31 de agosto de 2019

La violencia de los niños: cómo la aprenden, y cómo la ejercen contra los demás y contra sí mismos.





La violencia de los niños: cómo la aprenden, cómo la interiorizan, cómo la ejercen
contra los demás y contra sí mismos.




Conferencia impartida en el II Congreso Mundial de Infancia Sin Violencia en la Universidad de Buenos Aires organizado por Aralma los días 21, 22 y 23 de
Agosto 2019 en Argentina.




Resumen de la Conferencia:




A los niños les contamos historias que se desarrollan en torno a la aniquilación de los enemigos. En casi todas las películas infantiles hay enemigos que quieren matar al protagonista, la misión del héroe es exterminarlos. El asunto es que en la vida real, los niños creen que los enemigos son ellos mismos, y por eso acosan al niño gordo, a la niña con gafas, al niño trans, a la niña torpe, al niño inmigrante, a la niña con pelo afro. Entonces hay que explicarles quienes son sus enemigos en la realidad, las personas que más daño les hacen: las personas que abusan sexualmente de ellas, las que provocan pobreza y hambrunas, las que envenenan el agua que beben, las que les quitan su
derecho a la educación y la sanidad, las que quieren hacer quitarles su tiempo cuando
se hagan mayores, las que expanden el odio contra grupos humanos por su color de piel, su clase social, su religión o su orientación sexual. Los enemigos reales son aquellos
que quieren convertirles en trabajadores y consumidores que van a lo suyo y no se solidarizan con los demás. Son los que roban bebés y trafican con niños y niñas, los que hacen negocios alquilando mujeres para que vendan a sus bebés, son los que esclavizan
a los niños y niñas en minas, fábricas de textil y calzado, y prostíbulos. Son los que les destrozan la infancia para utilizarlos como soldados en las guerras, los que bombardean ciudades sin remordimiento, los que obligan a desplazarse a miles de personas huyendo de la guerra y buscando un país seguro para vivir, los que están apropiándose del agua potable para hacer negocio, los que comercian y consumen pornografía infantil, los que los separan de sus padres en las fronteras para torturarlos, los que les matan en las cárceles para menores extranjeros. Estos son los enemigos de los niños y niñas, y
tienen derecho a saber cómo tratamos los adultos a la infancia, y de quienes tienen
que protegerse.




Conferencia completa:





Título:

La violencia de los niños: cómo la aprenden, cómo la interiorizan, cómo la ejercen contra

 los demás y contra sí mismos.

Autora:

Coral Herrera Gómez. Doctora en Humanidades y Comunicación Coordinadora del

Laboratorio del Amor

Palabras clave:

violencia infantil, malos tratos, gestión de las emociones, cultura patriarcal, machismo,

misoginia, cuidados, amor, feminismo, relatos, ficciones, imaginario colectivo

Texto:

Los niños y las niñas no sólo son víctimas de la violencia: también aprenden a ejercerla
contra los demás, y contra sí mismos. Las vías de aprendizaje son dos: por un lado, la socialización en la familia, en la comunidad a la que pertenecen, y la institución en la que son educados. Por otro lado, aprenden a ser violentos con las películas y las series de televisión, los cuentos que les contamos, las canciones que escuchan, los videojuegos, los chistes y los refranes.

La violencia está normalizada hasta tal punto que somos incapaces de percibir el daño
que hace a los  niños y a las niñas estar expuestos a la violencia desde su más tierna
infancia: a diario ven  escenas de peleas, luchas, guerras, asesinatos, violaciones, y nos
creemos que estar expuesto a tanta violencia no les afecta al cerebro ni a las emociones,
y que no les hacen daño.

Intentamos eliminar el azúcar y los alimentos ultraprocesados, pero no nos preocupamos
por los contenidos audiovisuales que consumen y por los valores que adquieren viendo
películas machistas y violentas. Les enseñamos a ser educados, a pedir por favor y a dar las gracias, a comer correctamente en la mesa, a sacar buenas notas, pero no les enseñamos a ser buenas personas.







Les dejamos solos frente a la pantalla para que se insensibilicen con la violencia, y luego no entendemos por qué se divierten tanto haciendo sufrir a los demás. No les explicamos por qué los dueños de los medios mitifican al macho violento, ni por qué no nos ofrecen otros modelos de masculinidad. No saben por qué estos hombres poderosos quieren que ellos también sean violentos, ni para qué.

No les estamos ofreciendo herramientas para relacionarse con el mundo desde el amor y los cuidados: los niños sólo están aprendiendo a aniquilar a sus enemigos, y ni siquiera saben quiénes son su mayor amenaza: no desde luego sus compañeros de juegos.

Los niños varones son los que aprenden a ejercer la violencia física contra los otros niños,
contra las niñas, contra los animales y contra los adultos de su entorno. A las niñas se les
enseña a  aguantar o soportar esa violencia, y además las engañamos para que crean que la
violencia que recibirán de su pareja es una prueba de amor.


¿Cómo se les enseña a los niños a ser violentos? Los relatos más importantes de nuestra
cultura están basados en el monomito del héroe que abandona su hogar para correr una serie de aventuras que le harán enfrentarse a sus propios miedos y les convertirá en hombres adultos.

Este monomito es la base de la historia de Jesucristo y de casi todos los héroes de nuestra
cultura para poder hacerse hombres de verdad, los niños tienen que separarse física y
emocionalmente de sus madres y del entorno de cuido, que es generalmente un mundo de
mujeres formado por sus abuelas, tías, primas, hermanas y vecinas de la comunidad. El
mensaje que nos lanzan en estas historias de superación y transformación es que el varón
sólo puede florecer si logra romper el cordón umbilical que le une a este mundo de afecto, cuidados y ternura, y si logra desconectar de sus propias emociones para endurecerse y convertirse en máquinas de matar.

El héroe es generalmente siempre un niño asustado que logra vencer a sus propios
monstruos cada vez que se enfrenta a los enemigos que encuentra en el camino. Tiene
una misión que cumplir, algo  que es más importante que su propia vida: salvar al
mundo de una amenaza, restituir el orden, legitimar a un rey frente a otro rey. El niño
tendrá que convertirse en un guerrero justiciero que ni siente ni padece: casi todos los héroes y superhéroes de nuestra cultura luchan sin tener que cuidarse a sí mismos, sin velar por su propia seguridad: son gente sacrificada y sufridora a la que no le importa arriesgar su propia vida con tal de pasar a la posteridad y despertarla envidia y la admiración de los demás.

Son héroes mutilados emocionalmente, soldados que obedecen al patriarcado sin

cuestionarlo, leales a las leyes de la selva, en la que sólo sobreviven los más fuertes.

Los niños construyen su identidad masculina imitando a estos héroes, a los que admiran por su fuerza, su valentía y su agresividad. Bajo esta identidad masculina
subyace la idea de que cuanto más sufra y más se sacrifique, mayor será la recompensa:
convertirse en un hombre poderoso, temido y obedecido por los demás. Por eso le gusta
sufrir y hacer sufrir: cuanto mayor sea la tortura, más macho se sentirá.

