¿Disfrutan los hombres del sexo y del amor?, es la
gran pregunta que me ha venido rondando por la cabeza desde que publiqué mi
libro Mujeres que ya no sufren por amor.
Nosotras llevamos décadas trabajando los patriarcados que nos habitan, y las
relaciones con nosotras mismas, entre nosotras y con los hombres, pero, ¿qué
están haciendo ellos mientras nosotras crecemos, evolucionamos, y nos liberamos
del machismo?, ¿cómo se sienten ante todos los cambios sociales, políticos,
económicos, culturales, sexuales y emocionales que está consiguiendo la lucha
feminista en todo el planeta?, ¿qué aportan ellos a esta
transformación?, ¿cómo reaccionan ante la pérdida de sus
privilegios?
Este nuevo libro está lleno de preguntas en torno
a la construcción de la masculinidad patriarcal y a las masculinidades
disidentes, la manera en que los hombres se relacionan consigo mismos, con los
demás hombres y con las mujeres, su forma de gestionar las emociones y los
sentimientos, y su relación con el amor romántico. Son preguntas que pueden
ayudar a los hombres que se lo trabajan y a los que tienen ganas de ponerse a
ello, pero no saben cómo. Las preguntas nos sirven para analizar la cultura en
la que vivimos, y para conocernos mejor a nosotros mismos: son herramientas muy
útiles para hacer autocrítica amorosa y para trabajarse todo aquello que
queremos trabajar para ser mejores personas y para disfrutar más de nuestras
relaciones, y de nuestras vidas.
Los hombres están, en este momento, en una
encrucijada histórica: tienen ante sí la oportunidad de unirse a la lucha por un mundo más pacífico, amoroso,
igualitario, diverso y ecológico, o pueden seguir como están, atrincherados en sus
posiciones, resistiéndose a una de las mayores revoluciones que están teniendo
lugar en este momento de la Historia presente.
El feminismo nos está cambiando la vida a millones
de personas, pero, ¿son capaces los hombres de disfrutar de estos cambios?,
¿por qué muchos de ellos siguen resistiéndose a la lucha por la igualdad y los
derechos de las mujeres?, ¿tienen herramientas y capacidad de autocrítica para
poder analizar el lugar que ocupan en el mundo, y su papel en una sociedad
patriarcal?, ¿se sienten preparados para los cambios que están por llegar?
¿Cómo son las relaciones de los hombres con el
feminismo? Poco después de la revolución feminista de los 60 y los 70, algunos hombres empezaron a juntarse para hablar de todos
estos temas, y para trabajarse los patriarcados que les habitan a nivel
personal y colectivo. Desde que surgieron en los años 80 del siglo XX, los
estudios de masculinidades han ido cobrando cada vez más importancia. En los
años 90 se convirtió también en un movimiento social y político que aún hoy en
día sigue siendo muy minoritario, pero que ya está extendido en muchos países.
Cada vez hay más grupos de hombres trabajándose los patriarcados, cada vez son más los que apuestan por
unirse a los avances de la lucha feminista, y los que ya están contribuyendo a
este proceso de transformación colectiva.
Estos colectivos de hombres están hablando de cómo
les afecta el patriarcado, cómo obedecen los mandatos de género, cómo aprenden
a ser hombres, cómo aprenden a reprimirse y a mutilarse emocionalmente, cómo se
cuidan y cómo cuidan a los demás. Escriben en revistas, crean sus blogs,
organizan sus congresos y jornadas, toman y ofrecen talleres, se reúnen en
círculos de hombres, organizan
concentraciones contra la violencia machista en las
plazas de las ciudades, elaboran comunicados, participan en espacios
feministas, hacen ciberactivismo en redes. Son los hombres feministas, o los
aliados del feminismo, o los hombres igualitarios, pero son una minoría.
La gran mayoría de los hombres están un poco
confusos con esta revolución de las mujeres en la que no pueden ser los
protagonistas. No saben si ponerse a favor o en contra. Se liga más poniéndose
a favor, pero parece
que lo de ponerse a revisar sus privilegios y sus
patriarcados les da pavor. Muchos creen que el feminismo puede feminizarles y
quitarles su poderío viril.
Esta confusión les hace, a muchos, reaccionar a la
defensiva ante el empoderamiento femenino, porque conforme ellas ganan en
derechos, ellos pierden privilegios. Muchos creen que viven en la guerra de los
sexos, cuando en realidad lo que estamos viviendo es una auténtica guerra contra las
mujeres. Nosotras vamos desnudas a la guerra, y
nos atacan a golpes, hachazos, tiros, navajazos, martillazos y empalamientos. El
lugar más peligroso para las mujeres, según el último informe sobre violencia
machista de la ONU, es el hogar. Nos atacan en casa, nuestros novios,
pretendientes, maridos y ex maridos. Nos matan todos los días, en todos los países
del mundo: 1 mujer cada 5 minutos,6 mujeres cada hora, 137 al día, 87. 000 al año en
todo el planeta: .
