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24 de septiembre de 2010

El miedo masculino a la potencia sexual femenina





Entre 1970 y 1988, William Hartmann, del Centro para Problemas Maritales y Sexuales, en California, monitorizó el orgasmo de 469 mujeres y 289 hombres voluntarios. El mayor número de orgasmos en una hora fue de 134 para la mujer y 16 para el hombre.



El miedo de los hombres a la potencia arrasadora de la sexualidad femenina ha sido uno de los grandes motivos para encerrar a las mujeres en el ámbito doméstico, para cubrir sus cuerpos (desde el velo hasta el burka), para mutilarlos (dos millones de niñas al año son castradas a manos de sus familiares) y para estigmatizarnos como seres más próximos a la animalidad y la irracionalidad que a la cultura y la civilización humana.

 La mayor parte de los monstruos femeninos de las culturas patriarcales son seres eróticos, voraces, insaciables sexualmente, apasionados, crueles hasta el extremo. Las Gorgonas, las Harpías, las Erinias, las Amazonas, las Sirenas, la Esfinge, las Succubus, Medusa, las Lamias, las Centaurides, las Empusas, Artemisa, Afrodita…. 





Otras diosas monstruosas fueron: Andras, un Espectro Bisexual; Astartea, el Ángel del Infierno; Gomory, la Maestra del Sexo; Is Dahut, la Amante Insaciable; Perséfone, la Reina del Inframundo; Zalir, la Lesbiana, Zemunín, la Prostituta.

Otras mujeres malas (malas porque se sienten libres y actúan como quieren) son Lilith (para la cultura hebrea) y Eva (para la cristiana), porque con su curiosidad corrompen la bondad del hombre.


Lilith es considerada la primera esposa de Adán en la literatura rabínica. En las leyendas populares hebreas es el espíritu del mal y la destrucción, el demonio animal con rostro de mujer. Dios no la creó a partir de la costilla del primer hombre, sino de “inmundicia y sedimento”. Según Erika Bornay (1998), Lilith y Adán nunca encontraron la paz, principalmente porque Lilith, no queriendo renunciar a su igualdad, discutía con su compañero sobre el modo y la forma de realizar su unión carnal.

Lilith consideraba ofensiva la postura recostada que él exigía. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti?”, preguntaba, “yo también fui hecha de polvo, y por consiguiente, soy tu igual”. Como Adán trató de obligarla por la fuerza, Lilith, airada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó en el aire y lo abandonó. La diablesa huyó del Edén para siempre y se fue a vivir a la región del aire “donde se unió al mayor de los demonios y engendró con él toda una estirpe de diablos”.



Las religiones monoteístas, en general, están obsesionadas con el deseo de la mujer. Su principal objetivo es controlar el erotismo femenino y reducirlo a la tarea de la reproducción. Según Erika Bornay, los penitenciales medievales revelan que el acto carnal entre un hombre y una mujer no unidos en santo matrimonio era considerado más grave que el asesinato:

“El continuo apelar a la abstinencia, esta insistencia  la maldad intrínseca del goce sexual, este desprecio sin paliativos por la carne necesitó de la figura de un “impulsor”, un culpable, un ser proclive al pecado, que no fuera aquel hombre creado a “semejanza de Dios”. Se necesitaba de “otro” que por la lógica de estas filosofías patrísticas, iba a ser otra: Eva, la Mujer. Es en ella en quien los padres de la Iglesia encarnarán todas las tentaciones del mundo terrenal, el sexo y el demonio. Y ello pese a que en el Antiguo Testamento el hombre reconoce a la mujer como su igual”.



La moral patriarcal ha dividido a las mujeres en dos grupos: las seductoras, que destacan por su erotismo y sexualidad; sus artes sensuales sirven para desorientar y manipular a los hombres, que tienen que huir de ellas para no sentirse dominados. Y por otro lado están las discretas, que aparentan no sentir deseo alguno. Las primeras son malas porque son promiscuas, y porque no son sumisas a la autoridad masculina, ni se sienten objeto perteneciente a ningún dueño. Las segundas son las madres y las esposas, esas mujeres complacientes y bondadosas que tienen sexo solo por complacer a sus maridos, no porque lo deseen por ellas mismas.

