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12 de noviembre de 2011

La mitificación del macho violento




Es urgente dejar de mitificar al macho violento, y dejar de ensalzar al narco, al mafioso, al asesino en serie, al psicópata, al guerrero en todas nuestras producciones culturales. ¿Cómo vamos a acabar con las guerras, los atentados, los tiroteos, los asesinatos, la tortura y la violencia contra las mujeres si los héroes de nuestra cultura no saben resolver sus conflictos sin violencia? Los protagonistas de las películas y las series consiguen lo que desean o lo que necesitan torturando, golpeando, asesinando a sus enemigos y a sus enemigas, ¿cómo vas a decirle a un niño que hay otras maneras de conseguir lo que uno quiere o de resolver sus problemas si no tiene referentes en los que fijarse?, ¿cómo vamos a dejar de fabricar machos dominantes si no hay otros modelos de masculinidad en nuestra cultura?



La mitificación del macho violento es la base de todas las películas, series de televisión, videojuegos, novelas, spots publicitarios, y productos culturales. En todos ellos se  rinde tributo a la virilidad hegemónica: siguen ensalzando un modelo de masculinidad hegemónica basada en la fuerza bruta, en la dominación y en la capacidad para dar muerte a todos sus "enemigos", y a todas las mujeres que no cumplen con su rol femenino tradicional. 



Los héroes de nuestras películas y novelas son seres mutilados emocionalmente. Son seres sin sentimientos, con sangre fría para matar, con capacidad de autocontrol, tipos duros que ni sienten ni padecen. Son dioses, son máquinas de matar con los sentidos puestos en sobrevivir y en eliminar a sus enemigos. 

La única diferencia entre todos los machos violentos es que unos son los buenos y otros son los malos. Los alfa buenos luchan por causas nobles como salvar a la humanidad de amenazas nucleares o de ataques terroristas, salvar reyes justos que ven amenazado su imperio, salvar princesas secuestradas, vigilar a cantantes famosas, etc.



Tanto los buenos como los malos son seres solitarios, autosuficientes, eficaces y precisos en sus ejecuciones, valientes, entregados a la causa, agresivos tanto cuando tienen que defenderse  como cuando son ellos los que tienen que matar a sus enemigos. Ya sea con espadas, con pistolas, metralletas, granadas de mano, palos, hachas o machetes, bates de béisbol, granadas de mano, arcos con flechas, o sus propios puños cuando lo pierden todo, los machos siempre despliegan todo su poderío en la lucha.

En todas las películas muestran la potencia de sus músculos, sus habilidades para saltar y esquivar, para noquear, para correr, para conducir por las calles de la gran ciudad a un ritmo infernal. Ellos muestran su sudor, su sangre, su dolor, y los espectadores se extasían con su desmedida capacidad de resistencia y aguante. Pueden pasar días sin dormir, sin comer, heridos, y sin compañía, y sobrevivir, porque son héroes de hierro. 


Casi todos tienen un pasado doloroso del que no quieren hablar pero que les ha convertido en tipos duros, desconfiados, sin capacidad de entrega, con dificultades para expresar lo que sienten, incapaces de compartirse a un nivel profundo en la intimidad. Este pasado doloroso suele ser el abandono o la muerte de su amada: desde entonces sus corazones están cerrados, y son completamente inútiles para sentir emociones positivas. 

Hasta que llega la chica que logra ablandar su corazón. Las heroínas siempre quieren enamorar al héroe, que no se deja dominar y que defiende su libertad con uñas y dientes. Ellas se ofrecen para satisfacer las necesidades sexuales del héroe y para darles todo el cariño que no se atreven a reconocer que necesitan. Las mujeres siempre están en un segundo plano, apoyando al héroe, esperándolo, deseando ser las elegidas para ocupar el papel de "descanso del guerrero". 


Estos son los modelos de masculinidad y feminidad  con los que construimos nuestra identidad: hombres dominantes y mujeres sumisas. Nos reconocemos y nos proyectamos en estas figuras estereotipadas, y aprendemos a ser hombres o mujeres imitando e identificándonos con estas referencias. Los niños admiran a estos héroes igual que a los futbolistas de élite, sólo que los efectos especiales y la tecnología los convierten en verdaderos dioses: hombres poderosos, agresivos, sexys, inteligentes, guapos, sanos y jóvenes que ganan todas las batallas en las que se meten, sin importar el número de muertos que les lleva a la victoria. 






