A lo largo de estos años he conocido a muchas mujeres y hombres atrapados en el rencor contra su pareja y su ex pareja. Y lo que veo es que cuando el rencor es muy grande, las parejas viven en un infierno constante. Pero cuando se separan y el rencor sigue, el infierno que viven es aún peor.
Yo les explico que si además de rencor sientes afán de venganza y tu vida gira alrededor de la necesidad de hacerle daño a tu ex pareja, el sufrimiento no solo no disminuye, sino que se hace más grande y afecta a todo tu entorno. Lo sufre tu familia, que te ve sufrir. Lo sufren tus hijos e hijas, tus amigos y amigas, y toda tu gente alrededor.
Vivir en constante estado de guerra contra tu ex te hace esclavo/a del odio, el rencor y el deseo de venganza, porque nunca se sacia, por mucho daño que le hagas a la otra persona. El odio es una emoción muy poderosa y nos destruye a nosotros también, no solo a la persona a la que odiamos
Cuando estás atrapado en el dolor resulta casi imposible rehacer tu vida, porque tus energías no están puestas en el presente y en el disfrute, sino en la guerra. Es muy difícil que una nueva pareja aparezca, y más difícil aún que soporte el grado de obsesión que tienes con tu ex.
Porque cuando un ex está demasiado presente en una casa, para bien o para mal, la otra persona se siente desplazada. Si no has logrado cerrar una historia, todo el mundo puede ver tu herida abierta. Por mucho que disimules, tu nueva pareja sabe que esa herida está ahí, y se siente en una posición secundaria, por mucho que le digas que le amas.
¿Cómo saber si te está devorando el rencor? Cuando en lugar de disminuir con el paso de las semanas o los meses, aumenta. Cuando sientes que nunca has tenido suficiente y te prometes a ti mismo o a ti misma no dejar jamás de hacer sufrir a tu enemigo/a, cuando te juras que no vas a parar hasta el día en que te mueras.
Cuando el rencor te pudre por dentro, tú estás plenamente convencido/a de que como has sufrido mucho (porque tu pareja se desenamoró y te dejó, porque te puso los cuernos, porque te mintió...), tienes derecho a hacerle sufrir, y lo justificas como un acto de reparación. Pero no es cierto: no te repara portarte mal con la otra persona, porque no hay ningún momento en que te digas a ti mismo/a: "Ya está la deuda saldada, paro ya"
Siempre necesitas más. Nunca tienes suficiente. Quieres que todo el mundo se ponga de tu parte para que la otra persona se quede sola. Piensas que tienes derecho a ser mala persona. No tienes remordimientos de ningún tipo. Todo tu afán se centra en machacar. Ni perdonas ni olvidas. Tú tienes una misión, como los héroes de las pelis de acción, y no te importan los medios para conseguir tus fines.
No quieres volver con la otra persona, pero cuando te preguntan qué quieres, no sabes qué responder. Si te preguntan hasta cuando vas a seguir así, sumida/o en la rabia y la destrucción, tampoco sabes responder.
Tus victorias te saben a poco. No te alivia para nada ver sufrir a la otra persona. De hecho te importa muy poco, porque crees que tu dolor es siempre más grande, así que si lo está pasando mal, tú no te conmueves lo más mínimo.
Lo que sí te conmueve y te repatea las entrañas es que tu pareja sea feliz y le vaya bien. Eso te pone todavía más agresivo/a, y refuerza tu objetivo de hacerle la vida imposible. Es tan intenso tu rencor, que nunca te paras a pensar en cómo afecta a tus hijos e hijas, porque te sitúas en el papel de víctima y crees que eso justifica tu comportamiento.
Curiosamente, las víctimas de violencia machista no les sucede esto. Las mujeres, por ejemplo, que han sufrido malos tratos y agresiones sexuales, físicas, psicólogicas, emocionales y económicas de sus parejas, no desean guerrear contra su ex, lo que quieren es liberarse del odio y el rencor de su ex contra ellas. No entran en batalla para intentar joderles la vida: lo que quieren es huir y ser libres, y no volver a saber nada de esa persona. Porque ellas saben que ante la violencia de sus agresores y femicidas, nunca van a ganar. No es una lucha de poder entre dos personas: lo que desean las víctimas es no ser asesinadas, recuperar la libertad y poder vivir en paz. Muchas necesitan años y años de terapia psicológica para poder superar el trauma.
Los hombres agresores, sin embargo, ni piden ayuda ni van a terapia. Viven atrapados en el odio y el rencor: todos los días matan a 140 mujeres en el planeta, una cada diez minutos. No soportan que su pareja quiera terminar la relación, y mucho menos si es porque se ha emparejado de nuevo: o bien las asesinan, o asesinana a sus hijos e hijas, o bien se pasan la vida intentando hacerles daño, a ellas, a sus criaturas y a sus mascotas.
Estos hombres sienten que ya no tienen nada que perder. Están tan dañados por el rencor que se ven incapaces de rehacer su vida, de enamorarse de nuevo, de dejar el pasado atrás. Viven aferrados a ese pasado y no tienen ningún tipo de horizonte de futuro: muchos se suicidan, pero la gran mayoría matan antes a la ex compañera para que se vaya con ellos. Este es el nivel de obsesión y maldad al que llegan los hombres machistas cuando se sienten dolidos o traicionados, y cuando les invade el afán de venganza.
