Cuando fui a España me emocionó mucho ver grupos de niñas jugando en los parques, grupos de chicas adolescentes riendo y paseando con tanta libertad por la calle, grupos de mujeres enfiestadas moviendose de un bar a otro, cantando a grito pelado, borrachas y felices de celebrar juntas la vida.
Acá en Centroamérica y en México millones de niñas y adolescentes viven encerradas en sus casas, sobre todo en sectores populares, sin poder jugar, ni salir con las amigas, ni echarse novio o novia. Solo pueden ir a misa con sus madres y rezar para que no les pase nada.
Los peligros para ellas son múltiples: que se queden embarazadas de sus novios (casi ninguna tiene acceso a educación sexual ni a anticonceptivos, por eso les prohíben tener novios), que las secuestren y las esclavicen para trata (se las llevan a Europa y despues de explotarlas las matan), que las capten las pandillas o las maras y tengan que someterse a los líderes y a las violaciones en grupo. Para ellas ir a la escuela es un peligro: en algunos sitios cuando acaban las clases tienen que agarrarse las unas a las otras para que no se las lleven hombres armados que van a cazarlas.
Sin embargo, quedarse en casa también es un peligro: la mayor parte de los violadores de niñas son sus padres, padrastros, hermanos, tios, o abuelos. Si se quedan embarazadas, las echan de casa. Si tratan de abortar, pueden morir, enfermar, o ir a la cárcel.
Esta es la realidad de las niñas y las jóvenes en muchas partes de América Latina: no pueden estudiar, no pueden trabajar, no pueden viajar, no pueden salir a bailar, no pueden tener amigas. Todas están en peligro: sus vidas no valen nada. Nadie las protege, las instituciones miran otro lado, la prensa las culpabiliza.
Esto es una guerra total del Estado, los jueces, los policías, los médicos, los periodistas, los traficantes y proxenetas, las maras, los familiares y los curas contra las niñas y las jóvenes. Es una guerra en la que las victimas van sin armas y sin conocimientos de autodefensa: si se les ocurre organizarse para protestar contra la violencia que sufren, las queman vivas como pasó hace un mes en Guatemala.
Esta es la razón por la cual me dan ganas de llorar cada vez que oigo a alguien decir que ya no hay machismo, que las mujeres ya somos libres y tenemos los mismos derechos que los hombres, y que no hace falta feminismo.
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