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12 de septiembre de 2014

Si se puede disfrutar del amor


Podemos construir relaciones igualitarias y hermosas, desmontar colectivamente el romanticismo patriarcal, ensanchar el concepto de amor, llenarlo de colores y diversidad, de ternura y solidaridad, y repartirlo a manos llenas. Podemos inventarnos y contarnos otros cuentos, repensar nuestra cultura amorosa, construir entre todas una nueva ética amorosa, explorar otros caminos, derribar las estructuras obsoletas, visibilizar otras formas de querernos más allá de las etiquetas, los estereotipos, los roles y los mandatos de género. Se puede, si: podemos sufrir menos, y disfrutar más del amor...


El amor romántico es una construcción social y cultural, una utopía individualista posmoderna, y a la vez un espejismo colectivo. Por eso, lo mismo que se construye, se puede deconstruir, e idear otras formas de querer que no nos hagan sufrir tanto como ahora. 
Aunque en los cuentos que nos cuentan nos dicen que cuando Cupido nos lanza su flecha no podemos hacer nada más que sucumbir y aceptar el hechizo, yo creo que la Humanidad no está condenada a sufrir por amor por los siglos de los siglos. El amor romántico puede trabajarse, expandirse, repartirse, compartirse, cuestionarse, y volverse a construir... nuestras estructuras sentimentales son demasiado rígidas y opresivas, productos de siglos de patriarcado y de doble moral. 
Nuestras emociones son patriarcales, pero pueden despatriarcalizarse. Las emociones se aprenden, y se desaprenden. Las emociones nacen, crecen y se reproducen, y en el proceso nosotras no somos un recipiente en el cual se gestan sentimientos incontrolables. Somos dueñas de nuestras emociones, somos responsables de lo que sentimos, y podemos trabajar individual y colectivamente para comprender cómo sentimos, para aprender a gestionarlas, para inventar nuevas formas de quererse más placenteras. 
Las emociones no son algo mágico que surge de la nada y nos inundan para destruirnos. No son una fuerza oscura que nos lleva a comportarnos como si fuéramos monstruos poseídos por el mismísimo diablo. Las emociones pueden congelarse para ser observadas, pueden calmarse calmarse con técnicas de relajación y meditación, pueden pensarse y desinflarse. Podemos desconectar de nuestras emociones más obsesivas, podemos también acercarnos a ellas para identificar la negatividad de nuestros sentimientos, podemos medir la intensidad de nuestras emociones para conocerlas mejor.
Tenemos que responsabilizarnos de nuestras emociones y dejar de echarle la culpa de todo "al amor".  Sí podemos trabajar para conocernos mejor, para tratar bien a los demás (aunque no nos amen o nos dejen de amar), y para controlar nuestra mezquindad o nuestra crueldad. Cuando nos portamos mal con los demás, solemos justificarnos con la idea de que no hemos podido evitarlo, porque el amor nos enloquece o nos enajena, y se convierte en la excusa perfecta para legitimar nuestros sentimientos negativos, nuestros chantajes emocionales, ataques a la privacidad e intimidad de la otra persona, insultos, humillaciones, gritos o amenazas. También sirve para justificar los asesinatos de mujeres: "sentí un ataque de celos","quería abandonarme y no pude contenerme", "la mató porque se fue con otro".


El amor no puede ser una excusa para portarse mal y para hacer daño a los demás. No es un territorio en el que "todo vale" y en el que poder olvidarnos de nuestra ética y nuestros principios. Creo que tenemos que trabajarnos mucho la coherencia entre lo que decimos, lo que sentimos, y lo que hacemos, y en ese proceso hay que tratar de llevar la teoría a la práctica. No es fácil, pero no es imposible. Para poder ser coherentes es preciso trabajar la autocrítica a un nivel individual, y trabajar también colectivamente para desmontar creencias como: "quien bien te quiere te hará llorar", "los que se pelean, se desean", o ideas como que cuando amas a una persona es de tu propiedad y por tanto ha de renunciar a sus derechos, a su libertad o a su autonomía.  
Tenemos que despatriarcalizar nuestras emociones, porque llevamos siglos de romanticismo patriarcal encima: nos han educado para amar en base a relaciones amo/esclavo, nos enseñan que amar es renunciar, nos han sublimado el sacrificio y la entrega por amor, y nos han enseñado a relacionarnos desde la necesidad y el interés egoísta. No nos enseñan a amar la libertad de los seres amados, ni a ser solidarias o generosas, cuestiones esenciales para poder relacionarnos con los demás. 

Nos han educado para sobrevivir en la guerra del amor con estrategias y luchas de poder constantes. Aprendemos a amar patriarcalmente, y creemos que el amor implica necesariamente sufrimiento. A cambio de asumir el modelo heterosexista idealizado, nos han ofrecido la felicidad, la autorrealización, la trascendencia y el fin de la soledad. Todo falsas promesas que nos convierten en seres dependientes, insatisfechos y vulnerables... 
La decepción parece consustancial a los amores posmodernos, porque no queremos a la gente tal y como es, porque tampoco somos aceptadas tal y como somos. Nuestros modelos de referencia son príncipes y princesas Disney, la pareja extraña de Barbie y Ken, las parejas de cantantes y futbolistas, las parejas del cine de Hollywood. Comparado con Brad Pitt, el resto de los hombres son una calamidad; lo mismo sucede con la frustración que nos genera no ser guapas, ricas, jóvenes, sanas y talentosas como Angelina Jolie.
El romanticismo patriarcal promueve un tipo de amor basado en el poder, en la eterna batalla entre los sexos, los ciclos de peleas y reconciliaciones apasionadas, la división tradicional de roles de género, y la asunción de estereotipos de género. Amamos en base a jerarquías afectivas y espejismos colectivos cargados de ideología que no percibimos porque están invisibilizados con la magia romántica. Todos queremos salvadores y salvadoras que nos hagan la vida más fácil, que nos amen incondicionalmente, que nos conviertan en el centro de sus vidas, que nos acompañen para  siempre, que estén atentos a nuestras necesidades, que nos proporcionen la estabilidad, la seguridad y el confort que necesitamos. 
Sin embargo, podemos transformar nuestro mundo amoroso. A nivel individual, podemos aprender a relacionarnos con amor con nuestro entorno: familia, vecinos, compañeras y compañeros de trabajo. Podemos trabajarnos los miedos, las barreras que nos obstaculizan el disfrute, el egoísmo y la insaciabilidad. Podemos trabajarnos el dolor que nos causan las rupturas y las pérdidas, podemos aprender a dejar atrás el pasado e imaginar otros futuros posibles. El trabajo con una misma o uno mismo es el más duro, pero el más apasionante, porque en el camino vamos cosechando aprendizajes y experiencias que nos pueden hacer mejores personas, y que inciden en nuestro entorno vital y profesional de una forma beneficiosa para todo el mundo.
El amor es un motor que mueve el mundo, un espacio para la revolución, la transformación, la ternura social, la solidaridad, la igualdad y la diversidad. Gente como Jesús o Gandhi creyeron en el amor como una fuerza social para el cambio, y yo creo que es l única herramienta que tenemos para construirun mundo mejor y para acabar con los odios que nos separan a unos de otros. Ir más allá de las etiquetas nos permitiría vernos y sentirnos como iguales, acabar con el racismo, la lesbofobia, la homofobia, la xenofobia, y el miedo a lo diferente.

Se puede trabajar para ser mejor persona, para quererse más a una misma, para hacer más felices a la gente que queremos, para elegir bien con quién compartir la vida, para dejar atrás lo que nos hace daño, para disfrutar del amor, para ensanchar sus horizontes, para ampliar nuestra propia mirada sobre nuestro mundo afectivo... sólo necesitamos herramientas para gestionar nuestras emociones, para aceptar las pérdidas y disfrutar las bienvenidas, para relacionarnos sin miedo. Ser nuestras propias maestras en el camino, liberarnos de las categorías que nos oprimen y nos constriñen, liberarnos de los miedos, conectar con nuestros cuerpos y nuestras bellezas, aprender a disfrutar del aquí y el ahora.
Solas no podemos: el proceso en la búsqueda del bien común, del buen trato, de las relaciones bonitas, ha de ser colectivo. Tenemos que debatir en las calles sobre este tema: en las plazas, los congresos, las jornadas, las manifestaciones, las fiestas que celebramos. Tenemos que construir una ética amorosa todas juntas, y perderle el miedo a hablar de lo que nos pasa, porque lo romántico es político, y otras formas de quererse son posibles. 


Coral Herrera