Las mujeres no asesinamos a nuestros ex cuando deseamos vengarnos y nos sentimos invadidas por el rencor. Lo que intentamos es hacerles daño emocionalmente, a ellos y sobre todo a las mujeres con las que ellos se relacionan. Sí, hay mujeres muy destructivas, hay mujeres que son malas personas. Pero lo más común en nosotras es que la agresividad estalle más contra nosotras mismas y contra otras mujeres, que contra los hombres. Esta destructividad aparece en forma de adicciones, depresiones, trastornos mentales, intentos de suicidio, o tomando decisiones terribles para complicarse la vida al máximo.
Sin embargo, a diferencia de los hombres, las mujeres tenemos más facilidad para pedir ayuda profesional cuando nos damos cuenta de que nos estamos destruyendo a nosotras mismas. Los hombres se suicidan más, y matan a sus compañeras porque no saben cómo manejar sus emociones. Las mujeres nos deprimimos y pedimos ayuda. Muchas logran salir, aunque no es nada fácil porque el sufrimiento crea adicción.
El romanticismo patriarcal nos ha hecho creer que el amor debe ser para siempre y que si tu amado o amada deja de quererte, te está traicionando, es "el malo" de la película, y se merece pasarlo mal. Nos cuesta mucho asumir que las personas nos dejan de amar, que el amor no es eterno, y que todos y todas tenemos derecho a dejar las relaciones en las que no somos felices.
Nuestro ego herido puede llegar a ser muy violento: no soportamos el rechazo, lo sentimos como una derrota. Y por eso nuestra autoestima se desploma y se activa nuestro deseo de venganza.
¿Qué necesitamos para aceptar que ya no nos quieren más? Mucha humildad para la aceptación.
Y tomar conciencia de que el odio y el rencor son adictivos y te esclavizan.
Pero además, necesitamos herramientas para separarnos con amor. No sabemos cómo decirle a la pareja con honestidad y cariño "ya no quiero seguir contigo". No sabemos cómo iniciar el proceso poniendo en el centro los cuidados. No sabemos tampoco manejar el dolor ni el rencor. No nos enseñan en el colegio a cuidar nuestras emociones para que no hagan daño a los demás.
Porque esta es la clave para liberarte del rencor: manejar las emociones desde una perspectiva ética. Es plantearse a ti mismo/a: "¿cómo hago para que mi miedo, mis celos, mi envidia, mi rencor no me arrasen a mí y no hagan sufrir a los demás?"
Todos tenemos un mecanismo interno de regulación que nos permite controlarnos a nosotros/as mismas. Algunos lo tienen más desarrollado que otros, pero es algo en lo que se puede entrenar a diario. Cuando no nos funciona, entramos en una espiral obsesiva y destructiva.
Esta capacidad para autorregularnos es lo que nos permite sobrevivir a los golpes de la vida. Con ella podemos calmar nuestras emociones, expresarlas, llorarlas y después de un tiempo de duelo, tirar hacia delante y empezar con ilusión una nueva etapa en nuestras vidas.
¿Por qué muchos no pueden empezar una nueva etapa? El ego es obsesivo e insaciable. Puedes explicarle que jamás ganaremos la guerra, que todo el mundo saldrá herido, que las heridas no cicatrizarán nunca, que nos invadirá la amargura, pero le da igual. Cree que será feliz destruyendose y destruyendo al ex.
Entonces, ¿cómo liberarnos? Creo que nos puede ayudar mucho el imaginarnos en el futuro libres del rencor, haciendo nuestras vidas, y en paz con nosotros mismos/as.
En esto consiste la liberación: quitarse las cadenas, poder vivir en calma, estar tranquilo/a, y sentirse libre del pasado. Para lograrlo hay que cerrar la historia dentro de una misma/o, olvidarse del ex, mirar al futuro con alegría y animarnos a nosotras mismas a echar a volar.
Hay que trabajar mucho el ego y la humildad para que puedas aceptar que no se puede volver atrás y que no tienes por qué ser el centro de la vida de tu ex. Hay que trabajar mucho por dentro para entender por qué nos está costando tanto afrontar la nueva etapa de nuestras vidas, porque quizás no es tu ex lo que te impide dar el salto, sino tu miedo a los cambios.
El rencor es una cárcel en la que nos encerramos, y desde ahí no podemos aprender cosas nuevas, ni experimentar nuevas vivencias, ni construir nuevas relaciones. Tampoco podemos olvidar. Y el olvido es necesario para poder avanzar: no importa si perdonas o no perdonas. Lo importante es que la otra persona y lo que sientes por ella no tenga poder sobre tí.
Para terminar, te propongo un ejercicio de visualización: el rencor es como un agujero negro por el que se nos va toda la energía, y por eso cuando logramos salir de ahí es cuando empezamos a amar tanto la vida. Solo con las alas desplegadas podemos apreciar todo el amor que tenemos dentro, y alrededor de nosotras.
Cierra los ojos e imagina que te levantas, te quitas la mochila del rencor, y abres la puerta de la jaula. Respiras hondo, miras al horizonte, bates tus alas, y te lanzas al vacío:
que disfrutes mucho del vuelo.
Coral Herrera Gómez
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