Caminar y estar al aire libre es un derecho humano fundamental: todos los humanos deberíamos poder caminar por la calle, estar en ella todo el tiempo que queramos, y disfrutar de libertad de movimientos en todo el planeta.
Nunca había pensado en la dimensión política del caminar hasta que llegué a Centroamérica y visité otros países de América Latina, y me di cuenta de lo difícil que es caminar en la mayor parte de las ciudades porque no hay aceras, ni semáforos, ni pasos de cebra. En la mayor parte de los países, sólo se puede caminar con seguridad dentro de los centros comerciales, y en los clubes sociales de clase
media-alta y alta.
Las calles son peligrosas porque las aceras están en mal estado y todo el diseño urbanísitico se centra en los coches: ellos son los dueños y señores del espacio público. En la televisión se dedican a culpar a las personas por los atropellos que sufren, y nos dan consejos para evitar morir en la calle, como por ejemplo correr cuando viene un coche. Yo al principio pensaba: no hay nada más barato que un paso de cebra, y salva millones de vidas al año: son unas rayas de pintura en el suelo que ceden el paso a los peatones. Y me preguntaba: ¿por qué no nos protegen, por qué no nos cuidan, por qué no hacen las ciudades para la gente?
En el campo es aún peor: los sucesivos gobiernos han ido robando los caminos de la gente y de sus animales para convertirlos en carreteras para coches, y nos han ido dejando sin espacio para trasladarnos de un lado a otro. A diario mueren muchas personas atropelladas que caminan al colegio, a la tienda, a la iglesia, o a su trabajo. Y pareciera que a los gobernantes no les importa: siguen invadiendo los caminos para asfaltarlos, y jamás piensan en las necesidades de la gente que vive al borde de la carretera y hace vida en la carretera.
Porque son pobres.Los ricos siempre van en coche.
Caminar, entonces, es un acto político porque al caminar una estorba a los coches con su cuerpo, dificulta y fastidia a los conductores que tienen que esquivarnos para no matarnos. Y también es "heroico", porque los que caminamos ponemos en peligro nuestra salud y nuestra vida, a diario.
La mayor parte de las personas que caminamos somos mujeres. Mujeres que van al mercado, mujeres que van a la fábrica o al campo, mujeres madres que llevan y recogen a los niños y las niñas a la escuela. Mujeres que van a la compra, y a correos, y al médico, solas y con sus hijos. Mujeres que quieren pasear por placer, pero tienen que cruzar corriendo las carreteras con miedo de ser atropelladas con sus hijos.
Las calles de las ciudades y las carreteras son usadas fundamentalmente por mujeres pobres, mujeres campesinas, ancianas, mujeres con niños y niñas que se juegan la vida a diario caminando a los lados de la carretera. Sin arcén, sin aceras, con la jungla amenazando el asfalto, y todas caminando en fila tratando de no invadir el espacio de los carros y de no caer al guindo (canal para que corra el agua cuando llueve).
Fijaos si es terrible que normalmente las mujeres agradecen a los hombres que conducen carros. Es un gesto que tenemos incorporado de manera natural: juntando las manos le pedimos al carro que disminuya su velocidad y no nos atropelle, y levantando una sola, agradecemos que nos haya dejado cruzar, porque asumimos que estamos molestando, que estamos invadiendo el espacio de los carros, y que debemos estar agradecidas si no nos golpean o nos matan cruzando.
Es una relación sádica y masoquista la que se establece entre conductores y peatonas: ellos nos dejan pasar, o no nos dejan pasar, aceleran o bajan la velocidad cuando vamos cruzando angustiadas. Los conductores tienen poder sobre nuestras vidas: mueren miles de personas y de animales al año en toda América Latina víctimas de esta violencia automovilística.
Teniendo en cuenta que las mujeres que caminamos también pagamos impuestos, es injusto y cruel que el dinero que ponemos entre todas vaya destinado a la gente con carro, a los conductores de carros, camiones, buses, y que tengamos que costear el tremendo gasto que supone para el Estado mantener las carreteras, sin que empleen apenas ningún porcentaje para proporcionarnos caminos seguros.
Caminar es un peligro no sólo por el riesgo de ser atropellada al andar o al cruzar, sino también porque es fácil meter el pie en un desnivel o un agujero, en un charco o en un terreno de lodo resbaladizo, en una alcantarilla sin tapa o en el caño de agua. Hay que estar muy atenta a las irregularidades del suelo para no tropezar o caer, y si vas con un carrito de bebé tienes que prepararte a conducir como en el Rally Paris-Dakar.
Los gobernantes no quieren que la gente esté en la calle, por eso apenas hay parques o plazas en las ciudades. Y cuando las hay, la policía se dedica a hostigar a la gente, especialmente a los más jóvenes, que son los que más necesitan estar al aire libre. En San José de Costa Rica es sorprendente el acoso policial a la gente joven: los tratan como si fueran delincuentes, con un odio y una violencia desproporcionada. Cumplen órdenes de arriba. Alcaldes y alcaldesas saben bien que cuanto más vacías están las calles, más inseguras son, pero es que hay que llenar los malls de gente. Si en las calles hay atracos y violaciones a cualquier hora del día, los centros comerciales se llenan de paseantes que se convierten en consumidores.