El feminismo no ha matado a nadie, el machismo
mata todos los días. Y sin embargo, los hombres que se sienten amenazados por
la revolución feminista no se han puesto a pensar en cómo les encadena a ellos
el patriarcado, cómo les limita, como les oprime, cómo les hace sufrir. Tampoco
se han puesto a pensar en cómo su patriarcado afecta a los demás, y en
especial, a las mujeres de su entorno, porque hacerlo conllevaría tener que
cambiar y transformar sus vidas.
En general, la gente no es capaz de comprender la
estructura patriarcal en la que vivimos porque no nos hablan de ella, y hay
gente que cree que es un invento de las feministas para intentar dominar a los
hombres. Y es que en la Escuela nos enseñan lo que es el capitalismo, pero no
nos hablan del patriarcado, y nos dejan un gran vacío para entender cómo
funciona nuestro sistema económico y como son nuestras relaciones.
El patriarcado es la estructura social, política,
económica, cultural, sexual y emocional en la que vivimos y nos relacionamos
con los demás. Es una estructura en forma de jerarquía en la que los hombres
ocupan la parte superior de la pirámide, y las mujeres la parte inferior: el
mundo patriarcal está basado en las luchas de poder, la explotación de las
mujeres y la violencia.
Es imposible vivir el amor como una experiencia
gozosa en esta estructura patriarcal: es muy difícil construir relaciones
igualitarias basadas en el compañerismo porque nos han educado para
relacionarnos desde la estructura de la dominación y sumisión y para ejercer nuestro poder desde cualquiera
de las dos posiciones. Así las cosas, resulta muy complicado quererse bien y
disfrutar del sexo y del amor.
Los hombres patriarcales están obligados a ser
fuertes, a ser duros, a ser proveedores principales, a ser protectores, a
competir y tener éxito, a ganar todas las batallas, a reprimirse, a mutilar sus
emociones, a demostrar constantemente su virilidad. Ser un hombre obediente es
agotador, porque la mayor parte de sus energías las dedican a sus luchas de
poder, a sus demostraciones de fuerza y virilidad, a su necesidad de imponerse
sobre los demás.
Cuanto más inseguro es un hombre, más violento es:
la mayor parte de los machos alfa son niños asustados con complejos de
inferioridad y miedos que les torturan de por vida, y que torturan a los demás.
Esto es producto de la educación basada en la misoginia, desde pequeños huyen
de la feminidad porque la masculinidad se construye sobre una triple negación:
no soy una niña, no soy un bebé, no soy homosexual. Elisabeth Badinter explica
en su obra la manera en que los niños aprenden a asociar todo lo malo con las
mujeres: la debilidad, la cobardía, la cursilería, la estupidez, la
vulnerabilidad, la torpeza, la maldad.
Los héroes masculinos que los hombres admiran son
hombres sin pareja y sin familia que no saben amar ni cuidar. Sólo se rodean de
otros hombres como ellos para salvar al mundo, para cumplir una misión, para
divertirse, para alquilar mujeres, para hacer negocios. El premio que reciben
al final de su batalla es una mujer buena, dulce, entregada y devota que espera
su llegada para curar las heridas del guerrero, para alimentarlo, para cubrir
sus necesidades más básicas, para obedecerlo, para quererle incondicionalmente,
para hacerle feliz y darle hijos.
Los niños que admiran a estos héroes aprenden
desde pequeños a defender su libertad. En toda la cultura patriarcal el mensaje
es que los hombres tienen que defenderse de las mujeres, porque ellas son las
enemigas. Todas quieren apresarlos mediante sus encantos y su poder sexual, y ellos
han de resistir como Ulises resistió a los encantos de las malvadas y
seductoras sirenas.
Básicamente la idea que transmite el patriarcado a
través de la cultura es que hay unas pocas mujeres
buenas, como las princesas de las películas que se dedican a esperar, y la
mayoría son mujeres malas, que
quieren enamorar a los hombres para encerrarlos en el hogar, para aprovecharse
económicamente de ellos, para aislarles de su gente querida, para destruir su
autoestima, para manipularles a su antojo, para hacerles sumisos y para
destrozarles el corazón.
