De igual modo que el enamoramiento es un proceso que las personas consideran mágico, misterioso e inexplicable, el desamor es un fenómeno que, en teoría, tampoco podemos controlar. Según las definiciones científicas, es un proceso que implica el cese o disminución de las sensaciones placenteras e intensas junto a la persona amada. El desamor puede desencadenarse en un final abrupto o dilatado en el tiempo, pero en cualquier caso, a menudo nos sentimos impotentes cuando dejamos de amar a alguien o cuando nos dejan de amar. Es fácil reprochar a la pareja una infidelidad, una cadena de mentiras y engaños, su falta de compromiso o su actitud pasiva. Pero no se puede reprochar a nadie que se desenamore o que deje de sentir ilusión, de fantasear, de sentir atracción sexual por nosotr@s.
El desamor es un proceso mágico porque no depende del comportamiento de la pareja, sino más bien de sucesos emocionales que se dan en el interior del amante, y en los que el otro no puede influir. Muchas parejas tratan de salvar su relación cuando ésta se hunde, a veces a la desesperada, porque tener una relación afectiva de cualquier tipo (maternal, amistosa, fraternal, amorosa) implica una gran inversión de tiempo y de energía. Y cuando todo se acaba, la sensación que queda al amante despechado es que no ha "servido" para nada, o que ha estado perdiendo el tiempo.
Una de las razones que esgrime la gente para explicar el desenamoramiento es la pérdida de la pasión. Cuando está en lo más alto, la relación fluye por sí sola, aumenta y se retroalimenta mágicamente. Después, cuando la pasión disminuye, mucha gente trabaja la pasión, es decir, se esfuerza por seguir sorprendiendo a su pareja, por hacerla sentir especial, por encender en ella el deseo a base de detalles, sorpresas, y mucha imaginación.
Sin embargo, no todo es pasión en una relación amorosa. Son mucho@s los que profundizan en su relación cuando ésta acaba, porque en ocasiones el final de la tormenta química da paso a otros factores de unión, como la complicidad, el apego, las ganas de construir juntos. Es decir, desenamoramiento (bajada del colocón) no es lo mismo que desamor, que se refiere a una ruptura emocional, más profunda, una desconexión o alejamiento a todos los niveles (sexuales, sentimentales, espirituales, intelectuales).
Por eso los motivos del desamor son tan variados y complejos. Uno de los principales sería el factor tiempo: cuantos más años llevan juntas las personas, más se reduce su deseo sexual hacia el otro debido a la habituación y la rutina.
Otros factores de desamor:
- la falta de comunicación,
- la falta de sinceridad,
- las luchas de poder,
- el egoísmo de uno o ambos miembros,
- la dependencia emocional de uno de los miembros de la pareja,
- las expectativas no cumplidas,
- el deseo de variedad sexual,
- el adulterio,
- el deterioro consustancial a la convivencia,
- la evolución personal de cada miembro de la pareja,
- la diferencias de intereses y aficiones,
- la falta de apoyo emocional/personal,
- la falta de reciprocidad de auto revelaciones,
- el descuido del atractivo físico,
- el rencor acumulado de años,
- los celos continuos,
- la disminución en la frecuencia de las relaciones sexuales,
- los problemas sexuales,
Y es que, como hemos visto en los artículos precedentes, el amor romántico ni es perfecto, ni eterno, ni armonioso, debido principalmente a la precariedad del equilibrio emocional humano. Cuando una de las partes está más enamorada que la otra, el déficit emocional puede provocar una ruptura, bien porque nos sentimos “demasiado” amadas, bien porque nos sentimos “poco” amados. Los momentos en que ambos miembros sienten lo mismo en igual grado de intensidad son muy escasos, aunque hay parejas mucho más niveladas que otras que logran largos períodos de estabilidad emocional, psíquica y sentimental.