Esta idea implica que su cuerpo, de algún modo, no es suyo, sino del hombre con el que se casa, del cura que la confiesa, del médico que la explora, del gobernador que ejecuta las leyes, de los parlamentarios que las aprueban. Su cuerpo reproductor es un bien social, por eso la maternidad se contempla como algo obligatorio, natural y necesario para las mujeres. 

Ya sabemos que a las mujeres que han elegido un camino distinto haciendo ejercicio de su libertad les ha tocado morir torturadas, asesinadas, y quemadas en la hoguera. La figura de la bruja, la vampiresa, la loba, la hiena, ha sido común para representar a las mujeres con deseo sexual, y forma parte de las pesadillas del imaginario masculino la mujer a la que ningún hombre sacia. 


En nuestra cultura, las mujeres que han disfrutado de su cuerpo y su sexualidad han sido siempre estigmatizadas socialmente como malas mujeres, mujeres de vida alegre, mujeres de la calle, putas o ninfómanas. En definitiva, las mujeres que se apartan de sus estereotipos y roles de género, y su función reproductora, son penalizadas socialmente por ello, y esto ha sido así durante muchos siglos.

Por eso han tenido que recurrir siempre a cómplices y ayudantes para poder vivir su sexualidad al margen de la moral patriarcal. En el caso de las lesbianas, el ambiente doméstico propició de alguna manera que las mujeres pudieran compartir placeres y cariño sin la represión masculina, aunque siempre en la clandestinidad. 



En el caso de las heterosexuales, son las alcahuetas, celestinas, criadas… las que ayudaban a las mujeres recluidas en su casa destinadas a un matrimonio de conveniencia. Ellas facilitaban los acercamientos masculinos, el establecimiento de las citas clandestinas, el reparamiento de virgos antes de las bodas, el adulterio sostenido de las casadas. Y es que la hipocresía cristiana y burguesa daba por sentado que las mujeres no tenían deseos propios y que su deber era guardarse del deseo masculino, siempre potente y desbocado.





El clítoris fue descubierto en el siglo XVI y redescubierto por la sexología a finales del XIX. El orgasmo múltiple en el XX. Cuando digo “fue descubierto” me refiero a que lo descubrió la Ciencia, que hasta entonces había sido exclusivamente cosa de hombres. Nosotras ya sabíamos lo del clítoris y también conocíamos los orgasmos múltiples sin que ningún especialista nos tuviera que decir nada. Pero para la opinión pública supuso un escándalo constatar no sólo que la sexualidad femenina no es inferior ni más débil que la masculina, sino probablemente más placentera que la masculina porque la mujer no se descarga y muere, sino que es capaz de perderse en las cimas del placer sin descender de ellas durante mucho tiempo.

En el caso de los hombres, el orgasmo es esencial para la inseminación: las embestidas empujan los espermatozoides dentro de la vagina. El óvulo de la mujer, sin embargo, es expulsado naturalmente por el ovario una vez al mes, independientemente de su respuesta sexual; esto es lo que hace incomprensible la función del orgasmo múltiple para los científicos. 





















Según Helen Fisher (2007), una de las causas del orgasmo femenino radica en el placer que siente la mujer: “para la mujer el orgasmo es un viaje, un estado alterado de conciencia, una realidad diferente que la eleva por una espiral que llega hasta el caos, y que luego le proporciona sensaciones de calma, ternura, y cariño que tienden a cimentar la relación con el compañero”. 

Otros autores inciden en la idea de que el orgasmo sacia a la mujer, y eso la induce a permanecer acostada, lo que impide que la esperma escape del canal vaginal.  El antropólogo Donald Symons piensa que, al no tener el orgasmo femenino una utilidad directa en la concepción, es un fenómeno anatómico y fisiológico innecesario que ha subsistido a la evolución femenina solo por su importancia para los hombres. Como el orgasmo es señal de haber llegado a la máxima satisfacción, a los hombres les gusta que la mujer lo experimente porque es la prueba de la gratificación de su compañera, y tal vez porque suponen que de ese modo tenderá menos a buscar aventuras sexuales.

Desde esta óptica (poco afortunada a mi entender), el orgasmo femenino sirve o existe para alimentar el Ego del macho y lo prueba el hecho de que muchas fingen tenerlo para no herir a su compañero. Catharine MacKinnon, por ejemplo, ve en la “simulación del orgasmo” una demostración ejemplar del poder masculino de conformar la interacción entre los sexos de acuerdo con la visión de los hombres, que esperan del orgasmo femenino una prueba de su virilidad y el placer asegurado por esta forma suprema de sumisión.

Como el placer femenino no ha de ser retenido, ni cae en picado como sucede en la eyaculación, la mujer que disfruta está siempre en el cénit, navegando por las cumbres del éxtasis. Es, en este sentido, un placer desordenado, sin principio ni fin: “En su erupción voluptuosa, el cuerpo femenino es desobediencia civil a la anatomía impuesta; induce metafóricamente una nueva socialidad, un nuevo exceso; y demuestra lo siguiente, que lo genital y sus placeres localizados son una limitación a la que un día, hace poco, obligamos al cuerpo”. (Pascal Bruckner, 1977)

La sexualidad femenina confunde al hombre, según este autor, porque constituye, aun hoy en día, un tipo de sexualidad diferente a la suya, un mundo, pues desconocido y temible. El hombre nunca puede estar seguro de si su aparato sexual va a funcionar como es debido, si después de una erección podrá lograr otra. 

A veces se encuentra atrapado en su propio falo mientras el placer de la mujer se expande en el tiempo y el espacio: “En los orgasmos de las mujeres habitan unos universos increíbles de los que nos enamoramos locamente a pesar de su distancia insuperable. Aun cuando los gestos de la amada parecen dirigidos y dedicados a nosotros, siguen expresando las oscuras regiones que nos excluyen”. (Bruckner, 1977)






Las mujeres deben orientar y definir su erotismo de acuerdo con las normas dominantes y simultáneamente, con las específicas de su género. Las mujeres tienen así, según Marcela Lagarde, una doble asignación erótica: tienen deberes, límites, y prohibiciones, por ser miembros de una determinada cultura, y otros específicos por ser mujeres.

Una de las razones por las que existen entre 85 y 114 millones de niñas y mujeres mutiladas en el planeta es porque se piensa que sin capacidad para tener orgasmo, serán mujeres fieles a sus maridos. Si se mutilan masivamente es porque se sabe que todas las mujeres tienen una sexualidad tan “fuerte” o mayor que la del hombre, y por eso se trata de eliminarla. Porque se entiende el cuerpo femenino como para ser usado por un hombre, no para ser disfrutado por la propia mujer. Y también porque se entiende que la sexualidad femenina ha de ser controlada, constreñida, arrancada, para que no se desparrame y provoque el caos social y económico. El fantasma de la promiscuidad femenina sigue planenado en nuestra cultura como un peligro que atenta contra la inocencia de los niños y niñas, la estabilidad de las familias, el orden de las cosas.

Otro asunto es la promiscuidad masculina, inevitable ante la naturaleza del macho que necesita esparcir sus millones de espermatozoides por doquier. De ahí la doble moral sexual, que entiende que en ellos es un pecadillo perdonable, y en ellas una monstruosidad aberrante.


Coral Herrera Gómez






Bibliografia


1)    Barash, David P y Lipton, Judith Eve: “El mito de la monogamia”, siglo XXI, Madrid, 2003.
2)    Bornay, Erika: “Las hijas de Lilith”, Ensayos Arte Cátedra, Madrid, 1998
3)    Bourdieu, Pierre: “La dominación masculina”, Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 2000.
4)    Bruckner, Pascal, y Finkielkraut, Alain: “El nuevo desorden amoroso”, Anagrama, Barcelona, 1979.
5)    Fisher, Helen: “El primer sexo”, Taurus, Madrid, 2000.
6)    Yela García, Carlos: “El amor desde la psicología social. Ni tan libres, ni tan racionales”, Ediciones Pirámide, Madrid, 2002.


Otros artículos de la autora: 



¿Están los hombres en crisis?


EL AMOR, UTOPÍA EMOCIONAL





18 de septiembre de 2010

Manifiesto de los Amores Queer







1. El Amor Queer es un proceso a disfrutar, no una meta a la que llegar.

2. Los amores Queer reniegan de las tradicionales historias de amor que venden promesas de eternidad y felicidad, y proponen acabar con la exclusividad sobre los penes, los coños y los corazones de otras personas.