Todos aprenden pronto que la violencia legítima es la que ejercen los “buenos”, y la
violencia que hay que combatir es la de los “malos”. Los guionistas, los narradores y
productores culturales les ofrecen un modelo de masculinidad basado en la idea de que la
violencia es natural en los hombres, y es además necesaria para acabar con el “mal”.

A través de los relatos, los niños entienden que la violencia es la única manera para
resolver conflictos y para obtener lo que desean, lo que quieren o lo que necesitan,
porque sus héroes resuelven así, y no tienen herramientas para hacer frente a sus
problemas. Creen que el pez grande tiene derecho a comerse al chico, y con los cuentos
que les contamos, más lo que ven en la vida real, aprenden rápido cómo funciona la pirámide social del patriarcado: los hombres jóvenes, blancos, fuertes, heterosexuales y ricos están arriba, y abajo están todos los demás.

Y claro, ninguno quiere estar abajo: su lucha ha de ser ir escalando en esta pirámide hasta
alcanzar la cima, sometiendo y aplastando a los demás. Las producciones audiovisuales les enseñan cómo embrutecerse y cómo acumular riquezas, poder y mujeres a través de esta lucha por ser los mejores: sólo los más fuertes, los más rápidos, los más inteligentes y astutos están llamados a coronar el éxito. Y es que arriba del todo es donde mejor se vive: a todos los demás se les contempla desde arriba hacia abajo, se les domina, se les utiliza, se les obliga a tratarlos con respeto y a obedecerlos.

A los niños no les enseñan a cooperar y a trabajar unidos para luchar contra las injusticias, para conseguir derechos para todos, o para hacer de este un mundo mejor: todos los mensajes de nuestra cultura patriarcal van en sentido contrario. La lógica que aprenden es la de la competitividad: si son disciplinados, si trabajan duro, si dominan su entorno, pueden llegar a ser los amos del mundo.

Si no logran ser presidentes, empresarios de éxito o futbolistas famosos, siempre podrán reinar en sus casas como reyes, y mandar sobre su esposa, hijas e hijos. Hasta el hombre más pobre del mundo puede ejercer de monarca absoluto en su propia casa, como si fuera un premio de consolación por no haber podido triunfar en un mundo en el que el éxito está reservado para unos pocos machos alfa.

A través de las películas y los videojuegos, no sólo aprenden a ser hombres, también
aprenden a relacionarse con las mujeres. En casi todas las producciones culturales, las
mujeres son estereotipadas como seres perversos de las que hay que defenderse. Primero

aprenden a despreciara las niñas: no hay mayor insulto en un kinder, una guardería o un
colegio que ser categorizado como una niña. A los niños les da un terror absoluto que sus
compañeros o sus padres les llamen “nena”, “nenaza”,“niña”, “niñata”.

Elisabeth Badinter nos contaba en su libro que la masculinidad se aprende en base a tres pilares fundamentales: “No soy una niña”, “no soy un bebé”, “no soy homosexual”. Así que aprenden a ser hombres desde el rechazo a todo lo femenino, el desprecio a los más débiles y la dominación. Sueñan con ser hombres ricos y famosos, y para eso tendrán que construir sus relaciones desde el abuso y la explotación hacia los demás: nadie se hace rico si no es contando con mano de obra gratis, o muy barata, y si no es acaparando los recursos de los demás.

Los hombres, sólo por nacer hombres, se merecen una mujer que les cuide. Primero es
mamá, y después la novia que llegará a ser esposa: nunca les enseñamos a cuidarse a sí
mismos, porque los héroes están siempre poniendo su vida en riesgo, comen mal, duermen mal, sufren heridas y tienen el cuerpo lleno de dolores y cicatrices que demuestran que son tipos duros capaces de aguantar el sufrimiento como si fuera algo consustancial a la masculinidad heroica.

Otra de las cosas que aprenden los niños viendo dibujos animados es que la venganza
es totalmente legítima: si un hombre pretende hacerte daño, puedes matarlo. Si una
mujer te destroza el corazón o te engaña, tienes derecho a matarla. Es la filosofía del
ojo por ojo, diente por diente: si una mujer no se pliega a tus deseos, si te rechaza o
te abandona, tienes derecho a destrozarle la vida porque de ti no se ríe de nadie, y a
ti no te abandona nadie si no es perdiendo la vida. Este es el mensaje principal que
transmiten muchos cuentos infantiles y que permanece dentro de ellos toda su vida: uno
puede vengarse cuando sufre o cuando se pone en entredicho su honor o su prestigio, sin
importar las consecuencias.

Los niños son educados para que también usen la violencia contra sí mismos,
poniéndose constantemente en riesgo y generando conductas autodestructivas que
pueden llevarles a la muerte en su adolescencia y adultez. Se les obliga a demostrar
constantemente su hombría a través de su habilidad para autolesionarse, automutilarse, y
ponerse en peligro a sí mismos ya sus acompañantes. Por eso conducen borrachos, hacen
carreras de coches en la carretera, se tiran a una piscina desde el balcón de un hotel, se suben a gran altura para hacerse un selfie, consumen alcohol y drogas hasta caer desmayados, provocan peleas para que alguien les agreda, juegan a asfixiarse, y se enfrentan a la policía para demostrar su valentía.

El héroe que los niños admiran esconde su fragilidad y su vulnerabilidad, y se avergüenza de su debilidad, de su torpeza o de su falta de habilidades para ser un macho alfa. Cambian los nombres y los rostros, pero el modelo heroico es siempre el mismo: hombres que no le tienen miedo a nada, hombres que consiguen lo que quieren caiga
quien caiga, hombres ambiciosos que generan riqueza y dominan territorios enteros para poner a millones de personas a su servicio.

La masculinidad patriarcal no es solidaria, sino competitiva: los hombres necesitan los aplausos, la admiración y la envidia de los demás, por eso en las películas infantiles
los héroes son personas, incapaces de mostrar afecto, generalmente tensos y estresados,
y casi todos con muchos traumas encima. Cuando entran en combate lo hacen llenos de
odio, de furia, y de rabia, emociones que les genera mucha adrenalina y les ayuda a matar a sus enemigos.

Los niños ponen en práctica lo que aprenden a través del juego libre: por eso en los patios
de los colegios y en los parques los niños forman bandos en los que juegan a aplastar a los otros, a machacarlos, torturarlos y matarlos. Por eso excluyen a las niñas del juego: no hay nada que les de más miedo que les gane una niña con habilidades físicas superiores, no hay mayor humillación para un niño que quiere ser macho.

Las niñas son las espectadoras, son un trofeo de caza, y una recompensa a sus esfuerzos para la guerra. Durante la historia, las niñas son torpes y caminan por la selva en tacones, se asustan por todo, gritan como hienas cuando ven una araña, y meten la pata constantemente para poner al héroe más difícil su misión, y para realzar la hombría de su acompañante. Cuanto más estúpidas parecen ellas, más inteligentes parecen los protagonistas de las ficciones que consumen los niños. Cuanto más débiles y más desprotegidas parecen ellas, más importantes y necesarios parecen ellos. Es por esto que  las heroínas de los relatos son siempre retratadas como seres inferiores: para que ellos  parezcan más grandes, más veloces, más fuertes y más listos.

Las niñas no suelen aparecer nunca en las ficciones como sujeto, sino como objeto. Un objeto que pasará a ser propiedad privada del protagonista si logra enamorarla.

Y es que los niños aprenden pronto que la única forma de tener a una mujer a tus pies sin
obligarla, es a través del amor. Por eso en la adolescencia van al amor como si fueran a la
guerra: pierde el que se  enamora, gana el que no se enamora y logra enamorar a una o a
varias mujeres.

Los niños y las niñas se juntan en la adolescencia para ligar y tener sexo, pero a ellas
les enseñan a buscar al príncipe azul, y a ellos a acumular conquistas para mostrar su hombría.

Por eso a ellos les gustan las pelis de acción y a ellas las películas románticas y las de princesas.

Todo lo que ven en las películas, lo ven también en casa. Sus padres son los reyes del hogar, los que mandan, los que tienen la autoridad, y los que traen el dinero a casa. Las mamás son las que trabajan doble jornada laboral: además de traer dinero a casa, se encargan de todo lo demás.

Lo hacen “por amor” al hombre y a la familia, lo hacen porque les toca, lo hacen porque son mujeres y les gusta cuidar a los demás.

A las niñas también se las enseña a competir entre ellas, por eso las princesas están siempre solas y jamás forman alianzas con otras mujeres para liberarse de la esclavitud o la explotación, del encierro o del aburrimiento. También aprenden a ser sufridoras y sacrificadas, a aguantar y a soportar, a ceder y a tragar, a renunciar a sí mismas, y a vivir esperando eternamente la llegada del héroe, aunque sea durante décadas como es el caso de Penélope en la Odisea, o de la Bella Durmiente en Disney.

Las mujeres aprenden a vivir en sueños, suspirando por la llegada del amor que transforme sus vidas, imaginando y recreándose en el milagro romántico, ese que va a salvarlas y va a solucionar todos sus problemas. Las princesas no aspiran a ser compañeras, sino a ser siervas de su amado, a curar las heridas del guerrero, a ser leales a su media naranja.

Y esto no sólo lo ven en las películas, sino también en la vida real: ven mujeres que
renuncian a sus sueños al juntarse a un marido, ven mujeres que soportan toda la carga
sin quejarse, ven mujeres que son castigadas cuando se rebelan a los mandatos de género
y a su condición de objeto. Todos los días en el mundo, los hombres violan y matan a
mujeres libres que desobedecen las reglas del patriarcado.

Por eso en casa se las educa para que sean sumisas, complacientes, serviciales, entregadas, abnegadas y encantadoras. Y no sólo en casa, también en la escuela se nos enseña cuál es nuestro lugar en la pirámide social, y cuál debe ser nuestra forma de ser mujeres.

Es en la escuela, alrededor de los 6 o 7 años, cuando nos damos cuenta de que somos
seres inferiores:  los genios de la música, la ciencia, el deporte son todos hombres. Los
grandes personajes de la Historia: políticos, reyes, papas y obispos, hombres de negocios,
exploradores, faraones, zares y emperadores, son hombres. Las mujeres están borradas de
los libros de texto: no aparecemos por ningún lado. Y las pocas que aparecen son mujeres
patriarcales que imitan a los hombres, como Cleopatra o Isabel la Católica.

A las niñas se nos permite llorar, y a los niños se les prohíbe llorar. A ellos les permiten
expresar su rabia y a nosotras no: las niñas no pueden enfadarse, no pueden expresar su
enojo, y generalmente a única vía para dar rienda suelta a la rabia que tenemos es volverla
contra nosotras mismas.

A través de la cultura audiovisual, las mujeres aprendemos a odiar nuestros cuerpos
y nuestra apariencia física, por eso nos torturamos con operaciones de cirugía estética,
con dietas espantosas, con sesiones de gimnasio interminables, con tratamientos de belleza caros y dolorosos. Odiamos nuestras imperfecciones, nuestra grasa, nuestras arrugas, nuestras canas, nuestros excesos o carencias: nos enseñan a compararnos entre nosotras, a considerarnos enemigas y rivales, y a odiar al género femenino.

La tortura no es sólo física: las niñas aprenden desde muy pronto a tratarse mal
a sí mismas, a sentirse inferiores, a depender del reconocimiento de los hombres

y del afecto de los hombres. Los problemas de autoestima vienen desde la más
tierna infancia: nosotras somos las guapas, ellos son los inteligentes, los bondadosos,
los fuertes, los valientes. Nosotras somos lo contrario a ellos, pero sólo conseguiremos
que nos den afecto si nos mantenemos guapas y si aparentamos ser sumisas.

Esta es la razón por la que los niños juegan a someter y asesinar, y las niñas juegan
a cuidar: en las películas se endiosa a los hombres por su capacidad para matar, y a las
mujeres por su capacidad para dar vida, y para cuidar bebés. Y así es como los niños
aprenden a ser hombres y a relacionarse con las mujeres: nunca desde la cooperación,
siempre desde la estructura de la dominación y la sumisión que subyace a todos los
relatos de nuestra cultura patriarcal.

Los macho alfa de carne y hueso son como sus héroes de ficción: hombres que ejercen la violencia para hacer el bien, hombres con poder para dominar su entorno. Presidentes
de gobierno, presidentes de las empresas más exitosas del mundo, futbolistas millonarios,
mafiosos y narcos. Lo que ellos ven en televisión son hombres que hacen leyes, y hombres que se las saltan para acumular poder, riquezas y mujeres. Algunos caen presos, pero otros viven la vida a todo lujo tomando decisiones que afectan a millones de personas.

Para el macho patriarcal, todo vale en la carrera para acaparar recursos, aunque ello
suponga tener que hacer sufrir a mucha gente, aunque implique la destrucción de un
bosque o del planeta entero. Su egoísmo, avaricia,  soberbia y codicia no tiene fin:
así son los héroes de nuestros niños, hombres sin capacidad para  la empatía, hombres
despiadados de sangre fría y corazón helado incapaces de sentir amor por la Humanidad.
No les importan los medios para lograr sus fines.



Los niños no son educados para cuidar a los demás, sino para que les cuiden. Por eso
no saben relacionarse con las niñas de igual a igual: no las consideran compañeras. Son
siempre seres a los que puedes utilizar para satisfacer tus deseos sexuales, o para aumentar tu prestigio de macho, pero no son jamás compañeras. Más bien, son el enemigo a batir: los hombres que se enamoran de las mujeres están en una situación de total fragilidad, y ningún hombre quiere ser manipulado por una mujer poderosa.

Los niños tienen miedo al poder y la libertad de las niñas, por eso necesitan
dominarlas. Todas son las enemigas, excepto la mamá y unas pocas mujeres de la familia:
de las demás no te puedes fiar. Nuestra cultura misógina expande el odio hacia las mujeres a través de los anuncios y las ficciones: son seres despreciables y malvados que pueden arrancarte el corazón y chuparte la sangre, vaciarte el bolsillo y dejarte en la calle.

Por eso muchos sueñan con encontrar algún día a su princesa: una mujer sumisa, sin deseos propios, devota y leal, discreta y obediente que les ame para siempre, les
perdone los pecados, les frenen en sus locuras, les consientan todos los caprichos, les

enseñen el buen camino, les castiguen cuando se portan mal, que sean comprensivas y
quieran sacarles del pozo en el que a veces se hunden, y que les cuiden cuando
enfermen y envejezcan. Necesitan una especie de doble de mamá que les ame
incondicionalmente, hagan lo que hagan, y que no les abandone jamás. Necesitan
sentirse especiales e importantes: quieren ser imprescindibles, y quieren reinar en su
hogar. Y muchos se frustran porque no encuentran a esta mujer de ficción que sepa
esperar y aguantar.

Nos educan de manera diferente frente al amor, por eso no es fácil quererse bien
cuando legamos a la juventud y a la adultez y nos juntamos en pareja. El odio
contra las mujeres está latente en nuestras relaciones: los niños lo interiorizan
cuando les contamos que existen las mujeres buenas y las mujeres malas, a las
primeras se las respeta, y a las demás no.

A las niñas nos enseñan en la escuela que cuando un niño nos acosa, nos golpea,
nos humilla y nos maltrata es porque se ha enamorado de nosotras. Nos
compadecemos del bruto que no sabe controlar sus emociones y que necesita
dominarnos para aplacar su complejo de inferioridad y sus miedos. Nos
compadecemos del maltratador porque vemos ahí al niño asustado que necesita
cariño y atenciones, que ha sido mutilado en su infancia, que no tiene herramientas
para gestionar sus emociones. Y por eso aprendemos desde niñas a soportar malos
tratos: nos hacen creer que es una bofetada en un ataque de celos es una prueba de
amor.

Quien bien te quiere te hará llorar, nos dicen. Los que más se pelean son los que
más se desean, nos cuentan. Y por último nos hacen creer que el amor y el odio
son lo mismo, aunque en realidad son emociones completamente contrapuestas.

Nos hacen creer que somos culpables de la violencia que recibimos, porque algo
habremos hecho mal, porque hemos desobedecido, porque le hemos hecho enfadar, o
porque hemos cometido algún error.

Las niñas aprendemos a portarnos mal con las demás niñas desde muy pequeñas
a través de las relaciones de rivalidad y competición. Pero sobre todo, aprendemos
a tratarnos mal a nosotras mismas porque crecemos con la autoestima por el suelo.

Nuestro mayor miedo es que nadie nos quiera, nadie nos proteja, nadie nos cuide, por eso
nuestro sueño es ser amadas y elegidas para ser la esposa de un hombre con éxito. Y por
eso nos resignamos a tener relaciones en las que no somos felices: creemos que no nos
merecemos más porque no nos enseñan a querernos bien a nosotras mismas, ni a
cuidarnos a nosotras mismas.

Estos son los mensajes que nos lanzan los medios de comunicación y las industrias
culturales para que aprendamos a ser hombres y mujeres, y para que aprendamos
a relacionarnos entre nosotros  desde esta cultura de la dominación y la sumisión.

Con estos mensajes en forma de mitos interiorizamos la violencia y la
reproducimos: en nuestros juegos de la infancia primero, y en nuestras vidas
adultas después.

Por eso es tan importante exigirle a los productores y creadores culturales un cambio
en la ideología que transmiten en los relatos, en la información y en el entretenimiento
que nos ofrecen. Ellos son los principales transmisores de los valores capitalistas y
patriarcales, los que perpetúan  a través de estereotipos y de mitos todos los principios
basados en la dominación masculina, los  responsables de que en nuestro imaginario
colectivo la violencia sea la principal forma de relacionarnos entre nosotros.

Los creadores son los que ensalzan la masculinidad más violenta y cruel al
mitificarnos a hombres sin sentimientos, sin ética, y sin escrúpulos. Ellos nos ofrecen
modelos de personas y de relaciones, y nos hacen creer que la violencia es legítima y
necesaria si la emplean “los buenos”. Mientras, en las escuelas se nos niega la
educación emocional que necesitamos para aprender a tratarnos bien, a querernos desde
la solidaridad y el compañerismo, a relacionarnos sin miedos y sin necesidad de
dominarnos los unos a los otros.

No nos enseñan a gestionar nuestras emociones, a despedirnos de nuestros seres
queridos, a conseguir lo que necesitamos o a resolver los conflictos sin utilizar la
violencia. A los niños les insisten en que tienen que aprender a defenderse cuando les
atacan, pero  no les enseñan a no atacar a los demás. A las niñas les enseñan a evitar
ser violadas, pero no enseñan a los niños a no violar. A los padres y a las madres les
preocupa que sus hijos sufran bullying, pero no se preocupan por si son ellos los que
ejercen acoso y violentan a sus compañeros o compañeras.

Creo que es esencial ofrecer educación emocional a los niños y a las niñas, y
educación feminista, ecologista, y pacifista, pero también necesitamos con urgencia
herramientas que nos permitan explicarle a los niños por qué sus héroes son así y qué
mensajes les están lanzando los señores creadores, por qué y para qué lo hacen, cómo
nos influyen a nosotros, y cómo va el mundo gracias a esta forma de pensar.

Es urgente ofrecerles otras referencias y otros modelos de masculinidad y feminidad
que no estén sujetos a la norma patriarcal. Necesitamos otros héroes y heroínas, otros
relatos, otras tramas, otras formas de resolver los conflictos, otros finales felices.

Necesitamos sensibilizar a los escritores, dibujantes, diseñadores, guionistas y productores sobre la importancia de acabar con el sufrimiento, y de fomentar la cultura del disfrute, del respeto, del buen trato. Necesitamos que dejen de matar a las madres y que los niños aprendan que no tienen por qué rechazarlas ni aprender a vivir sin ellas: sólo necesitan herramientas para ser autónomos y para vivir el amor sin miedo.

Necesitamos un cambio radical que deje de presentar como negativos los valores tradicionalmente asociados a lo femenino: la ternura, la empatía, la solidaridad, los afectos y las redes de cuidados.

Un primer paso podría consistir en poner los cuidados en el centro de la política
y la economía, en el centro de los relatos, en el centro de las luchas para construir
un mundo mejor. Poner todo el tiempo los cuidados en el centro: para transformar el
mundo hay que aprender a cuidarnos a nosotras mismas y a los demás. Creo que es la
única manera de garantizar a los niños y las niñas infancias felices y libres de violencia
y sufrimiento: enseñándoles a cuidar la naturaleza, a los seres vivos, y a los seres
humanos que viven en este planeta.

Coral Herrera Gómez



Argentina, Agosto 2019

24 de agosto de 2019

¿Que necesitan los hombres para dejar la violencia?


