Páginas

1 de marzo de 2012

La doble moral sexual


Jesús perdonando a una adúltera

La doble moral es un mecanismo ideológico gracias al  cual las mujeres son apedreadas hasta la muerte por adulterio, y en cambio los hombres son admirados por su capacidad de seducción y conquista. Según esta doble moral, la promiscuidad femenina es un pecado aberrante digno de castigo, y la masculina es un símbolo de potencia, virilidad y éxito social. Es un pensamiento binario que contrapone a hombres y mujeres y que viene a decirnos, simplificadamente, que el placer masculino es "normal" y bueno, y el placer femenino es malo, anormal. Por eso no existe la palabra "ninfómkana" en masculino.






Esta doble moral es la que se inventó la expresión "echar una canita al aire", y que solo sirve para los hombres. Es decir, se entiende que para ellos la monogamia es asfixiante,  y muchas veces imposible; por eso se "perdona" el escarceo amoroso masculino como algo inevitable, saludable, corriente. Una canita al aire es un "pecadillo" del que el hombre puede arrepentirse, véanse la cantidad de canciones en las que el cantante se muestra arrepentido de su aventurilla y pide el perdón de la señora esposa. Para lograrlo se denigra a la amante a la categoría de objeto sexual, o se la acusa de ser una embaucadora perversa que ha "obligado" al macho a romper con el pacto de fidelidad que suscribe al casarse. 



Por ello, se ensalza la figura de la esposa como el "cimiento del hogar", en la canción de José Luis Perales : 




Me inventaría un universo hoy si ella no fuera ya mi estrella
y te daría tiernamente amor si no le diera tanto a ella
eres la dulce compañia que pinta su sonrisa
cada día para mi de rojo y miel
eres la dulce tentación,la fuerza
que me empuja cada día a ser infiel,a ser infiel

No, la quiero solo a ella,mi universo es ella nada mas
tú eres la aventura,la risa,la ternura
y ella la que espera en soledad
tú eres mariposa que vuela entre las rosas
y ella es el cimiento de mi hogar,
tú eres mariposa que vuela entre las rosas
y ella es el cimiento de mi hogar

Me perdería en tu silencio hoy si no pensara tanto en ella
y mantendría la mirada en tí si no la viera tanto a ella
y no le llames cobardía
hay cosas que en la vida solo son para dos
tan solo dos




Según esta lógica patriarcal, los hombres necesitan esposas abnegadas que dediquen su vida a satisfacer sus necesidades básicas (reproducirse, comer, tener la ropa limpia, la casa reluciente, la curación de sus enfermedades), mucho cariño incondicional, capacidad de aguante, y una fidelidad que asegure la estabilidad psicológica y afectiva de la familia. Paralelamente, necesitan mujeres jóvenes y bellas que les den vidilla: 


Una es el amor sagrado
Compañera de mi vida
 Esposa y madre a la vez
y la otra es el amor prohibido
Complemento de mi alma
Y a la que no renunciaré
Y ahora ya puedes saber
Como se pueden querer
Dos mujeres a la vez
Y no estar loco







Asi que se entiende que hemos de ser comprensivos con estas necesidades masculinas que en cambio las mujeres no parecen tener, o no deberían tener. Porque de hecho, si las tienen, son condenadas por la sociedad y la Iglesia, que las aíslan y las echan de la comunidad a la que pertenecen; o son castigadas por el entorno familiar y el Estado: cárcel, torturas, palizas. También pueden ser desfiguradas, rociadas con ácido, apedreadas,  descuartizadas, violadas. 



En sociedades más igualitarias, las mujeres que ejercen su sexualidad y afectos con libertad son etiquetadas como ninfómanas, putas, zorras, guarras, frescas. Pero en muchos países del planeta, la promiscuidad femenina es sinónimo de ostracismo o muerte porque atenta contra el honor masculino. Por eso maridos, hermanos, padres o primos pueden matar a las mujeres que ensucian su nombre; por eso a estos femicidios se los sigue denominando "crímenes pasionales", y hasta cierto punto se comprende que un hombre ejerza su brutalidad sobre su propiedad porque "tiene motivos".



Bases históricas y sociales de la doble moral sexual





Según Barash y Lipton (2003),  la doble moral está muy extendida en la mayoría de las sociedades patriarcales: los hombres disfrutan de mucha mayor libertad que las mujeres para practicar el sexo fuera del matrimonio. Tras examinar 116 culturas diferentes, la antropóloga Gwen Broude señaló que mientras que 63 permiten el sexo extramarital de los maridos, sólo 13 se lo permiten a las mujeres.

La promiscuidad femenina sigue estando peor vista que la masculina, no solo entre los hombres, sino también entre las propias mujeres (Robinson y otros, 1991; A. de Miguel, 1992). En las sociedades patriarcales los hombres aprenden que su promiscuidad sexual es un signo del que jactarse, mientras que las mujeres aprenden que es un signo del que avergonzarse. La disparidad de cifras en las encuestas sugieren que las mujeres ocultan sus infidelidades en mucho mayor grado que los hombres, que tienden a mentir aumentando la cifra de mujeres con las que han compartido una intimidad sexual.

Esto sucede porque, según Franca Basaglia (1983), el cuerpo femenino es la base para definir la condición de la mujer como un cuerpo apto para la procreación, para dar vida y placer a los hombres.


Y sin embargo, numerosos estudios como los de Beach y Ford (1951) señalan que existe una marcada tendencia a buscar relaciones sexuales fuera de la pareja en prácticamente todas las sociedades humanas, tanto en hombres como en mujeres. Prueba de ello son las culturas donde no existen presiones sociales contra la promiscuidad femenina, en las que las mujeres inician las demandas sexuales con la misma frecuencia que los hombres (Yela, 2002).

Sin embargo, en las sociedades patriarcales, la infidelidad femenina es uno de los terrores masculinos más comunes, porque ser un cornudo es símbolo de debilidad, de poca virilidad, de pérdida del honor. Y porque siempre se ha considerado que la sexualidad femenina no es para ella, sino que existe para el otro, es decir, que tiene que servir para el placer masculino. Se ha concebido siempre como un medio, no como un fin en sí mismo del que el hombre pueda sentirse excluido.



De ahí que en la revolución sexual de los años 60-70 las feministas lucharan por alejar el cuerpo femenino de la jurisdicción de la Iglesia, el Estado, la Medicina, la moral patriarcal y el macho dominante. Alejandra Kollontai denunció que la doble moral sexual  se sostiene sobre la falsa idea de que los hombres tienen derecho a disfrutar de su sexualidad y las mujeres no, porque sus necesidades sexuales “no son tan fuertes como las de los hombres”, o porque se considera que ellas no deben disponer de su propia sexualidad para la obtención de su propio placer.




En 1978 el adulterio dejó de ser un delito penado con cárcel en España, y las leyes que permitieron el divorcio supusieron un gran avance en la lucha por la igualdad; sin embargo, el estereotipo negativo de la mujer libre sigue siendo presentado en las películas, canciones, novelas, etc. Las promiscuas siempre obtienen su merecido castigo en las producciones culturales, como es el caso de Madame Bovary o Las amistades peligrosas, sencillamente porque se entiende que ponen en peligro el orden social, la estabilidad conyugal, la institución del matrimonio. 

En Irán siguen muriendo mujeres lapidadas por haber cometido adulterio; y en España l@s adolescentes claman indignad@s contra las “guarrillas” (chicas que no practican el noviazgo monogámico tradicional y mantienen relaciones con quien quieren y cuando quieren). 




Lo preocupante además es que en esta denigración de la libertad sexual femenina participan las propias mujeres que critican a las que se salen de la norma patriarcal. Son esas chicas que se enorgullecen de que sus novios no las dejen llevar faldas cortas, no les permitan hablar con otros chicos, o salir con sus amigas de fiesta. Entienden que la posesividad es una expresión de amor, y se torturan cuando sienten atracción sexual hacia otros machos. Y lo peor, piensan que sus hombres no es que sean infieles, es que son tentados por las perversas mujeres que con sus encantos los obligan a traicionarlas.

 Es decir, se culpabiliza a las amantes, nunca a la pareja, como si los pobrecitos machos se vieran arrastrados hacia el mal en contra de su voluntad. De este modo, se incentiva la rivalidad femenina, muy útil para que las mujeres sigan compitiendo entre sí por enamorar al macho más guapo, más chulo, más gallito, y luchando contra las demás mujeres, consideradas "enemigas". 

Esto promueve que las mujeres se encierren en espacios domésticos, aisladas de otras mujeres, y se pasen la vida regañando a su marido, que siempre se siente atraído por los espacios públicos, los bares, los burdeles. Cuanto más miedosa y posesiva es una mujer, más se aleja del "hogar" el hombre, que necesita reafirmar su hombría más allá de las cuatro paredes de la casa, y ejercer su libertad, siempre amenazada por la esposa.

Lo increíble es que en nuestra cultura se sigan reproduciendo estos esquemas; solo con ver una telenovela latinoamericana podemos ver como las mujeres buenas sirven para casarse, porque son fieles, y las mujeres malas para mantener relaciones sexuales sin compromiso afectivo. 

Y así seguiremos mientras los escritores, guionistas, productores, etc nos sigan contando los mismos cuentos, nos sigan cantando las mismas canciones. 


Coral Herrera Gómez

Otros artículos de la autora: