Una de las cosas que más echo de menos de la cultura española es poder hablar cuando hay problemas. Yo en España sabía perfectamente cuando alguien estaba enfadado, dolido o molesto conmigo. Son muchas las maneras que tenemos de expresar el enojo o el dolor: ponemos malas caras, lanzamos indirectas muy directas, bromas de doble sentido, utilizamos la ironía, e incluso le decimos abiertamente al otro o la otra cómo nos sentimos y por qué. Echo de menos las peleas y las discusiones, con llantos incluidos, que permiten sincerarse, hacer autocrítica, deshacer malentendidos, pedir perdón, y arreglarlo todo con un fuerte abrazo.
Echo mucho de menos que me digan las cosas a la cara: acá la mayoría de la gente hace "como si no" pasara nada y es bien difícil saber si has hecho daño a alguien. Es casi imposible resolver los conflictos personales porque no se hablan. Todo el mundo finge que no pasa nada, y tapa el conflicto con una gran sonrisa, y yo siento que en el fondo es muy violento tener que participar en el simulacro de que todo está bien cuando no todo está bien.
A mí los silencios me duelen, y me duele enterarme de las cosas por otra gente, y me duele mucho no poder decirle a la gente que quiero lo que pienso y lo que siento. La estructura social no me deja sentirme yo, de alguna forma me siento obligada a callarme la boca porque todos huyen o se hacen los distraídos. Creo que no me acostumbraré jamás aunque viva acá veinte años más.