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20 de mayo de 2015

¿Cómo sufrir menos cuando mi relación termina?




No hay fórmulas mágicas para no sufrir ante la pérdida de un ser querido, o frente a la ruptura de una relación familiar, de amistad, o de pareja. Nos duele mucho separarnos de nuestros seres queridos, pero hay algunas cosas que podemos hacer para pasar el duelo de la mejor manera posible. 

Los duelos cuanto más cortos, mejor. Cada cual necesita su tiempo para aceptar la realidad, pero si vamos a tener que asumir una realidad que no nos gusta y que no podemos cambiar, mejor que sea pronto. No merece la pena pasar años de nuestras vidas sufriendo, porque nuestras vidas son muy cortas, y se viven mejor cuanto más afecto damos y recibimos, y cuanto más amor tenemos a nuestro alrededor. 

El amor no es eterno, ni dura para siempre. Es una realidad constatable y medible: según las estadísticas de divorcios, segundas y terceras nupcias, la gente se junta y se separa en todo el planeta. Y es que el amor, como todo en la vida, empieza, cambia, se extingue, muta, evoluciona, o se estanca. A veces dura una noche, otras veces meses, o años de nuestra vida: unas relaciones funcionan a las mil maravillas, otras mejoran con el tiempo, otras se deterioran, y otras, simplemente, no funcionan, o dejan de funcionar pasado un tiempo.
Sin embargo, y aunque lo tenemos muy claro en la teoría (el amor dura lo que dura), nos cuesta mucho separarnos de la gente a la que amamos. Nos duele el alma si nuestro amor no es correspondido, o cuando notamos que ya no sentimos amor por alguien y queremos seguir nuestro camino, o cuando nuestro amado o amada nos comunica que ya no quiere estar con nosotras.

Perder a un ser amado es una de las experiencias más dolorosas para los animales y para los seres humanos. Cuando alguien a quien queremos mucho se muere, o cuando decide seguir su vida sin nosotros, el sufrimiento es espantoso porque nos apegamos a las cosas y a la gente, y nos cuesta mucho cambiar de etapa. Porque eso es la vida: una sucesión de etapas diferentes en las que estamos acompañados de gente diferente. Cuando somos niños y niñas tenemos a nuestra familia cercana, en la adolescencia a nuestros amigos y amigas, y en la adultez formamos nuestras propias familias (con o sin parentesco). Y si, nos cuesta dejar el colegio para empezar la secundaria, dejar la secundaria para empezar la universidad o para insertarnos en el mundo laboral... nos cuesta porque no sabemos cómo va a ser el futuro, está lleno de incertidumbre. El pasado en cambio es un espacio seguro, por eso tanta gente se aferra a los tiempos felices que vivieron en épocas pasadas.

Las rupturas o separaciones de pareja también nos hacen sufrir mucho porque nos han vendido la idea de que el amor verdadero es eterno, nunca muere, y se mantiene intacto con el paso de los años. Y no: el amor se transforma, evoluciona, y a veces sucede que se acaba. Y los finales del amor no son culpa de nadie: el amor no es una fuente mágica e inagotable de energía, no permanece estática, no es algo que permanece para siempre igual.

Una de las claves para sobrellevar el dolor de los finales es la aceptación. Nos cuesta aceptar que acaba una etapa de nuestra vida junto a alguien no sólo por el mito del amor eterno, sino también porque nuestro Ego y nuestra autoestima se ven dañados. Es muy común que creamos que si ya no nos aman es porque no valemos nada, o porque hemos dejado de ser maravillosos: en nuestra cultura se mide el valor de cada cual según el reconocimiento de los demás. Por eso necesitamos que nos quieran, que nos admiren, que nos idolatren.

Además, en nuestra cultura el divorcio es sinónimo de fracaso. Nos afecta mucho el poder del "qué dirán" los demás. Cuando una pareja se separa, los demás entienden que ambos o uno de los miembros no supieron "retener" al otro, no lo hicieron bien, no le pusieron energía al asunto. Siempre se buscan culpables de la situación, incluso fuera de la pareja cuando hay terceras y cuartas personas. Generalmente la culpa la solemos tener las mujeres, que nos dedicamos a robarnos los maridos las unas a las otras (aquí los hombres aparecen como unos pobrecillos seres sin voluntad propia ni autonomía que han sido seducidos vilmente por alguna vampiresa malvada).