-Una crianza amorosa en un entorno familiar libre de violencia.
-Una educación integral, sexual y emocional para aprender a identificar y gestionar sus emociones desde la infancia.
- Una formación basada en los valores de los derechos humanos, el pacifismo, el ecologismo, y el feminismo.
- Referentes masculinos: hombres ejemplares a su alrededor, hombres responsables y comprometidos con la libertad y la igualdad.
- Otros héroes y otros modelos de masculinidad no violenta en la cultura, los medios y la publicidad.
- Ayuda psicológica y terapéutica gratuita.
- Aprender a ser autónomos en las tareas básicas para la supervivencia.
 - Un rechazo social unánime contra la violencia machista, y el fin del pacto de silencio.
- Herramientas para trabajarse los patriarcados que les habitan, y para hacer autocrítica personal y colectiva.

¿Qué necesitan las mujeres para escapar de la violencia machista en la pareja?


Habría muchos menos femicidios si la sociedad entera se volcase en la lucha contra la violencia machista, y si mujeres pudiésemos separarnos cuando empiezan los malos tratos, pero no podemos.

La mayoría de las mujeres del mundo no pueden escapar. Esto es lo que necesitamos:
- Ingresos dignos para tener autonomía económica.
- Autonomía emocional y herramientas para trabajar la autoestima y evitar la dependencia.
- Refugios seguros para nosotras y nuestros hijos e hijas para protegernos de la reacción del maltratador.
- Una red de apoyo que nos cuide, nos sostenga emocional y afectivamente, y nos proporcione un entorno seguro para pasar el período postraumático.
- Asesoría legal y asistencia psicológica.
- Un sistema judicial modernizado con juezas y jueces formados en temas de género y especializados en violencia machista.
- Asesoria legal y asistencia psicológica.
- Un rechazo frontal de toda la sociedad hacia cualquier forma de violencia contra las mujeres y un periodismo ético que informe sin culpabilizar a las víctimas.


17 de agosto de 2019

Próximos talleres en Costa Rica y en España

el 1 de noviembre en Sevilla, España

el 31 de agosto en Amarú, San José de Costa Rica

En Costa Rica imparto un taller en Amarú, el 31 de Agosto, 

y en España en Sala Mera, en Sevilla, el 1 de Noviembre.  


15 de agosto de 2019

Manual de ética amorosa para ligar en Tinder y otras redes sociales



Articulo publicado en eldiario.es:

-Todas las relaciones son amorosas, sean románticas o no, sean sexuales o no, sean reales o virtuales. Partiendo de esta base, los cuidados deben ponerse siempre en el centro: el cuidado a una misma, el cuidado a las personas con las que te relacionas.

- La base del cuidado es la sinceridad y la honestidad. Cuenta lo que estás buscando: relaciones basadas en el placer sexual o un romance en toda regla, si estás abierto o no para tener una relación sentimental, o varias, si eres monógamo o poliamoroso, si tienes pareja o estás soltero, si te apetece vivir una historia de amor alucinante, o sólo pasar ratos lindos y divertidos.

- No confundas a la otra persona: sé claro y utiliza tu asertividad. Si quieres quedar, dilo. Si no quieres quedar, dilo también. Hay que ser claro y transparente, no marear a la gente con tu indecisión.

- Trata bien a las mujeres y a los hombres con los que te relaciones. No importa si los vas a ver sólo una noche, o si os vais a ver cien noches. No importa si sólo os une el placer sexual, o si también estáis conectados emocionalmente: lo único que importa es el buen trato.

- Cuando alguien quiere ligar contigo y a ti no te gusta, que no se te olvide el buen trato. En lugar de pasar de alguien y bloquearle, hay que explicar con sinceridad cómo te sientes, y contar que no quieres hablar más, que deseas cerrar la relación, o que no quieres empezar ninguna.

- Cuando quedes con una persona en algún sitio, mejor que sea público, como una plaza, una cafetería, un centro social, un centro cultural, un bar o un restaurante, un teatro, un cine, un museo, una discoteca, un parque. A las mujeres nos conviene quedar en espacios seguros y llenos de gente. Ya habrá tiempo para buscar espacios más íntimos si os apetece a ambos.

- Misterios, los justos: la otra persona quiere saber quién eres, cómo vives, qué haces en tu tiempo libre, cuales son tus pasiones... en la primera cita todos necesitamos información para saber si nos gusta o no la otra persona, y si hay algún tipo de afinidad.

- El tiempo que estéis juntos, que sea de calidad. Para mostrar interés lo mejor es tener guardado el celular, y escuchar con atención amorosa a la otra persona, sin interrupciones ni vacíos.

- Si la otra persona se va antes de tiempo de la cita, acepta y respeta. Si te vas tú antes, el otro tiene que aceptar y respetar igual.

- Si le propones a la otra persona iros a un lugar más privado y la otra persona te dice que no, es no.

- Si te entran ganas de darle un beso a la otra persona, es importante que tengas señales muy claras sobre su nivel de receptividad. Si no sabes si la otra persona quiere, díselo con una sonrisa: "me encantaría darte un beso", o pregunta: "¿puedo darte un beso?" Si te dice no, es no.

- Estáis en el sofá y os estáis dando besos, pero cuando la cosa se pone más intensa, ella te dice que no quiere más, y entonces tienes que volver a recordarlo: "No es no". Incluso aunque estéis desnudos, o en mitad del acto sexual. No, es siempre no.

- Si vais más allá de la primera cita y estás viendo a otras personas en la misma red social, o en otras redes, hay que contarlo con naturalidad: estamos todos en lo mismo, buscando gente que nos guste, probando, y explorando. Mentir sólo sirve para crear relaciones de desconfianza que aumentan las inseguridades que llevamos todos encima, los celos y otros asuntos poco placenteros.

- No finjas orgasmos para no herir el frágil Ego del otro. Hay que hablar de sexo y crear el espacio de confianza para que podamos contar lo que nos gusta y lo que no, para compartir nuestras fantasías y nuestras apetencias, para elaborar pactos a la hora de compartir placeres de manera que ambos os sintáis a gusto.

- Hay que hablar de anticonceptivos desde la primera cita: ¿cómo vamos a evitar embarazos y enfermedades de transmisión sexual?, ¿cómo vamos a cuidar nuestra salud y la del otro? No le pidas a nadie que haga el amor sin protección: a las mujeres nos baja la libido cuando los hombres se niegan a usar barreras.

- También hay que pactar la frecuencia del contacto virtual y de las citas presenciales: hay gente que necesita mucha comunicación y pasa el día pegada al teléfono, hay gente que sólo se sienta una vez al día a contestar mensajes, hay gente que no usa redes sociales ni Internet... hay gente que le encanta chatear, y gente que no. Hay que sentarse a explicar qué desea cada cual, qué necesita o qué le apetece, es ideal para poder establecer el ritmo de la comunicación. Es esencial que ambos os sintáis a gusto con los pactos alcanzados.

