Hoy mi corazón está con todas las mujeres que viven atrapadas sin poder divorciarse porque el precio de la vivienda ha convertido el derecho al divorcio en un lujo al alcance de muy pocas parejas.
¿Os habéis parado a pensar en el infierno que es tener que vivir con alguien que no te quiere, que no te cuida, o que no te trata bien? Algunas parejas rotas conviven en paz, otras en cambio están viviendo un auténtico infierno.
Y en esos infiernos, las que peor lo pasan son las mujeres que están sufriendo violencia psicológica, emocional y física por parte de sus parejas, y no pueden huir.
La mayoría de las mujeres atrapadas creen que han tenido mala suerte, pero en realidad es un problema colectivo, porque les pasa a muchísimas, y se está agravando casa vez más: las mujeres no tenemos derecho a techo ni derecho a separarnos, porque los salarios no sirven para pagar una casa.
No importa que la ley nos reconozca ambos derechos, la realidad es que la gran mayoría no tenemos autonomía económica para vivir solas, o con nuestras crías.
Esto significa que una vez que nos emparejamos, las mujeres quedamos atrapadas de por vida. Los hombres lo tienen mucho más fácil para separarse, en cambio para muchas mujeres la precariedad y la pobreza las condena a vivir como sirvientas de los hombres.
Este drama es mucho más grave en las grandes ciudades, llenas de casas vacías destinadas a los turistas, donde encontrar una casa para alquilar o comprar se está convirtiendo en una odisea.
Pienso no solo en las parejas que necesitan separarse como sea,
También en la gente joven que no puede independizarse ni formar su propio proyecto de vida,
en las familias numerosas que viven hacinadas en casas pequeñas,
en las niñas y adolescentes obligadas a compartir techo con varios hombres adultos,
y en las madres que tienen que dejarlas solas con ellos porque tienen que irse a trabajar, angustiadas.
Pienso en los políticos que se dedican a prometer en campaña que frenarán la especulación inmobiliaria, que se enfrentarán a los fondos buitre, que evitarán la gentrificación de las ciudades, que impedirán que el turismo nos eche de nuestros barrios, que acabarán con los desahucios, que pondrán límites al precio de los alquileres, que nos protegerán de la avaricia y la maldad de los banqueros y los grandes propietarios.
Y frente a estas falsas promesas, la realidad es que la mitad de las personas que viven de alquiler en España están en riesgo de pobreza y de exclusión social, y que la gran mayoría son mujeres con hijas e hijos.
Y pensando en esta tragedia, mi corazón está también en la gente que se junta y se organiza para defender los barrios, para parar los desahucios, para hacer más humanas las ciudades.
Y en las mujeres que luchan por el derecho al divorcio, y se organizan para ayudar a escapar a mujeres y niñas que sufren violencia en sus hogares.
Allá donde haya mujeres luchando por los derechos de todas, hay esperanza.
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