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22 de enero de 2018

Cómo ligan los donjuanes del siglo XXI, y por qué les cuesta tanto disfrutar del sexo y del amor





A muchas de las mujeres de hoy en día nos pasa que no nos resulta fácil encontrar un compañero sexual dispuesto a disfrutar sin miedos del sexo y del amor. Hablamos lenguajes diferentes, entendemos el amor de manera diferente, tenemos objetivos diferentes. Ellos quieren sexo y poder, nosotras queremos amor. Ellos aman su libertad, nosotras les amamos a ellos.Y en estas condiciones, resulta muy difícil encontrarnos, desnudarnos y compartir placeres sin más objetivo que intimar y disfrutar del sexo y del amor. 

El patriarcado educa a los hombres para que aprendan a diferenciar el sexo del amor. Por eso les cuesta tanto cuidar amorosamente a su compañera de juegos durante el encuentro sexual. No importa si es una compañera sexual de una o de cien noches: no logran disfrutar plenamente porque están programados para dominar, para conquistar mujeres y para defenderse del amor.

Los hombres patriarcales creen que hay dos tipos de mujeres: las buenas, de las que te puedes enamorar y con las que te puedes casar, y las malas, con las que follas pero no te comprometes emocionalmente. A unas las tratas como a princesas, a las otras como piezas de caza, o como objetos de usar y tirar. Bajo esta lógica de desprecio hacia las mujeres, la sexualidad femenina se piensa en función del deseo masculino: los cuerpos de las mujeres están para ser contemplados y penetrados por los hombres. Las mujeres se dejan o no se dejan, y en torno a estas resistencias los hombres han de emplear todas sus armas disponibles para conquistarlas.
  
Los hombres dedican mucho tiempo de sus vidas y muchas energías a demostrar su virilidad y a competir con los demás para ver quien la tiene más larga y quién conquista más mujeres. Las mujeres en el patriarcado servimos para que ellos exhiban su potencia sexual y su fertilidad: un hombre es más macho cuantas más mujeres conquiste, enamore y embarace.

Para los machos patriarcales nosotras no somos compañeras: los únicos iguales a los hombres son los hombres. Nosotras somos el enemigo y la mejor arma que tienen para dominarnos es el amor, a través del cual nos sometemos voluntariamente y nos entregamos apasionadamente. No hace falta que nos obliguen a arrodillarnos: sólo tienen que enamorarnos sin enamorarse.

En la guerra entre hombres y mujeres, el que se enamora pierde, por eso es tan importante para ellos poder gozar del sexo libres de ataduras emocionales. Una de las mejores formas para evitarlo es situar a las mujeres debajo de ellos, considerarlas inferiores, seducirlas con engaños, y utilizarlas para sus fines.

Los hombres patriarcales han sido educados para ganar todas las batallas y para ejercer su poder sobre los demás, por eso a tantos les cuesta aceptar un “no” por respuesta. Para ellos el sexo no es un intercambio de placeres entre dos personas libres, sino una demostración de poder y de virilidad.

El modelo que tienen la mayor parte de los hombres patriarcales para interaccionar sexualmente con las mujeres es el mito de Don Juan, el hombre seductor que las engaña a todas y les destroza el corazón, que se burla de sus guardianes y presume de su poder delante de los demás machos.

Los don juanes de hoy en día siguen siendo igual a los de antes: mentirosos, aduladores, inmaduros, miedosos, machistas, con complejos de inferioridad y de superioridad, estafadores emocionales que se aprovechan de la necesidad de amor en la que nos han educado a las mujeres.

Las reglas del cortejo patriarcal siguen siendo las mismas que hace siglos: para conseguir tener sexo con mujeres, los hombres tienen que ofrecer amor. Para seducirlas, endulzan sus oídos con palabras hermosas, y simulan una pasión desenfrenada y cegadora. El objetivo es que ellas lleguen a sentirse el centro de la existencia del pretendiente, que se crean las únicas, que se sientan importantes: por eso se dirigen directamente a su Ego. Utilizan la misma estrategia para derretirlas a todas: exaltan su belleza, les hacen sentir especiales, y les hablan de futuro.

