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26 de febrero de 2011

ENTREVISTA EN RADIO 3



Coral Herrera, autora de "El Manifiesto del Amor Queer" visita la carnicería. Con ella recorremos los episodios históricos del amor romántico desde Grecia hasta nuestros días. Además, Marina Gallardo, nos ofrece un espectácular acústico desde Sevilla con las canciones de su segundo trabajo "Some Monsters die and others return" y un folk-pop fuera de modas y arriesgado.

También en el blog de Javier Gallego "Crudo":

http://blogs.rtve.es/carnecruda/2011/2/25/manifiesto-del-amor-anomalo



Otras entrevistas: 

DIARIO PÚBLICO: 

http://www.publico.es/espana/339644/el-amor-es-tan-adictivo-como-las-drogas


1 de febrero de 2011

El mito de la Monogamia




 «No hay duda de que los seres humanos pueden ser monógamos, (si deberíamos serlo o no es otra historia) pero no nos equivoquemos: es raro y difícil que lo seamos
 (Barash y Lipton, 2003)

La hembra humana suele disponer de menos poder imaginativo que el varón. La naturaleza, con tiento y previsión, lo ha querido así, porque de acaecer lo contrario y hallarse la mujer dotada de tanta fantasía como el hombre, la lubricidad hubiera anegado el planeta y la especie humana hubiera desaparecido volatilizada en delicias"
(Ortega y Gasset, 1941).







La monogamia es un mito, y en contra de lo que mucha gente cree, no es algo natural, sino que es una construcción social humana que surge en algunas culturas y en otras no. La monogamia es un relato ejemplarizante, un modelo a seguir que se graba en nuestras conciencias como si fuera una ley divina. 

La relación amorosa monogámica está basada en un contrato de exclusividad sexual, por lo tanto tiene una base social y cultural, pero no biológica. La monogamia es ensalzada por la cultura patriarcal como una de las esencias del amor verdadero, por eso el adulterio es otro relato que rechaza las relaciones al margen de ese modelo. El adulterio es clandestino y subversivo porque representa la ruptura de ese pacto conyugal, y no solo sacude los cimientos de la pareja, sino también los de la institución familiar y por extensión, la estructura social al completo. Manifiesta, como la prostitución, toda la hipocresía de la sociedad burguesa, ya que es un fenómeno muy frecuente en una sociedad que dice ser monogámica, y porque constituye la fuente de gran parte de las historias de amor que consumimos a través de los medios de masas y los productos de las industrias culturales.

David P. Barash y Judith Eve Lipton (2003) demostraron que la monogamia es un mito que cada vez tiene menos fundamento. En el mundo animal, especialmente entre los mamíferos, la monogamia es una rareza: De entre cuatro mil especies de mamíferos, no más de unas pocas docenas forman vínculos de pareja fiables, como los murciélagos (solo unas pocas especies), ciertos cánidos (en especial zorros), unos pocos primates (como los titís), un puñado de ratones y ratas, la nutria gigante de Sudamérica, el castro del norte, unas cuantas especies de focas y un par de pequeños antílopes africanos.

También lo es en la especie humana: Barash y Lipton presentan diversos estudios
que demuestran esta excepcionalidad:
– De 185 sociedades humanas examinadas por el antropólogo C.S.Ford y el psicólogo Frank Beach, solo 29 (menos del 16%) restringían formalmente a sus miembros a la monogamia. Además de permitir el sexo extramarital entre parientes designados, otras sociedades monógamas aprueban el sexo extramarital en momentos específicos, de modo especial en
festividades religiosas o de recogida de la cosecha, como el carnaval brasileño.
– En su estudio clásico Social structure el antropólogo G.P. Murdoch descubrió que entre 239 sociedades humanas distintas de todo el mundo, solo en 43 se imponía la monogamia como único sistema matrimonial aceptable.
– Un estudio de 56 sociedades humanas diferentes descubrió que en nada menos que en un 14% de ellas prácticamente todas las mujeres mantenían CFP (cópulas fuera de la pareja), mientras que en un 44% hacía lo propio una proporción moderada, y en un 42% las mantenían relativamente pocas. 
- En el caso de los hombres: casi todos los hombres practicaban CFP (cópulas fuera de la pareja) en un 13% de las sociedades, una proporción moderada de ellos hacía otro tanto en un 56% y unos pocos lo hacían en un 31%.



La monogamia es tratada por la sociobiología como un mecanismo de perpetuación de la especie: autores como David Buss, Helen Fisher o Campillo Álvarez entienden que la fidelidad sexual está originada por la necesidad de los hombres de asegurarse la paternidad, y la necesidad de las mujeres de obtener la protección de los hombres. Creen, en esta línea, que los celos representan la fuerza del egoísmo de los genes, cuya obligación es transmitirse. Hasta la llegada de las pruebas de ADN a finales del siglo XX, los machos solo tenían una forma de garantizar que las crías de su compañera fueran suyas: copular a diario con ella y vigilarla.

Para autoras como Helen Fisher (2004), los celos son una respuesta adaptativa humana. Son útiles tanto para acabar una relación como para mantenerla. Los celos pueden, en su vertiente negativa, perjudicar una relación, porque las personas celosas tienden a estrechar la vigilancia sobre el compañero o la compañera y porque se reduce la confianza mutua de la pareja. Por otro lado, sin embargo, los psicólogos creen que los celos pueden servir para que el compañero desconfiado vuelva a confiar en su pareja gracias a declaraciones de fidelidad y afecto, lo que pueden contribuir a la durabilidad de la relación. Sin embargo, también pueden ser señal de que la relación está fallando y la persona celosa puede tener miedo a contraer enfermedades de transmisión sexual, y a quedarse sola.


También en el campo de la sociobiología se ha explicado el deseo de promiscuidad del macho con el efecto coolidge, que alude a la preferencia de los machos por estímulos sexuales novedosos. Hasta hace muy poco el interés se ha centrado en el apetito masculino, pero autores como Buss han puesto de relieve el escaso estudio que ha existido sobre las ventajas que las hembras humanas obtienen del sexo ocasional. 


Un beneficio decisivo para la mujer según la sociobiología es el acceso inmediato a recursos; es una perspectiva teórica que nos parece que no contempla la necesidad y los apetitos sexuales de las mujeres, sobre todo porque el objetivo de las mujeres en la vida no suele ser el acceso a recursos, especialmente si trabajan o pueden obtenerlos ellas mediante la caza, la recolección o la agricultura.

Otro beneficio que las mujeres pueden obtener del sexo ocasional, según la sociobiología, es una autoevaluación más exacta de lo deseables que resultan: infravalorarse es perjudicial para las mujeres, porque se contentan con compañeros menos deseables.

A través de las relaciones sexuales ocasionales, la mujer también se asegura protección
contra los conflictos que surjan con otros hombres o con competidores. Tener un segundo compañero que la defienda y proteja puede ser especialmente ventajoso para las mujeres que corran un riesgo elevado de ser violadas. Para Buss, un amante sirve asimismo como posible sustituto del compañero habitual de la mujer si este le abandona, se pone enfermo o cae herido, es estéril o muere, acontecimientos todos ellos bastante frecuentes en un entorno ancestral.





En un estudio realizado por David Buss y Heidi Greiling, se puso de manifiesto que las mujeres tienen aventuras fundamentalmente cuando no están satisfechas con su pareja, o cuando tratan de sustituirla, o para hacer más fácil la ruptura con ella. Por su parte, Baker y Bellis han hallado que las mujeres suelen tener relaciones extramatrimoniales con hombres de posición social más elevada que la de sus maridos. Si os dais cuenta, todos los motivos que encuentran los científicos no residen en el deseo sexual femenino, sino en su necesidad de recursos. Esta necesidad no se da en culturas no patriarcales, de modo que no se puede suponer que todas las humanas viven en culturas donde son marginadas del poder. 

Siguiendo con estas tesis sociobiológicas, la mayoría de las mujeres no reducen su nivel de exigencia cuando tienen breves aventuras amorosas: según Helen Fisher (2007), siguen buscando a un compañero estable, sano, divertido amable y generoso. Los hombres en cambio rebajan sus aspiraciones y «tienden a pasar por alto la falta de inteligencia por parte de la mujer. También eligen a mujeres menos atléticas, menos fieles, menos estables, con menos sentido del humor y de un rango de edades más amplio. Sin embargo, cuando los hombres quieren comprometerse con una
pareja a largo plazo, se vuelven muy exigentes con algunas virtudes básicas.

La necesidad de relacionarse sexual y afectivamente con otros hombres que no sean la pareja oficial por parte de las mujeres ha sido invisibilizada por la ciencia bajo el supuesto de que las hembras no tienen el mismo grado de deseo sexual que los machos, cosa que como hemos visto en el artículo dedicado a la sexualidad femenina, ha sido demostrada como falsa por autores como Fisher, y Barash y Lipton.

De hecho, los descubrimientos y revisiones científicas más excitantes generados por la reciente demolición del mito de la monogamia conciernen al papel de las hembras:
“Los biólogos han empezado a constatar que las hembras tienen sus propias estrategias:
aparearse con más de un macho, controlar el resultado de la competición entre espermatozoides (o al menos influir en ella), obtener en ocasiones beneficios personales, como alimento o protección, a cambio de esas copulaciones fuera de la pareja, así como beneficios indirectos, genéricos, que finalmente se concentran en su progenie. [...]
Después de capturar vivas a aves migratorias al menos un 25% de ellas resultaron ser ya
portadoras de semen. ¡Y esto antes de haber llegado a las áreas de reproducción a las que
se dirigían! Es evidente que cuando las hembras establecen su nido con un macho territorial, más de una y más de dos han perdido ya su virginidad". (Barash y Lipton, 2003).

Sin embargo, nuevos descubrimientos han demostrado que la competencia espermática es consecuencia de la preferencia de las hembras por estímulos sexuales novedosos: los machos pueden imponer a sus parejas el equivalente a un cinturón de castidad, un «tapón copulatorio». Entre muchas especies —incluida la mayoría de los mamíferos— parte del fluido seminal se coagula o forma una masa gomosa, a menudo visible, que sobresale ligeramente de la vagina. Solía pensarse que servían para impedir que el semen se derramara al exterior. Pero está cada vez más claro que también funcionan en la dirección opuesta: para impedir la entrada a otros machos. Tales ingenios no serían necesarios si las hembras no mostraran inclinación a aparearse con más de un macho.

En muchos animales (especialmente insectos) el pene no es meramente un conducto para el esperma; es también un raspador, un taladro, un escariador, un sacacorchos; una verdadera navaja del ejército suizo llena de ingenios y dispositivos evolucionados para eliminar el esperma de cualquier macho precedente.

Para estos autores, en las estadísticas sobre infidelidad hay algo que no se explica muy bien, porque los hombres admiten haber tenido más parejas sexuales que las que dicen haber tenido las mujeres: Esto solo es posible si supone un pequeño número de hombres, ya que asumiendo que todo encuentro heterosexual implica a un hombre y una mujer, las cifras han de casar. Hay también importantes pruebas a favor de que los hombres tienden a exagerar el número declarado de encuentros sexuales, mientras que las mujeres tienden a subvalorar el suyo. Esta discrepancia podría ser el resultado de lagunas de memoria genuinas de las mujeres y/o del engaño inconsciente.

Además, la doble moral sexual es característica de las sociedades patriarcales; el adulterio femenino es social y legalmente penalizado con mayor dureza que el masculino, de modo que las mujeres siempre han sido más silenciosas a la hora de cometer adulterio, porque se jugaban la vida, y los hombres más propensos a jactarse de sus conquistas amatorias, ya que así parecen más viriles.

El adulterio constituye un modo de evadirnos de la realidad suprema. Es, también, un afrodisíaco que incentiva el erotismo y el deseo, pero sólo porque está prohibido. Este deseo surge de manera explosiva cuando existen obstáculos, normas, contratos que romper, porque nos permite llevar una realidad paralela, porque nos dota de una nueva identidad, porque rozamos el lado oscuro de la realidad, porque transgredimos normas y satisfacemos nuestros deseos. Lo prohibido, la clandestinidad... todo constituye un juego peligroso que consiste en disfrutar sin que te pillen.






El adulterio nos sube la autoestima y está basado en la idea de que uno se merece disfrutar: los y las adúlteras han firmado un pacto de fidelidad, pero se lo saltan porque creen que la vida es corta, porque hay que disfrutarla, porque un@o se lo merece más que nadie, porque no se puede evitar lo que se siente. Entonces nos convertimos en mentirosos, buscadores de coartadas que nos permitan disfrutar, nos sentimos traidores porque estamos cogiendo lo mejor de todo. A algunos les causa un intenso y doloroso conflicto consigo mismos; otros son capaces de practicarlo sin remordimientos. Algunos lo viven como un acontecimiento excepcional en sus vidas, y otros rompen su matrimonio e inician la misma aventura conyugal, firmando un nuevo pacto de fidelidad con el amante ahora convertido en marido o esposa.

Para Barash y Lipton, el análisis transcultural de las tasas de infidelidad muestra que las hembras y los machos son muy similares. Entre las razones culturales que encuentran para el establecimiento de la monogamia:

·         - Es una forma de relacionarse aparentemente basada en el igualitarismo, si se la compara con la poliginia, en la que el macho tiene un harén de hembras: «se infiere de ello que de algún modo vale tanto como todas ellas juntas. es más valioso e importante que cualquiera de sus esposas por separado». De la misma manera si una hembra tiene muchos machos (poliandria), «da la impresión de que la valía y  el mérito de cada uno de sus maridos son inferiores a los de esa hembra dominante. Esto no ocurre en el caso de la monogamia que, cualesquiera que sea sus dificultades biológicas, se percibe como moralmente justa, aunque solo sea porque es un vínculo equitativo, un compromiso al 50% en el que tanto el macho como la hembra tienen igual peso».
·         - Más vale malo conocido que bueno por conocer. Puede que algunos animales (y, ocasionalmente, algunas personas) establezcan uniones monógamas porque son, en cierto sentido, conservadores: «El cortejo y el apareamiento son arriesgados, requieren que las dos partes salgan de su concha personal y se hagan vulnerables al rechazo, a ser heridas, a elegir mal o simplemente a perder tiempo y energía. Tras haber pasado por ello todo una vez y habiendo conseguido una pareja, es posible que ciertos individuos opten simplemente por poner fin a tan turbadoras y arriesgadas prospecciones y sienten la cabeza para llevar una vida recogida y confortablemente hogareña».

-Otra teoría es la larga infancia de las crías humanas; es razonable que las madres y los padres estén dispuestos a compartir las tareas parentales literalmente por el bien de los hijos. En animales se ha documentado que cuando más tiempo pasa junta una pareja, más probabilidades tiene de criar con éxito a sus descendientes. Esto puede deberse a que la experiencia y mutua familiaridad favorecen una atención parental mejor y más eficiente. Los compañeros que permanecen juntos durante años tienen por lo general más probabilidades
de ser los que alcanzan un mayor éxito reproductivo.

A veces, las opciones de ambos sexos se ven restringidas simplemente por la fuerza de las circunstancias. El resultado es una mayor probabilidad de monogamia simplemente porque no hay grandes alternativas. Sin embargo, la monogamia es una forma de regular desde el poder las relaciones humanas. Es una constricción social y política a la forma de relacionarse entre los humanos que en realidad siempre ha servido más para constreñir al sexo femenino. Las culturas patriarcales imponen la monogamia porque es un sistema que sirve para la sujeción de la mujer y el control de su sexualidad; un ejemplo de ello es la cita que encabeza este artículo.


 En el mundo animal, la monogamia es practicada bajo el engaño al otro miembro de la pareja. Muchas veces el macho ejerce una vigilancia feroz en la época del celo femenino, porque necesita asegurarse de que la inversión parental que va a realizar es ejercida sobre su prole, no sobre los genes de otro macho.

Sin embargo, cuando sale del nido o la guarida para realizar sus cópulas fuera de la pareja, las hembras hacen lo mismo. Muchas eligen a buenos padres que cuiden del nido, pero copulan
a escondidas con machos lustrosos y poderosos, que no son buenos padres
pero que les otorgarán buenos genes: “Es como si los machos deseables supieran que lo son, con lo que tienden a exhibir su palmito por doquier. [...] Como contraste, los machos comparativamente poco atractivos muestran más tendencia a ser buenos padres. Al parecer le sacan todo el partido posible a su mala situación comportándose tan paternalmente como pueden, aunque parte de la descendencia atendida no sea suya". (Barash y Lipton)

Según Barash y Lipton, la violación, el maltrato, el divorcio, el matrimonio, los celos y las peleas conyugales no son fenómenos exclusivamente humanos. Los animales machos y hembras son felices cuando reina la armonía entre ellos, se enfurecen si sus parejas les son infieles, abandonan a sus parejas si encuentran otras mejores, y cambian de pareja si la suya se muestra excesivamente violenta y celosa. De algún modo estos estudios en el campo de la biología nos ayudan a entender que los celos son un fenómeno que se da entre los seres vivos que se relacionan sexualmente, pero obviamente también se entiende que la monogamia total y exclusiva es un fenómeno extraordinario; es más bien un ideal mitificado que una realidad.

El problema de la moral monogámica es que la fidelidad a menudo se impone por la fuerza física o a través de la violencia simbólica: “El adulterio —o las sospechas de adulterio— es una de las grandes causas de divorcio, y también de la violencia doméstica. Alrededor de un tercio de los casos de violencia doméstica con resultado de muerte en Estados Unidos se deben a la infidelidad de la mujer, haya sido esta correctamente atribuida o una mera sospecha. La frecuencia de la violencia generada por la infidelidad es, si cabe, aún más elevada en otras sociedades. (Barash y Lipton, 2003).

Así podemos ver que la monogamia está atravesada por el concepto de poder, y de que de algún modo es un modelo amoroso que genera multitud de tragedias y relatos literarios. Lo curioso es que el poder patriarcal fue el que instauró la monogamia como sistema obligatorio para las parejas, pero especialmente para las mujeres; de ahí la doble moral patriarcal que tolera el adulterio masculino y la existencia de la prostitución femenina, que alivia a los hombres promiscuos.

Según Leah Otis-Cour, tanto en la sociedad romana como en la germánica, el adulterio de la mujer se consideraba un delito grave y una amenaza para la familia, ya que ponía en duda las pretensiones de paternidad del marido sobre los hijos concebidos por la mujer. En el mundo carolingio el adulterio femenino era uno de los crímenes capitales junto al asesinato y al incendio.

El adulterio fue también tomado en serio por la Iglesia católica, que veía en él un pecado contra el sacramento del matrimonio. Para San Agustín la fidelidad era uno de los objetivos de la unión conyugal y debía de ser recíproca, mientras que la sociedad secular tendía a ignorar el adulterio masculino, pero condenaba a muerte o mutilación a la adúltera.


A pesar de jugarse la vida en muchas etapas históricas (recordemos que en la actualidad las mujeres son lapidadas y asesinadas en países como Irán por adúlteras), las mujeres han tenido siempre relaciones extramatrimoniales, han ejercido su libertad y su derecho al placer, han saciado su apetito sexual y sus anhelos amorosos, han elegido a las personas con las que han deseado tener relaciones, aunque pesasen sobre ellas los castigos más terribles.

Esto demuestra, de alguna manera, que no solo el hombre es «infiel por naturaleza», y que esa sospecha, creo, es lo que ha llevado a los hombres a legislar tan duramente contra las mujeres libres, y a asesinarlas. Y es que uno de cada tres hijos no es de su padre, lo que revela, desde que comenzaron los análisis de ADN para comprobar paternidades, que la mujer es infiel pero no presume tanto de ello como los varones, quizás porque la virilidad está asociada a la cantidad de relaciones amorosas con mujeres que logran acumular los hombres. En cambio la esencia de la feminidad en el patriarcado es la pureza, la falta de deseo sexual, la sumisión al macho dominante. Por eso cuando una mujer no encaja en ese estereotipo esencialista, es condenada por la sociedad a través de la condena moral y los relatos con castigos ejemplarizantes, como es el caso de Madame Bovary.





La monogamia se ha mitificado hasta tal punto en los relatos que ya no advertimos que no es un asunto biológico ni natural, sino que es un mito que perpetua la creación de familias heterosexuales basadas en uniones duales y exclusivas, con sentimientos de pertenencia y posesión que hacen aún más dolorosas, si caben, las relaciones humanas de carácter erótico o sentimental. Aun existe gente que se muestra orgullosa de no haber tenido relaciones sexuales más que con su pareja de toda la vida; y a pesar de ello, el adulterio es un fenómeno natural en nuestras sociedades, extendido en todas las capas sociales y en hombres y mujeres por igual. Curiosamente, sin embargo, el adulterio es vivido y representado como una alta traición, como un pecado mortal, como un delito contra el amor. Afortundamente, en otras culturas se da sin tanto dolor porque no es clandestino, ni ha de ocultarse, ni crea más problemas entre las parejas.





BIBLIOGRAFÍA


BARASH, DAVID P. y LIPTON, JUDITH EVE: El mito de la monogamia, Siglo
XXI, Madrid, 2003.


BUSS, DAVID: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento
humano, Alianza Editorial, Madrid, 1996


CAMPILLO ÁLVAREZ, JOSÉ ENRIQUE: La cadera de Eva. El protagonismo
de la mujer en la evolución de la especie humana, Colección Ares y Mares,
Editorial Crítica, Barcelona, 2005.


Este artículo fue publicado en catalán en el libro colectivo En Defensa d´Afrodita: 


  
"El mito de la monogamia". 

En Defensa d´Afrodita. 
Edicions Tigre de Paper, Barcelona, 2013. 


Autores/as: Laia Vidal, Laia Estrada, Crimethinc, Serena, Ricardo Coler, Na Pai, Marcel Balover, Marisela Montegamia, Blanca Callthefuture, Coral Herrera Gómez y Ál Cano Santana. 

http://www.tigredepaper.cat/wordpress/en-defensa-dafrodita/












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El miedo masculino a la potencia sexual femenina