorio, ya que es guiado por normas de extrema cortesía. Sin concepto de honor masculino o de derechos paternos que los inspiren, los varones semai no hacen ningún esfuerzo para impedir esa mezcla. Tampoco hay consecuencias negativas para los frutos de violaciones: todos los niños ilegítimos nacidos así son amados y bien atendidos, ya que los semai no pueden soportar que se desatienda a los niños.

La personalidad semai se asienta en una omnipresente imagen de sí mismo estrictamente no violenta. Ellos afirman que nunca se enfadan, e incluso alguien que esté evidentemente enojado lo negará categóricamente. Las discusiones a gritos están prohibidas porque los gritos “asustan a la gente”. Si alguien se siente contrariado por las acciones de otro, simplemente se aleja o pone mala cara. Si una disputa no puede solucionarse sin resentimientos, uno de los antagonistas dejará el poblado. Los semai no tienen competiciones deportivas ni concursos en los que alguien pueda perder o incomodarse. Nadie puede dar órdenes a otro, ya que ello “le frustraría”.

Los semai no hacen distinción entre un dominio público masculino y otro privado femenino. No hacen ningún esfuerzo por recluir o proteger a las mujeres, y el concepto occidental de intimidad les es desconocido. Por ejemplo, negarse a que alguien entre en su casa se considera un acto de extrema hostilidad. El concepto de “lo mío” no tiene ningún significado para ellos. Le dan poca importancia a las posesiones materiales y al individualismo. Disponen de abundante tierra para cultivar y todos cooperan en el trabajo. No existe la propiedad privada, ni de la tierra, ni de los bienes de consumo. Si alguien no tiene tierra para cultivar, puede pedir un trozo a un amigo o pariente: se le entrega con mucho gusto.




A los varones les gusta cazar con cerbatanas impregnadas de veneno, y con trampas, y además sólo cazan animales pequeños. Si topan con algún peligro, salen corriendo. Al parecer, las cerbatanas son un símbolo fálico de su virilidad. La ecuación arma = pene, adoptada también por los bosquimanos y otros pueblos pacíficos, parece universal en los pueblos cazadores.

Pero no hay culto a la masculinidad, como tampoco lo hay en la cultura tahitiana. Los semai tienen animales domésticos, sobre todo gallinas, pero no se atreven a matarlos cuando están criados, por lo cual los intercambian o los venden a chinos o malayos. Saben que ellos los matarán pero prefieren no pensar en ello. Pescan también, tanto hombres como mujeres.

Uno de los aspectos más interesantes de la población semai es que la división sexual de las labores se hace en virtud de preferencias, y no de obligaciones o de prohibiciones. Las mujeres participan en los asuntos políticos en la misma medida que los hombres, pero suele haber menos jefas de poblado. A los hombres se les permite ejercer de parteros (ayudan a las mujeres en los partos). Es decir, no hay reglas rígidas. Todos y todas pueden elegir hacer aquello para lo cual se sienten mejor dotados sin recibir crítica alguna.



Fuentes bibliográficas: 


1)      Gilmore, David D.: “Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad”, Paidós Básica, Barcelona, 1994.
2)   Conell, R.W: “The men and the boys”, Polity Press, Cambrigde, 2000. 



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Los Semai - una cultura de pacifismo




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CITAS SOBRE LA MASCULINIDAD



17 de diciembre de 2011

Amor libre y Poliamoría




“Es una locura querer reducir el amor a una ecuación o limitarlo a una forma única de expresión. Aquellos que lo intentaron se dieron cuenta bien pronto de que habían equivocado el camino. La experiencia amorosa no conoce fronteras. Varía de individuo a individuo”.

Émile Armand; La vida sensual, la camaradería amorosa
  
De pequeñas aprendimos que lo normal es que el amor erótico se limite a una sola persona del sexo contrario. Es cierto que en la época de guardería  los adultos ríen cuando decimos que tenemos varios novios o varias novias, como si fuese una extravagancia infantil; pero pronto se nos enseña que el deseo sexual y la intimidad solo se comparten con uno. Lo demás es etiquetado como promiscuidad, adulterio o traición, y pronto comprobamos que transgredir las normas de la monogamia en nuestra sociedad tiene un coste muy alto. 

24 de agosto de 2011

Amores Sin Sexo







“En las contradicciones de la sociedad individualizada, la relación con el otro género se convierte muchas veces en motivo de dolores y heridas. Para cuidar la economía del presupuesto psíquico los hombres y las mujeres empiezan a desarrollar estrategias para disminuir el riesgo, o sea, formas de comportamiento que incorporan intentos de autoprotección. Señales evidentes de ello se observan en gente que tiene miedo a comprometerse, y sostienen una desconfianza frente a cualquier forma de vincularse, 
pues quien de entrada no quiere concebir grandes esperanzas no sufrirá grandes decepciones” 
(Elisabeth y Ulrick Beck)



Las relaciones amorosas sin sexo son estrategias para sobrevivir en un mundo individualista en el que todo el mundo se organiza de dos en dos. La pareja heterosexual tradicional es el modelo que la mayor parte de la gente sigue, de modo que los y las que no tienen pareja acuden a los eventos sociales y su soledad se hace más evidente, sea o no elegida.  En los actos sociales, bodas, entregas de premios, cenas de navidad, comidas familiares etc. la soltería se nota porque los espacios y la estructura del evento están hechos para las parejas heterosexuales: todos se sientan junto a la pareja, y lo que se hace es tratar de juntar a los solteros a ver si abandonan su cruel condición.

En este mundo de dos a dos, sin embargo, es cada vez más común que establezcamos alianzas de cariño y ayuda mutua para hacer frente a la soledad con personas con las que no establecemos vínculos eróticos, sino afectivos. Gente a la que queremos, con la que nos gusta compartir nuestro tiempo, con la que tenemos una relación sincera y profunda. Puede ser un ex novio, una cibernovia, un amigo homosexual, una compañera de trabajo, un futuro amante, un grupo de gente de tu infancia.


5 de septiembre de 2010

El Mito de la Heterosexualidad desde una perspectiva queer


 



La heterosexualidad es una construcción social y cultural que se ha instalado en el imaginario colectivo como un fenómeno natural, como si la unión macho-hembra fuese una ley divina o una ley física o matemática. Tanto es así que a las niñas desde pequeñas se las pregunta si tienen novio y a los niños si tienen novia sin apenas darnos cuenta de que preguntando estamos afirmando. Y al afirmar, imponemos una idea sobre lo que es normal, es decir, que a los niños les gusten las niñas, y no los niños.

El concepto de normalidad varía de cultura en cultura, por épocas y zonas geográficas; además, todo lo biológico en nosotros es cultural y viceversa. Por ejemplo en la Antigüa Grecia la homosexualidad era normal, como eran normales las relaciones homoeróticas entre sabios y jóvenes discípulos. En cambio en nuestra cultura actual la pederastia es una desviación, una aberración, una anormalidad penada con años de cárcel.


Piensen de nuevo: ¿Tienes novio ya?. Una pregunta así, aunque parezca inocente, inevitablemente dirige el erotismo y los sentimientos de las personas hacia el sexo opuesto. Una pregunta de signo contrario abriría enormemente el abanico de posibilidades afectivas y sexuales de la niña o el niño, pero a la mayor parte de los adultos no se les ocurre porque en su conciencia la heterosexualidad es la norma, está invisibilizada como construcción, integrada en los supuestos de cómo es la vida (o más bien, cómo debería ser). Esos supuestos se aprecian claramente en todos los cuentos heterosexuales que nos han contado de pequeñas; en ellos todas las relaciones eróticas son hacia el sexo opuesto.






Mi posición en torno a la heterosexualidad y la homosexualidad coincide con la concepción de Oscar Guasch (2000) que las considera mitos, en el sentido de que son narraciones creadas artificialmente, y transmitidas mediante libros sagrados. Mitos que explican el mundo desde un punto de vista particular, desde una ideología que al imponerse se convierte en hegemónica, y que modela y construye nuestro deseo y afectos, a la vez que justifica el orden social establecido. En este sentido, la homosexualidad es un cuento dentro de otro cuento, “un mito que explica otro mito. La homosexualidad es un epifenómeno de la heterosexualidad; pero no es posible entender la una sin la otra” (Guasch, 2000).


También nos parece acertada la definición de la heterosexualidad según Elisabeth Badinter (1993), que la considera una institución política, económica, social y simbólica que se impuso como norma obligatoria a finales del siglo XIX:Se acusa a los sexólogos de haber creado dicha institución, al haber inventado la palabra “heterosexualidad” como el contrapunto positivo de “homosexualidad” y haber impuesto aquella como la única sexualidad normal”.


Para Óscar Guasch (2000), la heterosexualidad, más que una forma de amar, es un estilo de vida que ha sido hegemónico en los últimos 150 años. La heterosexualidad nace asociada al trabajo asalariado y a la sociedad industrial: “Se trata de producir hijos que produzcan hijos. Para las fábricas, para el ejército, para las colonias durante más de un siglo, casarse y tener hijos, que a su vez se casen y los 
tengan, ha sido la opción considerada natural, normal y lógica”. 

Es entonces cuando la pareja estable y reproductora se elige en modelo social a seguir; “por eso a lo largo de la historia solteros y solteras han sido una especie de minusválidos sociales. En ellos se hacían visibles las carencias, los peores temores: vivían (y sobre todo morían) solos, sin hijos”.

Guasch define la heterosexualidad como sexista, misógina, homófoba y adultista. Para él posee cuatro características fundamentales:
•         Defiende el matrimonio o la pareja estable;
•         Es coitocéntrica, genitalista y reproductora;
•         Interpreta la sexualidad femenina en perspectiva masculina y la hace subalterna,
•         Persigue, condena o ignora a quienes se desvían del camino heterosexual.




Los estudiosos que han analizado la homosexualidad desde un punto de vista transcultural constatan un determinado número de constantes. El sociólogo Frederick Whitam, tras haber trabajado durante varios años entre comunidades de países tan distintos como los Estados Unidos, Guatemala, Brasil y Filipinas, sugiere seis conclusiones:
•         Hay personas homosexuales en todas las sociedades.
•         El porcentaje de homosexuales parece ser el mismo en todas las sociedades y permanece estable con el paso del tiempo.
•         Las normas sociales no impiden ni facilitan la aparición de la orientación sexual.
•         En cualquier sociedad mínimamente numerosa aparecen subculturas homosexuales.
•         Los homosexuales de sociedades distintas tienden a parecerse en lo que respecta a su comportamiento y sus intereses.
•         Todas las sociedades producen un continuum similar entre homosexuales muy masculinos y homosexuales muy femeninos.

A partir de estos estudios, Badinter afirma que la homosexualidad es una forma fundamental de la sexualidad humana que se expresa en todas las culturas. La homosexualidad existe en otras especies animales (Foucault, 1976; Kirsch y Weinrich, 1991). Beach y Ford, (1951) constataron que, de hecho, se da en la mayoría de las especies de mamíferos y culturas humanas. 

Helen Fisher (1992) señala que la homosexualidad es aún mayor en otras especies; es decir, cabría aventurar que lo natural sería que las relaciones homosexuales entre los humanos fueran incluso más frecuentes de lo que son, pero en muchas culturas humanas está reprimido socialmente. La presión evolutiva, según Fisher, no sólo favorece las conductas reproductoras: la homosexualidad podría tener funciones adaptativas como la de estrechar los lazos de la comunidad y/o la de reducirla densidad demográfica en condiciones de hacinamiento.


 Tanto los hombres como las mujeres homosexuales, a lo largo de los siglos, han sido excluidos o marginados socialmente, insultados y humillados, perseguidos, encarcelados, torturados, quemados en la hoguera, apedreados hasta la muerte o recluidos en campos de concentración. La homosexualidad ha sido tratada como enfermedad, delito, pecado, vicio, aberración, patología, desviación, y ha sido, a menudo, asociada a la obscenidad, la perversidad y la promiscuidad. Los estereotipos y los modelos negativos han recaído en ellos con una extrema crudeza, y aún hoy en día se sigue condenando y ejecutando o lapidando a gays y lesbianas en multitud de países.


En 1910, Sigmund Freud elabora su teoría de la bisexualidad originaria, en la que afirma que todos los seres “pueden tomar como objeto sexual a personas del mismo sexo o a personas del otro sexo… Reparten su libido ya sea de manera manifiesta, ya sea de forma latente sobre objetos de ambos sexos”. 

A lo largo de su obra, Freud defiende el carácter natural y no patológico de la homosexualidad, en contra de los sexólogos y sus propios colegas psicoanalistas, y afirma que la heterosexualidad es tan problemática como la homosexualidad. Además, según Freud, todos “en un momento dado la hemos practicado aunque después unos la hayan relegado al inconsciente y otros se defiendan manteniendo una enérgica actitud contraria a ella”).





 Tras la II Guerra Mundial el mito de la heterosexualidad empieza a ser cuestionado. Algunos estudios, entre ellos los estudios Comportamiento sexual del hombre (1948) y Comportamiento sexual de la mujer (1953) de Alfred Kinsey, han mostrado que la mayor parte de la población parece ser al menos ligeramente bisexual. La mayoría tiene cierta atracción hacia ambos sexos, aunque se suele preferir uno de ellos. Según las encuestas de Kinsey, sólo el 5%-10% de la población puede ser considerada como exclusivamente heterosexual u homosexual, por lo que el resto (entre un 80% y un 90%) de los hombres y mujeres estudiados eran bisexuales. Sólo un 5% de éstos no tenían ninguna preferencia especial entre hombres y mujeres. 


Este informe expuso que existen tendencias homo y heterosexuales en la mayor parte de los seres humanos y que su proporción varía entre una heterosexualidad exclusiva y una homosexualidad exclusiva. El informe Kinsey demostró que si bien tan sólo un 4% de la población masculina era exclusivamente homosexual desde la pubertad, un 37% de hombres y un 19% de mujeres reconocía haber mantenido al menos una experiencia homosexual con orgasmo entre la pubertad y la edad adulta. Un 30% de la población censada había tenido una experiencia homosexual accidental entre los 16 y los 55 años. La encuesta realizada por Shere Hite años más tarde confirmó los trabajos anteriores.





A mediados del siglo XX entran en crisis los modelos clásicos para el control social de la sexualidad, y en los 60 comienza la llamada revolución sexual que quiere liberar al cuerpo de la noción de pecado, de las normas impuestas por el catolicismo y el puritanismo, de las prohibiciones, el sentimiento de culpabilidad, los prejuicios, y las restricciones de la sociedad  para disfrutar del placer.

Un grupo de estadounidenses homosexuales rompieron su silencio obligado “para acabar con una clandestinidad vivida dolorosamente como una patología” (Elisabeth Badinter, 1993). Sustituyeron el término “homosexual” por “gay”, palabra más neutra que designa una cultura especifica y positiva. El principal objetivo del Movimiento Gay fue y es demostrar que la heterosexualidad no es la única fórmula de una sexualidad normal. Las siglas internacionales de este movimiento fueron LGB (Lesbianas, Gays, Bisexuales), que con el tiempo ampliará su campo de acción incluyendo la T de Transexuales (LGBT) y hoy también la Q de Queer (LGBTQ).



 El australiano Denis Altman señala cómo en el transcurso de una década, entre 1970 y 1980, tanto en los Estados Unidos como en otros lugares del mundo se asiste a la aparición de una nueva minoría, dotada de cultura propia, de un estilo de vida específico, con su propia expresión política y sus reivindicaciones de legitimidad. La aparición de esta minoría gay ha constituido un considerable impacto en la sociedad global, principalmente porque ha alcanzado mayor grado de visibilidad y mucho poderío económico, y mediático, especialmente en ciudades como San Francisco o en barrios populares como Chueca en Madrid








Las organizaciones LGBT plantean la diferencia como un orgullo que ha de visibilizarse socialmente y que ha logrado, con el tiempo, institucionalizarse. En los 80, los Estudios Gays se alinearon con los Estudios de Género para plantear la deconstrucción de la heterosexualidad como forma de sexualidad única, dominante y “natural” o “normal”. También se cuestiona la división de los roles sexuales, y se plantea que el género no puede ser pensado como una categoría acabada, sino como procesos, como estados en continua evolución (Oscar Guasch). 





Así, al igual que los Estudios de Género encontraron que no existe una sola forma de ser mujer u hombre, y que existen multitud de ideologías de la masculinidad y la feminidad, los estudios gays reivindicarán la multipluralidad de las identidades gays.
Se ha debatido mucho, en el seno del análisis de la construcción sociocultural de la identidad, si existe una identidad específicamente homosexual. Para unos es indudable que existe, para otros la homosexualidad constituye un factor más, junto con los de género, clase, raza, educación o religión, que determina la construcción de la identidad. 


Para autores como Manuel Castells (1998), la homosexualidad y el lesbianismo no pueden definirse como preferencias sexuales; son, fundamentalmente, identidades. “Y de hecho, dos identidades distintas: lesbianas y gays. No vienen dadas, no tienen su origen en cierta forma de determinación biológica. Aunque existe predisposición biológica, la mayor parte de los deseos homosexuales se mezclan con otros impulsos y sentimientos, de tal modo que la conducta real, las fronteras de la interacción social y la identidad personal se construyen cultural, social y políticamente”.




Muchos bisexuales sienten que no encajan ni en la comunidad gay ni en el mundo heterosexual, y como tienden a ser “invisibles” en público (ya que se confunden sin problemas en las sociedades homosexual y heterosexual), algunos de ellos han formado sus propias comunidades, cultura y movimientos políticos, por ejemplo a través del movimiento Queer, que critica la política identitaria gay de los 70 y 80.

Según el nuevo movimiento queer, lo gay y lo lésbico niegan la bisexualidad y reducen el travestismo, el transgenerismo y la transexualidad a la invisibilidad. Los colectivos de personas que no encajan en modelos de belleza, estilos de vida o ideologías políticas critican lo gay y lo lésbico porque excluyen la variedad y la diferencia. No construye igual su identidad un chico joven de Chueca que otro que vive en el campo, ni tienen los mismos problemas las lesbianas ancianas que viven en un pueblo de mentalidad cerrada que las actrices lesbianas y ricas de Hollywood.  



Un grupo de militantes bolleras, negras, chicanas, de trans, de maricas seropositivos, pobres, emigrantes, parados, personas intersexuales, van a autodenominarse queer para tomar distancia del término “gay”, que a finales de los 80 representaba solamente una realidad de varones homosexuales, blancos, de clase media o alta, con un proyecto político de integración normalizada en el sistema social y de consumo, y que excluía toda esa diversidad de sexualidades minoritarias articuladas con posiciones de raza, clase, edad, enfermedad, migración, pobreza, etc.





En lugar de tratar de ser igual que todo el mundo (y pretender que "todos" significa blancos, de clase media, conservadores y heterosexuales), la política "queer" implica la demanda del respeto y de la igualdad para cualquier modo de vida que opten por tomar las personas, independientemente de su género, su orientación sexual, su raza, su nivel socioeconómico, su edad o su religión. 

“Hace mucho tiempo que la heterosexualidad dejó de tener nada que ver con el sexo. Sólo comprendo esta relación homo-het-erótica como una guerra entre especies de diverso rango y jerarquía. Los heterosexuales son la especie dominante siempre: “la democracia es heterosexual”, me digo”
Ricardo Llamas y Francisco Javier Vidarte (2000)



En la actualidad occidental, las leyes que tratan de eliminar la discriminación por cuestiones de orientación sexual están logrando la normalización de la homosexualidad y la transexualidad. En España, por ejemplo, los homosexuales y las lesbianas pueden casarse y adoptar hijos, lo que ha tenido (y está teniendo) profundas consecuencias para las estructuras sociales básicas (principalmente el matrimonio y la familia nuclear tradicional).


Muchos autores y autoras señalan que gracias a estas mutaciones de carácter simbólico, económico, político y social, podemos hablar claramente de una crisis del patriarcado (Castells, 1998) y una crisis de la heterosexualidad (Guasch, 2000). Sin embargo, autoras queer como Beatriz Preciado opinan que esta normalización favorece las políticas pro-familia, tales como la reivindicación del derecho al matrimonio, a la adopción y a la transmisión del patrimonio. 

Algunas minorías gays, lesbianas, transexuales y transgéneros reaccionan hoy contra ese esencialismo y esa normalización de la identidad homosexual. Para Preciado y otros autores, esa normalización equivaldría a una “heterosexualización de la homosexualidad”, lo que supondría seguir reproduciendo los esquemas tradicionales del patriarcado trasvasados al mundo gay.




BIBLIOGRAFÍA
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1)     Badinter, Elisabeth: “XY La Identidad Masculina”, Alianza, Madrid, 1993.
2)     Castells, Manuel: “La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura”. Volumen I. Volumen II. El poder de la identidad.Alianza Editorial, Madrid, 1998.
3)     Fisher, Helen: “Historia natural del amor: monogamia, divorcio y adulterio”, Anagrama, Barcelona, 2007.
4)     Guasch, Òscar: “La crisis de la heterosexualidad”, Ed. Laertes, Barcelona, 2000.
5)     Llamas, Ricardo, y Vidarte, Francisco Javier: “Homografías”, Espasa Hoy, Espasa Calpe, madrid, 2000.
6)     Preciado, Beatriz: “Manifiesto contra-sexual. Prácticas subversivas de identidad sexual”, Pensamiento-Opera Prima, Madrid, 2002.
7)     Sáez, Javier : “La destrucción de una cultura queer en España”, publicado en www.hartza.com
8)     Torvald, Patterson (2000): “Queer without fear”, traducido por Ricardo Martínez Lacey. En ww.queerekintza.org/web/pag_cast/articulos/articulos_queer.html

  



CORAL HERRERA GÓMEZ

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