Sin embargo, las separaciones en realidad no son un fracaso. Fracaso es estar en una relación en la que no eres feliz, fracaso es hacerles ver a los demás que estás muy bien con tu pareja cuando no lo estás, fracaso es aguantar en relaciones en las que no hay ternura, ni cuidados, ni apoyo mutuo, ni respeto. Fracaso es sostener guerras y luchas de poder durante años y años, y perder toda tu energía y tu tiempo en tratar de ganar.

Porque para mucha gente, el amor es una guerra en la que el objetivo es que la otra persona se deje dominar, se deje manipular, nos de la razón o nos obedezca. En la cultura patriarcal la que se supone que ha de someterse es la mujer, pero la realidad es que cada cual tiene sus estrategias para vivir en pareja, y para separarse.

Una de las cosas que mas nos hace sufrir es que no podemos cambiar la realidad, ni podemos cambiar a los demás, ni podemos cambiar los sentimientos de nuestra pareja. No sirve de nada esforzarse en seguir con una relación con alguien que ya no quiere estar a nuestro lado. Por mucho que soñemos, la realidad sigue su transcurso, implacable, inevitablemente. Si nuestro amado o amada se está desenamorando de nosotras, poco podemos hacer para impedirlo: no sirve ponerse en plan guerrero, ni en modo servil, ni en modo víctima: nadie se queda al lado de alguien que no ama durante mucho tiempo. 
Ni aunque le pongamos toda nuestra energía y esfuerzo podremos lograrlo: los sentimientos y las emociones son libres. Podemos trabajar con nosotras mismas y con nuestros sentimientos, pero no podemos modificar ni transformar los de los demás. Ni aunque seamos las mejores o los mejores manipuladores del mundo.
Esto nos genera mucha frustración e impotencia porque además en nuestra cultura patriarcal el amor se entiende como una inversión a largo plazo, con sus objetivos y sus metas: yo me entrego a ti y tú a cambio…., yo alimento el amor en nuestra pareja para que…, si tú haces tal yo hago cual...
Y es que los romances y las parejas requieren de nosotras una gran cantidad de energía y tiempo, por eso se espera que la inversión tenga un producto, una recompensa. Ciertamente es muy frustrante sentir que hemos perdido el tiempo inútilmente, que nuestro proyecto ha fracasado pese a haber empleado toneladas de ilusión, recursos y horas de nuestras vidas.
Creo que nos ayudaría mucho pensar el amor como un proceso que se puede disfrutar mientras dure. Para mí el amor es más un camino que una meta. Es como un bombón que puedes saborear mientras lo tienes en la boca, un dulce que no guardas para después, sino que lo disfrutas mientras te lo comes.

Además, el futuro es impredecible, por eso es inútil tratar de controlarlo desde el presente. Tampoco tenemos ningún control sobre las emociones de las personas a las que amamos. Ni siquiera nosotras sabemos cómo van a ser nuestras propias emociones y sentimientos a mediano o largo plazo. No podemos asegurar a nadie que le amaremos para siempre en plena borrachera de amor, aunque sí podemos expresar nuestro deseo de que sea así (me gustaría amarte para siempre). No podemos prometer amor eterno seriamente, porque la vida da muchas vueltas y todo está en permanente cambio. Nosotros y nosotras también.
El proceso de aceptar el final de una relación puede ser muy corto, o muy largo: depende de nosotras, y de las herramientas que tenemos para gestionar nuestras emociones. Una de las técnicas para aprender a aceptar la realidad es disfrutarla en su máximo esplendor: las personas que disfrutan del presente con intensidad lo tienen más fácil para hacer frente a los finales, quizás porque no le piden nada al futuro.
Esta gente que vive el carpe diem también es más generosa para entender que las cosas empiezan y acaban, y por lo tanto agradecen más la oportunidad de vivir cosas bonitas con otra gente aunque sepan que el disfrute va a ser breve (una noche loca, una semana, o diez años…) También la gente que disfruta de su libertad y autonomía sufre menos. 

Los finales de las relaciones de dependencia son más dolorosos cuando estamos solas o solos. Esto sucede a veces cuando los amantes se aíslan del mundo y no cultivan sus redes afectivas. Cuando no cuidas a tu gente querida, las rupturas te arrojan a la soledad completa, y en soledad es más difícil pasar el duelo: necesitamos a los demás siempre, tanto cuando estamos enamoradas, como cuando no lo estamos.
Ayuda mucho también ser una persona realista: cuanto más mitificamos el amor y la gente, más nos decepcionamos con la vida, y más triste y aburrida nos parece nuestra cotidianidad. Nuestro mundo está lleno de espejismos, de paraísos, de mitos que nos hacen soñar y navegar por otras realidades, por eso el choque con la realidad nos hace tanto daño, especialmente en la adolescencia, pero también durante nuestra vida de adultas.

Cuando la distancia entre la realidad y nuestros deseos es demasiado grande, nuestro cerebro se cortocircuita, y por eso somos víctimas de tremendos sufrimientos psicológicos y emocionales de los que nos cuesta mucho recuperarnos: los índices de personas que sufren enfermedades mentales aumentan de una manera alarmante en los países desarrollados, y tiene que ver con el mundo que estamos construyendo. Cuanto más desigual, injusto y cruel es, peor nos llevamos con la realidad.
El egoísmo y el individualismo de nuestra cultura nos lo ponen muy difícil a la hora de separarnos con amor: estamos acostumbradas a pensar en nuestros deseos y necesidades, no en los deseos o necesidades de los demás. Por eso empezamos una guerra contra nosotras mismas, contra el ser amado, y contra la realidad: se nos baja la autoestima y nos invaden sentimientos contradictorios y negativos (culpa, pena, rabia, confusión, victimización, desesperanza, desilusión, odio, envidia, deseos de venganza…) que alargan y complican el duelo por la ruptura.  Y por ahí se nos va mucha energía…
El único modo de liberarnos de este dolor sería trabajar con la generosidad, es decir, ser generosa con la gente para que se sientan libres de acompañarnos un ratito en el camino de la vida, y para que sigan su camino propio cuando lo deseen. No es fácil amar la libertad de los demás, porque en nuestra cultura solo se ensalza la defensa de la libertad propia, especialmente la de los varones.
Como no nos enseñan a querernos ni en los principios ni en los finales, solemos creer que el desamor es el inicio del odio. Como no nos enseñan a decir adiós, resolvemos las rupturas con batallas románticas, creyendo que todos los finales tienen que ser trágicos. No sabemos despedirnos tampoco de nuestros seres queridos cuando mueren, ni de las etapas que vivimos, ni de las relaciones que nos hacen felices.
No nos enseñan a lidiar con el sufrimiento ni a resolver los conflictos sin violencia: a nuestra cultura le parece muy romántico que alguien sufra hasta la muerte por amor, por eso se ensalza tanto el suicidio romántico, el sacrificio romántico, y los “crímenes pasionales”. Los hombres asesinan a las mujeres cuando hacemos uso de nuestra libertad, porque en el romanticismo patriarcal los hombres aprenden que somos un objeto, una propiedad privada, una especie de animal doméstico al que se puede maltratar si no obedece. El amor romántico de nuestra cultura está basado en la posesión: si te amo, eres mía. Y si eres mía, no eres libre para amar. Y si eres mía, tu felicidad y tu vida dependen de mi. Y si yo no quiero que seas feliz, no lo serás.

Suena terrible el que alguien se crea dueño de nuestra existencia, pero todos los días asesinan a mujeres en el planeta por este motivo: una cada diez minutos. Nos enseñan a adueñarnos de los objetos y las personas a las que amamos, a sentir que son nuestras, y que lo son para siempre, y aprendemos en el camino barbaridades como que podemos castigar a nuestras propiedades si deciden dejarnos, y que es legítimo enojarse y portarse mal con la gente que nos deja de querer.
No nos enseñan a aceptar lo positivo de los finales, ni pensarlos como principios de otras cosas, por eso vivimos dramas tremendos y apocalípticos. Nos hacen creer que somos unos fracasados si no logramos los objetivos que nos proponemos, como si pudiésemos hacer todo lo que nos propongamos en la vida con un poquito de esfuerzo y de tesón (enamorar a alguien o que te toque la lotería no son ejemplos, precisamente, de lo que somos capaces de hacer, pues en absoluto depende de nosotros).
Sufriríamos menos si aprendiésemos desde la infancia que todo cambia permanentemente, que nosotras también cambiamos, que las plantas florecen y se marchitan en un eterno proceso de vida y muerte, que en la vida unas puertas se cierran y otras se abren, y que lo mejor es afrontar los cambios con dignidad, con valentía, y alegría.
Lo mismo que el amor no dura para siempre, los duelos tampoco. Sabemos que el tiempo todo lo cura, por eso siempre es mejor vivir los duelos cuanto más cortos mejor. Si al final vamos a olvidar y a recuperarnos, mejor que sea pronto, así nos ahorramos meses o años de sufrimiento. Es una cuestión de sensatez y sentido práctico: la vida es muy corta para andar con duelos largos e interminables que no nos dejan disfrutar de otras cosas.
En las escuelas no solo nos deberían enseñar a hacer los duelos cortos y a decir adiós con alegría a la gente que amamos, sino también a amar la libertad de los demás. No hay mayor tesoro que saber que cuando alguien nos ama se siente libre,  que nada le obliga a estar con nosotras y que por eso si está aquí y ahora, es porque realmente lo desea. Y al revés: también es maravilloso poder unirme y separarme cuando yo quiera, sin sentirme coaccionada o atrapada, sin ser castigada cuando ya no deseo acompañar o ser acompañada por mi amante.
Para poder separarnos con amor, tenemos que sacar lo mejor de nosotras mismas. Es mucho más liberador pensar en los finales como principios de otras cosas. Poder terminar las relaciones con un inmenso abrazo de agradecimiento por el tiempo que hemos pasado juntos, y ahorrarnos el drama infernal en el que se convierten generalmente las despedidas románticas. Las rupturas cariñosas tienen la ventaja de que si terminamos bien una relación, es más fácil mirar con optimismo hacia delante.
Separándonos con amor, además, podremos disfrutar de otra manera de esa persona que ya no es nuestra pareja, pero a la que queremos porque hemos compartido muchos momentos hermosos. De hecho, yo creo que cuando has amado intensamente a alguien, puedes seguir queriéndole el tiempo que quieras, aunque cada uno escoja caminos muy distintos. Al fin y al cabo, ni la distancia ni la muerte nos impiden seguir queriendo a alguien para toda la vida. Sólo hay que trabajárselo un poquito, y ser realistas en nuestra forma de entender y practicar el amor.
Si nos separamos con amor, la sensación de pérdida no es tan tremenda: una cosa es romper una relación sentimental con alguien, y otra cosa es no volver a verla jamás, sin duda mucho más doloroso que lo primero. Podemos seguir disfrutando de la gente aunque ya no nos amen pasionalmente, y construir un nuevo tipo de relación basado en la amistad o el compañerismo. Cuando dejamos irse a los demás sin asediarlos con batallas de odio, es más fácil quererse bien para toda la vida, sin las complicaciones de la vinculación romántica.
Porque aunque el amor romántico no dura para siempre, puede transformarse, reciclarse, mutar y convertirse en una relación bonita. Y también puede, sencillamente, apagarse, sin más. Y no pasa nada.
Sólo hay que saber cuándo es el momento de romper (para no hacerse daño mutuamente), y pedir ayuda para superar el duelo, porque solas no podemos. Dejar ir a la persona que amamos suena muy lindo, pero no es nada fácil: necesitamos herramientas para superar el apego y para trabajarnos los cientos de miedos que nos poseen cuando termina una etapa de nuestras vidas (miedo a no enamorarnos de nuevo jamás, a que nadie se enamore de nosotras, a que no podamos vivir sin nuestro ser amado aunque lo intentemos…).
Los duelos se pasan siempre mejor en compañía que a solas: con más mujeres podemos empoderarnos y desaprender colectivamente, aprender a hacer autocrítica amorosa, aprender a querernos más a nosotras mismas, a disfrutar de la soltería, a distinguir y valorar lo que es importante en la vida, y lo que no lo es. Es más fácil trabajarse lo romántico con compañeras diversas con las que poder hablar, sentirnos escuchadas sin miedo a ser juzgadas.
Las herramientas que necesitamos para separarnos son: mucho amor, mucha generosidad, capacidad para la empatía, un puñado de realismo, dos de sentido común, grandes dosis de amor a una misma y de autocrítica, mucha alegría de vivir, y todo espolvoreado con grandes dosis de agradecimiento por lo que hemos podido vivir en el pasado.

Y es que, como decía mi abuela, no hay mal que por bien no venga, y mejor soltera que mal acompañada. Y como dice mi madre, no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Como decía Mercedes Sosa, todo cambia, y como dijo Chavela Vargas, nadie muere de amor, ni por exceso, ni por defecto. Afortunadamente.

Coral Herrera Gómez