3. Los y las amantes queer rechazan la tiranía del orgasmo y expanden el erotismo al cuerpo entero, sin quedarse estancados en los genitales, potenciando la sensibilidad de todas las partes, descubriendo nuevos caminos en el sexo más allá de la gimnasia pornográfica tradicional.

4. Los amores queer no comparten los anhelos de eternidad ni el trauma del divorcio, porque disfrutan de las historias hasta que se acaban, felices de haberlas sentido y sin sensación de haber perdido nada "para siempre".

5. A los amantes Queer les asquea el infierno de la convivencia forzada,y reniegan la idealización y la desilusión constante de la pareja tradicional. No desean seguir el modelo monogámico, reproductivo y heterosexual que nos imponen las industrias culturales a través de los relatos.

Por eso los amantes queer no sufren la frustración que crea el amor romántico y les encanta disfrutar de la vida, el sexo y las emociones con la gente de carne y hueso.



6. El Amor Queer aboga por las relaciones basadas en la libertad y las ganas de compartir, por la autonomía de los enamorad@s, y la ruptura con la tradicional división de roles que reparten las tareas de un modo desigual y abusivo.

7. Todas las personas tienen derecho a vivir sus performances de amor creados entre dos o más personas para vivir una ilusión ficticia a través del cuerpo y el sexo. También pueden vivir amores virtuales, imposibles, platónicos, a la edad que quieran y con quien les de la gana, pasando del realismo.

8.Los amores Queer abogan por una sociedad donde el erotismo se libere de la represión emocional y física de los cuerpos, y donde tod@s puedan relacionarse en libertad y del modo en que les venga en gana. Por eso cada amor queer es diferente; hay tantos como gente desviada de la normalidad hetero,  homofóbica y misógina.


9. Los amantes Queer son gente de las periferias, pero no excluyen a nadie. El movimiento Queer incluye a hombres, mujeres, personas intersexuales, transexuales travestid@s, maricas bolleras, prostitutas, chaperos, negr@s, latin@s, gente de todas las edades y clases socioeconómicas, de todos los gustos, de todas las razas y religiones, sin discriminacíón por etiquetas.



10. El Amor Queer es bisex, trisex, y se extiende hasta el infinito. No categoriza la orientación sexual tradicional (homo, hetero, bisexual) porque no entiende las relaciones como solo "cosa de dos", ni tampoco divide a la Humanidad en dos géneros opuestos (mujeres, hombres) con la cantidad de grados de intensidad que tienen las identidades posmodernas, y la cantidad de máscaras y performances teatrales que somos capaces de llevar a cabo en un mismo día.

11. Los amores Queer incluyen también a la gente asexual, a los y las solitarias, a los y las promiscuas,a los adictos y a los inapetentes, a l@s frikies, los raros y las raras, a las minorías de cualquier tipo, y a todo aquel o aquella que tenga curiosidad por ampliar horizontes en su mente, su cuerpo, su sexo.

12 El Amor Queer no excluye al sexo del sentimiento, ni al sentimiento del sexo. Las relaciones queer no dividen a la población entre la gente con la que se folla y con la que un@ se enamora, porque todo el mundo es follable y amable.

Los amantes queer asumen sus contradicciones y no distinguen entre cuerpo y alma, mente y emoción, sino que lo viven como un todo, aceptando y enriqueciéndose con la complejidad de los sentimientos y el deseo humano.

13 El Amor Queer explora en las relaciones de poder llevándolas al juego sexual, y liberándolas de las categorías binarias sumsión-dominación fuera de él. Las relaciones queer pretenden ser igualitarias porque nadie será superior cuando desaparezcan las clasificaciones discriminatorias.




14 Los amores Queer rechazan la necesidad como base de una relación amorosa y denuncian la dependencia mutua (emocional y económica) que sostiene el sistema amoroso patriarcal. Es más bonito amar desde el deseo y la libertad que desde el contrato monogámico y exclusivista.



15 El Amor Queer cree que ninguna institución (ni la Iglesia, ni Hacienda, ni el Estado) debe seguir teniendo poder sobre la vida intima de las personas, sobre sus relaciones sexuales y amorosas, sobre su vida reproductiva. L@s amantes no necesitan bendiciones, sino libertad para ir y venir, amar y compartir, sin ataduras que conviertan el compromiso en una prisión.

