Somos crueles con las mujeres embarazadas, con los bebés recién nacidos, con la persona que se enamora de nosotros, con el anciano que pierde sus facultades, con los niños y las niñas, con los inmigrantes y los refugiados, con la gente diversa en capacidades y orientaciones sexuales, con los raros y los anormales, con los locos, con los animales domésticos y con el ganado que criamos para comer. Somos crueles con los demás en los momentos de máxima vulnerabilidad: cuando las mujeres dan a luz, cuando llegamos al mundo, cuando enfermamos o cuando nos vamos a morir.
Nuestra cultura sadomasoquista nos hace creer que para amar, para aprender, para adaptarse a este mundo enfermo hay que sufrir. Muchos ejercemos estos malos tratos sin darnos cuenta, sin pensar en si está mal o no, si la otra persona está sintiendo dolor o no. Nos importa poco porque la crueldad con la que nos tratamos entre nosotros hoy en día nos resulta "normal" y "natural": la hemos sufrido, la hemos interiorizado, la reproducimos y la transmitimos a las nuevas generaciones como parte de nuestra "sabiduría popular".
La cultura de la crueldad es una forma de practicar la violencia y de ejercer nuestro poder que está legitimada y naturalizada en nuestra sociedad patriarcal, del mismo modo que la cultura de la violación. La crueldad, como el amor, es también una construcción social y cultural. Está tan normalizada que no percibimos la crueldad como una forma de violencia: nos parece natural dejar llorar a un bebé que necesita cariño, o pegar a los niños cuando desobedecen. Nos parece normal también devolver el daño que nos hacen los demás: justificamos nuestra violencia con el "derecho a la venganza" y con la filosofía del "ojo por ojo".
Nuestra cultura sadomasoquista nos hace creer que para amar, para aprender, para adaptarse a este mundo enfermo hay que sufrir. Muchos ejercemos estos malos tratos sin darnos cuenta, sin pensar en si está mal o no, si la otra persona está sintiendo dolor o no. Nos importa poco porque la crueldad con la que nos tratamos entre nosotros hoy en día nos resulta "normal" y "natural": la hemos sufrido, la hemos interiorizado, la reproducimos y la transmitimos a las nuevas generaciones como parte de nuestra "sabiduría popular".
La cultura de la crueldad es una forma de practicar la violencia y de ejercer nuestro poder que está legitimada y naturalizada en nuestra sociedad patriarcal, del mismo modo que la cultura de la violación. La crueldad, como el amor, es también una construcción social y cultural. Está tan normalizada que no percibimos la crueldad como una forma de violencia: nos parece natural dejar llorar a un bebé que necesita cariño, o pegar a los niños cuando desobedecen. Nos parece normal también devolver el daño que nos hacen los demás: justificamos nuestra violencia con el "derecho a la venganza" y con la filosofía del "ojo por ojo".
Justificamos la crueldad con los
argumentos más disparatados. Nos decimos los unos a los otros que para aprender
en la vida hay que sufrir y pasarlo mal, que es lo que toca, que es lo
natural: la vida es dura y nosotros tenemos que hacernos duros también.
Aprendemos a insensibilizarnos y perdemos la empatía a medida que resistimos
los golpes de la vida, y luego interiorizamos esta cultura de la crueldad para
reproducirla y transmitirla a las nuevas generaciones. Así es como se perpetúa
en cada uno de nosotros el ciclo de la violencia y los malos tratos hacia los
demás.
Nos parecen normales comportamientos
monstruosos, como separar a las mamás de sus bebés, o la explotación y el
maltrato animal, tan cotidiano en todo el planeta. En las relaciones
familiares, en las relaciones laborales, y en las redes sociales nos aplastamos
los unos a los otros, nos damos lecciones, nos juzgamos y nos insultamos sin
piedad, nos imponemos a los otros para ganar
todas las batallas. No sabemos resolver conflictos sin usar la violencia, no sabemos discutir sin insultarnos, no sabemos expresar nuestras emociones sin hacer daño a los demás.
También en el ámbito del amor
romántico la crueldad se justifica y se sublima: las
relaciones de pareja están atravesadas por el sufrimiento porque antes de llegar al paraíso hay que atravesar este valle de lágrimas. En la cultura patriarcal, parece natural que los hombres casados mientan y sean
infieles a sus esposas, o que las maten cuando son ellas las infieles. Todo el
amor romántico está impregnado de violencia machista disfrazada de violencia
pasional: a las mujeres nos hacen creer que si nos pegan es porque nos quieren
mucho, que quien bien nos quiere nos hace llorar, que si nos sacrificamos al
final tendremos nuestra recompensa. A ellos les hacen creer que el amor es una
guerra que hay que intentar ganarla como sea, y que la única forma de tener a
sus pies a una mujer es combinando los buenos y los malos tratos para que se
muera de amor por ti y así poder dominarla.
Sufrimos la crueldad de los demás, y
la ejercemos nosotros también, dependiendo del lugar que ocupemos en la
jerarquía de poder. Cuando somos hijas, cuando somos madres, cuando somos
empleadas, cuando empleamos a alguien, cuando somos novias, cuando somos
amantes, cuando somos ancianas: con cada persona sostenemos nuestras luchas de
poder para resolver los conflictos y para lograr lo que queremos, lo que
deseamos o lo que necesitamos.
El mundo sería un lugar mejor si pudiésemos
entender los mecanismos con los cuales hacemos daño a los demás y a nosotras
mismas, y si pudiésemos aprender a relacionarnos desde la ternura y el amor. En
lugar de dejarnos llevar por nuestro Ego y su ansia de poder, podríamos poner
en el centro los cuidados, construir relaciones igualitarias, ampliar nuestras
redes de afecto. El mundo sería un lugar mucho mejor sin violencia, y sin la
estructura de explotación que ejercemos unos sobre otros: hay que empezar a
hablar de los malos tratos, y de la cultura de la crueldad que los justifican,
para poder desaprenderlos y aprender otras formas de relacionarnos y de querernos.
He llevado a cabo un breve análisis
con propuestas incluidas para desmontar esta cultura y los argumentos que
justifican el dolor, el sufrimiento y la crueldad como si fueran necesarios
para sobrevivir y para relacionarse. La sufrimos y la ejercemos en el
nacimiento y en la infancia, en la adolescencia, en el amor romántico, en la
vejez, y en la muerte: