1 de febrero de 2011

El mito de la Monogamia




 «No hay duda de que los seres humanos pueden ser monógamos, (si deberíamos serlo o no es otra historia) pero no nos equivoquemos: es raro y difícil que lo seamos
 (Barash y Lipton, 2003)

La hembra humana suele disponer de menos poder imaginativo que el varón. La naturaleza, con tiento y previsión, lo ha querido así, porque de acaecer lo contrario y hallarse la mujer dotada de tanta fantasía como el hombre, la lubricidad hubiera anegado el planeta y la especie humana hubiera desaparecido volatilizada en delicias"
(Ortega y Gasset, 1941).







La monogamia es un mito, y en contra de lo que mucha gente cree, no es algo natural, sino que es una construcción social humana que surge en algunas culturas y en otras no. La monogamia es un relato ejemplarizante, un modelo a seguir que se graba en nuestras conciencias como si fuera una ley divina. 

La relación amorosa monogámica está basada en un contrato de exclusividad sexual, por lo tanto tiene una base social y cultural, pero no biológica. La monogamia es ensalzada por la cultura patriarcal como una de las esencias del amor verdadero, por eso el adulterio es otro relato que rechaza las relaciones al margen de ese modelo. El adulterio es clandestino y subversivo porque representa la ruptura de ese pacto conyugal, y no solo sacude los cimientos de la pareja, sino también los de la institución familiar y por extensión, la estructura social al completo. Manifiesta, como la prostitución, toda la hipocresía de la sociedad burguesa, ya que es un fenómeno muy frecuente en una sociedad que dice ser monogámica, y porque constituye la fuente de gran parte de las historias de amor que consumimos a través de los medios de masas y los productos de las industrias culturales.

David P. Barash y Judith Eve Lipton (2003) demostraron que la monogamia es un mito que cada vez tiene menos fundamento. En el mundo animal, especialmente entre los mamíferos, la monogamia es una rareza: De entre cuatro mil especies de mamíferos, no más de unas pocas docenas forman vínculos de pareja fiables, como los murciélagos (solo unas pocas especies), ciertos cánidos (en especial zorros), unos pocos primates (como los titís), un puñado de ratones y ratas, la nutria gigante de Sudamérica, el castro del norte, unas cuantas especies de focas y un par de pequeños antílopes africanos.

También lo es en la especie humana: Barash y Lipton presentan diversos estudios
que demuestran esta excepcionalidad:
– De 185 sociedades humanas examinadas por el antropólogo C.S.Ford y el psicólogo Frank Beach, solo 29 (menos del 16%) restringían formalmente a sus miembros a la monogamia. Además de permitir el sexo extramarital entre parientes designados, otras sociedades monógamas aprueban el sexo extramarital en momentos específicos, de modo especial en
festividades religiosas o de recogida de la cosecha, como el carnaval brasileño.
– En su estudio clásico Social structure el antropólogo G.P. Murdoch descubrió que entre 239 sociedades humanas distintas de todo el mundo, solo en 43 se imponía la monogamia como único sistema matrimonial aceptable.
– Un estudio de 56 sociedades humanas diferentes descubrió que en nada menos que en un 14% de ellas prácticamente todas las mujeres mantenían CFP (cópulas fuera de la pareja), mientras que en un 44% hacía lo propio una proporción moderada, y en un 42% las mantenían relativamente pocas. 
- En el caso de los hombres: casi todos los hombres practicaban CFP (cópulas fuera de la pareja) en un 13% de las sociedades, una proporción moderada de ellos hacía otro tanto en un 56% y unos pocos lo hacían en un 31%.



La monogamia es tratada por la sociobiología como un mecanismo de perpetuación de la especie: autores como David Buss, Helen Fisher o Campillo Álvarez entienden que la fidelidad sexual está originada por la necesidad de los hombres de asegurarse la paternidad, y la necesidad de las mujeres de obtener la protección de los hombres. Creen, en esta línea, que los celos representan la fuerza del egoísmo de los genes, cuya obligación es transmitirse. Hasta la llegada de las pruebas de ADN a finales del siglo XX, los machos solo tenían una forma de garantizar que las crías de su compañera fueran suyas: copular a diario con ella y vigilarla.

Para autoras como Helen Fisher (2004), los celos son una respuesta adaptativa humana. Son útiles tanto para acabar una relación como para mantenerla. Los celos pueden, en su vertiente negativa, perjudicar una relación, porque las personas celosas tienden a estrechar la vigilancia sobre el compañero o la compañera y porque se reduce la confianza mutua de la pareja. Por otro lado, sin embargo, los psicólogos creen que los celos pueden servir para que el compañero desconfiado vuelva a confiar en su pareja gracias a declaraciones de fidelidad y afecto, lo que pueden contribuir a la durabilidad de la relación. Sin embargo, también pueden ser señal de que la relación está fallando y la persona celosa puede tener miedo a contraer enfermedades de transmisión sexual, y a quedarse sola.


También en el campo de la sociobiología se ha explicado el deseo de promiscuidad del macho con el efecto coolidge, que alude a la preferencia de los machos por estímulos sexuales novedosos. Hasta hace muy poco el interés se ha centrado en el apetito masculino, pero autores como Buss han puesto de relieve el escaso estudio que ha existido sobre las ventajas que las hembras humanas obtienen del sexo ocasional. 


Un beneficio decisivo para la mujer según la sociobiología es el acceso inmediato a recursos; es una perspectiva teórica que nos parece que no contempla la necesidad y los apetitos sexuales de las mujeres, sobre todo porque el objetivo de las mujeres en la vida no suele ser el acceso a recursos, especialmente si trabajan o pueden obtenerlos ellas mediante la caza, la recolección o la agricultura.

Otro beneficio que las mujeres pueden obtener del sexo ocasional, según la sociobiología, es una autoevaluación más exacta de lo deseables que resultan: infravalorarse es perjudicial para las mujeres, porque se contentan con compañeros menos deseables.

A través de las relaciones sexuales ocasionales, la mujer también se asegura protección
contra los conflictos que surjan con otros hombres o con competidores. Tener un segundo compañero que la defienda y proteja puede ser especialmente ventajoso para las mujeres que corran un riesgo elevado de ser violadas. Para Buss, un amante sirve asimismo como posible sustituto del compañero habitual de la mujer si este le abandona, se pone enfermo o cae herido, es estéril o muere, acontecimientos todos ellos bastante frecuentes en un entorno ancestral.





En un estudio realizado por David Buss y Heidi Greiling, se puso de manifiesto que las mujeres tienen aventuras fundamentalmente cuando no están satisfechas con su pareja, o cuando tratan de sustituirla, o para hacer más fácil la ruptura con ella. Por su parte, Baker y Bellis han hallado que las mujeres suelen tener relaciones extramatrimoniales con hombres de posición social más elevada que la de sus maridos. Si os dais cuenta, todos los motivos que encuentran los científicos no residen en el deseo sexual femenino, sino en su necesidad de recursos. Esta necesidad no se da en culturas no patriarcales, de modo que no se puede suponer que todas las humanas viven en culturas donde son marginadas del poder. 

Siguiendo con estas tesis sociobiológicas, la mayoría de las mujeres no reducen su nivel de exigencia cuando tienen breves aventuras amorosas: según Helen Fisher (2007), siguen buscando a un compañero estable, sano, divertido amable y generoso. Los hombres en cambio rebajan sus aspiraciones y «tienden a pasar por alto la falta de inteligencia por parte de la mujer. También eligen a mujeres menos atléticas, menos fieles, menos estables, con menos sentido del humor y de un rango de edades más amplio. Sin embargo, cuando los hombres quieren comprometerse con una
pareja a largo plazo, se vuelven muy exigentes con algunas virtudes básicas.

La necesidad de relacionarse sexual y afectivamente con otros hombres que no sean la pareja oficial por parte de las mujeres ha sido invisibilizada por la ciencia bajo el supuesto de que las hembras no tienen el mismo grado de deseo sexual que los machos, cosa que como hemos visto en el artículo dedicado a la sexualidad femenina, ha sido demostrada como falsa por autores como Fisher, y Barash y Lipton.

De hecho, los descubrimientos y revisiones científicas más excitantes generados por la reciente demolición del mito de la monogamia conciernen al papel de las hembras:
“Los biólogos han empezado a constatar que las hembras tienen sus propias estrategias:
aparearse con más de un macho, controlar el resultado de la competición entre espermatozoides (o al menos influir en ella), obtener en ocasiones beneficios personales, como alimento o protección, a cambio de esas copulaciones fuera de la pareja, así como beneficios indirectos, genéricos, que finalmente se concentran en su progenie. [...]
Después de capturar vivas a aves migratorias al menos un 25% de ellas resultaron ser ya
portadoras de semen. ¡Y esto antes de haber llegado a las áreas de reproducción a las que
se dirigían! Es evidente que cuando las hembras establecen su nido con un macho territorial, más de una y más de dos han perdido ya su virginidad". (Barash y Lipton, 2003).

Sin embargo, nuevos descubrimientos han demostrado que la competencia espermática es consecuencia de la preferencia de las hembras por estímulos sexuales novedosos: los machos pueden imponer a sus parejas el equivalente a un cinturón de castidad, un «tapón copulatorio». Entre muchas especies —incluida la mayoría de los mamíferos— parte del fluido seminal se coagula o forma una masa gomosa, a menudo visible, que sobresale ligeramente de la vagina. Solía pensarse que servían para impedir que el semen se derramara al exterior. Pero está cada vez más claro que también funcionan en la dirección opuesta: para impedir la entrada a otros machos. Tales ingenios no serían necesarios si las hembras no mostraran inclinación a aparearse con más de un macho.

En muchos animales (especialmente insectos) el pene no es meramente un conducto para el esperma; es también un raspador, un taladro, un escariador, un sacacorchos; una verdadera navaja del ejército suizo llena de ingenios y dispositivos evolucionados para eliminar el esperma de cualquier macho precedente.

Para estos autores, en las estadísticas sobre infidelidad hay algo que no se explica muy bien, porque los hombres admiten haber tenido más parejas sexuales que las que dicen haber tenido las mujeres: Esto solo es posible si supone un pequeño número de hombres, ya que asumiendo que todo encuentro heterosexual implica a un hombre y una mujer, las cifras han de casar. Hay también importantes pruebas a favor de que los hombres tienden a exagerar el número declarado de encuentros sexuales, mientras que las mujeres tienden a subvalorar el suyo. Esta discrepancia podría ser el resultado de lagunas de memoria genuinas de las mujeres y/o del engaño inconsciente.

Además, la doble moral sexual es característica de las sociedades patriarcales; el adulterio femenino es social y legalmente penalizado con mayor dureza que el masculino, de modo que las mujeres siempre han sido más silenciosas a la hora de cometer adulterio, porque se jugaban la vida, y los hombres más propensos a jactarse de sus conquistas amatorias, ya que así parecen más viriles.

El adulterio constituye un modo de evadirnos de la realidad suprema. Es, también, un afrodisíaco que incentiva el erotismo y el deseo, pero sólo porque está prohibido. Este deseo surge de manera explosiva cuando existen obstáculos, normas, contratos que romper, porque nos permite llevar una realidad paralela, porque nos dota de una nueva identidad, porque rozamos el lado oscuro de la realidad, porque transgredimos normas y satisfacemos nuestros deseos. Lo prohibido, la clandestinidad... todo constituye un juego peligroso que consiste en disfrutar sin que te pillen.






El adulterio nos sube la autoestima y está basado en la idea de que uno se merece disfrutar: los y las adúlteras han firmado un pacto de fidelidad, pero se lo saltan porque creen que la vida es corta, porque hay que disfrutarla, porque un@o se lo merece más que nadie, porque no se puede evitar lo que se siente. Entonces nos convertimos en mentirosos, buscadores de coartadas que nos permitan disfrutar, nos sentimos traidores porque estamos cogiendo lo mejor de todo. A algunos les causa un intenso y doloroso conflicto consigo mismos; otros son capaces de practicarlo sin remordimientos. Algunos lo viven como un acontecimiento excepcional en sus vidas, y otros rompen su matrimonio e inician la misma aventura conyugal, firmando un nuevo pacto de fidelidad con el amante ahora convertido en marido o esposa.

Para Barash y Lipton, el análisis transcultural de las tasas de infidelidad muestra que las hembras y los machos son muy similares. Entre las razones culturales que encuentran para el establecimiento de la monogamia:

·         - Es una forma de relacionarse aparentemente basada en el igualitarismo, si se la compara con la poliginia, en la que el macho tiene un harén de hembras: «se infiere de ello que de algún modo vale tanto como todas ellas juntas. es más valioso e importante que cualquiera de sus esposas por separado». De la misma manera si una hembra tiene muchos machos (poliandria), «da la impresión de que la valía y  el mérito de cada uno de sus maridos son inferiores a los de esa hembra dominante. Esto no ocurre en el caso de la monogamia que, cualesquiera que sea sus dificultades biológicas, se percibe como moralmente justa, aunque solo sea porque es un vínculo equitativo, un compromiso al 50% en el que tanto el macho como la hembra tienen igual peso».
·         - Más vale malo conocido que bueno por conocer. Puede que algunos animales (y, ocasionalmente, algunas personas) establezcan uniones monógamas porque son, en cierto sentido, conservadores: «El cortejo y el apareamiento son arriesgados, requieren que las dos partes salgan de su concha personal y se hagan vulnerables al rechazo, a ser heridas, a elegir mal o simplemente a perder tiempo y energía. Tras haber pasado por ello todo una vez y habiendo conseguido una pareja, es posible que ciertos individuos opten simplemente por poner fin a tan turbadoras y arriesgadas prospecciones y sienten la cabeza para llevar una vida recogida y confortablemente hogareña».

-Otra teoría es la larga infancia de las crías humanas; es razonable que las madres y los padres estén dispuestos a compartir las tareas parentales literalmente por el bien de los hijos. En animales se ha documentado que cuando más tiempo pasa junta una pareja, más probabilidades tiene de criar con éxito a sus descendientes. Esto puede deberse a que la experiencia y mutua familiaridad favorecen una atención parental mejor y más eficiente. Los compañeros que permanecen juntos durante años tienen por lo general más probabilidades
de ser los que alcanzan un mayor éxito reproductivo.

A veces, las opciones de ambos sexos se ven restringidas simplemente por la fuerza de las circunstancias. El resultado es una mayor probabilidad de monogamia simplemente porque no hay grandes alternativas. Sin embargo, la monogamia es una forma de regular desde el poder las relaciones humanas. Es una constricción social y política a la forma de relacionarse entre los humanos que en realidad siempre ha servido más para constreñir al sexo femenino. Las culturas patriarcales imponen la monogamia porque es un sistema que sirve para la sujeción de la mujer y el control de su sexualidad; un ejemplo de ello es la cita que encabeza este artículo.


 En el mundo animal, la monogamia es practicada bajo el engaño al otro miembro de la pareja. Muchas veces el macho ejerce una vigilancia feroz en la época del celo femenino, porque necesita asegurarse de que la inversión parental que va a realizar es ejercida sobre su prole, no sobre los genes de otro macho.

Sin embargo, cuando sale del nido o la guarida para realizar sus cópulas fuera de la pareja, las hembras hacen lo mismo. Muchas eligen a buenos padres que cuiden del nido, pero copulan
a escondidas con machos lustrosos y poderosos, que no son buenos padres
pero que les otorgarán buenos genes: “Es como si los machos deseables supieran que lo son, con lo que tienden a exhibir su palmito por doquier. [...] Como contraste, los machos comparativamente poco atractivos muestran más tendencia a ser buenos padres. Al parecer le sacan todo el partido posible a su mala situación comportándose tan paternalmente como pueden, aunque parte de la descendencia atendida no sea suya". (Barash y Lipton)

Según Barash y Lipton, la violación, el maltrato, el divorcio, el matrimonio, los celos y las peleas conyugales no son fenómenos exclusivamente humanos. Los animales machos y hembras son felices cuando reina la armonía entre ellos, se enfurecen si sus parejas les son infieles, abandonan a sus parejas si encuentran otras mejores, y cambian de pareja si la suya se muestra excesivamente violenta y celosa. De algún modo estos estudios en el campo de la biología nos ayudan a entender que los celos son un fenómeno que se da entre los seres vivos que se relacionan sexualmente, pero obviamente también se entiende que la monogamia total y exclusiva es un fenómeno extraordinario; es más bien un ideal mitificado que una realidad.

El problema de la moral monogámica es que la fidelidad a menudo se impone por la fuerza física o a través de la violencia simbólica: “El adulterio —o las sospechas de adulterio— es una de las grandes causas de divorcio, y también de la violencia doméstica. Alrededor de un tercio de los casos de violencia doméstica con resultado de muerte en Estados Unidos se deben a la infidelidad de la mujer, haya sido esta correctamente atribuida o una mera sospecha. La frecuencia de la violencia generada por la infidelidad es, si cabe, aún más elevada en otras sociedades. (Barash y Lipton, 2003).

Así podemos ver que la monogamia está atravesada por el concepto de poder, y de que de algún modo es un modelo amoroso que genera multitud de tragedias y relatos literarios. Lo curioso es que el poder patriarcal fue el que instauró la monogamia como sistema obligatorio para las parejas, pero especialmente para las mujeres; de ahí la doble moral patriarcal que tolera el adulterio masculino y la existencia de la prostitución femenina, que alivia a los hombres promiscuos.

Según Leah Otis-Cour, tanto en la sociedad romana como en la germánica, el adulterio de la mujer se consideraba un delito grave y una amenaza para la familia, ya que ponía en duda las pretensiones de paternidad del marido sobre los hijos concebidos por la mujer. En el mundo carolingio el adulterio femenino era uno de los crímenes capitales junto al asesinato y al incendio.

El adulterio fue también tomado en serio por la Iglesia católica, que veía en él un pecado contra el sacramento del matrimonio. Para San Agustín la fidelidad era uno de los objetivos de la unión conyugal y debía de ser recíproca, mientras que la sociedad secular tendía a ignorar el adulterio masculino, pero condenaba a muerte o mutilación a la adúltera.


A pesar de jugarse la vida en muchas etapas históricas (recordemos que en la actualidad las mujeres son lapidadas y asesinadas en países como Irán por adúlteras), las mujeres han tenido siempre relaciones extramatrimoniales, han ejercido su libertad y su derecho al placer, han saciado su apetito sexual y sus anhelos amorosos, han elegido a las personas con las que han deseado tener relaciones, aunque pesasen sobre ellas los castigos más terribles.

Esto demuestra, de alguna manera, que no solo el hombre es «infiel por naturaleza», y que esa sospecha, creo, es lo que ha llevado a los hombres a legislar tan duramente contra las mujeres libres, y a asesinarlas. Y es que uno de cada tres hijos no es de su padre, lo que revela, desde que comenzaron los análisis de ADN para comprobar paternidades, que la mujer es infiel pero no presume tanto de ello como los varones, quizás porque la virilidad está asociada a la cantidad de relaciones amorosas con mujeres que logran acumular los hombres. En cambio la esencia de la feminidad en el patriarcado es la pureza, la falta de deseo sexual, la sumisión al macho dominante. Por eso cuando una mujer no encaja en ese estereotipo esencialista, es condenada por la sociedad a través de la condena moral y los relatos con castigos ejemplarizantes, como es el caso de Madame Bovary.





La monogamia se ha mitificado hasta tal punto en los relatos que ya no advertimos que no es un asunto biológico ni natural, sino que es un mito que perpetua la creación de familias heterosexuales basadas en uniones duales y exclusivas, con sentimientos de pertenencia y posesión que hacen aún más dolorosas, si caben, las relaciones humanas de carácter erótico o sentimental. Aun existe gente que se muestra orgullosa de no haber tenido relaciones sexuales más que con su pareja de toda la vida; y a pesar de ello, el adulterio es un fenómeno natural en nuestras sociedades, extendido en todas las capas sociales y en hombres y mujeres por igual. Curiosamente, sin embargo, el adulterio es vivido y representado como una alta traición, como un pecado mortal, como un delito contra el amor. Afortundamente, en otras culturas se da sin tanto dolor porque no es clandestino, ni ha de ocultarse, ni crea más problemas entre las parejas.





BIBLIOGRAFÍA


BARASH, DAVID P. y LIPTON, JUDITH EVE: El mito de la monogamia, Siglo
XXI, Madrid, 2003.


BUSS, DAVID: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento
humano, Alianza Editorial, Madrid, 1996


CAMPILLO ÁLVAREZ, JOSÉ ENRIQUE: La cadera de Eva. El protagonismo
de la mujer en la evolución de la especie humana, Colección Ares y Mares,
Editorial Crítica, Barcelona, 2005.


Este artículo fue publicado en catalán en el libro colectivo En Defensa d´Afrodita: 


  
"El mito de la monogamia". 

En Defensa d´Afrodita. 
Edicions Tigre de Paper, Barcelona, 2013. 


Autores/as: Laia Vidal, Laia Estrada, Crimethinc, Serena, Ricardo Coler, Na Pai, Marcel Balover, Marisela Montegamia, Blanca Callthefuture, Coral Herrera Gómez y Ál Cano Santana. 

http://www.tigredepaper.cat/wordpress/en-defensa-dafrodita/












Otros artículos de la autora: 

El miedo masculino a la potencia sexual femenina






30 de enero de 2011

Mujeres egipcias en lucha



Estoy conmovida con la lucha de los pueblos magrebíes: Túnez, Egipto, Marruecos, lugares donde la gente no posee las libertades y los derechos que tenemos aquí, que se juegan mucho más que cualquier occidental acudiendo a una manifestación, faltando al trabajo,
 luchando por visibilizar su protesta, su dolor, su rabia.



 Me estremeció leer que los egipcios tienen cortadas sus vías de comunicación, la primera de ellas, Internet, lo que demuestra que es el primer medio de comunicación de masas horizontal, que surge desde la gente y para la gente, pese a los intentos de controlar la libertad de circulación de la información, que se extiende como la pólvora desde los blogs y las redes sociales. ya hacía tiempo se advertía del gusto de las mujeres árabes jóvenes, encerradas en casa a la espera de que llegue un marido, a las redes sociales. Este es el resultado de esta libertad informativa. Las consecuencias serán más represión, más control por parte del poder político y económico, más hostias, más sangre, más rabia, más revolución.




No sé si en España tendremos la valentía que está demostrando esta gente. Supongo que tendríamos que ser diez millones mas de precarios y unos dos millones mas de parados para que estallase la rabia acumulada; pero solo cuando deje de gobernarnos un partido "socialista". Para que exista la protesta aquí es necesario un partido de derechas con mano dura que nos de bien por todos lados sin cortarse un pelo; entonces sindicatos y oposición sacarían a las masas descontentas a la calle.




Mientras, observamos como la gente está harta de tragar, de pasar penurias, de emplear todo su tiempo de vida en enriquecer a unos pocos multimegamillonarios del planeta, de ser estafada y despojada de sus derechos más fundamentales.





Y lo increíble ha sido que ni el ejército ni la policía ha provocado una masacre, y que en Túnez se despojaron de sus uniformes para convertirse en humanos, en trabajadores asalariados, en personas con madres, hermanas, hijos e hijas hartos de pasar penurias.


 Esta foto que sigue me hace llorar de la emoción; una mujer besando a un policía. para mí es el símbolo de la madre que pare soldados que reprimen a sus hermanos.





Nosotras somos las que traemos hij@s al mundo y deberíamos educarlos para la paz, no para la guerra. No hay nada más doloroso que entregar la vida de tu hijo por una causa tan absurda como la patria, la religión o los intereses petroleros.



Me impresiona la valentía de las mujeres árabes, se ven de todas las edades, y me estremece pensar en lo desesperadas que tienen que estar por su presente, por el futuro de sus hijos y nietos, por el estado de su pueblo.



Si la detienen sufrirá torturas, humillaciones verbales, noches de calabozo y proceso judicial; pero este es su gran momento. Hombres armados retrocediendo temerosos ante la pedrada de rabia. Hombres que podrían matarla a palos en tres minutos pero no avanzan.


 Una revolución que parece imparable.




Es estremecedor ver a las mujeres egipcias y tunecinas participar en la revolución, porque tienen mucho más que perder que sus compañeros varones. Y aun así, salen a la calle, con o sin velo, para exigir un cambio radical, para decir basta a la pobreza, a la falta de oportunidades, a la represión informativa.







Toda mi solidaridad con las revoluciones árabes de parad@s, trabajador@s, estudiantes, intelectuales. gente sensible que forma escudos humanos para proteger el Museo del Cairo, gente comprometida que sale a la calle para reclamar unas condiciones de vida dignas, gente que está muriendo por el terrorismo de Estado, gente que está abandonando los uniformes para unirse a sus herman@s. 



Recopilación de fotos de  Leil-Zahra Mortada

para ver más: 



24 de enero de 2011

Amores de Graffiti



"Aquí vive la mujer que me gusta con el hombre que a ella le gusta"




¿Puede haber mayor generosidad?, he descubierto el blog de Grafitti Alquimia Urbana, con fotos de pintadas urbanas recopiladas por Alberto Sibaja Álvarez, de Costa Rica. Esta es una de las mejores que he visto en mi vida; diganme, ¿han visto alguna vez mayor generosidad que la de este hombre que homenajea a la mujer que le gusta, aun viviendo con el hombre que le gusta?, porque no es un ataque contra él, sino el reconocimiento de la derrota, y el engrandecimiento de una relación entre dos personas que se gustan pese a encontrarse excluido de ese nido de amor.



¿POR QUÉ NO LE APLICAMOS LA EUTANASIA A ESTE AMOR TERMINAL?






Poesía pura, ¿no les parece?.




Que se mojen las ganas





















              "Las viudas son solteras con experiencia"















 


"El virus de la duda duerme en tu cama matrimonial"







Estas fotos están extraídas de esta web:


http://www.cesarlizano.name/sibowak/literatura_costa_rica_alberto_sibaja/graffiti_literatura_costa_rica_alberto_sibaja.htm





Estas siguientes son de Acción Poética, de Monterrey, México. 

"Salir del amor ilesos"








"Hoy es día de besarte"






"Queda mucho por sentir"



























Otros artículos relacionados: 



12 de enero de 2011

Ética para Amador@s.






Se dice que el amor desata nuestras más bajas pasiones. Y es que cuando nos enamoramos solemos mostrar nuestra cara más amable, visibilizamos nuestras virtudes con más alegría, exhibimos nuestras bondades para agradar a la persona a la que deseamos conquistar. Sonreímos mucho, nos mostramos generosos/as, nos mostramos hospitalarios/as y con ganas de ayudar… pero esta actitud no dura para siempre. Curiosamente, los amores pasionales también sacan a la luz nuestros miedos, nuestra cobardía, nuestra dificultad para ser sinceros/as, y a menudo nos hacen caer en los actos más viles y las miserias más humillantes. Lo que jamás haríamos a un amigo o amiga, sí se lo hacemos a los amantes. Podemos hablar de la importancia de la paz mundial, pero tener una verdadera guerra infernal en casa.

Y es que a menudo no nos relacionamos desde el amor, sino en base a luchas de poder para dominar o someterse al otro. Esto nos hace “guerreros” de una batalla en la que todos salimos heridos, porque a menudo nos hacemos daño a diario y apenas nos damos cuenta de que convertimos el mal trato en algo cotidiano. Mucha gente hace uso de su veneno para maldecir al amante que nos traiciona, para convertir el miedo en odio, para dominar al otro o para mostrarle nuestro más profundo desprecio. Un amante despechado puede ser terrible si no se controla a sí mismo: puede ser violento, egoísta, cruel. Cuando no somos correspondidos, o cuando nos abandonan, es frecuente que nos invada un victimismo egoísta que se traduce en cascadas de dolientes reproches hacia nuestro objeto de deseo. Nos cuesta entender que no nos amen del mismo modo y con la misma intensidad que nosotros amamos, nos hiere la indiferencia del otro o la otra hacia la pureza de nuestras emociones, nos parece que siempre estamos en desventaja y nos sentimos como muñecos de trapo en manos de nuestro amada, completamente a merced de su santa voluntad.

Sin embargo cuando somos objeto de deseo amoroso, o sea, cuando nosotros no tenemos el problema sino que lo tiene otro, a menudo nos comportamos de forma cruel porque no llegamos a percibir lo que los demás sienten y piensan, o no nos conmueve tanto como cuando nos pasa a nosotros. Creo que al amor romántico le falta, pues, grandes dosis de empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro: amores pasajeros, amigos, ex novios, ex novias, ex amantes, amores cibernéticos, aspirantes y pretendientes. A veces somos nosotros los que caemos rendidos, y otras veces son los otros o las otras; y es fácil que cuando el amor no se da con la misma intensidad en las dos personas, se cree un desequilibrio doloroso.

Si la amistad se caracteriza por la transparencia, los amores, creo, son opacos. A pesar de que tratemos de ser sinceros al cien por cien, es inevitable cierta ambigüedad, cierto misterio, una incertidumbre que al enamorado le destroza por dentro. Por eso lo ideal sería que no lanzásemos  mensajes ambiguos que despierten falsas esperanzas del enamorado o la enamorada. Cuando un@ está bajo el encantamiento del romanticismo, tiende al autoengaño y al desarrollo sin trabas de la fantasía; por eso es importante que los noes y los síes de la amada o el amado sean rotundos, claros. Cuanta más información se le proporcione a la persona hechizada, más herramientas tiene para luchar contra el poder de la imaginación deseante, y para poder situarse en la realidad de la relación. Sin embargo, todos coincidimos en lo difícil que es ser cien por cien transparentes y sinceros. Es bien difícil ser claro cuando las aguas andan revueltas en nuestro interior.

Sin embargo, pese a esta dificultad, hay gente que logra separarse en términos amistosos. Hay gente que cuida a la persona que ha querido o que quiere, y gente que es abandonada y no acumula rencor. Es complicado, sí, pero hay personas que tienen claro que las relaciones empiezan y terminan y que mientras duren hay que disfrutarlas. Y cuando se acaban, asumen con mayor tranquilidad el final, dando alas al amante para que vuele en solitario o junto con otros amores. 







Creo que es importante tratar con cariño a las antiguas y nuevas parejas, es decir, aplicar la ética de la amistad y el compañerismo con los amantes para limar las diferencias de intensidad y de sentimientos. Que dos personas estén super enamoradas a la vez y en el mismo grado de intensidad es casi una utopía, de modo que no nos queda más remedio que aceptar a que a veces estamos arriba y otras veces estamos abajo; el poder, como dijo Foucault, cambia de dirección con facilidad.


En una relación amorosa el poder lo tiene siempre la persona que goza de mayor lucidez, autocontrol e independencia, porque tiene menos inseguridades y mayor capacidad para ser realista. El que cae bajo el influjo del enamoramiento en cambio ve todos sus esquemas vitales desordenados; baja la autoestima, aumentan las dudas, se confunde realidad con sueños, y se sufre mucho ante la incertidumbre. Y unas veces nos toca estar en lado, y otras en otro.








Los amantes doloridos suelen pedir información para saber si son correspondidos; si no lo son se puede comenzar a transitar por los caminos del olvido. Pero si no sabe si es correspondida, comienza la tortura interna tratando de descifrar los signos que emite la persona amada. Lo decía Deleuze en un estudio sobre Proust: "Enamorarse es individualizar a alguien por los signos que causa o emite. Es sensibilizarse ante esos signos, hacer de ellos el aprendizaje. Es posible que la amistad se alimente de observación y conversión, sin embargo, el amor nace y se alimenta de interpretación silenciosa. El ser amado aparece como un signo, un 'alma': expresa un mundo posible desconocido para nosotros. El amado implica, envuelve, un mundo que hay que descifrar, es decir, interpretar. Se trata incluso de una multiplicidad de mundos. [...] Amar es desarrollar estos mundos que permanecen envueltos en lo amado. ¿Cómo podríamos acceder a un paisaje que no es el que vemos, sino al contrario aquel en el que somos vistos?"  (G. Ddeleuze: Proust y los signos, pp.: 15s.)


Así pues, el amor es una especie de espejismo a través del cual nuestra percepción de la realidad se distorsiona; los enamorados se encuentran a merced del engaño ilusorio que sufren, pero no por ello renuncian a la realidad, sino más bien al revés. La necesitan desesperadamente para no caer en los abismos de la locura, para no arrojarse al poder de la obsesión, para no perder su autonomía en pos de un amor fabricado desde la propia mente. 


Obviamente las personas que sufren la ebriedad del amor romántico también han de tener un comportamiento ético: creo que la base es no centrar el mundo en las necesidades y carencias propias ("necesito verte", "sin ti mi vida no tiene sentido", "me mataré si me dejas", "cuando no estoy contigo creo que me muero", "no puedo dejar de pensar en ti", "por favor dame una sexta oportunidad", etc). Normalmente estas exigencias y amenazas sólo consiguen agobiar a la persona objeto de su obsesión, que ante la falta de misterio o ante las cascadas de reproches huye sintiéndose, además, culpable de nuestra infelicidad.  


La persona que sufre el encantamiento amoroso debe evitar al amado esa responsabilidad por su estado de ánimo. Nadie tiene la culpa de la soledad que nos acompaña de por vida, de modo que no podemos exigir que nos la quiten de encima con acompañamiento perpetuo. Es deber de un enamorado, una vez declarados sus sentimientos, evitar que estos aprisionen a la amad@; por eso es importante evitar el chantaje emocional, contar las mismas cosas de diferentes maneras,  asediar con la tecnología a mensajes y llamadas de atención, responsabilizar al otro de nuestra necesidad de afecto y seguridad.


Otro factor a tener en cuenta para los amantes es que el tiempo no discurre de la misma forma para un enamorado que para alguien que no se encuentra bajo los efectos de la ansiedad amatoria: dos horas pueden ser eternas, dos días pueden ser una tortura. Pero eso es siempre un problema que ha de sobrellevar el que se enamora, de modo que es importante practicar la contención en cuanto a la expresión de las zozobras que sacuden a los hechizados (para eso están los amigos y las amigas, pacientes escuchadores). Y de igual modo es importante no tener a nuestro enamorado horas y días esperando una llamada que prometimos hacer.


 También los amantes apasionados han de evitar los reproches, las amenazas, las exigencias de reciprocidad, el ataque a la intimidad del otro (cotillear el móvil, entrar en su correo o su facebook, etc) en busca de signos de amor o de pruebas de infidelidad. La inseguridad que padecen los y las afectadas por el estado febril del amor no ha de ser alimentada por el amante caprichoso, pero tampoco los demás deben de cargar con celos imaginarios, indirectas amargadas, preguntas inquisitivas de doble sentido, insultos producto de la rabia, o llantos desgarrados e irracionales propios de los amantes despechados.






En el caso de las personas que son amadas, creo que es importante no lanzar mensajes equívocos, no abusar de la ambigüedad, no prometer cosas que no sienten o no se pueden cumplir. A tod@s nos gusta gustar, pero creo que el acto de generosidad más grande que puede haber en una relación amorosa es liberar al otro, es decir, dejarlo marchar en busca de otras relaciones que le satisfagan más. Un@ tiene que ser capaz de ser sincero aun sabiendo que puede perder a esa persona; ser 
generos@ y ser capaz de renunciar a alguien a quien no correspondes con la misma intensidad. Simplemente para evitar que sufra. 




Y es que cuando el amor no goza de igualdad de condiciones, es inevitable pasarlo mal por esa descompensación. Ocurre por ejemplo en gente que quiere relaciones abiertas y se une a gente que busca una pareja estable. O en el caso de gente casada que tiene una aventura con alguien soltero o soltera, ya saben, pueden pasar los años y el casado o la casada seguir prometiendo que se separará para iniciar una nueva vida junto a su amante. El que asume ese desnivel en la relación ha de conformarse con lo que recibe del otro, y cuando no quiera conformarse, dejarlo. Pero precisamente es esa descompensación la que mantiene al amante en una inseguridad radical, y a veces una dependencia y sumisión que lo hace menos atractivo todavía a ojos de su amado/a. 


Del mismo modo que cuidamos a nuestros amigos y amigas, deberíamos cuidar a la gente con la que tenemos relaciones sexuales y amorosas; y cuidar supone ser sinceros, no alimentar falsas esperanzas, y ser asertivos con la otra persona para no tener que mentir o dar un plantón cuando no nos apetece quedar. 


Esto es especialmente difícil con una pareja a la que queremos dejar y no sabemos cómo. Le queremos, pero no deseamos hacerle daño de ninguna manera. Se lo digamos antes o después, va a pasarlo mal; así que muchas veces dilatamos el proceso hasta que estamos completamente seguros de que no queremos nada con la otra persona. Pienso que cuanto mayor es la dilatación, más se acrecienta la angustia, aunque se comprende que todo el mundo pasa por periodos críticos, dudas y procesos de desamor más o menos lentos. 


Debido a lo complicado que es romper lazos con alguien después de mucho tiempo, y a la natural torpeza de los humanos en sus relaciones afectivas, hay amantes que se dedican a putear al otro para que el otro reaccione y sea el que tome las riendas de la ruptura. Putear significa "mentir para no hacer daño", quedar y desquedar como si el otro no tuviese otra cosa que hacer que estar pendientes de nuestra agenda y apetencias, lanzar mensajes confusos "te quiero pero no sé", o peticiones como "necesito un tiempo", que solo dilatan el ya de por sí doloroso proceso de la ruptura. 


Lo lógico cuando hemos compartido cama, afectos, sexo, vivencias, intimidades y experiencias vitales es cuidar a la otra persona, entablar conversaciones largas donde cada uno pueda expresarse y desahogarse, darse muestras de cariño, como abrazos que nos hacen sentir queridos pese a la lejanía angustiosa que sentimos cuando nos estamos separando de alguien. Si hay terceras personas, creo que es importante hablarlo; el enamorado, por muy dolido que esté, debe aceptar que es mejor saberlo que no saberlo (antes podrá rehacer su vida), y también acepat que no es algo que podamos controlar; nadie puede elegir de quién se enamora y cuanto tiempo. Es decir, debe asumir que el amor se acabó o que le queda poco, y aceptar la impotencia que nos invade cuando dejamos de ser amad@s, pues no podemos obligar a nadie a que permanezca a nuestro lado sabiendo que no nos ama.




Por eso, creo, debe prevalecer el cariño, que en cierta medida es consolador, porque nos hace sentir humanos. Acabar una relación nunca es fácil, pero sin duda se puede tratar de hacer bien, o sumirnos en un mar de torpezas que provoquen el odio doliente de nuestra pareja. Siendo el amor como es, tan opaco, creo precisa, en la medida de lo posible, una transparencia informativa, es decir, una plena sinceridad con nosotros mismos, primero, y con nuestra relación, después. 


Esta es la razón por la cual mucha gente conserva a sus parejas como amigos especiales a los que se quiere para toda la vida; ex amores con los cuales poder compartir en un nivel mucho más profundo que el del amor, porque la amistad, creo, es menos egoísta, más empática y menos inestable que las tormentas pasionales. Los códigos de la amistad están basados en la ayuda mutua, la lealtad inquebrantable, la complicidad sin necesidad de palabras, el cariño desmedido (porque no hay necesidad de contención ni de disimulo, como sucede a veces en el amor no correspondido). 


Por todo y por esto, abogo por un trato más humano entre amantes, ex amantes, matrimonios, parejas de hecho, follamigos, amigos con derecho a roce, adúlteros y adúlteras, amantes virtuales, amores platónicos... Creo que una solución ética al problema del desamor o del desencuentro amoroso es la plena comunicación basada en el nivel emocional del discurso: "yo me siento así...", "pues yo me siento asá". Desahogarse, expresar la pena, la rabia, el miedo, recordar buenos momentos, darle un final bonito a la historia, con abrazos y muestras de cariño. Hacerle saber al otro que fuimos felices, que lo disfrutamos, que fue importante en nuestras vidas a pesar de la ruptura. 


 Otra solución es ponernos en el lugar del otro, evitar lo que no nos gustaría que nos hiciesen (plantones, misterios sin resolver, mentirijillas, verdades ocultas, actitudes cambiantes o contradictorias, huidas sin explicaciones, justificaciones absurdas...). 


Portarse bien, además, nos libera mucho de la culpa que nos acompaña siempre en estos casos, tanto cuando amamos, como cuando somos amados y no podemos corresponder en la misma medida. Es por esto por lo que hay que ser valiente y practicar la generosidad; aun temiendo hacer daño a la otra persona. Aunque es cierto que va a sufrir si nos alejamos de su lado, si nuestro grado de compromiso con la relación no es el mismo que el suyo, o si le contamos que nuestros sentimientos no son tan fuertes o duraderos como los suyos, hay formas elegantes y cariñosas de hacerlo. La sinceridad es uno de los factores principales de esta buena praxis, porque el engaño solo añade dolor, y de eso sí somos responsables cuando nos relacionamos amorosamente con alguien.  


Así que querámonos un poquito más, y dejemos las estrategias de guerra para los juegos de cama... Que el mundo ya es suficientemente cruel, injusto y desigual como para andar jodiéndonos los unos a los otros. 




Coral Herrera Gómez



El Arte de Amar (Tributo a Erich Fromm)




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