16 Los queers no discriminan a nadie por su altura o su pequeñez, por su delgadez o su obesidad, ni por sus arrugas, sus imperfecciones, sus deformaciones; el amor queer se libera de la tiranía de la belleza y el fascismo del culto al cuerpo.

17 El Amor Queer denuncia la hipocresía del romanticismo burgués en torno a la fidelidad femenina y la promiscuidad masculina, el adulterio y la prostitución como vía de escape al aburrimiento del matrimonio.

18 Las relaciones sexuales y afectivas deben alejarse del egoísmo intrínseco al sistema capitalista y democrático, basado en el deseo de posesión de cuerpos y mentes ajenas. Las personas tenemos que liberarnos de la fidelidad como exigencia para vivir una aventura amorosa con alguien, y dejar de considerar a los demás como objetos hechos para nuestro disfrute.




19 Los amores queer son dinámicos, están vivos, en continuo movimento. Y no por ello sus sentimientos son menos profundos, sino más auténticos, porque no están sujetos a tabúes, prohibiciones, normas rígidas.

Los amores queer se alejan de la mentira y la traición, de la culpabildad y la represíón, porque no las necesitan para relacionarse con gente libre.

20 Los amores queer no necesitan, tampoco, las estructuras amorosas tradicionales. Trabajan en crear nuevas estructuras más abiertas y flexibles, donde la gente se dedique más a  gozar y menos a soñar. La aventura de inventar  formas nuevas es excitantemente queer, porque cada uno se crea las suyas con quien quiere.

Los amores Queer se retroalimentan a sí mismos, no mueren, porque no se concentran, sino que se dispersan y se multiplican. No se destruyen, sino que se regeneran a sí mismos, creando redes, aunando químicas, insaciablemente.




Coral Herrera Gómez

Presentación en imágenes: 









16 de septiembre de 2010

Amor y desigualdad laboral



El amor romántico y la desigualdad de género en el empleo

¿Por qué las mujeres se habituaron a sacrificar su vida personal, su formación y estudios y su desarrollo profesional por amor a un hombre?, ¿cómo han asumido mujeres y hombres la división artificial de sus tareas y actividades como algo natural?, ¿qué cuentos nos cuentan cuando somos pequeñas para que creamos que hay labores que sólo pueden ser desempeñadas por hombres?, ¿por qué las tareas domésticas y la reproducción son actividades consideradas femeninas,  sin remuneración (o con unos salarios y unas condiciones laborales precarias), sin prestigio ni reconocimiento social?, ¿por qué, en cambio, cuando un hombre cose o se pone el delantal gana millones de euros?.

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13 de septiembre de 2010

El Mito del Matrimonio por amor





“El matrimonio es la tumba del amor salvaje” 
Benedetto Croce.



El siglo XIX puso de moda el matrimonio. Hasta entonces, casarse era una práctica exclusiva de las clases poderosas, que teniendo patrimonio, necesitaban legalizar un contrato económico entre dos familias que se unen a través de sus futuros descendientes. El matrimonio ha sido, tradicionalmente, una institución basada en el intercambio genético y la actividad reproductiva, y también en el intercambio de bienes y propiedades del patrimonio familiar.

Los matrimonios, eran, pues, cosa de reyes y reinas, condes y condesas, marquesas y marqueses, vizcondes, etc. Eran actos públicos que tenían normalmente unas consecuencias políticas relevantes para los Estados y para la vida cotidiana de sus ciudadanos. 

Mediante estos enlaces nupciales se configuraban y desconfiguraban los reinos, se cambiaban los mapas de la época, y se lidiaban los asuntos políticos de los gobernantes de cada país. Ahora que los países ya no son propiedad de los monarcas, las bodas reales siguen manteniendo sin embargo su poder simbólico, porque su visionado por televisión sigue vendiendonos un modelo de pareja muy concreto, heterosexual, mongámico e idealizado, manteniendo los sueños de mujeres que quieren ser princesas.


