30 de noviembre de 2016

Sexualidad Queer: gente "rara" y amores diversos



Este artículo forma parte de la Revista del Instituto de la Juventud de EspañaINJUVE, en la que encontraréis material didáctico para trabajar con gente joven el tema de las identidades, las TIC, lo queer y la sexualidades diversas. 

Mi aportación es el capítulo 4 que podéis leer y descargar aquí: 

Sexualidad Queer, de Coral Herrera


29 de noviembre de 2016

Sobre la Renta Básica y los vagos

Hay una forma de acabar con la pobreza: no es una utopía ni es magia. 

Es la Renta Básica, que permitiría una vida digna para todo el mundo y acabaría con la exclusión de los millones de personas que no pueden acceder al mercado laboral por culpa de las indecentes tasas de desempleo. Lo dicen los economistas, que es completamente viable. Pero a las élites no les hace gracia lo de acabar con la precariedad, el hambre, la angustia o el frío de tantas personas, ¿que harían ellos sin pobres?


Me contestan en mi perfil de facebook que un salario mínimo para todxs acabaría con la cultura del esfuerzo y aumentaría la vagancia. Imagino que la buena señora se refería a los ladrones y corruptos: banqueros, empresarios y políticos que se dedican a vivir de nuestros recursos. Muchos de ellos son vagos y maleantes, y no van a la cárcel. Roban y trapichean con total impunidad. 


En cambio la clase trabajadora se vería muy beneficiada, porque no tendríamos que aguantar malos tratos, ni aceptar salarios indignos ni dejaríamos que los empresarios pisoteen nuestros derechos fundamentales. Todo serían beneficios para las mayorías...


Si quieres puedes leer más aquí: 

 http://www.publico.es/economia/crecen-voces-plantean-renta-basica.html

25 de noviembre de 2016

Sobre la violencia machista y la indiferencia



Para quien no sepa que es el patriarcado o para toda la gente que niega su existencia: el patriarcado es una estructura marcada por las jerarquías, el poder y la violencia, y la dominación de un grupo humano sobre los demás. Los feminicidios, las violaciones, los abusos sexuales, el acoso sexual callejero, las mutilaciones genitales a niñas, la trata de esclavas sexuales, los empalamientos, las lapidaciones, la violencia obstétrica contra embarazadas y madres, los matrimonios obligados con violaciones diarias, los embarazos de niñas y adolescente, la brecha salarial, el lenguaje sexista, los malos tratos, todo ello es consecuencia del patriarcado. 

Para acabar con el patriarcado necesitamos una profunda transformación cultural, social, sexual, emocional, politica y económica, pero sobre todo tenemos que acabar con la indiferencia y el negacionismo: cada diez minutos una mujer es asesinada por su compañero o ex compañero en el mundo. 

 #MachismoMata #25N#VivasNosQueremos #NoMorimosNosMatan







Las mujeres, las niñas y los niños, los animales tenemos derecho a una vida sin violencia emocional, psicológica o física. Una vida sin discriminación, sin invisibilización, sin malos tratos, sin acoso callejero, sin miedos, sin violencia obstétrica, sin abusos sexuales, sin violaciones, sin mutilaciones genitales, sin humillaciones, sin insultos, sin malos tratos. #MachismoMata #VivasNosQueremos

12 de noviembre de 2016

Sobre el amor a Dios y el odio a los pobres

Clasismo sin_vergüenza: el otro día la vicepresidenta de Costa Rica, Ana Helena Chacón, publicó un artículo sobre la reducción de la pobreza en el país. Me impresionó mucho que la gente en vez de alegrarse, se dedicara a meterse con la clase trabajadora. 

Su facebook y el del Presidente de la República se llenaron de comentarios clasistas tipo: "los pobres deberían dejar de ser tan vagos y ponerse a trabajar de verdad", "los pobres en realidad no quieren salir de la pobreza", "algo hacen mal y por eso son pobres", "los pobres son unos ignorantes", "los pobres se aprovechan de las ayudas del Estado", y también, por supuesto, muchos comentarios xenófobos y racistas contra los pobres que vienen de fuera. 


En esos comentarios asquerosos siempre metían a Dios de por medio, y yo me preguntaba: ¿pero cómo se puede ser seguidor/a de Jesús y odiar tanto a la clase trabajadora?. ¿Es compatible el amor a Jesús y el odio al prójimo?, ¿cómo es posible que haya gente tan violenta presumiendo de ser buenos cristianos?, ¿por qué no les da vergüenza manifestar públicamente su desprecio hacia los inmigrantes y la gente humilde?, ¿cómo es que no sienten ni una pizca de agradecimiento por las mujeres que crían a sus hijos e hijas, que limpian su mierda, que planchan sus ropas y cocinan los alimentos que comen, a los hombres que reparan sus casas, arreglan sus jardines y limpian sus carros? 


¿De dónde viene tanta ignorancia, miedo y odio? ¿Se hereda genéticamente, se adquiere a través de los medios de comunicación, o lo aprenden en las parroquias y en las escuelas de ricos?

