Muchas me preguntáis cómo puedo con todo. Porque parezco una súper mujer, pero la realidad es que sola no podría. Os voy a contar cómo hago para maternar y para trabajar a este ritmo tan descomunal.
Yo llevo mis redes sociales, mi agenda y sus eventos, los asuntos administrativos y burocracia, los post en mi blog y en medios, la producción de vídeos y podcast, la preparación de mis clases y conferencias, el proceso de escribir libros, y además asumo mi parte en los cuidados del hogar y mi niño. Mi compañero es ahora el que dedica la mayor parte de su tiempo a los cuidados.
En los 4 primeros años de vida de Gael, lo logré durmiendo muy poco y estando todo el día agotada: después de pasar todo el día con los cuidados de casa y el bebé, mi jornada laboral comenzaba a las 7 de la noche, y terminaba muy tarde. Mi compañero traía los ingresos para que yo pudiera escribir mi libro "Mujeres que ya no sufren por amor", y aportaba con su parte de tiempo a los cuidados de la casa y de Gael.
Después, cuando Gael cumplió dos años empecé de nuevo a viajar y nos repartíamos el trabajo de cuidados por igual, aunque yo estuve con la lactancia hasta los cuatro años y medio. Ahora, en España, lo consigo gracias al cambio de roles que he pactado con él. Antes yo ponía más tiempo a los cuidados, ahora los pone él.
Recuerdo el día que le propuse migrar a España (para mí, volver a mi país después de nueve años en Costa rica) Le pedí un cambio de roles para apostarle a mi carrera profesional: él se encargaría de Gael y la casa, y yo sería la principal proveedora de recursos.
También le propuse dos proyectos: que terminara su novela, y hacer entre los dos cuentos con guía didactica para adolescentes.
Firmamos un contrato amoroso, y desde que nos mudamos a Málaga yo hago facturas, él tiende la ropa, yo viajo a dar formaciones, él hace la compra y la comida, yo respondo mil correos y gestiono los eventos, él lleva al niño a la oftalmóloga, yo escribo los cuentos y él los ilustra.
A veces le miro y pienso que he tenido una suerte increíble de encontrar un compañero que apueste por mi carrera y aparque la suya como antropológo, y que priorice los cuidados de Gael (porque obvio no le da tiempo a terminar su novela).
Está siendo un proceso bien apasionante y estamos los dos a tope, con nuestro proyecto de crianza, nuestro proyecto común de cuentos, y trabajando sin parar, él en casa, y yo fuera de casa. Una de las cosas más significativas es que hay gente que no entiende esta forma de organizarnos. Lo que él hace, a ojos de la sociedad no es trabajo, no tiene valor, debería poder hacerlo yo mientras trabajo.
Yo gano el dinero y me llevo los aplausos, atiendo a la prensa, viajo por el mundo, brillo bajo los focos, aoy una súper woman, y su trabajo en cambio es invisible. Dejó su restaurante de pupusas y vive muy lejos de sus hijos mayores, sus hermanas, sus amigas y amigos de toda la vida. Él me dice que vive fuera de su país desde los 14 años y que está acostumbrado a cambiar de roles y a cambiar de escenarios.
Le miro y pienso, esto es amor del bueno, esto es amor compañero. Porque sin él no podría ser madre, escritora, profesora, bloggera, youtuber, instagrammer, administrativa, manager de mí misma, etc. Lo veo tan claro, que a veces me asusto, porque me siento demasiado afortunada.
Formamos un buen equipo: estamos tratando de criar a Gael con amor, de cuidarnos mutuamente, y de poner en práctica las herramientas del Contrato Amoroso para disfrutarlo, y para que nuestro proyecto vital nos dure.
Yo, desde el fondo de mi corazón, no puedo por menos que hacerle una declaración pública de amor: cómo no querer bestialmente a este tipo grandullón, alegre y solidario que me está apoyando y cuidando tanto para que yo pueda cumplir con mi sueño.
Gracias, amor, por estar conmigo haciendo la revolución amorosa del amor compañero.
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Coral Herrera Gómez