Esta es la razón por la que las autoridades se esfuerzan por mantener la suciedad en las calles, y por ofrecer un transporte público deficiente: cuanto peor son los autobuses, más se empuja a la población hacia los autos privados. Es una estrategia política que busca arruinar al pequeño comercio, vaciar las calles, generar más contaminación, e incentivar el consumo. Para acabar también con la cultura del barrio y con la solidaridad vecinal, el objetivo principal de las municipalidades es acabar con todas las actividades gratuitas que hacemos como pasear, hacer deporte, pasear a nuestros perros, tumbarnos a tomar el sol, charlar con las vecinas, hacer yoga o meditación, o besarnos y tocarnos con nuestras parejas al aire libre.
Quieren que estemos en casa encerrados viendo la televisión y solo salgamos a comprar. Por lo tanto, caminar es un acto subversivo. Cuando salimos a pasear, no estamos gastando dinero, ni estamos consumiendo, ni tampoco estamos contaminando, por lo tanto, no somos útiles para el sistema productivo y estamos yendo a contracorriente.
Las y los caminantes hacemos camino al andar, y somos peligrosos cuando salimos a pasear, porque a veces se nos ocurre ponernos a hablar con la gente, y para el sistema es peligroso que la gente converse, se indigne junta, se organice y se ponga a luchar por sus derechos.
Necesitan que cada cual esté en su casa echando pestes frente al televisor, aislado y amargado, sin recibir la luz del sol, sin sentir el calor humano de los demás. Las mujeres jóvenes lo tienen difícil para caminar por el tema del acoso sexual callejero, pero las mujeres mayores tampoco pueden hacerlo porque es peligroso: no pueden correr para escapar del peligro, y es fácil caerse o torcerse un pie.
Tampoco los hombres mayores pueden caminar: en la mayor parte de las ciudades latinoamericanas no hay gente adulta mayor en las calles. No los ves en ningún sitio a no ser que su familia los lleve en carro al banco, al súper o al médico: no hay viejitos tomando el sol, ni jugando a las cartas, ni haciendo deporte, ni jugando, ni caminando. No hay gente mayor en las calles porque son un peligro mortal, para ellos y también para todas las personas con problemas de movilidad o discapacidades. Ciegos, sordos, gente en silla de ruedas, gente con muletas o con bastón… no salen a la calle, viven enjaulados, condenados a ver la vida a través de la televisión, y dependiendo de los demás para poder salir de casa.
Los niños y las niñas tampoco pueden caminar ni jugar en la calle, ni las pandillas de adolescentes, y esto se traduce en calles vacías, que son mucho más peligrosas que las calles llenas de gente a
todas horas. Salir a caminar en muchos países de Centroamérica es imposible por los
asaltos, porque para quitarte el celular te vuelan la cabeza de un balazo. Cuanta menos gente en la calle, más atracos hay.
Las que más sufrimos la violencia en las calles somos las mujeres. Las niñas y adolescentes viven encerradas en sus casas porque sus familias tienen miedo a que las secuestre una mara, a que las embarace o las mate un novio celoso, a que las violen desconocidos o que se las lleven los traficantes de esclavas sexuales a Europa.
Ser mujer es un peligro de muerte en muchas zonas de América Latina: son asesinadas doce mujeres al día. Muchas de las violaciones y los asesinatos se producen en el hogar y son llevados a cabo por maridos, ex maridos, novios y ex novios, pero también en las calles y en el transporte público sufrimos violencia machista. El acoso sexual callejero es cotidiano, y es insoportable en América Latina. Los acosadores gozan de impunidad total.
Ninguno de ellos quiere ligar: sólo piropean para asustar a las mujeres y hacer demostraciones de poder sobre nosotras. Su objetivo es que nos de miedo ocupar el espacio público, no soportan que lo usemos con la misma libertad que ellos, por eso siempre nos recuerdan que es su espacio, y que pueden hacer lo que quieran porque mandan ellos.
Yo sueño un mundo en el que todas nosotras podamos caminar libres, sin miedo, sin sufrir acoso, sin ser acosadas, violadas o secuestradas. Un mundo sin odio contra las mujeres pobres, un mundo que piense en ellas y en sus niños y niñas. Sueño con pueblos y ciudades con espacios verdes, con caminos para la gente y las bicicletas, con aceras, semáforos y pasos de cebra, con conductores respetuosos, con un transporte público moderno, barato, ecológico, y accesible para todo el mundo.
Las mujeres tenemos derecho a viajar por el mundo y a movernos en nuestros barrios sin sufrir un riesgo de muerte, y sin tener que pedir permiso para ocupar el espacio público. Somos millones las mujeres que caminamos en América Latina, y los gobiernos no pueden seguir ignorándonos: la lucha
feminista seguirá luchando reivindicando la toma del espacio público por parte de las mujeres.
Es una lucha para mejorar la vida de la gente: no queremos más atropellos, no queremos más acoso ni violencia contra las mujeres que caminamos. No queremos ser valientes cuando vamos por la calle: queremos caminar libres y sin miedo. Nuestras calles las queremos libres de atropellos, de acoso y de violencia machista. Todas las mujeres tenemos derecho a caminar y a estar al aire libre, y vamos a seguir luchando porque las calles son nuestras, y no queremos ni una mujer menos, ni un solo niño o niña menos.
Coral Herrera Gómez
Para Gema, in memoriam
Atropellada en Brasil en Agosto 2018