Y lo curioso es que desde sus inicios, y hasta el Romanticismo, amor y matrimonio no tenían nada que ver. El amor no ha sido nunca un requisito para la firma del contrato entre dos familias. De hecho, muchos autores defienden la idea de que el amor ha sido siempre un fenómeno extramatrimonial, es decir, de carácter adúltero; un ejemplo de ello es el amor cortés, del que aún conservamos restos en nuestra cultura amatoria.

En el matrimonio, las cuestiones económicas iban por un lado, y las cuestiones amorosas por otro. Ha sido así a lo largo de los tiempos hasta que cambió la tendencia; en la actualidad la mayor parte de las parejas se unen por amor (en España, por ejemplo, el amor es citado en las encuestas como principal motivo para unirse legalmente a alguien).


Los primeros intentos de institucionalizar el matrimonio tuvieron lugar en Europa alrededor del siglo XII, en el seno de la religión cristiana. Según Amando de Miguel (1998), la poligamia comenzó a perder aceptación en el siglo VIII, y la monogamia fue abriéndose camino poco a poco, especialmente en la mayoría de las comunidades judías (excepto la española).

Por otro lado, la práctica del concubinato era muy común en el mundo Mediterráneo; tan común que no es raro encontrar verdaderos contratos de concubinato en los registros notariales de la Baja Edad Media, según Leah Otis-Cour (2000). En Italia toda una generación de juristas de Ferrara defendió su legitimidad, pero en Francia, Alemania e Inglaterra los tribunales eclesiásticos procesaban a los hombres que vivían en concubinato; muchos de estos casos acababan en matrimonio.

Según Otis-Cour (2000), en el Norte de Europa la mayoría de las relaciones de concubinato parecen haber sido equiparables al matrimonio; era incluso habitual que los amantes compartiesen sus propiedades como cónyuges. Cuando había hijos, sin embargo, se podían casar para evitar su bastardía o ilegitimidad. Con el tiempo, el concubinato fue progresivamente degradado social y simbólicamente; el siglo XV fue una época de endurecimiento progresivo de las normas morales, tanto por parte de las autoridades eclesiásticas como los intelectuales y las autoridades civiles.

Fue alrededor de los siglos XII y XIII cuando se instituyó el matrimonio como un sacramento indisoluble. Ahí comenzó la lucha de la Iglesia cristiana contra el concubinato, la poligamia y el incesto: el clero quería evitar la endogamia de los poderosos, que se casaban entre sí creando grandes concentraciones de tierras y riqueza.

Además se intentó que las clases populares adoptaran las mismas costumbres que las clases altas, pero como hemos visto, a la gente en la Edad Media no le gustaba casarse y preferían  las relaciones que se adoptan libremente sin la mediación de ningún factor externo como el Estado o la Iglesia. Debido a las resistencias de la población , la Iglesia tuvo que ofrecer una razón convincente a los campesinos para que accedieran a regularizar su situación ante las autoridades religiosas, o al menos, una motivación que encubriera la necesidad de la Iglesia de tener presencia en todos los momentos importantes en la vida de las personas: nacimientos, uniones, entierros… 


La teoría legitimadora del sacramento matrimonial se basó en presentar el erotismo como pecado, condenando así la relación sexual fuera de la tarea reproductiva. Se hizo énfasis en el amor, que se erigió como factor importante entre los cónyuges. Dado que iban a permanecer toda su vida unidos trabajando la tierra, lo mejor era que lo hiciesen en armonía, llevándose bien, respetándose mutuamente, cuidándose el uno al otro. 


En el siglo XVIII, momento en el que la clase media adquirió protagonismo y aumentó en número, la nobleza y la burguesía acomodada no disimulaban en absoluto la conveniencia en el matrimonio. Eduard Fuchs, en su “Historia Ilustrada de la Moral sexual” (1911), aporta multitud de ejemplos que permiten documentar “cuán cínicamente se prescindía en todas partes del más mínimo disimulo ideológico, evitándose el uso de la palabra amor en la boda, prohibiéndose incluso en ocasiones, como cosa risible y pasada de moda. (…) En el caso de la mediana y pequeña burguesía no podemos hablar de un cinismo semejante. Aquí el carácter comercial del matrimonio está cargado de embellecimiento ideológico. El hombre decía cortejar durante mucho tiempo a una joven, hablar únicamente de amor, ganarse el respeto de la joven cuya mano solicitaba y debía ganar su amor demostrando cuán digno era de ella”.


Boda de Grace Kelly con Rainiero de Mónaco

Lady Di y el Príncipe Carlos de Inglaterra


  Así vemos como cuando no se puede por la fuerza es mejor utilizar medios más sutiles: seducir a la mujer mitificando el amor y la figura de la feliz casada. El segundo paso fue la sujeción legal y económica de la mujer al hombre por medio del matrimonio. Esta realidad afectó sobre todo a la burguesía, porque los campesinos seguían labrando juntos la tierra y porque no tenían patrimonio que legar a sus descendientes.

El tercer estadio, el momento clave, sucedió cuando el libre consentimiento se instituyó como la base del matrimonio: es entonces cuando el amor y el matrimonio quedaron firmemente unidos. Los contrayentes empezaron a elegir pareja, y los cabezas de familia dejaron de decidir sobre el destino de las vidas de sus hijas e hijos; los hombres y las mujeres empezaron a elegir por su grado de afinidad y sus sentimientos. Gracias a esta libertad se constituyó el mito del amor legalizado, que invisibiliza por fin la dimensión económica del matrimonio y lo hace una práctica más sentimental que contractual.


Es cierto que esta dimensión económica solo se tiene en cuenta cuando la gente se casa por amor con alguien de una clase social muy superior; entonces hay gente que emite sus sospechas. Si un hombre de clase social baja se une a una mujer de clase alta los rumores sociales suelen ser: “se casa por dinero”, “se casa por prestigio”, “vaya braguetazo ha dado”, etc. como sucede con el novio de la duquesa de Alba, con el que además de diferencia social y económica, se lleva más de treinta años. En el caso contrario, el ejemplo de la boda real del príncipe heredero español con una mujer de la clase trabajadora madrileña, muchos pueden pensar que él está enamorado, pero que ella es una mujer ambiciosa.


El amor posee una dimensión no sólo económica, sino también política: la gente se siente atraída y se enamora de la gente con poder y recursos. Es lógico en unas sociedades donde existe la propiedad privada, y donde la competición es la norma. Enamorarse de una persona con recursos, según los sociobiólogos, es una ventaja adaptativa que surge frente a la crueldad e injusticia de un sistema desigual en el que impera la ley del más fuerte.

La falta de autonomía femenina (a las mujeres burguesas no se les dejaba trabajar y los sueldos de las obreras han sido siempre inferiores a los de los varones) ha propiciado la dependencia económica de las mujeres en torno a sus padres o sus maridos. El matrimonio ha sido siempre, hasta la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, una forma de salvación porque ser elegida por un hombre implicaba tener asegurados los recursos para las mujeres y sus hijos e hijas.

Quedarse solterona era una desgracia que minaba la autoestima de una mujer, porque se la señalaba como fracasada, rara, víctima social o lesbiana. En la sociedad patriarcal, las “señoras” tienen más estatus que las mujeres solteras, y el anillo nupcial es un tesoro que los hombres patriarcales otorgaban a una mujer, pero no lo hacen con cualquiera ni a cualquier precio.


En las películas de Hollywood siempre se representa a los hombres como eternos furtivos, seres que huyen al galope del compromiso hasta que por su edad no les queda más remedio que asentar la cabeza junto a alguna mujer buena. Mientras, las mujeres buenas imponen el anillo como condición para estar juntos: “yo te doy mi virginidad, tú me das el anillo”. Es una tarea difícil (ablandar su corazón para que se deje querer y para que sepa valorar la ternura que ella le ofrece), pero en los happy end las heroínas lo logran con bondad, autosacrificio, discreción y sobre todo, lealtad.




Son muchos los relatos que nos han hecho creer que  
el día más importante en la vida de una mujer es el de su boda. Curiosamente, las mujeres casadas también se ilusionan con las bodas ajenas porque aunque su matrimonio no haya sido la panacea de la felicidad, siguen creyendo en el mito de que la mejor demostración de amor de un hombre es casarse con una mujer. De modo que las mujeres son más propensas a desencantarse con el matrimonio porque le ponen más expectativas que los hombres, que identifican menos las aventuras románticas con el compromiso nupcial.


La Reina Sofía y la Duquesa de Alba, ejemplos de novias felices y realizadas. 