A la mayor parte de las mujeres que se fascinan con un Don Juan les encanta escuchar los halagos y falsas promesas, es como una droga que les entra por los oídos y que aumenta su autoestima y su Ego. Las mujeres sin el amor de un hombre no son nada, por eso esta necesidad de ser amada para sentirse importantes. Como además tienen menos dinero y poder que los hombres, les gusta que el pretendiente haga exhibición de sus recursos y sea generoso con regalos y detalles durante el cortejo (joyas, flores, bombones, teléfonos, tablets, recargas prepago o sesiones en el salón de belleza). Cuanto más generosos son ellos, más valiosas se sienten ellas y más locamente se lanzan al amor: sin paracaídas, ansiosas de vivir un romance como los de las novelas o las películas, abiertas a escuchar todas las mentiras del mundo para aumentar un poco su machacada autoestima.

Don Juan lleva repitiendo lo mismo unos cuantos siglos: “Nunca había conocido a nadie como tú”, “Tú no eres como las demás”, “Qué ojos/sonrisa/boca/manos/cuerpo tan hermoso(s)”, “Eres una mujer maravillosa/guapa/especial/única”, “Nunca había sentido esto tan fuerte que estoy sintiendo por ti”, “Eres mi princesa y quiero que vivas a mi lado como una reina”, “Por ti soy capaz de cualquier cosa”, “Yo te traigo la luna y todo lo que tú me pidas”, “Yo quiero casarme contigo y formar una familia”, “Cada día veo más claro que eres la madre de mis hijos”, “Agradezco a la vida haberte conocido y poder ver cada día esa sonrisa maravillosa”, “Quiero que te conozca mi madre para que bendiga nuestra unión”, “Eres la rosa más hermosa de la creación”, “a ti si que voy a amarte para siempre”, y otras cursiladas parecidas que hacen las delicias de las mujeres educadas en la tradición patriarcal.

Lo que mejor  les funciona es la palabra mágica “para siempre”, o “para toda la eternidad”. Ellos creen que no hay nada más excitante para el oído de las mujeres que los tiempos conjugados en futuro inmediato o futuro lejano, saben que ellas necesitan certezas, seguridades, compromisos firmes, así que fingen que ellas tienen el poder (se arrodillan para declarar su amor) y para que crean que están dispuestos a llegar hasta el final (campanas de boda).

Esta forma de cortejo basada en la adulación se puso de moda en la Edad Media, cuando los caballeros que querían entrar en la corte seducían a las damas de la nobleza para enamorarlas y poder ascender socialmente a través del matrimonio. Inventaban canciones y poemas que recitaban arrodillados frente a la ventana del torreón, y competían entre sí para ver quién era más cursi y convincente.

Luego vino el Don Juan, el coleccionista de almas inocentes y virgos rotos que una vez logrado el objetivo (meterla y correrse) huye como si le persiguiera el diablo. Don Juan es ese macho ibérico promiscuo y mentiroso que va destrozando corazones y desvirgando doncellas por el mundo para sentirse  poderoso y para reafirmar una y otra vez su frágil masculinidad y su dudosa heterosexualidad.

A Don Juan no le importa el daño que causa en sus amantes y en los hijos que va sembrando por la vida: lo que le pone cachondo de verdad es la admiración y la envidia que causa en otros hombres. A Don Juan lo que le excita es ganar la competición de caza y alardear de sus conquistas delante de los demás machos, mucho más que el propio encuentro sexual con las mujeres a las que conquista.

Esto lo explicaba muy bien en su tesis el doctor español Don Gregorio Marañón, que habla sobre la posibilidad de que Don Juan fuese homosexual reprimido, o tuviese algún tipo de disfunción sexual que le hacía utilizar a las mujeres para ocultar lo que tuviera que ocultar. Al muchacho le preocupaba más la cantidad que la calidad, por eso tantos machos de hoy en día siguen presumiendo del número de sus conquistas sexuales, no de la calidad de sus encuentros sexuales.