9 de noviembre de 2016

Sin machismo, los hombres serían más felices



- Sin machismo, los hombres no asesinarían a otros hombres: el 95% de los asesinos de hombres, son hombres. Así que en un mundo libre de machismo, habría menos asesinatos de hombres y de mujeres, es decir, habría menos violencia, menos sufrimiento, menos dolor. Los hombres no perderían a sus hermanos, padres, abuelos o amigos, y tampoco a las mujeres de su entorno familiar y socioafectivo. Habría menos entierros, menos duelos, menos sufrimiento: todos saldríamos ganando si pudiéramos acabar con la violencia patriarcal.  
- Sin machismo no habría dominadores ni dominados. Los hombres no tendrían que someterse a otros hombres, ni arrodillarse ante ellos, ni obedecerlos, ni vivir esclavizados para enriquecerlos. No habría jerarquías ni viviríamos en un mundo tan competitivo: los hombres no tendrían que someterse al estrés de ser los mejores en todo, no se sentirían perdedores todos los días, no tendrían que pisotear a los demás para subir más alto. No tendrían por qué tener complejos de inferioridad o superioridad: podrían relacionarse de igual a igual con otros hombres, con las mujeres, con los niños y las niñas, con los animales de su entorno, y con la Naturaleza. Su salud mental y su salud física mejoraría mucho, y podrían relacionarse con más amor, respeto y ternura entre ellos, y con nosotras. 
- Sin machismo los hombres no sentirían la necesidad de abusar y violar a los más débiles. No se sentirían mejor dominando y haciendo sufrir a otros hombres, a niños, niñas o mujeres. Tampoco sufrirían la violencia agresiones sexuales, ni violaciones, ni serían víctimas de los abusos sexuales infantiles que hoy en día sufren a manos de otros hombres. No tendrían que prostituirse ni tendrían que drogarse para soportarlo, no tendrían que vivir una vida de humillaciones y dolor. Y las mujeres tampoco tendríamos que sufrir por lo mismo. 
- Sin machismo los hombres serían mucho más libres, no tendrían por qué obedecer los mandatos de género que les obligan a ser agresivos, dominantes, ganadores. Podrían caminar, gesticular, vestirse como les diera la gana, sin sentir miedo  al qué dirán, sin sentir vergüenza de su forma de ser o de sus deseos más íntimos. Podrían amar a otros hombres sin miedo porque no existiría la homofobia ni la transfobia. 
- Son machismo, los hombres podrían vivir su sexualidad de una manera más libre y sana, con otros hombres y con las mujeres.  Podrían olvidarse de la penetración y la eyaculación y disfrutar de los goces del cuerpo entero, de arriba a abajo, sin pensar en la meta final, disfrutando del mientras tanto. Podrían disfrutar del placer anal sin los miedos de hoy en día, podrían explorar su propio placer sin tantos obstáculos y trabas, sin tener que esconderse, sin tener tanto miedo a lo desconocido. Sin machismo, estarían mucho más abiertos a aprender cosas nuevas y a entender la compleja y fascinante sexualidad femenina.
- Sin machismo, los hombres no le tendrían miedo al amor, y aprenderían a amar sin poseer y sin dominar. Serían más libres para empezar y para terminar las relaciones sentimentales con hombres o con mujeres, gozarían más sin tener que obedecer o ser obedecidos, se sentirían mejor si aprendiesen a relacionarse desde el amor y la libertad. Disfrutarían más del amor porque no tendrían complejos de infierioridad, ni sentirían la necesidad de poseer, controlar o destruir a la persona a la que amasen. No tendrían miedo de ser abandonados o traicionados porque aprenderían a respetar, a cuidar y a amar su libertad y la libertad de las personas de las que se enamoran. 
- Sin machismo los hombres podrían reírse de si mismos, hacer auto crítica, llorar en público, mostrar su vulnerabilidad, pedir ayuda cuando lo necesitan. No tendrían tanto miedo a hacer el ridículo y por tanto, se divertirían mucho más. Se sentirían mas libres, respetarían todos los modelos de masculinidad, no se verían obligados a adoptar el modelo hegemónico de masculinidad patriarcal, y no tendrían miedos ante la diversidad sexual y amorosa de la Humanidad. 
- Sin machismo los hombres no tendrían por qué acumular propiedades, acaparar el poder, o ser siempre los protagonistas de la Historia de la Humanidad. No tendrían que afrontar solos los problemas de una familia o de la comunidad, y tampoco se les exigiría que fuesen los principales proveedores de recursos económicos. Sin machismo las mujeres también tendrían acceso a las tierras y a los medios de producción, así que no dependeríamos de ellos y las relaciones serían más sanas y horizontales. No serían los jefes ni los directores ni los amos del mundo: podríamos organizarnos en equipos de cooperativas en los que ellos no acaparasen el poder político y económico.  
- Sin machismo, los hombres no tendrían que mutilarse emocionalmente, y serían  libres para expresar cómo se sienten, sin miedo a ser insultados o humillados en público. Sin machismo ninguno sentiría la necesidad de reírse o de atacar a los hombres que hablan de sus emociones y sentimientos, podrían criar a sus hijos e hijas, disfrutar de su paternidad, aprender a cuidar a sus seres queridos. Podrían disfrutar de la diversidad de afectos que se tiene cuando uno es libre y los demás a su alrededor también lo son
- Sin machismo los hombres vivirían más años porque no tendrían que perder la vida en peleas con otros hombres, no tendrían que someterse a conductas de riesgo para parecer muy machos, y podrían aprender a cuidarse a sí mismos. 
Autocuido: actualmente la mayor parte de los hombres educados en la tradición patriarcal no saben o no quieren cuidar de sí mismos porque siempre han tenido al lado a una mujer (la madre, la esposa, la hermana, etc) que se preocupa por su salud física, psicológica y emocional. Muchos de estos hombres tradicionales no hablan de sus problemas de salud ni van al médico porque les cuesta exponer su vulnerabilidad y no quieren parecer frágiles, ya que les han enseñado que la debilidad es cosa de mujeres, y lo peor para un hombre macho es que le comparen con una mujer. Les da miedo que los demás se burlen de su miedo al dolor, a la enfermedad y a la muerte, por eso no les gusta ir a los tanatorios ni a los hospitales, ni hablar de estos temas en profundidad. Generalmente son sus esposas las que se empeñan en llevarles al médico cuando les ven mal, y no suelen cuidar su dieta o su salud para prevenir enfermedades físicas. En el caso de las enfermedades mentales y emocionales, tampoco saben pedir ayuda: generalmente tratan de disimular su sufrimiento o lo expresan a través de la agresividad o la violencia. Sin machismo, los hombres tradicionales podrían aprender a pedir ayuda, a expresar sus emociones y sentimientos, a cuidarse a sí mismos como seres adultos. 
Conductas de riesgo: los hombres mueren más por accidentes de tránsito (por conducción temeraria o por no respetar las señales de tráfico o los límites de velocidad) y por accidentes relacionados con la falta de prudencia en actividades físicas o deportes de riesgo. Estas conductas temerarias son una demostración de virilidad y valentía, por eso los hombres se sienten obligados a hacer el bruto y arriesgar su vida: para ellos es fundamental que los demás les vean muy "masculinos", o sea, muy fuertes y sin miedos, porque los miedos son "cosa de mujeres", y a ellos les aterra que les comparen con una mujer.
Peleas con otros hombres: sin machismo los hombres no tendrían que batirse en duelo con otros hombres para demostrar lo valientes que son, para defender su honor o el de su familia, para castigar a otros hombres por temas de celos, para descargar la agresividad acumulada, para sentir placer con los subidones de adrenalina... Sin machismo los hombres no se burlarían de otros hombres, ni tendrían que demostrarle nada a nadie: podrían vivir sin pelearse porque no les importaría la opinión de los demás sobre su hombría. Sin machismo viviríamos en una cultura más pacífica en la que los hombres podrían resolver sus conflictos sin violencia, y por lo tanto no morirían acuchillados, golpeados, descuartizados o tiroteados. 
- Sin machismo, los hombres serían más felices porque las niñas, las mujeres adultas, las ancianas serían más felices también. Sin machismo podrían relacionarse con mujeres libres que no dependan de ellos, y no perderían sus energías en relaciones de poder: podrían relacionarse con amor con todas las mujeres y los hombres de su entorno, sin necesidad de poseer, dominar u obedecer a nadie. 
Sin machismo, saldríamos ganando todas y todos. No es solo que nosotras tengamos derecho a vivir una vida libre de violencia: también a los hombres les beneficiaría mucho el final de la cultura patriarcal. Sin machismo los hombres patriarcales podrían deshacerse de sus cadenas, de sus miedos y de sus carencias. Serían más libres, más solidarios, más buenas personas, y tendrían mucha más salud emocional y mental.
Coral Herrera Gómez


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8 de noviembre de 2016

Sobre las feministas radicales y extremistas





























La mejor manera de deslegitimar y desprestigiar la lucha de la gente sensible que lucha por los derechos humanos y en contra de la violencia es llamarla "radical". A las feministas nos lo dicen mucho para quitarnos la razón o ridiculizarnos, también nos llaman extremistas, exageradas o locas. 

No he oído nunca que alguien etiquete a los machistas como radicales, extremistas o fanáticos:debe ser que ellos son moderados. Matan, violan, maltratan, empalan, acosan, insultan moderadamente. Los indices de discriminación y violencia que sufrimos las mujeres son aberrantes, pero las que tenemos fama de exaltadas somos nosotras, las defensoras de la igualdad y la no violencia. 



Este post de Yolanda Domínguez 
es buenísimo para repartir zascas cuando te llamen "radical".



4 de noviembre de 2016

Sobre la guerra contra las mujeres




¿No les parece que estamos hablando de una auténtica guerra con muchísimas víctimas inocentes? Cien mil personas que no pudieron hacer nada para defenderse, y que fueron brutalmente asesinadas solo por haber nacido mujeres. La violencia machista es la primera causa de muerte de mujeres en casi todo el mundo: el machismo nos mata más que el cáncer, el Sida, los infartos o los accidentes de tráfico. Una mujer cada diez minutos: esta cifra de femicidios es absolutamente obscena y supera con creces a los asesinatos por terrorismo, pero los machistas siguen negando la existencia de la violencia de género y la sociedad sigue indiferente, cruzada de brazos y mirando para otro lado. 


¿Hasta cuando? 


#MachismoMata #VivasNosQueremos#StopFemicidios #25N

16 de octubre de 2016

El mito de la super woman que puede con todo






Resulta difícil quererse bien a una misma cuando los medios de comunicación nos bombardean a diario con mensajes en los que nos recuerdan lo imperfectas que somos. Resulta difícil, también, no sucumbir a la amenaza de que si somos feas, gordas o viejas nadie nos va a querer (ni el príncipe azul, ni las demás mujeres, ni el mercado laboral).

La industria de la belleza nos impone unos cánones de belleza irreales que muy pocas mujeres logran cumplir (aproximadamente sólo unas ocho mil mujeres en todo el planeta, según Naomi Klein,  periodista e investigadora canadiense). A pesar de ello, somos muchas las que hacemos grandes esfuerzos para mantenernos jóvenes y guapas: invertimos mucho tiempo, energías y recursos en parecernos a las mujeres más bellas del planeta, pero resulta muy frustrante porque no hay fórmulas mágicas para luchar contra el paso del tiempo y la fuerza de la gravedad.

Una gran mayoría de mujeres vive acomplejada por sus carencias e imperfecciones físicas. Vivimos en permanente lucha contra nosotras mismas: contra nuestros kilos de más, nuestras arrugas, y esos pelos que florecen en todas las partes de nuestro cuerpo.

Asumimos las exigencias de la tiranía de la belleza como propias, por eso nos torturamos físicamente con dietas terribles de adelgazamiento, extenuantes sesiones en el gimnasio, invasivos tratamientos de belleza, cirugías peligrosas para modificar nuestros imperfectos cuerpos, etc., y decimos que lo hacemos por nosotras mismas, para sentirnos bien.

Lo perverso de esta tiranía es que somos capaces de poner en peligro nuestra salud e invertir todos o gran parte de nuestros escasos recursos en estar bellas porque así creemos que nos van a admirar y a querer más. Y como nunca logramos parecernos a esas modelos despampanantes, nos sentimos frustradas, y culpables.

En los anuncios nos venden métodos y productos milagrosos, y la filosofía de que todo es posible: sólo tienes que poner de tu parte, tener fuerza de voluntad, desearlo con fuerza, invertir al máximo, y lograrás todo lo que te propongas… No sólo estar bella, sino también ganar la lotería o encontrar a un hombre millonario que se enamore locamente de ti.

Por eso nos sentimos tan mal cuando rompemos con la dieta, cuando dejamos de ir al gimnasio, cuando nos negamos a pasar por el quirófano una vez más. Nos sentimos culpables si no adelgazamos, si se nos caen los pechos, si nuestra piel pierde elasticidad, si no hacemos nuestros sueños realidad. Y al sentirnos culpables, batallamos más contra nosotras mismas y nuestros cuerpos: nunca nos aceptamos tal y como somos, porque (nos dicen) podríamos ser mejores.

En esta guerra que se libra en nuestro interior, tendemos a castigarnos en lugar de dedicar nuestras energías a buscar el placer y el bienestar propio. Y es porque vivimos en una cultura que sublima el sufrimiento y el sacrificio femenino en la que nos convencen de que para estar bella hay que sufrir, y que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la recompensa.

Además de la tiranía de la belleza física, las mujeres tenemos otros monstruos internos y externos que amenazan nuestra autoestima a diario. Vivimos en una sociedad muy competitiva que nos exige estar siempre a la última, que nos motiva a ser las mejores en todo. El mito de la súper mujer o la super woman aparece en todas las revistas de moda, y resulta difícil no compararse  con esas súper madres, súper hijas, súper esposas, súper profesionales que aparecen en los medios de comunicación.

La súper mujer no sólo es exitosa en su vida laboral (no renuncia a ascender en su trabajo y  a dar lo máximo de sí misma a su empresa), sino que también es una gran ama de casa que cocina de maravilla. La súper mujer limpia sin mancharse, cuida a las mascotas, cambia pañales, cose los disfraces para el colegio de los niños, va a la compra, quita la grasa, plancha cerros de ropa, y además tiene tiempo para formarse y reciclarse profesionalmente, cuidarse a sí misma, hacer deporte, acudir a sesiones de terapia, hacer el amor y disfrutar de su pareja.

Las súper mujeres no se cansan, ni se quejan: siempre están de buen humor y tienen energía para levantar un camión si hace falta. Nosotras las admiramos, al tiempo que no podemos evitar sentirnos malas madres, malas trabajadoras, malas hijas y nietas, malas compañeras, malas amigas… porque no llegamos a todo, porque no sabemos cómo ser las mejores en todo, y porque encima nuestra relación de pareja no es tan maravillosa como habíamos soñado. 

La conciliación entre la vida laboral, personal y familiar es otro mito de la posmodernidad que complementa al mito de la super woman según el cual todo es posible: si nos lo proponemos, podemos disfrutar mucho de nuestros diferentes roles sin tener que renunciar a nada. Podemos ser buenas madres, buenas profesionales, buenas esposas, buenas hijas, buenas amigas de nuestras amigas, y todo sin perder la sonrisa.

Sin embargo, la realidad es que la conciliación sólo existe en los países nórdicos, y que por mucho que lo intentemos, no somos esas super mujeres que vemos en la televisión y en la publicidad. Nosotras, las mujeres de carne y hueso, estamos sometidas a una gran presión interna y externa para ser las mejores en todo.

Queremos ser mujeres modernas sin deshacernos de nuestro rol femenino tradicional: queremos cumplir con los mandatos de género para que se nos admire como una “verdadera mujer”, y a la vez, queremos ser tan buenas en todo como cualquier hombre.

La diferencia es que los hombres al salir de su jornada laboral van al gimnasio, y nosotras a nuestra segunda jornada de trabajo en la casa. En las estadísticas es fácil ver como ellos viven mejor gracias a la modernidad: dedican de media una hora al día a las tareas domésticas, y nosotras entre cuatro y cinco.

Esto quiere decir que ellos tienen más tiempo libre, en general, y por tanto tienen mayor calidad de vida. Nosotras seguimos viviendo por y para los demás, y seguimos, de algún modo, sometidas a la tiranía del “qué dirán”. Nuestra condición de mujer tradicional, moderna y posmoderna nos lleva a querer agradar y complacer a los demás, a necesitar la aprobación y el reconocimiento de los demás: sólo así podemos  valorarnos a nosotras mismas.

Nuestro estatus y prestigio está condicionado por los aplausos y la admiración que somos capaces de generar a nuestro alrededor. Como está mal visto que una mujer hable bien de sí misma en público, se espera que seamos humildes y nos ruboricemos cuando alguien nos aplaude o nos halaga. Muchas de nosotras tendemos a atribuir nuestros éxitos a los demás: nos cuesta aceptar interior y exteriormente que somos buenas en algo, o que valemos mucho. 

Por eso si los demás no nos reconocen, nos sentimos insignificantes, poca cosa, incapaces… Para que los demás nos admiren y nos quieran, las mujeres aprendemos a sacrificarnos, a entregarnos de un modo absoluto, y a pensar más en la salud, el bienestar y la felicidad de los demás que en la nuestra propia.  

En la cultura patriarcal, las mujeres nos sentimos culpables y egoístas cuando pensamos en nuestras necesidades o en nuestro placer. Nos enseñan que una mujer de verdad es aquella que piensa más en los demás que en sí misma, una mujer que se entrega sin pedir nada a cambio y sin perder la sonrisa.

Sin embargo, lo cierto es que para poder cuidar a los demás, tenemos que estar bien, sentirnos a gusto con nosotras mismas, y empoderarnos, es decir, confiar en nuestras capacidades y habilidades, y tener una buena percepción de nosotras mismas y de nuestras pequeñas y grandes hazañas.

Por eso es tan importante trabajar la autoestima femenina: aprender a querernos bien a nosotras mismas no solo mejora nuestra calidad de vida, sino la de todo el mundo a nuestro alrededor. Si nos queremos bien a nosotras mismas, podremos querer bien a los demás: el amor es una energía que se mueve en todas las direcciones, y que cuanto más se expande, a más gente llega.

Cuando tenemos una buena autoestima, somos capaces de querernos a nosotras mismas, y de aceptar nuestras imperfecciones. Si nos conocemos bien, y apreciamos nuestra valía, dejamos automáticamente de compararnos con las demás y comprendemos que somos seres únicos, y que somos humanas.

Si aprendemos a aceptarnos tal y como somos, y si nos centramos en aprender a querernos bien a nosotras mismas, podríamos acabar con las torturas y auto-castigos porque pensaríamos más en nuestro bienestar que en la opinión de los demás. No nos sentiríamos tan presionadas a cumplir con las expectativas ajenas o los mandatos de género: pensaríamos más en nuestro derecho al placer, a disfrutar del tiempo libre, a hacer lo que más nos gusta.

Elevar nuestros niveles de autoestima nos permitiría delegar y compartir responsabilidades con la pareja, y con el resto de los miembros de la familia: aprenderíamos a trabajar en equipo sin hacer tantos sacrificios personales, y sin hacer tantas renuncias: compensaríamos la balanza entre las obligaciones y los placeres, y estando más contentas, nuestro entorno también se verá beneficiado.

Tu pareja, tus compañeros y compañeras de trabajo, tus hijos e hijas tendrán una madre con más salud mental, física y emocional, con menos preocupaciones, sin sentimientos de culpa y frustración, sin decepciones con una misma por no estar a la altura. No llegar a todo no nos generaría tanta insatisfacción y malestar: seríamos más comprensivas con nosotras mismas, viviríamos más relajadas, y por tanto, tendríamos más energía para disfrutar de la vida. 

Quererse bien a una misma: todo son ventajas.



Coral Herrera Gómez 


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9 de octubre de 2016

Por qué es importante cuidar a tu gente cuando te enamoras


Una de las reglas de oro para sufrir menos y disfrutar más del amor, es tener una buena red de afectos llena de ternura, compañerismo, solidaridad, apoyo mutuo, cariño y empatía. Y sin embargo, mucha gente cuando se enamora, se olvida del mundo, y al emparejarse, se aísla y se encierra en el nidito de amor.  

Hasta que el amor se acaba: entonces nos damos cuenta de lo solos o lo solas que estamos, y es entonces cuando lamentamos haber abandonado nuestros grupos familiares y de amistad. Cuesta mucho recuperarlos. A veces es completamente imposible: las amigas y los amigos no son esos seres humanos a los que puedes acudir para llorar cuando tienes mal de amores, o cuando necesitas dinero o apoyo emocional. 
Los grupos de amor parecen cosa de adolescentes: cuando la gente se hace mayor, y se empareja y se casa, estos grupos de amor se disuelven o se dividen entre los solteros y los emparejados, los que se convierten en papás y mamás y los sinhijos.

Tenemos poco tiempo en nuestras apretadas agendas para los amigos de siempre y para hacer nuevos amigos mientras construimos el hogar junto a nuestro amado o amada. El asunto es que parece que no hay alternativas: o te emparejas, o te quedas solo y te juntas con los que no se han emparejado, que son siempre minoría al final de la treintena.

La soledad es la gran enfermedad de nuestro tiempo, por eso hay gente que se empareja aunque no le apetezca demasiado: es lo que toca y nadie quiere parecer una persona fracasada en una sociedad en la que el éxito consiste en emparejarse, convertirse en propietario de una hipoteca, casarse y reproducirse.  Como todos necesitamos compañía, la única salida posible parece que es la pareja: sin ella parecemos bichos raros y sufrimos presiones del entorno más cercano para que pasemos por el aro como todo el mundo.  

Vivimos en la era del individualismo más salvaje y del "sálvese quién pueda": cada cual va a lo suyo y se busca la vida como puede, y esto también constituye una amenaza para los grupos de gente que se quiere, porque dedicamos más tiempo y energías a ganar dinero para pagar facturas, y nos centramos en nuestros proyectos individuales o en dúo. Se nos olvida entonces la cantidad de alegrías que sentimos con nuestras tribus, y lo bien que nos viene a todos disfrutar de esas tardes de risas, confesiones, conversaciones ricas, fiestas y momentos trascendentales. 

Hemos abandonado las grandes utopías colectivas, y como nos hemos resignado a la idea de que no podemos transformar ni mejorar nuestro mundo, al menos nos queda el consuelo de la salvación individualista. La nueva utopía ya no es social, sino personal: la meta es encontrar a tu media naranja y construir juntos el paraíso romántico en el que seremos felices y comeremos perdices.  
Así pues, para poder encontrar el amor verdadero parece que hay que estar más sola que la una. Todos los protagonistas de los cuentos que nos cuentan están solos: en las historias no hay grupos de gente que se junta para resolver problemas o para celebrar la vida. Los héroes son siempre hombres que se enfrentan solos a los peligros en las aventuras que corren,  y las mujeres esperan solas a que ellos lleguen a salvarlas. 
Las princesas Disney no tienen mamá, ni papá, ni hermanas o hermanos. Ninguna de ellas tiene tías, primas, vecinas, y por supuesto no tienen amigas. Están secuestradas, hechizadas, explotadas, pero nadie las ayuda, porque están solas en el mundo. Solas, desvalidas, sin herramientas para fugarse, para rebelarse, para diseñar estrategias que les permitan liberarse. Son mujeres pasivas que sueñan con su media naranja y esperan a ser rescatadas por el príncipe azul.

Millones de niñas aprenden a diario con estos mitos y estereotipos sobre la feminidad que las mujeres son malas (todas menos tú, que eres especial y por eso tu príncipe te va a tener como una reina), y que para que te elija debes de estar sola y aparentar ser frágil, delicada, miedosa, pasiva, tranquila, obediente y dulce. Lo  más importante es que Él se de cuenta de que eres especial, que no eres como las demás mujeres: son todas unas envidiosas, abusonas, codiciosas, violentas, y malas personas. prendemos pronto a desconfiar unas de otras, porque las mujeres que vemos en los cuentos tratarán de aprovecharse de la protagonista, hacerla daño o quitarte el novio, como la bruja de Blancanieves o la madrastra y hermanastras de Cenicienta.
Esta es la razón por la cual muchas mujeres desconfían de otras mujeres y no tienen amigas, mientras que los hombres siempre tienen su grupo de amigos con los que ir al bar, al gimnasio, al fútbol o al puticlub. En nuestra cultura patriarcal se ensalza la amistad entre los hombres, pero nunca la amistad entre mujeres. Los únicos personajes femeninos que se organizan y se unen para luchar o para celebrar la vida son las brujas, esos seres malvados, feos, espantosos, crueles y peligrosos que se comen a los niños en sus akelarres nocturnos. 
El patriarcado nos necesita solas, aisladas, tristes, amargadas, envidiosas, miedosas, celosas, frágiles, vulnerables, dependientes de un solo hombre. Por eso el feminismo trabaja para desmitificar a las princesas solas y dependientes, y propone justamente lo contrario: construir redes de afecto, solidaridad y apoyo mutuo entre nosotras para ser libres y autónomas, para que nadie nos domine, nos controle y nos robe la libertad. Con sororidad, las mujeres unidas somos mucho más fuertes y más felices.

Al capitalismo y al patriarcado les conviene que las mujeres tengamos miedo a la soledad y que nos juntemos a los hombres no desde la libertad, sino desde la necesidad (económica y emocional). 

Cuanto más solas estamos, más necesitadas, más baja está nuestra autoestima, más vulnerables y dependientes somos: esta es la razón por la cual aguantamos malos tratos, humillaciones, y relaciones de dominación basadas en el machismo más violento.
Por eso una de las claves para salir de esos infiernos es siempre poder contar con ayuda de otras mujeres: amigas, madres, hermanas que nos refuercen la autoestima, nos recuerden que tenemos derecho a vivir una vida libre de violencias y nos acojan en sus hogares para poder empezar otra vida lejos del agresor. 

El patriarcado aplica sobre nosotras la ley del "divide y vencerás", y nos hace creer que las mujeres somos enemigas, por eso es tan necesario tejer redes de cooperación y ayuda mutua, y reivindicar el valor de la amistad, de la ternura, del cariño entre nosotras.
Gracias al feminismo, las mujeres hemos aprendido a construir relaciones igualitarias, respetuosas, y horizontales entre nosotras y con los hombres que saben relacionarse de tú a tú, sin jerarquías y sin violencia.
Ninguna de las princesas Disney tiene amigos varones porque el principal mandato del patriarcado es que en nuestras vidas solo puede haber un hombre: primero papá, y después el príncipe azul. Y a eso se reduce el amor: a una sola persona que colmará todas nuestras necesidades, nos amará para siempre, y nos  hará muy felices.


El amor de la tribu 

Los mitos románticos nos hacen creer que el amor de pareja es el más sublime de todos los amores: para que no nos juntemos en grandes grupos en los cuentos nunca se ensalza la amistad, ni el amor colectivo.

Las redes de amor son el mayor tesoro con el que contamos los seres humanos: necesitamos a los demás para sobrevivir porque somos seres sociales, sociables y emocionales. Nuestra especie ha logrado sobrevivir gracias al amor y a los cuidados, y siempre hemos vivido en tribus y grupos solidarios. 
El dúo romántico es un invento moderno del indvidualismo posmoderno: los humanos tenemos una hermosa e increíble capacidad para cooperar, para trabajar en equipo, para unirnos y hacer frente a los problemas colectivamente. Necesitamos a los demás para aprender a hablar, a caminar, a escribir, a contar, a comer, y a ser autónomos. Necesitamos a los demás para dar amor y recibirlo, para que nos cuiden cuando somos bebés y ancianas, cuando enfermamos gravemente, o cuando pasamos por momentos difíciles o dolorosos.
Sin nuestra red de afectos y cuidados, enfermamos y morimos de soledad. La pareja jamás cubrirá todas nuestras necesidades, y es mentira que el amor romántico es incondicional o eterno. Es mentira que al encontrar a nuestra media naranja ya no necesitamos a nadie más, y es mentira que una sola persona pueda cubrir todas nuestras necesidades sociales y afectivas.

Es mentira que somos mitades que solo nos completamos cuando encontramos a nuestra otra mitad: somos naranjas enteras, y lo que necesitamos es amor a manos llenas. Necesitamos compañía, no sólo en momentos difíciles, sino también en las alegrías de la vida. A los humanos nos encanta celebrar cumpleaños, bodas, graduaciones, cambios de estación, fiestas locales o nacionales, etc. Nos gusta mucho cantar y bailar con gente, emborracharnos, abrazarnos y mostrarnos cariño, nos gusta darnos premios y reconocimientos los unos a los otros, nos encanta hacer regalos, acompañar en los funerales y en los partos, ayudar a la gente a ser más felices. Nos gusta hacer deporte juntos, nos gusta inventar juegos, celebrar concursos, contarnos cuentos, componer música para compartir con los demás. Por eso hacemos teatro, baile, óperas, cine, conciertos... hacemos arte para conmover, para entretener, para comunicar, para emocionar a los demás. 
Uno de los mayores terrores que sentimos los humanos es el miedo a quedarnos solos, el miedo a ser abandonados, el miedo a que nos rechace la tribu a la que pertenecemos. Necesitamos sentirnos parte de algo, sentir que le importamos a alguien, sentir que somos aceptadas por la comunidad en la que vivimos. 
Pienso mucho en los ancianos y ancianas de las grandes ciudades que mueren y nadie se da cuenta hasta pasados unos días, cuando los cadáveres empiezan a oler mal. Me pregunto dónde están sus hermanos y hermanas, sus hijos e hijas, sus nietos y nietas, sus amigos y amigas... y no puedo entender cómo alguien puede morirse y que a nadie le importe. Pienso en toda esa gente cuya única compañía es la televisión o la radio porque su aislamiento es tal que no hablan ni con los vecinos. Gente que va a pasar la tarde a urgencias para entablar conversación y para que alguien les toque el cuerpo: la necesidad de contacto físico, de dar amor, de sentir que alguien se preocupa por nosotros, de sentir que somos importantes o significativos para otros humanos es universal.
Hace unos años leí que en Japón ya se pueden alquilar perros para sacarlos a pasear: acariciar a un perro genera oxitocina y endorfinas, y nos permite conocer a otros dueños de perros con los que entablar conversación. Ahora también podemos alquilar amigos por horas que nos escuchen, nos sonrían y nos den un abrazo. El afecto que recibimos a cambio de dinero es falso, pero muchos creen que es mejor eso que nada. 
Tener afectos reales es hoy en día un tesoro: en este mundo lleno de Narcisos y de valores consumistas, de relaciones virtuales y espejismos emocionales, de amores líquidos y descomprometidos, se nos olvida a veces lo importante que es alimentar nuestros vínculos y cuidar a la gente que queremos. Los afectos son una de las cosas que hacen que la vida merezca la pena, y son la mayor fuente de emociones fuertes y duraderas que tenemos. 

El romanticismo es antisocial 

El romanticismo patriarcal es un modelo amoroso profundamente antisocial porque está basado en el egoísmo, la posesividad, la exclusividad, la propiedad privada, los celos, el miedo y la mezquindad. Nuestra cultura amorosa mitifica las relaciones interesadas y de dependencia mutua para que nos esclavicemos mutuamente, y para que hagamos pactos basados en el aislamiento, la monogamia, la renuncia y el sacrificio (generalmente de las mujeres, porque la doble moral no castiga el adulterio masculino con la misma dureza que el femenino).

Las que salimos perdiendo bajo las normas del romanticismo somos las mujeres, generalmente, porque sufrimos mucho más el aislamiento social al vernos relegadas al rol doméstico. Las relaciones de control y dominación anulan nuestra libertad, nuestro derecho a decidir, nuestra autonomía, pero a veces no nos damos cuenta porque todo este esquema de poder se disfraza de amor: "no quiere que salgas con tus amigas porque te ama tanto que te quiere solo para él", "sus celos son una prueba de que te ama", "se enfada porque quiere tenerte a su lado todo el tiempo"...
Con estos modelos se construyen las relaciones esclavizantes y los infiernos conyugales de los que resulta imposible o muy difícil salir si estamos solas, por eso aguantamos relaciones en las que no hay amor, por eso renunciamos a nuestra salud emocional y a nuestro bienestar, por eso nos resignamos a lo que nos ha tocado... y por eso nos cuesta a veces salir de relaciones en las que no somos felices o en las que no nos tratan bien.
Las redes de amor y afecto nos empoderan: la gente que nos quiere bien nos ayuda, nos apoya, nos abre los ojos cuando nos autoengañamos, nos escucha, nos respeta, nos quieren ver bien, nos animan a romper con lo que nos hace daño, nos animan a trabajar por nuestro bienestar y a buscar la felicidad. La gente que nos quiere bien ama nuestra libertad, y sentimos con ellas que podemos ser nosotras mismas, por eso es tan importante rodearse de buena gente, y cuidar a los amigos y a las amigas, tengamos o no pareja.

Nunca la pareja y las amistades son incompatibles: en realidad el amor del bueno siempre se multiplica y se comparte, no nos limita, no nos coacciona ni nos encierra.
 Cuando nos quieren bien y estamos rodeadas de amor, es más fácil tener presente que amar no implica sufrir, que no tenemos por qué sacrificarnos por nadie ni renunciar a nada, que tenemos derecho a ser felices, a tener todos los amigos y amigas que nos apetezca, a organizar nuestros espacios y nuestro tiempo como nos venga en gana. 

Tenemos derecho a construir nuestras familias con la gente que queramos, a vivir con quien nos apetezca, a juntarnos y a separarnos como queramos:  la vida es más hermosa con amores diversos, y estos amores nos hacen más libres, porque no nos exigen exclusividad, ni nos atan, ni nos esclavizan. En libertad es más fácil construir relaciones igualitarias, horizontales, respetuosas y sanas sin que nos condicione la necesidad.  

Si tenemos una buena red social y afectiva podremos unirnos y separarnos con quien queramos, cuando queramos, como queramos, sin depender de nadie, sin miedo a quedarnos solos o solas.  
Desde esta perspectiva, la amistad, el compañerismo y la solidaridad son revolucionarias: cuantos más amigos y amigas tenemos, más libres e independientes somos.  Y es que el amor del bueno solo se puede construir en libertad,  y sólo se puede disfrutar si lo compartimos con mucha gente y lo multiplicamos hasta el infinito. 

Coral Herrera Gómez Blog

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