Estos hombres jamás tienen compañeras, sólo gozan de mujeres subordinadas y entregadas que les otorga prestigio: cuantas más mujeres sumisas a su alrededor, mayor poder tiene el macho. 

El macho alfa no sabe cómo tratar a las mujeres porque nunca se ha relacionado con ellas de tú a tú. En las películas la mayoría de las mujeres son prostitutas o princesas, mujeres malas o mujeres buenas, las que se merecen ocupar el trono de la esposa del guerrero. La mayoría de ellas son miedosas, caprichosas, hipersensibles, sumisas y siempre dispuestas a querer y a cuidar al guerrero tras las batallas que han de librar. Son mujeres solitarias que no tienen amigas, que pasan la vida esperando a que llegue su salvador, que no saben solucionar sus problemas por sí solas, que necesitan atención y protección, y que jamás cuestionan el poder del macho alfa. Se pasan la vida admirando y queriendo mimar al niño herido que habita en todos ellos.  



La masculinidad patriarcal se construye sobre la negación: "no soy un bebé, no soy homosexual, no soy una mujer" (Elisabeth Badinter). Los hombres emplean mucho tiempo y muchas energías en no parecer mujeres, y por ello evitan todo lo que se consideran "cosas de mujeres" (el amor, la ternura, los afectos). También odian todas las características de la feminidad patriarcal: la debilidad, el miedo, la cobardía, la estupidez, la cursilería, la vulnerabilidad, la falta de autonomía... 


Este es el motivo por el cual a los niños no les gustan las niñas: ellas representan todo lo negativo. Ellos quieren ser libres, independientes, y exitosos como sus héroes de acción. Quieren ser tipos duros que ni sienten ni padecen, quieren ser admirados por los machos secundarios, quieren sentir que dominan a los demás, quieren ser los salvadores, los amos, los jefes, los presidentes, los capos. Quieren ser siempre los ganadores, y sueñan con ser los amos del mundo: los que gobiernan en las instituciones (parlamentos, bancos, consejos de administración de grandes empresas), y los que están en las empresas ilegales que trafican con droga, con mujeres y niñas, con armas, con migrantes, y con órganos humanos. 


Todos ellos hacen gala de su mutilación emocional, de su incapacidad para expresar lo que sienten, de su inutilidad para construir relaciones bonitas e igualitarias. No saben  hablar de sus emociones, no saben querer bien a la otra persona, no saben comunicarse con sus parejas, no sienten a las mujeres como compañeras. Las relaciones con las mujeres suelen estar basadas en lo útiles que son para el placer, para el cuidado y para la transmisión del patrimonio a través de la reproducción. 


Es hora de dejar de ensalzar a los hombres violentos y comenzar a mostrar otras masculinidades: vivimos en un mundo muy diverso y hay muchas formas de ser hombres. Necesitamos héroes que aprendan a resolver sus problemas sin violencia, que sepan relacionarse con las mujeres de igual a igual, que sepan construir redes de afecto, de solidaridad, de cooperación y ayuda mutua.


Necesitamos otros héroes, otras tramas, otros finales felices: no sirve de nada educar a los niños para que no sean machistas ni violentos si no les ofrecemos otras referencias con las que construir su identidad de género.  necesitamos romper con todos los mitos, roles, estereotipos y mandatos de género que perpetúan la violencia machista:necesitamos un cambio cultural radical que promueva la cultura de la paz y el derecho a vivir una vida libre de violencia


Para mejorar y transformar nuestro mundo, tenemos que contarnos otros cuentos, y acabar con la mitificación del macho violento. Si no acabamos con la cultura patriarcal, nuestra economía, nuestras formas de organizarnos políticamente, nuestras instituciones, nuestro imaginario colectivo, nuestras formas de relacionarnos y de querernos seguirán siendo las mismas durante muchos siglos más. Para acabar con la dominación de unos pocos sobre las mayorías, y con el sufrimiento de millones de personas en todo el planeta, hay que dejar de endiosar a los violentos y proponer otro tipo de masculinidades, otras formas de ser hombre alejadas de la tiranía del patriarcado. 



Coral Herrera Gómez




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