21 de julio de 2019

Cuidar te hace mejor persona


Maduras cuando aprendes a cuidar de ti misma. Una de las formas más lindas de crecer, ser autónoma y volar del nido es a través de los cuidados, hacia una misma y hacia los demás.

Cuando llega el momento en el que te toca cuidar a alguien, a solas o en red, puedes vivir una de las experiencias más enriquecedoras del mundo, y que más te ayudan en tu crecimiento personal.

Cuando comienzas a cuidar a alguien que depende de ti, se desarrolla la empatía y la solidaridad de una forma que nunca antes habías experimentado, aumenta tu sensibilidad y tu sentido de la responsabilidad, empiezas a ponerle todo el amor del mundo a tus tareas, y se potencia toda tu capacidad para el compromiso.

No importa si se trata de un animal, una hermana, tu madre, tu abuela, tu amiga, tu pareja o tus hijas: cuando el bienestar de otra persona depende de ti, cuando puedes disminuir o aliviar su sufrimiento, cuando te ves a ti misma cuidar con esa fortaleza y esa ternura, sientes que eres capaz de todo. Cuando aprendes a pedir ayuda, cuando te das cuenta de que también necesitas cuidarte y que te cuiden, es cuando creces y te conviertes en una persona adulta de verdad.

Hay gente que llega a los 50 sin haber cuidado a nadie y sin saber como cuidarse, y no lo necesitan porque hay alguien sosteniendo la situación. Esa gente puede permitirse el lujo de ser inmadura porque están aprovechándose de alguien que se ocupa y se preocupa por ellos. Por eso no salen de casa ni tan siquiera desean la autonomía: se vive mejor en la eterna adolescencia. Primero te cuida la mamá y luego la esposa, no hay necesidad de emanciparse.

A otras personas les toca estar en el otro lado, generalmente a las mujeres. Hay niñas que no tienen derecho a la infancia y se ven obligadas a cuidar a otros bebés desde que son muy pequeñas.

Creo que la madurez tiene mucho que ver con nuestra capacidad para ayudar a los demás cuando más nos necesitan. Porque cuidar te ayuda a verte a ti misma como una bebé y una anciana, te permite ser recíproca en la cadena de cuidados que recibimos y que damos, te ayuda a valorar mucho tu salud, tu juventud y tu autonomía, te ayuda a conocerte a fondo porque sale a flote lo peor de ti. Te hace mejor persona porque saca lo mejor de ti, te baja la prepotencia y dejas de verte como un ser inmortal, el mundo deja de girar alrededor de tu ombligo, te haces más humilde, generosa y sabia, y aprendes a disfrutar del presente.

Madurar cuidando a gente a la que quieres es una de las formas más bonitas de hacerse mayor, y además es un tema de justicia social. Ningún ser humano debería ser abandonado a su suerte cuando necesita cuidados constantes. Todos, todas, nos merecemos que nos cuiden cuando no podemos valernos por nosotros mismos. Somos seres sociales y emocionales, somos muy vulnerables, y en ocasiones muy dependientes. No podemos vivir fuera de la red de cuidados: necesitamos que nos cuiden hasta alcanzar la madurez cerebral, y necesitamos aprender a cuidarnos para poder salir del hogar materno.

También necesitamos los cuidados de los demás para sobrevivir cuando enfermamos o tenemos accidentes, al principio y al final de nuestras vidas. Y los demás también necesitan nuestros cuidados y demostraciones de cariño. Cuidando aprendemos a ser personas solidarias, responsables y comprometidas. Así  crecemos y nos hacemos mejores personas: aprendiendo a querernos a nosotras mismas, y contribuyendo a la red de cuidados.

#Cuidados #Redes #Crecer #Madurez #Amor #Autocuido   #TernuraSocial

Coral

11 de julio de 2019

Nunca más de rodillas ante el Señor: las ateas del amor romántico



Rebecca Hendin para Buzz Feed


El amor romántico es una especie de religión posmoderna, y tiene muchas cosas en común con la religión cristiana. Para que nos hagamos devotas, nos seducen con el paraíso romántico: ese lugar al que llegaremos tras atravesar el valle de lágrimas, en el que seremos felices, nos sentiremos  amadas, y comeremos perdices.

El romanticismo también tiene su infierno, y caemos en él cuando nuestra pareja deja la relación, cuando ofrecemos nuestro amor y nos rechazan, cuando nos son infieles, cuando nos mienten o nos traicionan, cuando se aprovechan  de nosotras, cuando nos tratan mal, cuando nos traicionan, cuando perdemos una batalla en la guerra del amor.

Como todas las religiones, el amor romántico tiene sus santos, santas y mártires: esas mujeres enamoradas que se suicidan “por amor”, esos hombres enamorados que matan “por amor”, esas mujeres enamoradas que lo dejan todo por amor, que aguantan por amor, que se sacrifican en nombre del amor.

Los sufridores y sufridoras románticas más famosas son mitificadas y endiosadas por nuestra cultura patriarcal para que las mujeres las admiremos y las imitemos. El patriarcado nos quiere de rodillas, mirando a los hombres como miramos a Jesucristo, desde abajo hacia arriba. Para muchas mujeres en el mundo, es su primera figura de referencia: le aman como se ama a un Dios, porque Jesús es el Hijo de Dios, y le adoramos porque nos ama, nos escucha, nos acompaña, nos protege, nos quiere aunque nos portemos mal. Y nunca nos abandona. 

Jesucristo es el Hombre que todas las sufridoras necesitamos: el Salvador, el Príncipe Azul, el Don Juan, el Guerrero, el Caballero que nos rescata y nos lleva al palacio en el que seremos felices. Algunas pasamos años y años esperando su llegada.

Los relatos del amor romántico nos fascinan tanto como los relatos sagrados de las religiones: nos encantan las canciones, películas, poemas, novelas y cuentos que nos narran historias de amor y tragedias románticas. Las consumimos vorazmente porque son una drogas: nos evaden de la realidad un rato, nos entretienen, nos hacen sentir emociones fuertes y de gran intensidad, nos revuelven por dentro, nos traen la paz y avivan nuestra esperanza con sus finales felices.

Los finales felices nos recuerdan constantemente la existencia del paraíso romántico, ese lugar lleno de abundancia, felicidad, paz, armonía y amor. Así nos enganchan a la droga más potente, a la religión más patriarcal. Así nos mantienen muchos años de nuestra vida, buscando a nuestra media naranja, soñando con el amor verdadero, sintiéndonos incompletas o fracasadas, creyendo que teniendo pareja nunca más volveremos a sentirnos solas.

Para muchas de las mujeres que aman, el amor es un espejismo colectivo que puede resultar muy peligroso. Porque nos hace creer que para conseguir el amor tenemos primero que sufrir, y que el sufrimiento es una demostración de amor hacia el que nos hace sufrir, de manera que caemos en la trampa sin darnos cuenta de que el patriarcado nos quiere de rodillas. Necesita que la búsqueda de amor sea el centro de nuestras vidas, que el deseo de ser amadas nos vuelva dependientes y sumisas, y que pongamos a un hombre en la cúspide de nuestros afectos para entregarnos a él con total devoción, como si fuera un dios.

El modelo femenino a seguir que nos proponen en las películas románticas se parece tanto a la tradicional de la Virgen María: la enamorada es una mujer pura, inocente, bondadosa, altruista, entregada y leal que quiere y cuida sin esperar nada a cambio. Es una mujer que cree en su amado, que lo ama incondicionalmente, que sufre y se sacrifica por amor, que acompaña al héroe en su inmolación, que se olvida de si misma y se centra sólo en el amor.

Todas las religiones tienen su propia ideología y la imponen como normas sagradas a sus fieles. Y en el amor romántico todos los mandamientos están dirigidos a coartar la libertad de las mujeres y a garantizar la de los hombres, a ponernos de rodillas a nosotras, y a ellos elevarlos a un trono.

Por eso cada vez hay más mujeres ateas e insumisas ante la religión romántica: ya nos hemos hartado de sufrir, de rezar para que nos amen, de hundirnos en los infiernos, de pasar calvarios y pagar penitencias. Cada vez son menos las que viven esperando la llegada de Dios y soñando con el paraíso. 

Cada vez nos rebelamos más ante nuestro rol de mártires: lo que queremos es disfrutar, y relacionarnos con iguales. Ya no queremos vivir en un valle de lágrimas: nos hartamos de pasarlo mal, y renegamos de nuestro rol de mujer complaciente y sumisa que se entrega por completo sin pedir nada, o muy poco, a cambio. 

No queremos vivir esperando, no queremos relaciones basadas en la dominación o la sumisión, ya no creemos en el milagro romántico. 

Las ateas del amor romántico ya no podemos creer más en el mito romántico: ya sabemos que no está ahí la salvación, ni la felicidad, ni el paraíso. Las mujeres que ya no sufrimos por amor estamos fabricando las herramientas que nos permitan unirnos algún día a un compañero o compañera sin perder nuestra libertad y autonomía

Queremos construir relaciones igualitarias, sanas, sin dependencias, y basadas en el placer y la alegría de vivir.

Ya sabemos que para ser felices no hace falta sufrir. 

Lo que queremos es vivir bien, disfrutar del sexo, de los afectos, y del amor. Lo que buscamos no son dioses a los que idolatrar, ni salvadores que nos rescaten, sino compañeros y compañeras con los que compartir un trocito de nuestras vidas. 

Queremos vivir el amor y los afectos que nos rodean aquí y ahora: sin perder el tiempo esperando, sin dejarnos seducir por las promesas falsas del paraíso romántico, amando con los pies en la tierra, siendo prácticas y realistas. 

Nos quieren amargadas y deprimidas, nos van a encontrar disfrutando del amor. 
Nos quieren aisladas y enfrentadas entre nosotras, nos van a encontrar unidas y celebrando la vida. 
Nos quieren sumisas y esclavizadas al amor, nos van a ver libres y empoderadas. 
Nos quieren de rodillas, nos tendrán a todas en pie. 

Coral Herrera Gómez


En inglés: 



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Pasos a seguir para someter a millones de mujeres con la droga del amor romántico





6 de julio de 2019

Las heroínas que necesitamos: hay tantas alternativas a Disney


La alternativa a Disney es crear protagonistas femeninas insipirándonos en las heroínas de carne y hueso. La realidad está llena de ellas: supervivientes de la violencia machista, mujeres que de liberan de la trampa del amor romántico, mujeres que tejen redes de cooperación y ayuda mutua para salvar a su pueblo, mujeres de todas las edades, colores de piel, orientaciones sexuales, nacionalidades que luchan juntas por sus derechos, mujeres que cuidan y protegen a la Madre naturaleza frente a las multinacionales, mujeres que se rebelan a la ley del pater familias y salen de casa, mujeres que se atreven a desafiar las leyes injustas, mujeres que luchan contra la ablación, mujeres con voz que dan voz a las que no la tienen, mujeres que emigran cruzando continentes para huir de la guerra, la miseria y el hambre, mujeres que luchan por la diversidad, la igualdad y la libertad en movimientos sociales, mujeres que salvan a las refugiadas de una muerte segura en el mar, mujeres que se juntan para sacar a sus hijos de la droga o para buscar a sus nietas, empleadas domésticas y limpiadoras que triunfan en sus luchas, mujeres que se aman, mujeres que se juntan para demostrarle a las demás mujeres que podemos subir al Everest, cruzar el polo Norte, llegar a Marte o pilotar un avión con tripulación exclusivamente femenina. Heroínas hay millones: en todos lados hay mujeres luchadoras que a solas o junto a otras luchan por salir adelante y por un mundo mejor para todas y todos. Ellas son nuestro ejemplo a seguir, las referencias que necesitan las niñas para construir su identidad para que sepan todas que "para las mujeres sensibles, no hay misión imposible".

25 de junio de 2019

Las mujeres con las que nos comparamos

Gloria Steinem y Dorothy Pitman Hughes, con 40 años de diferencia 


Seríamos más felices si en lugar de compararnos con mujeres bellas nos comparásemos con mujeres luchadoras que trabajan duro para sobrevivir y para salir adelante. A las mujeres nos han educado para que estemos constantemente comparándonos con las demás, de manera que siempre nos medimos con respecto a mujeres con cuerpos de top model, mujeres millonarias, mujeres exitosas que han triunfado en la música, el baile o la interpretación y han encontrado el amor con un hombre de éxito. De esta manera, es fácil que nos sintamos siempre imperfectas, y más viejas, más gordas, más feas que las mujeres famosas que salen en la tele o inundan las portadas de las revistas o las vallas publicitarias. 

Pienso que si en lugar de compararnos con las famosas o con las mujeres bellas nos fijáramos en las mujeres de nuestro alrededor, nos veríamos muy parecidas a ellas. Por ejemplo, la amiga que desobedece los mandatos de género y se rebela a sus padres, la vecina que decide separarse de su maltratador y saca adelante a sus hijos sola, la compañera de trabajo que decide no soportar una situación de acoso y denuncia, la prima que se rebela a la tradición patriarcal y decide vivir la vida a su manera... 

Si nos fijamos en ellas, podremos admirar y sentirnos inspiradas por mujeres de carne y hueso, como por ejemplo las mujeres de nuestra familia que sufrieron la guerra civil y el terrible hambre de la posguerra en España, las mujeres migrantes de América Latina y África que cruzan las fronteras en busca de una vida mejor, las mujeres que huyen de las guerras y las hambrunas, las mujeres que se organizan y defienden los derechos de todas nosotras, las mujeres que ayudan a otras mujeres en redes de apoyo mutuo y solidaridad. 

Hay muchas mujeres valientes, trabajadoras, luchadoras a las que podemos admirar: defensoras de los pueblos indígenas, de la naturaleza y los animales, y las mujeres que luchan por la paz y los derechos de las mujeres. Pero apenas sabemos de ellas porque no están de moda, no aparecen en la tele, no tienen millones de seguidoras en redes sociales. 

Otras referentes femeninas son todas aquellas mujeres que están borradas de los libros de texto y aquellas que apenas salen en los telediarios: filósofas, escritoras, dibujantes, pintoras, músicas, poetas, astrónomas, matemáticas, químicas, médicas, biólogas, periodistas, deportistas, inventoras... hay muchas mujeres a las que podemos admirar por su inteligencia, su bondad, su rebeldía, su sensibilidad, su fortaleza, y por su capacidad para resistir día a día en situaciones de pobreza, marginación, exclusión y violencia. Porque tenemos mucho más en común con ellas que con las herederas millonarias que lucen sus cuerpos a bordo de un yate: todas estamos luchando y resistiendo día a día contra el patriarcado, cada una desde su trinchera, intentando sobrevivir y tratando de ser felices. 

Como el patriarcado nos quiere envidiosas y acomplejadas, hay que buscar referentes femeninos: nos hace mucha falta tener presentes a mujeres poderosas, a mujeres luchadoras, a mujeres que son invisibilizadas y que día a día hacen que este mundo sea un poquito mejor. También a nuestras niñas les hace mucha falta conocer a esas mujeres a las que admirar, porque necesitan ejemplos a seguir y modelos de mujeres que les inspiren en la construcción de su identidad y su feminidad. 

#MujeresAdmirables #MujeresLuchadoras #MujeresValientes #ReferentesFemeninos

24 de junio de 2019

El Mejor Regalo del Mundo



El mejor regalo del mundo que podéis hacerle a la gente que queréis es tiempo. Es lo que más feliz puede hacerle a tus amigas, a tus hijas e hijos, a tu compañera o compañero, a tu familia y gente querida, y a tus mascotas. Tiempo de calidad, tiempo para cocinar y comer rico, para conversar largas horas, para jugar, para hacer cosas que os gustan a ambas, para demostraros cariño con abrazos y sonrisas, para contaros los secretos, para recordar tiempos pasados, para soñar el futuro, para aprender juntas cosas nuevas, para bailar y divertiros, para hacer excursiones y viajar, para escuchar música, para cuidaros mucho mutuamente, para demostraros el amor que os tenéis, para compartir esos silencios maravillosos en los que no hace falta decir nada.

#TiempoParaElAmor #ElMejorRegaloDelMundo



23 de junio de 2019

Sexo y cuidados




Una pareja que funciona como un equipo y basa su relación en la cooperación, la solidaridad, y los cuidados mutuos disfruta más del sexo que una pareja en la que una sola persona asume la mayor parte del trabajo doméstico, de crianza y cuidados.

Es de sentido común: una pareja basada en la explotación de una de las dos personas es una relación injusta y desequilibrada en la que una tiene una situación privilegiada, mientras la otra trabaja para que su vida sea más fácil y más bonita.

Este trabajo no es gratis: la injusticia genera cabreo, rabia, amargura y resentimiento, que es más grande cuanto mayor es la situación de abuso.

Y el cabreo nos baja la libido a todas las mujeres, es así de simple.

Las mujeres hemos vivido durante siglos como siervas del Señor (del Padre, del Marido), pero nos estamos rebelando, en las calles, en la casa, y en la cama. Ahora sabemos que la mayor parte de las mujeres del planeta tenemos doble jornada laboral, y disponemos de menos tiempo libre que nuestras parejas, y estamos hartas. Los hombres solo tienen que cumplir con el mandato patriarcal de traer ingresos a la casa, las mujeres además de trabajar para obtener ingresos, tenemos que asumir todo lo demás: tareas domésticas, organización y administración del hogar, crianza de los hijos/as, cuidados a familiares dependientes y a mascotas, más todo el trabajo mental y trabajo emocional que supone llevar adelante un hogar.

Hay muchos hombres que "ayudan", pero no es suficiente: queremos compañeros con los que repartir igualitariamente el sostenimiento de la familia. Compañeros que luchan por los derechos y la igualdad de los hombres, y de las mujeres también, lo mismo en la fábrica que en el hogar. Compañeros solidarios, generosos y responsables que no necesitan someter a nadie para vivir como si fueran ricos en su propia casa.

Hoy en día, el reparto desigual de tareas es uno de los motivos principales para separarse o divorciarse, junto con la infidelidad. Las mujeres ya no asumimos nuestro papel de criadas-esposas: no queremos reyes en casa a los que cuidar y complacer, queremos compañeros, queremos amor del bueno.

Las mujeres estamos agotadas: nos dijeron que podíamos con todo. Y nos piden que seamos todo a la vez: tan buenas madres y amas de casa como nuestras abuelas, tan profesionales como nuestras madres, y tan modernas como nuestras hijas. Nuestras energías y nuestro tiempo son muy limitados, y el sexo requiere de ambos para que sea una experiencia gozosa. La única forma de conquistar nuestro derecho al tiempo libre y de combatir el cansancio es compartiendo las tareas con la gente con la que vivimos.

La sobrecarga de trabajo nos pone de mal humor, y la hormona del estrés nos anula la hormona del amor. Es así de simple. Cuanto mayor es el cabreo y el cansancio, menos ganas tenemos de disfrutar de una sesión de sexo. Cuanto más solidario es el compañero, más ganas tenemos de hacer el amor.

Es fácil de entender: cuanto más se implica un hombre en sus obligaciones y responsabilidades, más ganas dan de follárselo, de cogérselo, de disfrutarlo.

Es una regla muy simple: cuanto más se compromete y trabaja un hombre en todo lo que tiene que ver con la limpieza, el orden, la alimentación, el cuidado de las mascotas, la crianza de los hijos e hijas, la organización del hogar y de la vida familiar, más posibilidades tiene de tener una compañera feliz a su lado.

Cuanto más felices somos las mujeres, más ganas tenemos de revolcarnos entre las sábanas. Y es que no hay nada más excitante que tener a tu lado a un hombre comprometido. Una persona que te cuida y se cuida, que se comporta como un adulto, que no se siente superior a ti, y que no necesita a una mamá que le de ordenes y le diga lo que tiene que hacer.

Cuando no hay reciprocidad, no hay manera de quererse bien y de disfrutar del amor. Cuando una relación no está equilibrada, no hay forma de evitar el conflicto y las luchas de poder. Cuando hay conflictos permanentes, se nos quitan las ganas de besar, acariciar, abrazar y jugar con los hombres. Para poder tener buen sexo, hay que tener buena comunicación y mucha complicidad, y toneladas de empatía, generosidad, y solidaridad.

Cuando sientes con tu pareja el amor compañero, es mucho más fácil tener la casa llena de risas, besos, gemidos y jadeos.

Tomen nota, compañeros: no se trata solo de barrer o de fregar los platos cuando toca. Se trata de renunciar a los privilegios de la masculinidad, y de transformar la propia masculinidad: los más machos son los hombres más egoístas, abusadores y explotadores.  No podéis seguir haciendo como que no pasa nada: si pasa. Os tenéis que poner ya a trabajaros los patriarcados: para ser mejores personas, y para tener relaciones más placenteras y más divertidas con vuestras compañeras.

Haz la prueba: cuando te lo trabajas a fondo para quitarte el machismo que llevas dentro, cuando aprendes a cuidarte, a cuidar a tu pareja, a cuidar la casa que compartís, el deseo y el amor se multiplican. 

Verás cómo si te quitas la corona y te desnudas, si te comprometes con los cuidados, si aprendes a ser un hombre adulto con la misma responsabilidad que tu pareja, es más probable que ambos podáis disfrutar del sexo. 

11 de junio de 2019

¿Cómo contribuimos las mujeres a la transformación de las masculinidades?



Siento que las mujeres tenemos una influencia enorme sobre los hombres de nuestro entorno, y que tenemos cada vez más capacidad para transformar nuestro mundo a través de nuestras relaciones personales.

Muchas de nosotras estamos luchando en las calles y en las instituciones, pero todas estamos librando una gran batalla en nuestra cama, en nuestra casa, en nuestra familia, en el trabajo y en el vecindario. Cada vez aguantamos menos, cada vez cedemos menos, y cada vez decimos más lo que sentimos. Estamos destronando a los reyes, y desmitificando la masculinidad patriarcal y el amor romántico, que es lo que más nos somete hoy en día porque nos vinculamos emocionalmente a ellos. Nos estamos quitando la venda de los ojos, estamos despertando, nos estamos hartando. Muchas nos estamos trabajando los patriarcados: ya estamos más que hartas de sufrir.


Yo siento que somos cada vez somos más las que tenemos ganas de disfrutar del amor y de la vida, y que estamos aprendiendo a querernos y a cuidarnos mejor. Las mujeres heterosexuales estamos llevando a cabo una lucha tremenda para compartir igualitariamente los cuidados, la crianza y las tareas domésticas. Ya no nos resignamos a asumir la doble jornada laboral, ni aguantamos malos tratos como antes, y esto está teniendo un fuerte impacto en los varones, que van perdiendo sus privilegios a medida que nosotras vamos ganando en derechos y a medida que nos empoderamos personal y colectivamente.


Todas estamos, de una forma u otra, rompiendo los esquemas y haciendo frente al machismo, el egoísmo y la deshonestidad de los compañeros y de los hombres de nuestra familia. Creo que estamos haciendo pensar mucho a los hombres con los que nos relacionamos día a día. A veces lo hacemos por solidaridad, de forma pedagógica, otras veces tenemos que imponernos para poder negociar las formas en que nos relacionamos con ellos. Todas de alguna forma u otra, vamos aportando a la transformación de las masculinidades, ya sea desde la ternura y la solidaridad, ya sea en las batallas nuestras de cada día.


Hay pocos varones que se trabajan los patriarcados, pero haberlos haylos. Yo trabajo con algunos en mis talleres presenciales o del Laboratorio del Amor, y la mayor parte me cuentan que empezaron a trabajarse el amor romántico cuando trataban de salvar su relación amorosa. Son las parejas, las ex o las amigas las que ponen límites, las que logran confrontarles y hacerles pensar, y son las que les orientan cuando quieren empezar a leer sobre Feminismo y Masculinidades.


Son ellas las que compran mi libro de #HombresQue para regalárselo a ellos, y cuando llegan al Laboratorio, ya hablan nuestro idioma. La mayoría se vuelca en el trabajo colectivo que hacemos en los cursos mixtos, aunque no todos participan al mismo nivel. Los más afortunados han pasado muchas horas hablando con el sobre el patriarcado, el feminismo y el amor romántico con ellas, aprenden a conversar mezclando las vivencias personales con la política, y algunos de ellos también se reúnen con sus amigos para currar en el tema.

Casi todos ellos reconocen que por si solos no habrían empezado a trabajarselo, aunque desde hacía años se sentían en crisis con su masculinidad y sus relaciones con las mujeres. Y agradecen en voz alta el haber tenido a su lado una mujer con paciencia que les introdujese en el mundo del feminismo. Y es que aunque no nos demos cuenta, las mujeres tenemos una gran influencia en nuestros hijos, padres, hermanos, amigos, alumnos, profesores, jefes, compañeros de trabajo y parejas. Vamos sembrando poco a poco en los hombres de nuestro entorno la semilla de la rebeldía contra el patriarcado.


Creo que las mujeres no somos conscientes del poder que tenemos: pienso que si fuésemos más selectivas a la hora de emparejarnos, si fuésemos capaces de abandonar las relaciones que no nos hacen felices, si le concediésemos menos importancia a los hombres, si nos quisiésemos más entre nosotras, si lográramos desengancharnos de la droga del amor, si aprendiésemos a decir no y a poner límites, si pudiésemos tener otros sueños, otras metas, otra relación con los hombres...


Si lográsemos liberarnos de la necesidad de amor, y la necesidad de ingresos, cambiaría radicalmente nuestra forma de relacionarnos con los hombres, y entonces ellos se lo tendrían que trabajar mucho todos para estar a nuestra altura. Y así es como se pondría de moda el tema de las masculinidades: por la insumisión feminista ante el amor, y nuestra rebeldía ante el rol de cuidadoras que nos ha tocado ejercer sin obtener cuidados a cambio.


Si el mundo se llenase de mujeres cuidándose a sí mismas y entre sí, enfocadas en su bienestar y su placer, y en el de las compañeras, el mundo sería muy diferente. Si las mujeres fortaleciésemos nuestras redes de autodefensa y apoyo mutuo, tendríamos mucho más poder.


Si pudiésemos liberarnos todas de la droga del amor romántico para tener una buena vida y no perder las energías y el tiempo en sufrir por amor, entonces los hombres patriarcales se quedarían solos y desfasados. Y probablemente, muchos de ellos enfadados, dolidos y frustrados.


Creo que sólo así, algunos empezarían a buscar la manera de encontrar su identidad masculina lejos de los mandatos patriarcales, y a explorar nuevas formas de relacionarse con nosotras, renunciando a sus privilegios y su posición de poder. Aunque sólo fuese para poder ligar, los hombres tendrían que espabilar. Disminuirían mucho las relaciones de abuso y explotación, y la violencia machista: si los hombres quisiesen cuidar las relaciones que tienen con nosotras, tendrían que hacer un trabajo enorme de deconstrucción y transformación personal y colectiva.


Por la parte que nos toca, tenemos que dejar de aguantar y de complacer a los hombres que no se lo trabajan. Nosotras ya llevamos años en ello: o se ponen ya, o se quedan atrás.

Si los hombres quieren unirse a la lucha por la igualdad y si quieren disfrutar del amor, que se lo trabajen a fondo y empiecen a leer, a conocerse mejor y a hacer autocrítica, individual y colectivamente. Necesitamos un cambio urgente en las masculinidades. Nosotras ya no queremos esperar, ni podemos aguantar más: queremos hombres trabajados a nuestro lado, queremos compañeros con capacidad para hablar y para trabajar la autocrítica. Tomen nota, señores, y empiecen ya, que el tren se va.



#OtrasMasculinidadesSonPosibles #HombresQueYaNoHacenSufrirPorAmor


Coral Herrera Gómez



9 de junio de 2019

Para las mujeres hipersensibles no hay misión imposible



Antes me daba vergüenza reconocerlo, y trataba de disimularlo. Ahora siento que ser hipersensible no es un defecto, sino más bien una virtud. Mis amigas me lo reprochaban mucho: desde pequeña he tenido una nula o escasa tolerancia a la violencia y al sufrimiento humano, y conforme fui creciendo, esta intolerancia ha ido aumentando. Desde que me quedé embarazada la sensibilidad ha ido a más, pero ahora me siento orgullosa de ser tan intolerante con el sufrimiento humano y animal. Gracias a mi sensibilidad, siento aún rabia e indignación ante las injusticias y la violencia, y siento empatía y solidaridad hacia la gente, y sigo queriendo luchar por un mundo mejor.

En la adolescencia no soportaba la realidad conforme me iba acercando a ella: a medida que me iba dando cuenta de cómo funcionaba el mundo, me resultaba cada vez más violento.La pobreza y la riqueza extrema me parecieron tremendamente violentas cuando tomé conciencia de la terrible injusticia que supone que unos pocos hombres blancos puedan acumular toda la riqueza del planeta. No podía creerme que existieran personas en el mundo incapaces de gastar su riqueza porque no tienen manera de hacerlo: es tanto el dinero que tienen que ni ellos ni sus descendientes, aún viviendo a tope, podrían gastarlo. Su forma de acumular recursos y poder me parecía tan obscena, que no podía comprender cómo no sólo no se avergüenzan, sino que se sienten orgullosos por acaparar tanta riqueza, y tienen millones de admiradores por el mundo. Ninguno parece sentir remordimiento de conciencia, supongo que porque la caridad les alivia el sentimiento de culpa.

Soy de esas personas que no soportan ver una pelea en el patio del colegio o en la calle. Mi dolor aumenta si al espectáculo de la pelea acude la gente a mirar fascinada, y a animar a uno de los dos contrincantes. No comprendo cómo la gente disfruta tanto viendo a un ser humano golpear y matar a otro ser humano delante de sus ojos, y cómo nadie se lanza a separar a la gente que se pelea. Tampoco la gente suele lanzarse a defender a alguien que está siendo agredido: ni siquiera cuando vemos a padres y madres maltratar, humillar o golpear a sus criaturas. A mí siempre me han dicho: "No te metas, no es asunto tuyo", pero sufro lo indecible viendo cómo los animales y las personas más vulnerables sufren delante de mis ojos.

Desde que me quedé embarazada, hace más de tres años, no puedo ver películas o series de televisión en las que la mayor parte del tiempo los protagonistas buenos y los malos están apuñalando, rajando, violando, torturando, golpeando, o tiroteando a sus enemigos. No es sólo que no me gustan, es que me duele y me resulta incomprensible que los humanos no sepamos crear historias de acción sin recurrir a la violencia. Lo más impresionante es que también en los dibujos animados se utiliza la violencia para resolver conflictos: los super héroes de nuestros hijos son casi todos asesinos y torturadores a los que identificamos como "los buenos", pero poco se distinguen de "los malos", en realidad. Así que se me ponen los pelos de punta viendo a los niños jugar con muñecos asesinos y dormir con edredones de asesinos.

No puedo ver vídeos de youtube que la gente comparte en redes sociales con peleas entre hombres, entre mujeres, entre pandillas. Ni siquiera puedo ver los videos de palizas y asesinatos que se usan para denunciar la violencia, y por supuesto jamás los comparto.

Me resulta insoportable pensar que hay gente que paga para ver animales peleando hasta la muerte, entre sí o contra seres humanos, en plazas de toros, en circos, en rings donde ponen a pelear a perros o gallos. Soy una antitaurina convencida: para mí la tortura no es arte, y lo paso fatal con las noticias en las que nos cuentan cómo se tortura a los animales en las fiestas tradicionales españolas.

No me hacen gracia los chistes racistas, machistas, gordofóbicos, homófobos, ni en general las bromas sobre cojos, sordos, ciegos, o personas sin movilidad. No soporto pensar en las novatadas ni las bromas crueles que sufren los niños y niñas más sensibles y más vulnerables en las instituciones educativas. Tampoco puedo ver vídeos en los que los bebés sufren accidentes y se hacen daño, y me parece extremadamente cruel que le añadan risas enlatadas mientras los niños y las niñas lloran de dolor, o lloran por el susto. No entiendo las risas que genera en la gente ver a niños golpeándose con furia, no comprendo cómo no les conmueve el sufrimiento de los más débiles, y me llena de rabia este mundo tan deshumanizado.

No soporto que las madres y los padres dejen llorar a sus bebés: me parece uno de los actos de violencia más crueles del mundo. El llanto del bebé es tan fuerte porque cumple una función de superviviencia: suena así para que ningún adulto o adulta pueda ignorarlo. No acudir a consolar a un bebé es una de las cosas más antinaturales que existe: la gente "normal" no puede soportarlo. Por eso los libros que te invitan a dejar llorar a tu bebé para que se resigne, se acostumbre y bloquee sus emociones me parecen super violentos también.

Hay cosas que sólo de pensarlas me hacen llorar: la violencia que sufren las mamás en los partos. Los comentarios despreciativos que reciben del personal sanitario, el trato vejatorio, las humillaciones y los insultos que reciben cuando gritan de dolor o cuando exigen información o respeto por sus derechos fundamentales. La falta de sensibilidad del personal de enfermería y de los doctores y doctoras me duele en el alma, pero lo que me desgarra por dentro es que nada más nacer, todos los hospitales separen a las crías de su madre.

Para mí la separación de bebés recién nacidos de sus madres es una demostración de poder fascista: en cuanto nacemos nos enseñan quién manda en nuestros cuerpos, quién tiene el poder sobre nuestras vidas y nuestras emociones. Los primeros minutos y las primeras horas de vida son cruciales para cualquier cachorro animal, y estar lejos de la fuente primaria de calor, protección y alimento daña nuestro cerebro y nuestro sistema emocional para siempre.

Lloro viendo a los niños en sus primeras semanas de guardería, cómo son capaces de llorar todo el día desconsolados buscando a sus mamás y papás, y cómo algunos se resisten con rebeldía a acostumbrarse a su ausencia durante ocho, diez o doce horas cada día. Lloro pensando en las mamás y papás que no pueden quedarse a cuidar a su bebé cuando tiene fiebre y se siente mal y necesita brazos y mimos.

Lloro cuando pienso en el castigo que sufren las personas migrantes que son separados de sus hijos e hijas: me parece una forma de tortura atroz e inhumana. No comprendo la forma en que hemos normalizado la violencia contra los niños y las niñas, y entre ellos mismos: los regañamos para que no monten escándalo, pero no les enseñamos a tratarse bien y a respetarse. Aún son muchos los profesores y profesoras que no hacen nada ante los casos de bullying en el colegio, porque les parece "normal" que un alumno o alumna tenga que vivir un infierno por culpa de la crueldad que los demás aprenden en sus hogares y que reproducen en las escuelas.

No comprendo cómo los padres y las madres envían a sus criaturas a colegios de curas, a conventos o seminarios sabiendo que hay una red de pederastia mundial en el seno de la Iglesia Católica que ha destrozado ya la vida de millones de personas. Leo los testimonios de los niños y niñas violadas hace treinta años, y no comprendo cómo nadie hace nada para proteger a todos los que están sufriendo violaciones en estos momentos.

Lo mismo me pasa con los malos tratos que sufren los ancianos y ancianas en sus casas y en las residencias en las que viven, los malos tratos que sufren los animales domésticos y el ganado, y cuando pienso en la cantidad de animales que viven permanentemente enjaulados mientras engordan y se hinchan, antes de ser enviados al matadero. Tampoco disfruto en los zoos ni en los lugares en los que se exhiben animales encerrados para que los niños se diviertan.

Sufro con las torturas a presos y presas en las cárceles, con los ataques que sufren lesbianas, homosexuales y transexuales en las calles, con las muertes diarias de inmigrantes en el Mar Mediterráneo, con el hambre y el miedo que pasan los refugiados en sus travesías, con las muertes de ballenas y peces que comen plástico, con la matanza de elefantes para comerciar con sus cuernos.... y sufro mucho con la indiferencia de la gente.

Yo sé que todos intentamos insensibilizarnos para poder hacer vida normal, y sé también que a mucha gente no identifica la violencia como tal, porque está normalizada en nuestra cultura y forma parte de la sabiduría popular: "para crecer hay que sufrir", "para aprender hay que sufrir", "para estar guapa hay que sufrir", "para que te quieran hay que sufrir", "quien bien te quiere te hará llorar", "que llore mucho que así se le ensanchan los pulmones", "que se acostumbre a sufrir que la vida es muy dura", "llora para manipularte, ignoralé", "tiene mamitis", "no le cojas en brazos que se acostumbran".

Sufro pensando en todas las mujeres que sufren "por amor": en todo el planeta el amor romántico sirve para mantener a las mujeres sometidas, ejerciendo de criadas, y a menudo en relaciones de malos tratos y violencia. Son millones las que aguantan pensando que amar es sufrir, que amar es sacrificarse, que amar es aguantar violaciones, abusos, explotación y tratos degradantes, y siempre pienso en cómo podríamos cambiar los cuentos que nos cuentan para engañarnos y para lograr que pasemos toda nuestra vida sufriendo por la falta de amor, o por la decepción que sentimos cuando nos damos cuenta de que el amor no nos hace felices.

También sufro con las guerras y el maltrato en redes sociales: me retiro de cualquier conversación en la que la gente que debate sobre algún tema que me interesa o me apasiona empieza a insultar y a hacer comentarios despreciativos a sus "adversarias" o "adversarios" para ganar el "combate". No sólo me duelen los trolls que atacan en grupo a una compañera feminista, también lo paso fatal con las guerras que se desatan entre ellas en facebook y en twitter.

Cada día leo en mi muro sobre violaciones, torturas y asesinatos a mujeres y a niñas, y sigo sin comprender cómo la gente lo ve como casos aislados, y cómo hay gente capaz de negar esta violencia diaria y sistemática: el negacionismo también me parece super violento, y super peligroso.

Pienso mucho en las niñas pobres, en las niñas pobres racializadas, en las niñas pobres con discapacidades, en las niñas pobres lesbianas, porque siento que sobre ellas se descarga toda la violencia del mundo: sufren violencia en sus hogares, en las escuelas, en los hospitales, en las fábricas, en los prostíbulos. Son el blanco de todo el odio del mundo, y son las más vulnerables del planeta, porque no sólo son mano de obra barata, sino también objetos que se compran y se venden en el mercado sexual. Ellas son las que menos derechos tienen, las que más sufren en el mundo, y las que menos nos importan a todos.

También pienso en todos los adultos que están intentando curar sus traumas de la infancia, en la gente que sobrevive a los abusos sexuales y en la gente que se suicida porque no encuentra el modo de convivir con un dolor tan profundo y tan eterno. Pienso en todas las víctimas del capitalismo y el patriarcado, en todas aquellas que se quitan la vida porque no pueden soportar tanto sufrimiento emocional y psíquico.

Sufro pensando en todas las personas que están fuera del sistema productivo, en toda la gente que no ha podido insertarse en la sociedad porque al capitalismo le sobra personal: tiene demasiada mano de obra barata. Pienso en la gente que está "castigada" en casa sin hacer nada, sin poder aportar nada a la sociedad, alejados del consumo, y aislados social, económica y emocionalmente. Pienso también en los que han acabado en la calle, en la gente que no es apta para el sistema por su hipersensibilidad y vulnerabilidad, y por sus problemas de adaptación a un mundo enfermo, cruel y durísimo. Pienso en la gente que pierde su salud mental por culpa de la marginación y el aislamiento, y en lo desprotegidas y abandonadas que están.

Hay días en los que me lleno de rabia e indignación, pero otros días lo que siento es dolor, un dolor que surge de lo más profundo de mi ser y me desata en llanto. En la infancia sufrí muchas burlas por esta sensibilidad extrema, y por mi radical pacifismo, pero con el tiempo fui conociendo a mucha gente que tampoco soporta el sufrimiento y la violencia. Así fue como empecé a admirar y a seguir en redes a animalistas, ecologistas, feministas, antimilitaristas, pacifistas, antiespecistas, activistas por los derechos humanos y la Naturaleza que están dedicando sus vidas a sensibilizar a la gente, a acabar con el sufrimiento de millones de personas y animales, y a hacer de este un mundo mejor.

Ahora ya no me avergüenzo de mi hipersensibilidad porque creo que no es exagerada. Me siento orgullosa de no vivir anestesiada, de no vivir de espaldas a la realidad, de sentir todavía indignación y rabia ante la injusticia y de poder sentir empatía hacia los demás seres humanos, animales, árboles y plantas.

Ahora sé que no es que yo sea una exagerada, lo que es exagerada es la normalización de la violencia, la insensibilidad ante el sufrimiento humano, la falta de solidaridad ante la gente que sufre. Así que no me siento anormal: creo que gracias a mi capacidad para sentir empatía e indignación ante el sufrimiento humano y animal, soy mejor persona.

Creo que esta capacidad es lo que me permite analizar el mundo, y escribir. Porque al final a esto me dedico casi a diario en redes: a intentar sensibilizar a la gente, a desmontar las ideas sobre lo necesario que es sufrir para aprender, a sacar a la luz la crueldad del sistema en el que vivimos y que se ceba en la gente más débil y desprotegida, a mostrar que hay otras formas de organizarse, de relacionarse y de quererse. Hay días en que mis niveles de fe en la Humanidad están bajo cero, y otros en que me animo cuando veo que hay tanta gente luchando por un mundo sin sufrimiento, sin explotación y sin violencia. Gente hipersensible que no puede permanecer indiferente y que lucha día a día por construir una sociedad mejor para todos y todas. Esa gente a la que quiero parecerme. Esa gente.


Coral Herrera Gómez

31 de mayo de 2019

La crueldad del machismo: divertirse haciendo sufrir a los demás



Me ha impresionado mucho la forma en que cientos, miles de personas han estado durante divirtiéndose y torturando a la trabajadora de Iveco en España hasta matarla. Me pregunto cómo se sentirán hoy todos y cada uno de los hombres que participaron en el asesinato. Me pregunto cuántas mujeres habrán compartido el vídeo y habrán participado en el acoso, y cómo se sentirán hoy. 

Me pregunto cómo es posible que se divirtieran tanto en su momento y ahora nadie admita haber participado en el acoso: a todos les da vergüenza admitir que vieron el video y lo compartieron. Hablamos de una empresa de 3 mil trabajadores en la que ni los compañeros ni los dirigentes movieron un dedo para proteger a una mujer que estaba sufriendo horrores por culpa de un hombre machista y violento. 

Me pregunto cómo es posible que a nadie se le ocurriese ir a denunciarle, ya que todo el mundo sabía quién era él. Incluso los que no compartieron el vídeo pero sabían de su existencia: son todos, todas, cómplices de la muerte de Verónica. Me pregunto cómo es posible que ella tuviera miedo de la reacción de su compañero y que él no estuviera apoyandola al cien por cien. 

Probablemente pocos sabían que lo que estaban haciendo era delito, pero la pregunta es: ¿por qué nadie se indignó, nadie se compadeció, nadie hizo nada?, ¿por qué tanta gente encuentra divertido hacer sufrir a una persona? Tenemos que hablar mucho del machismo, de la banalidad del mal, y de la crueldad de nuestra cultura. Tenemos que analizar por qué tanta gente fue incapaz de sentir empatía y ponerse en el lugar de Verónica. Qué nos pasa que nos deshumanizamos cuando seguimos la corriente a la gente sin pensar en lo que estamos haciendo y en sus posibles consecuencias. 

¿Cuando vamos a dejar de divertirnos haciendo daño a la gente más vulnerable y débil?

 #StopViolenciaContraLasMujeres #MachismoMata

Taller de Masculinidades en Madrid



El sábado 1 de Junio imparto un taller de Masculinidades en Madrid para:

- Hombres que se trabajan los patriarcados y el amor romántico, hombres que quieren asomarse al tema por primera vez.

-Mujeres que quieren conocer la cultura patriarcal en la que son educados los hombres

-Papas y mamás que necesitan herramientas para trabajar el tema con sus hijos.

-Mujeres y hombres que trabajan con adolescentes y adultos varones: educadoras, profesoras, trabajadoras sociales, psicólogas, etc.

Podéis apuntaros escribiendo un mail a:

fundacionentredos@gmail.com

O llamando al teléfono 915 22 00 22

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