9 de febrero de 2025

Amar es Cuidar

 




El amor es como una plantita. Para que dé sus frutos tienes que arar la tierra, sembrar las semillas, regar la plantita y cuidarla mucho. Sobre todo en los días de tormenta, para que no la destroce el viento, la lluvia y el granizo, y para que no la alcancen los rayos. El amor hay que cultivarlo día a día, y para que brote, crezca, floreza y dé sus frutos, hay que dedicarle tiempo y energía.


Creemos que el amor viene desde fuera, nos arrasa con su locura, y nos cambia mágicamente la vida. Pero en realidad, el amor surge en nuestro interior, y está vivo: puede crecer, puede multiplicarse, puede evolucionar, puede pasar por diferentes etapas, puede dañarse, decrecer, y también puede acabarse. 


Su duración depende de cómo cuidemos el amor, y de cómo cuida la otra persona la relación. 


El amor es como una hoguera que hay que alimentar si queremos disfrutar del calor y del espectáculo de danza que nos ofrecen las llamas. Hay que mover la leña, nutrirla con ramitas, palos y troncos, soplar y acunar el fuego, y hay que protegerlo también de las tormentas. Y tenemos que hacerlo en equipo: la hoguera se extingue si solo la cuida una persona.


El amor es un trabajo de cuidados. Para que surja la llama del amor hay que trabajar primero en el proceso de cortejo, que lleva su tiempo y requiere de mucha energía. Nos exhibimos, desplegamos todas nuestras artes y nuestros encantos, cantamos, bailamos, contamos historias, hacemos reír al otro, le rompemos los esquemas, le mostramos nuestras habilidades y conocimientos para derretir su corazón y envolverlo en la pasión. 


Sí, empleamos mucha energía en seducir y enamorar, y nos esforzamos en ofrecer nuestra mejor versión. Damos lo mejor que tenemos y exprimimos nuestra imaginación para sorprender y agradar a la otra persona. 


Cuando estamos en el proceso de cortejo nos comportamos de una forma muy generosa y muy amorosa. Cocinamos para nuestro amor, le hacemos invitaciones y tenemos detalles lindos, y le hacemos demostraciones de lo mucho que nos importa. 


Cuando nos enamoramos, sabemos que nuestro amado o amada está evaluando si somos buena gente, si somos aptos o aptas para ser una buena pareja, si hay compatibilidad y condiciones para disfrutar del sexo y del amor. Nosotras también analizamos y evaluamos si el otro o la otra es buena persona, y si se puede confiar en ella. 


Cuando el cortejo funciona a las mil maravillas y hay reciprocidad, empezamos la relación con mucha energía y mucha alegría: los inicios son siempre maravillosos, y los amantes se vuelcan con pasión en la construcción de la relación. 


Cuanto más cuidamos al otro, más dura la primavera. Suenan los violines, salen las flores, cantan los pajaritos… empezar una relación es una de las experiencias más bonitas de la vida cuando nos sentimos correspondidas.


Después de la fase de alucinación psicotrópica que nos posee durante el enamoramiento, empieza el amor. Cuando la pasión sexual empieza a disminuir en intensidad, después de unas semanas o meses, es cuando aterrizamos en la realidad y empezamos a conversar en profundidad, y a conocernos de verdad. 


Es una etapa muy bonita, que requiere también de muchos cuidados, y mucha capacidad para comunicarse. Porque es cuando vamos a sentar las bases de la relación que queremos.


Generalmente las parejas al empezar hablan mucho sobre qué es el amor, y cómo entiende cada cual la pareja, y cómo han sido las relaciones con otras personas en el pasado. 


Después empezamos a charlar sobre cómo nos estamos sintiendo ahora que estamos en pleno romance, qué somos tú y yo, qué tipo de relación queremos, cómo vamos a cuidar nuestra salud sexual para gozar juntos, cuándo nos vamos a ver, qué espacios vamos a compartir, cómo vamos a cuidar la relación para que podamos disfrutarla por igual, qué necesitamos cada uno… 


En estas negociaciones se habla del amor, del disfrute y del placer, pero también hay que tener conversaciones incómodas, porque vamos buscando claridad, y porque las mujeres nos jugamos mucho en las relaciones


Uno de nuestros deberes es cuidarnos a nosotras mismas cuando nos enamoramos, y uno de los mayores actos de Autocuidado es establecer las líneas rojas y las cuestiones que son innegociables. 


Por ejemplo, los derechos humanos fundamentales. Es el momento en el que tenemos que defender nuestro derecho a la intimidad, a la libertad de movimientos, a tener nuestros amigos y amigas propias, a tener nuestras pasiones y aficiones… 


Es fácil cuando ambos miembros respetan a su pareja y confían en ella, pero no tanto cuando uno o los dos miembros de la pareja sienten deseos o necesidad de reprimir la libertad y los derechos de la otra persona. 


Puede ser por miedo, por egoísmo o por machismo y patriarcado: hay parejas que elaboran todo un sistema de normas y prohibiciones porque creen que su pareja pasa a ser un objeto de su propiedad y porque creen que amar es renunciar a todo. 


Las mujeres heterosexuales caemos a menudo en el engaño de creer que esas normas y prohibiciones son para las dos personas, y que la relación en la que estamos es una relación monógama.


Afortunadamente cada vez más mujeres toman conciencia sobre la estafa del mito romántico y lo importante que es cuidarse y amar con los pies en la tierra. Para poder amar en igualdad y en Libertad, hay que sentarse a negociar el Contrato Amoroso con la pareja.


En estas negociaciones defendemos nuestra libertad y nuestros derechos, y exigimos a nuestras parejas una relación de amor compañero, libre de abusos, explotación y sufrimiento. 

 

La magia del amor surge precisamente cuando nos volcamos en la elaboración de los pactos de cuidados. Quererse bien es un trabajo. Se parece a la construcción de una casa: para que dure tiene que tener buenos cimientos. Si no está bien anclada al suelo, puede salir volando con el primer huracán.  


Hay parejas que prefieren “dejarse llevar” por el romanticismo, pero lo cierto es que hablar en profundidad con tu pareja y construir la relación de un modo consciente y activo te evita muchos malentendidos y muchas broncas.


Hoy en día el motivo que lleva a la mayor parte de las mujeres a divorciarse es la explotación doméstica que sufren en sus relaciones. Las mujeres al emparejarnos perdemos muchas horas de tiempo libre y mucha energía, así que ya sabemos lo importante que es trabajar en la construcción de una relación si no queremos que los hombres nos traten como si fuéramos sus sirvientas.


Conversar y llegar a acuerdos es muy útil para ponerle límites al machismo y para dejar claro que tu autonomía, tus derechos y libertad no son negociables, y que las tareas de cuidados deben ser compartidas. 


Hablar nos permite saber si somos compatibles, si estamos en el mismo momento, si ambos tenemos ideas parecidas sobre el amor y la pareja, si hay condiciones para quererse bien. 


Amar es cuidar. No siempre los cuidados se dan y se reciben con amor, es cierto. Pero cuando amas a alguien con toda tu alma, cuidas la relación, te cuidas a ti misma, y cuidas a la otra persona.


La propuesta de la Revolución Amorosa es poner los cuidados en el centro de las relaciones. 


Y esto significa que cuando las cosas no van bien, o cuando estamos pasando por momentos difíciles, podemos contar con la otra persona. Es el apoyo mutuo y la solidaridad lo que une a las parejas: las que disfrutan de verdad del amor son las que forman equipo. 


Poner en el centro los cuidados significa que nuestra relación va a estar basada en los buenos tratos, la ternura y el compañerismo, también cuando haya conflictos, y mientras duren las crisis de pareja.


¿Y cómo cuidarse cuando hay problemas? Podemos cuidar nuestras palabras para evitar hacer daño a la otra persona, podemos cuidar nuestras emociones para que la ira o la rabia no hagan sufrir a la otra persona. 


Podemos hacer autocrítica amorosa en pareja evitando los malos tratos, y la violencia verbal, psicológica y emocional. Podemos hablar mucho para reparar el daño y para encontrar soluciones. 


Poner en el centro los cuidados significa trabajar para ser mejor persona y para que la relación mejore también. Significa tomar conciencia de cómo nos relacionamos, aprender cada día, saber reconocer los errores, analizar qué se puede mejorar, hacer cambios… para que una relación dure hay que alimentarla y cuidarla, desde el principio hasta el final. 


Porque también al final hay que cuidarse mucho: el amor no es una guerra. Hay que separarse con cariño y tratando de no hacernos daño, de hacer las cosas bien, de repartir de un modo justo las pertenencias en común. 


Hay que cuidar también a los demás a nuestro alrededor, porque cuando nos separamos no solo sufre la pareja, también los hijos e hijas, padres y madres, amigos y amigas lo pasan fatal. Así que hay que intentar que la separación sea lo más amorosa posible, y cuidarse mutuamente hasta el final.


A veces también hay que cuidarse más allá del final si se comparten hijos e hijas.


Son más bonitos los finales felices que los finales dramáticos. 


Y los duelos son más llevaderos. 


No es fácil pelearse con amor, y no es fácil separarse con amor. Pero lo cierto es que se sufre menos cuando las dos personas nos relacionamos desde la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados.


Conclusión


Amar es un trabajo de cuidados y aprendizaje constante. Estar en una relación es estar siempre aprendiendo a ser mejor persona, a dar y recibir amor, a cuidar de ti misma y a cuidar a la otra.


Los cuidados deben ser siempre mutuos y compartidos: solo así se puede construir una relación de amor del bueno. 


Coral Herrera Gómez






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