Romances feministas: en todos mis viajes me enamoro de las mujeres que me acogen en sus pueblos o ciudades. Antes de llegar a ellas, me toca atravesar un mundo de hombres. Si voy en coche, como o ceno rodeada de camioneros. Si voy en tren, rodeada de hombres de traje gris con corbata pegados a sus portátiles. En los hoteles, todo son hombres menos las trabajadoras del hotel y las esposas o amantes de los hombres. Ellos son mayoritariamente los que hacen negocios, mantienen reuniones, firman acuerdos, presiden empresas...
Sus espacios solo se llenan de mujeres cuando hay un Congreso feminista, ¡se nota tanto en el rato del desayuno, todo se llena de colores y de charlas animadas!
El caso es que cuando llego por fin al pueblo o ciudad al que me han invitado, me encuentro con las técnicas de igualdad y trabajadoras sociales, y me siento enseguida como en casa.
Enseguida surge la magia entre nosotras: me enseñan el pueblo, me cuentan su historia, nos contamos las vidas...
Las acribillo a preguntas y me quedo alucinada con la labor que realizan, especialmente las compañeras del mundo rural que se veces llevan varios pueblos y aldeas, y abarcan una comarca entera. Son pocas y hacen de todo: asisten a víctimas de violencia sexual y maltrato machista, organizan la red de cuidados a refugiados, organizan cursos, talleres, charlas, exposiciones, concursos, jornadas, asesoran a otras instituciones, forman al personal del ayuntamiento, a la policía, la guardia civil, el profesorado, el alumnado, organizan puntos violetas para eventos sociales, ponen en marcha campañas de sensibilización (por la conciliación laboral, por el fin de la violencia machista, por los cuidados, por la diversidad sexual), y trabajan a la vez con Juventud, Cultura, Deportes, Urbanismo y demás concejalías.
Trabajan más de ocho horas, apenas desconectan, a muchas les toca viajar de un pueblo a otro, su salario no corresponde a la ingente cantidad de tareas que realizan, y a pesar de eso creen en lo que hacen, y le ponen todo el amor del mundo. La gran mayoría trabaja por vocación, pues son feministas de corazón y son las que van haciendo el trabajo de sensibilización y formación que nos hace falta para avanzar como país. En casi todos los sitios en los que he estado, las compañeras trabajan codo a codo con las asociaciones de mujeres, apoyando su labor y aunando saberes y recursos.
Me fascinan estas redes comunitarias de mujeres y admiro mucho la labor que realizan las trabajadoras de servicios sociales, y las de las concejalías y las unidades de Igualdad. Y me encanta estar con ellas un día o un par de días, encontrar a tu tribu en cualquier rincón del país es como un sueño: no nos conocemos, pero hablamos el mismo idioma, y soñamos todas con un mundo mejor.
Me siento muy afortunada por poder asomarme a sus realidades, y por tener la oportunidad de conocer su mundo, escuchar sus problemas, celebrar sus logros, y poner mi granito de arena con mis charlas y talleres.
Cuando me voy, me siento como si las conociera de toda mi vida, porque como siempre sucede cuando nos juntamos las mujeres, cuando hablamos no separamos lo político de lo personal: abrimos nuestros corazones para disfrutar de un pequeño romance feminista, y nos sentimos unidad para siempre, aunque ni sepamos si nos volveremos a ver.
Ya son diez años trabajando con ellas: quería hacerles un homenaje por invitarme a sus espacios, por ser tan luchadoras y por cuidarme tan bien, ¡gracias a todas por confiar en mí y por ser unas anfitrionas tan maravillosas!
Coral Herrera Gómez
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