Otra de las causas del desamor puede estar también en el equilibrio que se establece en la relación dar/recibir. Cuando nos encontramos contentos, optimistas, llenos de energía e ilusión influimos positivamente en el otro, y trabajamos más en las relaciones afectivas, porque sentimos que tenemos mucho que aportar a los demás. En cambio en los períodos en los que alguno de los dos se siente deprimido, triste o iracundo, la pareja recibe menos porque la energía no se multiplica ni se reparte, sino que en ocasiones se autoconsume, como los agujeros negros. Normalmente esta falta de energía, la negatividad, la ausencia de motivación, o la autodestrucción de una persona inciden inevitablemente en el otro. Cuando una persona chupa las energías del otro constantemente, el equilibrio entre dar cariño o placer y recibirlo se quiebra, de modo que la relación puede llegar a convertirse en compartir el infierno de uno, o en depender de la alegría de vivir del otro.
La mitificación del amor es otra de las causas que precipitan el desamor. Los estereotipos románticos están idealizados en nuestra cultura, de modo que muchas veces nos creamos unas expectativas en forma de mitos (el príncipe azul, la princesa rosa, la media naranja, el amor verdadero). Cuando la Realidad se impone, las expectativas se convierten en frustración, porque pasado el estadio del enamoramiento, empezamos a conocer realmente a la persona que tenemos al lado. Nuestro objeto de amor resulta ser como el resto de las personas, con sus defectos y sus virtudes, con sus miedos y sus prejuicios, con sus bondades y con sus inseguridades. Y esta mitificación, entonces, se convierte en decepción; y para muchas personas, en una auténtica frustración, porque no se conforman con lo que hay. O se conforman pero se escapan a relaciones de corte platónico, imposible, idealizantes o de carácter adúltero. O no escapan y se sienten atrapadas con una persona que “no es como creía que era”. Esa resignación y ese desencanto hacen mella en cualquier pareja, hasta el punto de que la gente es capaz de meterse en espirales de reproches mutuos para el resto de su vida, lo que convierte a esta institución en un infierno.
Otro motivo para que surja el desamor es la desigualdad de los miembros de la pareja, basada en la idea de la inferioridad de la mujer y la disimilitud de los roles de género, principalmente en todo lo que concierne a las tareas domésticas; uno de los factores más importantes para el desgaste de la pareja hoy en día, según Hendrick y Hendrick (1992). Es en casa donde se libra la última batalla contra el patriarcado y donde las mujeres se rebelan contra su condición de eterna criada, enfermera, cocinera, limpiadora, educadora, etc. Pocas aguantan ya la sobrecarga de trabajo, la insolidaridad de sus compañeros varones, y su condición de hombres que a veces “echan una mano” pero que jamás limpian un retrete.
Una relación desigual, por definición, va a ser siempre imperfecta, asimétrica, y a menudo problemática, porque los dominados aplican siempre estrategias de defensa y de resistencia. En nuestra sociedad las mujeres son las que más se quejan de estar sobrecargadas de trabajo. Desde el punto de vista del rey de la casa, todo iría perfecto si las mujeres no se cansasen o al menos no protestasen. Ya sabemos que la Falange nos aconsejaba saludar sonriente al maridito a su llegada del trabajo después de pegarte el palizón doméstico, para no perturbarle con nuestro cansancio, mal humor o problemas menores. Pero como sucede que cada vez las mujeres están menos dispuestas a encargarse de las tareas menos gratificantes solas, el hogar se ha convertido en un campo de batalla donde se libra una lucha femenina por la cooperación y el trabajo en equipo de toda la familia.
Lo terrible es que son muchos los hombres que sobreentienden que las mujeres son más hábiles en las artes domésticas y que su lugar natural está en la cocina, junto a la cuna de un bebé o arrodillada con una botella de lejía frente al váter. A menudo, también las mujeres piensan que ellas lo hacen todo mejor y más rápido, como si ser hombre equivaliese a ser torpe, estúpido y holgazán. Son las mujeres que prefieren llevar los mandos de su casa aunque luego se lo echen en cara a sus esposos todos los días; se sienten importantes porque sólo ellas saben dejar las sábanas tan limpias y planchadas, como si Dios nos hubiese dotado de un poder sobrenatural para calmar la fiebre, hacer tortilla de patata o dejar los sanitarios brillantes.
El final de una relación amorosa puede ser vivido como un proceso muy doloroso (incluso generador de suicidio u homicidio) o como una liberación. Yela García diferencia entre las consecuencias negativas de la ruptura para la persona, y las positivas: “En general, las consecuencias negativas suelen incluir un fuerte resentimiento, un descenso en la autoconfianza y en la autoestima, y depresiones. Entre las consecuencias positivas cabe citar la liberación de responsabilidades, el cese de las discusiones, y la sensación de recuperación total de la libertad de decisiones”.
Pese a que toda ruptura o despedida es siempre dolorosa para los seres humanos, hay gente que logra separarse de una manera amistosa, y que además sabe diferenciar entre el amor de pareja que hubo y el cariño que queda. Muchos ex amantes son grandes amigos, y es que a menudo las relaciones amorosas que no contemplan la relación sexual son más transparentes, honestas, tranquilas y sobre todo, libres. Es evidente que si las personas logran romper su relación con sinceridad, asertividad, honestidad y cariño, la ruptura será más fácil, o al menos, más llevadera. Durante algún tiempo los ex enamorados a veces se apoyan emocionalmente el uno al otro, y pueden desahogarse, compartir sentimientos y expresar sus temores.
El desamor puede ser así un proceso más que nos acompaña en nuestro periplo vital; muchas personas ponen su conciencia en el apego que sienten por las cosas y por sus semejantes y son capaces de liberarse y liberar al otro. Para ello es necesario comprender que la vida es una mezcla de pérdidas y de ganancias. La edad y el tiempo nos dan y nos quitan cosas, y a lo largo de nuestro recorrido vital la gente aparece y desaparece, (bien a causa de la muerte, bien por otras causas). Al ser humano le cuesta ser capaz de entender emocionalmente y psíquicamente palabras como “nunca más”, porque son estados de las cosas irreversibles, como la muerte o un adiós definitivo. Sin embargo, no nos cuesta formular la promesa o el deseo de “para siempre”, porque a pesar de su grandeza, anhelamos la eternidad.
Hay personas que, al finalizar un amor, sienten que el futuro está abierto. Surge en ellas la curiosidad y el deseo de vivir nuevas experiencias, y el pasado de algún modo queda cerrado. Sólo cuando se pone un gran punto y final el amor puede contarse como relato, de principio a fin, y depositarlo en el pasado, como un proceso completo y terminado. Es así como muchas personas logran tener relaciones afectuosas con antiguos amores, y cómo con el tiempo, logran recordarlas con alegría, sin dolor.
Fisher afirma que el modo de reaccionar ante el rechazo depende de muchos factores, incluida nuestra educación: “Algunas personas desarrollan una estabilidad emocional cuando son niños y cuentan con la autoestima y el aguante necesarios para superar un revés amoroso con relativa rapidez. Otras crecen en hogares desprovistos de amor y habitados en cambio por las tensiones, el caos o el rechazo, lo que puede convertirles en personas muy dependientes o indefensas en otros aspectos. (…) Hay quien tiene más oportunidades de emparejarse y sustituye fácilmente a la pareja que le ha rechazado con distracciones amorosas que mitigan sus sentimientos de protesta y desesperación” (Fisher, 2007).
Fisher afirma que el modo de reaccionar ante el rechazo depende de muchos factores, incluida nuestra educación: “Algunas personas desarrollan una estabilidad emocional cuando son niños y cuentan con la autoestima y el aguante necesarios para superar un revés amoroso con relativa rapidez. Otras crecen en hogares desprovistos de amor y habitados en cambio por las tensiones, el caos o el rechazo, lo que puede convertirles en personas muy dependientes o indefensas en otros aspectos. (…) Hay quien tiene más oportunidades de emparejarse y sustituye fácilmente a la pareja que le ha rechazado con distracciones amorosas que mitigan sus sentimientos de protesta y desesperación” (Fisher, 2007).
Coral Herrera Gómez