Páginas

12 de abril de 2025

Crear comunidades para acabar con la violencia y la impunidad




Nuestra cultura protege a los agresores y a los violentos. Todos
y todas colaboramos para protegerlos, consciente o inconscientemente. Vivimos en una cultura patriarcal basada en la impunidad, pero no estamos condenados a vivir siempre así. ¿Qué podríamos hacer para empezar el cambio que necesitamos?

Tomar conciencia de cómo les encubrimos, y cuáles son los mecanismos que usamos para perpetuar la cultura de la violencia.

- Uno de los mecanismos de perpetuación más comunes consiste en culpar a las víctimas de la violencia que sufren, y victimizar al culpable. 

- A las víctimas no se las cree: su testimonio siempre es puesto en duda, y a menudo se les señala su implicación en el conflicto como agente provocador. 

- En cambio a los victimarios les ampara la presunción de inocencia: es la víctima la que tiene que aportar pruebas de las agresiones que ha sufrido. Sobre ella pesa la sospecha de que lo hace para llamar la atención o por un deseo de venganza, cuando en realidad lo que piden las víctimas es justicia y reparación.

- A las víctimas se les acusa de querer hacer daño a sus victimarios, de querer arruinar su imagen y su prestigio, o de querer destruir al victimario por alguna "oscura razón". Los culpables en cambio son considerados personas “normales” que pierden los nervios o la paciencia y actúan desde el impulso, arrasados por su emoción (irá, miedo, rabia, dolor)


Esta cultura de la impunidad comienza en la escuela. 

Así funciona el asunto en la mayoría de los centros escolares: 

- Lo primero que aprenden niños y niñas al entrar en el colegio es que no hay nada peor que ser un chivato y denunciar las agresiones al profesorado y al equipo directivo. Nadie quiere ser señalado como un traidor.

El matón del grupo siempre tiene a gente que le ríe las gracias y le aplaude cuando amenaza o golpea a sus víctimas. Sin este grupo de apoyo el matón no se atreve nunca a actuar. Generalmente son niños muy sumisos que tienen miedo al agresor, o niños que le admiran y querrían ser como él.  

- Muchos niños no quieren ver sufrir a sus padres y prefieren callar para no preocuparles. También guardan silencio por miedo a las represalias, porque les da vergüenza sufrir violencia y porque no están muy seguros de que los adultos puedan creerle y protegerle.

- Los padres de los agresores suelen ser también gente violenta, aunque no siempre. Y suelen ser violentos con sus hijos e hijas, aunque no siempre. 

- Son muy pocos los padres que se sientan a hablar con sus criaturas para explicarles por qué no deben hacer daño a otros seres humanos. La gran mayoría se pone de parte de sus hijos y los defiende a capa y espada, aunque ellos mismos hayan presenciado las agresiones de sus hijos "in situ". Pueden admitir que su hijo a veces pega, "pero mi hijo no es violento". 

- Otra ayuda importante es la gente que no se quiere meter en líos y mira para otro lado, como hacen muchos adultos y adultas en el patio del recreo o en el parque infantil. Hacen como si no supieran y como si no estuviera sucediendo, y luego se muestran sorprendidos cuando las víctimas se quitan la vida porque no aguantan más.

- Si un niño o niña reúne la valentía necesaria para denunciar la violencia que sufre, los adultos generalmente lo tratan como si fuera un conflicto entre dos iguales. Generalmente los matones suelen tener mucho más poder que sus víctimas, ya sea porque son más fuertes o simplemente porque cuentan con apoyo de mucha gente.

- Una de las cosas que más beneficia a los matones de clase es que las personas adultas minimicen el asunto e invaliden los sentimientos de las personas agredidas: “son cosas de niños”, “estás exagerando”, “no ha sido para tanto “, “qué sensible eres”…

- Disfrazar la violencia de humor: “qué poco sentido del humor tienes”, “eres demasiado susceptible”, “era una broma”, para que parezca que el daño se hizo sin intención. La violencia se presenta como algo “normal” que divierte a todo el mundo (menos a quien le toca recibir las burlas, los insultos y las humillaciones)

¿Cuáles son las estrategias de las víctimas? 

Pues someterse y victimizarse aún más para generar empatía en el o los agresores (cosa que no funciona), o plantarles cara y enfrentarse a ellos con violencia (funciona a veces). Este es el consejo que les dan a los niños: “pégale tu para defenderte” , pero es un consejo cruel. 

Yo estuve tiempo aguantando la violencia en el colegio porque no quería pelear, no quería usar la violencia, y no me sentía en igualdad de condiciones para la batalla: es súper violento empujar a una niña o niño a la violencia como si no hubiera otras maneras de parar a los agresores, y como si fuera un problema individual, cuando en realidad es un problema colectivo.


Esta falta de apoyo de la comunidad es la que hace que las víctimas se vean obligadas a abandonar el colegio y el barrio. Y es una gran injusticia porque cuando se marchan, el niño agresor refuerza su sensación de gozar del privilegio de la impunidad total. Sabe que el castigo es para las víctimas, no para él. 

Los niños y las niñas no solo sufren violencia de otros iguales, también sufren violencia en casa, en clases extraescolares, y en la parroquia. Es muy difícil para las víctimas pedir ayuda: la mayoría es capaz de hablar de las agresiones que ha sufrido 30 o 40 años después, como las víctimas de la pederastia eclesiástica. Han hablado cuando han podido, después de años de terapia, y sin embargo la Iglesia católica no les ha apoyado como merecían. Muchos de los curas agresores fueron trasladados de parroquia, jamás fueron juzgados, encarcelados ni expulsados de la organización. Los católicos no han inundado las calles pidiendo justicia para las víctimas y tampoco se están tomando medidas para que no vuelva a ocurrir.

¿Qué responsabilidad tiene el Estado y los gobiernos en la perpetuación de la violencia y la impunidad?

Los gobiernos podrían aprobar leyes contra la violencia en las aulas, y proporcionar formación en colegios e institutos de la Cultura de la No Violencia, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados. 

No es un tema prioritario porque los niños no votan, y no tienen tampoco voz propia. No hay representantes de la juventud ni de la infancia en los parlamentos.

Los discursos antipunitivistas que piden rebajas de pena y absoluciones para violadores, pederastas, agresores, puteros y femicidas también fomentan la cultura de la impunidad. 

La sociedad cree que la violencia es algo “normal” y “natural”. El maltrato está en todas nuestras relaciones y solo ahora estamos empezando a poner nombre a todas las violencias que sufrimos y ejercemos, gracias al feminismo que está trabajando mucho en identificar y combatir la violencia machista. 

Aún los medios de comunicación siguen protegiendo a los agresores, cuestionando a las víctimas, y tratando de que la violencia parezca una pelea entre dos personas que se encuentran al mismo nivel. Pese a la formación que está recibiendo el personal sanitario y las fuerzas de seguridad, para las víctimas denunciar en comisaría y frente al juez es un auténtico calvario. 

Se les pide que denuncien pero el proceso es un infierno, y los jueces más misóginos siguen absolviendo a pederastas, puteros, violadores y femicidas. La sociedad sigue también poniéndose de parte de los violentos, por eso muchas mujeres no denuncian o quitan la denuncia. En un sistema que culpabiliza a las víctimas y victimiza a los culpables, tratar de pedir justicia y protección es una auténtica odisea. 

Los niveles de impunidad son obscenos en todo el mundo. Si los agresores son millonarios, las posibilidades de ganar el juicio son casi nulas. La opinión pública siente más simpatía por los hombres que por las mujeres, porque nosotras nunca hemos sido de fiar: las mujeres en el imaginario colectivo somos aún representadas como peligrosas, astutas, manipuladoras, irracionales, caprichosas, retorcidas, cambiantes, mentirosas, interesadas, misteriosas, y malvadas. 

Nuestro testimonio nunca es creíble. Sobre nosotras recae siempre la sospecha de que estamos despechadas y por eso queremos arruinarle la vida a un hombre. Incluso cuando un señor es señalado por varias mujeres, no importa si son tres o treinta: todas tienen encima la sospecha de querer vengarse por alguna oscura razón. Los pobres hombres son representados por los medios como víctimas de estas alimañas. 

¿Que está cambiando en estos últimos años? A nivel cultural, los violentos siguen protagonizando las películas de ficción, y los productores siguen ensalzando la figura del macho con poder que se dedica a dominar, matar y destruir. 

Pero en las calles las mujeres estamos pidiendo que dejen de violarnos y matarnos, y hemos iniciado un movimiento mundial llamado MeToo que está rompiendo con el pacto de silencio y la impunidad de los hombres con poder. Cineastas, escritores, políticos, músicos, futbolistas, científicos… ahora todos tienen miedo porque nosotras ya no nos callamos. 

Es cierto que hay mujeres que siguen protegiendo a sus maridos, a sus amigos y compañeros de partido, y que mientras tengan aliadas, los machos de derechas y de izquierdas seguirán gozando de impunidad. Este apoyo de mujeres patriarcales es fundamental para ellos, pero lo cierto es que el Pacto de Silencio se está resquebrajando poco a poco. 

¿Cuáles son los retos que tenemos por delante?

 Juntarnos para hacer frente a la violencia, crear comunidades de apoyo mutuo, y sobre todo apoyar a niños y a niñas que son las más vulnerables y las que más nos necesitan. 

Hacer autocrítica amorosa para identificar las violencias que sufrimos y las que ejercemos.

Aprender a cuidar nuestras emociones y a resolver conflictos sin hacernos daño.

Crear pequeñas comunidades de cuidados donde todos demos y recibamos amor.

Pero además también tenemos que organizarnos no sólo contra los agresores que ejercen violencia sobre una o varias personas, sino también contra los hombres y mujeres con poder que ejercen violencia contra un pueblo entero y atentan contra nuestros derechos humanos fundamentales. Por ejemplo, los que destruyen la Sanidad y destinan el dinero al gasto militar. 

En democracia apenas tenemos mecanismos de autodefensa para hacer frente a la maldad de nuestros gobernantes, que pueden robar, malversar, saquear los recursos públicos, meternos en una guerra y tomar las medidas que quieran sin ningún tipo de consecuencias. 

¿Cómo podríamos acabar con la impunidad? Dejando de idolatrar a los violentos y creando grupos de cuidados. 

Si en los barrios y en los pueblos, en las escuelas, los institutos, las universidades, los centros de trabajo, las instituciones y las organizaciones hubiese grupos de cuidados y todo el mundo pudiera pertenecer a uno, los agresores se echarían para atrás. No es lo mismo meterse con una mujer indefensa que con diez mujeres, ni es lo mismo meterse con un niño más pequeño que tú que con un grupo de diez niños y niñas. 

Los violentos son cobardes, y pegan porque saben que pueden hacerlo. Los grupos crean un escudo humano que protege a todos los miembros y que a la vez impide que ningún miembro ejerza violencia contra otras personas. 

Si lográsemos crear pequeñas comunidades unidas por los valores de la solidaridad, el apoyo mutuo y el compañerismo, si aprendiésemos a trabajar en equipo para resolver conflictos, si tuviéramos formación y herramientas para la mediación y para la autodefensa, podríamos acabar con la impunidad y la violencia. 

Las víctimas ya no tendrían que demostrar el daño que han sufrido porque habría testigos y contarían con una comunidad que les cree y les apoya. 

Los agresores ya no podrían contar con el miedo de la gente, porque cuando los grupos humanos pierden el miedo y se unen por una causa justa, son invencibles.

Si además en los centros escolares y los medios de comunicación nos enseñasen la Cultura de la No Violencia, los valores del pacifismo, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados, tendríamos herramientas para aprender a relacionarnos y para crear espacios seguros para que todas y todos podamos estudiar, trabajar o divertirnos en paz.

Vivir en paz, disfrutar de una vida libre de violencia es lo que queremos la gran mayoría de la población. Solos y solas no podemos, en comunidades y grupos pequeños sí. 

Coral Herrera Gómez 


Artículos relacionados: