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22 de septiembre de 2024

¿Dónde se aman los adolescentes?

 



Yo tuve muchísima suerte en mi juventud. Cuando me enamoré y me emparejé por primera vez, me tocó lo mismo que al resto de mis amigas y amigos: besarme y rozarme en los bancos del parque y en callejones oscuros en pleno invierno. Recuerdo que nos buscábamos la piel a través del abrigo y las múltiples capas de ropa que llevábamos, y nos amábamos desesperados, sin poder desnudarnos ni compartir intimidad. Recuerdo a los tipos que se paseaban mirando a las parejas en la oscuridad, y el miedo que sentía cuando se nos acercaban demasiado. Solo podíamos disfrutar del sexo con alegría cuando mis padres o los suyos se iban de viaje y nos quedábamos solos en casa haciendo fiestas del amor. 

Cuando mi chico me presentó a sus padres, me empezaron a invitar a comer y luego la madre, una de las suegras más amorosas que he tenido jamás, nos invitaba a dormir la siesta porque se nos notaba muy cansados. 

Recuerdo que estudiábamos juntos por las tardes y siempre me invitaban a cenar y de vez en cuando a dormir, yo llamaba a mis padres para avisarles, y pasábamos la noche de amor tan felices. Siempre teníamos condones en el cajón de la mesilla de noche, aparecían allí como por arte de magia. 

Hoy cuando veo a las parejas besándose y frotándose en los soportales, en las esquinas, en los callejones oscuros, en los soportales en los días de nieve, lluvia o frío extremo pienso, ojalá tuvieran unos padres y madres amorosas que les dejaran compartir caricias y orgasmos en su propio hogar. Los hijos de los ricos tienen dinero para ir a un hotel, y la gente en los pueblos tiene más rincones para esconderse, pero en las ciudades es mucho más difícil. 

La gran mayoría de jóvenes que viven en casa de sus padres no tienen dónde amarse. Y las parejas que más difícil lo tienen son las parejas de mujeres y de hombres, que además tienen que ocultarse por el peligro que corren de sufrir agresiones a causa de la lesbofobia y la homofobia. 

Las y los adolescentes necesitan espacios seguros y calentitos en los que poder explorar y descubirir el sexo sin miedo, y poder gozar del amor sin prisas, lo mismo las parejas heterosexuales que las parejas lesbianas y gays. 


Y sí, aunque te cueste un poco asumirlo, tu hija también, tu hijo también lo necesita.

¿Qué tal si hacemos de nuestros hogares espacios seguros para que puedan amarse sin correr peligro y sin pasar frío?

Coral Herrera Gómez