Esta es una de las razones por las cuales los
hombres patriarcales aspiran a disfrutar de una vida sexual muy diversa, pero
se lo piensan mucho antes de enamorarse o de comprometerse emocionalmente con
una mujer. Nosotras sufrimos al lado de hombres que no se enamoran, que no se
abren, que no se comparten, y no se comprometen emocionalmente. Permanecemos
meses y años al lado de hombres que no se fían de nosotras. No nos ven tan
perfectas como la princesa rosa de cuento. Ellos aspiran a encontrar una mujer
honesta y leal que no les traicione jamás, que les deje llevar el mando, que
sea complaciente y abnegada, que sea una esclava del amor. Las mujeres libres
les dan miedo. No saben relacionarse con una mujer autónoma de igual a igual:
sólo aprenden a construir relaciones de compañerismo con otros hombres. Y esto
les limita mucho a la hora de relacionarse con las mujeres a nivel sexual y
sentimental, porque van siempre con el freno de mano puesto, con miedo a
aumentar la intensidad y la velocidad.
Los hombres que nunca entran a las profundidades, y
se quedan en la superficie, son incapaces de disfrutar del amor. Y nosotras
sufrimos porque nos han vendido el cuento de que si esperamos y somos
pacientes, al final el príncipe azul se enamorará de nosotras. Son mensajes que
nos lanzan directos al Ego: nos dicen que somos maravillosas y ningún hombre
podrá resistirse a nuestros encantos, y que si resistimos y sufrimos,
obtendremos nuestra recompensa: él se dará cuenta, acabará enamorado y
arrodillado como Don Juan ante Doña Inés, y nos ofrecerá el trono del
matrimonio. Sin embargo, la realidad es que la mayor parte de las relaciones en
las que hay muros y obstáculos para el amor, no funcionan, y nos hacen sufrir a
todos para nada.
Las relaciones entre los hombres también son
complicadas, porque los varones patriarcales viven con un miedo constante a la
homosexualidad. Solo se besan, se tocan el culo y se frotan los cuerpos cuando
meten un gol jugando al fútbol: el resto del tiempo están continuamente
reprimiéndose o reprimiendo a los compañeros con las bromas típicas de la
homofobia patriarcal. Y los que peor lo pasan son, por supuesto, los hombres
homosexuales y bisexuales.
Muchos hombres heterosexuales viven su sexualidad
en función de otros hombres. Es decir, cuando tienen relaciones con mujeres
piensan en realidad en la admiración y la envidia que sentirán los demás por su
habilidad para la caza de hembras hermosas, su potencia sexual y su fertilidad.
Para los hombres educados en el patriarcado, su virilidad depende de la
cantidad de mujeres que logren penetrar. Por eso para ellos estar en una relación
de pareja monógama y formal les resta puntos, y por eso muchos tratan de
permanecer solteros el mayor tiempo posible. Una vez que se casan, sin embargo,
muchos de ellos siguen disfrutando de su diversidad sexual, y negando a su
compañera la posibilidad de hacer lo mismo.
El amor para muchos hombres es una cárcel, aunque
también es un palacio en el que ellos se sienten los reyes del mambo. El
patriarcado les ofrece una recompensa por entrar en la institución del
matrimonio y la familia: podrán gozar de una empleada doméstica y una asistenta
que les cuide y trabaje gratis para ellos, disponible las 24 horas del día.
Este es quizás el privilegio al que más les cuesta renunciar: la doble jornada
laboral de las mujeres les permite a ellos tener mucho más tiempo libre que sus
compañeras, y por lo tanto, mayor calidad de vida.
Hoy en día el tema de las tareas domésticas es uno
de los campos de batalla más importantes en las parejas y las familias: las
mujeres se están rebelando a su papel de criadas y sirvientas, mientras que
muchos hombres se resisten profundamente a compartir la responsabilidad sobre
los cuidados y las tareas domésticas, y se limitan a “ayudar” en la casa.
Para los hombres el amor es algo secundario en sus
vidas, para las mujeres, el centro. Aprendemos a amar de manera diferente,
nuestras aspiraciones y sueños son diferentes, nuestra forma de vincularnos es
distinta, hasta nuestros deseos sexuales son diferentes. Por eso sufrimos tanto
cuando nos enamoramos: los hombres y las mujeres hablamos idiomas diferentes y
tenemos concepciones diferentes sobre el amor.
Muchas mujeres feministas soñamos con el amor que
nos haga iguales a los hombres. Nos han vendido ese mito imposible que une el
feminismo y el amor romántico para hacernos creer que si encontramos a nuestro
príncipe azul, podremos construir una relación igualitaria basada en el
compañerismo, el respeto mutuo, la ternura, el placer, la cooperación, la
solidaridad, la ayuda mutua, el trabajo en equipo. Soñamos con compartir la
vida con un compañero honesto, leal, con el que poder luchar contra el
patriarcado. Y de verdad, encontrar a un hombre así resulta más difícil que
encontrar una aguja en un pajar.
Mientras nosotras soñamos con los hombres nuevos que se trabajan los
patriarcados, la mayor parte siguen soñando con la princesa que espera y ama
incondicionalmente. Pero no la encuentran. Mientras nosotras buscamos hombres
que no necesiten hacer sufrir a las mujeres para sentirse poderosos, muchos
siguen coleccionando conquistas para aumentar su Ego y sentirse muy machos.
Las mujeres que ya no sufrimos por amor estamos
desmontando toda la estructura que nos lleva a la sumisión voluntaria hacia los
hombres a través del amor. Y una de las cosas que más nos estamos trabajando,
es mantenernos alejadas de los hombres con problemas de masculinidad.
Ya hemos comprobado personalmente cómo nos afectan
estos problemas de masculinidad, y ya sabemos que nosotras no hemos nacido para
salvar a ningún hombre, ni para educarlo como si fuera un niño. Buscamos
compañeros que puedan trabajarse sus patriarcados como lo hacemos nosotras, que
puedan fabricar sus propias herramientas para aprender a relacionarse de una
forma igualitaria, pacífica y amorosa.
Dado que en la escuela no nos enseñan a querernos
bien, a resolver conflictos sin utilizar la violencia y sin hacernos daño, a hablar
sobre lo que sentimos, tendremos que buscar la manera de aprender. Nadie nos
ayuda a gestionar las emociones fuertes, no sabemos comunicarnos asertivamente.
No nos enseñan qué es el machismo ni nos dan herramientas para trabajarlo, no
nos enseñan teoría feminista, no sabemos de las luchas del feminismo en la
Historia. En las escuelas no nos enseñan a negociar mediante el diálogo, ni a
relacionarnos sin utilizar la violencia, así que, de momento, es un trabajo que
nos toca hacer a cada uno de nosotros y nosotras. Hay que leer mucho, escuchar,
conversar sobre estos temas para encontrar la manera de tratarnos mejor, de
querernos mejor, y de acabar con el machismo y el patriarcado.
Estamos en un momento histórico: la masculinidad
patriarcal está en una profunda crisis, y ya no hay excusas para liberarse del machismo que cada cual llevamos dentro.
Llegó la hora de declararse en rebeldía contra los mandatos de género, de
quitarse los mitos de encima, de ponerse las gafas violetas, de hacer
autocrítica individual y colectiva, y de activar la imaginación para diseñar
entre todos y todas un mundo mejor.
No hay otro camino que hacia delante: hay que
analizar la realidad desde la que vivimos con un enfoque de género para
comprender la manera en que construimos nuestra identidad masculina o femenina,
y no binaria, y para entender por qué nos relacionamos y nos amamos de esta
manera, y no de otra. Es un análisis desde fuera hacia dentro: consiste en ver
cómo hemos interiorizado el patriarcado a través de la cultura y la
socialización, cómo lo reproducimos y lo transmitimos a las nuevas
generaciones, cómo nos organizamos en base a esa ideología, cómo nos afecta y
cómo afecta a nuestros seres queridos, cómo nos limita, cómo nos hace sufrir,
cómo nos impide disfrutar del amor y de la vida.
Es un proceso apasionante, porque no se trata solo
de deconstruirse y derribar prejuicios, mitos, estereotipos o normas de género.
Se trata también de ponernos creativos para inventar otras masculinidades y otras formas de
organizarnos y relacionarnos, diseñar nuevas estrategias para liberarnos del
patriarcado y aprender a querernos sin miedos, sin relaciones de poder, sin
abuso y sin violencia.
Entre todos y todas podemos encontrar la
forma de vivir mejor, de querernos bien, de construir un mundo más igualitario,
más pacífico, y más amoroso. Un mundo en el que quepamos todos y todas, y los
derechos nos alcancen a todos y a todas.
En este libro encontraréis muchas de preguntas que
os pueden servir para generar nuevas preguntas y para trabajar —a solas, en
pareja o en grupo—, el tema de las masculinidades y los feminismos, las
relaciones sexuales y sentimentales, y la forma en que los hombres se
relacionan consigo mismos, entre ellos, y con las mujeres.
La filosofía que impregna toda la obra es que
otras masculinidades son posibles, y otras formas de quererse son posibles: es
un canto al optimismo y un llamamiento a la acción. Os invito a abrir vuestros
corazones a la revolución del amor.
Coral Herrera Gómez
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