Y sin embargo, a pesar de que el matrimonio aparece siempre como la máxima aspiración vital y profesional de las mujeres, creo que no se han estudiado a fondo las ventajas del matrimonio para los hombres, que obtienen, creo, muchas más que las mujeres. En el matrimonio tradicional, los hombres al casarse consiguen una asistenta doméstica que les cuida, que les da hijos, que les alimenta, que les viste, que les desnuda, que les espera en casa.


El problema radica precisamente en lo que cada uno espera del matrimonio. Ahora que las mujeres podemos trabajar y algunas pueden ser independientes económicamente, tener un hombre al lado ya no es suficiente razón para renunciar a la libertad de la soltería. Las mujeres dicen casarse por amor y desean una relación intensa, profunda y romántica, pese a lo imposible de mantener la pasión del inicio durante años. Cuando ésta decae por el paso del tiempo y la convivencia, existe una frustración que flota en el ambiente conyugal, un malestar al hacerse evidente que la armonía y la felicidad matrimonial son un cuento que nos han contado.
En la actualidad, son las mujeres las que interponen las demandas de divorcio, y son muchas las personas que vuelven a enamorarse de nuevo, y a casarse de nuevo, creyendo que por fin ha encontrado el amor eterno que no se agota ni decae. Esta utopía del matrimonio como fuente de felicidad es paradójica, porque todo el mundo conoce las cifras de divorcios y separaciones, pero no parece que desistamos en nuestra idea de encontrar a la media naranja, a la persona ideal, a la pareja perfecta que nos colme por completo y para siempre.


Según Denis de Rougemont (1976) la característica más peculiar del matrimonio en el siglo XX fue que trató de conciliar amor romántico con el matrimonio, cuando son conceptos contrarios entre sí, porque el amor pasional caduca y el matrimonio está concebido para durar para siempre. El matrimonio ofrece estabilidad, seguridad, una cotidianidad, una certeza de que la otra persona está dispuesta a compartir con nosotros su vida y su futuro. El amor pasional en cambio es un amor basado en la contingencia, el miedo a perder a la persona amada, el deseo de poseer lo inaccesible, el delirio arrebatado, el éxtasis místico, la experiencia extraordinaria que nos trastoca la rutina diaria. 



Es por esto que existe la crisis del matrimonio burgués, avalada por la cantidad de divorcios que se producen, según De Rougemont. Muchos depositan unas esperanzas pasionales en el amor domesticado que no casan con la realidad; a causa de estas expectativas surge la frustración. A los seres humanos nos cuesta resignarnos a la idea de que no se puede tener todo a la vez: seguridad y emoción, estabilidad y drama, euforia y rutina. Por eso creo que no hay crisis, sino al revés, que el matrimonio hoy es un acto masivo; incluso gays y lesbianas han querido sumarse a esta práctica. 

Pese a la idealización del matrimonio, éste es hoy en día un dispositivo más de consumo, un ritual sentimentalizado e idealizado que luego revela su verdadera dificultad, porque todas las relaciones humanas son dolorosas, difíciles, hermosas, rompibles, indestructibles, intensas, y complicadas.

Si además no somos seres perfectos, ¿cómo vamos a crear estructuras sentimentales perfectas?. El caso es que de utopías nos alimentamos….



BIBLIOGRAFÍA
1)     De Miguel, Amando: “El sexo de nuestros abuelos”, Espasa Calpe, Madrid, 1998.
2)     De Rougemont, Denis: “El amor y Occidente”, Editorial Kairós, Barcelona, 1976  (8 ed.).
3)     Fuchs, Eduard: “Historia Ilustrada de la Moral Sexual”.  Vol I. Renacimiento.   Alianza Editorial,. Madrid, (1909), 1996.
4)     Fuchs, Eduard: “Historia Ilustrada de la Moral Sexual”. Vol.II La época galante. Alianza Editorial,. Madrid, (1911), 1996.
5)     Fuchs, Eduard: “Historia Ilustrada de la Moral Sexual”. Vol.III. La época burguesa.(1912), Alianza Editorial,. Madrid, 1996.
6)     Othis-Cour, Leah: “Historia de la pareja en la Edad Media. Placer y Amor”, Siglo Veintiuno de España Editores, Madrid, 2000




Coral Herrera Gómez