Arte de Guillame Chiron
Prohibido quererse: resumen de una distopía afectiva.
Para salvarnos la vida, prohibieron los besos, los abrazos, las muestras de cariño, y cualquier demostración de afecto en escuelas, oficinas, y fábricas. Se invitó a las mujeres a renunciar a su vida sexual o limitarla a su marido, quien tenía.
Sólo los hombres disfrutaron de espacios libres de normas y prohibiciones para tener contacto físico y relaciones sexuales, pero solo aquellos que tuvieron dinero para pagar la entrada a los burdeles.
Aislaron a las personas mayores del contacto con su gente querida, y muchos murieron de soledad, en soledad. Nos repetían que no quedaba más remedio: para salvarnos la vida nos tenían que recomendar la distancia social y emocional, y la abstinencia sexual y afectiva.
Usaron el miedo para que dejaramos de juntarnos con familiares y seres queridos, y de hacer reuniones y fiestas para celebrar la vida.
Cerraron aquellos espacios donde nos reuníamos para disfrutar del arte y la cultura, y para organizarnos frente a la barbarie, así trataron de parar a la gente que se organizaba en redes de apoyo mutuo y solidaridad.
Mientras silenciaban el aumento de enfermedades mentales y los suicidios, insistían en que el aislamiento era necesario para salvarnos la vida.
Lo único que se podía hacer era hacinarse en los buses y metros para ir a trabajar y consumir. Las actividades gratuitas quedaron prohibidas.
Sólo podías pasear si ibas a comprar, y sólo podías quitarte la mascarilla pagando, así que la gente sin dinero tenía que estar siempre con la boca tapada, o encerrada en casa buscando en la pantalla un poco de calor humano.
Las noches de amor pasaron a ser clandestinas, los abrazos se convirtieron en actos de subversión y los besos, en poesía revolucionaria.
La gente se quería más, ahora que no podía, y desde esa necesidad urgente de contacto, de apoyo mutuo, de afecto y amor, brotó la rebeldía. Sólo así pudimos luchar contra la soledad, sólo así pudimos salvar nuestras vidas #solidaridad #redes #amor #distopía
Coral Herrera Gómez