- Si aumenta la pasión y necesitas, o la otra persona necesita elaborar pactos de exclusividad y os planteáis una relación monogáma, ojalá haya la confianza y la complicidad necesaria para poder hablar de lo que os apetece, y de cómo os sentís, y de cuándo es el momento de dejar las redes para ligar, sin sentirse obligado ni obligar a la otra persona.

- Si a la otra persona no le apetece lo mismo que a ti, hay que aceptar y hablar mucho para ver si se puede construir una relación en la que ambos estéis a gusto, o si quizás sea mejor no seguir porque ambos queréis cosas diferentes. Lo que no funciona es que uno de los dos renuncie a lo que necesita o lo que quiere, y el otro no. Es cuestión de ir negociando, y si no se llega a ningún punto, no pasa nada. Es bonito intentarlo, y de todo se aprende.

- Cuando estás en una o varias relaciones de Tinder, hay que ir midiendo los niveles de recicprocidad y correspondencia, para ver si uno se enamora demasiado y el otro no, o al revés. Porque cuando tienes claro esto, puedes cuidarte mejor a ti mismo y cuidar a la otra persona, tanto si es la otra persona la que está muy enamorada de ti, como si eres tú el que estás muy enamorado.

- Cierra las historias con elegancia, con cariño, con honestidad. Portaté bien. Que os quede a los dos un bonito recuerdo de la relación, no importa cuánto haya durado. Evita las mentiras, los engaños, los chantajes, los reproches. No desaparezcas, enfrenta la cuestión con respeto y cuidando a la otra persona: se trata sólo de decir cómo te sientes y por qué quieres dejar la relación. Respeta también la libertad de la otra persona para irse si desea seguir su camino a solas o con otras personas.


Coral Herrera Gómez


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Cómo cuidarte cuando estás enamorada

6 de agosto de 2019

Cómo cuidarte y cuidar a tu ex cuando te separas



Cuando llega la separación en una relación de pareja, hay que cuidarse mucho y cuidar a la otra persona. Al dejar de amar a alguien, no dejamos de quererlo y de preocuparnos por su bienestar y su salud. Algunos tips para quererse bien mientras nos separamos:

Cuando llega el desamor y una relación se acaba, ayuda mucho todo el trabajo que estamos haciendo desde el feminismo con las emociones y el auto-cuidado. Esas mismas herramientas pueden ayudarnos mucho a separarnos con amor, y a cuidarnos mucho a nosotras mismas: podemos construir una ética amorosa que nos permita romper nuestras relaciones intentando no empezar una guerra, no sufrir, y no hacer daño a la otra persona.

Una de las claves para cuidarnos cuando nos separamos es ser valiente y honesta/o. Hay que hablar mucho sobre cómo nos sentimos. El primer paso es sentarse a hablar con una misma y decirse en voz alta lo que está pasando: "me estoy desenamorando, ya no siento lo mismo de antes, ya no quiero seguir con él/ella".

Aceptar es una de las claves para poder separarnos bien: hay que ser muy realista, muy humilde y muy generosa, y hay que trabajarse mucho el EgoLa aceptación con respecto a una separación llega cuando somos realistas y asumimos que se acabó la historia. Con la aceptación empieza el duelo, y desde ahí nos es más fácil ser generosas y dejar marchar a la otra persona de nuestro lado.

Es maravilloso cuando podemos llegar a desear a nuestro ex lo mejor en la nueva etapa que comienza: se abre ante nosotras un nuevo horizonte, una nueva vida con nuevos afectos y con nuevas experiencias y aprendizajes. Es fascinante que ambos podamos dejar el pasado atrás, vivir varias vidas, y tenernos para siempre en el recuerdo.

Aceptar que ya no estamos enamoradas no es nada fácil.

Aceptar que ya no nos quieren es también muy difícil, y muchas nos resistimos con uñas y dientes, pensando que lo último que se pierde es la esperanza. 

Cuanto más nos resistimos, más duele el desamor. Algunas recurrimos al auto-engaño (volverá, esto es un mal sueño, en el fondo me ama, se dará cuenta de lo equivocado que está), y nos aferramos a un clavo ardiendo. Inevitablemente soñamos con el milagro romántico, el final feliz que vemos en las películas, ese momento en el que sucede algo mágico, y por fin él se da cuenta de lo maravillosa que es ella, lo ciego que estaba, y lo mucho que la ama.

Una vez que dejas de soñar con el milagro (cuando la otra persona te deja claro que ya no quiere seguir y no hay vuelta atrás, y cuando por fin escuchas lo que te están diciendo), aceptas lo que te está pasando. Viene el segundo paso, que es mucho más difícil todavía: decirle al otro/a cómo te sientes. Cuesta mucho, porque si es la otra persona la que se quiere ir, sabes que lo vas a pasar mal. Pero si eres tú la que quieres deshacer el lazo que os une, no quieres hacerle daño, te sientes una traidora, y te come la culpabilidad: prometiste que le querrías y le amarías para siempre. Estás fallando, estás demostrando que no puedes cumplir una promesa, y no sabes ni por qué te está pasando.

Cuanto más tiempo tardamos en sentarnos a hablar con la pareja, peor. Cuando llega el desenamoramiento nuestro comportamiento cambia, y las vibraciones cambian: nuestra infelicidad, nuestra culpabilidad, y nuestra desgana se palpa en el ambiente. La otra persona se empieza a dar cuenta y empiezan las preguntas, las excusas, las sospechas, las mentiras, la confusión y la incertidumbre, los miedos, los reproches, las peleas, el victimismo, las posiciones defensivas, los ataques para provocar reacción, las  llamadas de atención (trágicas o agresivas), las luchas de poder y las guerras... que aceleran el desamor y nos hacen sufrir mucho.

Tardamos tanto en dar el paso porque no nos han enseñado a separarnos bien, a cerrar las historias con cariño. Creemos que cuando llega el momento de separarse, toca vivir una escena dramática llena de insultos, reproches, reclamos, amenazas, chantajes y cosas que se dicen en momentos de dolor para hacer daño a la otra persona. La mayor parte de las veces iniciamos una guerra por inercia, creyendo que lo normal es odiar a aquel o aquella que ya no te ama. 

Si sigue pasando el tiempo y no te has sincerado, te sientes todavía más culpable y te comen los miedos, los remordimientos y las angustias, que al principio son sólo tuyas, y después son compartidas. Cuanto más disimulas, peor te sientes, y si tu pareja te pide que seas sincera y no lo eres, entonces es el infierno: cuando te dan oportunidades para que rompas la relación y no las aprovechas te sientes terriblemente.

Hay gente que lleva su cobardía al extremo y se lo monta muy mal: por ejemplo aquellos que eligen portarse mal con su pareja para que sea la otra persona la que de el paso y rompa la relación. Es común en los hombres porque tienen más dificultades para decir lo que sienten, y porque generalmente las mujeres depositan en ellos la responsabilidad de velar por su bienestar y su felicidad. Para eso está el amor: a las chicas nos enseñan que ellos son los salvadores y los solucionadores de problemas, y que sin un hombre no podemos ser felices. Entonces a ellos les cuesta más romper porque se sienten culpables o porque les da pereza. Así que eligen este camino que parece más fácil, y que sin embargo, tiene el efecto contrario.

Portarse mal con tu compañera no sirve para que te deje y sufra menos, sino más: las mujeres fuimos educadas para aguantar malos tratos, indiferencia, y para sufrir todo el tiempo "por amor": en todas las películas nos dicen que cuanto más sufres, más grande será la recompensa. Es el masoquismo romántico el que nos mantiene en relaciones tóxicas, dañinas, y basadas en la dependencia emocional.

Portarte mal para que te dejen es una opción que atenta contra la ética del amor: es una tortura para la persona a la que quieres. No le dices lo que pasa, no le das información para que pueda tomar sus decisiones, le dejas con esa duda que genera esperanza y desesperanza: es una forma de maltrato, y duele mucho.

También duele separarse y caer en el circulo vicioso de separación-reconciliación que hace tan intensas las relaciones. Es peligroso meterse en este círculo porque nos lleva a hacernos mucho daño, a sufrir mucho, y a convertirlo en una relación tóxica. Cuanto más alargamos la separación definitiva, más duele: hay que cortar por lo sano y tratar de empezar cuanto antes el contacto cero para desengancharse.

Hay parejas que logran separarse unidas, y viven juntos el proceso antes del contacto cero. Conversan mucho sobre lo que sienten y sobre los pactos que quieren hacer para sobrellevar la separación de la mejor manera posible, para hacer el proceso más fácil, para respetar los tiempos de cada uno, para repartirse los bienes comunes, para compartir la crianza y educación si tienen hijos en común, para ir hablando sobre la manera en que va cambiando nuestra relación y la mejor manera de ir separando nuestros caminos.

Se sufre mucho menos cuando te portas bien, y cuando sientes que la otra persona se está portando bien contigo y te está cuidando. Aunque ya no te ame, aunque ya no la ames.

Lo importante es cuidarse mutuamente, portarse bien, y que se porten bien contigo.

Este es el escenario ideal, pero otras veces ocurre que hay tanto dolor cuando nos separamos, que la comunicación es imposible. Entonces es mejor desconectar del todo, y gestionar la separación por separado, con ayuda de nuestra gente querida que se ofrezca para ejercer de mediadora, o de profesionales que nos ayuden a negociar. Lo más importante, es mantener el contacto cero para vivir el duelo, calmar los ánimos, y empezar a cerrar las heridas abiertas que duelen porque están en carne viva.

Cuando hay muchas emociones fuertes de por medio que nos impiden sentarnos a hablar con respeto y cariño, es mejor cortar la relación de raíz, dejar que se calmen las emociones, tomarse un descanso emocional, desintoxicarnos y desengancharnos del amor romántico. En el proceso, hay que cuidarse mucho y vivir el duelo en las mejores compañías pensando que todo pasa, todo cambia, y nada permanece, ni el dolor más intenso del mundo.

A veces es sólo cuestión de desengancharse de la droga del amor, hacerse un detox, tomarse un descanso, y aliarse con el paso del tiempo, que va cicatrizando todas nuestras heridas y nos permite construir nuevas relaciones y nuevos afectos. También es cuestión de cuidarse y trabajarse todo aquello que haya que trabajarse por dentro para pasar el duelo de la mejor manera posible.

Al separarte lo normal es que sientas empatía y te preocupes por el sufrimiento del otro, pero sobre todo hay que preocuparse y ocuparse en el de una misma: es fundamental que nos cuidemos mucho durante todo el proceso, tanto la salud física como la salud mental y emocional. Es el momento de rodearte de tu gente querida, pedir ayuda y calorcito, y tener espacio para conversar largamente y llorar las penas. Después, toca levantarse y empezar una nueva etapa en tu vida.

Necesitamos trabajarnos mucho y hablar mucho para aprender a despedirnos con cariño, sin rencor, sin odio, sin miedos, sin egoísmo y sin deseos de venganza. Para poder negociar sin pelearnos, es fundamental: 

- que seamos generosos, 
- que sostengamos una posición ética basada en los buenos tratos, 
- que no seamos ambiguos y no levantemos falsas esperanzas, 
- que seamos honestos 
- que hablemos mucho sobre lo que nos está pasando, 
- que cuidemos mucho nuestras palabras y nuestros actos, 
- que usemos el sentido común, 
- que respetemos mucho a la otra persona
- que no alarguemos el proceso, 

y que podamos cuidarnos mutuamente si se dan las condiciones, durante el tiempo que dure el proceso de separación. 



4 de agosto de 2019

Los amores compañeros






Los amores compañeros en pareja se construyen desde la filosofía de los cuidados mutuos, la confianza, la solidaridad, la complicidad, la lealtad, y el trabajo en equipo. Sabes que el tuyo es un amor basado en el compañerismo cuando te sientes cuidada por la otra persona, cuando te relacionas de tú a tú y sin jerarquías, cuando los dos os estáis divirtiendo, cuando compartis tareas igualitariamente, cuando os sentís libres para quedaros o para iros, cuando hay comunicación y os apoyáis mutuamente, cuando ambos tenéis muchas ganas de disfrutar de la relación.


El amor compañero es una forma de quererse basada en la solidaridad, la empatía, el respeto, la ternura y los cuidados. Los amores compañeros pueden surgir de la atracción sexual entre dos personas que se gustan, pero también de la amistad, y de los grupos de gente con los que nos juntamos para aprender, para celebrar la vida, o para luchar por nuestros derechos. Por eso hablamos del amor compañero en plural: porque es un amor que se multiplica y no se reduce a una sola persona. Es un amor que da para repartir a manos llenas: es una energía social que compartimos con la gente con la que nos relacionamos a diario.

Los amores basados en el compañerismo están por todas partes: es el amor de la amistad y de las relaciones familiares de cuidados. Es el amor que une a los equipos de gente cuando nos juntamos para celebrar, para aprender, para salir a la calle a defender nuestros derechos, para protestar contra las injusticias, la explotación y la violencia, o para parar las guerras y acabar con el patriarcado.

El amor compañero no se reduce a la pareja, como el amor romántico. Nos hacen creer que la pareja nos salvará de la soledad, y sin apenas darnos cuenta descuidamos nuestras redes afectivas que se van debilitando por la falta de tiempo, la falta de ganas y de cuidados. Vivimos en un mundo profundamente individualista y deshumanizado en el que cada vez hay más personas que mueren solas sin que nadie se de cuenta hasta que los vecinos avisan a la policía días después porque empieza a oler el cadáver. 

Estamos cada vez más solos y solas. Bajo la filosofía del “sálvese quien pueda”, nos creemos que nuestros problemas son personales, y por lo tanto buscamos soluciones personales, no colectivas. Batallar a solas contra un sistema tan injusto, violento y cruel como el capitalismo nos enferma, nos agota y nos amarga la vida: solos, solas, no podemos. Podremos si nos juntamos para defender nuestros derechos y libertades, y si tejemos redes de cooperación y ayuda mutua, pero para eso hace falta mucha solidaridad, mucha empatía, mucha generosidad y valentía.

Estamos ensimismados, a veces encerrados en nosotros mismos, cada cual soñando con un cambio mágico que surgirá de la nada y que nos cambiará la vida: que me toque la lotería, que alguien apueste por mí y por mis proyectos, que aparezca el amor de mi vida y se quede junto a mi para siempre. Si nos va mal, es cuestión de mala suerte, pensamos. Y es que no vemos que en realidad todo lo que nos pasa es un tema colectivo: lo romántico es político, y tenemos que ponernos entre todos a pensar formas de querernos que no duelan, y que no perpetúen la desigualdad, el abuso y la violencia. Amores que nos ayuden a ser más felices a todos, y a todas.

Yo concibo el amor compañero como una forma de relacionarse llena de ternura y solidaridad, y libre de violencia y machismo. Lo construyo con mi pareja trabajándome mucho por dentro, y trabajando juntos para poder disfrutar de nuestra relación. Ambos estamos comprobando que se vive mucho mejor sin sentimientos de posesividad, sin celos, sin miedos, sin luchas de poder, tratando de compartir las tareas al cien por cien. Queremos que nuestra experiencia amorosa se base en disfrutar, acompañarse, pasarlo bien, darse calorcito humano, reírse mucho, conversar rico, compartir placeres, crecer juntos, y cuidarnos mutuamente durante el tiempo que queramos estar juntos.

Pienso que el compañerismo como filosofía de vida, podría ayudarnos a construir un mundo en el que quepamos todas y todos, una sociedad en la que nos vaya bien a todas, y no solo a unas pocas personas. Con el amor compañero podríamos tejer redes de afecto libres de explotación y de violencia, redes de ternura y apoyo que nos permitan construir un mundo más igualitario, más pacífico, más justo y más hermoso para todas las personas que habitamos este pequeño planeta.

El amor compañero en pareja es para la gente que quiere compartir la vida con la otra persona formando un equipo de trabajo para sobrevivir y para vivir disfrutando cada día. Da igual lo que dure: lo importante es pasarlo bien, amarse a manos llenas, cuidarse mucho, divertirse y crecer juntos. El amor del compañerismo no se construye como el amor romántico, desde el interés o la necesidad, sino desde la libertad y las ganas de estar juntos. En el amor compañero no se firman contratos esclavizantes ni se hacen promesas irreales de futuro: se disfruta como se disfruta la amistad, en el puro presente, desde el aquí y el ahora.

El amor compañero se expande más allá de la pareja y se multiplica, y da para abastecer a todo el entorno de los enamorados, nunca se encierra en sí mismo. No importa si es monógamo o poliamoroso, que permanezca estable o vaya cambiando, no importa si es entre dos o si hay más participantes, lo importante es que todas nuestras relaciones estén llenas de amor del bueno.

Los pilares fundamentales de los amores compañeros en pareja son la honestidad y la coherencia. Por eso se parece mucho a la amistad, y además tiene mucho y muy buen sexo. Porque cuando conectas con alguien a fondo, y hay mucho respeto y cariño, puedes vivir el erotismo sin miedos, decir lo que te gusta y lo que no, y compartir la responsabilidad de la anticoncepción y la reproducción: las parejas que se quieren desde el compañerismo trabajan en equipo para cuidarse mutuamente.

En los amores compañeros el sexo no se utiliza para conseguir otras cosas. El sexo es para comunicarse, y disfrutar: no se concibe como una moneda de cambio ni una transacción, y no se concibe separado del amor: el sexoamor es una forma de quererse, no son dos cosas diferentes. Así pienso y siento y vivo yo el amor compañero.

La relación de amor compañero se construye desde la idea de que yo tengo los mismos derechos que tú, que podemos tratarnos como compañeros el tiempo que estemos juntos, que podemos seguir queriéndonos durante la ruptura, y también después de la ruptura, el tiempo que queramos.

El compañerismo es una forma de relacionarse con la gente de tú a tú, igualitariamente, sin jerarquías, sin dominación ni sumisión, sin sufrimientos, sin dependencias. Es una forma de relación basada en la confianza y la complicidad, que igual que construimos con los amigos y las amigas, también podemos hacerlo con la pareja.

Cuesta mucho, sobre todo les cuesta mucho a los hombres. En la cultura patriarcal el amor es una guerra y los compañeros son siempre otros hombres, nosotras somos “las otras”. El machismo más rancio impide a los hombres disfrutar del amor compañero con otras mujeres, por eso es tan importante desobedecer los mandatos de género, pensar juntos el tema del sexo, el género y el amor, desmontar y desmitificar el romanticismo patriarcal, cuestionarnos a nosotras mismas y cuestionar la cultura del amor en la que hemos sido educadas.

Sería más fácil si de pequeñas recibiéramos educación sexual y emocional para aprender a expresar y gestionar nuestros sentimientos, para aprender a disfrutar con la diversidad, para aprender a relacionarnos en igualdad y desde la filosofía de los cuidados. Esta educación sexual y emocional incluiría la fabricación de herramientas para aprender a relacionarnos desde el buen trato y el respeto mutuo, para desaprender la violencia romántica y todos los mitos que perpetúan el patriarcado, para poder analizar la realidad desde una perspectiva crítica, para poder inventar otros relatos, otras protagonistas, otras tramas, otros finales felices.

La educación sexoamorosa debería empezar en la infancia y no terminar nunca: todos y todas necesitamos herramientas para aprender a querernos mejor, para disfrutar del placer sin culpa, para aprender a amar desde la libertad, para aprender a tratarnos bien y a cuidarnos, para decirnos adiós con amor, para aprender a construir relaciones igualitarias libres de violencia y de machismo.

Con estas herramientas podremos construir enormes redes de afecto para hacer frente a los odios.  Estas redes serían una forma de resistencia frente a un sistema que no es capaz de asegurar nuestro bienestar, ni facilitar que nos cuidemos los unos a los otros, ni garantizar nuestros derechos más básicos. 

Pensad en vuestros amores compañeros y el sentido que dan a vuestras vidas: no hay nada como saber que tenemos gente que nos quiere y nos cuida, que nos escucha y nos apoya, que nos ayuda cuando lo necesitamos, que nos hace la vida más fácil y más bonita. Saber que el amor es mutuo, y que crece en la medida en que lo cuidamos, es un alivio frente a las relaciones de competencia que tenemos con nuestro entorno. 

El compañerismo está basado en una relación de lealtad y confianza que nos permite ser nosotros mismos, y nos permite crecer, evolucionar y disfrutar del amor y de la vida.  El compañerismo, la empatía, la solidaridad y el cariño son esenciales para que podamos convivir en paz y podamos cuidar juntos este planeta que habitamos.

Podemos empezar en nuestra propia casa, cuidando las relaciones con nuestra familia y amigos. Y también con nuestra pareja podemos construir un amor compañero: una relación de apoyo y cuidados mutuos que nos permita multiplicar el amor y repartirlo con mucha gente. 

Coral Herrera Gómez 


Este texto es el capítulo 19 del libro Mujeres que ya no sufren por amor



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