Cuanto más inseguro y miedoso es un hombre, más amor y admiración necesita, y más víctimas dejará en el camino: los hombres con problemas de erección, micropenes, mutilación emocional o complejos e inseguridades varias son los que más conquistas hacen y los que nunca repiten con la misma. Su huida es el reflejo de su miedo, y cuanto más miedo tienen, más daño hacen. Para ellos el fin justifica los medios: esta es la razón por la cual les resulta imposible relacionarse como adultos, desde la igualdad, la honestidad y la sinceridad. Para ellos el amor no es un placer, sino una guerra en la que siempre quieren ganar.

El macho patriarcal pone en primer plano la defensa de su libertad y su soltería, y se cree con derecho a disfrutar de la diversidad sexual, mientras a nosotras nos la prohíben (nosotras somos unas degeneradas/putas/ninfómanas si hacemos lo mismo que Don Juan, o sea, si nos entregamos al placer con varios hombres sin comprometernos emocionalmente con ninguno).

A algunos machos patriarcales les cuesta aceptar con deportividad y elegancia el rechazo: creen que cuando una mujer le dice NO es que en realidad quiere decir que sí: lo que quiere es parecer decente para que la insistas, y si perseveras en tu tarea, ganas seguro y ella baja todas sus resistencias y se entrega plenamente al amor

Las mujeres de la época de Don Juan tenían que proteger su virginidad y su reputación, y los hombres tenían que destrozar ambas con promesas de amor y de futuro. Si una mujer se entregaba a la primera no servía como esposa, sólo como amante, por eso todas intentaban resistirse a las peticiones de los hombres, aunque lo estuviesen deseando.

Hoy en día seguimos igual: la que dice que no es una virtuosa (aunque hay que follársela igualmente, no importa lo difícil que sea la conquista), la que dice que es una fresca y una guarra que no se respeta ni a sí misma. A los machos les excitan más las mujeres virtuosas, porque son más difíciles de conquistar, y porque son piezas de caza más valiosas. A Don Juan no le gustaban las mujeres casadas, ni las prostitutas, ni las mujeres empoderadas: él iba a por las vírgenes, las inocentes, las monjas y las doncellas encerradas en sus palacios.

Don Juan es un triunfador porque de lo pesado que se pone, logra siempre su objetivo. Es por esto que los babosos creen que tienen que insistir cuando reciben un no por respuesta: saben que las doncellas al final se rinden y se dejan como en la leyenda de Don Juan, y si no se dejan, igual hay que forzarlas un poquito..

Casi todos los machos patriarcales se sienten atractivos y poderosos, por eso su Ego y su frágil masculinidad no soportan que una mujer no se derrita de inmediato ante sus encantos y sus estudiadas técnicas de cortejo. De fondo hay una especie de miedo al rechazo y al fracaso, y mucho rencor latente hacia las mujeres, tanto a las que “se dejan” (son todas unas putas) como a las que “no se dejan” (son unas estrechas pero lo están deseando).

Este odio es permanente en las relaciones que establecen los hombres machistas con las mujeres, por eso pasan tan rápidamente de los halagos a los insultos, las amenazas, las humillaciones, el acoso: algunos se ponen muy  violentos cuando quieren tener libre acceso a nuestros cuerpos y no pueden. Es un tema de poder. No quieren sexo cuando nos acosan y nos violan, individualmente y en grupo. Lo que quieren en realidad es sentirse poderosos, y alardear de su poder delante de los demás machos, como dice la antropóloga argentina Rita Segato. 

Creo que por eso a los hombres más machistas les cuesta tanto ligar y disfrutar del sexo y del amor. Su afán por dominar y ejercer el poder les impide tener relaciones bonitas, profundas y placenteras con las mujeres, porque no se relajan nunca, siempre están alerta. 

Mientras sigamos siendo para ellos animales a los que cazar y penetrar, mientras se sigan defendiendo del amor y de las mujeres, va a seguir siendo muy difícil disfrutar del sexo: poner tantos muros, cerrojos y cadenas sólo les permite tener experiencias superficiales e insatisfactorias que les dejan y nos dejan una tremenda sensación de vacío.

Son pocos los hombres patriarcales capaces de disfrutar de una experiencia sexual desde el amor, la ternura y los buenos tratos: la mayoría creen que el sexo es algo sucio que practican con mujeres sucias que no merecen ni una pizca de cariño. De hecho, creen que cuanto peor nos traten, más vamos a someternos y a mendigar su amor. Y lo peor es que tienen razón.

No tienen ni idea de cómo funciona la sexualidad femenina de las mujeres porque el porno les da una visión muy pobre del placer, centrado en su falo y la penetración y en acabar cuanto antes para demostrar la fuerza de su semen. No les gusta hablar de sexo con sus compañeras, ni se molestan en preguntarles qué es lo que les eleva a los cielos, o qué es lo que no les da placer. En esas condiciones, las mujeres fingen los orgasmos para no herir la masculinidad frágil de sus compañeros, o para que dejen de apretar el clítoris como si fuese un botón, o para que terminen cuanto antes porque no se están divirtiendo. Todo se centra en ese miedo de los hombres a no parecer machos de verdad, a no dar la talla, a no tener el poder.

Cuando se termina el folleteo, lo primero que hacen es preguntar para saber si lo han hecho bien y si se han quedado extasiadas con su potencia de macho. Lo segundo que hacen es advertirnos: “Nena, no te enamores de mí, que soy un mutiladoemocional”. Presumen de su discapacidad para disfrutar de sus sentimientos y de sus relaciones porque creen que las emociones y los afectos es cosa de mujeres. Ellas son las que aman y entregan su poder al amado, ellos mientras sacian sus necesidades sexuales sin quitarse la armadura. Y así nos va.

Los mejores orgasmos sólo pueden darse cuando los compañeros sexuales se sienten libres e iguales, cuando se tratan con respeto y ternura, cuando ambos están desnudos, se sienten seguros y en confianza, no tienen miedo de la otra persona, no tienen ninguna necesidad de manipular o de poseer a la otra persona, no construyen muros defensivos, y se entregan al placer desde la complicidad, las risas, el juego y las ganas de disfrutar y hacer disfrutar a la otra persona.

El día que seamos capaces de relacionarnos como compañeros y compañeras, podremos liberarnos de toda la carga patriarcal y de todas las luchas de poder desde las que nos relacionamos ahora. Ligamos con mentiras y engaños, elaboramos estrategias de guerra para domar al enemigo, reprimimos y disimulamos nuestras emociones, no sabemos cómo pactar para asegurarnos mutuamente el disfrute, es realmente un desastre.

No sabemos cómo cuidar a nuestras parejas sexuales ni cómo cuidarnos a nosotras mismas para que el amor sea un placer y no un sufrimiento. Mientras los hombres sigan arriba y las mujeres abajo, el patriarcado seguirá jodiendo nuestros encuentros sexuales y seguirá boicoteando nuestros orgasmos.

Así que igual estaría bien que los hombres se trabajen su masculinidad y su forma de relacionarse entre ellos y con nosotras. Es urgente también plantearnos colectivamente que otras formas de ligar y de follar son posibles, que otras formas de relacionarnos sexual y afectivamente son posibles. Sólo hay que liberar al sexo y al amor de la misoginia y el machismo que nos ponen tantas barreras al disfrute, liberarse de los miedos, y cuidarnos. Cuidarnos a nosotras mismas, cuidar al otro y dejar que nos cuiden, no importa si la relación dura una noche o veinte años.

En el fondo es una cuestión de sentido común: cuanto más libres seamos, más disfrutaremos. Se folla mejor con alguien a quien admiras y aprecias, con alguien a quien puedes mirar a los ojos y relacionarte de tú a tú. Yo estoy convencida de que la clave para compartir placeres y disfrutar de nuestras relaciones es el compañerismo, el buen trato y los cuidados mutuos. Que al final de lo que se trata es que lo pasemos todos bien y disfrutemos del amor y de la vida en buenas compañías.



Coral Herrera Gómez



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